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EL NIÑO, EL SECRETO DE LA INFANCIA Capítulo 15

María Montessori

EL MOVIMIENTO

Es preciso subrayar la importancia del movimiento en la construcción de la sique. Incluir el


movimiento entre las diversas funciones del cuerpo, sin distinguir suficientemente la esencia de
esa función de todas las demás funciones de la vida vegetativa, como la digestión, la respiración,
etc., constituye un grave error. En la práctica, el movimiento es considerado como algo que ayuda
al funcionamiento normal del cuerpo, favoreciendo la respiración, la digestión y la circulación.

Pero el movimiento, que es una función preponderante y característica del mundo animal, también
influye en las funciones de la vida vegetativa. Se trata, por así decirlo, de un carácter antepuesto y
prepuesto a todas las funciones. Sería erróneo considerar únicamente el movimiento desde el
punto de vista físico. Veamos, por ejemplo, el deporte: el deporte no sólo tiene como consecuencia
el mejoramiento de la salud física, sino que también infunde valor y confianza en sí mismo, eleva la
moral, y suscita un enorme entusiasmo en las multitudes. Y esto significa que sus resultados
síquicos son muy superiores a los de orden puramente físico.

El desarrollo del niño, que se caracteriza por el esfuerzo y el ejercicio individual, no se presenta
solamente como un simple fenómeno natural relacionado con la edad, sino que también deriva de
las manifestaciones síquicas. Es muy importante que el niño pueda recoger las imágenes y
mantenerlas claras y ordenadas, porque el ego edifica su propia inteligencia gracias al vigor de las
energías sensitivas que la guían. Por medio de esta labor interior y oculta se construye la razón, es
decir, lo que, en última instancia caracteriza al hombre, ser racional, individuo que, razonando y
juzgando, puede mandar, y cuando lo manda se pone en movimiento.

Frente al niño, el adulto adopta la actitud de quien espera que su razón se desarrolle con el tiempo,
es decir, con la edad; y como que advierte la fatiga del niño, que crece gracias a sus propios
esfuerzos, no le presta ninguna ayuda. Espera simplemente que surja el ser racional para
contraponer su propia razón a la del niño. Y, sobre todo, obstaculiza la voluntad del niño cuando
ésta se expresa con movimientos. Para comprender la esencia del movimiento, hay que
considerarlo como la encarnación funcional de la energía creadora que eleva al hombre a la
cumbre de su especie, y que anima su aparato motor, instrumento con el cual actúa en el ambiente
exterior realizando su ciclo personal, su misión. El movimiento no sólo es expresión del ego, sino
también factor indispensable para la construcción de la conciencia, y es el único medio tangible
que pone al ego en relaciones perfectamente determinadas con la realidad exterior. Por ello, el
movimiento es un factor esencial para la construcción de la inteligencia, que se alimenta y vive de
experiencias obtenidas del ambiente exterior. Incluso las ideas abstractas provienen de una
maduración de los contactos con la realidad, y la realidad se apresa por medio del movimiento. Las
ideas más abstractas, como las de espacio o tiempo, pueden concebirse gracias al movimiento. El
movimiento es, por lo tanto, el factor que liga el espíritu al mundo; pero el órgano espiritual ejecuta
la acción en un doble sentido, como concepción interior y como ejecución exterior. El órgano del
movimiento representa lo más complicado del género humano. Los músculos son tan numerosos
que no es posible utilizarlos todos, de modo que se puede afirmar que el hombre siempre dispone
de una reserva de órganos inertes. En efecto, las personas que, en el ejercicio de su profesión,
realizan delicados trabajos manuales, ponen en funcionamiento y utilizan ciertos músculos que no
son utilizados en absoluto, por ejemplo, por un bailarín, y viceversa. Puede afirmarse que la
personalidad se desarrolla utilizando solamente una parte de sí misma.

Pero para mantenerse en estado normal, debe existir una actividad de los músculos suficiente: son
los funcionarios de todos los seres humanos. Sobre esta base se establecerán luego las infinitas
posibilidades individuales. Pero si este cuantitativo normal no se mantiene por completo en acción,
se produce una disminución de la energía individual.
Si existen músculos inertes, que normalmente deberían funcionar, se experimenta una depresión
física, pero también una depresión moral. Por esto, la reactividad de los movimientos también
deriva siempre de energías espirituales.
Pero lo que permite comprender mejor la importancia del movimiento es el conocimiento de la
conexión directa que existe entre las funciones motrices y la voluntad. Todas las funciones
vegetativas del organismo, aunque se hallan ligadas al sistema nervioso, son independientes de la
voluntad. Cada órgano tiene su propia función fija, que ejecuta constantemente, y las células y los
tejidos poseen la estructura adecuada a las funciones que deben realizar, como algunos
profesionales u obreros especializados hasta tal punto que son incapaces de hacer algo que
escape a su especialidad. La diferencia fundamental entre estos elementos y las fibras musculares
reside en el hecho de que, aunque en las fibras musculares las células son aptas para su trabajo
especializado, no funcionan de modo continuo por sí mismas, sino que precisan una orden para
entrar en acción, y sin esa orden no actúan. Podríamos compararlo con unos soldados que
esperan las órdenes de su superiores y que sólo se preparan con disciplina y obediencia.

Las células de que hablábamos más arriba tienen funciones determinadas, como por ejemplo la de
secretar leche o saliva, fijar el oxígeno, eliminar las sustancias nocivas o combatir los
microorganismos, y entre todas, con su perpetuo trabajo, mantienen la economía orgánica. Igual
como actúan las organizaciones del trabajo en el organismo social. Su adaptación a un trabajo
determinado es esencial para el funcionamiento del conjunto.

En cambio, la multitud de células musculares debe ser libre, ágil y rápida, para estar siempre
dispuesta a obedecer las órdenes.
Pero para obedecer hay que estar preparado, y como que la preparación se consigue a través de
un prolongado ejercicio, para obtener la coordinación entre los varios grupos que deberán actuar
conjuntamente y ejecutar con exactitud las indicaciones de la orden, es indispensable realizar ese
ejercicio.
Esta perfecta organización se basa en una disciplina que permite que una orden procedente del
centro llegue hasta cualquier punto periférico y a cada individuo; y en estas condiciones el
organismo en su conjunto puede realizar verdaderos milagros.

¿De qué serviría la voluntad sin su instrumento?


Por medio de este movimiento la voluntad se difunde por todas las fibras, y se realiza. Asistimos a
los esfuerzos que realiza el niño y a las luchas que sostiene para conseguir esta finalidad. La
aspiración, o mejor el impulso, del niño, tiende a perfeccionar y dominar el órgano sin el que no
sería nada, sin el que no sería más que una imagen del hombre falto de voluntad. En este caso, no
sólo no podría exteriorizar los frutos de su inteligencia, sino que ésta tampoco daría ningún fruto. El
órgano de la función volitiva no es sólo un instrumento de ejecución, sino también de construcción.

Una de las más inesperadas, y por tanto más sorprendentes, manifestaciones de los niños que
actuaban libremente en nuestras escuelas, fue el afán y exactitud con que ejecutaban sus trabajos.
En el niño que se halla en condiciones de vida libre se manifiestan los actos con los que intenta no
sólo apresar las imágenes visibles del ambiente, sino también el afán por la exactitud en la
ejecución de las acciones. Entonces, el espíritu aparece como impulsado hacia la existencia y la
realización de sí mismo. El niño es un descubridor: un hombre que nace de una nebulosa, como un
ser indefinido y espléndido que busca su propia forma.

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