Está en la página 1de 18

LOS TRES CABELLOS DEL ANCIANO

SABELOTODO

TOMADO DE CATORCE
CUENTOS CHECOS
LO S TR ES CABELLO S DEL ANCIANO S a b e l o ­
to d o . — Este cuento, recogido por Erben en len-
i;,<(j checa, es uno de los más antiguos, con va-
ríanles en lodos los pueblos eslavos, comparadas
por el sabio recopilador de Mai. Glinski elige una
versión polaca, posterior al parecer, la cual difie~
re mucho de la transcrita ahora, y los hermanos
Grimm lo traducen al alemán bajo el título de
Dcr Tenfel mit den drei goldenen Haaven. Se
observará cómo los distintos pasajes del asunto
parafrasean diversos mitos relativos a la natura'
lega, principalmente el mito solar de donde nace.
Su protagonista representa una encarnación divi-
na, y ciertos detalles de sentido algo oscuro — el
árbol que cesa de fructificar o el pozo que ya no
da agua — constituyen alegorías del mal tiempo,
según interpretan algunos comentadores.
Verdad o mentira, cuéntase que hubo cierto
rey muy apasionado por la caza mayor, a la cual
se entregaba en las selvas de su reino. Una vez
persiguió al ciervo tan lejos y durante tanto tiem­
po, que acabó extraviándose. Tras de verse en
medio de la soledad y sorprendido por la noche,
aprovechó la coyuntura de llegar a una choza
donde habitaba un carbonero.
— ¿Quieres — le propuso — guiarme desde
aquí hasta el camino real? Te recompensaré con
largueza.
— Gustoso lo haría — contestó el carbone­
ro— ; pero tengo de parto a mi mujer, y no
puedo dejarla sola. Sin embargo, queda el re­
curso de que accedáis a pasar la noche con nos­
otros. Acostaos arriba en el granero, encima de
un montón de heno oloroso que encontraréis, y
os serviré de guía mañana.
Pocos instantes después, la mujer del carbonero
echaba al mundo un hijo.
Por su parte, el rey no conseguía conciliar el
sueño. A media noche advirtió cómo se agitaban
2
l8 CATORCE CUENTOS CHECOS

debajo de él luces en la alcoba de la parturiente.


Observándolas con más atención a través de una
grieta del techo, atisbo distintamente primero al
carbonero que dormía, luego a su mujer medio
desmayada, y por último, de pie junto al recién
nacido, a tres viejas que conversaban entre ellas
mientras sostenían en la mano un cirio encen­
dido cada una.
Decía la primera:
— Otorgo a este niño el don de afrontar gran­
des peligros.
Decía la segunda:
— Yo le otorgo la facultad de lograr escapar
con bien de todos esos peligros, y de vivir largos
años.
Y dijo la tercera:
— Por lo que a mí respecta, le otorgo la suerte
de casarse con la princesa que nace a esta misma
hora y es hija del rey que duerme ahí en el gra­
nero.
A raíz de tales palabras, se apagaron las luces
y se restableció el silencio.
Las tres viejas eran las Parcas en persona.
Aterrado de estupor y dolor permanecía el rey,
como si hubiera recibido en mitad del pecho una
estocada.
Y hasta la aurora estuvo sin cerrar los °Íos'™ e'
ditando los medios de que se valdría para impedir
que se realizasen las predicciones de las Parcas.
Al amanecer, rompió a llorar el niño. Enton
LOS TRES CABELLOS DE SABELOTODO 19

ccs se levantó el carbonero, se acercó al recién na­


cido y comprobó que la mujer había cesado de
vivir. _
— ¡ Pobre huerfanito! — exclamó quejumbro­
samente— . ¿Qué será de ti ahora sin los cuida­
dos de tu madre?
— Confíame esta criatura — intervino el
rey — , e irá en beneficio suyo. Por lo que a ti
atañe, te daré tanto dinero que no necesitaras
ya quemar más carbón.
Consintió el carbonero complacido, y el rey se
marchó, prometiendo enviar por el niño. En pa­
lacio, le reina y los cortesanos creían preparar a su
señor grata sorpresa cuando le anunciaron el na­
cimiento de una princesita encantadora la mis­
ma noche en que su padre el rey había tenido oca­
sión de conocer a las tres Parcas. El soberano
frunció el ceño, y llamando a un criado, le en­
cargó :
— Ve al sitio de la selva donde se halla la
choza del carbonero, a quien entregarás este di­
nero a cambio de un niño recién nacido. Coge al
chiquillo, y de camino, ahógale en cualquier
parte. Pero procura ahogarle de veras, porque si
no lo haces serás ahogado tú en lugar suyo.
El doméstico se incautó del niño en un cesto,
y llegado que hubo al puente que unía las dos
orillas de un río ancho y profundo, arrojó allí el
cesto con el niño.
— ¡ Buen viaje lleve mi señor yerno 1 — con-
20 CATORCE CUENTOS CHECOS

cluyó el rey luego de haber oído el relato del


criado.
Pensaba que el niño habría perecido en las
aguas; pero ni iba a ahogarse ni a morir de nin­
guna manera. Por el contrario, bogaba suave­
mente mecido en su cesto cual en una cuna, y
dormía de modo tan apacible como si le hubiese
cantado su madre para dormirle.
Descendió el cesto hasta los aledaños de la ca­
baña de un pescador. Conforme remendaba éste
sus redes, divisó un objeto que sabrenadaba en
el centro del río. Al punto saltó a una barca, lo
recogió y corrió a anunciar a su mujer la buena
nueva: f
— ¿N o deseabas un hijo? Pues aquí tienes
uno muy hermoso que el río nos trae.
La mujer del pescador recibió con el mayor al­
borozo al nene, cuidándole como si fuese su pro
pió hijo. Le llamaron Flotante, puesto que se es
había presentado flotando sobre las aguas.
Seguía el río fluyendo, pasaron los años, y e
chiquitín se hizo un buen mozo, sin que u i
en las aldeas circundantes jovenzuelo compara
con él. Y aconteció que, un día de verano, c*
eaba el rey solo por los alrededores, orno
un calor «ces.vo paró au caballo dolan*
cabaña del pescador para pedirle un . ¿r¿
fresca. Salió a ofrecérselo Flotante. E l r e y j e m^
atento, y luego repuso, encarándose con el
de la cabaña:
LOS TRES CABELLOS DE SABELOTODO 21

— ¡Qué muchacho tan guapoI ¿E s hijo tuyo?


— Sí y no — respondió el pescador — . Hace
veinte años que le descubrí de pequeñito dentro
de un cesto que sobrenadaba por el centro del
río. Le adoptamos y le criamos.
El rey se puso pálido cual un muerto, pues adi­
vinó que se hallaba frente al mismo a quien con­
denara a ahogarse. Después se rehizo, y dijo,
apeándose del caballo:
— Necesito enviar un mensaje al castillo, y no
traigo conmigo a nadie. ¿Podría él transmitirlo?
— Por supuesto — confirmó el pescador , y
cuente con su inteligencia vuestra majestad.
Acto seguido, tomó asiento el rey para escri­
bir a la reina estas palabras: _
((El joven que te llevará este mensaje es el
más peligroso de todos mis enemigos. En cuanto
llegue, manda que se le corte la cabeza. Sin tar­
danza, sin piedad; quiero que se le ejecute antes
de mi regreso al castillo.» Y tras de doblar la
carta con esmero, la precintó con su real sello.
Flotante tomó la carta y al momento empren­
dió la marcha a través de la selva. Pero era esta
tan grande y tan espesa, que se extravio el jo­
ven. Cuando le hubo sorprendido la noche a mi­
tad de su carrera azarosa, se encontró con una
viejecita. .
— ¿Adonde vas. Flotante, adonde vas? — le
preguntó ella.
__Estoy comisionado para llevar una carta al
CATORCE CUENTOS CHECOS
22
castillo real; pero me he perdido ¿N o podríais
indicarme el camino, buena mujer?
__j_j0y cs imposible, hijo mío. Ha oscurecido,
v „ „ tendrías tiempo de llegar - le objetó 1» v i*
eciía — • Quédate en mi casa esta noche. No la
pasarás con extraños porque soy tu madrina.
El mancebo obedeció, y penetraron en una cho­
za muy bonita que de repente pareció haber sur­
gido de debajo de la tierra. f
Y he aquí que, mientras dormía Flotante, la
vieja le cambió su carta por otra concebida así:
«En cuanto recibas esta carta, conducirás al
portador al aposento de nuestra hija la princesa.
Este joven es nuestro yerno, y quiero que esten
casados antes de mi retorno al castillo. T al es mi
voluntad.» _ ,
A raíz de leer semejante carta, la reina ordeno
que se preparase todo lo necesario para celebrar
las bodas, recreándose mucho ella y su hija con
el trato del joven. Nada turbaba, pues, la dic a
de los recién casados.
Al cabo de unos días regresó el rey al castillo,
y no bien quedó enterado de lo que había suce­
dido, empezó a injuriar a su esposa. , .
— Pero si me ordenasteis de modo categórico
que los casara antes de vuestro retorno. Lee
vuestra propia carta — adujo la reina.
Examinó él la carta detenidamente y, en efec­
to, papel, letra, sello, todo era de una autentici­
dad irreprochable. Entonces llamó a su yerno para
LOS TRES CABELLOS DE SABELOTODO 23

intenogaile por sí mismo acerca de los detalles de


su viaje.
Motante no omitió ninguno a su suegro, reía*
tándole cómo se había extraviado y cómo había
pasado una noche entera en la choza de la selva,
ó Y cómo es esa vieja? — indagó el rey.
Al escuchar las señas que de ella le dió Flo­
tante, el rey comprendió que era exactamente la
misma desconocida que, veinte años atrás, predi­
jo el matrimonio de la princesa con el vastago del
carbonero.
Y después de reflexionar, agregó:
— Ya no tiene enmienda lo ocurrido. Sin em­
bargo, no serás mi yerno de buenas a primeras,
¡ eso n o ! A guisa de regalo de bodas, debes traer­
me tres cabellos de oro del anciano Sábelotodo.
Con este subterfugio creía poder desembara­
zarse de su yerno, cuya presencia le importunaba.
Flotante se separó de su esposa y partió. «No
sé adonde ir — pensaba — ; pero no importa,
porque ya me orientará mi madrina la Parca.»
Y lo cierto es que sin trabajo atinó con la ver­
dadera dirección, caminando largo tiempo por
montes y por valles, vadeando ríos, hasta que
llegó a las costas del mar Negro. Allí había una
barca con su barquero, a quien interpeló:
— ¡ Dios os bendiga, viejo barquero!
— Y también a ti, joven viajero. ¿Adonde
quieres ir?.
24 CATORCE CUENTOS CHECOS

— Al castillo del anciano Sabelotodo para bus­


car tres cabellos de oro.
— En ese caso bienvenido seas. Hace mucho
que aguardo la llegada de un emisario como tú.
Veinte años llevo pasando viajeros, y ninguno de
ellos se ha ocupado de liberarme. Si me prome­
tes preguntar al anciano Sabelotodo cuándo ven­
drá el sustituto que me releve de mis faenas, te
pasaré en mi barquichuelo.
Lo prometió Flotante, y el barquero le condujo
a la orilla opuesta. Continó el otro su marcha,
aproximándose a una gran ciudad que estaba me­
dio en ruinas. No lejos de ella, divisó un convoy
fúnebre; el rey del país acompañaba el féretro
de su padre e inundaban sus mejillas lágrimas tan
gruesas como guisantes.
— Quiera Dios consolaros de vuestra cuita —
dijo el joven.
— Gracias, buen viajero. ¿Adonde vas?
— Me dirijo a casa del anciano Sabelotodo en
busca de tres cabellos suyos de oro.
— ¿De veras vas a casa del anciano Sabeloto­
do? ¡Qué lástima que no hayas venido unas se­
manas antes! Desde hace mucho tiempo aguar­
damos a un emisario como tú.
Y habiéndole conducido a su corte, le exp ico
el rey;, '
— Puesto que llevas una comisión para el an
ciano Sabelotodo, voy a confiarte otra. ¡Ay te
níamos acá un manzano que daba hermosos ru
LOS TRES CABELLOS DE SABELOTODO 25

tos de Juvencia. U n a sola de sus manzanas, ape­


nas la probaba un moribundo, servía para cu­
rarle y rejuvenecerle. Pero desde hace veinte años
ya no da el manzano frutos ni flores. ¿Quieres
prometerme preguntar la causa de ello al anciano
Sabelotodo?
— Os lo prometo.
Después de lo cual, Flotante llegó hasta una
ciudad lujosa y grande, aunque triste y silencio­
sa. Cerca de las puertas se tropezó con un viejo
que, apoyándose sobre un báculo, avanzaba a
duras penas.
— Dios os bendiga, buen viejo.
— Bendito seas también. ¿Adonde vas, her­
moso viajero?
— A casa del anciano Sábelotodo para buscar
sus tres cabellos de oro.
— ¡ A h ! Precisamente eres el emisario que
aguardábamos desde hace luengo tiempo. Convie­
ne que te conduzca a presencia de mi señor y
rey. Ven conmigo.
Llegado que hubieron, el rey le abordo en estos
términos: ,
— H e oído decir que llevas una embajada
para el anciano Sábelotodo, y puedes prestarnos
un servicio importante. Acá teníamos un pozo con
agua que se renovaba sola y era tan maravillosa
por sus efectos que, al bebería, los enfermos sa*
naban. Unas gotas de ella con que se rociara a
un cadáver le hacían resucitar. Pues bien: desde
26 CATORCE CUENTOS CHECOS

veinte años atrás, permanece seco el pozo. Si te


comprometes a preguntar el procedimiento de
volver a llenarlo al anciano Sabelotodo, te re­
compensaré regiamente.
Flotante se comprometió, y el rey le despidió
con la mayor benevolencia.
Más tarde tuvo que atravesar el joven inter­
minables selvas sombrías al término de las cua­
les columbró una anchurosa pradera llena de lin­
das flores, y en el centro un castillo de oro.
Era el palacio del anciano Sábelotodo, irra­
diando esplendor; diríaselo construido con lue­
go. En él adentróse Flotante, sin hallar otro ser
viviente que una viejecita acurrucada en un rin­
cón y dedicada a hilar.
— Salve, Flotante. Me alegro mucho de verte
por acá.
Era asimismo su madrina, la que le ofreciera
una yacija en su choza selvática cuando él lle­
vaba el mensaje al rey.
— Dime qué te trae desde tan lejos.
— El rey no quiere que sea yo su yerno sin
pagarle dote, y me envía hasta acá para que h
lleve tres cabellos de oro del anciano Sábelotoc o.
La Parca se echó a reir, repitiendo:
— ¿Conque del anciano Sábelotodo? cr0 S1
es nada menos que el mismísimo Sol brillante, >
yo soy su madre. T odas las mañanas se
niño, a medio día se torna hombre, y p °r a_n^ ^
envejece como un centenario decrépito. 11
LOS TRES CABELLOS DE SABELOTODO 27

te proporcionaré tres cabellos de su cabeza a fin


de que sepas cómo no en balde soy madrina
tuya. A pesar de todo, no podrás continuar aquí
mucho rato al descubierto. Mi hijo el Sol está
dotado de alma caritativa; pero, al volver a casa,
tiene hambre, y no me extrañaría que, a su lle­
gada, si te viera, ordenara asarte para su cena.
Mira esa tina v acía: voy a volcarla, y te escon­
derás debajo.
Antes de obedecerla, Flotante rogó a la Parca
que se informara por el anciano Sábelotodo acerca
de las tres preguntas cuyas respuestas se había
comprometido a transmitir.
— Se las formularé; pero, por tu parte, presta
atento oído a lo que responda.
De pronto se desencadenó afuera el viento, y
por una ventana del castillo que miraba al oeste,
entró el Sol.
Era un anciano con la cabeza de oro.
— Aquí huele a carne humana — exclamó ,
bien lo olfateo. T ú ocultas a alguien, madre.
— Astro del día — contesto ella , ¿a quien
podría ocultar sin que lo hubieses visto antes
que yo? Lo que ocurre es que, como vuelas por
el mundo durante toda la jornada, venteas tan­
tos hombres, que nada tiene de asombro si aun
te huele a carne humana cuando vuelves a casa.
No respondió palabra el anciano, sentándose a
cenar. Después de la cena, apoyó su cabeza de
28 CATORCE CUENTOS CHECOS

oro sobre las rodillas de la Parca, y empezó a dor­


mitar.
N o bien se hubo percatado ella de que ya dor­
mía, le arrancó un cabello y lo tiró al suelo. El
cabello, al caer, produjo un sonido metálico cual
una cuerda de cítara.
— ¿Qué me quieres, madre? — inquirió el
anciano.
— Nada, hijo mío. Me he adormilado tam­
bién, y he creído soñar una cosa muy extraña.
— ¿D e qué se trata, madre?
— Me ha parecido ver un paraje, ignoro cuál,
donde había un pozo alimentado por un ma­
nantial cuya agua curaba a los enfermos, aun
agonizantes, apenas bebían un sorbo. Más to­
davía, hasta los cadáveres resucitaban cuando
se los rociaba con unas gotas de agua tan ma­
ravillosa. Pero es el caso que, desde veinte años
atrás, permanece seco el pozo. ¿Qué hay que
hacer para llenarlo como en otro tiempo?
Es muy sencillo, tiene remedio fácil. La
rana que se ha aposentado en el orificio del
manantial impide que broten las aguas. Hace
falta matar a la rana, limpiar el interior del
pozo, y no tardará en verse manar el agua como
otrora.
Cuando el anciano se durmió de nuevo, la
vieja le arrancó otro cabello de oro y lo tiró al
suelo.
— ¿Qué me quieres, madre?
LOS T R E S CABELLOS DE SABELOTODO 29

N ada, hijo mío, nada. Al adormilarme,


he creído ver algo extraño. Se me antojaba que
los habitantes de una ciudad, ya ignoro cuál,
tenían en cierto jardín un manzano cuyas man­
zanas devolvían las fuerzas y la lozanía de la
juventud al anciano que las comiera. Y es el
caso que, desde veinte años atrás, ya no da
fruta el manzano. ¿Q ué procedimientos hay para
que fructifique?
— N o son difíciles los procedimientos. Una
víbora escondida en las raíces del árbol des­
truye su savia. Hace falta matarla, trasplantar
el manzano, y no se tardará en verlo cubierto
de frutos como otrora.
Al punto volvió el bueno del anciano a dor­
mirse sin más preámbulos. La vieja le arrancó el
tercer cabello.
— ¿Pero es que no vas a dejarme dormir,
madre? — gruñó el enfadado y apercibiéndose
a levantarse.
— Acuéstate, hijo querido, y no te muevas.
Siento haberte despertado. Es que también me
adormilaba, y he tenido un sueño muy extraño.
Imagínate que se me figuraba ver a orillas del
mar Negro a un barquero que se quejaba de
trabajar desde veinte años antes, sin que nadie
viniera a relevarle. ¿Cuándo cesará de remar
ese pobre viejo? , ,
__E s un imbécil y nada más. No tendría
sino poner el remo en manos del primero a
CATORCE CUENTOS CHECOS

quien pasara y saltar él a la orilla. Le sustituirá


en calidad de barquero quien reciba el remo.
Pero déjame tranquilo, madre, y no me despier­
tes otra vez, que mañana debo levantarme muy
temprano, y, desde luego, tengo que ir a secar
las lágrimas de la princesa casada con el hijo
de un carbonero. La pobrecita llora toda la no­
che a su marido, enviado por el rey para que le
lleve tres cabellos de oro de mi cabeza.
Al día siguiente por la mañana se oían ulular
los vientos fuera del palacio de Sábelotodo, y
en lugar de un anciano, sobre las rodillas de la
vieja se despertó un hermoso niño con cabellos
de oro. Era el Sol divino, quien se despidió de
su madre y remontó el vuelo por la ventana
que miraba a Oriente.
La vieja corrió a enderezar la tina y dijo a
Flotante: /
— Torna los tres cabellos de oro, y habrás
oído las tres respuestas dadas por el anciano
Sábelotodo. Ahora, buen viaje, ¡y ojalá te guie
Dios! No me verás más, porque en lo sucesivo
no necesitarás de mí.
Flotante le dió las gracias muy reconocido y
se marchó.
Al llegar a la ciudad del pozo seco, interro­
gado por el rey respecto a lo que trajera de
bueno, respondió:
— Haced limpiar con esmero vuestro pozo.
Matad luego a la rana que obstruye el manan-
LOS TRES CABELLOS DE SABELOTODO

tial, y veréis manar como antaño el agua ma>


ravillosa.
El rey mandó ejecutar lo que prescribía Flo­
tante, y contento de tornar a ver su pozo lleno,
le dio de regalo doce caballos blancos como cis­
nes, añadiendo cuanto oro podían cargar.
Al llegar a la segunda ciudad, preguntado por
el rey si le traía buenas noticias, respondió:
— Excelentes, inmejorables. N o tenéis más
que hacer sacar de la tierra vuestro manzano y
matar al reptil que se ha alojado en sus raíces.
Después haced replantar el árbol, y producirá
manzanas semejantes a las de antaño.
Apenas replantado, en efecto, el manzano se
cubrió de flores cual si le inundaran de rosas.
Loco de alegría, el rey regaló al joven doce ca­
ballos negros como cuervos y cargados de cuan­
tas riquezas eran capaces de soportar.
Prosiguió el viandante su viaje hasta las ori­
llas del mar Negro. El barquero le preguntó si
había averiguado la fecha de su liberación. Flo­
tante se hizo pasar primero, con sus veinticuatro
caballos a la ribera opuesta, y luego le aconsejó
que dejara el remo en manos del primer viajero
que viniera a reclamarle sus servicios, con ob­
jeto de que le reemplazase definitivamente. ^
El rey suegro de Flotante no quena dar cré­
dito a sus ojos al verse poseedor de tres cabe­
llos de oro del anciano Sabelotodo. Por lo que
atañe a la tierna esposa, lloraba lágrimas ar-
CATORCE CU EN TO S CHECOS

diente», no ya de tristeza, sino de júbilo por


ver tan felizmente de retorno a su bienamado,
y le d ecía:
¿C óm o te lias ingeniado, caro esposo, para
adquirir unos caballos tan magníficos y con tan­
tas riquezas?
El replicó:
Todo ello lo be pagado a peso de alma
con el dinero contante de las penas que me
tomé y de los favores que bice. Así, por ejem­
plo, indiqué a un rey el procedimiento para
volver a posesionarse de sus manzanas de Ju-
vencía, y a otro le revelé el secreto para reabrir
el manantial del agua que infunde salud y vida.
— ¡M anzanas de Juvencia, el agua de la
v id a ! — interrumpió el rey, encarándose con
R otante— . ¡ Oh !, voy en busca de esos tesoros
yo mismo. ¡ Qué suerte! Después de comer una
de esas manzanas, me tornaré joven. Luego be­
beré unos sorbos del agua de inmortalidad, y
viviré por siempre jam ás...
Sin más tardanza, partió el rey en busca de
los dos prodigios, y todavía no ha regresado.
Porque en sus manos puso el barquero del mar
Negro un remo que le reduciría de por vida a
triste condición.

También podría gustarte