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Novena A La Virgen de Chiquinquira
Novena A La Virgen de Chiquinquira
CHIQUINQUIRÁ
Oración inicial
Acto de contrición
Oración para todos los días
Consideración para cada día
Gozos
Oración final
ACTO DE CONTRICION
Señor mío Jesucristo, Padre de infinita misericordia y Dios de todo consuelo, que
haces grandes maravillas en el Cielo y en la tierra, y entre ellas el haberme hecho
a tu imagen y semejanza y capaz de tu gloria y felicidad. Confieso, Señor, que
haces un beneficio tan grande, que no hay palabras para poderlo ponderar
dignamente, ni caudal alguno en todo lo creado para poderlo retornar. Por el ser
que me diste no debiera haber instante de tiempo que no lo emplease en servirte,
amarte y agradarte con todas las fuerzas de mi alma; no debiéramos tener
pensamiento, ni articular palabra, ni hacer la más leve cosa, que no fuese
ordenada a tu mayor honra y gloria. Pero, ¿cómo me he portado? Ingrato y
desconocido a tus favores, tantas veces borro de mi alma tu imagen y semejanza,
cuántas veces atrevidamente te ofendí y me olvidé que eras mi Creador, mi eterno
bienhechor. ¡Ay, Dios mío, dulzura de mi alma y centro de mi corazón! ¿Qué haré?
¿A dónde iré? ¿Quién renovará en mí la imagen de mi Creador? ¡Oh! Si oyera la
voz de mi Amado en aquellas dulcísimas palabras: ¡Se renovará tu juventud como
la del águila!
Cuánta es, Señor, la tristeza de mi corazón cuando escucho los baldones con que
unas voces secretas me dan en rostro y me dicen: ¿Dónde está tu Dios?
Señor, tú no quieres que me olvide de esta benignidad; y para que siempre viva en
mi reconocimiento, dispusiste que se erigiese en María santísima un altar de
perpetuo monumento y que esta misma Señora renovara su imagen en
Chiquinquirá. Quieres hacer a tu Madre Santísima el honor de renovar también en
mí, por su medio, lo que yo arruiné por mi culpa. Ea, pues, Señor, yo te suplico por
el amor que le tienes, que mires con piedad la compunción de mi corazón y me
concedas el perdón de todos mis pecados. Tú mandaste y esta ha sido siempre tu
voluntad, que honremos a nuestros padres, y para tu ejemplo, hiciste lo que
mandaste. Asegurado, pues, de tu bondad, me atrevo a suplicarte que honres la
memoria de tu Madre amantísima, y que me concedas por sus méritos lo que por
mis culpas no merezco. Y, pues gustas que la saludemos con las divinas rosas de
su Rosario, yo, para tenerla propicia a mi consuelo, le ofrezco las mismas que
fueron el principio de su mayor dignidad y de nuestra eterna felicidad. Amén.
Clemente Emperatriz de los Cielos. Madre Santísima del Rosario, que siendo
producida de los inmensos tesoros del Cielo, a esfuerzos del poder divino fuiste
igualmente destinada en el consistorio de la Santísima Trinidad, para que fueses
Madre del Unigénito Hijo de Dios, y por eso llena de Gracia desde el instante de tu
Concepción. Tú, Señora, eres el remedio universal que trazó la infinita sabiduría y
misericordia del Altísimo, para socorrer al mundo que se había perdido por la
culpa original. Eres la Madre de Misericordia, en quien confían los pecadores para
librarse de los rigores de la divina justicia; y si en todas partes manifiestas el
cuidado que de ellos tienes, especialmente lo conocemos en tu milagrosa Imagen
de Chiquinquirá, en donde declaras que si estas dotada de la ilustre dignidad de
verdadera Madre de Dios, también eres verdadera Madre de pecadores y si
renuevas, esta tu imagen en un lienzo roto y maltratado, también renuevas con tu
milagroso poder, en el tosco lienzo de nuestros corazones, la imagen de tu Hijo
bendito.
¿Quién podrá contar, oh Soberana Princesa de la gloria, las conversiones que
haces con los pecadores endurecidos? Con sólo haber mirado tu imagen son
muchos los que se han rendido a las dulces influencias de la gracia.
Humildemente te suplicamos, Señora y Madre nuestra, que la misma piedad que
te movió a visitarnos en tu Renovación, mueva también nuestras rebeldes
voluntades a sujetarnos al suave yugo de los divinos mandamientos y al
aborrecimiento de nuestras culpas, para hacer de ellas una verdadera y fructuosa
confesión que asegure nuestra salvación. Alcáncenos también la gracia que en
esta novena te pedimos por la intercesión de tus gloriosos siervos san Andrés
apóstol y san Antonio de Padua, si ha de ser para mayor gloria de Dios y salvación
de nuestras almas. Amén.
ORACIÓN FINAL
Bienaventurada Madre del Redentor, puerta del Cielo que siempre estás abierta,
hermosa estrella que guías a los que navegan en el mar tempestuoso de este
mundo, socorra a los que están caídos en el pecado, y que desean librarse de él,
Tú, que con pasmo de toda la naturaleza concebiste y diste a luz a tu Creador,
Virgen santa antes y después del parto, compadécete de los pecadores,
recibiendo la salutación del ángel san Gabriel.
Purísima y suavísima Virgen María del Rosario, Madre de Dios, cuya pureza y
virginidad tan cordialmente amada de tu castísimo corazón, y tan preferida a todas
las cosas que hay después de Dios, se conoce vienen de aquel divino coloquio
que tuviste con el ángel que vino de parte de Dios, a participarte los designios que
meditaba el Altísimo en tu persona, y cómo determinaba concebirse en tu virginal
regazo, aquel que en toda la eternidad es concebido en el seno del Eterno Padre.
¡Cuánta fue entonces tu turbación! No entiendo, decías, cómo puede ser esto, ni
cómo haya de tener su debido cumplimiento; porque has de saber que yo tengo
ofrecido a mi Dios el candor de mi virginal pureza; y a lo que entiendo, al Señor le
agradó aceptar la oblación de su humilde esclava. ¡Qué razones éstas tan puras y
tan llenas de efectos celestiales! Obraste, Señora, con gran prudencia en
asegurarte de que no padecería detrimento tu entereza virginal y que antes
alcanzarías la mayor perfección que pueda imaginarse. ¡Quién imitara, oh Virgen,
tu pureza! ¡Quién mereciera que inclinaras los oídos de tu piedad, para que
hicieses descender sobre nosotros un destello de tu eminente santidad, que
limpiara nuestros corazones de todo efecto sensual! Así, te suplicamos, Virgen de
Chiquinquirá, Señora bendita, concédenos por tus gloriosos siervos san Andrés y
san Antonio soldar las roturas que abrió en nuestras almas el pecado, que
rompiéndose de dolor nuestros corazones seamos perfecta imagen de tu Hijo y
que nos alcances el favor que en esta novena pedimos a mayor honra y gloria de
Dios. Amén.
Misericordiosa Reina de los Cielos, María Santísima del Rosario, que entre las
promesas que el ángel te hizo para que se efectuase el misterio de la Encarnación
del Hijo de Dios, fue el asegurarte que el hijo que de tus entrañas nacería, había
de ocupar la silla, el cetro y la corona de David, tu padre, gobernando la Casa de
Jacob, no por un tiempo limitado como otro reyes terrenos, sino por toda la
eternidad, por cuya divina promesa, tú, Señora, eres la Reina Misericordiosa,
heredera legítima del reino eterno de tu Hijo, cuyo imperio abraza todo aquello que
a la Santísima Trinidad adora; eres el Trono del verdadero de tu Hijo, tienes el
gobierno de todas las criaturas y en todo tiempo eres Refugio de los pecadores y
jamás te cansas de socorrer a los afligidos.
Serenísima Reina del Cielo, Madre de pecadores, María Santísima del Rosario,
que resignada del todo a la voluntad divina, después de estar satisfecha de tus
reparos, explicaste el consentimiento a la embajada del Cielo, cuando dijiste: “He
aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”
Pecamos todos los días y ofendemos al Unigénito de tus entrañas; y así preciso
será que todos los días, te presentes ante el tribunal divino para detener las
saetas de su justicia, y pedimos para nosotros no sólo el perdón de los pecados,
sino también muchas mercedes y beneficios.
Fragante Rosa del Cielo y Azucena de los valles, María Santísima del Rosario,
que después que el ángel te dio la noticia de la preñez de tu pariente santa Isabel,
caminaste a los montes de Judea, llevando en tu vientre al mismo Rey de la gloria,
para visitar y servir a tu prima, en los tres meses que hiciste mansión en su casa
hasta que nació el niño Juan.
Como contemplan almas piadosas, y contemplo yo, Reina mía, cómo ibas en
aquel camino, cual humilde devota y circunspecta, poniendo en admiración a los
mismos ángeles que no apartan los ojos de tus virtudes diciendo:
“¿Quién es ésta que sube como la aurora, hermosa como la luna y escogida
como el sol?”.
¡Eres toda hermosa y no hay mancha alguna en ti! ¡Qué hermosas son nuestras
pisadas, Hija del Príncipe de la gloria!
Ibas entonces, Señora, como una nube ligera que va a coronar la cumbre de una
elevada montaña, cargada del rocío del Cielo; ibas como una caritativa huésped,
que conducía al hermoso Sol de justicia, Cristo, que había de santificar a su
Precursor y librarle del contagio del pecado original. Mas no fue esa sola vez
cuando diste a las criaturas ese regocijo, porque después de la memorable
renovación de tu Imagen de Chiquinquirá, quisiste salir de tu retiro a visitar los
lugares vecinos y librarlos del contagio de la peste, del hambre y de la esterilidad
que entonces afligían la tierra: saliste, del mismo modo, como un viajero celestial,
prodigando favores, acompañada de tus grandes personajes san Andrés y san
Antonio; saliste como águila grande, a quien se dieron estas dos alas, para volar
ligeramente al socorro de los afligidos. Así caminabas, por el desierto, en hombros
de sacerdotes, acompañada de innumerable pueblo. ¡Cuánto se alegraron los
árboles y las plantas, al pasar por frente a ellos la Señora de todo el mundo! Los
arroyos cristalinos detienen sus corrientes por mirarte; las aves, en sus tonos
diferentes, te hacen saludos al pasar; los desiertos se visten de hermosura, y
reverdecen los campos por donde pasas, y todos aquellos valles multiplican
abundantemente sus trigos, porque viene a visitar sus tierras la Señora; pero en lo
que más se manifestó tu amor, fue en desterrar la peste; pues todo fue uno,
dejarte ver en los lugares, y levantarse sanos los que eran el retrato de la muerte.
Rogamos, Señora, te dignes desterrar de nosotros los aires malignos que nos
apestan; danos abundantemente los frutos de la tierra y, si el estío quemare
nuestros campos, envíanos aguas tempranas; si éstas ahogaren los granos, haz
que se suspendan hasta su tiempo. Danos, finalmente, lo que solicitamos en esta
novena, pues lo pedimos confiados en el valimiento que para ti tienen tus gloriosos
siervos san Andrés y san Antonio, a mayor honra y gloria de Dios Nuestro Señor.
Amén.
Feliz Virgen María, Madre de Dios y Reina del Rosario, que con tu santísimo
esposo José, te dirigiste a Belén, y no hallando posada, escogiste un establo, en
donde moraste y diste a luz al Rey de la gloria, y cuando llegó el tiempo
determinado, con grande regocijo tuyo, le conociste, le acariciaste y reclinaste en
un pesebre, sobre pobres y humildes pajas, en medio de dos animales; y con
profundísima humildad y reverencia le adoraste como Dios, y como a tu Hijo le
diste a gustar leche de tus virginales pechos, y allí mismo le mostraste a los
pastores y a los Reyes para que le adorasen.
Nosotros, Señora, te damos alegres plácemes y con regocijo del corazón nos
alegramos de tu inefable felicidad, nos gozamos de que seas nuestra Reina y
Madre de nuestro Dios.
Eres aquella rosa, la más hermosa y fragante de cuantas produjo el Jardín del
Cielo, de la cual nació aquella hermosa y única flor, Jesucristo, Salvador de
nuestras almas. Nos admiramos, Señora, que los moradores de Belén no
quisiesen tener consigo estas divinas prendas de amor; pero aquí tienes pronto
nuestro corazón; ven a morar en la pobreza de él, y llénalo del suavísimo olor que
se esparce en tu hermosura. No sucedió así, cuando saliste de este lugar de
Chiquinquirá, y llegaste a las ciudades vecinas, porque era tan grande el deseo
que tenían sus moradores de hospedarte y tenerte siempre en su compañía, que
por esta razón hacían amorosas diligencias por tenerte como el Arca del
Testamento, en casa más digna de tu habitación; pero amabas a Chiquinquirá,
lugar de tu aparición, y querías estar en el centro de tu pueblo, para mirar
igualmente a todos, como dulcísimo centro de nuestro corazón, a donde se han de
encaminar nuestros suspiros; no desechaste el lugar que una vez tomaste, lugar
feliz y dichoso, del cual podemos decir, imitando al profeta:
Aquí, en esa casa, es donde te han rendido sus votos y oraciones, no sólo los
pastores y gente humilde, sino también los mayores personajes de toda la nación.
A todos consuelas, por todos ruegas y a todos llamas al amor de Dios.
¡Oh piélago de amor divino! ruega por todos nosotros, infunda en nuestros
corazones una centella del fuego en que te abrasas. Eres protectora de la fe;
convierta a los infieles y herejes al redil de la santa Iglesia, para que todos
reconozcan al que engendraste, Jesucristo, salvador de nuestras almas.
GOZOS
¡ Pueblo de Chiquinquirá,
tierra mil veces dichosa !
¡ Qué riqueza tan preciosa
Dios en su campo nos da !
¡ Oh ! qué celestial maná,
de tan infinitos sabores,
vierte en su imagen María: