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ESCENA 9.

CASA DE MIGUEL Y MARCELA - DÏA

Miguel está sentado con expresión muy seria. Entra Marcela, algo agitada, con una

bolsa repleta de víveres.

MARCELA: ¡Uuufff...! No sabes lo que son las tiendas... ¡Todo el mundo

peleándose los víveres porque parece que se viene otro paquetazo!

Doscientos por ciento en un mes. ¡Y el dólar disparándose a qui-

nientos intis! Yo no sé hasta cuándo vamos a aguantar, si ya hay

gente que no tiene ni para el pan...

(Miguel sólo le dirige una mirada adusta. Marcela se enfría.)

MARCELA: ¿Pasa algo?

MIGUEL: Acabo de hablar con Paul.

(Marcela deja la bolsa y lo encara con dureza.)

MARCELA: ¿Ah, sí? ¿Y qué te dijo?

MIGUEL: ¿Qué crees? (Pausa) No debiste hacer eso, Marcela.

MARCELA: Hay muchas cosas que tú tampoco debiste hacer. Pero las hiciste.
MIGUEL: ¿Por qué fuiste dónde él, si tu problema es conmigo?

MARCELA: Porque ya estoy harta de soportar esto como una imbécil. ¿Para qué

voy a hablar contigo? ¿Para que me vuelvas a llorar, para que me

vuelvas a prometer lo que nunca cumples?

MIGUEL: (Tratando de hacerse oír) Yo entiendo que tú...

MARCELA: (Alzando la voz) ¡Me cansé de esperar! Y si tú no tienes el valor de

cortar por lo sano, voy yo y lo hago.

MIGUEL: (Culposo) Tienes razón. Te he vuelto a fallar. Pero esta vez será

diferente: no voy a prometerte nada. Nunca más.

MARCELA: (Atónita) ¿Qué significa eso?

MIGUEL: Que hay cosas que no pueden prometerse.

MARCELA: (Indignada) Miguel... entonces, todo este tiempo... ¡me has estado

engañando!

MIGUEL: Me he estado engañando.

MARCELA: ¿Y qué quieres que haga ahora? ¿Que te dé el pésame?


MIGUEL: Por favor, baja la voz. El niño puede oír.

MARCELA: ¡Ahora te acuerdas de tu hijo! Y dime, ¿piensas en él cuando estás

con Paul? ¿Te has puesto a pensar en las cosas que va a oír sobre su

padre...?

MIGUEL: Si no haces un esfuerzo... si no tratas de entender lo que te estoy

diciendo...

(Marcela se queda pensativa, casi abrumada, en un rincón.

Miguel se acerca a ella más calmado.)

MIGUEL: Paul acaba de aceptar un puesto en Buenos Aires. Ya no lo verás.

MARCELA: ¿Y tú? ¿Lo vas a ver?

MIGUEL: No lo sé.

MARCELA: (Muy triste) Si alguien me hubiera dicho que todo iba a terminar

así, no hubiera tenido un hijo. ¿No piensas en Raulito?

MIGUEL: Raúl es mi hijo. Siempre lo voy a querer... lo mismo que a ti.

MARCELA: Demuéstralo. ¡Haz un sacrificio, por nosotros! (Se dirige a él, casi
suplicante) No eches todo a perder, Miguel... yo puedo tratar de

entenderte. Tal vez si... si empezáramos todo de nuevo... ¡yo sé que

podemos ser felices, estoy segura...!

(Miguel asiente con ternura.)

MIGUEL: Nada será posible mientras no me aceptes como soy.

MARCELA: (Impaciente) Pero, ¿te das cuenta de lo que me estás pidiendo? ¡Es

demasiado!

MIGUEL: ¿Por qué?

MARCELA: ¡Porque no puedes exigirme algo que no está en mi naturaleza!

MIGUEL: Tú tampoco.

(Ambos se miran las caras un instante. Luego se estrechan en

un abrazo muy fuerte, llenos de tristeza.)

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