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Escrito por Hernando Gómez Buendía mayo 25, 2020. EL TIEMPO, domingo 31 de mayo de 2020
Escogencias, negaciones
Quedarse sin dinero o arriesgar la salud, salir o no salir a la calle, subirse o no
subirse a un bus, pagar o no pagar las deudas que teníamos, proteger al abuelo o
exponerlo al contagio… Las cosas que eran obvias y triviales se nos han vuelto
dilemas acuciantes, y cada uno de nosotros está siendo forzado a medir las
consecuencias de decisiones que hasta ayer no tenían importancia.
Tomar esas decisiones es un motivo de ansiedad intensa, y la respuesta instintiva
es decirnos que no tenemos otra opción, dejar que sean las circunstancias, o el jefe,
o el gobierno, o el azar, o el Dios de cada uno quién decida por nosotros. El punto
es uno mismo: el punto es consolarnos -y engañarnos- con la idea de que no fuimos
responsables por las consecuencias.
Por eso los conceptos y dilemas nodales de la ética han saltado al primer plano:
deber-derecho, autointerés-solidaridad, igualdad-inequidad, libertad-autoridad,
prioridad de unas vidas sobre otras, actividades esenciales o superfluas,
consecuencias directas e indirectas, muertes por la COVID o por el hambre…
Estos dilemas existen para todos, pero en el caso de algunos son aún más
apremiantes. Es el caso, en especial, de los trabajadores de la salud, a quienes les
pedimos que arriesguen sus vidas, y quienes deciden a su vez sobre otras vidas:
Cada decisión –o cada omisión- del gobernante es por eso una apuesta angustiosa
por más enfermedad o por más hambre. Tan solos como Orestes o como el dios de
Orestes, los gobernantes son humanos, demasiado humanos.
Hay una sola base ética o un solo faro que puede orientarlos en esta hora crítica: el
respeto a los hechos y a las verdades de la ciencia, la información trasparente y el
apelar a la razón que está en todos nosotros y es por tanto la base de la ética o el
consenso no impuesto. Contra todos los profetas de la estupidez, esta es la hora de
la modernidad y de atreverse, como decía Kant, a una ética adulta.
Basta pensar en Trump, en Bolsonaro, en AMLO o en Maduro para entender el valor
de las verdades de la ciencia y gobernantes que no pretendan engañar al pueblo.
Ellos personifican la ceguera de las ideologías o de las convicciones previamente
establecidas; como Nietzsche dijo en Humano, Demasiado Humano: “Las
convicciones son más peligrosos enemigos de la verdad que las mentiras” (aforismo
482).
Escoger es renunciar
Esa ética adulta presupone el respeto a la verdad, pero no se agota en ella. La vida
humana sigue estando hecha de valores que a menudo se excluyen mutuamente:
libertad o cuarentena, privacidad o prevención de contagios, subsidios a la empresa
o al hogar… muertes por la COVID o por el hambre. Escoger es renunciar, y
renunciar es el precio de estar vivo: esta es la ética adulta.1
Hay otras éticas adultas, además de la kantiana, y los utilitaristas por ejemplo
propondrían que el gobernante tenga como meta minimizar el número de muertes
directas e indirectas –las de COVID, más las del hambre, más las de otros enfermos
no atendidos por los hospitales…-. Esta es una ruta promisoria; pero, además de
las dificultades para hacer el cálculo, aquí tendríamos que la vida es el único valor
o el único que vale en estas circunstancias.
También cabría incluir otros valores u objetivos deseables: mantener los empleos,
cuidar la privacidad, preservar el Estado de derecho…Esta “función de utilidad
compleja” implicaría atribuirle un precio a cada uno de los factores escogidos,
incluyendo el precio de una vida humana: es esto lo que hacemos, sin querer darnos
cuenta, al escoger por ejemplo la porción del presupuesto nacional que cada año
se invierte en la salud.
La vida personal y la vida social están hechas de dilemas que no tienen solución y
que obstinadamente queremos esconder. Por eso, además de la verdad, no hay un
1
criterio ético del cual podamos derivar alguna guía inequívoca en tiempos de
pandemia: cada propuesta que formule un experto, cada curso de acción que
adopte un gobernante ha tomado partido de antemano, ha escogido de
manera arbitraria cuánto vale un valor frente a otros valores deseables.
Nos quedan por supuesto las convicciones personales o las moralidades religiosas,
ocupacionales, políticas, nacionalistas…que proponen criterios inequívocos y a las
cuales se aferran con motivos muchísimas personas del común, profesionales de la
salud, expertos y gobernantes en medio de esta crisis. Pero ninguna moralidad
particular puede ocupar el sitio de la ética en una sociedad donde quepamos todos.
Y algunos de nosotros, los mejores, están haciendo uso de su libertad para dar,
para entregarse y para reconciliarnos con la suprema dignidad de una especie -la
única- que también es capaz del heroísmo.
Fuente: https://razonpublica.com/la-pandemia-drama-la-etica/
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TALLER DE LECTURA – CLASE No. 2061 SEMANA 11
1. Cada uno señale la frase en el texto que más impacto le causo, expone.