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ARGUMENTACIONES Y
PROSPECTIVAS
GLORIA BONDER
En los últimos veinte años el feminismo se ha convertido en uno de los movimientos sociales
más vitales, extensos y polifacéticos: ha logrado influir profundamente en las leyes y
normativas a nivel nacional e internacional, en la concepción y difusión de los derechos
humanos, en la producción cultural y científica, y ha visibilizado e incorporado temas
tradicionalmente “privados” en la agenda del debate público, motivando de este modo la toma
de conciencia y la aceptación de medidas tendientes a superar la discriminación de la mujer en
la educación, el empleo, la salud y la participación social y política.
En América Latina estas experiencias llevan ya más de una década, con múltiples altibajos. En
la mayoría de los países han padecido de diversas restricciones y obstáculos que afectaron su
continuidad, limitaron su disposición de recursos presupuestarios, el acceso a información y la
participación en los niveles de decisión.
En no pocos casos han sufrido también las oscilaciones de los gobiernos de turno en torno a la
relevancia y conveniencia de integrar este principio en sus líneas de acción, así como su
cambiante y arbitrario compromiso con la puesta en práctica de estas políticas. Sin embargo,
sería prematuro formular una conclusión acabada de los alcances y resultados obtenidos ya que
no se ha realizado aún una evaluación objetiva y comprehensiva de estas iniciativas, y menos
aún un estudio comparado que permita determinar factores y procesos propulsores o limitantes
y resultados.
Aunque esta reflexión ha sido desarrollada parcialmente en América latina en el plano teórico,
Nuestra intención es contribuir a situar estas discusiones dentro de una suerte de mapa teórico
que recoge sucintamente los principales debates desarrollados sobre todo en los países sajones y
desde las Ciencias Sociales acerca de la relación feminismo-Estado.
Luego plantearemos algunas reflexiones sobre las condiciones de posibilidad que ofrece el
Estado, en especial en América Latina y dentro de un contexto sociopolítico marcado por las
políticas neoliberales, de forma de llevar adelante políticas públicas dirigidas a asegurar la
equidad de género.
La crítica feminista a la teoría del contrato social basada en Locke también ha iluminado el
modo en que esta relación los varones propietarios son quienes, a fin de preservar sus
propiedades y riquezas, deciden abandonar el estado de naturaleza original para establecer un
poder estatal que sostenga y legitime las estructuras familiares patriarcales.
1
C. Pateman (1988): The Sexual Contract, Cambridge, Polity Press.
Por cierto que otra ola de críticas se ha volcado sobre la nueva derecha neoliberal de los países
capitalistas avanzados, que en su ataque al Estado de Bienestar niega el impacto que trae
aparejado en las condiciones de vida de las mujeres el achicamiento del Estado, la transferencia
y el aumento en las responsabilidades sociales que le son asignadas y su incidencia en sus
opciones y calidad de vida.
En definitiva, lo que reiteradamente se ha marcado desde los estudios feministas es que todas
las teorías sociales se apoyan en concepciones de género, en su mayor parte implícitas, que las
lleva a suponer o sostener una línea fronteriza que divide al espacio público del privado. En el
primero el hombre (en realidad el varón) aparece como único protagonista, actor económico por
excelencia y ciudadano libre, gracias a la existencia de la otra esfera: la privada, donde las
mujeres, de modo similar al de los esclavos en la polis griega, tienen responsabilidad por las
tareas reproductivas (crianza de los hijos, tareas domésticas y de cuidado de dependientes,
bienestar de su comunidad, etc.). Esto asegura al varón las condiciones de vida que le permite
participar libremente en el mercado de trabajo y participar activamente de los asuntos públicos.
Complementariamente estos supuestos hacen que se conciba las relaciones entre varones y
mujeres y el ámbito privado como de naturaleza no pública y, por ende, no política2.
Ahora bien, además de la crítica a las teorías dominantes, el feminismo también ha desarrollado
en estas décadas una reflexión acerca del Estado desde otras categorías y enfoques. Si bien se ha
avanzado mucho al respecto, según algunas autoras como Catherine McKinnon3 este desarrollo
todavía resulta insuficiente para entender la complejidad intrínseca del Estado y sus sucesivas
transformaciones históricas.
Es que sobre todo en los primeros tiempos los estudios feministas o de género, salvo aquéllos
enmarcados explícita o implícitamente en la corriente liberal, se han caracterizado por elaborar
una explicación cuasi conspirativa y excesivamente funcionalista del papel del Estado4. Ello se
explica por su intención de demostrar desde distintos ángulos las formas complejas mediante las
cuales a lo largo del tiempo esta institución ha desarrollado políticas, prácticas, saberes y
regulaciones que han estructurado y reproducido sistemáticamente relaciones de desigualdad
entre varones y mujeres reforzando tanto el rol dependiente de la mujer dentro de la familia
como su incorporación al mercado de trabajo en ocupaciones de baja remuneración y
desprovistas de muchos de los derechos laborales que gozan los trabajadores varones.
2
Estos argumentos se extreman en los cuestionamientos de la nueva derecha respecto del Estado de Bienestar por su
supuesta restricción de la libertad individual, la iniciativa y competitividad. Indudablemente la imagen del trabajador
sobre la que se articula esta propuesta sólo puede ser masculina ya que cuando simultáneamente se implementan
políticas que recortan las responsabilidades sociales del Estado la consecuencia inevitable es la sobrecarga del
trabajo femenino no remunerado tanto doméstico como de cuidado de niños, enfermos y ancianos.
3
C. MacKinnon (1982): “Feminism, Marxism, Method and the State: An Agenda for Theory”, en Signs 7.
4
En estos análisis la burocracia estatal y sus procedimientos se comprenden desde el enfoque weberiano acerca del
tipo ideal de autoridad burocrática -racional, impersonal, jerárquica- cuya actuación contribuiría a afianzar el cerrojo
patriarcal
Un recorrido por la producción teórica feminista sobre de la relación Estado/Género desde fines
de los 70 y, en especial, durante la década del 80, nos lleva a distinguir la influencia de tres
corrientes principales:
* el marxista socialista
* el post-estructuralista o postmoderno
Las diferencias entre ellos radican esencialmente en su definición de la “naturaleza” del Estado,
de las condiciones que éste ofrece para el cambio de la inequidad de género, y de la legitimidad
y factibilidad (en contextos coyunturales y mundiales variables) para que tenga un rol
protagónico en esta transformación.
Según el feminismo liberal, el Estado debería comportarse como un árbitro neutral capaz de
dirimir de manera racional los conflictos que se producen en la sociedad, repartiendo
equitativamente los bienes sociales. Sin embargo, admite la persistente desigualdad de las
mujeres en el plano legal, educativo, laboral y político, fenómenos que atribuye a la influencia
de una ideología sexista en todos los ámbitos de la sociedad y que impide a las mujeres alcanzar
su condición de ciudadanas plenas.
Aunque esta posición ha sido fuertemente criticada como “reformista” por otras corrientes más
radicalizadas, también se admite -al menos en algunos grupos- que de hecho, luego de una
inclaudicable lucha, las políticas feministas de corte liberal han logrado que el Estado reconozca
a las mujeres como un colectivo social con demandas propias y les otorgue derechos y recursos
que las protegen de las expresiones más abusivas del poder patriarcal en el ámbito privado,
aunque según algunas autoras simultáneamente las haya vuelto dependientes del Estado de
Bienestar6.
5
El feminismo liberal tiende a analizar la desigualdad de la mujer en términos de actitudes y valores culturales
sexistas a la par que abunda en explicaciones basadas en la teoría de los roles sexuales. Esta concepción tiene escaso
poder explicativo de las razones económicas que inciden en la producción y reproducción de la desigualdad genérica
como la división sexual del trabajo, y asimismo cae en un enfoque simplista sobre la construcción de la subjetividad
sexuada que ignora los procesos inconscientes y de agenciamiento.
6
Aunque haya mucho de cierto en esta última afirmación hay que reconocer que existe una diferencia crucial entre
una y otra condición de dependencia. En el primer caso, la mujer vive, como ya lo decía John Stuart Mill, “en un
estado crónico de soborno e intimidación”. Por el contrario, “en el marco del Estado de Bienestar, cada mujer recibe
lo que es suyo por derecho y potencialmente, puede combinarse con otras, ciudadanas, para articular sus demandas...
la acción política tiene lugar colectivamente en el terreno público y no detrás de la puerta cerrada de la casa en la
que cada mujer debe apoyarse en su propia fuerza y recursos” (Pateman, 1987).
En ese sentido, en un trabajo ya clásico Eisenstein7 afirma que la perspectiva liberal contiene un
potencial de cambio radical ya que interpela los propios principios en los que se apoya el Estado
en las sociedades democráticas, demostrando que para su efectivo cumplimiento es insoslayable
reconocer a las mujeres como ciudadanas en igualdad de condiciones que los varones.
Por esto mismo admite que existen espacios para operar dentro de la estructura del Estado,
maximizando sus propias premisas y operando en y desde sus grietas e intersticios. En esta
línea, otros/as autores plantean la importancia de analizar reflexivamente las fuentes y las
manifestaciones de poder en las instituciones del Estado y evaluar las fuerzas de diferentes
estrategias de cambio8.
Por ejemplo, en el área de las políticas educativas, el feminismo liberal se encargó de demostrar
la discriminación de la mujer analizando críticamente su invisibilidad y/o presencia
estereotipada y subordinada en el currículum y materiales educativos, el trato diferencial que se
brinda a niñas y niños en la escuela y su incidencia en el rendimiento, expectativas, opciones
profesionales; las desigualdades por sexo en la estructura jerárquica del sector y las diferencias
de retornos en términos de empleo y salarios que reciben ambos géneros ante iguales resultados
educativos.
En su versión más clásica, estas políticas de igualdad de oportunidades partían de dos premisas
básicas. Por un lado, consideraban que niñas y niños poseen iguales capacidades y posibilidades
de desarrollar todo tipo de intereses, habilidades y motivaciones. Por otro, concebían a las
mujeres y a las niñas como categorías unitarias sin tomar en cuenta su diversidad interna.
La mayoría de los países que han encarado políticas educativas con estos propósitos se han
apoyado, inicial o permanentemente, en el enfoque liberal, modificando leyes, curricula, libros
escolares, brindando capacitación a docentes, sensibilización de la comunidad, medidas de
estímulo a las niñas y jóvenes para permanecer en el sistema educativo y elegir carreras no
tradicionales, etc.
Algunas autoras contemporáneas como Mary O’Brien sostienen que estas posiciones si bien
resultaron bastante eficaces en el pasado, necesitan ser revisadas en el marco de la crisis del
Estado de Bienestar ya que en un modelo neoliberal de libre mercado y retracción del Estado las
políticas de igualdad de oportunidades sólo servirían para convalidar el individualismo, la
iniciativa privada y la meritocracia. A su criterio, es como si este nuevo modelo económico
7
Hester Eisenstein (1991): “Gender Shock”. Practising Feminism on Two Continents, Allen & Unwin, Australia.
8
Baldock y Cass (1983); Eisenstein (1988); Yeatman (1988 y 1990); Franzway, Court y Connell (1989); Yates
(1990) y Kenway (1990).
Veamos ahora cuáles han sido los análisis del feminismo marxista, el que a su vez incluye tres
enfoques con ciertas diferencias entre sí. Uno de ellos10 subraya que el rol que juega el Estado
en relación a los intereses capitalistas lo obliga a desempeñar una suerte de conducta “cómplice”
respecto de la subordinación y discriminación de las mujeres tanto en la fuerza de trabajo como
en la familia. Es así que históricamente las mujeres han sido y en gran medida lo siguen siendo
desalentadas para incorporarse plenamente a la fuerza de trabajo al no contar con prestaciones
estatales de protección de la niñez y de responsabilidad por las tareas familiares, así como por la
carencia de otros servicios que aseguren la reproducción social.
De esta forma, el Estado emplea dos modos para favorecer al capital en desmedro de las
mujeres: a) las utiliza como un ejército de reserva que entra y sale del mercado de trabajo
dependiendo de las necesidades del proceso de acumulación económica, o b) estimula y protege
su ingreso ofreciéndoles servicios que las liberan de sus roles domésticos tradicionales (por
ejemplo proporcionándoles guarderías en sus lugares de trabajo, reducción del horario laboral
para las madres trabajadoras, servicios educativos, etc.). Con todo, en estos casos el fin es
aportar al capital una mano de obra barata y descalificar ocupaciones tradicionalmente
masculinas.
9
O’Brien :Reproducing the World: Essays in Feminist Theory.
10
E. Wilson E (1977): “Women and the Welfare State”, London, Tavistock.
11
M. Mc Intosh M (1978): “The State and the oppression of women", in A.. M. Wolpe and A. Kuhn (eds):
Feminism and Materialism, London, Routledge. Ver también: M. Barrett (1987): “Women's Oppression Today",
London, Verso; A. Showstack Sasoon (1987): "Women and the State: The Shifting Boundaries of Public and
Private", London, Hutchinson.
12
J. Kenway J. (1990): "Feminist Theories of the State: To Be or Not to Be", in Society, State and Politics in
Australia.
13
Por ejemplo, algunas autoras son: Humphrey (1975), Branson y Miller (1979), McDonald (1980-1981), Barret
(1980) y Deem (1980).
Este enfoque, excesivamente estructuralista y ahistórico, deja poco margen para definir acciones
estratégicas que den respuestas concretas a los factores de discriminación de género en los
ámbitos educativos así como en cualquier otra institución estatal. Tampoco permite comprender
cambios históricos en este plano y en especial cómo impactaron las luchas feministas
involucrando al Estado en políticas educativas que de hecho mejoraron las condiciones de vida
de muchas mujeres. Esta postura termina visualizando a las mujeres como víctimas pasivas de
las ideologías capitalistas y patriarcales cuyos intereses están cristalizados en una estructura
estatal opresiva por partida doble: la clase y el género.
Las críticas hacia el Estado adquieren otro matiz entre quienes sostienen una posición
posmoderna o pos-estructuralista. Un ejemplo extremo lo encontramos en autoras que llegan a
afirmar que el feminismo no necesita una teoría del Estado. Para Judith Allen por ejemplo “el
Estado es una categoría abstracta, muy agregada, demasiado unitaria, y también demasiado
inespecífica como para ser de utilidad para abordar los lugares desagregados, diversos y
específicos que son los que deben presionar las preocupaciones de las mujeres. El Estado es un
instrumento demasiado contundente como para dar respuestas más allá de las generalizaciones
a las explicaciones, análisis o el diseño de estrategias de trabajo factibles”14.
En lugar de ocuparse de este tema sugiere que la teoría feminista se aboque a analizar los
regímenes discursivos (como el discurso legal, médico o burocrático) y en el plano de la acción
política fortalezca ámbitos de lucha diversos y fundamentalmente situados dentro de la sociedad
civil.
Es importante resaltar que ante estos planteos otras pensadoras han elevado sus prevenciones y
críticas. Gore (1992) por ejemplo -citada por Yates- expresa la preocupación por el impacto
desmovilizador que ha provocado la teoría post-estructuralista, tanto en el plano teórico como
en el político, al enfatizar y subrayar la incesante deconstrucción de toda certeza, la variabilidad
y labilidad de la verdad, la fragmentación de la vida individual y social, y la inexistencia de una
constitución apriorística de “la mujer” como categoría social o grupo social con intereses y
problemáticas particulares, y por ende con una praxis política definida.
Esta posición, extremadamente relativista para algunos/as; nihilista y paralizante para otros/as,
traería aparejado el desdibujamiento del sujeto social y político.
14
J. Allen (1990): "Does feminism need a theory of the state?”, in Watson: Playing the State, pág. 22.
15
P. Lather (1991): "Getting Smart: Feminist Research and Pedagogy with/in the Postmodern", New York,
Routledge.
Como dice Linda Alcoff “qué podemos demandar en nombre de las mujeres si las “mujeres” no
existen y las demandas en su nombre simplemente reforzarían el mito de que sí existen? ¿Cómo
podemos hablar contra el sexismo como prejudicial de los intereses de las mujeres si esa
categoría es una ficción?”17.
Aunque esta corriente haya provocado estos alertas por sus efectos desmovilizadores,
individualistas y -en definitiva, elitistas- otras autoras también enroladas en el post-
estructuralismo18 sostienen otras alternativas que no renuncian a los intentos de incidir en el
Estado. Influidas por Michel Foucault afirman que no es adecuado hablar del Estado como una
estructura sino que es necesario concebirlo como un ámbito en el que no existe un único interés
dominante, sino un conjunto de discursos constituidos históricamente; formaciones culturales,
textuales e institucionales que se entrecruzan, intersectan e influyen de alguna manera entre sí19.
Desde este ángulo, no sólo el Estado sino también el feminismo deberían pensarse como
entidades no unificadas sino múltiples que a su vez no están herméticamente separadas una de
la otra.
Por ello la estrategia sugerida es participar dentro del Estado en la lucha por el sentido y la
nominación legítima, desarrollando significaciones alternativas a “la construcción monológica,
monovocal y monocéntrica que grupos y partidos antidemocráticos practican habitualmente”20 y
contribuyendo, así, a producir una nueva realidad simbólica y material.
Es cierto que esta posición deja abierta un puerta para la acción, pero no avanza mucho más y se
16
N. Fraser and L. Nicholson (1990): "Social criticism without philosophy”, in L. Nicholson (eds). "Feminism
/Postmodernism", New York, Routledge.
17
L. Alcoff (1988): "Cultural feminism versus post-estructuralism", in E. Minnich, J. O'Barr y R. Rosenfeld (eds)
Reconstructing the Acadey: Women's Education and Women's Studies, University of Chicago Press, Chicago.
18
Cfr. por ejemplo, Rosemary Pringle y Sophia Watson: “Fathers, brothers, mates: the fraternal state in Australia",
in Watson (ed.) 1990: Playing the State: Australian Feminist Interventions, Allen & Unwin, Sydney; y Anne
Yeatman (1990): Bureaucrats, Technocrats, Femocrats, Allen & Unwin, Sydney.
19
Lyn Yates (1993): What happens when feminism is an agenda of the state? Feminist Theory and the Case of
Education Policy in Australia. La Trobe University, Australia. Discourse Vol 14 No. 1, October.
20
Yates, ibidem.
En este punto es importante afirmar que las clasificaciones de las distintas corrientes dentro del
feminismo, si bien útiles analíticamente, han terminado por conformar una taxonomía que no
sólo describe y explica de diversa manera la subordinación de la mujer sino que también evalúa
con un criterio progresivo las acciones tendientes a su superación21.
En realidad, se sugiere una suerte de progresión que va desde una posición reformista
supuestamente “limitada” a remediar la exclusión y discriminación de las mujeres de modo que
estas alcancen su igualdad social -pero sin transformar profundamente las estructuras de poder
vigente- a otras orientadas por un objetivo de cambio radical de las instituciones y las prácticas
sociales, ya sea haciendo visible y revalorizando características femeninas “específicas” (como
argumenta el así llamado feminismo de la diferencia) o proponiendo la reconstrucción del
género en su totalidad.
Ahora bien, cuando se analizan experiencias concretas de políticas de género queda demostrado
que la realidad no se adecua a estas clasificaciones y sería imposible e incluso injusto pensar las
políticas en favor de la mujer desde esta visión predefinida de progreso22.
En nuestra opinión, sería mucho más provechoso si los estudios de estas políticas evitaran tanto
un teoricismo abstracto como un pragmatismo estrecho o una descripción insustancial de
acciones realizadas. El gran desafío es que la teoría feminista sobre el Estado y la políticas
públicas se nutra de más investigación multidisciplinaria de casos concretos y por sobre todo
que estimule una fertilización cruzada entre los desarrollos conceptuales y las prácticas.
Cuando se revisa la literatura existente es evidente que estamos muy lejos de estas metas.
Sabemos muy poco acerca de los procesos y resultados de estas políticas, posiblemente también
porque nos faltan metodologías, indicadores y criterios adecuados para evaluarlas. Sobre este
aspecto Franzway plantea un reto muy original, además de cuestionador de las visiones
pesimistas de sectores que sólo ven las limitaciones o los fracasos: “necesitamos saber cuándo
el Estado deja de ser masculino (...) una teoría feminista del Estado (debería) responder la
pregunta: cómo sabemos cuándo estamos ganando?23.
21
Weiner y Arnot (1987); Davies (1989).
22
Cf. por ejemplo: Baldock y Cass (1983); Eisenstein (1988); Yeatman (1988 y 1990); Franzway, Court y Connell
(1989); Yates (1990) y Kenway (1990).
23
S. Franzway ,D. Court, R. Connell (1989): "Staking a claim: Feminism, Bureaucreacy, and the State", Allen &
Unwin, Sydney.
24
S. Franzway, D. Court y R. W. Connell (1989): "Staking the Claim: Feminism, Bureaucracy and the State", Allen
and Unwin, Sydney.
De ahí que para avanzar hacia una comprensión más refinada y compleja tanto a nivel teórico
como estratégico de la intervención en y desde el Estado sería necesario considerar al menos
algunas cuestiones. Entre ellas:
- Cómo el Estado está conformado por un entramado complejo de intereses que expresan las
formas particulares de las relaciones de poder de clase, género, etnia, etc. en cada contexto
sociohistórico.
- El hecho de que, como ente regulador, debe negociar e institucionalizar intereses diversos y
frecuentemente contradictorios aunque no siempre (o pocas veces) siga una lógica
exclusivamente racional para ello.
Por ejemplo, el Estado tiene una división sexual del trabajo interna y a su vez contribuye a
conformar la división del trabajo en las familias, a través de su política de impuestos, de
servicios y principalmente en la distinción entre trabajo pago y no pago."Pero -agrega Connell-
esta línea de argumentación común en el análisis de clase puede conducir fatalmente hacia una
concepción funcionalista, es decir, hacia creer que la función del Estado es la regulación de un
orden de género preexistente".
En su opinión -que compartimos- el rol fundamental del Estado no es tanto represor como
constituyente de categorías de género. Cuando proscribe el uso de la violencia, protege la
propiedad, penaliza las "desviaciones" sexuales, legisla sobre derechos reproductivos, está
encarnando determinadas jerarquías sociales y en ese proceso “crea” al homosexual, la
prostituta, el matrimonio, la familia nuclear, el ama de casa, el jefe de familia, etc., como
ciudadanos, en la medida en que se convierten objetos del interés público.
- Existe un interjuego constante entre el Estado y las fuerzas sociales. En palabras de Ernesto
- el Estado puede ser permeado por un proyecto político de un movimiento social como el
feminismo, como de hecho lo está siendo aunque dada su estructura burocrática y el papel que
desempeña frente al conflicto social hace que sólo llegue a integrar aquellos objetivos y metas
de equidad de género que son compatibles en cada momento histórico con el orden de
prioridades que establezca entre los distintas demandas y sectores.
Estas reflexiones por su carácter dinámico han dado otro color al debate no ya sobre si las
feministas pueden vincularse con el Estado sino si pueden permanecer al margen de éste. Anne
Yeatman27, en una afirmación muy provocadora, sostiene que, en tanto actores políticos, las
feministas deben estar necesariamente involucradas en las políticas del Estado, y más aún en un
momento como el actual en el que la ola de privatizaciones y el imperio de una ideología de
mercado coloca al Estado como en el interlocutor por excelencia de toda demanda progresista
que reclame por una justa distribución de bienes y valores sociales, basándose en el acceso, la
equidad y la participación.
También Franzway se une a este planteo al decir que "el Estado es inevitable para el feminismo.
La cuestión no es si el feminismo debe vincularse con el Estado sino cómo hacerlo, en qué
términos, con qué tácticas, hacia qué metas"28.
Si vemos esta cuestión desde un nivel puramente práctico es indudable que los objetivos
feministas, cualquiera sea su tendencia, han tenido y tienen que ver con reformas legales,
educativas, del mercado de trabajo y políticas en las que el Estado tiene un papel importante
pese a todo su desmembramiento y debilidad actual.
Esta constatación no implica que la interacción entre las feministas y el Estado sea fácil ni que
no ocasione riesgos para ambos. Para el Estado negociar con el feminismo pone en riesgo sus
compromisos con otros sectores que encarnan principios patriarcales o a veces directamente
antagónicos, como puede ser la Iglesia y grupos de poder económico, lo que a veces lo obligan
a tomar posiciones que pueden ser impopulares frente a los intereses laborales o de poder
político de los hombres.
Para el feminismo, en cambio, uno de los riesgos más importantes tiene que ver con el hecho de
que una política organizada alrededor de la representación y la igualdad de oportunidades de las
mujeres puede llegar a deslizarse en los hechos hacia la satisfacción de los intereses de una
minoría de mujeres educadas y, en alguna medida, más concientes y proclives a un cambio de
su situación social, incrementado de este modo una división entre mujeres de distintos sectores
25
E. Laclau y Ch. Mouffe (1987): Hegemonía y Estrategia Socialista, Cap.4: “Hegemonía y radicalización de la
democracia”, Ed. Siglo XXI, s/f.
26
Franzway, Court y Connell, op.cit.
27
A. Yeatman (1993): Gender Matters in Educational Administration and Policy. A Feminist Introduction, en
Jijll Blackmore and Jane Kenway (eds.); London, The Falmer Press.
28
Franzway, citado en Conell (1986): “With Problems of their Own: Femocrats and the Welfare State", Australian
Feminist Studies Nº 3.
Pese a reconocer estos peligros muchos intentos de “feminismo en/dentro del Estado” han
implicado avances importantes. Aquellos con más continuidad instalados en los países
desarrollados muestran las potencialidades y también los límites de las propuestas asociadas al
feminismo liberal, al llevar adelante una estrategia que opera sobre la necesidad de legitimación
del Estado moderno, sosteniendo un discurso que maximiza sus principios fundantes, aunque no
llegue a afectar profundamente su estructura de poder interna ni su relaciones con otras
instituciones y actores sociales.
El escenario actual global y en especial el de América Latina ofrece nuevas y poderosas razones
para mantener abierto este debate, incluyendo como ejes centrales los efectos sociales e
institucionales de implantación del modelo neoliberal en los países de la Región.
Como es sabido y padecido por amplios sectores de nuestros países, y sobre todo por las
mujeres, las políticas estatales actuales no apuntan a expandir y diversificar los servicios para
satisfacer a diversos grupos sociales sino que hoy en día la prioridad es reducir costos como
expresión de eficiencia, cuando no la de subordinar el bienestar de las sociedad a políticas
económicas excluyentes y generadoras de desigualdades inéditas.
Esta posición no puede sino llevar a una política de género conservadora en la que los gobiernos
cortan el apoyo a las guarderías, limitan la inversión en salud y educación, aumentan la recesión
y el desempleo; se retrotraen leyes proteccionistas y están en cuestión los derechos ciudadanos
básicos.
Ahora bien: ¿cuáles son los márgenes de maniobra?. Con la crisis del Estado Benefactor y la
globalización del modelo neoliberal los argumentos y las estrategias que utiliza el Estado para
su legitimación son muy diferentes a las de décadas atrás.
Esto tiene un impacto severo en la vida de las mujeres, por cuanto redefine las fronteras del
ámbito público y privado, y obliga a reconsiderar qué cuestiones llegan a tener rango de
asunto público y cuáles quedan dentro de las responsabilidades privadas. En consonancia, se
alteran ciertos patrones de interlocución y canales de acceso y pierden significado ciertas
prácticas de representación e integración de intereses, determinados discursos y liderazgos y
las fuerzas políticas que eran anteriormente claves para el logro del consenso.
* ¿En que medida es posible continuar con la estrategia de intentar abrir brechas dentro del
discurso liberal clásico cuando el sistema imperante lleva a una subordinación del individuo a
las grandes corporaciones o los grupos económicos?
* En otras palabras: ¿cómo puede un modelo de crecimiento dominado por la lógica del
mercado, centrado en asegurar la eficacia independientemente del crecimiento de la
desigualdad y las exclusiones, aceptar la realización de políticas sociales que vayan más allá
de ciertas medidas compensatorias de carácter asistencialista?.
El panorama invita al pesimismo, sin embargo hay algunas voces que plantean la necesidad
de generar un nuevo acuerdo social, una nueva visión de desarrollo que articule lo económico
con lo social, orientada hacia políticas de equidad tanto en materia de género como étnicas o
raciales. Algunos autores, inclusive de la izquierda (como Laclau), insisten en la necesidad de
no romper con la ideología liberal democrática sino profundizar la crítica hacia su relación
actual con el individualismo posesivo e iniciar un movimiento de construcción colectiva de
una democracia radicalizada y plural.