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Cristo en Su excelencia

CONTENIDO

1. La incomparabilidad de Cristo
2. La trascendencia de Cristo
3. La gloria de Cristo
4. Las riquezas de Cristo
5. La plenitud de Cristo

PREFACIO

Este libro es una traducción de los mensajes dados en chino por el hermano Witness Lee del 6 al 8
de mayo de 1983 en Houston, Texas.

CAPÍTULO UNO

LA INCOMPARABILIDAD DE CRISTO

Lectura bíblica: Mt. 16:16; Hch. 10:36; Ef. 1:21-23; Col. 1:18; Fil. 2:9; Ap. 19:16; 22:13;
Jn. 8:12; 11:25; 10:9; 14:6; 4:42

CRISTO EN SU EXCELENCIA

El tema que se abordará en este libro es Cristo en Su excelencia, o Cristo en Su preciosidad


suprema. No existe en el universo persona, asunto o cosa que sea más precioso que el Señor Jesús.
La expresión Cristo en Su excelencia o Cristo en Su preciosidad suprema, la cual no es invención
mía, siempre ha existido en el Nuevo Testamento para referirse al Señor Jesús. En 2 Corintios 4:7
Pablo dice que toda persona salva posee un tesoro dentro de su ser. ¿Quién es este tesoro? Si
leemos este versículo ciñéndonos a su contexto, podemos ver que este tesoro es el Cristo glorioso,
quien ha entrado en nosotros para ser nuestro tesoro.

LA EXCELENCIA DEL CONOCIMIENTO DE CRISTO

Además, Pablo dijo que no sólo consideraba cuán excelente era el Señor Jesús, sino que también
estimaba que el conocimiento del Señor Jesús era la cosa más excelente. Los chinos tienen en gran
estima las enseñanzas de Confucio, pero nadie considera que el conocimiento de dichas enseñanzas
sea lo más valioso. De joven, si bien me atraían los principios del libro El granaprendizaje, escrito
por Confucio, nunca los consideré que fueran preciosos. Sin embargo, cuando fui salvo a los
diecinueve años de edad, comencé a leer la Biblia y mis ojos fueron muy abiertos para conocer al
Señor Jesús. En aquel entonces, sentí que las palabras que describían al Señor Jesús en la Biblia no
sólo estaban llenas de dulzura, sino que también eran preciosas y, aún más, que eran sumamente
excelentes. Como resultado, me encantaba leer la Biblia, especialmente el Nuevo Testamento. Me
deleitaba en leerla hasta tal grado que me quedaba completamente absorto en mi lectura, sobre
todo en las palabras que describían al Señor Jesús. En el verano de ese año no salí de mi casa,
excepto para ir los domingos a las reuniones del día del Señor; pues permanecía en casa para leer
las Escrituras. Hasta mi madre se quedaba asombrada y se preguntaba qué era lo que me había
cautivado hasta tal grado que yo no había salido de mi casa durante todo ese verano y que, aparte
de comer y dormir, lo único que hacía era leer la Biblia. Incluso, cuando comía, yo no dejaba de
leerla. Además, todas las noches me encerraba a solas en mi cuarto para leer las Escrituras, y
cuanto más las leía, más percibía su preciosidad. Leía la Biblia una y otra vez; incluso cuando me
iba a la cama, seguía leyéndola.

En aquellos días se usaban lámparas de kerosén en vez de lámparas eléctricas. Nunca quería
apagar la lámpara; leía repetidas veces cierto versículo en las Escrituras y podía percibir en mi ser
una verdadera sensación de dulzura inestimable. Leía la Biblia hasta que, vencido de cansancio,
tenía que irme a dormir; pero aun así, junto a mi almohada, dejaba la Biblia abierta en la página
donde estaba el versículo que acababa de leer. Al despertarme por la mañana y antes de
levantarme, lo primero que hacía era leer nuevamente ese versículo en particular y sentía cuán
precioso era dicho versículo.

Las palabras de la Biblia que describen al Señor Jesús realmente me han cautivado, y es por ello
que verdaderamente entiendo porqué Pablo dijo: “La excelencia del conocimiento de Cristo Jesús
mi Señor”. Pablo nació en una familia judía y fue un verdadero judaizante. Fue entrenado por
Gamaliel, que en aquel tiempo era un maestro famoso del judaísmo, y fue por medio de él que la
religión judía ejerció una gran influencia sobre Pablo. Además, la historia nos dice que él nació en
una gran ciudad donde había una universidad griega, lo que los americanos llamarían hoy una
ciudad universitaria; fue allí donde se educó, y es por eso que tenía muy buen dominio del griego.
Todos los eruditos reconocen que el griego que Pablo usó para escribir el Nuevo Testamento era
excepcional. Por consiguiente, Pablo no sólo conocía perfectamente todo lo relacionado con la
religión judía, sino que también estaba empapado de la cultura griega tanto en su profunda
filosofía como en su literatura.

Lo que hoy en día se conoce como la cultura occidental ha evolucionado de una cultura trípode que
incluye primero, la religión hebrea, segundo, la filosofía y cultura griegas, y tercero, el gobierno
romano con sus leyes. Entre estas tres, la religión hebrea y la filosofía y cultura griegas son las más
importantes; en ambas Pablo recibió un adiestramiento profundo. Así que Pablo podía jactarse de
ser hebreo y también fariseo. (En ese tiempo, los fariseos eran los moralistas y los caballeros
cultos). En cuanto a la justicia que es en la ley, él era celoso en guardar la ley y se le podría
considerar como un verdadero y gran discípulo de la religión judía. Por otro lado, su conocimiento
del griego era excepcional y tenía en gran estima a los griegos.

Fue en aquellos tiempos que Pablo perseguía celosamente a los creyentes de Jesús y les daba
muerte, pues pensaba que eran personas de clase baja que pertenecían a la secta del Nazareo de
Galilea y que todas ellas habían sido fascinadas y estaban engañadas. Por lo tanto, él tenía que
aniquilarlas. No podía permitir que esas personas engañaran a los suyos y por eso quería
eliminarlas. Todos conocemos esta historia.

Mientras Pablo iba en camino para prender y arrestar a los creyentes de Jesús, el Señor Jesús se le
apareció desde el cielo. Según el entendimiento de Pablo, Jesús había sido crucificado y sepultado
en la tierra. Sin embargo, el día que Pablo iba en camino a Damasco con la intención de arrestar y
perseguir a los creyentes de Jesús, de repente una voz del cielo le habló y él vio el resplandor de
una gran luz. Cuando el resplandor de luz le rodeó, él cayó en tierra y oyó una voz de los cielos que
le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”, lo cual le dejó sorprendido en gran manera. Al
saber que la voz provenía del cielo, Pablo tuvo el temor de Dios y clamó “¿Quién eres, Señor?”. El
Señor Jesús le contestó: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues”. Esto lo sorprendió aún más. Es
posible que Pablo hubiera pensado: “Yo perseguí a Esteban; yo perseguí a los creyentes de Jesús.
¿No fue Jesús crucificado? ¿No fue Él sepultado? ¿Cómo puede decir que yo le estoy persiguiendo a
Él? Aquí, el Señor quiso que Pablo supiera que Él había resucitado de entre los muertos y que
había ascendido a los cielos, y que de esta manera Él podía manifestarse desde el cielo. Pablo no
solamente escuchó una voz, sino que también vio con sus propios ojos un gran resplandor de luz;
esta fue una gracia especial que el Señor concedió a Pablo. Como consecuencia, a partir de ese
momento el concepto de Pablo cambió. Fue en ese evento que él recibió la revelación de los cielos.

Estoy muy convencido que Pablo, después de haber conocido al Señor en camino a Damasco,
recibió una revelación celestial, y súbitamente entendió. Anteriormente, por haber recibido las
enseñanzas de Gamaliel, Pablo tenía un conocimiento completo sobre el tabernáculo, el altar, el
arca, el candelero de oro, la mesa del pan de la proposición y otras cosas, mas no entendía sus
respectivos significados. No fue hasta que el Espíritu Santo vino a él que pudo comprender el
significado intrínseco de todas estas cosas. Entonces supo que el arca era Cristo y que el altar era la
cruz, y comprendió lo que representaban el candelero de oro y la mesa del pan de la proposición. Al
mismo tiempo, se percató de que todo el Antiguo Testamento hablaba acerca de Cristo. Fue a partir
de entonces que Pablo comenzó a tener un gran aprecio por Cristo. Es por eso que dijo en
Filipenses 3 que estimaba el conocimiento de Cristo como lo más excelente de todo. Tener
conocimiento de la Biblia judía y de la cultura griega es bueno, pero ello no es lo más excelente. Sin
embargo, conocer a Cristo como el Hijo del Dios viviente y como el Señor de todo es lo más
excelente de todo. Por lo tanto, en las epístolas que Pablo escribió en el Nuevo Testamento, él usó
repetidamente la palabra excelencia.

La palabra griega traducida como el sustantivo excelencia, es traducida en el idioma chino como
“lo más precioso”. Pero en griego, dicha palabra significa alcanzar el cenit, esto es, sobrepasar al
máximo en excelencia. Esta palabra es muy parecida a la expresión superexcelente, o sea,
insuperable excelencia. Según el conocimiento de Pablo, Cristo sobrepasa a todo, con lo cual quiso
decir que Cristo es excelente no sólo en Su posición sino, más aún, en Sus virtudes, en Su ser, en Su
sustancia, en Su naturaleza y en todos Sus logros. Por ser Dios, Él es sumamente divino y, por ser
hombre, Él es el Hombre por excelencia. Él es el más Santo de los santos y el Hombre de los
hombres. Si bien estas palabras son insondables, siguen sin poder expresar adecuadamente el
significado original que Pablo les había dado. Con ello él quiso decir que si bien había estudiado la
religión hebrea y había adquirido un entrenamiento amplio con respecto a la cultura griega, su
conocimiento en estas materias no podía compararse con el conocimiento de Cristo. Por lo tanto, el
conocimiento de Cristo es el conocimiento supremo y es la cumbre de todos los conocimientos.

LA REVELACIÓN BÍBLICA
EN CUANTO AL CRISTO EXCELENTE

Quisiera testificarles que fui salvo antes de cumplir los veinte años de edad y ahora tengo cerca de
ochenta; durante estos casi sesenta años, he leído la Biblia casi todos los días, y varias de mis
copias de la Biblia en chino han sido muy desgastadas. Llevo veintidós años viviendo en América y
también he desgastado varias copias de la Biblia en inglés. En mi cuarto de estudio tengo más de
cuarenta diferentes versiones de la Biblia en inglés. Ahora estoy laborando, junto con otros
hermanos, en la Versión Recobro del Nuevo Testamento en inglés y he dedicado al menos varios
meses a cada libro para escribir las notas de pie de página. Para poder escribir estas notas, he
tenido que leer las obras de muchos otros autores y acudir a referencias de autoridad. Después de
estudiar la Biblia por muchos años de forma minuciosa y detallada, puedo confesar que la Biblia es
realmente el libro por excelencia. Es por esta razón que en inglés la llaman “El Libro”, o sea, que la
Biblia es un libro único, un libro que excede a todos los demás libros. ¡La Biblia es verdaderamente
un libro muy precioso! Podemos mostrar la preciosidad de la Biblia de la siguiente manera: llevo
veintidós años laborando con algunos hermanos americanos y con frecuencia ellos me han dicho:
“Hermano Lee, no importa cuál libro de la Biblia escoja usted, después de escribir unas notas y
explicar sus respectivos versículos en el entrenamiento, ese libro se convierte en un libro nuevo”.
En otra ocasión ellos me dijeron: “Solíamos pensar que no había nada en 1 y 2 Pedro, y que la
lectura de dichas epístolas era aburrida y seca. Pero poco después de que usted habló de ellas, estas
epístolas han adquirido riqueza y cobrado frescura, y están llenas de revelación y luz”. También me
dijeron: “En el pasado, a casi nadie le gustaba leer el libro de Éxodo, pero desde que usted dio los
mensajes del Estudio-vida de Éxodo, todos tenemos el sentir de que este libro es realmente
precioso. Vemos que todo el libro de Éxodo está lleno de riquezas y revelaciones en cuanto a la
persona de Cristo, las cuales nos introducen en la realidad de Cristo. Esto es realmente muy
precioso”.

Permítanme darles otro ejemplo. En 1975, cuando hablé sobre el Evangelio de Juan en Washington
D. C. di treinta mensajes y más tarde di decenas de mensajes suplementarios, así que ahora el
Estudio-vida de Juan impreso contiene un total de cincuenta y un mensajes. Sin embargo,
recientemente he tenido la carga de volverles a hablar sobre la esencia del Evangelio de Juan, lo
cual muestra que dicho libro es simplemente inagotable.

La revelación bíblica en cuanto al Señor Jesús es muy misteriosa y preciosa. Con razón Pablo dijo:
“Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida ... por la excelencia del
conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor” (Fil. 3:7-8).

LA INCOMPARABILIDAD DE CRISTO

En este mensaje estudiaremos diez puntos principales con relación a lo incomparable que es
Cristo, basándonos en los versículos bíblicos antes mencionados.

A. Cristo es el Hijo del Dios viviente

En Mateo 16:16 dice: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. El Señor Jesucristo es
incomparable porque Él es el Hijo del Dios viviente. La expresión el Dios viviente significa que
Dios no solamente tiene vida, sino que también tiene movimiento. Dios se mueve en el universo,
así que Él es el Dios viviente. Jesucristo es el Hijo del Dios viviente.

B. Cristo es Señor de todos

En Hechos 10:36 dice: “La palabra que Dios envió ... anunciando el evangelio de la paz por medio
de Jesucristo (Él es Señor de todos)”. Cristo es el Señor de todos. La palabra todos en realidad
incluye a todas las personas, asuntos y cosas, lo cual quiere decir que el Señor Jesús es el Señor de
todas las personas, asuntos y cosas. Él es el Señor de todos. En muchas ocasiones he predicado el
evangelio basándome en este versículo de la Biblia. Estando en China, una vez dije que todo cuanto
existe tiene un dueño, amo y señor; y que no hay nada en este universo que no tenga un señor.
Entonces hice la siguiente pregunta: ¿Quién es su señor? Usted tal vez me diga que sus padres son
su señor, pero cuando usted crezca, ellos dejarán de serlo porque a la postre tendrán que depender
de usted. Las esposas posiblemente digan: “Nuestros maridos son nuestros señores”. Pero si los
esposos cayesen enfermos, ellos tendrán que depender de ustedes y ya no podrán ser más sus
señores. Así que, ¿quién realmente es nuestro señor? Solamente el Señor Jesús es nuestro Señor.
Es verdaderamente maravilloso que sólo aquellos que han creído en el Señor Jesús pueden afirmar
que la persona en la que ellos han creído es el Señor de ellos; los que han creído en una religión no
pueden declarar lo mismo. Esto se debe a que el Señor Jesús es el Señor único en el universo;
aparte de Él, nadie más es el Señor.

Permítanme preguntarles ¿quién es el Señor del universo? El cielo y la tierra son muy vastos, y
nosotros, los seres humanos, desempeñamos un papel de suma importancia; no obstante,
¿podríamos afirmar que no tenemos un dueño? Nosotros sí tenemos un dueño; el Señor Jesús es
nuestro Dueño, y todos nosotros le pertenecemos a Él. Él es nuestro Señor y sólo lo que Él dice
cuenta. Ya seamos padres, hijos, maridos o esposas, todos nosotros dependemos de Él. Él es el
Señor de todos y Él es realmente supereminente. De todos los grandes filósofos que han existido
sobre la faz de la tierra, tales como Confucio, Sócrates o Platón, ninguno jamás ha osado llamarse a
sí mismo Señor. Al contrario, Confucio apenas llegó a decir: “Aquel que ofende a los cielos no
puede orar”. Tales palabras nos muestran que él no era el Señor. Pero el Señor Jesús dijo: “Yo soy
la luz del mundo”; “Yo soy la vida”; “Yo soy la puerta”; y “Yo soy el camino”. Ninguna otra persona
ha afirmado tales cosas sobre sí mismo. A lo largo de los pasados dos mil años todos han creído
estas palabras grandiosas dichas por el Señor Jesús porque son palabras verdaderas. Jesús es
Señor; Él es el Señor de todos.

C. Cristo es la Cabeza de todo,


Aquel que todo lo llena en todo

Cristo no sólo es nuestro Señor y el Señor de todos, sino también es la Cabeza. Efesios 1:21-23 nos
dice que Él está “por encima de todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo
nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero”, y que Dios “sometió
todas las cosas bajo Sus pies, y lo dio por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es Su
Cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo”. Jesucristo es la Cabeza de todos y Aquel
que todo lo llena en todo. Él como Cabeza no sólo está por encima de todo, sino que también está
en todos como Aquel que todo lo llena en todo. Él llena los cielos, la tierra y todo cuanto existe. Él
es realmente maravilloso y supereminente, pues está por encima de todo principado, autoridad,
poder y señorío. Según el lenguaje original de la Biblia, este pasaje alude al cuerpo administrativo
de Satanás y a sus ayudantes que están en el aire. Cristo está por encima de todos estos y de todo lo
que existe no sólo en este siglo, sino también en el venidero. Además, Dios sometió todas las cosas
bajo los pies de Cristo y dio a Cristo como Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia. Cristo fue dado
a la iglesia como Cabeza sobre todas las cosas por amor a la iglesia, la cual es Su Cuerpo, la
plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.

El hombre que carece de Cristo es vanidad. El sabio rey Salomón dijo una vez: “Vanidad de
vanidades; todo es vanidad” (Ec. 1:2). Así pues, si usted no tiene a Cristo, su casa, su automóvil, su
título de doctorado, todos son vanidad; y si usted carece de Cristo, todo cuanto usted sea –padre,
hijo o hija, esposo o esposa–, será también vanidad. Todo es vanidad, y toda persona, todo asunto y
toda cosa que no tenga a Cristo es vanidad, pues únicamente Cristo es la realidad. Cristo debe estar
en toda persona, asunto y cosa, Él debe llenarlo todo. Cristo, y únicamente Cristo, es
supereminente y, comparado con Él, todo cuanto puedan contemplar nuestros ojos es simplemente
inferior. Únicamente Cristo, Aquel que es incomparable, es verdadero y real.

D. Cristo es la Cabeza de la iglesia

Hoy Cristo es la Cabeza de la iglesia. Colosenses 1:18a dice: “Él es la Cabeza del Cuerpo que es la
iglesia”.

E. Cristo tiene la preeminencia en todo

Quinto, Cristo tiene la preeminencia en todo. Colosenses 1:18b dice: “Él es el principio, el
Primogénito de entre los muertos, para que en todo Él tenga la preeminencia”. Si le permitimos a
Cristo tener la preeminencia en todas las cosas y en todo lo demás, entonces seremos bendecidos.
Debiéramos permitirle que Él tenga la preeminencia en todo: en nuestra vida conyugal, en nuestra
vida familiar, en nuestra relación de padres e hijos, en nuestro trámite de compra o venta de
inmuebles, en nuestras cuentas bancarias, en nuestra educación y en todos nuestros negocios.
Cristo debe tener el primer lugar en todo.

F. Cristo ha obtenido el nombre


que es sobre todo nombre

En Filipenses 2:9 dice: “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es
sobre todo nombre”. Dios no sólo exaltó a Cristo situándole en la posición más alta, sino que
también le dio un nombre que es sobre todo nombre. Hoy en el universo, el nombre de Jesucristo
sobrepasa a todo nombre; Su nombre está por encima de todo nombre.

G. Cristo es el Rey de reyes y Señor de señores

En Apocalipsis 19:16 leemos: “Y en Su vestidura y en Su muslo tiene escrito este nombre: REY DE
REYES Y SEÑOR DE SEÑORES”. Cristo es el Rey de reyes y Señor de señores. Verdaderamente
tengo fe en esta palabra, y es a raíz de ello que frecuentemente he usado la siguiente ilustración. En
la actualidad, incluso en los países comunistas que no creen en la existencia de Dios, se usa el
calendario romano. ¿Sabe usted a quién le pertenece ese calendario? Al Señor Jesucristo. Los
chinos saben muy bien que cuando un país usa el calendario de cierta persona, ese país le
pertenece a dicha persona. Este año es el año mil novecientos ochenta y tres del Señor Jesús, y hoy
día el mundo entero usa este mismo calendario. Esto nos muestra claramente que la tierra es de
nuestro Señor Cristo. Si bien ha habido numerosos hombres célebres en el transcurso de los siglos,
todos ellos han muerto y ya casi nadie se acuerda de ellos. Sin embargo, no sucede lo mismo con
nuestro Señor Jesucristo; cuanto más se opongan a Él, más trascendente será. Cuanto más se
opongan a Él, más personas terminarán creyendo en Él, y cuanto más personas le opriman, más se
multiplicará Él.

En 1949, antes de salir de Shanghái, calculé que en toda China había no más de tres millones de
cristianos, incluyendo a los católicos. Sin embargo, hace un par de años leí un artículo publicado en
un periódico en Hong Kong que anunciaba la existencia de treinta a cuarenta millones de
cristianos en la China continental. Un solo condado de cierta provincia contaba con ciento
cincuenta mil cristianos que invocaban el nombre del Señor, oraban-leían Su Palabra y disfrutaban
a Cristo. Si usted estudia minuciosamente la historia humana, se dará cuenta que los reyes más
inteligentes nunca persiguieron a los cristianos porque sabían muy bien que quienes lo hiciesen no
tendrían un buen fin. En la historia contemporánea, Adolf Hitler fue el peor de los perseguidores
del pueblo de Dios y tuvo un final terrible, pues murió sin tener ni siquiera un lugar apropiado para
su sepelio. La historia también nos relata la caída repentina de todo gobierno que persiguió a
Jesucristo. Sabemos que el fin de la dinastía Manchú en China se produjo por instigar a los bóxers
a matar a los cristianos. Esta instigación es conocida en la historia moderna de China como la
Rebelión de los Bóxers. Con ello vemos que Cristo es el Rey de reyes y Señor de señores. No existe
nadie más, ni siquiera los césares romanos, Napoleón ni Hitler, que pueda ser el señor; únicamente
Jesucristo es el Señor. Él es el Rey de reyes y Señor de señores.
H. Cristo es el Primero y el Último,
el Principio y el Fin

Cristo es el Primero y el Último, el Principio y el Fin. El Primero, el Último, el Principio y el Fin es


Él. Apocalipsis 22:13 dice: “Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin”.
La primera vez que leí estas palabras en la Biblia no las entendí, y pensaba que la Biblia repetía
mucho. Pensaba que ser el Primero y el Último era lo mismo que ser el Principio y el Fin. Sin
embargo, la Biblia nos dice que Cristo es el Primero y el Último, es decir, Él es tanto el primero
como el último. Él es el Principio y el Fin. ¿No es esto repetitivo? Sin embargo, poco a poco fui
recibiendo luz para entender que el Primero significa ser el primero y que el Último significa ser el
último. Por eso, en uno de los himnos que cantamos dice:

La misma fuente, Tú y Dios,


Precedes toda la creación;
Antes del delantero Tú,
Antes de Ti nada existió.

El tiempo no te cambiará,
Tus años son la eternidad;
Nada perdura como Tú;
De todo eres el final.

Tal como el Padre, oh Jesús,


Perfecto en todo como Él;
Alfa y Omega eres Tú,
Primero y Último también.

(Himnos, #47)

Por ser el primero, Cristo es el primero en todo, y por ser el último, Cristo es lo último en todas las
cosas. Él es tanto el origen como la terminación de todo. Cristo siempre es el Primero, y nadie más
le precede a Él. Cristo también es el Último, y nadie más va después de Él. Además, Él es el
Principio y el Fin. Uno puede ser el primero y no necesariamente ser quien origina todo lo que
sigue; asimismo, es posible ser el último y no necesariamente aquel que todo lo finaliza. Pero Cristo
no solamente es el Primero sino también Aquel en quien todas las cosas tienen su origen; y Él no
solamente es el Último, sino también Aquel en quien todo tiene su fin. En otras palabras, del
principio al fin, Cristo lo es todo en este universo.

I. Cristo es la luz, la vida,


la puerta y el camino

Hemos mencionado que Cristo es supereminente, eterno, ilimitado y completo; sin embargo, ¿de
qué manera Él llega a ser nuestra experiencia en relación con todos estos atributos divinos? Él llega
a ser nuestra experiencia al ser nuestra luz, nuestra vida, nuestra puerta y nuestro camino. En Juan
8:12 el Señor Jesús dijo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, jamás andará en tinieblas, sino
que tendrá la luz de la vida” y en 11:25 añadió: “Yo soy la resurrección y la vida”. Luego, en Juan
10:9 Él dice: “Yo soy la puerta; el que por Mí entre, será salvo”, y en 14:6: “Yo soy el camino, y la
realidad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por Mí”. Queridos amigos, ¿quién de ustedes no
anhela tener luz, vida, una puerta y un camino? Todo el mundo desea tener estas cuatro cosas.
También quisiera decirles que por toda nuestra vida y aun por toda la eternidad, siempre
necesitaremos de la luz, la vida, una puerta y un camino, los cuales son el Señor Jesús mismo. Él
mismo es la luz, la vida, la puerta y el camino.

J. Cristo es el Salvador del mundo

Por último, Cristo es el Salvador del mundo. El Señor Jesús, estando en Sicar, una ciudad de
Samaria, habló con una mujer samaritana acerca del agua viva de vida. Después de que esta mujer
creyó en el Señor, ella dejó su cántaro y fue a la ciudad para dar testimonio de ello a toda la gente.
A raíz de su testimonio, muchos samaritanos vinieron al Señor Jesús. Más tarde, muchos más
creyeron por la palabra del Señor y le dijeron a la mujer: “Ya no creemos solamente por tu dicho,
porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del
mundo” (Jn. 4:39-42). ¡Aleluya, nuestro Señor Jesús es el Salvador del mundo!

Este es el Cristo en Su preciosidad suprema. Cristo es verdaderamente supereminente, ya que Él es


el Hijo del Dios viviente, el Señor de todos, la Cabeza de todas las cosas, Aquel que todo lo llena en
todo, la Cabeza de la iglesia, Aquel que tiene la preeminencia sobre todas las cosas y Aquel que
obtuvo un nombre que es sobre todo nombre. Además, Él es el Rey de reyes, el Señor de señores, el
Primero, el Último, el Principio, el Fin, la luz, la vida, la puerta, el camino y el Salvador del mundo.
Aquel que hemos obtenido hoy es este Cristo tan excelente.

CAPÍTULO DOS

LA TRASCENDENCIA DE CRISTO

Lectura bíblica: Fil. 3:6-10; 2 Co. 4:7

Filipenses 3:8 dice: “Por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor”; y en 2 Corintios
4:7 leemos: “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de
Dios, y no de nosotros”. El significado de las palabras excelencia y trascendencia se asemejan
mucho a las palabras que Pablo usó en el lenguaje original; ambas significan “supereminencia”.
Basados en estos dos versículos, sabemos que el Cristo en quien hemos creído y a quien
experimentamos es Aquel que sobrepasa a todo y trasciende todo. Si consideramos
cuidadosamente estos dos versículos, llegaremos a saber qué clase de corazón y qué clase de
entendimiento debemos tener a fin de poder comprender a Cristo.

LAS COSAS QUE REEMPLAZAN A CRISTO

La cultura humana

Hoy en día vivimos en un período de la cultura humana que tiene seis mil años de historia. En
estos seis mil años la sociedad humana ha tenido numerosos inventos, siendo el primero de ellos la
cultura humana. Génesis 1 nos muestra que Dios creó al hombre a Su imagen y semejanza con el
propósito de que el hombre le expresara a Él. Lamentablemente, antes de que se cumpliera este
propósito, Satanás vino al hombre y lo indujo a que comiera del fruto del árbol del conocimiento
del bien y del mal, lo cual resultó en la unión del hombre con Satanás. Como consecuencia, el
hombre no sólo se alejó de la voluntad de Dios, sino que también perdió a Dios. Una vez que el
hombre perdió a Dios, ya no tuvo protección, satisfacción ni gozo, lo cual hizo que inventara la
cultura humana como sustituto de Dios. Génesis 4 nos narra que en las primeras generaciones, los
hombres no solamente inventaron diferentes clases de armas para su defensa personal, sino que
también inventaron muchos tipos de herramientas para la ganadería y la agricultura a fin de
proveer para su propio sustento y satisfacción. Además inventaron instrumentos musicales para su
deleite (vs. 20-22).

Tener protección, satisfacción y deleite son las tres necesidades más grandes del hombre. En el
principio, Dios era quien satisfacía estas tres necesidades humanas; sin embargo, después de que el
hombre perdió a Dios, el hombre inventó la cultura humana para reemplazar a Dios y poder
satisfacer estas tres necesidades. Hoy en día, todo aquello que se vende en las tiendas tiene como
propósito brindarle protección, satisfacción y entretenimiento al hombre. El hombre recurre a
estas cosas porque no tiene a Dios. Si tenemos a Dios, entonces Él llega a ser nuestra protección,
satisfacción y gozo. Actualmente, todos los países, aun los más cultos, tratan de satisfacer estas tres
necesidades, pues invierten una gran cantidad de dinero en la defensa nacional para su protección,
desarrollan y mejoran la industria y la agricultura para su satisfacción y además promueven
diferentes tipos de recreación y música para el entretenimiento de la gente. Esto nos demuestra
que el hombre no tiene a Dios dentro de él, y al no tenerlo necesita estas cosas.

La religión

El hombre se percató de que la cultura humana, si bien le daba protección, sustento y


entretenimiento, en realidad no satisfacía las necesidades más profundas de su ser. ¿Por qué?
Debido a que estas cosas solamente pueden satisfacer las necesidades del cuerpo y del alma, mas
no pueden satisfacer la necesidad del espíritu. Existe una necesidad en el espíritu del hombre que
sólo y únicamente Dios puede satisfacer, y es a raíz de esta necesidad que el hombre inventó la
adoración.

En los últimos seis mil años, toda nación, ya sea grande o pequeña, bárbara o civilizada, ha rendido
culto a las aves, bestias, serpientes y otras clases de ídolos. Es por eso que Pablo dijo en Romanos 1
que el hombre había cambiado la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre
corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. Por ejemplo, los japoneses rinden culto a las
serpientes porque creen supersticiosamente que las serpientes tienen el poder de eliminar la
maldad. Los chinos rinden culto a los dragones porque creen que los dragones les traerán buena
suerte. Los persas rinden culto al fuego. De hecho, existe un sin fin de actividades extrañas, pues la
gente adora a toda clase de cosas, pero adoran de forma equivocada. Una palabra más civilizada
para definir esta clase de adoración es la palabra religión, la cual es un invento humano; es decir,
la religión es un producto de la cultura humana. La religión enseña a la gente a rendir culto según
el objeto de su veneración, o sea, aquello a lo que se rinde culto constituye la base de su enseñanza.
Además, la religión también sirve para regular el corazón del hombre, y es por eso que a través de
los siglos los gobernantes nunca han rechazado la religión, pues según ellos la religión al lado de la
cultura resulta en algo mucho más eficaz. Es decir, la religión le presta gran ayuda a la cultura.

Todos sabemos que basado en el marxismo, Lenin promovió el ateísmo y practicó el comunismo,
cuyos resultados demostraron ser muy ineficaces. Ello se debe a que la religión es una necesidad
inherente en todo ser humano. En la actualidad, el porcentaje de personas en la Unión Soviética
que asisten a los cultos dominicales de la iglesia es mayor que en Inglaterra. El espíritu del hombre
necesita a Dios, y es por eso que el hombre no puede estar sin Dios; aun los ateos necesitan a Dios.
Aproximadamente en 1954, cuando estaba en Filipinas, leí un artículo de un periódico, el cual
decía que en el momento de la ejecución de Beria, el principal agente secreto de Stalin, su verdugo
le dijo que se le daría unos minutos para pedir lo que quisiese. A la hora de su muerte, Beria dijo:
“Quiero una Biblia”. Un ateo como él, un verdadero comunista y jefe de los agentes secretos, pidió
una Biblia antes de su muerte. Esto nos confirma que dentro del hombre existe la necesidad de
Dios. Más tarde, Kruschev, el hombre que pronunció la pena capital para Beria, fue desterrado a
Siberia. En otra ocasión leí un folleto que decía que Kruschev, estando en Siberia, se arrepintió y
creyó en el Señor. Los chinos tienen un refrán que dice: “Un hombre habla el bien cuando está a
punto de morir”. Cuando una persona está a punto de morir, ya no puede permanecer duro; se
arrepentirá y creerá en Dios. Todos los hombres necesitan a Dios.

Creo que algunas personas han leído el libro autobiográfico, Mirra fragante, de una mujer
francesa llamada la señora Guyón, quien nació en una familia francesa aristocrática hace más de
trescientos años. Una tarde, la señora Guyón asistió a un baile de gala y bailó hasta muy entrada la
noche. Una vez que regresó a su casa, sentada en su cuarto, ella se preguntó a sí misma: “¿Qué
significado encierra todo esto? Tanto mi propia familia como la familia de mi esposo somos
aristócratas y ricos. Tengo todo a mi disposición para mi deleite y además ya no sé ni a cuántos de
estos bailes he asistido; aun así, ¿qué significado tiene el baile de esta noche para mí?”. Mientras
más pensaba en ello una y otra vez, más sentía que todo aquello carecía de sentido. Después, se
quitó los zapatos de baile y el traje de noche y los tiró en el suelo. En ese instante ella sintió que
debía levantarse y orar al Señor. Ella oró al Señor desde lo profundo de su ser y, a raíz de esa
oración, toda su persona cambió. Más tarde, la señora Guyón se convirtió en una persona muy
espiritual, cuya experiencia del Señor llegó a ser mucho más profunda que muchos de los que
vivieron durante los cien años después de la reforma iniciada por Martín Lutero. En los siguientes
trescientos años, su experiencia espiritual brindó gran ayuda a aquellos que buscaban el
crecimiento de la vida interior. Esto también nos demuestra que existe una necesidad en la parte
más profunda del hombre que únicamente Dios puede satisfacer.

Con frecuencia la Biblia usa la palabra sed para describir esta necesidad del hombre. La necesidad
que el hombre siente es como la necesidad por beber agua de una persona sedienta. Si una persona
tiene sed, y usted le da billones de dólares en oro, plata y piedras preciosas, estas cosas no saciarán
en absoluto su sed. Sólo un vaso de agua podrá saciar su sed.

La sed del espíritu humano sólo puede ser saciada por el agua viva. ¿Quién es esta agua viva? La
Biblia nos dice que es Dios mismo, el Señor Jesús y el Espíritu (Jn. 7:37-39). Dios es la fuente del
agua viva, el Señor Jesús es el curso del agua viva, y el Espíritu Santo es el fluir en nosotros del
agua viva. Dios fluyó en Cristo, y Cristo vino a ser el Espíritu de vida que fluye en nosotros como el
agua viva. Únicamente esta agua viva puede saciar la sed del espíritu del hombre. Por lo tanto, esta
agua viva es lo que todos necesitamos.

La ética

Por otra parte, en la historia de la cultura humana la gente ha descubierto que el ser humano es
corrupto. Aunque la corrupción del hombre no es siempre evidente, la semilla de corrupción se
halla en él. Además, el hombre descubrió que también había algo bueno dentro de él, lo cual
suscitó entre los filósofos chinos un debate sobre si el hombre por naturaleza era bueno o malo; la
verdad es que ambas teorías son correctas. Cuando Dios creó al hombre, lo creó con una naturaleza
buena, pero después de la caída del hombre, su naturaleza se volvió maligna. De esta forma, nació
la ética, la cual ha llegado a formar parte de la cultura humana. La ética es un tema muy hablado
por todos los filósofos y sabios chinos de la antigüedad.
La tradición

Toda nación tiene su propia tradición. El pueblo chino lleva en su sangre unas tradiciones que han
heredado de sus antepasados a través de las generaciones. De la misma manera, los japoneses, los
árabes, los hindúes y los judíos, todos también tienen sus propias tradiciones.

Todos nosotros sabemos que apenas nace una persona, inevitablemente ésta de inmediato se halla
bajo cuatro grandes influencias: la cultura, la religión, la ética y la tradición. Hoy en día, toda la
sociedad humana vive bajo la influencia de estas cuatro cosas, hasta tal grado que éstas han llegado
a ser los elementos constitutivos del hombre. Dicho con un lenguaje sencillo, el hombre es una
entidad cuyos componentes son la cultura, la religión, la ética y la tradición. Pese a que estoy
hablando de estas cosas, mi carga no está en ellas. Mi carga es Cristo. Estas cuatro cosas no son
Cristo; más bien, todas ellas han reemplazado a Cristo.

La tercera estrofa de Himnos, #253 dice:

Ni filosofía
Ni la instrucción,
Pueden conformarnos
Al Hijo de Dios;
Sólo Cristo mismo
Terminando el yo,
Nos hace Sus miembros,
En resurrección.

Ni la filosofía ni los preceptos éticos pueden producir a los miembros de Cristo ni el Cuerpo de
Cristo, el cual es una iglesia orgánica. La cuarta estrofa dice:

No las religiones,
Ni la cristiandad,
Llevarán a cabo
Su divino plan;
Pero Cristo como el
Todo en mi ser
A Dios satisface
Y le da placer.

Todos nuestros problemas se deben a que de nuestra parte, hay una deficiencia de Cristo. Si
estamos carentes de Cristo es como le ocurriría a nuestro cuerpo físico si le faltaran nutrientes, lo
cual permitiría que se infiltren toda clase de enfermedades. Pero una vez que se completan y se
restablecen los nutrientes del cuerpo en un equilibrio completo, entonces la enfermedad
desaparecerá por completo. Esto es semejante a lo que se describe en la quinta estrofa:

Dones y funciones
Que el Señor nos da,
Nunca a nuestro Cristo
Pueden reemplazar;
¡Sea el todo en todos
Cristo en nuestro ser!
¡Sólo Cristo mismo
En cualquier hacer!

CRISTO ES DIFERENTE DE LA RELIGIÓN

El Cristo incomparable y trascendente es diferente de la religión. La mayoría de la gente confunde


a Cristo con la religión, pues piensa que Él es el fundador de la religión cristiana, lo cual,
estrictamente hablando, no es exacto. En Filipenses 3:6 Pablo dice: “En cuanto a celo, perseguidor
de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, llegué a ser irreprensible”. Estas dos cláusulas
nos dicen que Pablo había sido cien por ciento un judío religioso. La religión judía se formó según
la Palabra santa de Dios en el Antiguo Testamento, y el judaísmo guarda la Palabra santa de Dios y
enseña a la gente no sólo a adorar al Dios único y verdadero, sino también a proceder y a
comportarse conforme a los mandamientos dados por Él, a fin de agradarle. Sin embargo, los que
han leído los cuatro Evangelios del Nuevo Testamento saben que el Dios verdadero, que los judíos
adoraron en la antigüedad, se encarnó un día para ser un hombre. Dios mismo se hizo carne, nació
en un pesebre, creció en una familia pobre, y procedió de una región remota y despreciada. Este
hombre era Jesús, quien es Dios, el Creador. Él es el Dios de todo el universo, el Señor de todos. El
nombre Jesús significa “Jehová el Salvador”, o “la salvación de Jehová”. Por lo tanto, Jesús en el
Nuevo Testamento se refiere a Jehová en el Antiguo Testamento.

Recientemente leí una declaración de fe publicada por una gran denominación, la cual es muy
respetada, en la que decía que Aquel que visitó a Abraham en Génesis 18, Jehová, cuyos pies fueron
lavados por Abraham y por quien Abraham mató un becerro y preparó banquete, y quien comió
con Abraham, era el Jesús que se menciona en el Nuevo Testamento. Esto es ciertamente correcto.
Sin embargo, los judíos se aferraron a su religión tradicional y rechazaron al Salvador Jesucristo.
Cuando el Señor Jesús entró al templo, los judíos lo consideraron como un samaritano que estaba
poseído por un demonio (Jn. 8:48); ellos no querían recibir al Señor Jesús. Por favor, díganme
ustedes: ¿quién crucificó al Señor Jesús? No fue solamente el gobernador romano Pilato, ya que
éste no sólo quiso soltarlo sino que, además, en tres ocasiones declaró que no hallaba falta en
Jesús. Sin embargo, los judíos le pidieron que liberase a Barrabás, un ladrón, y que crucificase a
Jesús. Por lo tanto, la religión judía, el sumo sacerdote, los fariseos y los ancianos fueron los que,
por medio de los soldados romanos, crucificaron al Señor. A los que son religiosos sólo les interesa
la religión; no les interesa Cristo.

CRISTO ES MUY SUPERIOR A TODO

Antes de ser salvo, Pablo, quien era conocido como Saulo, era celoso por la religión judía. Hechos
9:1-2 dice: “Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, fue al Sumo
sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres
o mujeres de este Camino, los trajese presos a Jerusalén”. Pablo no sólo era celoso por la religión,
sino más aún cumplía las órdenes de los líderes religiosos de arrestar a cualquiera que invocase el
nombre del Señor. Sin embargo, yendo camino a Damasco, el Señor Jesús se le apareció, y un
resplandor de luz del cielo le rodeó. Como consecuencia cayó al suelo y recibió revelación. Después
de ese incidente, Pablo llegó a comprender que todo el Antiguo Testamento hablaba de este Jesús a
quien él perseguía. Desde entonces, empezó a conocer a Cristo, y su aprecio por Él aumentó. Por
esta razón él pudo escribir el libro de Filipenses y testificar a la gente, que antes él había sido celoso
de la religión judía, y que en cuanto a celo, había perseguido a la iglesia con la intención de
eliminarla por completo y que en cuanto a la justicia que es en la ley, había llegado a ser
irreprensible. Sin embargo, las cosas que una vez habían sido para él ganancias, ahora las estimaba
como pérdida por amor a Cristo (Fil. 3:6-7). En el pasado, al no tener a Cristo Pablo practicaba la
justicia que era por la ley, y la consideraba ganancia, pero ahora, la estimaba como pérdida por
amor a Cristo. Esto se debe a que Cristo es muy superior a la religión y a la ley.

En enero y febrero de 1937, salí de Shanghái para ir a Nankín, y pasé por Hangzhou, donde di una
conferencia evangelística. A la conferencia asistió un grupo de personas muy cultas y educadas.
Una de ellas era una dama muy moderna que escuchó con suma atención el evangelio que yo
estaba predicando. Después de una reunión en la noche, ella se acercó al frente donde yo estaba y
me preguntó: “Señor Lee, lo que usted ha predicado en las últimas noches me ha conmovido
mucho y estoy dispuesta a creer en el Señor. Pero quisiera preguntarle si puedo seguir haciendo
cierta cosa después de haber creído en Él. Si puedo hacerlo, ciertamente creeré en el evangelio que
usted predica. Lo que yo haga dependerá totalmente de lo que usted me responda”. Luego añadió:
“Una vez que yo crea en el Señor, estoy dispuesta a dejar cualquier cosa, pero hay una cosa que me
será muy difícil dejar; esto es, ir a la opera. Me gusta ir a la opera. Desde joven siempre he ido a la
opera con mi padre y ahora soy una “adicta” a ella. Soy capaz de dejar de respirar, pero si tengo que
dejar de ir a la opera, me será imposible seguir viviendo. Incluso mi marido también se ha dejado
influenciar por mí en esto. Pero ahora que le he oído hablar de Jesús, usted me ha convencido y
estoy dispuesta a creer. Sin embargo, si después de haber creído en el Señor Jesús, ya no puedo ir
más a la opera, ¿qué haré? Si usted me dice que ya no puedo ir, entonces no creeré en Él, pero si
me dice que sí puedo seguir yendo, entonces creeré”. Esta pregunta ciertamente era difícil de
contestar. Sin embargo, precisamente tenía a su lado a un niño de tres o cuatro años de edad, y el
Señor me dio la sabiduría para contestarle. Le dije: “Señora, a todos los niños le gusta jugar con
cuchillos. Si su hijo estuviese jugando con un cuchillo muy afilado y estuviese a punto de tener un
accidente, ¿qué haría usted? ¿Le arrancaría el cuchillo de la mano?”. Ella era muy inteligente e
inmediatamente pensó en unos chocolates que en ese tiempo eran famosos en Shanghái y Nankín y
me dijo: “Eso es cosa fácil. Yo esparciría trozos de chocolate por todo el piso, y mi hijo iría a
recogerlos y al final, terminará por no querer más el cuchillo”. Entonces, la dije: “La opera china es
el cuchillo afilado. Si usted no tiene a Cristo, nada podrá satisfacerla y es por eso que tiene que ir a
la opera. Pero ahora estoy esparciendo los chocolates en el piso. ¿Los ve usted? Tengo bastantes
“chocolates”, o sea, Cristo. No me pregunte si puede ir a la opera, sino más bien, crea en Cristo y
vea si Él la satisface hasta tal grado que ya no desee ninguna otra cosa”. Ella me respondió: “Esa es
una respuesta razonable. Creeré en Él”. Cristo es verdaderamente muy superior a cualquier cosa o
asunto.

CRISTO TAMBIÉN ES SUPERIOR


A LA ÉTICA Y A LA FILOSOFÍA

Una vez conocí en China a unos eruditos que estudiaban las obras de Confucio y de Mencio.
Cuando les prediqué el evangelio del Señor Jesús, me respondieron muy orgullosamente: “Ustedes
los cristianos, quienes han creído en la religión occidental predicada por los occidentales, son muy
superficiales. Además, la cultura occidental es materialista y superficial, ¿y por qué entonces
hemos de seguirla? Tal como nos dijo el filósofo Wang Yang-Ming, nuestra formación tiene sus
raíces y su origen, pues ella no es como un árbol sin raíces ni como el agua sin fuente”. Si no
hubiera adquirido un entendimiento fundamental en la verdad, me habrían confundido con sus
palabras. Pese a que esos filósofos tenían algo bueno, lo mejor que ellos tenían no era más que
bronce, pues una vez que nosotros sacamos el oro, el bronce pierde todo su valor. El Señor me dio
en ese momento sabiduría, y les dije a esos eruditos: “Señores, por favor no se apresuren.
Muéstrenme las enseñanzas de Confucio y de Mencio, y yo les leeré algunos versículos de la Biblia
para que podamos compararlos”. Ocho o nueve de cada diez veces esta gente saca a colación El
gran aprendizaje, porque son expertos en ese libro. En el libro se afirma que el principio del gran
aprendizaje radica en desarrollar la virtud resplandeciente, en presentarles una nueva vida a la
gente y en conquistar el bien supremo. Si bien todo ello es bueno, no es nada más que bronce. Esos
eruditos presentaron la doctrina del gran aprendizaje, y yo les leí la palabra del misterio: “En el
principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios ... Y el Verbo se hizo carne, y
fijó tabernáculo entre nosotros ... lleno de gracia y de realidad” (Jn. 1:1, 14). Aquí no habla de la
virtud resplandeciente; sino de la gracia y la realidad. La virtud resplandeciente es la conciencia, y
desarrollarla es cultivar la conciencia. Si uno no cultiva la conciencia, ésta quedará oscurecida, lo
cual equivale a ignorar la virtud resplandeciente, a no prestarle atención a la conciencia. Después,
le dije a uno de ellos: “Señores, por favor contésteme lo siguiente según su conciencia. Supongamos
que su hijo y el hijo de otra persona toman juntos un examen, y el hijo del otro pasa mientras que
el suyo no. ¿Estaría usted contento? Él contestó: “Por supuesto que no estaría contento”. Él afirmó
esto aunque sentirse descontento indicaba que él había hecho caso omiso de la virtud
resplandeciente, en vez de desarrollarla.

La Biblia nos habla de Dios, del Verbo que estaba en el principio y del Verbo que llegó a ser carne.
El Verbo no es la doctrina del gran aprendizaje; el Verbo es Dios mismo. Cuando el Verbo se hizo
carne, era Dios mismo quien se hizo hombre y vino a la tierra, y cuando Dios vino, tanto la gracia
como la realidad vinieron. Los filósofos chinos no saben lo que es la realidad. Les dije a esos
eruditos que la llamada ética y los valores morales fueron creados por Dios para el hombre, pues
según Filipenses 4:8 nos dice que tenemos que tener en cuenta las cosas que son verdaderas,
honorables, justas, puras, amables y todo lo que sea de buen nombre; esto quiere decir que
debemos expresar estas virtudes en nuestro vivir diario. Todas estas virtudes, las cuales fueron
creadas por Dios para el hombre y se hallan en la naturaleza humana, no son la realidad misma,
sino que son simplemente cascarones vacíos, es decir, son solamente términos vacíos que no tienen
realidad.

Cuando Dios se hizo hombre, es decir, cuando el Señor Jesús vino para ser nuestro Salvador, Él
trajo consigo la realidad de estas virtudes. Después, Él murió por nosotros, fue resucitado y se hizo
el Espíritu vivificante para entrar en nosotros, Sus creyentes, con el fin de ser nuestra vida y
contenido. De esta manera, Él expresa en nuestro vivir algo que es verdadero, honorable, justo,
amoroso y de buen nombre. Cuando esto ocurre, lo que el hombre exprese dejará de ser simples
términos carentes de significado, y en vez de ello, estará lleno de realidad. Nosotros no somos los
que expresamos esta realidad, sino que es Dios quien se hizo el Espíritu vivificante para entrar en
nuestro espíritu y ser nuestra vida, el que manifiesta dicha realidad en nosotros.

Puedo testificarles que algunos de esos eruditos chinos dedicados al estudio de Confucio, quedaron
completamente convencidos y confesaron que la Biblia era verdaderamente superior a los
principios del libro El gran aprendizaje. En realidad, no existe comparación alguna.
Originalmente Pablo fue como un erudito “confuciano”, el “Wang Yang-Ming” del judaísmo. Él
estudió ampliamente tanto la religión judía como la cultura griega y su filosofía; sin embargo,
después de que fue subyugado por el Señor Jesús en el camino a Damasco, él vio que todo lo
relacionado al judaísmo era sólo un cascarón, de la misma manera en que el tabernáculo era una
especie de cascarón vacío y no la realidad misma de ella.

Juan 1:14 dice: “El Verbo se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros”. Según el griego la
expresión habitó entre nosotros (en la Versión Reina Valera, 1960) debería traducirse “fijó
tabernáculo entre nosotros”. Cuando Jesús vino, Dios vino. Cuando Dios se encarnó, Él habitó
entre los hombres como tabernáculo. El tabernáculo en el Antiguo Testamento era una especie de
cascarón, o sea, una sombra de lo que habría de venir después, y el Señor Jesús es el cuerpo, la
realidad de ese tabernáculo. Juan 1:29 dice: “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo!”. Todos los judíos en ese tiempo entendieron esta frase, porque a diario sacrificaban
corderos y los ofrecían como sacrificio para la redención de sus pecados, mas no entendieron que
la sangre del cordero sacrificado no podía lavarles de sus pecados, debido a que esa sangre era
solamente un tipo, una sombra. Es como la foto de un avión que aparece en un libro para niños que
están en el jardín de la infancia, el cual sólo es un dibujo y no el avión de verdad. Usted les puede
enseñar a los niños a identificarlo como un avión, pero sigue siendo simplemente un dibujo cuya
realidad es el avión que vuela en los aires.

Ahora esta realidad ha venido y esta realidad es Jesús. Jesús es Dios que se hizo hombre; y el hecho
que Dios se haya hecho hombre es la realidad. Por lo tanto, Jesús es todas las virtudes, Él es todos
los valores morales, y Él es también la ética, es decir, Él es todo lo que es verdadero, todo lo
honorable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, y todo lo que es de buen nombre; Jesús es
todas estas cosas. Él es todas las virtudes: Él es nuestra humildad, Él es el honor que tenemos hacia
nuestros padres, Él es nuestro amor para con nuestras esposas, Él es nuestra sumisión hacia
nuestros esposos, y Él es nuestro amor para con todos los hombres. Sin Él, todo lo que hay es
vacuo y carece de realidad. ¿Quién es Él? Él es el Creador real y viviente que nació de una virgen
para ser un hombre, y Su nombre es Jesús. Él, quien es tanto Dios como hombre, murió por
nuestros pecados, resucitó y se hizo Espíritu vivificante. Hoy en día, Él no sólo está en los cielos
como Señor y Cristo, sino que también ha entrado en nuestro espíritu para ser nuestra vida (Ro.
8:34, 10).

El hecho de que Cristo sea nuestra vida encierra no solamente un significado muy profundo y
misterioso, sino que también reviste gran importancia. Una vez que Cristo es nuestra vida, Él llega
a ser todo para nosotros. Sabemos que todo cuanto tenemos depende de nuestra vida humana. Si
me muriese hoy, todo lo que es mío terminaría, pero mientras vivo, puedo hablar, comer, beber y
vestirme; puedo hacer esto y aquello. En otras palabras, si una persona está viva, puede hacer
cualquier cosa; pero para una persona muerta todo se ha terminado. El Señor Jesucristo ha
entrado en nosotros para ser nuestra vida, esto es, para ser nuestro todo. Él llega a ser nuestro
amor, pues el amor que manifestamos hacia otros ya no es nuestro propio amor; nuestro amor es
vacío, pero el Suyo es real. Si no tenemos a Cristo, todas nuestras virtudes humanas son simples
cascarones, son como unos guantes que están vacíos. Todas nuestras virtudes, tales como amor,
bondad, benevolencia, humildad y buenos modales, deberían ser Cristo. Cristo lo es todo para
nosotros porque Él es nuestra vida. En el pasado, Pablo mismo dijo que él había sido celoso por la
religión, pues no sólo mataba cristianos sino que también guardaba la ley hasta tal grado que llegó
a ser irreprensible. Hubo un tiempo en que él consideró que estas cosas eran sumamente valiosas,
pero después las estimó como pérdida y basura. La religión y la ley que él había estado observando
eran como “desperdicios”, mas ahora tenía a Cristo quien es como oro y gemas preciosas. El Cristo
que Pablo había obtenido no era una doctrina vacía sin realidad, sino que era el Dios real y
viviente, el Señor real y viviente. Debido a que Pablo tenía a Aquel que es de valor
inconmensurable en el universo, él sufrió la pérdida de todas las cosas y las consideró como
basura.

VIVIR EN CRISTO

Yo crecí en China y vi que muchos chinos manifestaban una ética muy elevada. Si bien su ética era
muy alta, no tenían a Cristo dentro de ellos. Por otro lado, también vi a algunos misioneros
occidentales cuyo amor y moralidad eran verdaderamente sobresalientes y extraordinarios, porque
Cristo estaba en el amor y en la ética de ellos. Los valores morales que cultivaban los moralistas
chinos es simplemente una ética china carente de Cristo. Sin embargo, si Cristo está en mí, cuando
yo amo a alguien, no soy yo el que ama, sino que es Cristo el que ama en mí. Yo he sido crucificado
con Cristo y he llegado completamente a mi fin. Ahora ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí. Por
consiguiente, ya no soy yo el que ama o el que obedece o el que honra a mis padres, y más aún, no
soy yo el que tiene gracia o bondad, o el que es virtuoso, sino que es Cristo en mí. Yo amo porque es
Su amor el que ama desde mi interior. Yo honro a mis padres porque es Él quien los honra desde
mi interior. Esto se debe a que Él vive ahora en nosotros como nuestro todo. Y siempre y cuando
vivamos según este Cristo que está en nuestro ser, Él será todas esas virtudes que se expresan
desde nuestro interior. Así, llegaremos a ser aquellos que viven en Cristo (2 Co. 12:2).

En Filipenses 3:9 Pablo dijo: “Y ser hallado en Él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley,
sino la que es por medio de la fe en Cristo, la justicia procedente de Dios basada en la fe”. Pablo
había estado absolutamente bajo la ley de la religión judía y es siempre en la ley donde le hallaban
los demás. Sin embargo, cuando vio la gran luz en camino a Damasco, se arrepintió y recibió
revelación (Gá. 1:15-16), y de la ley y la religión, las cuales había heredado de sus antepasados, se
volvió a Cristo. Desde ese momento, Pablo anhelaba tener todo su ser no sólo empapado de Cristo,
sino también lleno de Cristo, a fin de que Cristo rebosare de él, para que todos los que lo vieran lo
hallasen completamente en Cristo. Por eso, Pablo dijo que no tenía su “propia justicia ... sino la que
es por medio de la fe en Cristo”. Esto es estar en Cristo, y es en Cristo que Pablo aspiraba a ser
hallado por los demás. Fue únicamente debido a que Pablo estaba en Cristo y a que era hallado en
Él que Dios pudo expresarse en esa condición tan incomparable, lo cual no fue resultado que Pablo
guardase la ley, sino de que él vivía a Cristo. Esta no era la conducta o justicia de Pablo, sino la
justicia de Dios que se obtiene por la fe en Cristo.

La salvación que hoy hemos obtenido no es una salvación en la cual “dependemos de Cristo”, sino
que es una salvación en la que “vivimos en Cristo”. En el presente, no sólo estamos en Cristo, sino
que incluso vivimos en Él. Esto puede compararse con entrar en un avión 747 y andar dentro del
avión de un lado a otro. No solamente estamos sentados en el avión, sino que también vivimos en
el mismo. Pablo dijo que quería que otros lo hallarán viviendo en Cristo. Cristo no es sólo nuestra
vida, sino también la esfera de nuestro vivir; es decir, vivimos en Él. En 1 Corintios 1:30 se nos dice
que es por Dios que estamos en Cristo. Dios ha hecho que Cristo sea nuestra justicia, y cuando nos
unimos a Cristo y lo expresamos en nuestra vida cotidiana, tendremos la justicia que está en Él.

IR EN POS DE LA EXPERIENCIA DE CRISTO

Cristo es viviente, y una vez que Él entra en nuestro espíritu, Él establece una unión orgánica con
nosotros. A raíz de esta unión orgánica, podemos llevar una clase de vivir en la cual no somos
nosotros quienes vivimos, sino Cristo quien vive desde nuestro interior. Es de esta manera que la
justicia de Dios se manifiesta en nosotros, y ésta es la vida que Pablo anhelaba manifestar en su
vivir. Pablo conocía a Cristo y lo apreciaba, y también se percató de que Cristo era excesivamente
precioso, por lo que con suma diligencia iba en pos de la experiencia de Cristo. Necesitamos que
Cristo y el poder de Su resurrección lleguen a ser nuestras experiencias personales. La resurrección
es un asunto de vida. Una semilla puede “resucitar” porque tiene en ella el poder de vida, pero una
piedra no tiene esta capacidad. Cristo está en nosotros como una semilla que brota y crece en
nosotros para dar fruto a treinta, a sesenta y a ciento por uno.

MANIFESTAR LA FRAGANCIA DE CRISTO

Ya hemos visto que nosotros no estamos en la religión sino en Cristo. Cristo es vida, y en Él, como
la simiente de vida, se halla el poder de la resurrección. Él crece en nosotros para que podamos
participar en Sus sufrimientos, configurándonos a Su muerte. De esta manera experimentamos el
poder de Su resurrección y sabemos que Él es un tesoro que se halla dentro de nosotros. En este
tesoro hay un poder excesivamente grandioso, el poder más excelente. Es este poder trascendente y
extraordinario que está en nosotros el que nos capacita para sobrellevar aquellos sufrimientos que
otros no son capaces de soportar y vivir una vida que otros no son capaces de vivir, para así
manifestar la fragancia de Cristo. Es también por medio del poder de Su resurrección que Cristo
nos lleva en el gozoso triunfo de Su procesión victoriosa y manifiesta mediante nosotros el olor de
Su conocimiento.

Ésta es la trascendencia de Cristo. Éste es el Cristo a quien expresamos en nuestro vivir. Esto no es
la cultura humana ni la religión ni la filosofía ni la ética ni los valores morales ni las tradiciones ni
las costumbres, sino que es el Cristo viviente que mora en nosotros como nuestra vida, y que nos
lleva en triunfo y manifiesta Su fragancia.

CAPÍTULO TRES

LA GLORIA DE CRISTO

Lectura bíblica: He. 1:3; Jn. 17:5; 1:4, 21-24; Fil. 2:15-16; 1:20-21; Col. 1:27

LA GLORIA ES LA EXPRESIÓN DE DIOS

Hemos hablado sobre la incomparabilidad y la trascendencia de Cristo; veamos ahora lo que es la


gloria de Cristo. La palabra gloria tiene un significado muy especial en la Biblia, un significado que
el lenguaje humano no lo puede explicar con claridad. Algunos chinos piensan que uno ha sido
“glorificado” cuando ha conseguido una posición social distinguida o cuando se ha convertido en
una persona rica que vive en una casa lujosa. Sin embargo este entendimiento no refleja el
significado bíblico, y mucho menos el significado de la palabra jung yao, en el idioma chino. Dicha
palabra en chino se compone de dos caracteres: jung y yao. El primero de ellos contiene dos
radicales que significan “fuego”, y el segundo contiene un radical que significa “luz”. Cuando dos
fuegos arden intensamente y emiten luz, eso es jung yao, o sea, gloria.

Sin embargo, la “gloria” que se menciona en la Biblia se refiere a Dios mismo, a la expresión del
resplandor de Dios, a la expresión de Dios mismo. Dios está oculto y es invisible, pero cuando Dios
manifiesta Su esplendor, Él se hace visible. Usemos la ilustración de la electricidad. La electricidad
es algo que no es visible a simple vista. Estrictamente hablando, hasta el día de hoy nadie ha visto
lo que es la electricidad. Aunque la electricidad es invisible, la luz que emiten las lámparas
eléctricas es el resplandor de la electricidad, o sea, que la luz emitida por ellas es el resplandor de la
electricidad, y el resplandor en sí de la electricidad es la gloria de la electricidad. Podríamos decir
que cuando las lámparas eléctricas emiten luz, la electricidad es “glorificada”. Hoy en día se ha
hecho muy común el uso de las luces eléctricas, y ya no consideramos la electricidad como algo
maravilloso. Sin embargo, si jamás hubiésemos usado luces eléctricas y de repente las viéramos
encenderse en un cuarto oscuro, ciertamente diríamos que el cuarto se ha llenado de gloria. La luz
se halla oculta dentro de la electricidad, pero cuando esta luz escondida se expresa, eso es gloria.
La gloria de Dios es la expresión de Dios. Cuando Dios no se expresa, Él está oculto, pero cuando Él
se expresa, allí está la gloria. En el Antiguo Testamento vemos que en Génesis 12 Dios se le
apareció a Abraham y habló con él. En el Nuevo Testamento, se hace referencia a este evento en
Hechos donde se nos dice que el Dios de la gloria se le apareció a Abraham (7:2).

Según la definición bíblica, la gloria no es obtener una alta posición social o acumular una gran
fortuna, sino que la gloria es Dios mismo que se manifiesta en nosotros. Por ejemplo, supongamos
que llego a la casa de una pareja de casados a fin de tener comunión con ellos. Pero antes de llamar
a la puerta escucho a ambos discutiendo; y cuando el esposo me abre la puerta, veo a su mujer
llorando. Esta situación ciertamente no es nada gloriosa, pues es como si una bombilla se hubiera
fundido y ya no puede encenderse. Pero supongamos que cuando el esposo me abre la puerta, veo a
su esposa orando con la cabeza cubierta y percibo en el marido un espíritu de oración; dicha escena
aunque no manifieste cierto esplendor visible, no obstante, está llena del resplandor del Señor.
Interiormente diría que esa situación es verdaderamente gloriosa porque veo a Dios expresado en
esa pareja.

CRISTO ES EL RESPLANDOR DE LA GLORIA DE DIOS

Hebreos 1:3 es un versículo muy difícil de explicar, pues dicho versículo nos dice que Cristo es el
resplandor de la gloria de Dios. Usemos este ejemplo para facilitar nuestra explicación: durante el
día podemos ver el Sol, pero hablando con propiedad, lo que realmente vemos no es el Sol, sino su
resplandor. El hecho de que Cristo es el resplandor de la gloria de Dios significa que no es a Dios
mismo a quien vemos, así como no vemos el sol, sino que vemos el resplandor de la gloria de Dios,
quien es Jesucristo. Es decir, Jesucristo es el resplandor de la gloria de Dios. Cuando el Señor
Jesús estaba en la tierra, las personas se quedaban maravilladas por las palabras que Él decía, y se
preguntaban: “¿De dónde vino este hombre? ¿Cómo puede hablar tales cosas?”. También durante
Su estancia en la tierra, el Señor Jesús hizo muchas cosas maravillosas que a muchas personas les
resultaron difíciles de entender. Ellas vieron a un simple galileo, a Jesús, y se preguntaban cómo
podía Él hacer cosas tan grandiosas y maravillosas, y quien era realmente Jesús. No obstante, la
Biblia nos dice explícitamente que Él es el resplandor de la gloria de Dios.

Yo he estudiado la Biblia y estoy totalmente convencido de que este Jesús, según la profecía de
Isaías, creció como renuevo delante de Dios y como raíz de tierra seca; además no había parecer en
Él, ni hermosura ni atractivo para que la gente lo deseara. Fue despreciado y desechado entre los
hombres; por cuanto Su rostro y Su forma se hallaban desfigurados. Sin embargo, en este hombre,
quien vivió en la tierra por treinta y tres años y medio, se hallaba oculta la gloria de Dios. En una
ocasión, Él tomó consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, y los llevó aparte a un monte alto, y
súbitamente se transfiguró delante de ellos, y Su rostro resplandeció como el sol y Sus vestidos se
volvieron blancos como la luz. En otras palabras, todo Su ser brillaba en forma resplandeciente, lo
cual quiere decir que la gloria que se hallaba oculta dentro de Él fue expresada externamente.

Los tres discípulos vieron a Jesús el nazareno manifestarse en la gloria de Dios, es decir, la gloria
de Dios se manifestó completamente por medio de Jesús. Por eso no solamente Pedro nos testifica
en su epístola que ellos fueron testigos oculares de Su gloria en el monte santo (2 P. 1:16-18), sino
también Juan nos dice en su Evangelio que “en el principio era el Verbo ... y el Verbo era Dios ... Y
el Verbo se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros (y contemplamos Su gloria, gloria como
del Unigénito del Padre), lleno de gracia y realidad” (Jn. 1:1, 14).

Cuando las personas del mundo pasan por situaciones difíciles se acongojan y se deprimen; sin
embargo, nosotros los creyentes, cuando sufrimos persecuciones y pasamos por dificultades, aun
podemos exclamar gozosamente: ¡Aleluya! Esto se debe a que nosotros no solamente amamos al
Señor, sino que también estamos llenos de Él. Por estar llenos del Señor, Él rebosa desde nuestro
interior. Este rebosar es gloria.

Colosenses 1:27 nos dice: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”. El Cristo dentro de nosotros
es gloria, pero esta gloria se halla oculta. En la primera línea de la primera estrofa de Himnos, #177
dice: “Vive en mí, Señor, Tu vida”, y en la segunda estrofa dice:

Consagrado está Tu templo,


Ya purgado de maldad;
Que la llama de Tu gloria
Brille en mí con claridad.

Este himno nos declara que Cristo se halla oculto en nosotros y está en espera de ser manifestado.

Pese a que Cristo se halla oculto en nosotros, Su gloria no siempre permanece encubierta, pues a
veces se manifiesta abiertamente. Sé que algunos padres, especialmente en las familias chinas que
han aceptado la ideología de Confucio y Mencio, se oponen rotundamente a que sus hijos se hagan
cristianos, porque piensan que creer en Jesús significa aceptar una religión extranjera, lo cual no es
nada glorioso, sino más bien, es una vergüenza para todos sus antepasados por tres generaciones.
Esta es la razón por la cual los padres se oponen a que sus hijos crean en el Señor Jesús. Hoy día
tenemos aquí entre nosotros un hermano que creyó en el Señor y que fue salvo bajo esas
circunstancias. Este hermano fue salvo cuando era un estudiante de secundaria. Antes de ser salvo,
él era un adolescente muy travieso, pero después de su conversión su vida cambió por completo.
Cuando la gente le reprendía, este hermano permanecía afable para con los demás, y cuando sus
padres le azotaban por haber creído en el Señor, sumisamente él se iba a su cuarto y se arrodillaba
al lado de su cama para orar al Señor. Una y otra vez el Señor continuamente manifestaba Su gloria
en él, quien una vez había sido un adolescente muy inquieto. Finalmente, esto conmovió tanto a
sus padres que ellos también acabaron por creer en el Señor. Al principio son muchos los padres
que se oponen a que sus hijos crean en el Señor; no obstante, ellos mismos finalmente terminan
creyendo en el Señor. ¡Aleluya! Es casi imposible encontrar una familia en la que los padres no
siguieran la fe de sus hijos y creyeran en el Señor. Todos los que son verdaderamente salvos
manifiestan en ellos la gloria del Señor Jesús; esto quiere decir que el Dios invisible es expresado
mediante estas personas.

CRISTO TIENE LA GLORIA QUE TUVO


JUNTO CON EL PADRE EN LA ETERNIDAD

Juan 17:5 dice: “Ahora pues, Padre, glorifícame Tú junto contigo, con aquella gloria que tuve
contigo antes que el mundo fuese”. Este versículo nos dice que en la eternidad pasada el Señor
Jesús gozaba de la misma gloria que Dios. No es fácil explicar este versículo porque no estuvimos
presentes allí, ni tampoco sabemos cómo fue aquello. Pero todos sabemos que Juan 17 es la oración
que el Señor Jesús pronunció antes de Su crucifixión. Después de haber ofrecido esta oración, el
Señor se dirigió esa misma noche al huerto de Getsemaní donde fue traicionado, arrestado y
juzgado; al día siguiente, fue condenado a muerte en la cruz. Por lo tanto, esta oración encierra un
significado muy crítico y profundo. Aunque usted la leyera varias veces, me temo que no llegaría a
entender todas sus implicaciones; ello se debe a que el Señor Jesús dedicó esta oración
directamente a Dios y no a nosotros. Por eso no le preocupó que nosotros la entendiésemos o no. El
Señor Jesús no oró pidiendo: “Padre concédeme tener gloria junto contigo”, sino que dijo: “Padre,
glorifícame Tú junto contigo...”. No se trata de tener o no tener gloria, sino de gozar de ella y
disfrutarla. No es que el Señor Jesús no tuviese esa gloria, ya que cuando pronunció esta oración,
dicha gloria ya estaba con Él, mas no disfrutaba de ella. Antes de que el mundo fuese, antes del
comienzo del tiempo, el Señor Jesús ya tenía esta gloria junto con el Padre. Esta gloria también
estaba con Él cuando vivía en la tierra, pero no la disfrutaba todavía. Por eso en Juan 17 Él oró:
“Padre, glorifícame Tú junto contigo, pues ha llegado la hora en que Tú deseas que Yo disfrute de
esta gloria”.
CRISTO TIENE LA VIDA Y LA NATURALEZA
DE DIOS Y EXPRESA LA GLORIA DE DIOS

¿Qué significado encierra que el Señor Jesús tenga la gloria de Dios? Y ¿cómo fue glorificado junto
con el Padre? No es fácil contestar a estas preguntas. Por lo tanto, debemos considerarlas
basándonos en el contexto presentado en Juan 17:5. La primera parte de la oración que el Señor
Jesús pronunció en el versículo 1 dice: “Padre ... glorifica a Tu Hijo”, y la segunda parte dice: “para
que Tu Hijo te glorifique a Ti”. Aquí no se nos dice que el Señor Jesús le rogó al Padre que lo
elevara al trono a fin de exaltarlo y de esta manera, fuese glorificado, sino que dice: “Glorifica a Tu
Hijo, para que Tu Hijo te glorifique a Ti”. El Padre glorificó al Hijo, y en dicha gloria el Hijo
glorificó al Padre. Luego en el versículo 2, que es sumamente precioso, se nos dice: “Como le has
dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste”. El Padre le dio al
Señor Jesús potestad sobre toda carne. El Señor Jesús no sólo es el Señor de todas las cosas, sino
también el Señor de toda la humanidad. Él tiene potestad sobre toda persona con el propósito
único de dar vida eterna a los que le han sido dados por Dios el Padre, esto es, aquellos que han
sido predestinados y escogidos en la eternidad. ¡Aleluya! Todos los que creemos en el Señor somos
aquellos que han sido dados al Señor Jesús por Dios el Padre. Dios nos ha dado a cada uno de
nosotros al Señor; y entonces a nosotros el Señor nos da vida eterna.

El versículo 3 dice: “Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a
quien has enviado, Jesucristo”. El Señor Jesús añadió a Su oración esta nota, para decirnos lo que
es la vida eterna. Ésta es la vida eterna: que conozcamos al único Dios verdadero y a quien Él ha
enviado, Jesucristo. Hoy día el tener o no tener vida eterna dependerá completamente de que usted
conozca al único Dios verdadero y a quien Él envió, Jesucristo. Si usted dice: “Alabo al Señor y le
agradezco porque conozco al único Dios verdadero y porque conozco también a Jesucristo, a quien
Dios envió”, eso quiere decir que usted tiene vida eterna dentro de usted. Todos podemos testificar
esto: cuando creímos en este único Dios verdadero y en Jesucristo, quien es Aquel que Dios envió,
recibimos en nuestro ser algo que es viviente, algo que nos vivificó interiormente. Esta entidad
viviente es la vida eterna.

El versículo 4 dice: “Yo te he glorificado en la tierra, acabando la obra que me diste que hiciese”.
Esta es la clave para entender estos versículos. ¿Qué obra Dios encomendó que hiciera Su Hijo, el
Señor Jesús? Dios deseaba que el Señor Jesús realizara una sola obra, una única obra, y esta es,
que el Señor viviese a Dios manifestándolo en la tierra. Nadie jamás ha visto a Dios; mas el
Unigénito de Dios vino a vivir entre los hombres y Él les declaró a Dios; Él lo dio a conocer. Dar a
conocer a Dios significa glorificarle a Él. En otras palabras, dar a conocer a Dios es la definición de
glorificar a Dios; por lo tanto, glorificar a Dios es expresar a Dios.

Cuando el Señor Jesús oró esta oración, Él sabía que esa sería la última noche de sus treinta y tres
años y medio de vida en la tierra, pues Su crucifixión era inminente, la cual habría de ser no sólo
un gran sufrimiento para Él, sino también una gran vergüenza a los ojos de los hombres. Sin
embargo, el Señor sabía que Su muerte sería como el grano de trigo que es sembrado en la tierra. Si
el grano de trigo no muere al ser sembrado, nunca podrá llevar mucho fruto. Asimismo, el Señor
Jesús tenía que ser sepultado en la tierra y morir como un grano de trigo. Aparentemente esa
muerte constituía una vergüenza y un sufrimiento, pero en realidad Su muerte era una liberación
gloriosa. Así como dentro del cascarón del grano de trigo se halla oculta la vida y todas las riquezas
de ella, así también el cuerpo físico del Señor Jesús era un cascarón que escondía en su interior la
vida divina junto con sus riquezas. Por lo tanto, Su cascarón tenía que ser sepultado en la tierra y
morir a fin de que la vida que se hallaba oculta en el cascarón fuese liberada. Una vez que un grano
de trigo es enterrado en la tierra y muere, de él brotará un retoño con tallo y hojas el cual florecerá
dando como fruto las espigas. Y cuando el grano se multiplica dando fruto uno a treinta, otro a
sesenta y otro a ciento por uno, eso es su glorificación.

El Señor Jesús era como ese grano de trigo, pues Su carne era como el cascarón de la semilla, en
cuyo interior estaba Dios. No obstante, este Dios no podía ser expresado porque estaba oculto en el
cascarón. Por lo tanto, era necesario introducir al Señor Jesús en la muerte, a fin de que por medio
de la muerte y la resurrección Él pudiese ser liberado y que Dios, quien estaba en Él, pudiese ser
expresado y glorificado. Ésta es la razón por la cual Él oró: “Padre glorifica a Tu Hijo”. Es decir, en
esta oración el Señor simplemente le estaba pidiendo al Padre ¡qué lo pusiese a muerte! Es como si
una semilla estuviese rogándole a su amo: “¡Amo! No tengas tan alto concepto de mí; no me
elogies, ni tampoco deseo que me pongas en el pedestal para ser exhibido. Por favor, ¡plántame en
la tierra! Una vez que me plantes en la tierra, seré glorificado”. La oración Padre glorifica a Tu
Hijo da a entender que el Señor le pedía al Padre que lo introdujese en la muerte a fin de que Él
pasase por ella y fuese resucitado. Después de la muerte y la resurrección del Hijo, el Padre sería
manifestado, y así el Hijo también sería glorificado. Más aún, en la glorificación del Hijo, el Padre
también sería glorificado.

LA GLORIFICACIÓN ES UN ASUNTO DE VIDA

El hecho de que el Padre sea glorificado en la glorificación de Su Hijo Jesús es algo que está
estrechamente ligado con la vida divina. De entre los millones de personas que existieron hace dos
mil años, el Señor Jesús fue el único que tenía la vida y la naturaleza divinas dentro de Él con el
propósito de expresar a Dios. El énfasis dado a la vida y la naturaleza divinas no es tanto en
capacitarnos para hacer obras, sino en capacitarnos para vivir y expresar la vida que se halla en
nosotros. Si usted es chino y posee la vida y la naturaleza de un chino, espontáneamente expresará
unas características que son propias de un chino. Si usted es japonés y tiene la vida y la naturaleza
japonesas, entonces usted expresará los rasgos característicos de un japonés. En otras palabras, lo
que usted exprese dependerá de la vida y la naturaleza que tenga en su ser. El Señor Jesús tenía en
Su interior la vida y la naturaleza de Dios, y no le fue necesario hacer cosa alguna, sino que
simplemente vivía a Dios y le expresaba en Su vivir. Sin embargo, en ese tiempo Dios aún se
hallaba oculto en la carne del Señor Jesús y, por lo tanto, era imprescindible que el Señor
quebrantase Su carne por medio de la muerte, tal como una semilla tiene que ser plantada en la
tierra a fin de que la vida que está encerrada en ella quebrante la cáscara y pueda ser liberada. Eso
es gloria. Por consiguiente, el Señor Jesús oró al Padre Dios pidiendo que lo pusiese en la tierra de
muerte y que lo resucitara de entre los muertos. De esta manera el Padre Dios sería liberado del
interior del Señor Jesús, y la vida y naturaleza del Padre Dios serían manifestadas, lo cual es la
glorificación del Hijo por el Padre.

CRISTO DA LA GLORIA
A SUS CREYENTES

Debido a que el Señor Jesús tiene en Él la vida y la naturaleza divinas, Él también puede dar esta
vida y naturaleza a aquellos que Dios escogió, predestinó y dio a Él. En otras palabras, así como el
Señor Jesús tiene la vida y la naturaleza divinas para expresar a Dios, nosotros, los que fuimos
escogidos por Dios y dados al Señor Jesús, también tenemos la vida y la naturaleza divinas para la
expresión de Dios. Debido a que el Señor Jesús nos ha dado la vida eterna que se halla en Él, todos
nosotros tenemos la vida y la naturaleza de Dios. Según la Biblia, la meta de haber creído en el
Señor no consiste en solamente recibir el perdón de los pecados, sino que es mucho más que eso:
consiste en obtener la vida eterna. El perdón de los pecados es solamente el procedimiento; no es
la meta. Sin embargo, a menos que seamos perdonados de nuestros pecados, Dios no podrá darnos
Su vida eterna. Cuando esta vida eterna entra en nosotros, tenemos una unión orgánica con Cristo.
Nada que carezca de vida puede tener una unión orgánica con nosotros, o sea, que sólo las cosas
vivientes, las cosas que poseen vida pueden entrar en una unión orgánica con nosotros. Si una
piedra entra en nuestro estómago, ésta permanecerá allí tal como es, porque no tiene vida. Sin
embargo, si ingerimos alimentos orgánicos como pescados, carnes o frutas, estos serán asimilados
por nuestro cuerpo y entrarán en una unión orgánica con nosotros, y finalmente llegarán a ser
nosotros mismos.

El Señor Jesús dijo que Él no sólo era el pan de vida, sino que también era el pan vivo, lo cual
quiere decir que cuando nosotros lo ingerimos, este pan continúa viviendo en nosotros. El Señor
Jesús está lleno del suministro orgánico, y cuando le recibimos en nuestro ser, Él con Sus
funciones y operaciones orgánicas, vive y se mueve dentro de nosotros. Así es cómo el Señor nos da
la vida eterna, la cual se halla en Él.

Cristo es viviente; Él es el Espíritu, y está en la Palabra. Es mediante nuestra predicación que Él se


infunde en otros. Cuando Cristo entra en nosotros, los que hemos sido escogidos por Dios, Él nos
imparte la vida eterna. De esta manera llegamos a ser la multiplicación y el agrandamiento de
Cristo. Esta multiplicación y agrandamiento son gloria.

La oración registrada en Juan 17:21-24 es muy misteriosa, y contiene muchas veces la preposición
en: “Tú, Padre, estás en Mí”, “Yo en Ti”, “que también ellos estén en Nosotros”, y “Yo en ellos”. Al
final es difícil saber exactamente quién está en quién. Todos nosotros, los que hemos creído en el
Señor, estamos en Dios y también estamos en el Señor Jesús. Dios está en el Señor Jesús; el Señor
Jesús también está en Dios; y nosotros estamos en Ellos. En el versículo 22 el Señor dice: “La gloria
que me diste, Yo les he dado”. Esta gloria es simplemente la vida y la naturaleza de Dios para la
expresión de Dios. Los incrédulos no tienen esta gloria; mas nosotros, los que hemos creído en
Cristo, somos los únicos que tenemos esta gloria. Debido a que el Señor Jesús tiene en Su interior
la vida y la naturaleza divinas, cuando nosotros creemos en Él, Él imparte en nuestro ser Su vida y
Su naturaleza; por lo tanto, todos tenemos esta gloria. En el versículo 23 el Señor añade: “Yo en
ellos, y Tú en Mí”. Nótese que el orden que se registra aquí es distinto. Anteriormente teníamos al
Padre en el Hijo y al Hijo en el Padre, para que todos los creyentes estuviesen en el Padre y en el
Hijo. Luego el Señor dijo que Él había dado a los creyentes la gloria que el Padre le dio a Él, o sea,
que Él había impartido a los creyentes la vida y la naturaleza del Padre, dando como resultado que
Él esté en ellos. Después de decir esto, el Señor concluyó diciendo que Él está en nosotros, y que el
Padre está en Él.

El versículo 24 dice: “Padre, en cuanto a los que me has dado, quiero que donde Yo estoy, también
ellos estén conmigo”. ¿A qué lugar se refiere la palabra donde? La respuesta “tradicional” dada por
la mayoría de los cristianos es que ese “donde” se refiere al cielo. Ellos dicen que después de morir
el Señor resucitó y ascendió al cielo, y es por eso que Él oró al Padre para que los millones de
personas que le fueron dados a Él también fuesen llevados al cielo. Como Él está en el cielo,
entonces todos deberían ir al cielo. Esta es la enseñanza tradicional del cristianismo. Sin embargo,
aquí la Biblia revela que ese “donde” no se refiere al cielo, sino a estar en Dios. A eso se debe que el
Señor Jesús nos diga en Juan 14:6: “Yo soy el camino ... nadie viene al Padre, sino por Mí”. El
Señor no dijo “nadie va al cielo”, sino “nadie va al Padre sino por Él”. El pensamiento del Señor en
Juan del 14 al 17 no es el de ir al cielo; lo que Él deseaba en Su corazón era introducir a los
creyentes en el Padre, así como Él está en el Padre.

Según la revelación presentada en la Biblia, aquí la oración del Señor Jesús nos dice que Él está en
el Padre y que Él tiene la vida y la naturaleza del Padre para expresar al Padre. Ahora Su oración es
pedirle al Padre que lo siembre en la tierra de la muerte y lo resucite a fin de liberar la vida del
Padre y así poder entrar en aquellos que han creído en Él. Una vez que la vida y la naturaleza
eternas entran en los creyentes, ellos estarán en el Padre tal como Él está en el Padre. Los creyentes
estarán con El dónde Él está. ¿Dónde está el Señor? El Señor está en el Padre. ¿Dónde están los
creyentes? Ellos también están en el Padre. Originalmente no estábamos en el Padre, pero ahora sí
lo estamos. Debido a que el Señor Jesús ha puesto la vida y naturaleza eternas dentro de nosotros,
ahora tenemos en nuestro ser la vida y la naturaleza del Padre Dios. Esto es lo que quiere decir que
el Padre está en nosotros, y nosotros en el Padre. De esta manera, así como es el Señor Jesús, así
también somos nosotros; dondequiera que está Él, allí también estamos nosotros. El Señor Jesús
está en el Padre, y nosotros también estamos en el Padre. El Padre está en Él y el Padre también
esta en nosotros. El Señor Jesús tiene la vida y la naturaleza divinas, y nosotros también tenemos
la vida y la naturaleza divinas. Por eso el Señor Jesús finalmente dijo: “Para que vean Mi gloria que
Me has dado” (17:24). La gloria que Dios le dio al Señor Jesús es la vida y la naturaleza divinas para
la expresión de Dios. Antes de ser salvos no teníamos esto, pero ahora que somos salvos, hemos
obtenido la vida y la naturaleza divinas para expresar a Dios. Es en esta expresión que vemos la
gloria que el Padre le dio al Señor, la gloria que disfrutamos día tras día.

RESPLANDECER COMO LUMINARES,


ENARBOLANDO LA PALABRA DE VIDA

Todos los que hemos sido salvos, tenemos la vida y la naturaleza divinas para expresar a Dios.
Además, somos lámparas luminosas en medio de una generación torcida y perversa, donde
resplandecemos como luminares, enarbolando la palabra de vida (Fil. 2:15-16). Todos los que
tenemos la vida y la naturaleza divinas somos hijos de Dios sin mancha en medio de esta
generación torcida y perversa, en medio de la cual resplandecemos como luminares en este mundo
oscuro enarbolando la palabra de vida. Este es el Señor Jesús que está siendo glorificado desde
nuestro interior.

Tal como dije anteriormente, después de ser salvos muchos jóvenes se han convertido en
luminares del Señor Jesús que resplandecen en la presencia de sus padres y de sus parientes y que
inconsciente e involuntariamente enarbolan la palabra de vida, quien es el Señor Jesús mismo.
Este es Cristo que se glorifica en ellos.

MAGNIFICAR SIEMPRE A CRISTO


EN NUESTROS CUERPOS

Pablo escribió el libro de Filipenses cuando se hallaba encarcelado y a ello se debe que él dijese:
“Conforme a mi anhelo y esperanza de que en nada seré avergonzado; antes bien con toda
confianza, como siempre, ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por
muerte. Porque para mí el vivir es Cristo” (1:20-21). ¿Qué quiere decir que Cristo sea magnificado
en nuestros cuerpos? Pablo no solamente tenía en su interior a Cristo como su vida y su naturaleza,
sino que más aún expresaba a Cristo externamente en su vivir. Por lo tanto, cuando Pablo estaba a
punto de ser martirizado, él seguía manifestando la grandeza ilimitada de Cristo, y así la gloria de
Dios fue expresada en forma grandiosa en su cuerpo. Éste era Cristo que estaba siendo
magnificado en su cuerpo.

CRISTO, LA ESPERANZA DE GLORIA EN NOSOTROS

En Colosenses 1:27 Pablo dice que hay un misterio en nuestro ser, y éste es Cristo en nosotros.
Verdaderamente es un misterio que Cristo esté en nosotros; es por eso que muchas veces ya no nos
enojamos en absoluto aun cuando la gente nos injuria; antes bien, estamos contentos y llenos de
gozo. Esto es realmente una historia misteriosa, de hecho esta historia es el Señor Jesús como la
vida eterna. Este misterio en nosotros es Jesucristo como nuestra esperanza de gloria. Cuando
Cristo regrese, Él estará en la gloria, y Él nos transfigurará y nos introducirá en la gloria. Esa será
nuestra glorificación junto con Él. “Este misterio ... es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”.

CAPÍTULO CUATRO

LAS RIQUEZAS DE CRISTO

Lectura bíblica: Ef. 3:8; Jn. 16:13-15; 1:14, 16; Fil. 1:19

EL TEMA CENTRAL PRESENTADO


EN EL NUEVO TESTAMENTO

Hemos hablado de la incomparabilidad de Cristo, de Su trascendencia y de Su gloria. Ahora


veamos lo que son las riquezas de Cristo. Las riquezas de Cristo constituyen un tema central y una
revelación importante en el Nuevo Testamento; pero hoy en día, son muchos los cristianos que
jamás han visto esta revelación. Muchos han sido cristianos por años, pero nunca han escuchado la
frase las riquezas de Cristo. No obstante, Efesios 3 claramente habla de este tema.

Desde que era joven, siempre he apreciado mucho el libro de Efesios y he leído los comentarios que
otros han escrito acerca de él, pero jamás había oído hablar de este tema central: “las riquezas de
Cristo”. En el pasado, debido a que nadie se había percatado de este tema ni nadie pudo guiarme a
ver este asunto, yo era como un ciego que no veía nada ni obtenía nada. No fue hasta muchos años
después, que un día estas palabras brillaron y saltaron de la página a mí, y pude ver cuán valiosa
era la frase las riquezas inescrutables de Cristo mencionada en Efesios 3:8. Esta frase no habla
simplemente de las riquezas de Cristo, sino que habla de las inescrutables riquezas de Cristo, las
riquezas inmensurables de Cristo. El énfasis dado a la palabra inescrutable aquí, no alude tanto al
hecho que sea misterioso, sino a la cantidad, a su magnitud. Las riquezas de Cristo son
inescrutables e inconmensurables.

LA REALIDAD Y EL CONTENIDO DEL EVANGELIO

¿Qué son las riquezas de Cristo? Primero, las riquezas de Cristo son la realidad y el contenido del
evangelio. Efesios 3:8 dice: “A mí ... me fue dada esta gracia de anunciar a los gentiles el evangelio
de las inescrutables riquezas de Cristo”. Según este versículo, vemos que las riquezas de Cristo
constituyen la realidad y el contenido del evangelio. La realidad del evangelio estriba
completamente en las riquezas de Cristo, y éstas son el contenido del evangelio, ya que sin ellas, el
evangelio carecería de contenido; sería algo vano y vacío. Pablo no dijo que Dios le dio esta gracia
de anunciar a los gentiles el evangelio del perdón de los pecados. El perdón de los pecados es
solamente uno de los muchos aspectos de las inescrutables riquezas de Cristo. No obstante, el
evangelio que muchos predican hoy consiste solamente en el perdón de los pecados, el cual es una
de entre las miles de cosas que componen el evangelio. Esto por sí mismo no representa las
inescrutables riquezas de Cristo; las riquezas de Cristo están compuestas de la realidad y el
contenido de todo el evangelio.

Hoy en día, nuestra predicación del evangelio consiste en predicar a Cristo. Predicar a Cristo es
decirle a la gente quién es Cristo y qué es Cristo. En las estrofas 2 y 3 del himno 403 de nuestro
himnario en el idioma chino, hallamos por lo menos catorce aspectos con respecto a Cristo. (La
versión en español, Himnos, #254, menciona diez aspectos). Primero dice: “Las riquezas de mi
Cristo / Todo abrazan”, y enseguida se procede a enumerar los aspectos de estas riquezas: vida, luz,
sabiduría, poder, sanidad, paz, gozo, redención completa, plena salvación, justificación,
santificación, liberación, poder de resurrección y trascendencia. En el himno 388 del himnario
chino (cuya versión abreviada en español es Himnos, #232) se presenta un total de treinta y tres
aspectos de las riquezas de Cristo. Cristo es el Cordero de Dios, el Sol de justicia, el árbol de la vida,
la fuente de vida, el Sacerdote, el Profeta, el Rey, el Salvador, el Mediador, el Médico, el Pastor, el
Consejero y la Cabeza. Cristo es también nuestro Hermano, nuestro Padre, nuestro Dios, nuestro
Señor, nuestro Maestro, nuestro Amado, y nuestro Amigo. Además Él es vida, poder, sabiduría,
justicia, santidad, redención, paz, gozo, esperanza, consuelo, gloria, luz y el camino. Nunca
debiéramos pensar que este Jesucristo, en el cual hemos creído y a quien hemos recibido y de
quien hemos oído, sea muy simple. Él es maravilloso y rico en gran manera, y tales riquezas
constituyen la realidad y el contenido del evangelio.

TODO LO QUE CRISTO ES

Segundo, las riquezas de Cristo son todo lo que Cristo es. La frase todo lo que Cristo es, es una
expresión un poco peculiar. ¿No podríamos decir simplemente que las riquezas de Cristo son todo
lo que es de Cristo? Si lo dijéramos así, el significado sería distinto. Por ejemplo, si dijera: “todo lo
que es del hermano Lee”, ustedes pensarían en el himnario y la Biblia del hermano Lee, sus
zapatos, sus calcetines, su corbata, su traje, su cabello y todas las demás cosas que le pertenecen a
él. Así “todo lo que es del hermano Lee” pone énfasis en lo que el hermano Lee tiene y posee, mas
no en lo que él es. De la misma manera, si en vez de decir “todo lo que Cristo es”, dijéramos “todo
lo que es de Cristo”, entonces pensaríamos que todo aquello que es de Cristo se refiere a la
grandeza de Cristo, la superioridad de Cristo, etcétera. No pensaríamos que todos los aspectos de
estas riquezas son en realidad Cristo mismo. Todo lo que Cristo es, no se refiere a lo que Cristo
tiene; más bien, se enfatiza el hecho de lo que Cristo es, Su persona, o sea, Su ser.

Si observamos a los niños de uno o dos años de edad, podemos ver que ellos realmente quieren
mucho a sus madres. Por ejemplo, si le diéramos un gran diamante a una niña, es posible que no lo
quiera, pero definitivamente deseará a su madre, y mientras su madre esté con ella, no le
interesarán los diamantes. Con ello vemos que la niña quiere lo que su madre es y no lo que la
madre tiene. A menudo, nosotros los cristianos sólo entendemos lo que son las “posesiones” y no lo
que es “la persona”. Si el Señor fuera a darnos una gran casa y el mejor automóvil europeo, y
después al morirnos Él nos dejara ir al cielo, pensaríamos que hemos disfrutado todo aquello que
es de Cristo. Pero aunque hubiésemos disfrutado de estas cosas, realmente no habremos tocado ni
siquiera el borde de lo que Cristo es. ¡Cuán miserables somos nosotros los cristianos! Pues somos
peores que los niños pequeños, ya que ellos al menos saben cómo disfrutar a sus madres, lo cual es
algo innato, y no se adquiere por medio de las enseñanzas. Cuando fuimos regenerados, nosotros
también recibimos una capacidad innata para disfrutar a Cristo y es normal que a nosotros nos
guste disfrutar al Señor. Sin embargo, después de ser salvos, debido a que recibimos enseñanzas e
influencias incorrectas, comenzamos a anhelar otras cosas que no son Cristo y nos olvidamos
completamente de Él.

Así que, cuando el Señor nos levantó hace sesenta años para laborar en China, al principio la obra
fue verdaderamente difícil. Pese a que se nos dio esta visión y recibimos tal revelación, los
diccionarios que teníamos no pudieron abastecernos con los vocablos y expresiones que
necesitábamos; por tanto, todos ellos fueron inventados por nosotros después de una ardua labor.
El énfasis dado a las riquezas de Cristo no está en lo que Cristo tiene, sino en aquello que Cristo es,
o sea, en Su persona. A los niños pequeños no les importa en lo más mínimo lo que tienen sus
madres; lo único que ellos quieren es a sus madres mismas. Nosotros amamos al Señor y debemos,
al igual que los niños pequeños, amarlo de manera absoluta y cabal. Aunque el Señor permita que
nos enfermemos, no dejaremos de amarle; si el Señor nos fortalece, también seguiremos amándole.
Ya sea en maldición o en bendición, ya sea por muerte o por vida, en nada seremos avergonzados.
Nuestra meta es ganar a Cristo y magnificarle.

Juan 16:13-15 dice: “Pero cuando venga el Espíritu de realidad, Él os guiará a toda la realidad ... Él
me glorificará; porque recibirá de lo Mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es Mío; por
eso dije que recibirá de lo Mío, y os lo hará saber”. Aquí se nos dice que al venir el Espíritu de
realidad a nosotros, Él nos guía a toda la realidad. El Señor Jesús es el tabernáculo, el Cordero de
Dios y el Redentor. ¿Cómo entonces pueden estas cosas objetivas llegar a ser, de manera práctica,
nuestras experiencias personales? Debemos esperar que el Espíritu de realidad venga, porque
cuando viene, la realidad viene. Por tanto, la realidad del tabernáculo es el Espíritu, y la realidad
del Cordero también es el Espíritu. El Espíritu es todo aquello que Cristo es; por lo cual, cuando
este Espíritu de realidad viene a nosotros, glorifica a Cristo. ¿Cómo le glorifica? Al hacer real a los
creyentes todo aquello que Cristo es.

La segunda parte del versículo 14 continúa diciendo: “Porque recibirá de lo Mío, y os lo hará
saber”. Esto quiere decir que el Espíritu de realidad nos hará saber todas las riquezas que Él ha
recibido de Cristo, o sea, todo aquello que el Señor Jesús es. La palabra griega traducida “hará
saber”, o “revelará”, significa exhibir. El Espíritu de realidad no sólo nos comunica todo lo que
Cristo es, sino que también exhibe y pone al frente de nosotros todo aquello que Cristo es. Todo lo
que el Espíritu exhibe es todo lo que Cristo es: Él es el Cordero, la puerta, el camino, la realidad, la
vida, la resurrección, la corporificación de Dios, etcétera. Él es tantas cosas que todos ellas no se
pueden enumerar. Cuando el Espíritu de realidad viene, exhibe en nosotros todo aquello que Cristo
es.

El versículo 15 dice: “Todo lo que tiene el Padre es Mío”. Esto nos muestra que todo lo que el Padre
tiene es recibido por el Hijo y llega a ser del Hijo. Además, todo lo que el Hijo recibe, Él se lo da al
Espíritu. Por tanto, el Espíritu nos muestra lo que Él ha recibido del Hijo, que es lo que el Hijo
recibió del Padre, a fin de que nosotros lo podamos entender. En la estrofa 3 de Himnos, #215 de
nuestro himnario dice:

El Padre Su todo te dio,


En Espíritu te tomamos,
Por el Espíritu en mí,
Yo te experimento así.

Esta estrofa fue escrita basada en el contexto de Juan 16. Todo lo que Dios el Padre tiene le
pertenece a Cristo el Hijo y es recibido por Cristo el Hijo. Después que Cristo el Hijo lo recibe ello
llega a ser todo lo que Cristo el Hijo es. Entonces, todo lo que Cristo el Hijo es, le es dado al
Espíritu. Además, este Espíritu se introduce en nuestro espíritu como la realidad de todo aquello
que Cristo es para hacer que Cristo llegue a ser nuestra experiencia.

RECIBIMOS DE SU PLENITUD, Y GRACIA SOBRE GRACIA

En Juan 1:14 y 16 se nos dice: “Y el Verbo se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros ... lleno de
gracia y de realidad ... Porque de Su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia”. Cuando Cristo
vino, Él era Dios hecho carne; es decir, al entrar en la esfera del tiempo y formar parte del linaje
humano, Cristo era Dios que fijó tabernáculo entre los hombres y habitó entre ellos, lleno de gracia
y de realidad. Ahora, Cristo ha sido hecho el Espíritu a fin de morar en nuestro ser, y es así como
hemos recibido la gracia de Cristo. No es que hayamos recibido algo, alguna cosa, sino que hemos
recibido de Su plenitud misma; incluso recibimos gracia sobre gracia. Recibir de “Su plenitud” y
recibir “gracia sobre gracia” implica que además de recibir de Su plenitud, la recibimos con gracia
sobre gracia. Alabamos al Señor y le damos gracias por habernos concedido no solamente una
fracción de Sus riquezas, sino que hemos recibido de Su plenitud. Y no sólo eso, sino que al recibir
de Su plenitud, también la recibimos con gracia sobre gracia.

¿Qué quiere decir que hemos recibido de Su plenitud y gracia sobre gracia? Permítanme
presentarles el siguiente ejemplo. Es posible que al estar escuchando este mensaje, usted se diga:
“¡Te doy gracias Señor y te alabo! ¡Cuán rico es este mensaje! Ciertamente usted ha recibido cierto
suministro, y es posible que piense que ha recibido gracia y realidad. No obstante, yo no estaría
muy seguro de que usted haya recibido de Su plenitud y gracia sobre gracia, porque sigue habiendo
ciertas reservas en su ser. Tal vez piense que estoy exagerando al decir esto, pero lo que usted ha
estado recibiendo es “gracia bajo gracia”. Es por eso que yo soy tan repetitivo y uso muchas
palabras, para que la “película” de la “cámara” que se halla en su ser sea sensibilizada a tal grado
que usted pueda seguir recibiendo esta gracia sin reservas. Esto es recibir de Su plenitud y gracia
sobre gracia. Es necesario que recibamos todo aquello que Cristo es en plenitud y gracia sobre
gracia.

DISFRUTAMOS DE LA ABUNDANTE SUMINISTRACIÓN DEL ESPÍRITU DE


REALIDAD

Si recibimos de Su plenitud y gracia sobre gracia; esto es, si recibimos de Su plenitud sin reservas y
de manera incondicional, experimentaremos al Espíritu y disfrutaremos de las riquezas de Cristo
como nuestra abundante suministración. ¿Cómo es que las riquezas de Cristo se convierten en
nuestro suministro? Esto ocurre cuando Cristo llega a ser el Espíritu de realidad. Cristo tiene que
ser para nosotros el Espíritu de realidad a fin de que nosotros podamos recibir de Su plenitud y
gracia sobre gracia; es de esta manera que las riquezas de Cristo llegan a ser nuestro suministro.
Las riquezas de Cristo son indescriptibles e inmensurables; por tanto, la suministración del
Espíritu es ciertamente abundante, todo-inclusiva e inagotable. El Espíritu le suministrará todo
cuanto usted necesite. Cristo es todo lo que usted pueda desear o necesitar. Tenemos que disfrutar
en nuestro espíritu de la abundante suministración que nos provee el Espíritu de realidad; dicha
suministración del Espíritu de realidad es las inescrutables riquezas de Cristo. Las inescrutables
riquezas de Cristo ya están a nuestra disposición y si las recibimos en plenitud y gracia sobre
gracia, ellas llegarán a ser para nosotros el suministro abundante en nuestro espíritu. ¡Las riquezas
de Cristo deben ser disfrutadas por nosotros y ellas satisfarán nuestras necesidades, a fin de que
lleguemos a ser la plenitud de Cristo!

LAS RIQUEZAS DE CRISTO SON


EL DIOS TRIUNO CON TODOS SUS LOGROS

Lo dicho anteriormente nos permite entender con claridad que las riquezas de Cristo son el Dios
Triuno mismo. La Biblia nos dice claramente que Dios es el Padre, el Hijo y el Espíritu. No hay tres
Dioses, sino que hay un solo Dios. ¿Cómo puede este Dios único ser el Padre, el Hijo y el Espíritu?
A lo largo de las generaciones, han habido innumerables personas, infinidad de teólogos, y un
sinnúmero de expositores de la Biblia y predicadores que han estudiado y debatido extensamente
esta pregunta; no obstante, después de dos mil años de investigación y debate, aún no hay una
respuesta completa y satisfactoria.

En el cristianismo actual, la tradición ha ejercido una gran influencia sobre la gente, ya que éstas
creen que el Padre es un Dios, el Hijo es otro Dios y el Espíritu es un tercer Dios, y que estos tres
Dioses juntos constituyen un Dios corporativo. Todos los que han visitado el Vaticano, la capital de
la Iglesia Católica Romana, saben que hay una galería de arte allí, donde no se exhiben muchos
cuadros, pero sí tiene a dos óleos destacados que cubren toda una pared. En uno de ellos, se retrata
a un padre canoso y anciano acompañado de su hermoso hijo y una paloma que está sobre sus
cabezas. Este cuadro refleja el entendimiento que prevalece en el cristianismo con respecto al
Padre Santo, al Hijo Santo y al Espíritu Santo; ellos adoran a tres entidades distintas e
individuales: un Padre, un hijo y una paloma. El segundo cuadro muestra a esas tres mismas
entidades al lado de una dama: ellos han incorporado así a la “Madre Santa” en la Deidad.

Debido a la influencia que ha ejercido la tradición sobre el cristianismo, éste ha perdido de vista la
realidad con respecto a la persona de Cristo. Nuestro Dios no es tres Dioses sino un solo Dios. Dios
es triuno, es decir, Él es el Padre, el Hijo y el Espíritu; sin embargo, ellos siguen siendo uno solo,
un solo Dios. ¿Qué quiere decir esto? ¿Por qué nuestro Dios es uno y tres a la vez? En cierta
ocasión, algunas personas le hicieron esta misma pregunta a Martín Lutero, a la cual él respondió:
“No sé. Si dijera que lo sé, entonces yo sería Dios”. La respuesta de Martín Lutero fue bastante
razonable; él no sabía la respuesta porque no era Dios. Las personas del Dios Triuno son muy
misteriosas, y por medio de nuestra limitada inteligencia no nos es posible analizar ni comprender
al Dios Triuno; únicamente podemos recibir esta revelación misteriosa según lo que la Biblia nos
dice de manera clara e inequívoca.

La Biblia claramente afirma: “No hay más que un Dios” (1 Co. 8:4, 6). Además, Dios dice repetidas
veces que: “Fuera de Mí [en singular], no hay Dios” (Is. 44:6, 8; 45:5-6, 21-22). En Salmos 86:10 se
nos dice: “Sólo Tú eres Dios”. La Biblia jamás afirma que existen tres Dioses; antes bien, ella
afirma que tenemos un solo Dios. No obstante, Dios usa en numerosas ocasiones “Nosotros” y
“Nuestro” para referirse a Sí mismo (Gn. 1:26; 3:22; 11:6-7). En Isaías 6:8, por un lado Dios hace
mención de Sí Mismo en primera persona singular al usar el pronombre Yo, y, por otro, usa el
pronombre Nosotros. Esto es muy misterioso, y no es fácil de entenderlo, así que lo mejor que
podemos hacer es simplemente recibir la revelación bíblica contenida en estas palabras simples e
inequívocas. Hay un solo Dios, y Dios se refiere a Sí mismo con el pronombre Yo, pero este Dios, el
cual es único, también usa el pronombre Nosotros para referirse a Sí Mismo. Si bien existe el
aspecto de que Dios es el Padre, el Hijo y el Espíritu, no obstante, no podemos separarlos, pues son
uno y conforman el único Dios. Cualquier teología que separe a Dios en tres personas distintas
para explicarlo, constituye una gran herejía.

En el Evangelio de Juan el Señor Jesús nos dijo claramente que Él estaba en el Padre y el Padre
estaba en Él (14:10-11; 10:38; 17:21), que Él y el Padre son uno (10:30) y que el Espíritu procede del
Padre (15:26). En el idioma griego, la preposición traducida “del” en Juan 15:26 literalmente quiere
decir “de con”, lo cual quiere decir que el Espíritu de realidad no sólo procede del Padre sino que
también viene con el Padre. Así que, cuando el Espíritu viene, el Padre y el Hijo vienen junto con el
Espíritu. Esto se debe a que el Padre, el Hijo y el Espíritu coexisten de manera simultánea y son
coinherentes, esto es, moran el uno dentro del otro.

Debemos entender bien que la Biblia no nos dice que cuando el Hijo vino, el Padre dejó de existir, o
que cuando el Espíritu vino, el Hijo cesó de existir. Esta enseñanza, la cual proviene de una
teología errónea, se llama modalismo. Los modalistas afirman que el Padre existió en el Antiguo
Testamento, pero que cuando el Hijo vino en los Evangelios, el Padre dejó de existir en el Nuevo
Testamento. Ellos también afirman que después de los Evangelios, cuando el Espíritu vino, el Hijo
cesó de existir. Esto es herejía. La revelación pura contenida en la Palabra afirma simple y
sencillamente que en los tiempos del Antiguo Testamento tanto el Padre, como el Hijo y el Espíritu
estaban presentes; es decir, los Tres existían allí. En los cuatro Evangelios en el Nuevo Testamento,
cuando el Hijo vino, el Padre y el Espíritu también vinieron con Él, puesto que los Tres estaban allí
simultáneamente. Según lo narrado en las Epístolas, cuando el Espíritu vino, el Padre y el Hijo
también vinieron con el Espíritu. Cuando Ellos vinieron, no se reemplazaron el uno al otro, sino
que al venir lo hicieron como Tres que coexisten de manera simultánea. Más aún, Ellos no
solamente coexisten, sino que existen en coinherencia, es decir, moran el uno en el otro. Ahora, la
totalidad de este Dios Triuno, incluyendo todos Sus logros, ha llegado a ser las riquezas de Cristo
que nosotros disfrutamos como el suministro abundante en nuestro espíritu. Sin embargo, la
mayoría de las personas que se oponen al modalismo y que se proclaman ser fundamentalistas,
afirman que en los cuatro Evangelios el Hijo vino solo, dejando al Padre en el cielo, y que en las
Epístolas cuando el Espíritu vino, éste dejó al Padre y al Hijo allá en el cielo. Esto equivale a caer en
el otro extremo: el triteísmo, que en realidad es también otra gran herejía.

LO QUE CRISTO HA LOGRADO


CONSTITUYE LAS RIQUEZAS DE CRISTO

La encarnación: Cristo en la carne

En la eternidad, Cristo era el Dios infinito y en Él se hallaba oculta toda la plenitud de la Deidad
(Col. 2:9). Sin embargo, en la esfera del tiempo, Cristo llegó a ser un hombre finito, el Señor Jesús
encarnado. Antes de Su encarnación, Cristo era Dios sin el elemento de humanidad, pero después
de Su encarnación, Él no sólo se unió al hombre, sino que también se mezcló con él. Cuando el
Señor Jesús vivió en la tierra, Él no sólo era la unión de Dios con el hombre, sino que también era
la mezcla de Dios con el hombre. Él ya no era simplemente Dios, sino que también era un Dios-
hombre. Este Cristo encarnado era un Dios-hombre y un hombre-Dios. Él era el Dios completo y el
hombre perfecto, con una naturaleza divina mezclada con la naturaleza humana, pero sin producir
una tercera naturaleza.

Muerte y resurrección: el Cristo pneumático

Este Dios-hombre, Cristo, vivió en la tierra por treinta y tres años y medio, y murió en la cruz.
Mediante Su muerte, efectuó la redención eterna por nosotros. Además, fue por medio de Su
muerte, la cual todo lo abarca y todo lo vence, que Él resolvió por completo todos nuestros
problemas, entre los cuales se hallan Satanás, el mundo y toda la vieja creación. Después, Él
resucitó de los muertos y fue transfigurado de la carne al Espíritu. Pese a que Él sigue siendo el
mismo Cristo, el Cristo después de la resurrección difiere al Cristo encarnado, que en ese entonces
aún no había pasado por la muerte y la resurrección. El Cristo encarnado estaba en la carne; Él era
el Señor Jesús que vivió en la tierra. El Cristo después de la resurrección fue hecho el Espíritu
vivificante (1 Co. 15:45), el Espíritu todo-inclusivo y omnipresente.

Cuando hablamos del Cristo en la carne, todos entienden correctamente que estamos refiriéndonos
al Señor Jesús que vivió en la tierra. El Señor Jesús era Cristo en la carne; los dos conforman una
sola persona. Nadie pensaría que el Señor Jesús en la carne y Cristo son dos personas distintas. Sin
embargo, debido a la influencia de la teología tradicional, cuando hablamos del Cristo pneumático,
son muchos los que tienden a malinterpretar que el Espíritu y Cristo son dos personas distintas.

El señor Kittel, un alemán conocido y experto en la exposición bíblica de la lengua griega, compuso
un léxico en el cual define más de cinco mil seiscientas palabras griegas del Nuevo Testamento. En
este léxico él escribió que después de Su resurrección, Cristo se hizo el Cristo pneumático. La
palabra pneumático es un adjetivo que proviene de la palabra griega pneuma, la cual puede
traducirse “espíritu”, “aliento” o “viento”. En Juan 3, en la discusión que el Señor sostuvo con
Nicodemo sobre la regeneración, el Señor dijo que lo que es nacido del Espíritu, espíritu es, y
también dijo que el viento sopla donde quiere. Las palabras traducidas “Espíritu” y “viento” ambas
son pneuma. “El Cristo pneumático” se refiere a Cristo como el Espíritu.

Después de la resurrección, Cristo no se mudó de una forma a otra, sino que se transfiguró, o sea,
cambió de forma. Esto se asemeja a una semilla que ha sido sembrada en la tierra y que al brotar
cambia de apariencia. Al principio, era una semilla pequeña, redonda y de color marrón, pero
después de haber brotado y crecido, se convierte en una planta verde, larga y alta. La sustancia
sigue siendo la misma, mas la forma es distinta.

El Señor Jesús mismo como un grano de trigo fue sembrado en la tierra, murió y después resucitó.
En 1 Corintios 15 Pablo habló sobre el cuerpo de resurrección y dijo que lo que se siembra es una
clase de cuerpo, pero lo que crece es otra clase de cuerpo. Esto no quiere decir que sean dos
entidades distintas; sino que es una misma entidad que ha cambiado de forma. En este mismo
capítulo, Pablo dijo que el postrer Adán fue hecho Espíritu vivificante. El postrer Adán era el grano
de trigo, y el Espíritu vivificante era un brote verde de trigo. Después de que este grano de trigo
resucitó, se convirtió en una espiga verde de trigo; y es de esta manera que el suministro de vida
fluyó de la semilla, llevando así fruto a treinta, sesenta y ciento por uno.

Disfrutamos las riquezas de Cristo


y expresamos las virtudes de Dios

El Cristo resucitado, “el Cristo pneumático”, es tanto Dios como hombre, quien posee la divinidad
y la humanidad. Él es el Dios-hombre. Todos los aspectos de Cristo son innumerables; Él es luz y Él
es amor. La realidad que se origina en la luz es la verdad, y la realidad que se origina en el amor es
la gracia. La manifestación concreta de la luz es la verdad; la expresión manifiesta del amor es la
gracia. De la luz y del amor surgen la santidad, la justicia y toda clase de virtudes.

Filipenses 4:8 dice: “Todo lo que es verdadero, todo lo honorable, todo lo justo, todo lo puro, todo
lo amable todo lo que es de buen nombre...”. Estas seis virtudes son mucho más sublimes que la
benevolencia, la justicia, la cortesía, la sabiduría y la honestidad enseñadas por los antiguos sabios
chinos. Lo verdadero, honorable, justo, puro, amable y de buen nombre son las cosas que Dios es, y
de éstas surgen la santidad, justicia, benevolencia, mansedumbre, modestia, longanimidad,
bondad, etcétera. Todas estas riquezas de Dios, las cuales también son las riquezas de Cristo, llegan
a ser la experiencia de las riquezas que disfrutamos, y es así que expresamos las virtudes de Dios.

Dios es verdadero, honorable, justo, puro, amable y de buen nombre. Dios creó al hombre
conforme a estas virtudes. La Biblia nos dice que Dios creó al hombre a Su imagen y semejanza
(Gn. 1:26). En otras palabras, Dios creó al hombre según lo que es verdadero, honorable, justo,
puro, amable y de buen nombre. Si el hombre no hubiera caído y no hubiera sido corrompido por
el diablo, su condición manifestaría todo aquello que es verdadero, honorable, justo, puro, amable
y de buen nombre. El hombre que Dios había creado era semejante a una fotografía, pues si bien
tenía la forma externa de estas virtudes, carecía de la realidad de las mismas. Sólo cuando Cristo
entra en nosotros para ser nuestro contenido, tenemos la realidad de tales virtudes, ya que Cristo
es la realidad de todas estas virtudes. Él es rico en gran manera, porque todos los atributos divinos
y todas las virtudes humanas convergen en Él. Él no sólo es Dios que se hizo carne, y el Cristo que
murió y resucitó, sino que Él es también el Espíritu vivificante y todo-inclusivo. Todo lo que es
verdadero, todo lo honorable, todo lo justo, todo lo amable, y todo lo que es de buen nombre
constituyen las riquezas de Cristo. Después de que el Señor Jesús resucitó y fue hecho el Espíritu
vivificante, las riquezas de Cristo llegaron a ser en nosotros la abundante suministración del
Espíritu de Jesucristo. Las riquezas de Cristo son inescrutables, y el suministro del Espíritu es
abundante y no le falta nada.

Hoy en día, las riquezas de Cristo en el Espíritu llegan a ser el abundante suministro en nuestro
ser. Jamás debiéramos rogarle a Dios que nos conceda la humildad como algo meramente externo,
ya que cuanto más le pidamos eso y manifestemos esa humildad, más nos enorgulleceremos. Es
posible que después de leer la porción de Efesios 5, la cual habla de la sumisión que debiera tener
toda esposa para con su marido, usted decida ser una esposa modelo que se somete completamente
a su marido. Tal vez logre someterse temporalmente a su esposo, pero al final usted fracasará
porque en su ser no existe tal sumisión. En lugar de intentar ser sumisa, usted debería orar
diciendo: “¡Señor! Te alabo porque todo lo eres Tú. Tú eres la sumisión que toda esposa necesita
para con su marido. Tú mismo eres sumisión; no yo, porque en mí misma no tengo sumisión
alguna y, por tanto, no tengo la capacidad para someterme a mi esposo. Tú eres el Señor Jesús y Tu
nombre es ‘Yo Soy’, ‘Yo Soy el que Soy’. Tú eres el Señor y Tú eres sumisión. ¡Oh Señor Jesús! Te
agradezco y te alabo pues Efesios 5 es maravilloso, porque declara que Cristo es sumisión. Tú eres
mi sumisión y te disfruto como mi sumisión”. Si usted ora de esta manera, espontáneamente con
regocijo y alabanza se hallará en sumisión para con su esposo todo el día.

El mismo principio se aplica a los maridos; Cristo debería ser el amor con el cual ellos aman a sus
esposas. Así también debería ser cómo los hijos obedecen a sus padres; Cristo debería ser la
obediencia de ellos. En Efesios 6 se dice que los hijos deben obedecer a sus padres en el Señor, lo
cual da a entender que no existe una verdadera obediencia aparte de Cristo. Es únicamente en el
Señor que puede haber amor en los esposos, sumisión en las esposas y obediencia en los hijos. Es
únicamente en el Señor que hallamos todo lo que es verdadero, todo lo amable, y todo lo
bondadoso. Por tanto, todas estas virtudes existen únicamente en el Señor.

La vida del Señor Jesús, la salvación de Cristo y la abundante suministración del Espíritu
definitivamente no son la cultura, la religión o la filosofía; tampoco son la ética, la moralidad, las
tradiciones o las costumbres. El Señor Jesús no sólo es el Dios viviente que se hizo el Dios-hombre,
y que murió y resucitó para efectuar la redención por nosotros, sino que también se convirtió en el
Cristo pneumático. En este Cristo pneumático se hallan ocultas todas las virtudes divinas y toda la
perfección humana. Hoy día, Cristo es el Espíritu vivificante que mora en nuestro espíritu como
nuestra porción bendita. Por consiguiente, no debemos buscar una sumisión, un amor, una
obediencia, o virtudes similares como si fueran algo meramente externo; más bien, debemos vivir
en nuestro espíritu mezclado para experimentar las riquezas de Cristo y disfrutar del suministro
del Espíritu. De esta manera, viviremos a Cristo, Su resplandor brillará de nosotros,
manifestaremos Sus virtudes, y llegaremos a ser la expresión de las riquezas de Cristo.

CAPÍTULO CINCO

LA PLENITUD DE CRISTO

Lectura bíblica: Jn. 1:14, 16; Col. 2:9; Ef. 1:22-23; 3:17-19; 4:11-13

LAS RIQUEZAS DE CRISTO


LLEGAN A SER LA PLENITUD DE CRISTO

En el último capítulo hemos hablado sobre las riquezas de Cristo. Ahora veamos lo que es la
plenitud de Cristo. Si disfrutamos de las riquezas de Cristo, llegaremos a ser la plenitud de Cristo.
Podríamos afirmar que la plenitud de Cristo es el tema más profundo del Nuevo Testamento, y su
profundidad radica en que las riquezas de Cristo llegan a ser la plenitud de Cristo. Son muchas las
personas que no entienden cómo las riquezas de Cristo pueden llegar a ser la plenitud de Cristo, y
también son muchos los que ni siquiera distinguen claramente entre las riquezas de Cristo y la
plenitud de Cristo.

Permítanme darles un ejemplo a manera de ilustración. Supongamos que en una mano tengo un
vaso vacío y en la otra una jarra llena de agua. Puesto que el vaso no tiene nada de agua, es un vaso
vacío; en cambio, la jarra está llena de agua, por lo cual podemos decir que ella es rica en agua. Yo
podría verter en el vaso el agua que está en la jarra y podría llenar el vaso y seguir llenándolo hasta
que el agua rebose. Entonces podríamos decir que este desbordamiento del agua es la plenitud, la
expresión. Entonces, aquella fuente rica en agua se habrá convertido en la expresión desbordante
de las corrientes de agua. En esto consiste la plenitud: abarca desde las riquezas hasta el
desbordamiento y la expresión de dichas riquezas.

La “plenitud” a la que se refiere el Nuevo Testamento es la que procede de las riquezas de Cristo, la
cual tiene como fin la expresión de Dios. Las riquezas son la fuente de esta plenitud. El suministro
continuo de las riquezas es la fuente que produce la plenitud como la expresión de dichas riquezas.
Por tanto, las riquezas son la fuente y la plenitud es el resultado de dichas riquezas.

Después de haber estudiado la historia del cristianismo y las obras que han publicado, nos hemos
dado cuenta de que casi nadie ha hablado sobre las riquezas de Cristo y la plenitud de Cristo, las
cuales son dos expresiones que aparecen claramente en la Biblia. En Efesios 3:8, que es el único
versículo de la Biblia que menciona las riquezas de Cristo, Pablo nos dice: “A mí ... me fue dada
esta gracia de anunciar a los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo”. Por otro
lado, la palabra plenitud, que aparece numerosas veces, es mencionada por primera vez en Juan
1:14: “Y el Verbo se hizo carne y fijo tabernáculo entre nosotros ... lleno de gracia y de realidad”.
Aquí la palabra lleno es un adjetivo de la palabra plenitud. En el versículo 16 se nos dice: “Porque
de Su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia”. Aquí la palabra plenitud implica las riquezas
de Cristo. ¿Por qué Juan usa plenitud en vez de riquezas? Porque estaba refiriéndose al Dios que se
encarnó y que, por tanto, tenía una expresión, es decir, la expresión de Sus riquezas. Cuando Dios
se encarnó trajo consigo estas riquezas, las cuales son la expresión de Sí mismo, a fin de que
nosotros las recibiéramos. Si le recibimos a Él como la expresión de Dios, entonces recibimos Sus
riquezas. Esto es lo que quiere decir cuando Juan nos dijo “porque de Su plenitud recibimos
todos”. Por tanto, el Cristo encarnado es la expresión de las riquezas de Dios y la plenitud de Dios.
Cuando recibimos a Cristo, recibimos la plenitud de Dios, ya que toda la plenitud de Dios habita en
Cristo corporalmente (Col. 2:9).

El Evangelio de Juan es un libro que profundiza en las verdades bíblicas, pues en él se nos dice que
Jesús el nazareno no sólo es nuestro Señor, sino que Él también es el Dios que se encarnó. El
Verbo, que era Dios, se hizo carne, lo cual quiere decir que Dios se hizo hombre, y dicho hombre es
nuestro Señor Jesús. Nuestro Dios no sólo es el misterio del universo, sino también el centro de
todos los misterios. Un día, este Dios misterioso entró por medio de Su Espíritu en el vientre de
una virgen para nacer de ella, y fue llamado Jesús. Fue de esta manera que Dios llegó a ser un
hombre. Él era el único Dios verdadero; no obstante, Él se hizo carne y se vistió de humanidad para
llegar a ser un hombre real. Como hombre Él fue tentado en todo igual que nosotros, pero sin
pecado (He. 4:15). Cuando este Dios-hombre vino, era el Señor Jesús quien vino, y Su venida trajo
gracia y realidad.

Antes de que viniera el Señor Jesús, ya existía todo aquello que había en el universo –los cielos, la
tierra y el hombre–, y ya en el Antiguo Testamento existían numerosas promesas, siendo la
primera de ellas que la simiente de la mujer heriría la cabeza de la serpiente (Gn. 3:15). También ya
existían en el Antiguo Testamento numerosas profecías, tales como Isaías 7:14, en la cual se nos
dice que una virgen concebiría y daría a luz un hijo. La simiente de esta mujer sería el Salvador del
linaje humano, tipificado en Éxodo por el cordero que el pueblo de Dios ofreció para la redención
de sus pecados. Además, en el Antiguo Testamento se menciona el tipo del tabernáculo, el cual fue
el medio que hizo posible que Dios se reuniera con el hombre; el tabernáculo era el centro en torno
al cual se reunieron. Sin embargo, todo aquello que existía en aquel entonces en el universo y todo
los tipos presentes en la Biblia eran simplemente una sombra; no eran la realidad misma. Por esta
razón, sin Dios, los cielos y la tierra son vanos; sin Dios, incluso el hombre mismo es vano;
asimismo, sin Él, el cordero, el tabernáculo y las ofrendas son meras sombras vacías. Por tanto, no
debería sorprendernos que el Antiguo Testamento use tan pocas veces la palabra gracia, y que
cuando lo hace, su significado no sea muy claro. Hablando con propiedad, antes de que naciera el
Señor Jesús, no había gracia ni realidad en el universo porque Él, quien es gracia y realidad, aún no
había venido. Es por eso que Juan 1:17 dice que la ley fue dada por Moisés, pero la gracia y la
realidad vinieron por medio de Jesucristo. Antes que el Señor Jesús viniera, aún no había ni gracia
ni realidad, pero una vez que el Señor Jesús vino, la gracia y la realidad vinieron por medio de Él.
Esto se debe a que Él es la gracia y la realidad.

Antes de que naciera el Señor Jesús, no había realidad ni gracia en la tierra; todo cuanto existía en
la tierra era meramente un tipo o una sombra. No fue sino hasta que el Señor Jesús se encarnó que
hubo gracia y realidad en la tierra; de hecho, Él era la gracia y la realidad. La gracia es Dios en
Cristo como nuestro deleite. Juan 3:16 nos dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha
dado a Su Hijo unigénito”. Dios nos ha dado a Su Hijo gratuitamente como un don, y esto es gracia.
La gracia no consiste, como muchos piensan, en obtener una posición social muy elevada, ni recibir
grandes ingresos, ni tampoco ser dueño de una hermosa mansión. La gracia tampoco consiste en
disfrutar de la compañía de muchos hijos e hijas, y tener muchos nietos y biznietos. Según Pablo,
tales cosas no son la gracia. Pablo nos dijo que por causa de la excelencia del conocimiento de
Cristo, él había estimado toda persona, todo asunto y toda cosa como basura, y consideraba
únicamente a Cristo como Aquel que es excelente (Fil. 3:8). Este excelente Cristo es la gracia.
Cuando el hombre obtiene gracia, eso es realidad. Puesto que nosotros hemos obtenido a Dios y a
Cristo, hemos obtenido la vida divina y la realidad de la vida. Cristo no sólo es la vida misma, sino
también la realidad de dicha vida. Si no tenemos a Cristo, para nosotros la vida sería únicamente
un término carente de realidad; pero si tenemos a Cristo, no sólo poseeremos la vida divina misma
sino también la realidad de ésta vida. Así que, la gracia es el Cristo que disfrutamos gratuitamente,
y la realidad es el Cristo que hemos obtenido.

LA PLENITUD DE CRISTO ES
EL REBOSAMIENTO DE LA GRACIA Y LA REALIDAD

Basados en Juan 1:16, podemos afirmar que la plenitud de Cristo es el rebosamiento de la gracia y
de la realidad. Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros, lleno de gracia y de realidad, y
nosotros hemos recibido de Su plenitud, y gracia sobre gracia. No obtenemos esta plenitud de una
vez por todas, sino que la recibimos gracia sobre gracia, continua y gradualmente. En griego, la
frase gracia sobre gracia da a entender que la gracia es como las olas del mar, las cuales vienen
incesantemente una tras otra. Desde el momento en que fuimos salvos recibimos la gracia y la
realidad que provienen de la plenitud de Cristo, y seguiremos recibiendo dicha gracia y realidad
hasta que crezcamos y lleguemos a ser hombres de plena madurez, a la medida de la estatura de la
plenitud de Cristo.
Dios se ha dado a Sí mismo a nosotros para ser nuestra gracia y realidad con miras a producir la
iglesia. Juan 12:24 dice: “Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere,
lleva mucho fruto”. Este “mucho fruto” es compenetrado para formar un solo pan que es la iglesia.
Dios se hizo carne y trajo gracia y realidad con el propósito de producir la iglesia. La iglesia no sólo
tiene las riquezas de Cristo, sino que ella también es la plenitud de Cristo; la iglesia es el
rebosamiento de las riquezas de Cristo, y dicho rebosamiento es Su expresión.

Génesis 1:27 dice que Dios creó al hombre y a la mujer según Su imagen. Sin embargo, cuando Dios
creó al hombre del polvo de la tierra, en realidad Él creó solamente al varón, a Adán, y no a la
mujer, Eva (2:7). Dios no creó dos personas. Después, al ver Dios que no era bueno que Adán
estuviese solo, le hizo una mujer para que fuese su pareja. ¿Cómo creó Dios a la mujer? Dios hizo
que Adán entrase en un sueño profundo y tomó una de sus costillas; de esa costilla edificó una
mujer y la puso delante de Adán. En cuanto Adán la vio, dijo: “Esto es ahora hueso de mis huesos y
carne de mi carne” (v. 23). Debido a que ambos se correspondían perfectamente el uno al otro, se
unieron y llegaron a ser una sola carne. Esto demuestra que Eva procedió de Adán, por tanto, ella
era el rebosamiento de Adán. En el Nuevo Testamento, Pablo nos dice en Efesios 5 que la historia
de Adán y Eva se refiere a Cristo y la iglesia lo cual explica también cómo se produjo la iglesia. La
iglesia fue producida cuando Cristo “durmió” en la cruz y de Su costado herido salió sangre y agua.
La sangre nos lava de nuestros pecados, y el agua nos da vida. Después, en resurrección, Cristo
como Espíritu entró en nosotros y nos regeneró. De esta manera, todos nosotros estamos siendo
edificados conjuntamente para ser la iglesia, la pareja de Cristo. Por tanto, la iglesia no sólo es el
rebosamiento de las riquezas de Cristo, sino también la plenitud de Cristo. La iglesia no sólo es el
fruto de las riquezas de Cristo, sino también el rebosamiento y la expresión de Cristo.

LA PLENITUD DE CRISTO ES LA PLENITUD DE DIOS

La plenitud de Cristo es la plenitud de Dios. En Colosenses 2:9 dice: “Porque en Él habita


corporalmente toda la plenitud de la Deidad”. Este versículo nos habla de la plenitud de Dios y no
de Sus riquezas. Si dijéramos riquezas en vez de plenitud, eso sería incorrecto, porque todas las
riquezas de Dios han llegado a ser la plenitud de Dios, que es Su expresión. Toda esta plenitud
habita en Cristo corporalmente. Por tanto, toda la plenitud de la Deidad llega a ser la plenitud de
Cristo y, al mismo tiempo, la plenitud de Cristo es la plenitud de la gracia y la realidad. Estas tres
plenitudes, la plenitud de Dios, la plenitud de Cristo y la plenitud de la gracia y la realidad se
refieren a la misma plenitud.

LA PLENITUD DE CRISTO LLEGA A SER


SU EXPRESIÓN, QUE ES LA IGLESIA

Cuando nosotros disfrutamos de las riquezas de Cristo, llegamos a ser Su plenitud, la cual es Su
expresión. Efesios 1:22-23 dice: “... y lo dio por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es
Su Cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo”. Cristo es la Cabeza sobre todas las cosas
a la iglesia, y la iglesia es Su Cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo. ¿Quién es
Aquel que todo lo llena en todo? Es Cristo. La iglesia es el Cuerpo de Cristo, y éste Cuerpo es Su
plenitud. En estos dos versículos se nos habla de tres cosas: primero, la iglesia; segundo, el Cuerpo;
y tercero, la plenitud. Estas tres cosas se refieren a la iglesia. La iglesia, la cual es el Cuerpo de
Cristo, llega a ser la plenitud de Cristo para expresarlo a Él. Una persona con cabeza y cuerpo se ve
que es una unidad completa y perfecta. ¿Qué representa eso? Su expresión. Aunque ella intentase
ocultarse, no le será posible, porque la expresión de su plenitud no puede encubrirse. Hoy Cristo es
tanto la Cabeza como el Cuerpo de la iglesia, por tanto, la iglesia expresa la plenitud de Cristo. Si
día tras día somos aquellos que disfrutamos de gracia sobre gracia, al recibir plenamente las
riquezas de Cristo y disfrutar de toda la plenitud de la Deidad que está en Cristo, entonces nosotros
llegaremos a ser la expresión de la plenitud de Cristo, que es la iglesia.

La plenitud se produce cuando disfrutamos de las riquezas. Por ejemplo, si entramos a un


supermercado americano para comprar alimentos, allí veremos una rica abundancia de pescados,
carnes, verduras y frutas. Sin embargo, estos alimentos sólo constituyen las riquezas de los Estados
Unidos, mas no Su plenitud. ¿Cómo entonces podrían estas riquezas llegar a ser la plenitud de los
Estados Unidos? Tenemos que comerlos; debemos pedirles a todos que coman estas riquezas. Si
todos los días comiéramos un bistec, poco a poco todos llegaremos a ser personas altas y robustas,
y es de esta manera que nos convertiremos en la plenitud de los Estados Unidos. Por tanto, si
participamos de las riquezas de los Estados Unidos, llegaremos a ser su plenitud. Si queremos
llegar a ser la plenitud de Cristo, debemos disfrutar de las riquezas de Cristo como nuestro
alimento y ser llenos de dichas riquezas, a fin de que el elemento de la vida divina se convierta en
nuestras riquezas. De esta manera, disfrutaremos y absorberemos incesantemente las riquezas de
Cristo, lo cual resultará en que nos convirtamos en la plena expresión de Cristo, que es la iglesia.

Las riquezas de Cristo son muy abundantes; sin embargo, lamentablemente no son muchos los
cristianos que están dispuestos a disfrutar de Cristo diariamente como su alimento. Como
consecuencia, aunque las riquezas de Cristo están en su ser, ellos no expresan, de manera externa,
la plenitud de Cristo. Las riquezas de Cristo no son doctrinas, más bien, son la gracia y la realidad.
Hace veintidós años hablé por primera vez en inglés acerca de las riquezas de Cristo que llegan a
ser la plenitud de Cristo, en la ciudad de Palo Alto, ubicada en el norte de California. En ese
entonces, lo que yo dije fue bien recibido por muchos americanos jóvenes, y ellos comenzaron a
disfrutar las riquezas de Cristo. Cuanto más disfrutemos de las riquezas de Cristo, más serán
digeridas por nosotros, y cuanto más las digerimos, mayor será nuestra asimilación de dichas
riquezas. Esto resulta en la plenitud de Cristo, que es la iglesia. Hoy en día, las iglesias que se
hallan en las diferentes localidades de los Estados Unidos han llegado a ser verdaderamente la
plenitud de Aquel que todo lo llena en todo, la expresión de la plenitud de Cristo y la manifestación
de Dios en la carne. Debemos darle la gloria a Dios, porque hoy en día Él desea obtener una iglesia
que le exprese y que ponga fin a Su enemigo. Por tanto, Dios desea que nosotros disfrutemos de las
riquezas de Cristo, y que estas riquezas nos empapen y lleguen a ser nuestro elemento constitutivo.
Además, Él también desea que conformemos el Cuerpo de Cristo, a fin de ser Su expresión en cada
localidad que se halle en el terreno de la unidad.

Tal vez algunos digan que no deberíamos hablar sobre la iglesia y que tampoco debería importar
cómo nos reunamos. Sin embargo, en lo profundo de mi ser, yo sé que es necesario hablar de la
iglesia. En los últimos sesenta años, tanto en China continental como en Taiwán, y ahora en los
Estados Unidos, ciertos hermanos que se reunían con nosotros fueron influenciados por otros a no
hablar de la iglesia y a rechazar el terreno de la unidad de la iglesia. Vi con mis propios ojos que no
les fue fácil a estos hermanos crecer y ser fortalecidos en Cristo. Algunos de ellos no sólo nunca
fueron edificados juntamente con otros, sino que además causaron división en el Cuerpo de Cristo.
Una vez que esos hermanos abandonaron el terreno de la unidad, les fue imposible guardar la
unidad del Espíritu, y el resultado fue división tras división. Este es un hecho histórico.

Espero que ustedes, en particular los jóvenes que han escuchado estas palabras, de ahora en
adelante, siempre vean lo que es la iglesia, la conozcan y permanezcan en ella. La iglesia es el lugar
donde ustedes son alimentados y donde pueden habitar con seguridad. Es también en la iglesia
donde recibimos el suministro del Espíritu, porque la iglesia es lo que el Señor desea obtener. Este
no es el camino que elige el hombre sino el camino que ha escogido el Señor. Por tanto, nosotros no
podemos abandonar este testimonio, ni nadie puede destruir este testimonio. Este es el testimonio
de la unidad del Cuerpo de Cristo. Hay una sola Cabeza, un solo Cuerpo y una sola expresión; los
tres son Cristo. Debemos guardar esta unidad a fin de no caer en cualquier error. Sólo entonces
nuestra relación con la iglesia será semejante a una relación apropiada entre un marido y su
esposa. El marido y la esposa deben ser una sola carne y no pueden divorciarse. Ninguno de los dos
puede abandonar su posición, ya sea de esposo o esposa, por causa de insatisfacción; de lo
contrario, se infiltrará toda clase de corrupción. Esperamos que nuestra visión en cuanto a la
iglesia sea apropiada y clara.

LA EXPRESIÓN DE CRISTO ES LA EXPRESIÓN DE DIOS

La expresión de Cristo es la expresión de Dios. Debido a que la plenitud de Cristo es la plenitud de


Dios mismo, la expresión de Cristo es también la expresión de Dios mismo. En Efesios 3:17-19 dice:
“Para que Cristo haga Su hogar en vuestros corazones por medio de la fe, a fin de que ... seáis
plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la altura y
la profundidad ... para que seáis llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios”. El universo
tiene sus dimensiones, mas nadie jamás ha podido medirlas. Cristo es las dimensiones del
universo; Él es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad del universo.

En nuestra experiencia, primero experimentamos la anchura de Cristo y luego Su longitud;


después proseguimos a experimentar en la iglesia la altura y la profundidad de Sus riquezas.
Pasamos del aspecto horizontal, la anchura y la longitud, al aspecto vertical, la altura y la
profundidad; y así avanzamos de un nivel plano a un cubo. Cuando experimentamos a Cristo junto
con los hermanos y hermanas en la iglesia, y juntos comprendemos Sus dimensiones, descubrimos
que las riquezas de Cristo son ilimitadas e inmensurables. Es por medio de la abundante
suministración del Espíritu vivificante que mora en nosotros que las riquezas de Cristo son
constantemente impartidas a nuestro ser, a fin de que seamos empapados y llenos hasta la medida
de toda la plenitud de Dios. La plenitud de Dios se refiere a la expresión de las riquezas de lo que
Dios es, y ésta hace que seamos la expresión de Dios, que es la iglesia de Cristo.

LLEGAMOS A SER UN HOMBRE


DE PLENA MADUREZ, A LA MEDIDA
DE LA ESTATURA DE LA PLENITUD DE CRISTO

Efesios 4:11-12 dice: “Y Él mismo dio a unos como apóstoles, a otros como profetas, a otros como
evangelistas, a otros como pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del
ministerio, para la edificación del Cuerpo de Cristo”. Estamos aquí a fin de perfeccionar a los
santos para la obra del ministerio, la cual no consiste simplemente en predicar el evangelio,
enseñar la Biblia o establecer una reunión, sino en edificar el Cuerpo de Cristo. Según la gramática
griega, la construcción apositiva de la preposición para, la cual se repite dos veces, no implica que
la obra del ministerio y la edificación del Cuerpo sean dos cosas distintas; más bien, se refiere a
una misma cosa dicha de dos maneras diferentes. Por tanto, decir “para la obra del ministerio” es
lo mismo que decir “para la edificación del Cuerpo de Cristo”. Nuestra obra no consiste solamente
en predicar el evangelio, establecer reuniones o enseñarle a la gente las verdades bíblicas;
ciertamente todas estas cosas deben ser llevadas a cabo, pero su objetivo es edificar el Cuerpo de
Cristo, la iglesia. Toda actividad que no sea para la edificación del Cuerpo de Cristo, es una obra de
división y no contribuye para la obra del ministerio. La obra del ministerio tiene una sola meta, la
cual es edificar el Cuerpo de Cristo, la iglesia.
El versículo 13 dice: “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del
Hijo de Dios, a un hombre de plena madurez, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”.
Este versículo no está hablando de tres diferentes metas a las cuales tenemos que llegar, sino a una
sola meta que tiene tres aspectos distintos. El primer aspecto consiste en que tenemos que llegar a
la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios. El segundo aspecto es llegar a ser un
hombre de plena madurez. Aunque hoy día nosotros conformamos la iglesia, tenemos que confesar
que somos inmaduros, que aún no hemos llegado a ser un hombre de plena madurez, pues estamos
todavía en el proceso de ser edificados conjuntamente hasta que lleguemos a ser tal hombre de
plena madurez. El tercer aspecto es que tenemos que llegar a la medida de la estatura de la
plenitud de Cristo. La plenitud de la estatura es la iglesia. Llegar a ser una iglesia a la estatura de
plena madurez es llegar a la estatura de la plenitud de Cristo.

LA META ÚNICA

Hasta ahora hemos visto lo que Cristo es en Su excelencia: la incomparabilidad de Cristo, Su


trascendencia, Su gloria y Sus riquezas, las cuales tienen una sola meta: Su plenitud, la cual es Su
expresión; y esta expresión es la iglesia.

La obra que estamos llevando a cabo es una batalla espiritual, y no estamos como quien golpea el
aire en vano, ni estamos como aquellos que corren sin meta definida. Nosotros tenemos la misma
meta que tuvieron el apóstol Pablo y todos aquellos que han ministrado a lo largo de los siglos, la
cual es edificar el Cuerpo de Cristo. No debemos llevar a cabo ninguna obra que divida el Cuerpo
de Cristo. Si predicamos el evangelio, impartimos enseñanzas bíblicas o establecemos reuniones, y
esto nos lleva a causar una división en el Cuerpo de Cristo, no debemos hacerlas. Toda nuestra
obra debe ser parte de la obra del ministerio, y su meta debe ser edificar el Cuerpo de Cristo.

Tengo la profunda convicción de que este es el camino correcto. Cuanto más avancemos por este
camino, más fe tendremos; cuanto más hablemos, más tendremos que decir; y cuanto más
prediquemos, mayor será la capacidad y la valentía con la que prediquemos. Al hacer sonar esta
trompeta proclamamos lo mismo que proclamó el apóstol Pablo y todos los otros santos que han
hecho sonar la misma trompeta a lo largo de los siglos. El sonido de nuestra trompeta es el de la
unanimidad. Durante más de veinte años, desde Taiwán hasta los Estados Unidos, hemos hecho
sonar esta trompeta y continuaremos haciéndolo sin alterar lo que decimos. Hacemos esto debido
a que Cristo en Su excelencia ha llegado a ser todo para nosotros, y lo hacemos para la expresión de
Su plenitud: la iglesia. Esta es la meta única de Dios.

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