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LA IMPURA PASIÓN DE UNA SERPIENTE

No se sabe muy bien en qué época sucedió, 1 lo cierto es que, en el Cabo de Miwa,
provincia de Kii,2 vivía un hombre llamado Oya no Takesuke. Este hombre era
afortunado en el mar, mantenía a gran número de pescadores y sacaba en abundancia
toda clase de pescados.3 De este modo él y su familia vivían con gran prosperidad.
Tenía Takenosuke dos hijos y una hija; el mayor, Taro, 4 era un joven obediente y
honesto que se dedicaba con diligencia al oficio del padre. En cuanto a la hija, había sido
tomada en matrimonio por un hombre de la provincia de Yamato, y allí residía con su
nueva familia. El tercero se llamaba Toyowo; desde pequeño había sido de carácter
apacible, y sólo gustaba de las cosas de calidad, refinadas, pero le faltaba inclinación por
la vida práctica y el trabajo. Al padre le preocupaba este carácter de su hijo a la vez que
pensaba para sus adentros que más adelante, cuando le entregara la parte que le
correspondía de los bienes familiares, el joven no tardaría en hacerla pasar a otras manos;
pero también, si en esas condiciones lo hacía adoptar como heredero por otra familia, 6
tendría seguramente la tristeza de escuchar comentarios desagradables acerca de su
conducta. No quedaba otro recurso que dejarlo vivir como más le placiera, y que se
dedicara al estudio de las letras o se hiciera monje budista, ya que de todos modos podía
estar toda su vida bajo el cuidado del hermano mayor. Así
10 decidió el padre, y no le impuso ninguna disciplina. Toyowo tomó como maestro a
Abe no Yumimaro,, el sacerdote principal del Templo Nuevo/ y comenzó a estudiar en
casa de éste.

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Un día, hacia fines de la novena luna, del mar —que sin una ola había estado en calma
chicha— se levantaron súbitamente enormes nubes desde el sureste, 7 luego de lo cual
comenzó a caer una lluvia fina e intermitente. Toyowo, que estaba en la casa del maestro,
pidió a éste un paraguas y emprendió el camino de regreso. Pero llegando al paraje desde
donde se divisa el Depósito del

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Tesoro Sagrado del templo Asuka,8 la lluvia empezó a hacerse más intensa, y Toyowo
decidió refugiarse en una cabana de pescadores que había en las inmediaciones. Su
dueño, un anciano, al verlo salió a su encuentro caminando con dificultad.
—¡ Pero si es el señorito, el hijo menor de nuestro amo! Me siento sumamente honrado
de que hayáis querido entrar en un lugar tan miserable. Por favor, tened la bondad de
sentaros sobre esto —y, limpiando una estera redonda de paja 9 toda manchada, se la
ofreció.
—No vale la pena que os molestéis —dijo Toyowo—. Me quedaré sólo un momento
hasta que pase la lluvia. No os preocupéis demasiado.
En ese momento se oyó una agradable voz desde afuera.
———Haced el favor de darnos abrigo bajo este techo.
Toyowo miró a la dueña de la voz, que entraba en la choza. Tenía menos de veinte
años, y los rasgos de su rostro, como el arreglo de su peinado, eran maravillosamente
atractivos; vestía un kimono de delicados colores, con un diseño de montañas lejanas, 10 y
con ella iba llevando un bulto una graciosa doncella de unos catorce años o quince. 11 Las
dos estaban empapadas por la lluvia y daban muestras de hallarse en apuros. Al ver a
Toyowo, la mujer se ruborizó al instante, como avergonzada; pero esa aparente confusión
estaba acompañada de una fina gracia que hizo estremecer inconscientemente el corazón
de Toyowo. Éste, al mismo tiempo, reflexionó que era imposible no conocer a una dama
de tan alta alcurnia que viviera en esa región, y que por lo tanto debía tratarse de una
persona de la capital que, en su peregrinación a los Tres Montes, 12 se hallaba de paseo por
esos rumbos disfrutando del mar. De todos modos, siguió pensando, era muy extraño que
no llevara consigo a ningún sirviente masculino. Mientras así discurría, retrocedió
franqueando el paso a la mujer.
—Tened la bondad de pasar por aquí. Sin duda dentro de poco dejará de llover.
—Entoces, permitidme un momento —aceptó la mujer.
Pero como la habitación no era amplia, hubo de sentarse junto a Toyowo, quien al verla
más de cerca, comprobó que sus encantos se tornaban aún más evidentes. Ante tal
belleza, casi imposible de concebir en un ser de este mundo, 13 el corazón de Toyowo se
sintió transportado al cielo.
—Según creo, sois a no dudarlo persona de alta distinción, y os encontráis haciendo
una peregrinación a los Tres Montes —le dijo Toyowo—. O acaso os dirigís a las Aguas
Termales de la Cima.14 Mas hoy, ¿qué habéis encontrado en estas desoladas pla-
yas para decidiros a pasear15 por ellas? Sin embargo —continuó Toyowo—, fue en este
mismo lugar donde un antiguo poeta compuso este poema:
¡Ah, contrariedad! La lluvia que cae en el Cabo de Miwa,
y aquí, en Sano, ni una casa siquiera.16
No sólo está aquí el Cabo de Miwa, sino que el ambiente descrito en el poema es igual
al de hoy. Y bien, por otra parte, en esta morada, aunque miserable, habita un hombre
que se halla bajo tutela de mi padre, así es que poneos cómoda y descansad hasta que
cese la lluvia. A propósito, ¿dónde habéis tomado alojamiento? Ya que sería faltaros al
respeto al acompañaros hasta vuestra casa habiéndoos visto hoy por primera vez,
hacedme el bien, al menos, de tomar este paraguas17 —dijo.
—Me habéis expresado sentimientos amables que me colman de alegría. Os lo
agradezco, y he de demorarme aquí para secar mis ropas. 18 Respondiendo a vuestras
palabras, os diré que no soy de la capital. Habito muy cerca de aquí desde hace algunos
años. Pensé que hoy el tiempo era agradable y decidí hacer una peregrinación al templo
de Ñachi,19 pero fue entonces cuando, asustada por el súbito chubasco, e ignorando por
supuesto que os habíais guarecido aquí, me vi obligada a entrar en esta casa. Como no
vivo lejos, me marcharé ahora que la lluvia ha amainado un tanto.
La mujer se aprestaba a levantarse. Al verla, Toyowo insistió vivamente:
—Tened la gentileza de tomar este paraguas. Haré que vayan por él cuando sea
oportuno. Por otra parte, la lluvia no ha cesado aún... A propósito, ¿ dónde se encuentra
vuestra residencia? Enviaré a alguien en mi nombre.
—En las cercanías del Templo Nuevo preguntad por la casa de Ágata no Manago —
respondió la mujer—. Ya debe estar al caer el día y debo marcharme. Ante tanta
amabilidad, tomaré el paraguas.
Toyowo siguió con su mirada la silueta de la mujer que se alejaba, luego pidió
prestados a su huésped una capa de paja y un sombrero de lluvia y regresó a su casa.
Sin embargo, no podía olvidar la imagen de la mujer. Tras haber pasado una noche sin
dormir, se adormeció un momento al alba y fue en sueños como se vio a sí mismo
visitando la casa de Manago. Cuando llegó se encontró con un portón y una casa
echadas, lo que le daba el aspecto de una vivienda noble y majestuosa.
Manago avanzó a su encuentro: "No podía olvidar vuestra generosidad y languidecía
esperándoos. Pasad por favor." Así diciendo lo condujo a los aposentos interiores. La
mujer ofreció vinos y manjares de toda especie, que los sumieron en agradable embria-
guez, hasta que terminaron acostados con las almohadas juntas, y así platicaban cuando
Toyowo despertó, al tiempo que el alba comenzaba a clarear. "¡ Ah, si esto pudiera ser
realidad!" Se sentía tan turbado que salió a deambular con el corazón agitado, olvidado
hasta del desayuno.
III
Llegando a la población donde se encontraba el Templo Nuevo, preguntó por la casa de
Ágata no Manago, pero no encontró a nadie que la conociera. Ya era pasado el
mediodía y Toyowo continuaba su búsqueda infructuosa. De pronto, divisó a la
doncella de Manago que venía caminando desde el este. Toyowo se alegró
sobremanera al verla y preguntó:
—¿Dónde está la casa de la dama? He venido a verla por el paraguas.
—Bienvenido, señor —sonrió la joven—. Haced el bien de acompañarme —y guiando
la marcha, se encaminó hacia la mansión. Poco después dijo:
—Aquí es.
Toyowo miró hacia donde ella le indicaba: era un portal muy alto detrás del cual se
divisaba una enorme casa. Y, sumados a esto, los detalles de las persianas bajas y las
cortinas echadas en las habitaciones que se podían divisar desde la entrada, no difería
en lo más mínimo de la casa con que soñara la noche anterior. Asombrado y
preguntándose si el sueño continuaba, franqueó el portal. La doncella corrió a anunciar:
—He introducido al dueño del paraguas, que venía hacia la casa.
—¿ Cómo? Pero, ¿ dónde está? Hazlo pasar aquí —diciendo esto apareció Manago.
Toyowo explicó:
—Por aquí vive un maestro llamado Abe, con quien estudio desde hace algunos años.
Hallándome en camino hacia su casa, me he tomado la libertad de venir por el
paraguas. Y ya que esta visita me ha permitido conocer dónde habitáis, regresaré a
veros algún día.
Viendo que Toyowo se disponía a partir, Monago decidió retenerlo a toda costa,
mientras daba instrucciones a la doncella:
—Maroya, ten cuidado, no permitas que se marche—. La muchacha se colocó delante
de él y cerrándole el paso, le dijo:
—¿ Acaso no nos forzasteis ayer a tomar el paraguas? Como justa retribución, ahora os
retendré por la fuerza —y mientras lo hizo volver empujándolo por el talle, lo introdujo
a la sala de recepción.21 Era una habitación donde los tabiques,22 armarios decorados23 y
pinturas24 eran piezas antiguas y de buen gusto. De ningún modo era aquél el aposento de
una persona ordinaria.
Manago reapareció: *
—Debido a ciertas circunstancias esta casa ha quedado sin amo, y por lo tanto no
puedo trataros en la forma debida ofreciéndoos platos dignos. Tal vez no sea de vuestro
gusto, pero por favor, servios —dijo.
En vasijas resplandecientes —planas o con pie— había en abundancia manjares del
mar y de las montañas, y junto a Toyowo se sentó la doncella Maroya para servirle
sake,25 luciendo frascos y copas de cerámica. Toyowo creía soñar una vez más y se pre-
guntaba si no habría de despertar, pero al comprobar que aquello era la mismísima
realidad, se sorprendía y se maravillaba aún más.
En el momento en que tanto el visitante como la anfitriona experimentaban los efectos
de la embriaguez, Manago levantó su copa y se volvió hacia Toyowo. Su rostro
semejaba una hermosa rama de cerezo florecido 26 reflejada en el agua, y dijo con una
voz tan pura y coqueta como la del ruiseñor que salta de rama en rama 2T jugando con la
brisa primaveral:
—Como mujer, me avergüenza decir estas cosas, mas si no lo hiciera moriría enferma,
y entonces 'no dejarán de atribuir la culpa, injustamente, a algún dios'. 28 Os encarezco no
toméis estas palabras como frivolidad. Nací en la capital, pero muy pronto me vi privada
de padre y madre y crecí en casa de una nodriza. Tiempo más tarde, un tal Ágata,
delegado del gobernador29 de esta provincia, me tomó por esposa y llegué aquí en su
compañía. De eso hace tres años, pero esta primavera, sin haber cumplido aún su
periodo de servicio,30 mi esposo murió a causa de una enfermedad sin importancia, y es
así como me encuentro sola de nuevo en este mundo, sin apoyo alguno. Mi nodriza se
hizo monja budista, y supe que había marchado a no sé dónde para dedicarse a las
disciplinas ascéticas, de modo que también he perdido toda relación con la capital.
Compadeceos de mi situación. Ayer, al ver con cuánta generosidad me proporcionabais
amparo bajo la lluvia, pensé que erais indudablemente el hombre a quien me po-

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día confiar. Por esa misma razón, de ahora en adelante y por el resto de mi vida, desearía
me tomarais por esposa31 para estar a vuestro servicio. Y si no me desdeñáis como a
persona indigna, os ruego sellar con esta copa el comienzo de una unión que perdurará
eternamente.
Desde el primer momento Toyowo había anhelado secretamente a esta mujer que
conmoviera su alma, y al escuchar las palabras de Manago se sintió como el ave que está
a punto de volar.32 Pero recapacitando, cayó en la cuenta de que él no era dueño de sí
mismo 33 y que nada disponía para ordenar su propia vida. Por lo tanto, pensando que al
respecto no tenía el consentimiento de sus padres y de su hermano, a pesar de la alegría
sintió temor, y eso le impidió contestar por un momento. Decepcionada, Manago advirtió
en el acto la reacción de Toyowo y tristemente agregó:
—Siento vergüenza de no poder remediar el haber dicho necedades inspiradas por un
despreciable corazón de mujer. Me he convertido en un ser miserable que no tiene ni el
valor de arrojarse al mar, y en cambio comete el grave delito de perturbar el corazón de
un hombre como vos. Os suplico, pues, que aunque las palabras que os dije no eran
triviales, queráis considerarlas como divagaciones provocadas por la embriaguez y las
olvidéis por completo.34
Pero a su vez dijo Toyowo:
—Desde el principio vi en vos a una persona distinguida de la capital, y ahora
compruebo que mi suposición no estaba errada. Nunca imaginé que algún día,
precisamente yo, que he crecido en estas perdidas playas adonde acuden las ballenas, 35
habría de oír palabras tan gratas de personas como vos. Si no respondí de inmediato fue
porque no poseo nada de mi propiedad excepto mi cuerpo, 36 pues dependo de mis padres
y de mi hermano mayor. Y pensando cuáles serían mis medios para permitirme
desposaros, sólo me queda deplorar mi indigencia. Pero si, pese a conocer todas las
circunstancias, accedéis a sobrellevarlas, haré todo cuanto esté a mi alcance para poder
cuidar- de vos como esposo.37 Si es por el amor, que dicen hace extraviar hasta a
Confucio,38 también yo he de olvidar mis deberes 39 con el fin de atenderos.
—Me contento con saber de vuestros sentimientos que me llenan de inmensa alegría. A
pesar de la miseria en que vivo, tened a bien tomar hospedaje alguna que otra vez. 40 He
aquí un sable que mi difunto esposo portaba y estimaba como un tesoro sin par. Os pido
lo llevéis siempre en vuestra cintura —y diciendo esto le entregó una espada.
Toyowo la examinó y vio que era una verdadera pieza antigua larga, con incrustaciones
de oro y plata, con una hoja de temple admirable, hasta extraño. En realidad no se atrevía a
aceptarlo, pero pensó: "Empezar con una negativa sería de mal augurio", y decidió recibir
el presente que se le ofrecía.
—Pasad aquí la noche, os lo ruego —le instó ella.
—Si pernocto fuera sin permiso de mi padre, luego me reprenderá. Para la noche de
mañana encontraré un buen pretexto y regresaré —prometió Toyowo y se marchó.
Esa noche, transcurrió sin que pudiera conciliar el sueño.
IV
Aquella mañana, como de costumbre, Taro, el hermano mayor de Toyowo, se levantó muy
temprano para dar instrucciones a los pescadores,41 y al pasar por la habitación de Toyowo,
por la puerta entreabierta, a la luz de la lámpara que estaba por extinguirse, vio que su
hermano dormía con una resplandeciente espada colocada en su cabecera. "¡Qué extraño!
¿De dónde sacaría eso?", pensó intranquilo y abrió la puerta con violencia, despertando a
Toyowo. Éste, al ver que se trataba de Taró, le preguntó:
—¿Deseas algo?
—¿Qué significa este fabuloso objeto en tu cabecera? —lo interpeló Taro—. Objetos tan
valiosos no corresponden a la casa de un pescador. Cuando nuestro padre lo vea, te
reprenderá, ¡y de qué manera!
—No se trata de nada que yo haya comprado derrochando el dinero. Alguien me lo dio
ayer, y lo he colocado aquí —dijo Toyowo.
—¿Es posible que en estos alrededores haya alguien que pueda darte semejante tesoro?
Hasta ahora te has dedicado a acumular esos absurdos y escabrosos libros llenos de textos
chinos, y eso ya me parecía un despilfarro sin sentido, pero he callado porque nuestro padre
nada ha dicho al respecto. Pero ahora, ¿pretendes acaso desfilar como un señor en el gran
festival del templo,42 con esa espada en la cintura? ¡ De ser así, has perdido el juicio por
completo!
Sus gritos fueron oídos por el padre que desde el interior de la casa exclamó:
—¿Qué ha hecho ahora ese inútil? ¡Taro, tráelo aquí!
—No sé dónde la habrá comprado, pero tiene una espada resplandeciente como sólo
pueden llevarla los generales. ¡Llamadlo e interrogadlo para que aclare este asunto! Yo
tengo que ir a la playa, si no los pescadores quedarán holgazaneando.
Taro salió de la casa.
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La madre llamó a Toyowo.
—Dime con qué propósito has comprado este objeto. Tienes que saber bien que tanto el
alimento43 como el dinero pertenecen a Taró, y aquí nada hay que sea tuyo. Hasta ahora,
siempre hemos permitido que obraras a tu voluntad, pero si por causa de tus necedades tu
hermano mayor llegara a enfadarse y a detestarte, ¿ dónde en adelante lograrías vivir? 44
¿ Cómo alguien como tú, que se ha dedicado al estudio, no puede entender cosas tan ele-
mentales como éstas? —le reprochó.
—De verdad no he comprado este objeto. Por ciertas razones una persona me lo
obsequió, pero mi hermano insiste en que fue comprado.
El padre a esta altura no se pudo contener más:
—¿Quién, en nombre de qué recompensa, habría de entregarte
semejante tesoro? Esto ya no tiene más sentido. Y bien, ¡ explícate
de inmediato! —le gritó. :
Toyowo repuso:
—Siento pudor de referirme a esto ante vosotros. Más tarde me explicaré a través de
alguien.
—¿A quién le podrías hablar de lo que no se puede decir a padres y hermanos —la voz
del padre se iba tornando más áspera.
En ese momento intervino la esposa de Taró que estaba al lado, y apaciguando a su
suegro intercedió:
—Aunque no soy muy inteligente,45 yo me encargaré de escucharlo. Por favor, venid
conmigo.
Aprovechando la ocasión, Toyowo se levantó de inmediato y pasó a la habitación
contigua.
Allí se dirigió a su cuñada en estos términos:
—Aun en el caso de que mi hermano no hubiera hallado motivo de reproche, por mi parte
había resuelto confiaros el secreto, pero ya he sido descubierto y amonestado de la manera
que ya habéis visto. Lo cierto es que esa espada pertenece a la esposa de alguien que ha
fallecido; ella en su actual desamparo, me ha pedido que en el futuro vele por ella, y es
quien me ha obsequiado la espada. No soy capaz de mantenerme siquiera a mí mismo,46 y sin
embargo, al haberme comprometido a desposar a esta dama sin la autorización debida,
corro el grave riesgo de que sea desheredado y expulsado de la casa. Por lo tanto, os
suplico, apiadaos de mí y disponed las cosas, ya que al presente estoy arrepentido de mi
conducta.
—Ya hace tiempo que estaba apenada por vuesta soltería,47 pero si es como me lo habéis
contado, es cosa buena —sonrió la cuñada—. Hablaré con vuestro hermano y trataré de
que ellos encaren la situación con benevolencia —dijo. Esa misma noche se dirigió a
Taro:
—La situación es esta, ¿no creéis que se trata de una circunstancia feliz? Tratad
de explicarlo también a vuestro padre en la forma más conveniente —le rogó.
Taró arrugó el ceño:
—Espera, eso sí que es extraño. Nunca oí decir que entre los subordinados del
gobernador de la provincia hubiese un tal Ágata. Estando nuestra familia a cargo de
esta aldea/8 es imposible que no nos hayamos enterado de la muerte de un
personaje de tal importancia. De todos modos, tráeme la espada.
La mujer así lo hizo y Taró examinó con atención el arma; luego, lanzando un
largo suspiro, dijo:
—Hay aquí algo terrible. Hace poco, en cumplimiento de un voto, un ministro de
la capital ofreció al dios del templo 49 gran número de presentes muy valiosos. Pero
de pronto todos esos objetos valiosos y sagrados desaparecieron del Depósito de los
Tesoros y el gran sacerdote50 denunció el hecho al gobernador de la provincia. Por
orden del gobernador, que desea hallar al ladrón y a todo trance prenderlo, su
ayudante 51 se ha presentado en la residencia del gran sacerdote y sé que se lleva a
cabo una prolija investigación. Desde todo punto de vista, esta espada no es un
objeto que pueda haber portado un funcionario subalterno como el del cuento de
Toyowo. Iré a mostrárselo a nuestro padre para ver qué opina.
Taró llevó la espada ante su padre, y le dijo:
—Nos ha sucedido esta cosa terrible, ¿qué debemos hacer? El rostro del anciano
empalideció.
—Esto sí que es algo vergonzoso. Él, que hasta ahora nunca había tomado nada
de nadie, ni un pelo siquiera,52 ¿en retribución 53 a qué se ha atrevido a obrar así? Si
es descubierto por alguien, nuestro delito se verá agravado y nuestra familia será ani-
quilada.54 Por nuestros antepasados y por nuestros descendientes tenemos el deber de
no proteger a un hijo que falta a sus deberes.55 Mañana mismo lo denunciarás.
Cuando despuntó el día, Taró se dirigió a la residencia del gran sacerdote, expuso el
asunto con todo detalle y le mostró la espada. El sacerdote se sobresaltó:
—¡ Sin duda ésta es la espada donada por el señor ministro! Cuando el ayudante del
gobernador tuvo conocimiento del asunto, dijo:
—Debo interrogarlo para que se sepa dónde se encuentra el resto de los objetos
desaparecidos. ¡Que lo prendan enseguida! Una decena de hombres armados partió
precedida por Taró.
Toyowo, sin sospechar nada de lo que ocurría, estaba leyendo, cuando llegaron los
guardias y lo prendieron.
—¿Qué delito he cometido? —preguntó, mas, sin escucharlo, lo maniataron.
El padre, la madre, Taró y su mujer no hacían más que lamentarse —profundamente
consternados— repitiendo: "¡Ah, qué vergüenza la nuestra!"
—¡Las autoridades te requieren! ¡Rápido, en marcha!
Los guardias lo rodearon y lo condujeron hasta la residencia.
El ayudante del gobernador miró severamente a Toyowo:
:—¡ Has robado tesoros sagrados del templo, y éste es un delito
muy grave!56 Y bien, ¿dónde has escondido el resto de lo robado?
¡Dilo claramente! ,
Al escucharlo, Toyowo comprendió lo que sucedía y llorando reclamó:
—Os aseguro que nada he robado. En las circunstancias que expongo, la mujer de un
tal Ágata me entregó esta espada, asegurándome que había pertenecido a su difunto
marido. Llamad a esa mujer de inmediato y comprobaréis mi inocencia.
El ayudante del gobernador, encolerizado, dijo:
—Nunca hubo entre mis subalternos nadie con el apellido de Ágata. ¡ Esta mentira
agrava aún más tu delito! Pero Toyowo continuó:
—No tengo motivos para seguir mintiendo hasta después de hallarme prisionero. ¡Os
lo ruego, llamad a esa mujer e interro-gadla! .
El ayudante del gobernador preguntó a sus guardias:
—¿Dónde está la casa de Ágata no Manago? ¡ Prendedla inmediatamente y traedla a
mi presencia!
Los guardias acataron la orden, y llevando a empellones a Toyowo, fueron hasta el
lugar indicado, pero al llegar comprobaron que los pilares del imponente portal
estaban podridos, que las tejas del alar en su mayoría estaban en el suelo quebradas y
rotas, y que el musgo y la yerba crecían por doquier: todo tenía el aspecto de estar
deshabitado por mucho tiempo. Ante ese espectáculo, Toyowo quedó estupefacto. Los
guardias dieron vueltas a la mansión y reunieron a todos los que habitaban en los
alrededores para interrogarlos acerca de la casa. Un viejo leñador, unos cuantos
hombres que molían arroz y algunos otros, permanecían en cuclillas, aterrorizados,
frente a los guardias. Estos preguntaron:
—r-¿Quién habitaba esta casa? ¿Es cierto, que aquí vive la mujer
de un tal Ágata? ...
.Un vicio herrero se adelantó casi arrastrándose: ....
—Nunca oí antes el nombre de esa persona. Lo cierto es que en esta casa, hasta hace
unos tres años, vivió en la prosperidad un tal Suguri, pero un día éste embarcó a
Tsukushi5r con una carga de mercancías. Su barco naufragó y desde entonces declinó su
suerte; a la vez, los que habitaban la casa se dispersaron uno por uno, hasta que ya nadie
quedó aquí. Al anciano maestro laquista que veis allí le extrañó mucho, según él mismo
me dijo, el hecho de que este joven entrara ayer en la casa y saliera de allí al cabo de
bastante tiempo.
Los guardias respondieron:
—De cualquier modo, revisaremos nosotros mismos el interior para informar al señor
—. Dicho esto, abrieron el portón y entraron a la residencia.
El interior se veía aún más derruido que el exterior. Los guardias se internaron más y
más. Los jardines eran muy amplios. El lago artificial del jardín y las plantas acuáticas
estaban totalmente secos; en medio de un zarzal aplastado se erguía, tenebroso y trágico,
un pino abatido por el viento. 58 Cuando abrieron la puerta de la sala de recepción los
acogió un soplo de aire con olor acre, fantasmal, que los hizo estremecer; la partida
retrocedió, sobrecogida de temor. Viendo lo que veía, Toyowo parecía haber perdido el
habla, y no hacía más que lamentarse. Uno de los soldados, un tal Kose no Kumagashi,
hombre valiente, exclamó: "¡Vamos, seguidme todos!" y avanzó con paso firme sobre el
piso de madera. El polvo acumulado formaba una capa de un dedo de espesor.
En medio de los excrementos de ratas diseminados por doquier, se levantaba un antiguo
tabique,59 tras del cual se hallaba sentada, en completa soledad, una hermosa mujer como
una flor.
Kumagashi, al verla, la interpeló:
.—¡Por orden del gobernador, acércate, rápido!
Pero la mujer permaneció callada. Kumagashi se le acercó y se disponía a prenderla
cuando súbitamente se produjo un ruido atronador que parecía que hundía la tierra, y
todos fueron arrojados al suelo antes que tuvieran tiempo de huir. Pasado un momento,
cuando volvieron a mirar hacia donde se hallaba la mujer, comprobaron que ésta había
desaparecido.
Pero también advirtieron que sobre el piso había varios objetos resplandecientes.
Temblorosos, los hombres se acercaron a examinarlos y vieron brocados de Corea, 60
damascos del sur de China, 61 antiguas telas decoradas del Japón,62 sedas de finos hilos
pero tramas espesas, escudos, lanzas, corazas,63 azadas:64 era el desaparecido tesoro del
templo.
Los soldados dieron orden de que se transportara todo y regre-
saron. Luego rindieron minuciosa cuenta de todo lo acontecido. Entonces, el ayudante
del gobernador y el gran sacerdote comprendieron que ésa había sido la obra de un
espíritu demoniaco y en consecuencia atenuaron los cargos formulados contra Toyowo.
No obstante, éste no fue absuelto del delito de haber poseído un objeto robado. Fue
trasladado a la sede de la gobernación y allí lo encerraron en una celda. Los Óya padre e
hijo, ofrecieron un sin fin de presentes con el objeto de que fuera eximido de su culpa, y
gracias a ese medio, después de un centenar de días, obtuvieron el indulto.
—Después de lo sucedido— dijo Toyowo a sus padres—, me sentiría incómodo y
avergonzado de alternar con la gente. Iré a visitar a mi hermana que vive en Yamato y
me quedaré allí algún tiempo.
—En verdad, después de tan dura prueba se puede llegar a enfermar gravemente. Vete
y descansa unos meses— le respondieron, y luego de disponer que un criado lo
acompañara, lo pusieron en camino a Yamato.
V
La hermana mayor de Toyowo^ casada con el mercader Tanabe no Kanetada, vivía en
una ciudad llamada Tsubaichi. 65 Mucho les complació la visita de Toyowo; se
condolieron sinceramente de
las desventuras de los últimos meses, y le ofrecieron que se quedara con ellos todo el
tiempo que quisiera, tratándolo con sumo cariño. Comenzó un nuevo año y llegó la
segunda luna. El lugar llamado Tsubaichi se encontraba en las inmediaciones del templo
Chokoku-ji
en Hatsuse.66 Entre todos los Budas, según dicen, el del templo
Chókoku-ji es especialmente conocido en lugares tan lejanos como
China, por sus maravillosas virtudes milagrosas en respuesta a las
oraciones de sus fieles, y es así cómo en primavera son incontables
los peregrinos que hasta allí se trasladan, desde la capital y de la
campiña. Y como los peregrinos necesariamente pasan la noche
en Tsubaichi, la mayor parte de sus casas alineadas techo con techo,
son posadas que ofrecen albergue a los viajeros.
La familia Tanabe comerciaba con objetos que se destinaban a las ofrendas, como
cirios y mechas para las lámparas de aceite, y el local se hallaba siempre lleno de
compradores.67
Un día entre esa clientela, entró a comprar incienso una hermosa mujer con aspecto de
dama de la capital y que parecía estar haciendo una peregrinación de incógnito. La
acompañaba una doncella de corta edad, que al ver a Toyowo exclamó. —¡Pero si aquí
está nuestro amo! Al oir esas palabras, Toyowo las miró sorprendido, y descubrió que
eran Manago y su doncella Maroya.
—¡Oh, esto es terrible! —dijo Toyowo y corrió a ocultarse al interior de la casa.
—¿Qué ha sucedido? —preguntaron Kanetada y su mujer.
—^-¡Ese demonio ha venido otra vez a perseguirme! ¡No os acerquéis! —gritaba
Toyowo y seguía buscando un lugar donde ocultarse, en tanto que la gente en la tienda
empezaba a agitarse preguntando: "¿Dónde está el demonio?"
Manago, completamente serena, se adelantó y dijo:
—¡No os turbéis, por favor! Y también vos, mi esposo, nada . temáis. Desesperada de
que hubierais incurrido en un delito por culpa de mi imprudencia, mi deseo ha sido
encontrar vuestro refugio, explicaros mis razones y pediros que os tranquilicéis; he
debido buscar largamente hasta poder dar con vuestro paradero. No puedo deciros la
alegría que me causa el haberos hallado y veros aquí. Y vos, señor, amo de esta casa,
escuchadme bien y juzgad. Si fuera yo un fantasma, ¿por qué habría de aparecerme entre
tanta gente y en pleno día? Por si lo dudáis, mi kimono tiene costuras y si me pongo al
sol, proyecto sombra.68 Os suplico, desechad vuestras sospechas admitiendo estas
pruebas justas y razonables. Paulatinamente Toyowo recuperó su ánimo, y dijo:
—Gomo quiera que sea, el hecho cierto de que no eres un ser humano quedó
demostrado cuando, una vez hecho prisionero, fui a ver tu casa con los guardias y
encontré que el lugar, lamentablemente derruido, en nada se parecía a lo que había
conocido la víspera. Y en esa mansión, digna de servir de refugio a los fantasmas, es-
tabas sentada sola,89 y cuando los soldados trataron de prenderte, no obstante que hacía
buen tiempo un trueno tremendo conmovió el cielo y desapareciste sin dejar rastro. Yo
lo vi con mis propios ojos. Y ahora descaradamente vienes a perseguirme, precisamente
a mí, que lo he presenciado todo. ¿Qué otra cosa te propones hacer? ¡Vete, vete
enseguida y.desaparece de mi vista!
Manago dijo con los ojos llenos de lágrimas:
—En verdad, tenéis razón en pensar de esa manera. Pero escuchad también algo que
debo deciros. Cuando tuve noticias de que habíais sido citado por las autoridades, me
confié a un anciano, mi vecino, a quien siempre había hecho favores, y a toda prisa
logramos ese aspecto de mansión deshabitada para engañar a los guardias. En cuanto al
trueno que estalló en el momento en que estaban por prenderme, no fue más que una
treta de Maroya. Luego me embarqué en un navio y huí a Osaka, 70 pero entre tanto,
anhelando tener noticias vuestras, he llegado hasta aquí para elevar mis plegarias a la
kannon71 de este templo. Y el. hecho de
que hayamos podido encontrarnos el uno al otro,72 ' no se debe sino a los dones
milagrosos de la Diosa de la Misericordia.73 En cuanto a esos numerosos tesoros
sagrados, ¿cómo habría podido robarlos una mujer? Todo ha sido provocado por el
maligno espíritu de mi difunto marido. Pensad en mis razones y tened la bondad de
aceptar siquiera parte de los sentimientos de quien os ama —y mientras así hablaba,
cálidas lágrimas corrían por su rostro. Una vez más, Toyowo dudaba, pero al mismo
tiempo sentía compasión por ella, y no supo qué decir. Kanetada y su mujer, al
comprobar que los argumentos de Manago eran claros y que sus modales por otra parte
eran propios de una mujer y no de un fantasma, ya no abrigaban la menor duda al
respecto:
—Por lo que nos contó Toyowo, creímos que los sucesos eran terribles, pero
pensándolo bien ahora, cosas de fantasmas como ésas ya no pueden existir en esté
mundo. Además, los motivos que os han hecho errar por todas partes buscando a
Toyowo, nos conmueven, y a pesar de lo que él diga, os tendremos con nosotros —
dicho esto, condujeron a Manago y a su doncella hasta su aposento.
En el transcurso de uno o dos días, Manago conquistó el corazón de los esposos
Kanetada y les suplicó con insistencia que intercedieran ante Toyowo. Conmovidos por
la sinceridad de sus deseos, aquéllos obtuvieron por fin el consentimiento de Toyowo y
el matrimonio fue formalizado.
El corazón de Toyowo, por otra parte, se iba enterneciendo día a día. Y como desde un
principio lo hechizara la belleza de Manago, el amor fue creciendo y sellaron mutuos
juramentos que habrían de durar eternamente. No se separaban un solo instante,
lamentándose por no haberse unido antes.74
Llegó la tercera luna.
Kanetada dijo a Toyowo y a su mujer:
—Aun cuando no puedan compararse con los alrededores de la capital, nuestros
paisajes- merecen la pena de ser visitados. Sobre todo la vista en primavera del Monte
Yoshino,75 es algo especial. También hay otros lugares76 muy interesantes,
particularmente en esta época del año. ¿Qué les parece si vamos a verlos?
Al oír la invitación, Manago sonrió y dijo:
—Incluso los habitantes de la capital se lamentan de no haber contemplado el Monte
Yoshino que un emperador de la antigüedad describió en un poema diciendo que "es un
lugar que un hombre de bien, considera hermoso".77 De modo que mucho me agradaría
acompañaros, pero desde niña, cada vez que me encuen-
tro en un lugar muy frecuentado, o siempre que recorro a pie un largo trayecto, la sangre
se me agolpa en la cabeza y siento muy penosos malestares. Por lo tanto, con gran pesar
os digo que no podré partir en vuestra compañía. Habré de languidecer, os lo aseguro,
pero esperaré los regalos que me traeréis de la montaña.
—Si tuvieras que caminar, sin duda sufrirías la enfermedad. No poseemos carruaje,
pero de ningún modo permitiremos que piséis el suelo. Además, si no fuerais, cuál no
sería la ansiedad y la aflicción de Toyowo —la alentaron los esposos Kanetada.
Toyowo, por su parte, le dijo:
—¿Cómo es posible que no vengas con nosotros, aunque cayeras en el camino, cuando
se te invita de este manera?
Con esto trató de convencerla, y Manago, aunque no deseaba ir, se puso en camino.
Ese día se les unieron otras personas que iban espléndidamente ataviadas, pero
ninguna de las mujeres podía rivalizar con la belleza de Manago.
Como Kanetada mantenía relaciones amistosas con los monjes de un monasterio, allí
acudieron para hacer un alto. El prior los acogió con estas palabras:
—¡ Cómo habéis tardado esta primavera! Casi la mitad de las flores ha caído, y ya
apenas se escucha el canto del ruiseñor. No obstante, mañana os llevaré a lugares muy
bellos.
Luego les hizo servir una agradable cena.
Al amanecer, el cielo se veía muy brumoso; pero a medida que se despejaba, como el
monasterio estaba emplazado en un promontorio, al recorrer con la mirada los
alrededores se distinguían claramente las celdas de los monjes esparcidas más abajo. 78
Los pájaros de la montaña cantaban desde varios lugares ocultos, y las flores
entremezclaban sus colores; era una aldea montañosa similar a muchas otras, pero el
espectáculo era maravilloso.
—Para las personas que vienen por primera vez, lo más indicado sería visitar el lugar
de las cascadas, que abunda en hermosos panoramas.
Así dijeron, y solicitando un guía, se pusieron en marcha. Descendieron la montaña,
contorneando el valle. Allí donde antaño se erguía el Palacio de las Salidas Imperiales, 79
en la rápida corriente que salta entre las rocas80 y fluye con rumor apagado,81 las truchas
pequeñas remontan la corriente y sus reflejos irisados encantan la mirada. Colocaron en
el suelo el contenido de sus cestas 82 de provisiones y comieron y se divirtieron.
Entonces apareció un hombre que venía recorriendo las bases de las rocas. Aunque su
blanco pelo semejaba una mata de lino

hilado, era un anciano de robustos ittiembíos. Avanzó hasta el pie de la cascada, luego
miró a la gente y la examinó con recelo. Tanto Manago como Maroya, volviéndole la
espalda, fingieron no haberlo visto. Durante algunos minutos el anciano las miró
fijamente:
—Asombroso. Estos demonios maléficos —masculló en voz baja—. ¿Por qué perturbáis
a los hombres? ¡Hacer semejante cosa ante los propios ojos de este anciano!
Al escucharlo, ambas mujeres se pusieron en pie de un salto y se arrojaron a la
cascada. Al mismo tiempo, el agua surtió hacia lo alto y, mientras las mujeres
desaparecían, el cielo se cubrió de densas nubes negras como tinta y empezó a caer
una lluvia tan cerrada como un bosquecillo de bambúes.
El anciano tranquilizó a la gente que se agitaba como enloquecida y luego todos
descendieron a la aldea.
Cobijados bajo el mísero techo de una choza, todos permanecían acurrucados,
sintiéndose a punto de perecer. El anciano se dirigió a Toyowo:
—Observando con atención vuestro rostro, deduzco que estáis atormentado por ese
demonio oculto; si no os hubiera encontrado habríais perdido la vida. Estad muy
atento, en lo sucesivo.
Toyowo, tocando el suelo con la frente, le contó su aventura desde el mismo
comienzo y le imploró con temor y reverencia:
—¡Os suplico, salvadme la vida! El anciano replicó:
—Hum, tal como lo supuse. Ese maléfico demonio es en realidad una enorme
serpiente muy vieja. Dicen que es un ser de naturaleza lasciva, que "cuando se une al
toro, da a luz al unicornio, y con el caballo al caballo-dragón". 83 El hecho de que haya
trastornado y encantado vuestros sentidos parece indicar que despertasteis su lascivia
con vuestra hermosa apariencia. Pero ante esta persecución encarnizada, me temo que
si no ponéis cuidado, perderéis la vida.
Aumentó el terror en la gente, que lo escuchaba, y al mismo tiempo lo veneraron
como a un dios viviente.84
—No, no soy en absoluto un dios —sonrió—. Soy un anciano de nombre Tagima no
Kibito, y sirvo al templo shintoísta de Ya-mato. 85 Os acompañaré hasta el comienzo
del sendero, ¡venid conmigo!
Se puso en marcha sin demora y todos siguieron sus pasos.
Al día siguiente, Toyowo se trasladó a la población de Yamato, agradeció al anciano
su bondad y le entregó, a manera de presente, tres piezas de seda de Mino y dos rollos
de tela de algodón de Tsukushi,86 rogándole humildemente que lo purificara de las mal-
dieiónes de aquel espíritu demoniaco. El anciano aceptó los presentes y los distribuyó
entre los sacerdotes8T sin guardar nada para sí. Luego se dirigió a Toyowo:
—Como ya os dije, esa bestia inmunda, seducida por vuestra belleza, os persigue
tenazmente, pero vos, por otra parte, tenéis turbados los sentidos por la apariencia fingida
de ese demonio, y en consecuencia os ha faltado firmeza de ánimo. Si en adelante, con
energía viril, aplacáis vuestro corazón para poner en fuga a esos maléficos espíritus, ya
no necesitaréis recurrir a los poderes de este anciano. ¡ Pero tened presente que es
imprescindible conservar a cualquier precio la calma!
Así le explicó con el mayor cuidado.
Toyowo, con la impresión de haber despertado de un sueño, le expresó reiteradamente
su gratitud y regresó a. su casa.
—Si mis sentidos estuvieron perturbados por tanto tiempo a causa de esa bestia, fue
debido a que mi corazón carecía de firmeza y rectitud. He llegado al extremo de faltar a
mis deberes filiales, y ya no hay razón para que permanezca a vuestro cargo
—les dijo a los Kanetada—. Me siento profundamente agradecido por vuestras bondades,
pero creo que será mejor que me despida de vosotros; pronto regresaré. Y así emprendió
el regreso a su provincia natal.

VI
Su padre, su madre, Taro y su mujer, al tener noticia de los tremendos sucesos,
compadecieron a Toyowo tanto más al quedar muy claro que él no había cometido
ninguna falta, y al mismo tiempo los estremeció el encarnizamiento del espíritu maligno.
"Todo esto se debe a que ha permanecido soltero hasta ahora. Debemos tratar de que se
case", decidieron y comenzaron a consultarse.
En la población de Shiba vivía un personaje que era el intendente aa de la misma región.
Su única hija, que se hallaba adscrita al servicio del Palacio Imperial, 89 habría de
abandonar sus funciones en breve plazo, y el padre, pensando en Toyowo como un
posible aspirante, utilizó los servicios de un casamentero 90 para formular la propuesta a la
familia Oya. El asunto siguió un curso favorable y muy pronto se intercambiaron las
promesas. Se envió entonces a una persona a la capital en busca de la joven, y ella
—que se llamaba Tomiko— regresó desbordante de dicha. Habiendo servido tantos años
en palacio, era una persona admirablemente dotada, no sólo por sus modales sino
también por el esplendor de su belleza. Toyowo fue recibido en casa de la joven
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y pudo verla: Tomiko era muy hermosa y no dejaba nada que desear; pero tal vez
precisamente esa belleza le recordaba la pasión que le había inspirado la serpiente.
Sobre la primera noche, no hay nada en particular que describir.
La segunda noche Toyowo, ligeramente ebrio, dijo en son de broma:
—Seguramente a vos, que habéis pasado tantos años en la corte, un provinciano
como yo os resulta insoportable. En tan aristocrático mundo, sin duda habéis
compartido el lecho con algún noble, sea general o ministro. Cuando pienso en ello,
aunque no merezca la pena mencionarlo, me siento celoso.
Tomiko súbitamente levantó los ojos:
—Olvidando pasados juramentos, concedéis vuestra preferencia a una persona
insignificante como ésta. Sois sin duda más detestable que yo misma —dijo, pero esa
voz, aunque su dueña tenía otro aspecto, ¡ no era sino la de Manago! 91
Con los cabellos erizados de horror, Toyowo permaneció atónito, en tanto la mujer
proseguía sonriendo:
—Mi señor, no os asombréis. Aunque hayáis olvidado con rapidez, me jurasteis por
los mares y por las montañas que nuestra unión sería eterna y habíamos de volver a
vernos, puesto que estábamos destinados a mantener profunda correspondencia. No
obstante, intentasteis alejarme a cualquier precio y por la fuerza, aceptando por
verdaderas las palabras de gente mal intencionada; si persistís en ello, mi rencor será
enorme. Por elevados que sean los montes de Ki, he de regarlos con vuestra sangre
desde la cima hasta los valles. Cuidaos de acabar, por ligereza, con vuestra valiosa vida.
Sacudido por un incesante temblor y con la sensación de que le sería arrebatada la
vida, Toyowo se encontraba a punto de« perder el sentido. Luego detrás del biombo
surgió una voz:
—Señor mío,92 ¿por qué os enfadáis? ¡En una noche de tan feliz reencuentro!—;
cuando apareció la dueña de la voz, Toyowo vio nada menos que a Maroya. Su
presencia lo aterrorizó nuevamente y, cerrando los ojos, cayó de bruces al piso. Y
aunque las dos mujeres le hablaban, unas veces amenazantes, otras persuasivamente,
Toyowo permaneció toda la noche como muerto, hasta que por fin amaneció.
Entonces huyó del dormitorio y acudió al intendente.
—¡Han sucedido estos hechos espantosos! ¿Cómo haré para librarme de esto? Os
ruego me deis vuestro consejo.
Toyowo hablaba en voz baja, como si Manago pudiera estar escuchando detrás de la
puerta. El intendente y su mujer empali-
decieron por la aflicción y la sorpresa,
—¿Cómo habrá de precederse en estos casos? ¡Ah!, ahora recuerdo que está el monje93
del templo Kurama-dera,94 de la capital, que todos los años viene en peregrinación a
Rumano,95 y desde ayer se aloja en el monasterio 96 de esa montaña que se yergue enfrente.
Dicen que es un maestro con muchos poderes y tiene fama de conjurar con acierto
epidemias, espíritus posesos, parásitos del arroz y otros males perniciosos, por lo cual los
pobladores de esta aldea le profesan veneración. Llamemos a este monje y
encomendémonos a él.
Lo enviaron a buscar con toda urgencia y el maestro arribó poco después. Cuando el
problema le fue planteado, adoptó un aire de suficiencia:
—Dominar esta clase de espíritus hechiceros no ofrece ninguna dificultad. Os.pido que
os tranquilicéis —dijo sin conceder mayor importancia al asunto, y todos se sintieron
aliviados.
En primer término, el maestro pidió oropimente 97 y preparó una droga líquida que vertió
en un frasco; luego se dirigió al dormitorio. Al ver que la gente atemorizada trataba de
esconderse, se burló de ella diciendo:
—Viejos y jóvenes, es preciso que permanezcáis allí. Ahora mismo me apoderaré de esa
serpiente y os la mostraré.
Mientras así hablaba cruzó en dirección al aposento.
Pero al mismo tiempo que abría la puerta, la gran serpiente sacó la cabeza proyectándola
hacia el maestro. ¿Qué tamaño tendría esa cabeza? Bien, ocupaba todo el vano de la
puerta y brillaba más que la blancura de la nieve; los ojos semejaban dos espejos, los
cuernos eran como madera seca, y abriendo unas fauces de más de tres pies, sacaba su
lengua escarlata como si estuviera a punto de devorar de un solo bocado a su adversario.
Lanzando un grito de terror, el maestro dejó caer el frasco que llevaba eri la mano, sus
piernas desaparecieron y rodó por el suelo, y escapando a duras penas, dijo a los
asistentes:
—¡Oh, esto es terrible! ¿Cómo simples monjes como yo habrían de poder conjurar a
este ser sobrenatural que porta la maldición? De no haber tenido mis manos y mis pies, ya
hubiera perdido la vida —y cayó desvanecido.
La gente acudió en su ayuda, lo levantaron del suelo, pero su rostro y su piel tenían el
aspecto de haber sido recubiertos con pintura roja y negra, y el calor que se desprendía de
su cuerpo era comparable al que se siente cuando se tienden las manos hacia un brasero
encendido. Era como si hubiese estado expuesto a un soplo envenenado, y aunque sus
ojos se movían, pese a su esfuerzo
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por hablar, no consiguió emitir sonido alguno. Por fin murió, a pesar de que, entre otras
cosas, lo habían rociado con agua.
Quienes presenciaban todo esto creían que sus almas ya no pertenecían a sus cuerpos
y, desconcertados, cedían al pánico. Toyo-wo se recuperó un tanto y dijo:
—Ni un maestro con tantas virtudes curativas ha sido capaz de conjurar este demonio,
que en su obstinación de retenerme en sus redes siempre logrará encontrarme mientras
esté vivo. No es justo que con el único fin de preservar mi vida, cause padeci miento de
los demás. Desde este momento, no acudiré a consultar a nadie. Ya está decidido;
calmaos pues.
Luego avanzó hacia el dormitorio; la gente le advertía que era una locura proceder de
esa manera, pero Toyowo ya no escuchaba nada. Cuando abrió con suavidad la puerta,
no hubo ningún ruido en el aposento y Toyowo se enfrentó con la mujer:
Tomiko, dirigiéndose a Toyowo, le dijo:
—¿Con qué ánimo de venganza os habéis confabulado con ese hombre para que se
apoderase de mí? En lo sucesivo, si respondéis con odio a mis atenciones, no sólo seréis
vos el que habría de sufrir, sino todos los habitantes de esta aldea. Consideraos dichoso
de ser el depositario de mi felicidad y no tratéis de ser veleidoso e inconstante—. Su
modo de expresarse con coquetería era des-? agradable en extremo.
Toyowo replicó:
—¿No hay acaso un proverbio que dice: "Aunque el hombre no esté dispuesto a hacer
necesariamente un mal al tigre, en cambio éste siempre está dispuesto a dañar al
hombre?" 98 Tú, movida por pasiones impuras y reteniéndome en tus redes, repetidas
veces has desplegado ante mí sentimientos muy amargos, y cada palabra que pronuncias
me presagia terribles venganzas: Pero tu pasión por mí no difiere de la que
experimentan los seres humanos, y pensar en todo lo que esta gente habrá de sufrir
mientras yo permanezca aquí me causa profundo pesar. Sólo te pido que perdones la
vida de Tomiko. En cuanto a mí, puedes llevarme a donde
quieras.
Ai oir estas palabras, con aire satisfecho y alegre, ella manifestó su conformidad
inclinando la cabeza.
Toyowo volvió a salir y habló al intendente:
—Puesto que un ser tan vil como este monstruo se mantiene apegado a mí, daría
muestras de una asboluta carencia de sentimientos si me quedara aquí a riesgo de
acarrearos sufrimientos a todos vosotros. Si me dejáis partir sin demora, la vida de
vuestra hija no correrá ningún peligro.
\
El intendente, sin embargo, se negó a escucharlo.
—Si yo, que tengo plena conciencia de pertenecer a una estirpe de guerreros,"
cometiese tal cobardía, me avergonzaría ante el juicio de la familia Oya. Debemos
encontrar alguna otra solución. Tengo conocimiento de que en el monasterio Dojóji 10°
de Komat-subara, reside un venerable maestro de conjuros, el monje Hókaj. Es muy
anciano y nunca sale de su celda, por lo que he oído decir. Sin embargo, estoy seguro de
que no dejará de acudir a mi llamado—. Montó a caballo y se alejó con gran prisa.
Recorriendo el largo camino, llegó al monasterio a medianoche. El anciano monje
salió de la celda en que dormía. Habiendo escuchado el relato de su visitante, dijo:
—Esto debe ser terrible para todos vosotros. Gomo ya estoy muy viejo, no me creo
capaz de ejercer mis poderes con eficacia. Sin embargo, no puedo mantenerme ajeno a la
desgracia que amenaza vuestra casa. De todas maneras, partid primero, ya os seguiré.
Mientras así hablaba, tomó una estola101 impregnada de incienso de adormidera y la
entregó al intendente, al tiempo que le hacía rápidas recomendaciones:
—Halagad a la bestia y engañadla permitiéndole que se aproxime, luego arrojadle esto
a la cabeza y mantenedla contra el suelo con todas vuestras fuerzas. Si vuestros brazos
flaquean, se corre el peligro de que huya. Concentraos y obrad con atención.
El intendente, lleno de alegría, regresó a su casa, haciendo volar el caballo.
Al llegar, con toda discreción hizo una señal a Toyowo:
—Hacedlo como os digo —le dijo entregándole la estola. Toyowo la ocultó en su
pecho y regresó al dormitorio.
—El intendente acaba de concederme autorización para partir. Vamos ya, pongámonos
en marcha —dijo.
Ella estaba junto a él, contenta; en ese momento, Toyowo le arrojó la estola,
derribándola, y con todas las fuerzas la mantuvo tendida sobre el suelo.
—¡Ay, me haces daño! ¿Por qué eres tan cruel? ¡Por favor, suéltame un momento! —
gritó ella, pero Toyowo la mantuvo apretada contra el suelo.
El palanquín del monje Hókai no demoró en aparecer. Ayudado por la gente llegó hasta
el aposento, y recitando ensalmos a media voz como en un murmullo, hizo retroceder a
Toyowo y retiró la estola: se vio entonces, sobre el cuerpo inerme de Tomiko, una
serpiente blanca, de más de tres pies de largo, enroscada e inmóvil. El anciano monje la
levantó y la colocó en un recipiente de hierro que sostenía uno de sus discípulos. Luego,
una vez más pronunció sus ensalmos, y de atrás del biombo salió arrastrándose una víbora
de apenas un pie de longitud, que también tomó y colocó en el mismo recipiente,
sellándolo cuidadosamente con la estola. Luego de lo cual, el monje Hokai subió de nuevo
a su palanquín, y cada uno de los presentes lo saludó con gratitud y veneración.
Apenas regresó al monasterio, el monje Hókai ordenó cavar un profundo foso frente al
templo, hizo enterrar las serpientes tal como estaban en el recipiente, prohibiéndoles volver
a aparecer en este mundo por los años de los años.102
Dicen que aún ahora existe la "Tumba de las Serpientes". 103 La hija del intendente cayó
enferma después de esto, y por último murió. En cuanto a Toyowo, como lo atestigua la
tradición, logro sobrevivir sin que nada

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