Está en la página 1de 4

Ensayo

Terapia Narrativa

Cuando decidí que mi deseo era convertirme en terapeuta, en mi surgieron varias dudas,
dudas que emergieron de la idea preconcebida de la terapia vista desde el ojo de la sociedad
en el contexto neoliberal; me preocupé un poco por la patologización del comportamiento
humano y la medicalización de las conductas consideradas fuera de lo “normal”, pensé que
entrar a un mundo terapéutico tal vez era encontrarme en estos lugares, aun así, con miedos
y dudas me arriesgué.

Encontrarme con que no he sido la única que ha dudado de los métodos tradicionales de
intervención terapéutica, aumentó mi deseo de ser terapeuta, pero a su vez me introdujo en
un reto aún mayor, pues quienes han escrito formas alternativas de encontrarse en el
espacio terapéutico se han encontrado con incontables obstáculos, pero a su vez han
logrado mover de lugar la terapia. ¿Podré multiplicar estas apuestas en mi práctica
terapéutica?

Una de estas apuestas la realiza la terapia narrativa propuesta por Michael White y David
Epston, en donde se vuelca el lugar del terapeuta como experto, y da un lugar
preponderante a las narraciones de las personas que consultan.

(…) para evitar patologizar a las personas, los terapeutas narrativos no se presentan
como expertos objetivamente neutrales que diagnostican problemas y prescriben o
brindan soluciones, intervenciones, tratamientos o respuestas. La terapia narrativa
enfatiza que, para dar sentido y significado a sus vidas, las personas con frecuencia
trabajan para comprender sus vidas. (…) el terapeuta narrativo adopta una postura
optimista, respetuosa, pero “que no sabe” o tentativa o curiosa, utilizando la
escucha, las conversaciones terapéuticas y las preguntas para ayudar a las personas a
encontrar inconsistencias y contradicciones y para elaborar sus historias para
desenmascarar suposiciones ocultas y abrir nuevas posibilidades. Se alienta a las
personas a encontrar narrativas alternativas, no solo una historia consistente, sino
también a encontrar historias alternativas que tengan sentido para sí mismas.
(Besley, 2001, p. 77)
Para este fin, la terapia narrativa se vale de las narraciones de las experiencias de los sujetos
y los significados que éstos le dan a las mismas, teniendo en cuenta que éstas se desarrollan
en un contexto histórico, social y cultural único que no le es ajeno a la vida de las personas,
sino que por el contrario cargan sus historias personales. Además, como expresa Campillo,
s.f., la terapia narrativa acude a la externalización como una forma de permitirle a los
consultantes separase del problema e invitarlos a colocarse en un lugar de observadores de
su propio proceso. Esta experiencia les da la sensación de liberación, por tanto, facilita el
reconocimiento de la situación problemática y de las acciones que se pueden tomar para
salir de la misma. Para lo anterior se toma el concepto de deconstrucción de Jacques
Derrida (1982), que permite a las personas externalizar las historias detrás de las historias,
de dónde surgen, cuál es su carga, por qué de algunas prácticas, etc. Esta permite al ser
humano identificarse, re-narrarse y crear nuevos discursos que den paso a acciones de re-
autoría (Besley, 2001).

La utilización de la metáfora, es también propia de la terapia narrativa, pues la metáfora en


sí misma “es capaz de crear sentido, de desplazar y crear sobre sus ruinas nuevas imágenes.
De ahí su poder catártico y sanador” (Builes, 2018, p. 23).

El enfoque narrativo se preocupa por permitirle a las personas visibilizar, a través de los
relatos de sí, los discursos que han ido configurándose durante su vida y que pueden
ocasionar dolor (Builes, 2018), es por esto que no basta con que el terapeuta esté presente
en las conversaciones con los consultantes, sino que además debe ser un participante activo,
un curioso y sobre todo, debe estar dispuesto a la retroalimentación y reflexión, no sólo de
la vida del consultante, sino de sí mismo.

Lo anterior cobra mayor relevancia si tenemos en cuenta el supuesto de que


los terapeutas ‘están inevitablemente involucrados en una actividad política’, en el
sentido de que deben desafiar continuamente las sub técnicas que someten a las
personas a una ideología dominante’ (White y Epston 1990, p 29). Los terapeutas
siempre deben asumir que están participando en dominios de poder y conocimiento
y que a menudo están involucrados en cuestiones de control social. Por lo tanto, los
terapeutas deben trabajar para desmitificar y desenmascarar las relaciones de poder
ocultas implicadas en sus técnicas y prácticas. (Besley, 2001, p. 77)
Este supuesto implica una responsabilidad del terapeuta por deconstruir los discursos de
poder en los que se encuentra inmerso, sus prácticas terapéuticas y la noción de sujeto que
trae consigo, pues de otra forma, será difícil comprender a los consultantes como agentes de
sus procesos.

White, 2009, propone que el terapeuta debe reconocerse a sí mismo como ser humano que
se configura constantemente al igual que sus consultantes, por eso considera importante la
identificación y deconstrucción de los privilegios que se supone tienen los terapeutas, pues
la práctica real del espacio terapéutico no siempre cuenta con dichos privilegios y darlos
por hechos pueden llevar a las frustraciones del terapeuta que busca unos resultados con
acciones generalizadas. Para esto presenta la ética de la colaboración, la cual permite a los
terapeutas explorar alternativas y visibilizar los diferentes contextos de los consultantes
para que, por medio de algunas prácticas, pueda seguir las consecuencias reales de su
trabajo en la vida de los consultantes.

Es esto es lo que hace del espacio terapéutico un reto para nosotros como terapeutas, pues
si nos entendemos a nosotros mismos como sujetos de la estética de la existencia, implica
que

se entiende a sí mismo y a los demás como fuerzas creadoras que, desde su libertad
y su condición de posibilidad, devienen formas múltiples. Es un sujeto que se define
como forma en devenir y no como sustancia o esencia inmutable. Por tanto, es un
sujeto que define sus propios criterios de estilo y de belleza, que pueden ser
absolutamente disímiles: mientras que para unos lo bello es la actividad, la
velocidad y el vértigo, para otros es la lentitud, la quietud y el recogimiento; para
unos es dominar, para otros, ser conducidos; para unos es el derroche, para otros, la
austeridad; para unos es el saber, para otros, el ignorar; para unos es la lucha, el
combate y la guerra, para otros, el diálogo y la convivencia pacífica. (Builes, M.
2012, p. 69)

Mi reto es entonces comprender que la terapia narrativa es un espacio que no sólo se debe
al consultante, sino a mí misma, pues cultivarme como ser humano, me permitirá una
práctica consciente y empática por las historias de los consultantes.
Bibliografía

 Besley, T. (2001) Foucauldian Influences in Narrative Therapy: an Approach for


School. Journal of Educational Enquiry, 2(2), 72-93.
 Builes, M. (2018) La narrativa y la metáfora como hilos de la creación terapéutica.
De Familias y Terapias (44), 21-31.
 Builes, M. H. (2012) Un concepto foucaultiano: estética de la existencia. Uni-
pluri/versidad, 12(1), 64-72.
 Campillo, M. (s.f.) El uso de la metáfora y la terapia de juego en la conversación
externalizante con el modelo de narrativa.
 White, M. (2009). La ética de la colaboración y la práctica descentrada. En: El
enfoque narrativo en la experiencia de los terapeutas. (pp. 237-282). España:
Gedisa.

También podría gustarte