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Del terror al Deleite: la transformación de la idea de lo sublime en Edmund Burke

La Indagación filosófica sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y de lo


bello, texto escrito por Edmund Burke, publicado en 1757, es un claro ejemplo de la
separación que se hizo en la modernidad entre las ideas de sublimidad y belleza. La estética
moderna producirá dicha escisión de manera tajante. Aquello que Pseudo-Longino
comprendió como el sentido glorioso de la grandeza interior, se disgregaría en el siglo
XVIII de su hermano mellizo. Aquel pensador nacido en Dublín, Irlanda, en 1729, lo
reflejaría explícitamente al señalar que su intención era considerar la belleza diferenciada
de lo sublime. El filósofo surcoreano-alemán Byung-Chul Han, en nombre de La salvación
de lo bello, ha explicado este acontecimiento, característico de lo que él llama la estética de
lo pulido y de lo terso:

La estética de lo bello es un fenómeno genuinamente moderno. No será hasta la estética de


la modernidad cuando lo bello y lo sublime se disgreguen uno de otro. Lo bello queda
aislado en su positividad pura. El sujeto de la modernidad, al fortalecerse, hace de lo bello
algo positivo convirtiéndolo en objeto de agrado. Con ello, lo bello resulta opuesto a lo
sublime, que a causa de su negatividad en un primer momento no suscita ninguna
complacencia inmediata. La negatividad de lo sublime, que lo distingue de lo bello, vuelve
a resultar positiva en el momento en el que se la reduce a la razón humana. Ya no es lo
externo, ya no es lo completamente distinto, sino una forma de expresión interior del
sujeto (2015, 29).

¿Qué es lo que da esa connotación negativa a la idea de sublimidad? ¿Por qué lo sublime no
despierta ninguna sensación positiva? Para Edmund Burke lo sublime es la emoción más
fuerte que la mente es capaz de sentir. Implica una afección en la medida que es un
sentimiento emanado del principio de autoconservación propio de las personas, el cual nos
pone alerta ante las situaciones de dolor y peligro. Contraria a la afección positiva derivada
de las experiencias placenteras, a lo sublime le es intrínseca una carga negativa básicamente
porque “su emoción más fuerte es una emoción de dolor”; de hecho, “ningún placer
derivado de una causa positiva le pertenece” ([1757], 66). El dolor, la angustia, el tormento
y el terror son las fuentes por excelencia de lo sublime; nada más puede provocarlo.
Mientras que la belleza será concebida como una cualidad social que, al contemplarla,
inspira ternura pues da placer y alegría. La sublimidad, en cambio, solo podrá emerger de
las profundidades de lo terrible, de las sombras de los tormentos, de los entramados del
poder; más que de la curiosidad ante lo novedoso, proviene de la pasión del asombro –el
efecto sublime más alto–, además de la admiración, la reverencia y el respeto –los efectos
inferiores–. El alma se estremece cuando hay asombro, una fuerte impresión sin la que nada
puede ser sublime; entra en un estado de suspensión al toparse de repente frente algo
horroroso, anulando toda posible capacidad de razonamiento: “la mente está tan llena de su
objeto, que no puede reparar en ninguna más, ni en consecuencia razonar sobre el objeto
que la absorbe” ([1757], 42). O dicho en otros términos: “el terror es en cualquier caso, de
un modo más abierto o latente, el principio predominante de lo sublime” ([1757], 43), “el
tronco común de todo lo que es sublime” ([1757], 48).

Pero, ¿cómo se vuelve parcialmente positivo algo que es en sí mismo negativo? Cuando la
racionalidad de la ilustración ilumina con su luz incandescente los laberintos oscuros de lo
sublime, lo que antes era en extremo doloroso, angustiante, tormentoso, terrorífico, pasa a
ser generador de un placer relativo, no positivo en su totalidad. Burke denominará tal
noción con la palabra Deleite, un placer que no puede existir sin una relación con el dolor,
una sensación que acompaña la remoción del dolor o del peligro –asociados por ejemplo a
alguna una enfermedad o incluso a las representaciones que nos hacemos de la muerte–. Si
bigen el deleite no es un placer puro o verdadero, sí es un sentimiento que modera el dolor
en tanto que su “naturaleza no es congojosa ni desagradable” ([1757], 27): “Cuando el
peligro o el dolor acosan demasiado, no puede dar ningún deleite, y son sencillamente
terribles; pero, a ciertas distancias y con ligeras modificaciones, pueden ser y son
deliciosos, como experimentamos todos los días” ([1757], 29).

Byung-Chul Han sintetiza ese viraje condicional en el que lo negativo adquiere una valor
positivo, mostrando que lo sublime es absorbido por la subjetividad del individuo,
realzando ese rasgo como un elemento fundacional, ya no de la política ni de la ética, sino
de la estética de lo bello que nace con la modernidad:

Edmund Burke libera lo bello de toda negatividad. Lo bello tiene que deparar un «disfrute
[completamente] positivo». Por el contrario, de lo sublime es propia una negatividad. Lo
bello es menudo y delicado, leve y tierno. Se caracteriza por la tersura y la lisura. Lo
sublime es grande, macizo, tenebroso, agreste y rudo. Causa dolor y horror. Pero es sano en
la medida en que conmueve enérgicamente al ánimo, mientras lo bello lo aletarga. En vista
de lo sublime, Burke hace que la negatividad del dolor y del horror vuelta a trocarse en
positividad, resultando purificadora y vivificante. Es así como lo sublime queda por
completo al servicio del sujeto. Con ello pierde su alteridad y su extrañeza (2015, 33).

Burke argumentará que la realidad en sí misma causa dolor sin placer. A contracara, las
representaciones son las que nos deleitan. Porque lo que nos duele es lo que nos afecta
inmediatamente; y lo que nos deleita es el hecho de tener una idea de dolor o peligro, sin
hallarnos ipso facto en tales circunstancias: “todo lo que excita este deleite, lo llamo
sublime” ([1757], 39). Domesticamos lo sublime cuando dominamos las privaciones, y más
aún, al ser capaces de incorporar, a pesar de la dificultad, la vastedad como magnitud en la
construcción arquitectónica. Logramos asimilar la infinidad, que cuando es artificial viene
aunada a la sucesión y a la uniformidad, cuando captamos que esta “tiene una tendencia a
llenar la mente con aquella especie de horror delicioso que es el efecto más genuino y la
prueba más verdadera de lo sublime” ([1757], 54). La sublimidad de la noche deleita con la
magnificencia del firmamento estrellado. El Deleite es entonces un placer relativo que
aplaca el dolor absoluto causado por el terror y el asombro, por la inevitabilidad de la
muerte.

Trabajos citados
Burke, Edmund. Indagación filosófica sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y de
lo bello, de Edmund Burke, traducido por Menene Gras Balaguer. Madrid: Tecnos, 1987.
Han, Byung-Chul. La salvación de lo bello. Editado por Manuel Cruz. Traducido por Alberto Ciria.
Barcelona: Herder, 2015.

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