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Hayek, dando continuidad a la tradición liberal iniciada por Adam Smith, defiende
una concepción mínima del Estado. Su especial aporte corresponde a la crítica
radical de la idea de «justicia social», noción que disimula, según él, la protección
de los intereses corporativos de la clase media.
Preconiza la eliminación de las intervenciones sociales y económicas públicas.
El Estado mínimo es un medio para escapar al poder de la clase media que controla
el proceso democrático a fin de obtener la redistribución de las riquezas mediante
el fisco.
Su programa es expuesto en La constitution de la liberté [La Constitución de la
Libertad] (1960): desreglamentar, privatizar, disminuir los programas contra el
desempleo, eliminar las subvenciones a la vivienda y el control de los alquileres,
reducir los gastos de la seguridad social y finalmente limitar el poder sindical. El
Estado no puede asegurar la redistribución, sobre todo en función de un criterio de
«justicia social».
Su papel se reduce a brindar un marco jurídico que garantice las reglas elementales
del intercambio. En 1976 llega a proponer la desnacionalización de la moneda, es
decir, la privatización de los bancos centrales nacionales para someter la creación
monetaria a los mecanismos del mercado. Otras de sus posiciones parecen matizar
el radicalismo de su liberalismo; preconiza, por ejemplo, la creación de un ingreso
mínimo, pero esta propuesta debe verse como una rehabilitación de la ley inglesa
de los indigentes y no como la marca de un «socialismo hayekiano» [1].
La teoría desarrollada por Hayek está basada en una creencia compartida por todos
los liberales, desde los clásicos hasta los partidarios de las tesis austriacas. La
metáfora de la «mano invisible», que asegura en el pensamiento de Adam Smith la
adecuación de la oferta y la demanda en los diferentes mercados, ilustra
perfectamente este presupuesto común que tratan todos de demostrar a partir de
diferentes postulados: equilibrio general de Walras, desarrollado por Pareto; orden
espontáneo del mercado o catalaxia para la escuela austriaca, lo que es el resultado
de acciones no concertadas y no el fruto de un proyecto consciente. No se quiere,
no se planifica el orden del mercado, es espontáneo.
En realidad Hayek está obsesionado por las clases medias que controlan los
regímenes democráticos: «Hay una gran parte de verdad en la fórmula según la
cual el fascismo y el nacional-socialismo serían una especie de socialismo de la
clase media» [4]. Por otra parte, teme a los pobres cuyas reacciones son
imprevisibles. Reclama un ingreso mínimo «aunque sólo sea en interés de los que
pretenden permanecer protegidos de las reacciones de desesperación de los
necesitados» [5]. Aunque haya rechazado la idea de justicia social, Hayek
desarrolla una concepción especial de la justicia, liberal, pero a la vez conservadora,
incluso si se defiende en un artículo titulado: Pourquoi je ne suis pas
conservateur? [Por qué no soy un conservador?].
Sus posiciones contra la «tercera vía democrática y social» simbolizada por el New
Deal rooseveltiano y el laborismo inglés explican la marginación de los
ultraliberales a principios de los años 50, especialmente en el seno de la más
poderosa de las organizaciones de intelectuales anticomunistas, el Congreso para la
Libertad de la Cultura.
Liberalismo
liberalismo filosofico
Sin embargo, a finales del siglo XIX y principios del XX , el Liberalismo pasó de ser
una filosofía individualista a una que es más común en la naturaleza
humana. Inspirándose en concepto utilitario de John Stuart Mill de proporcionar
“la mayor felicidad para el mayor número de personas”, el Liberalismo trató de
defender el “bien común”; es decir, un sistema político y económico que maximiza
el progreso social para el grupo en su conjunto y no para beneficiar a una porción
de individuos. Franklin D. Roosevelt es quien mejor encarna este valor con el “New
Deal” en la década de 1930. Este cuerpo de legislación, produjo una infraestructura
gubernamental a gran escala; que se caracterizó por proyectos de obras públicas,
redes de seguridad social, el bienestar y las reformas de las instituciones
financieras. Con el propósito de mitigar los efectos del individualismo
desenfrenado que se asoció comúnmente con la Gran Depresión en 1929.
Neoliberalismo
Durante las últimas décadas, una nueva forma de Liberalismo – o más bien una
reinterpretación del concepto original – surgió en la forma Neoliberalismo. No
contentos con la falta de poder del Liberalismo moderno en favor del Estado, los
filósofos neoliberales vuelven a los principios fundamentales que ofrece “La
Riqueza de las Naciones” de Adam Smith. Considerado como uno de los ejes para el
Capitalismo de libre mercado, Smith describe la necesidad de que la actividad
económica humana sea impulsada por la “mano invisible” del mercado, en lugar de
alguna institución gubernamental.
Para citar a Smith: “Si todas las personas se esfuerzan tanto como pueden en
emplear su capital en apoyo de la industria nacional, asimismo pueden dirigir esa
industria para la cual su producto puede ser de gran valor. Cada individuo
trabajaría necesariamente para hacer que los ingresos anuales de la sociedad sean
tan grandes como puedan”.
Es decir, a los ojos del Neoliberalismo; permitir que los individuos sean libres de
comerciar en los mercados sin restricciones produciría una mayor cantidad de
riqueza y las condiciones necesarias para una sociedad opulenta.
neoliberalismo
El neoliberalismo
De esta manera, se cumple con el principal objetivo del capitalismo, el cual es “la
maximización en la obtención del lucro o ganancia” de los empresarios privados.
Bajo esta perspectiva, en la última década, todos los países de América Latina y el
Caribe han realizado reformas estructurales orientadas hacia el mercado y a
mejorar la eficiencia de la economía, a acelerar el crecimiento económico, etc; ya
que las reformas neoliberales ponen el crecimiento económico como razón de ser
de la economía. Restringen la intervención del Estado hasta despojarlo de la
responsabilidad de garantizar los bienes mínimos, que se merece todo ciudadano.
Eliminan todos los programas de creación de oportunidades para todos y los
sustituyen por apoyos ocasionales a grupos focalizados. Privatizan empresas con el
criterio de que la administración privada es mejor. Abren sin restricciones las
fronteras para mercancías, capitales, y flujos financieros, que es parte también, de
la globalización económica. Subordinan la complejidad de la Hacienda Pública al
ajuste de las variables macroeconómicas: presupuesto general equilibrado,
reducción de la inflación y balanza de pagos estable, pretendiendo que de allí, se
sigue todo bien común a largo plazo, sin atender a los nuevos problemas de la
población que emergen de estos ajustes, y que tienen que ser atendidos
simultáneamente, por una política de Estado.
He aquí otras de las miserias del neoliberalismo: para reducir el gasto público
sostiene que cabe actuar en sanidad, educación y servicios sociales, pero no
mejorando dichas prestaciones, sino minimizándolas. La solución es la
desregulación y la privatización, es decir, traspasar, vender a inversores privados
las empresas estatales, tales como bancos, escuelas, hospitales, etc. Esto empieza a
tener unos efectos catastróficos en la calidad de la atención a la población: si el
beneficio es lo que cuenta, como dice Noam Chomsky, entonces lo primordial es
aumentar las ganancias, no dispensar un buen trato a las personas que, de hecho,
son las que posibilitan y sostienen todo el sistema económico. Un ejemplo prosaico
son los hospitales: la comida de antaño, si bien no de una calidad extraordinaria,
era medianamente comestible; ahora, sin embargo, prevalecen los alimentos
enlatados, plastificados y de apariencia antediluviana. El responsable de ello es, por
una parte, la empresa privada, que se dedica a reducir los gastos de alimentación
en pos de un mayor beneficio económico, y por otro, el mismo gobierno, que ha
dejado en manos del mejor postor el cuidado y la salud de sus conciudadanos. La
consecuencia, como es fácil advertir, es el enriquecimiento del poderoso. Es una
vieja castaña, sí, pero es la verdad.
Por lo tanto, el camino por el que nos están conduciendo las medidas neoliberales
no parece el más halagüeño para una sociedad y una economía sana. Más bien, al
contrario, semeja una especie de jungla en la que prevalecerá la ley del más fuerte,
el mejor adaptado para derrotar al "enemigo", en una carrera, tal vez sin freno, por
hacer de nuestra vida la quintaesencia del dinero, del beneficio, de las cuentas
bancarias y de la provisión de recursos económicos. ¿Será el neoliberalismo lo que
necesitamos para distinguir al prójimo de un rival al que hay que vencer, a la
sociedad de una cárcel en la que medramos sin escapatoria, será, en definitiva, lo
que precisamos para diferenciar al dinero de nuestra propia esencia porque, por
supuesto, nuestra vida radica y se expande mucho más allá del beneficio, de las
ganancias?. Si la respuesta a esta pregunta, como parece ser, es negativa, es decir,
si la vieja doctrina de Adam Smith, en realidad, nos está encadenando aún más
hacia todo ello, hacia la perspectiva de una vida ligada cada vez más al entramado
económico, si la protagonista, en fin, no es la propia vida, sino el dinero, lo que
todos deberíamos plantearnos es: ¿nos está ayudando en algo, el neoliberalismo?
Características
Las políticas macroeconómicas recomendadas por teóricos o ideólogos neoliberales
(en principio recomendaciones a países tanto industrializados como en desarrollo)
incluyen:
Alberto Fujimori (Perú)
Augusto Pinochet (Chile)
Carlos Menem (Argentina)
Carlos Salinas de Gortari (México)
Fernando Collor de Mello (Brasil)
Fernando Henrique Cardoso (Brasil)
Gonzalo Sánchez de Lozada (Bolivia)
Margaret Thatcher (Reino Unido)
Ronald Reagan (Estados Unidos)