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Historia de la Cultura Material

en la América Equinoccial
(Tomo 7) Vida Erótica y Costumbres Higiénicas
Victor Manuel Patiño
© Derechos Reservados de Autor

DEFECACIÓN.

A propósito de la eliminación de productos nitrogenados en los vertebrados superiores, se ha supuesto


que una incesantemente rápida eliminación de desechos debe de haber sido factor de progreso
evolutivo, porque ninguna máquina puede trabajar bien si es obstruída por sus propios desperdicios
(NEWBIGIN, 1898, 37-38). Galeno recomendaba moderación en las comidas y que fueran bien
cocidas, debiendo regir un modo adecuado en la calidad y cantidad de las excreciones (GALENO,
1947, 124). Éstas reciben en español los nombres de mierda, del latín merda (ME-RE, 73) ["Alábate,
mierda, que el río te lleva", dice el refrán]; hienda y fiemo, del latín femus, que han tenido menos uso
en América (CE-F, 891); estiércol, del latín stercus (CE-F, 788), que es más general y convencional.
Los derivados del griego koprón se emplean de preferencia en el lenguaje médico y culto.

Los simios africanos tienen lugares especiales de defecación y urinación, como si fueran retretes o
lavaderos (SABATER PI, 1985, 11). Pero los gorilas del río Muni hacen sus deposiciones en los nidos, y
menos los chimpancés (ibid., 39-40, 69). Estos últimos evitan el contacto directo con el excremento,
lo cual los libra, en parte, de enfermedades parasitarias (ibid., 69).

Todos los seres vivos tienen en su tubo digestivo órganos para la eliminación de los desechos de la
digestión. En los humanos y en los animales dicho sistema termina en el ano o culo, palabras éstas de
la más castiza raigambre latina. Un refrán español trasluce la satisfacción que produce la descarga del
excremento: "Todos tenemos culo, por la mayor ventura del mundo".

No obstante, varios mitos de pueblos indígenas americanos mencionan gentes que carecían de ese
órgano, y por eso son llamados "sinculos". Se alimentaban, desde luego, a base de olores, pues
estaban incapacitados para digerir alimentos sólidos. Uno de tales mitos es de las tribus chocoes, y en
este caso los sujetos se nutrían con el olor de la fruta del chontaduro (PATIÑ0, 1958, 193-195). Otro
es de los ticunas amazónicos, quienes creen que en el mundo inferior viven gentes desprovistas del
órgano eliminador (CAMPOS ROZO, 1987, 23).

Por lo menos una palabra americana se ha salvado del olvido para caracterizar el excremento:
"Llaman los indios a la hienda del hombre, e a cualquiera otra suciedad semejante, de cualquiera
animal que sea, canica, en lengua de Cueva" (OVIEDO Y VALDÉS, 1959, V, 9). Quizá de allí se derive
ñica, común en el Valle del Cauca.

El sedentarismo en el hombre facilitó la contaminación con excrementos y la polución del agua; los
cazadores errantes estuvieron, por ello, menos expuestos a infecciones. Casi el mismo efecto tiene el
asentamiento en viviendas dispersas (Mc NEILL, 1984, 42). Esto explicaría en gran medida la sanidad
de los indígenas americanos, por su costumbre de vivir preferentemente en casas separadas unas de
otras, a veces a largas distancias, como se vio suficientemente en otro lugar (PATIÑO, 1990, II, 194-
199), a lo que mucho contribuía el baño diario. Mudaban en el oriente de Venezuela de casa, cuando
consideraban que con el continuo habitar el aire se había inficionado en ella (VESPUCIO, 1948, 57).

Indígenas americanos.

Hubo tribus donde el acto de defecar se hizo pública o colectivamente, mientras que otros grupos
eran mas reservados, esquivos y aun vergonzosos.

También varió la conducta en cuanto a disponer de las excretas: algunos casi convivían con ellas, y
otros las ocultaban o las enterraban cuidadosamente.

Los lacandones eran limpísimos; no se veían en sus lugares ni excrementos humanos ni de perros
(FUENTES Y GUZMÁN, 1972, III, 269). Achacaban a los españoles ser desaseados, ‘‘porque a la
gotera de las casas habían hecho sus necesidades, como si no hubiera montes y sabanas a la
inmediación.. (GARCÍA PELÁEZ, 1943, I, 257).
Los de la península y golfo de Paria eran vergonzosos para el menester mayor (VESPUCIO, 1935, 33-
35).

Los piaroas guardaban el excremento del recién nacido hasta que la criatura se ponía dura, con el fin
de precaver que ni los zamuros ni los peces lo comieran, para evitar daños (BUENO, 1933, 69-70; —,
1965, 137).

En las Antillas Menores eran desvergonzados para obrar; pero no se menciona cómo disponían de las
excretas (DU TERTRE, 1958, II, 355, 366).

Los guaikas se proveen en un monte sobre un tronco caído; se limpian con un palito, el cual se
conserva sucio; por la noche lo envuelven en hojas de que hacen un bojote, que botan fuera del
caserío a la mañana siguiente (BARKER, 1953, 460).

Los wapisianas hacen gimnasia al levantarse; van a sus necesidades hombres y mujeres y tapan con
tierra sus excrementos; son vergonzosos ante los extraños; en contraste, sus casas son sucias
(SCHOMBURGK, 1923, II, 36).

Los guayupes eran limpios en sus casas; iban a defecar al río (AGUADO, 1956, I, 598), costumbre que
en el siglo XIX mantenían en el Meta los amarizanos y achaguas (BOUSSINGAULT, 1985, IV, 15). Los
otomacos procedían asi:

El postre de la comida es ir todos a bañarse y lavarse otra vez al río: de allí cada padre de familia
toma su azadón o cosa semejante, y con todos los de su casa toma rumbo a parte, y cava tantos
hoyos cuantas son las cabezas a su cargo, y después que han hecho su forzosa diligencia, cada uno
tapa con gran cuidado su hoyo: esta es diligencia diaria, y siempre poco antes o poco después de
ponerse el sol; y aunque debiera haberla omitido, no lo quise hacer, porque es ceremonia judaica, y
he dado palabra de ir apuntando las que fueren ocurriendo y de los judíos creo yo, que tomaron
también los turcos este uso, cuando marchan o se acuartelan en tiendas de campaña, lo cual hacen
con puntualidad (GUMILLA, 1955, 118-119).

La información de Gumilla era crepuscular, porque en los pueblos islámicos las costumbres higiénicas,
reglamentadas ya en los hadithes del Corán (CASTRO, A., 1948, 413), consisten en lavarse después
de la defecación, a lo que se ha atribuido el aumento de la polución en los canales de riego (MALEK:
MAY, 1961, 320).

Cuando estéis enfermos o en viaje, y hayáis satisfecho vuestras necesidades naturales o hayáis tenido
comercio con alguna mujer, frotaos el rostro y las manos con polvo si no tenéis agua (MAHOMA, s. f.,
59, 75).

En cuanto a la porción andina, los del Ecuador purgan el vientre donde sienten la necesidad, o, como
dice un autor colonial, "donde les toma la voz" (ATIENZA, 1931, 47, 84). El botánico Spruce cuenta
que en Ambato, en la segunda mitad del siglo pasado, mujeres que estercolaban tranquilamente a la
vista del público, saludábanlo con el imprescindible "buenos días, señor". En el Ecuador serrano,
quisquilia es mierda (SPRUCE, 1908, II, 189); pero en quechua sureño se distinguía entre aka =
excremento del hombre y animales grandes, y uchha, el de animales pequeños como cabras,
carneros, llamas (DEDENBACH-SALAZAR SÁENZ, 1985, 117-119), o sea, el español cagarruta. Según
otro quechuista, aka es excremento en general; el de las personas se dice isma; el de animales
pequeños como llama o cuí, ucha; y la boñiga de las vacas es jarka (GUARDIA MAYORGA, 1980, 34).

Los puinanga marañónicos se cagaban a la puerta de sus casas (URIARTE, 1982, 268); en cambio, los
cocamillas eran tan renuentes al excremento, que se espantaron por la boñiga del ganado vacuno
cuando lo introdujeron los colonos (STOCKS, 1981, 96).

Los brasileños eran vergonzosos en la defecación y tapaban sus excrementos (MARTIUS, 1939, 47,
224).

Los cayapós actuales siembran a lo largo de senderos algunos árboles y tienen allí sitios para orinar y
defecar (POSEY: PRANCE & KALLUNKI, 1984, 117-122).

En el río Xingú, un misionero presenció que el principal de la aldea limpiaba la mierda de los perros
(BETENDORF, 1910, 278).

Los jíbaros entierran sus excrementos en un hoyo y lo tapan, para no ser objeto de hechizos; o
estercolan en el agua con motivo de viajes (KARSTEN, 1935, 454). Los niños cagan dentro de la casa,
y con todo y el piso se saca para botar; en cuanto a los adultos, cuando hay sospechas de ataques
ene migos, hacen sus necesidades en la casa, y al día siguiente — perdido el recelo — arrancan todo
con el pedazo de piso y lo botan (HARNER, op. cit., 82, 167).

Los caribes eran tan escrupulosos en este particular, que abandonaban los cultivos donde otros habían
defecado sin tapar; ellos tapaban (SACO, 1932, I, 83).

Otro rasgo notable de varios pueblos indígenas americanos es el control que supieron ejercer sobre
sus funciones fisiológicas. Los kogi enseñan esto a sus hijos (REICHEL-DOLMATOFF, 1977, 212-213).
El botánico inglés Spruce consigna esta circunstancia durante su viaje por el Ecuador Amazónico con
los canelos y otros que les servían de bogas. Ellos atribuían en esto cierta incontinencia a los blancos,
de los cuales decían: "Español caga mucho" (SPRUCE, 1908, II, 454).

Limpieza.

Cuando la digestión es dificultosa, los chimpancés hacen uso de hojas a modo de papel higiénico
(MORRIS, 1973, 55).

La tradición indígena ha enseñado a utilizar hojas o vegetales suaves, para el aseo final después del
desahogo. En Bolivia preferían una llamada tuy, por su suavidad; también se usaba para esparcir en
los pavimentos como control de pulgas (VALDIZÁN y MALDONADO, 1922, III, 330-331). No se ha
podido averiguar la filiación botánica.

Para limpiar a sus niños, los indígenas kuíkuro del Brasil usan hojas de ciertos árboles no identificados
(CARNEIRO: RIBEIRO, 1987, 55). Pero los primitivos tupinambás no utilizaban hojas sino unos palitos
(LÉRY, 1975, 269).

Pasto, hojas, tusas de maíz, son lo mas socorrido (FAULKE, 1958, 49). De lo último se valen en la
aldea de Aritama, en el Magdalena (REICHEL-DOLMATOFF, [1958], 1959, 205). Los quijos usaban
tanto hojas como palos (OBEREM, 1970, I, 123-124).

El papel higiénico empezó a generalizarse en los países ecuatoriales sólo a mediados del siglo XX,
aunque la siguiente copla venezolana de hacia 1890 retrotrae la costumbre:

Con papel puro de seda se limpian los caraqueños:


en el llano nos limpiamos con la pata y con los dedos
(ROMEROGARCÍA, 1952, 22)

Criollos y mestizos.

En Bogotá, a mediados del siglo XIX, como faltaban servicios, la gente pobre hacía sus necesidades a
campo raso (HOLTON, 1981, 183).

Apuntes sobre la ausencia de sanitarios en la Nueva Granada y un episodio al respecto, se deben a un


autor francés (BOUSSINGAULT, 1900, III, 92-93).

En el camino de cargueros que comunicaba Mariquita con la zona minera del Cauca en Marmato,
existía el Alto de los Cagajones, en las faldas del Ruiz, debido a que todos los viandantes tuvieron que
satisfacer allí sus necesidades (BOUSSINGAULT, 1903, IV, 48).

Este era uno de los inconvenientes para que los que vivían en el campo fueran a la ciudad en días
especiales, porque no tenían cómo proveerse (AMARAL, 1939, I, 41).

Es fama que Manuelita Sáenz no daba del cuerpo sino cada ocho días (BOUSSINGAULT, 1985, III,
114-115).

Blancos.

Los animales blancos tienen, en general, menos desarrollado el olfato que los de otros colores o más
oscuros (LA BARRE, 1960, 145-146). La actitud de desagrado frente a la satisfacción en público de
necesidades corporales (excretas, bostezo, etc.), es más acentuada en los pueblos del norte de
Europa de formación protestante, y más laxa en Europa meridional, con menos tapujos. Pero esto
también ha variado en el tiempo. En la época medioeval, los baños se hacían en recipientes donde se
metían personas de ambos sexos a departir, y las clases altas daban a menudo publicidad a la
primera relación conyugal, mostrando el paño ensangrentado (KÖNIG, 1972, 131). Pero los españoles
que viajaban en la travesía a Indias, no tenían muchos complejos para satisfacer sus necesidades a la
vista de todos (SALAZAR: OCHOA, 1965, II, 294).

En España, cuando las deyecciones no se echaban a la calle en las ciudades al grito de "¡agua va!",
generalmente entre once y doce de la noche — de donde el romance "Poeta de once y doce, que es
cuando vacia la gente" (DELEITO Y PIÑUELA, 1968, VII, 128; DEFOURNEAUX, s. f., 82-83) —, se
estercolaba a orilla de los ríos, algunos de los cuales adquirieron de esa práctica sus nombres, como
el río Merdandro en Tudela (hoy Medianilla), y el arroyo Merdanix en Nájera, en 1076 (GARCíA Y
BELLIDO et alii, 1968, II, 141).

Los patios eran sitios de estercolar, y se recomendaba abstenerse de hacerlo donde se criaban
gallinas, porque se pensaba que ese alimento les hacía daño (HERRERA, G. A., 1819, III, 398).

Lo del "¡agua va!" no fue práctica exclusiva en las ciudades españolas, sino en todas las europeas,
como la de Londres de la época de Chaucer, y en otras partes (TUAN, 1980, 213, 215): París y
Edimburgo (BECKMANN, 1877, I, 277).

La silla horadada para descargarse mientras se hacían otras funciones, se puso de moda en Francia en
la época de Luis XIV (CABANÉS, 1927, I, 331, 313). En Versalles, en tiempos de Luis XVI se instaló un
retrete sólo para el rey y la reina (BOEHN, 1928, IV, 289).

Sobre las vasijas para recibir y recoger los excrementos, se ha tratado en otra ocasión (PATIÑO,
1990, II, 429-434).

Coprafagia.

Algunos roedores, como las ratas, tienen dos clases de heces: una pequeña, firme, oscura, que se
expele y otra mas blanda que no se expulsa, sino que se reincorpora desde el ano y es tomada de allí
para volverla al tubo digestivo. Ésta se forma en el ciego y su reingestión permite la digestión de
alimentos que, de otro modo, se perderían; si se impide la ingestión, el animal no crece bien por
digestión incompleta. Este fenómeno es el llamado coprofagia (SCHIMIDT-NIELSEN, 1970, 10), y más
propiamente en este caso, coecotiofagia, como en el conejo, que reingiere hasta el 90% de sus
excretas (HEDIGER, 1953, 171); así se recuperan elevadas porciones de vitamina B12 (VAN GELDER,
1969, 77). La coprofagia es común en los monos.

Pese a la repulsión que pueda producir el enunciado, la verdad es que varias sociedades humanas no
han sido ajenas — aunque fuera en momentos excepcionales — a la ingestión de excrementos.

Entre los romanos existía el juego de la fecación, consistente en amarrar las manos a uno para que,
con la boca, sacara de una vasija con estiércol de animales, un objeto cualquiera que se ponía para el
caso (CARO, 1978, II, 92).

Ya no de animales, sino excrementos humanos, es costumbre ingerir en África Occidental y Oriental y


en algunas regiones del Brasil, lo cual está asociado con la resistencia a los malos olores (CASCUDO,
1983, II, 877, 878-879).

Es conocido el hecho de que algunas tribus caníbales de la Nueva Granada, como los del Cauca medio,
ingerían a sus víctimas a veces incluyendo las vísceras con su contenido (CIEZA, 1984, I, 30). Pero los
tupinambás lavaban las tripas de las víctimas que comían (LÉRY, op. cit., 218-219).

Los antiguos peruanos, a los perezosos y sucios les daban a beber en un mate su propia suciedad
(POMA DE AYALA, 1944, 189).

Durante la época de la violencia en Colombia, se conocieron casos de "pájaros" que hacían comer sus
propios excrementos a prisioneros políticos, antes de sacrificarlos.

En la Farmacopea española y en su heredera la americana, el excremento humano fue tenido como


remedio. Así lo usaban, desleído y bebido para las heridas, en el campamento español durante las
campañas de fines del siglo XVI
contra las tribus de la Sierra Nevada de Santa Marta (SIMÓN, 1981-1982, VI, 22). Se han consignado
otras aplicaciones (VALDIZÁN y MALDONADO, 1922, I, 468-470).

Enemas.

Este asunto se desarrolló en el volumen sobre vivienda y menaje, porque los adminículos para
administrarlas forman parte del ajuar doméstico (PATIÑO, 1990, II, 432-433).

Salubridad pública.

En los pueblos americanos del intertrópico, los gallinazos (Coragyps atratus) hicieron el aseo urbano,
una vez que se generalizó el proceso urbanístico introducido por los españoles (LÓPEz DE VELASCO,
1971, 11, 195), como en Quito, donde en 1573:

Son tan sucias [las gallinazas] como provechosas para la limpieza de los pueblos, que adonde no las
hay las debrían de procurar, porque comen todas las inmundicias y carne hidionda que hallan (J. DE
LA ESPADA, 1965, II, 214).

De estas auras se dijo:

Sin duda eran [fueran] provechosas para algunas ciudades de España para limpieza dellas. Algunos
curiosos han procurado de traerlas a España y no han podido salir con ello, porque se les mueren en
el camino (LÓPEZ MEDEL, 1982, 206, 209-210).

Se le llamaba el pájaro secretario por encargarse de la limpieza (SERRA, 1956, I, 42); a causa de lo
cual se tomaron medidas para protegerlos (VÁZQUEZ DE ESPINOSA, 1948, 353; SCHOMBURGK,
1922, I, 56, 362).

He aquí cómo se expresa de ellos un autor colonial:

Los zamuros, tan buenos colegiales, salen los más aprovechados porque, como es de su obligación la
limpieza anual de toda la tierra, estando atenidos a pasar algunas necesidades cuando no encuentran
suciedades, este es el tiempo en que embarcan de todas provisiones. Ya acuden a los resquicios de
nuestros traseros, ya a la tripa de la tortuga y pescado que se bota, ya al bagazo de los huevos que
baten para sacar la manteca; en fin, son tan libres en todo terreno, que sola la humildad de ellos y
sus buenos estómagos se han granjeado todas las voluntades. Lo que ellos repugnan mucho es cargar
exteriormente cosas de peso, pero en el buche bien pueden echarles, porque comen más que un
vendimiador gallego (BUENO, 1933, 46; —, 1965, 127).

En la época prehispánica, en Méjico hubo cañerías de desagüe en varias ciudades, como Teotihuacán
(MARQUINA, 1951, 13, 62, 66). También en Tula, con caños de piedra como tubos, ocultos por el
revestimiento (ibid., 152). Ya en el período colonial había unas secretas muy buenas en el pueblo de
Yanquitlán (COBO, 1956, II, 468).

Durante la dominación española se hicieron algunos intentos de sanear las poblaciones. El 1° de


agosto de 1537, el cabildo de Quito señaló sitio para echar el estiércol de las casas (RUMAZO, 1934, I,
1: 285). Fuera de eso debía hacerse la limpieza de calles por los vecinos, aunque estos tenían los
"olfatos encallecidos" (JIJÓN Y CAAMAÑO, 1936, I, 293-294).

En Cartagena se dictaron disposiciones de policía urbana (URUETA, 1887, I, 216-217), y en 1790 se


aprobaron arbitrios para limpiar y empedrar las calles (ibid., 1891, VI, 154,239-242).

En 1772, Manuel Centurión, gobernador de la Guayana, dictó unas disposiciones sobre el aseo urbano
(PERERA, 1951, 189).

Los proyectos de alcantarillado con vertedera para las inmundicias, empezaron a abrirse camino sólo
en 1850, con instalaciones en Chicago (1855), Hamburgo (1842), Berlín (1860) (WOLMAN: THOMAS,
1956, 808). En general, en Estados Unidos comenzaron en 1866 (Mc NEILL, 1984, 274-276). En
Londres, ya en 1800 las casas debían estar provistas de retretes; los tenía 1/4 de la población, pero
en el resto de Europa esto se demoró (BOEHN, 1929, V, 208). Hasta 1860, en Berlín no existían en las
casas de la clase media (ibid., VII, 33). Sólo se generalizó el cuarto de baño en el período 1879-1914
(ibid., VIII, 213-214).

En Guayaquil, hasta 1814 no se conocían los excusados; en ese año, el gobernador Vasco y Pascual
hizo instalar varios a orillas del río Guayas (HAMERLY, 1973, 139).

A fines del siglo XIX, en Bogotá el estado sanitario era deplorable, aunque había algunos tramos de
cañería cubierta (SAMPER, 1925, I, 154, 11). Con motivo de la epidemia del cólera se sacaron
160.000 carretadas de basura de los potreros de la Estanzuela y Aranda (CAMACHO ROLDÁN, 1923,
98-99).

En Cartagena, el presidente Lleras Restrepo hizo el alcantarillado en la época de los 60 del presente
siglo (LEMAITRE, 1983, IV, 605).

La situación sanitaria mejoró bastante en el hemisferio a raíz de la fundación, en 1902, de la Oficina


Sanitaria Panamericana, que en 1949 fue transformada en Oficina Regional de la Organización
Mundial de la Salud (OMS) de las Naciones Unidas (SÁNCHEZ ALBORNOZ et al., 1968, 147).

Entre los programas sanitarios de la Fundación Rockefeller, figuró la construcción de letrinas en los
pueblos sin alcantarillado (Mc NEILL, 1984, 284-285).

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