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Desparramado en los cálidos brazos de mamá, un bebé Horacio aguarda con alegría el

regreso de su mejor (y único) amigo, y no ve la hora para sentarse en la sala a jugar


con él y las pelotas de trapo. Cuando por fin lo atisba llegando en una pequeña barca,
le es imposible ocultar la emoción que siente por su retorno, así que la traduce en
cortos balbuceos cargados de cariño y el primitivo y satisfactorio sentimiento de
seguridad que otorgar

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