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Teniendo en cuenta uno de los ejemplos de Gettier:
Suponga que Smith y Jones se presentaron para cierto trabajo. Y suponga que
Smith tiene fuerte evidencia de la siguiente proposición conjuntiva:
(p) Jones es el hombre que conseguirá el trabajo y Jones tiene diez monedas en el
bolsillo.
Supongamos que Smith ve la implicación de (p) a (q), y acepta (q) en base a (p),
para la cual tiene evidencia. En tal caso, Smith está justificado en creer que (q) es
verdadera.
Pero imagine, además, que sin el conocimiento de Smith, él mismo, y no Jones,
consigue el trabajo. Y también que, sin el conocimiento de Smith, él mismo tiene diez
monedas en el bolsillo. La proposición (q) es entonces verdadera, aunque la proposición
(p) de la cual Smith infirió (q) es falsa. Por tanto, la proposición (q) cumple todos los
requisitos necesarios para ser considerada conocimiento: (q) es totalmente verdadera,
Smith cree en ella y está justificado para hacerlo. Es decir, Smith tiene creencia
verdadera y justificada de que (q), pero no podemos afirmar que sabe (q), pues (q) es
verdadera en virtud de las monedas que hay en su propio bolsillo y no de las que ha
contado en el bolsillo de Jones, por lo que su creencia en (q) se deduce de una
proposición (p) que, en realidad, es falsa.
En síntesis, con este contraejemplo Gettier demuestra que es posible inferir una
conclusión correcta a partir de una premisa errónea, aunque cierta en principio. Esto
significa que, de acuerdo con el ejemplo anterior, la justificación de Smith es incorrecta,
pero existe, y sólo ello se requiere –según la definición clásica tripartita– para
conformar conocimiento: que exista una justificación. Por tanto, Gettier concluye que
tales condiciones no son suficientes para saber.
Primera Solución:
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p y que p sea verdadera, que la verdad de p no sea accidente (i.e.: que S crea que p más
que no-p).
Argumenta que no es necesario que el conocedor sea capaz de apoyar o
fundamentar su creencia verdadera refiriéndose a otras proposiciones porque existe un
tipo de conocimiento «no razonado» que el sujeto no puede expresar adecuadamente y,
menos aún, justificar. Por tal motivo, Williams sostiene que constituye una ilusión
cientificista reemplazar el entendimiento humano no razonado por procedimientos
articulados y razonados de forma científica, y que no es un requerimiento del
conocimiento que el conocedor tenga que estar en algún estado consciente especial en
relación con su creencia verdadera, sino que el requisito es que no sea accidente, es
decir, que pueda establecerse una investigación acerca de la cadena o conexión de
razonamientos causales capaces de preservar la verdad en la ruta que se dirige de los
hechos a las creencias.
Segunda Solución:
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Su creencia verdadera ha sido obtenida mediante un proceso fiable.1
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Entiéndase por proceso fiable aquél que proporciona un alto porcentaje de creencias verdaderas.
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Según el externismo, no es necesario que el sujeto sea capaz de justificar sus creencias, ya que pueden
estar justificadas por factores externos –tal vez desconocidos por el sujeto–. Vid. Grimaltos, T. e Iranzo,
V. (2009), “El debate externismo / internismo en la justificación epistémica”, en Cuestiones de Teoría del
conocimiento, pp. 41-42.
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Por lo tanto, de acuerdo con la posición del fiabilismo los hechos formulables de
forma naturalista no pueden establecer si en el caso descripto el sujeto perceptor es o no
es alguien que sabe.
Tal como sostiene Sosa en su crítica al fiabilismo la obtención de verdad puede ser
resultado del azar. La introducción de algún factor extraño puede hacer que el proceso
–“fiable” – no opere correctamente en una situación particular, aunque produzca
algunas creencias verdaderas. En tal coyuntura, la creencia estaría justificada, pero no
constituiría un caso de conocimiento. El planteamiento de Sosa respecto del fiabilismo
sostiene que la formación de una creencia mediante procesos cognitivos fiables no es
condición suficiente para la justificación de dicha creencia.
Tercera Solución:
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al operar excelente de ciertas facultades o capacidades, como por ejemplo, la
percepción. Cabe destacar, que es en la idea de adecuación donde descansa la fuerza
normativa que poseen estos procesos, siendo la idea de funcionamiento adecuado lo que
sustenta la normatividad.
Como, según propone la teoría de las virtudes, existe una fuerte vinculación entre
las capacidades del sujeto epistémico y la verdad de la creencia, el rol que juegan la
idoneidad y la seguridad de dicho sujeto en este planteamiento es capital, ya que ambas
nociones constituyen valores fundamentales de las facultades cognitivas. En primer
lugar, porque aquello que se valora en una actuación es la competencia o la habilidad –
es decir, la idoneidad– del sujeto y no el acierto –ya que éste puede ser debido al azar–.
En segundo lugar –y ulterior al valor de idoneidad– es imprescindible la seguridad con
que cuenta un sujeto para la adquisición de un conocimiento seguro y que consiste en el
valor que presenta una creencia adquirida en circunstancias o condiciones adecuadas.
Esta doble forma de valoración de creencias –i.e.: la idoneidad y la seguridad del
sujeto epistémico– conduce a dos formas o modos de producción del conocimiento
humano: el modo pre-reflexivo, que esencialmente es el modo productor de creencias
debido a las facultades especialmente hábiles del sujeto en la producción de creencias
verdaderas; y el modo reflexivo, en donde se examina esa producción de creencias
reflexivamente, sobre todo teniendo en cuenta si las circunstancias de producción han
sido las adecuadas.
En resumidas cuentas, la teoría de las virtudes sostiene que el sujeto debe ser
sensible a las propiedades epistémicamente valiosas de las creencias, prefiriendo las
creencias idóneas y seguras que hayan sido producidas por facultades virtuosas.
Adoptar una perspectiva epistémica significa que el sujeto sea capaz de alcanzar el
estadio de conocimiento reflexivo mediante la adquisición de capacidades críticas o
capacidades para examinar las facultades que le son propias, indagando acerca del grado
de buen funcionamiento de estas facultades y teniendo en cuenta tanto las propiedades
epistémicas («habilidad», «sensibilidad», etc.) como las condiciones en que se han
producido.
Un sujeto asume una perspectiva epistémica cuando analiza el valor de una creencia
a partir de un examen crítico de sí mismo: desde su interior, en relación al contenido de
la creencia y, desde el exterior, en tanto que instrumento cognitivo que está sometido
faliblemente a circunstancias de buen funcionamiento. Mediante la adopción de una
perspectiva epistémica el sujeto consigue obtener creencias seguras, ya que atiende
desde sus propias capacidades racionales a la formación de la creencia.
La reflexión incrementa la calidad epistémica de las creencias y las vuelve más
valiosas en la medida que su adquisición excluye o disminuye la accidentalidad del
éxito en la creencia. Por lo que el reforzamiento del valor de una creencia se atribuye al
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«carácter epistémico» del sujeto, siendo el sujeto reflexivo el portador de mayor mérito
epistémico, en tanto posee la capacidad de asumir una perspectiva epistémica.
En suma, por «perspectiva epistémica» de un sujeto se entiende el conjunto de sus
creencias relativas a sus propias capacidades y posibilidades de obtener creencias
verdaderas.
La crítica que lleva a cabo la teoría de las virtudes a otras propuestas de solución
como el fiabilismo y la teleología de diseño es que, si bien éstos son sistemas que
tienden a producir creencias verdaderas, el valor de la creencia sólo aumenta por la tasa
de éxito o por el diseño del agente y no por los propios méritos y las facultades
virtuosas del sujeto epistémico.
Por ejemplo, el fiabilismo sostiene que el hecho de que una creencia haya sido
generada mediante un proceso cognitivo o facultad fiable –i.e.: mediante un proceso que
arroja una alta tasa de creencias verdaderas– es condición suficiente para que la creencia
esté justificada. La crítica que le realiza la orientación perspectivista de la teoría de las
virtudes es que se trata de una posición radicalmente externista, porque la justificación
de una creencia particular depende exclusivamente de un hecho del mundo, como es la
frecuencia de éxito de un proceso generador de creencias.
En cambio, para la teoría de las virtudes basada en fines el valor de una facultad
virtuosa proviene de sus consecuencias, es decir, del fin para el que están diseñadas o al
que están orientadas (o sea, la verdad o la producción de creencias verdaderas). De
acuerdo con esta posición, los actos doxásticos están ligados a la estructura
motivacional del sujeto, de modo que el valor de la creencia se ve afectado por el hecho
de que el sujeto esté motivado por el amor a la verdad.
Desde el punto de vista del perspectivismo la motivación es innecesaria para la
obtención del conocimiento. Conforme a esta postura no sería la motivación por la
verdad lo que contribuiría a fundar la normatividad del conocimiento sino el
reconocimiento de la autoridad que tiene tal o cual propiedad epistémica. Por otra parte,
sostienen los perspectivistas de la virtud que puede ocurrir que la vida afectiva se
oriente a fines no valiosos. Las motivaciones, argumentan, pueden ser una guía de lo
que valora el sujeto, pero no una explicación del valor de lo que es valorado. Por lo
tanto, el componente motivacional es irrelevante para el problema de la autoridad.
En síntesis, el estar motivado por la búsqueda de la verdad no es condición ni
necesaria ni suficiente para dar cuenta de la autoridad epistémica. No es necesaria
porque las motivaciones de muchos agentes epistémicos pueden ser muy variadas y
diferentes a la búsqueda de la verdad. Tampoco es suficiente porque tal motivación
puede llevar a la búsqueda de verdades irrelevantes y poco interesantes. Si tal fuera el
objetivo incondicional de un agente epistémico, la normatividad epistémica
fundamentada en la verdad nos embarcaría en tareas irracionales.