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Análisis argumentativo a la “Ley 1621 del 17 de abril De 2013

IT. Jesús De la hoz Racedo


Los servicios de inteligencia en Colombia operaron durante casi sesenta años sin una regulación
integral que demarcará sus funciones y sus límites; sin embargo, en el año 2009 que se aprobó
la primera norma en la historia de Colombia que intentó darle una regulación integral al
funcionamiento de los servicios de inteligencia (Ley 1288), pero en el mes de noviembre del año
2010, está fue declarada inconstitucional por la Corte Constitucional, bajo el argumento que el
procedimiento de aprobación que debía haber seguido era el propio de las leyes estatutarias, y
no el de las leyes ordinarias, como se hizo en este caso. Lo anterior, conllevo a que en el año
2013, el Congreso de la República expidiera otra norma (Ley 1621) con el fin de regular de
manera íntegra el funcionamiento de los servicios de inteligencia, la cual fue avalada en su
totalidad por la Corte Constitucional. Dicha Ley tiene por objeto fortalecer el marco jurídico que
permite a los organismos que llevan a cabo actividades de inteligencia y contrainteligencia
cumplir adecuadamente con su misión constitucional y legal. Establece los límites y fines de las
actividades de inteligencia y contrainteligencia, los principios que las rigen, los mecanismos de
control y supervisión, la regulación de las bases de datos, la protección de los agentes, la
coordinación y cooperación entre los organismos, y los deberes de colaboración de las
entidades públicas y privadas, entre otras disposiciones. Sin embargo, a pesar de la
reglamentación dada a las actividades de inteligencia y contrainteligencia dada por la Ley 1621
de 2013, la cual fue expedida para tratar de poner orden al descontrol institucional en un tema
tan sensible para muchos sectores de la sociedad colombiana; se encuentra que el panorama
en relación con las irregularidades que se presentan en estos casos sigue siendo el mismo, pues
continúan presentándose por parte de los organismos de inteligencia, interceptaciones
telefónicas, más conocidas como “chuzadas”, espionaje, seguimientos ilegales, violación de
correos electrónicos, entre otros, los cuales se efectúan principalmente a personalidades
públicas, como altos funcionarios del Gobierno incluido el Presidente de la República,
magistrados, a los miembros de las organizaciones defensoras de derechos humanos,
dirigentes políticos, periodistas, y en un momento hasta a los negociadores del proceso de paz.
Uno de los caso más sonados que se presentó relacionado con el tema es el conocido como la
operación de inteligencia militar “Andrómeda”, quienes tenían de fachada un restaurante y
café internet, desde donde se habría interceptado de forma ilegal al equipo negociador del
gobierno y a líderes de la oposición, mediante el seguimiento ilegal de correos y
conversaciones electrónica; hecho que evidencia que a pesar de esta reguladas las actividades
de inteligencia y contrainteligencia, en el país no se superan desde organismos de seguridad
estatales este tipo de prácticas ilegales y arbitrarias. Por todo lo anterior se desarrolla esta
argumentación, la cual tiene como objetivo general, analizar jurídicamente el ejercicio de las
actividades de inteligencia y contrainteligencia por parte de los organismos especializados del
Estado colombiano.
Así pues esta ley, como cualquier otra es hija de un contexto histórico determinado y fuera de
él no puede interpretarse. Este contexto, en cuanto a la Ley de Inteligencia se refiere, viene
marcado de forma particularmente decisiva por dos factores claves: primero, el largo conflicto
armado y la presencia de poderosas organizaciones criminales; y, segundo, el tratamiento
judicial, mediático y político de algunos casos de persecución de los fenómenos descritos.
Sin embargo, en mi humilde opinión, resulta igualmente significativa la modificación o
disolución del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), puesto que este dato
confirma una máxima advertida por todos los estudiosos de la materia: todo asunto de
inteligencia que se judicializa no solo se convierte en lo que los juristas llaman un ‘caso difícil’,
sino también en un escándalo político, en el que los servicios secretos, irónicamente, se
convierten, a su pesar, en el centro diario del escrutinio de la opinión pública. Cuando esto
ocurre siempre cambia algo: no solo personas, sino también instituciones, y nacen leyes nuevas
o reformas de las anteriores.
Es importante destacar que la sección única dedicada a las reformas que debían introducirse a
la legislación penal y militar, para garantizar la reserva legal de la información de inteligencia y
contrainteligencia, fue declara inexequible. Al hilo de ello, conviene precisar que la declaratoria
se fundó en vicios de forma, por la vulneración del principio de unidad de materia, Tales
modificaciones (creación de tipos penales concretos o de causales de agravación específicas),
por cierto, no se han producido.
Finalmente, debe advertirse que la Ley de Inteligencia y contrainteligencia, presta escasa
atención al régimen económico y presupuestario, al estatuto personal de los agentes de
inteligencia y contrainteligencia y al desarrollo orgánico de los servicios. Los mencionados son
temas, huelga decirlo, de gran relevancia para el correcto funcionamiento de las actividades
reguladas en la misma.

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