Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
FRANCO ROSSI
cada libro, a los santiagueños:
L
A
I
R
muchas gracias!!!
O
T
I
D
E
FRANCO ROSSI FRANCO ROSSI
A
Jorge Rossi
S
A
C
C A S A E D I T O R I A L C A S A E D I T O R I A L Editor
Proyecto y Realización
Jorge Rossi
Edición
Adriana Serra Lafluf
Prólogo de la colección
Dr. José Andrés Rivas
Revisión y correcciones
Dra. Hebe Luz Ávila
Dibujos tapas
Ricardo Touriño
Colaboración Editorial
Lic. Alicia C. Montenegro
Primera edición
SANTIAGO DEL NUEVO MAESTRAZGO
Editorial Herca. Santiago del Estero. Noviembre de 1991.
ISBN 978-987-1060-54-2
Este libro ha sido impreso en papel según normas IRAM ISO 2000
de acuerdo con los estándares de TCF.
Todos los derechos reservados. La reproducción de este libro, sea en su totalidad o parcialmente,
deberá hacerse con expresa autorización del editor.
Este libro fue impreso por Jorge Rossi Casa Editorial.
ORESTES DI LULLO
Santiago
del Nuevo Maestrazgo
4
Santiago del Nuevo Maestrazgo
5
Orestes Di Lullo
6
Santiago del Nuevo Maestrazgo
7
Orestes Di Lullo
muy respetadas. Si ellas fracasaban -lo cual era lo más probable- las cre-
encias de la comunidad, que no estaban muy separadas de las fórmu-
las mágicas del curandero, le vaticinaban a la víctima un lugar en el
más allá adonde compensarían sus pesares.
Para la tradición indígena, señala Di Lullo, la enfermedad era
producto de los malos espíritus. Para espantarlos recurrían a los cu-
randeros, los amuletos, los conjuros y hechizos. Plumas, hilos de lana,
collares de cabezas de serpientes, pedazos de huesos de cráneos, dien-
tes y garras de animales formaban parte de una singular farmacopea,
que había asombrado tanto al padre Lozano, quien diría que el pue-
blo más contagiado por la hechicería era el de Santiago del Estero.
Por esa razón el teniente general don Alfonso de Alfaro había conde-
nado…a varios al brasero para que las llamas abrazasen esta peste y se puri-
ficasen al aire de tan fatal contagio. Una reacción demasiado cruel, si
recordamos que la medicina de los españoles también apelaba a con-
juros, rezos y remedios extraños. Como curar tomando agua tres veces
“barajada” (pasada de un vaso a otro) mientras se rezaba un padre
nuestro. El credo no, aconseja,…porque es muy cálido.
La segunda parte del libro es un delicioso inventario de las en-
fermedades y remedios que la cultura popular había aceptado. Las
primeras podían dividirse entre los males en el cuerpo, muchas veces
nacidos de la orfandad sanitaria de las poblaciones rurales, y los males
del alma, de los que contagia el deseo en todas partes. Para estos últi-
mos también había remedios o explicaciones del mal. Así la vulgar pur-
gación, mejor designada como blenorragia, podía ser mal de hombre o
mal de mujer, según la víctima del encuentro amoroso. De cualquier
modo, el mal podía curarse tomando durante nueve días en ayunas un
trago de ginebra marca llave al que se agregaba enseguida una tajadita de
naranjas. Si el remedio fracasaba, el enfermo debía tomar el caldo de
la lengua del oso hormiguero bien hervido. Sin sal, por supuesto. Más
espiritual es, en cambio, el mal de amor producto de brujerías, artes má-
gicas o encantamientos, que le causaban al enamorado con el mate, pe-
queños cigarros o sangre menstrual en la cama. Por suerte, bastaba un
ramito de ruda en el bolsillo para evitarlo.
Di Lullo escribió ese libro hace más de ochenta años. En ese
tiempo, la medicina tuvo grandes transformaciones y encontró cura
para estos y otros males. Comparados con esa evolución de la ciencia,
la lista de remedios que recoge aquí el médico Orestes Di Lullo con
sonriente erudición, envejeció necesariamente. La frescura de sus pá-
ginas, en cambio, sigue intacta.
8
Santiago del Nuevo Maestrazgo
9
Orestes Di Lullo
los ranchos del campo, o en las puertas de las revendedoras del mercado, cuando
aún conservan el tibio calor de la horneada. Entonces sí que saben a gloria,
dice.
En 1937 se publicó El Bosque sin Leyenda, un libro al que él cali-
ficaba como…una defensa sentimental de las posibilidades sociales y econó-
micas del hombre, en su relación con la tierra y el capital. Esta aparición es
extraña si pensamos que el año anterior Di Lullo había obtenido por
concurso la beca de la Comisión Nacional de Cultura para estudiar el
folklore de su provincia. Para realizar esta tarea se había internado en
el campo santiagueño, conversado con sus gentes y escuchado lo que
ellos le contaban de sus alegrías y sus penas. De estas últimas, lo que
más le había dolido e impresionado era el terrible destino que ago-
biaba a tantos hombres y mujeres del bosque santiagueño bajo el opro-
bio del obraje. Y la evidencia de que por la tala indiscriminada, el
monte santiagueño que otrora cubría la décima parte de los bosques
argentinos, podía convertirse en un desierto.
Su libro no era, sin embargo, una voz clamante en el desierto,
ya que treinta años antes, al final de El País de la Selva, Ricardo Rojas
se lamentaba junto al mítico Zúpay por la caída del bosque a golpes de
hacha. Y en ese año de 1937, Bernardo Canal Feijóo publicaba su En-
sayo sobre la Expresión Popular Artística de Santiago, en el que denunciaba
que con la destrucción del bosque se estaba creando el desierto. A ello
se sumaba el azote de la “Gran Sequía”, que estaba diezmando el
campo santiagueño.
Di Lullo compartía con ellos la misma angustia y la misma rabia,
por la tala indiscriminada, pero acentuaba su palabra contra el obraje,
al que acusaba de devastar el bosque, crear el desierto y robarle al ha-
chero el futuro de sus hijos. Por su culpa el bosque santiagueño de
duras maderas y tantos mitos y creencias, podía convertirse en un in-
fierno. Con esa dolorida experiencia escribió estas páginas.
En su libro se internaba en la historia de su provincia que tan
bien conocía, y recordaba que durante la Colonia los indios habían te-
nido una vasta legislación de amparo; en cambio, el paria de su tiempo,
se lamentaba, él no tenía nada. El obraje de esos años había arruinado
la provincia y sembrado el campo de troncos inútiles. Podía haber cam-
biado el interior de la provincia, pero había fracasado en su función
moral, social y política y se había convertido en el último reducto del cau-
dillismo. A ello se agregaba la proveeduría, a la que llegaba el paria obli-
gadamente, la policía del patrón, el contratista y el trazado de las vías
férreas, que había destruido el cuerpo interno de Santiago. Para solu-
10
Santiago del Nuevo Maestrazgo
11
Orestes Di Lullo
12
Santiago del Nuevo Maestrazgo
deberes /.../ He querido creer que ello es debido a la ignorancia del pasado his-
tórico de estos pueblos....nos dice angustiado. [Escribo] con la vaga ilusión
de encontrar algún espíritu que los comprenda o interprete, agrega más ade-
lante Y antes de guiarnos en su viaje por esos pueblos, recuerda otros
que ya habían desaparecidos: Ayachiquiligasta, Mocana, Guacra,
Mopa, Lasco, Pasao, Mamblache, Sanagasta y tantos otros.
Estos pueblos /.../ se van muriendo poco a poco, en una larga agonía
de siglos, denuncia. Una agonía que en Azorín venía del agón, la lucha
para defender las vastas fronteras del orgulloso imperio de los Aus-
trias. En cambio, los viejos y olvidados pueblos del interior santiagueño
que nos recuerda Di Lullo, padecían otra agonía. No era la lucha del
hombre triunfador para sobresalir, sino la angustia del moribundo, del
que sabe que la muerte es irremediable, porque ya ha sido derrotado
por la vida.
Sin embargo -y éste es uno de los mayores méritos de su libro-
su autor nos recuerda que en muchos de esos pueblos habían vivido
personajes singulares o habían ocurrido episodios que permanecerían
más allá de sus vidas ¿Qué había sido sino, la tarea del padre Miguel
Ángel Mossi, quien en 1899 había escrito la Gramática Quichua, mien-
tras que sus dedos agarrotados por el esfuerzo trazaban los signos de una len-
gua que no era la suya en la antigua Atamisqui? ¿O El Bracho, un lugar
que había nacido para ser la cuna de adonde se forjaría el espíritu de una
raza libre, pero un ignominioso destino lo había condenado a ser el
nombre de una horrorosa prisión de torturas y degüellos? La más tris-
temente célebre, aquélla en la que estuvieron prisioneros Agustina Pa-
lacio de Libarona y su esposo enloquecido.
Más allá de las tristezas y los dolores por tanta posible grandeza
detenida, Di Lullo nos sumerge en sus páginas en los sabores del
mundo provinciano, los placeres de la vida diaria, la recuperación del
hombre común como sujeto de la historia y ésta como una empresa
que todos realizamos. Él no podía mostrar como Azorín el pasado de
un imperio en donde no se ponía el sol, pero rescataba la vida menuda
y secreta de aquellos pueblos y nos recuerda nuestro injusto olvido.
Al año siguiente, en 1947, Di Lullo consiguió dar forma a uno
de sus anhelos más preciados: que la provincia adquiriera la vieja y se-
ñorial casona de la familia Díaz Gallo en donde funcionaría el Museo
Histórico de la Provincia, que llevaría con justicia su nombre después
de su muerte. Pero en esa época Di Lullo estaba muy lejos de ese des-
tino y con casi medio siglo de vida estaba en uno de los momentos más
lúcidos de su producción intelectual. Ejemplo de ello es la aparición
13
Orestes Di Lullo
14
Santiago del Nuevo Maestrazgo
15
Orestes Di Lullo
de la civilización, señala.
Hoy podemos imaginar el aspecto de esos fortines en los versos
del Martín Fierro y sobre todo en los folletines de Eduardo Gutiérrez, tan
lejanos y ajenos al mundo en que vivimos. Gracias a las páginas de Di
Lullo podemos recuperarlos. Con su escueta empalizada, perdidos en
la soledad de un territorio peligroso e inmenso, insomnes frente a la
invasión inesperada, ellos serían durante mucho tiempo y muy lejos, la
última frontera de su provincia. Éste es el significado que él quería res-
catar en su libro. Para conseguirlo regresó como en sus otros libros al
interior de su tierra, se confundió con sus gentes y buscó las huellas
que había dejado el paso de la historia.
El libro se cierra con un delicioso documento de 1767, que nos
traslada a la vida de la segunda mitad del siglo XVIII. Se trata del Tes-
timonio de los Ymbentaxios que se pxacticaxon al tiempo del secuestxo que se hiso
a los Regulares expulsos de este Colegio de Santiago del Estero.
Si recordamos que cuando en 1954 apareció Viejos Pueblos, hacía
varios años que Di Lullo sólo había publicado artículos sobre la vida de
su Noble y Leal Ciudad, nos llama la atención este regreso al interior
de su provincia y a la historia de los viejos pueblos, que la memoria
había olvidado. Tal vez no fuera ajeno a su publicación el hecho de
que el año anterior había sido nombrado director del Instituto de Lin-
güística, Folklore y Arqueología de la Universidad Nacional de Tucu-
mán. O tal vez había encontrado tantos amarillentos pergaminos de la
biblioteca que hablaban de ellos, que regresó a buscarlos. Lo que en-
contró fue solo un puñado de ranchos escasos, de arbolitos retorcidos, edi-
ficios en ruinas, callejas desiertas o apenas unos montículos adonde estaba
la iglesia de siglos. Como en su libro sobre la agonía de esos pueblos,
también se preguntaba allí cuáles habían sido las causas de ese des-
tino. Su respuesta es otra vez una hipótesis, pero también una acusa-
ción: …se debió unas veces al cambio del curso de los ríos; otras, a la tala
despiadada de sus bosques; al paso del tren por otras rutas; a la emigración de
sus pobladores y, las más de las veces, al desconocimiento de la historia y del des-
tino de estos pueblos…, nos recuerda.
Sin embargo, por esos pueblos también había pasado una parte
de la historia, que explicaría el destino de la provincia. Como en So-
concho, que fuera testigo de la primera entrada de los españoles en la
provincia y de la lucha y la agonía del desdichado Diego de Rojas. O
Silípica, adonde se replegó el esforzado Borges perseguido por Lama-
drid, cuando aún se oían los pasos de San Martín que iba a reunirse
con Belgrano. O en Icaño, adonde Emilio Wagner creyó descubrir el
16
Santiago del Nuevo Maestrazgo
17
Orestes Di Lullo
18
Santiago del Nuevo Maestrazgo
19
Orestes Di Lullo
LA HERENCIA
20
Santiago del Nuevo Maestrazgo
21
Orestes Di Lullo
22
Santiago del Nuevo Maestrazgo
ORESTES DI LULLO
Santiago
del Nuevo Maestrazgo
23
Orestes Di Lullo
24
Santiago del Nuevo Maestrazgo
A MODO DE PRÓLOGO
25
Orestes Di Lullo
26
Santiago del Nuevo Maestrazgo
27
Orestes Di Lullo
28
Santiago del Nuevo Maestrazgo
Santiago
del Nuevo Maestrazgo
PRIMERA PARTE
29
Orestes Di Lullo
30
Santiago del Nuevo Maestrazgo
LA PREHISTORIA
31
Orestes Di Lullo
32
Santiago del Nuevo Maestrazgo
33
Orestes Di Lullo
34
Santiago del Nuevo Maestrazgo
Bien, pues, esta tierra y estos hombres fueron parte del Tucu-
mán prehistórico y Santiago fue entonces un centro incaico como lo
fue durante la conquista del periodo histórico.
35
Santiago del Nuevo Maestrazgo
ÍNDICE
Prólogo de la colección. 5
A modo de Prólogo. 25
PRIMERA PARTE
La Prehistoria. 31
El Tucumán. 36
Los dos Imperios. 39
La leyenda de Francisco César. 41
La Historia. 44
El Nuevo Maestrazgo de Santiago. 48
El Descubrimiento. 50
Diego de Rojas. 53
La Fundación. 55
Juan Núñez de Prado. 58
La conquista. 64
Pedro de Valdivia. 66
Francisco de Villagrán. 69
Francisco de Aguirre. 73
SEGUNDA PARTE
La Ciudad Imperial. 79
Noticias. 82
Méritos y Servidos. 94
El Nombre . 100
Títulos . 102
Jurisdicción. 104
Posición. 106
Distancias. 108
Población. 111
El Río. 115
Traslados. 117
TERCERA PARTE
Algunos testimonio a favor de Francisco de Aguirre
sobre la fundación de Santiago. 123
Algunos testimonios a favor de Juan Núñez del Prado
sobre la fundación del Santiago de Estero. 127
Preguntas para una nueva información sobre
la fundación del Barco o Santiago. 137
Resumen General: Conclusiones. 151
Bibliografía. 154
159
I Orestes Di Lullo
FRANCO ROSSI
cada libro, a los santiagueños:
L
A
I
R
muchas gracias!!!
O
T
I
D
E
FRANCO ROSSI FRANCO ROSSI
A
Jorge Rossi
S
A
C
C A S A E D I T O R I A L C A S A E D I T O R I A L Editor