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EL NIÑO, EL SECRETO DE LA INFANCIA Capítulo 19

María Montessori

LA REPETICIÓN DEL EJERCICIO

El primer fenómeno digno de atención fue el siguiente: una niña de tres años se ejercitaba con los
pequeños cilindros de encaje sólido, que se manejan como los tapones de las botellas; son
cilindros de diámetros escalonados, cada uno de los cuales tiene su posición perfectamente
determinada. Me sorprendió que una niña tan jovencita mostrara tanto interés en repetir el ejercicio
interminablemente. No había progreso alguno en rapidez ni en habilidad de ejecución : era una
especie de movimiento continuo. Acostumbrada a la medición comencé a contar el número de
veces que repetía el ejercicio y después quise probar la resistencia de la extraña concentración
que mostraba aquella niña, y dije a la maestra que hiciera cantar y caminar los demás niños. La
niña no se distrajo de su trabajo. Entonces cogí con suavidad la sillita sobre la que se hallaba
sentada y la coloqué sobre una mesa. Con un movimiento rápido la pequeña había apretado el
objeto entre sus rodillas y continuó su ejercicio sin distraerse. Desde el instante en que comencé a
contar, la niña había repetido el ejercicio 42 veces. Se paró, como si despertara de un sueño y
sonrió feliz: sus ojos brillaban intensamente mirando a su alrededor. Parecía que no se había dado
cuenta de las maniobras realizadas a su lado y que no la habían perturbado para nada. Y de
repente, sin causa aparente, cesó en su trabajo. ¿Qué es lo que terminó? ¿Y por qué?

Fue la primera grieta que se abrió en las profundidades inexploradas de su alma infantil. Era una
niña pequeña, de una edad en que la atención carece de estabilidad, pasando de una a otra cosa,
sin detenerse. Y sin embargo, había hecho prueba de una concentración extraordinaria, el ego se
había sustraído a todos los estímulos exteriores: aquella concentración iba acompañada de un
movimiento rítmico de las manos, alrededor de un objeto exacto, graduado científicamente.

Semejantes concentraciones se repitieron. Los niños salían de las mismas como personas
reposadas, llenas de vida, con la apariencia del que ha experimentado un goce inmenso.
Aunque estos fenómenos de concentración que hacen casi insensibles al mundo exterior, no son
muy corrientes, se caracterizan por la extraña manera de comportarse, común a todos y constante
en todas sus acciones. Es el carácter propio del trabajo infantil que más tarde llamo la repetición
del ejercicio.

Viendo trabajar todas aquellas manos pequeñitas tan sucias, pensé en que convenía enseñar a los
niños a lavarse las manos. Observé que los niños, después de lavarse completamente las manos
continuaban lavándoselas con pasión. Salían de la escuela para ir a lavarse las manos. Algunas
madres contaban que los niños habían desaparecido de casa a primeras horas de la mañana y los
habían encontrado en el lavadero lavándose las manos: estaban orgullosos de enseñar sus manos
limpias a todo el mundo, tanto que en cierta ocasión les tomaron por mendicantes. El ejercicio se
repetía sin finalidad exterior alguna: era por una necesidad interior que se lavaban las manos
limpias. Lo mismo ocurría con otras operaciones: cuanto mejor se enseñaba un ejercicio, más
estimulante parecía para ser repetido incansablemente.

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