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jeQUE SE SABE- SOBRE EL AMOR EN ; R;NCIA

EN EL SIGLO XII? ..

~~
~

{• ,
\, No hablaré del amor de Dios. Sin emba rgo, ¿cómo no hacerlo?
\1 Hay razon es imperiosas qu e ob ligarían a empezar por ese punto.
Efectivamente, si en la evolución de la cultura europea hay una
(t
inflexión, incl uso un hito dec isivo en cuanto a la idea que los
~ hombres se han hecho del senti miento que nosotros llamamos el
(\, amor, es en los escrito s de los pensadores de la Iglesia donde -.
(\ nosotros, los histo riadores, podemos discernirlo en pri mer lugar. En
efecto, esos hombres que pr ecisamente en el norte de Francia y en el
1\ umbral del siglo XII, en la escuela capitula r de París, en Saine-Vícto r.
I
1\ en Clairvaux o en otros monasterios ciste rcienses, y desde allí
1.
alcanzando r ápidame nte a Inglaterra, med itaban sobre las relacion es
~ afectivas ent re el Creador y las criatura s - ho mbres an imado s po r el
1\ mo vimiento de renacimiento que induci a a leer asiduamente los
g randes textos del clasicismo latino, ap rehend idos po r la progresiva
in re rio rizaci ón del cristianismo moti vado po r las repercusiones de la
cruzada y la atención más sostenida a las enseñanzas del Nuevo
Tesrarnento-e-- no tardaron en alejarse de una concepción egoc éntrica
del amor, la de la tradición patrística de Agu stín ty del pseu do-
Dionisia , para concebirlo, insp iríndos e en Ciceró n y en su modelo
de la amicilia, como un impulso voluntario fuera ' de si, olvidadizo de
si, des interesado y que conduce median te un progreso, una depura-
ción gradual, a la fusión con el otro.
,I .- 32
(
t
Del :amor,! del rnat rirnonio 33

Ahora bien, los frutos de estas reflexiones no per manecían


encerrados en los monasterios o en las escuelas. Se difundieron po r
roda la s ociedad aristocr ática, en primer lugar en virtud de esa
ósmosis qu e, por efe cto de una estrecha convivencia dom éstica ent re
clérigos y laicos;- lIevaba en las casa s nobles a que las dos cu lturas, la -
eclesi ástica y la c;ba lleresca, se cornpenerraran: posteriormente, en el
transcurso del sig lo XI! , debido al prog reso de la acción pastoral, al
esfue rzo delibe rado po r educa r, exho rtando y ser moneando, al
pueblo fiel. (Nume ro sos tex tos q ue nos informan sobre la evolución
del amo r q ue se exige al cr ist ian o hacia su Dios fue ron escritos para
servi r, precisamente, a es ta ed ucació n.)
Por o tra parre - y es esro lo que más no s imporra-, la
meditaci ón de los te ólogos y de los moralistas sobre la (aritos inclinó
ráp ida y naturalmente, mediante el sim p le juego de las metáforas que
propone la Sagrada Escritura, a prolongarse en una meditación
sobre el marrimonio, sobre la naturaleza y la cali dad de la relación
afect iva dentro de la pareja conyugal.
Sin em bargo , no hab laré del am or de D ios , y ello por un motivo
serio: porq ue no soy hist oriad or de la reo lo g la ni de la moral y
porque ot ros que ren ian cualidades pa ra hacerlo ha n hablado de ello
ab undanteme nte , escrutando to dos los textos. Yo soy histor iad or de
la sociedad feudal; busco co mp rend e r CÓmo fun cionaba esa soci edad,
y por ello me p reg unto so b re los co mporta mi entos y sobre las
representaciones mentales q ue han dirigido estos co mpo rta mientos,
Debo de finir claramente desde un principio el marco de un a
in vesrigació n cuyos p rime ros resultado s aporro aq uí. En mi caso no
puede tratarse de situar la evolución del amo r en el nivel de un a
simple historia de sent imient os, de pasi ones, de «mentalidades», que
sería autónoma y escaria aislada de la historia de los o t ro s componen-
res de la fo rm ació n social , des arraiga da. Por el cont rario , se tr at a de
inserta r esta evolución - y el ap a rt ado fundamental q ue dedican a la
enca rn ació n los pensadores sac ros del siglo XI! qu e he mencionado
me incita po r si sol o a hacerlo-e- en la ma terial idad de las relac iones
so ciales y de lo coridiano de la vida . Esta investigaci ón se sit úa en la
p rol ongació n di recta de la que he llevado a cabo recientement e sob re
la pr áctica del matrimonio . Es un preludio de la explo ración de un
te rreno mal conocido en el que empiezo a ave ntu rarme, prudente-
menee, cuando planteo el pr o blema de la co ndició n de la mu jer en la
sociedad que llamamos feudal. E n consecuen cia, el amor del que
El amor en 12 &b d Media y ~; ros ensayos

hablaré es aqu el de que es objeto la mujer, aquel que también la


anima a ella y que es leg ítimo dentro de su marco, la célula base de la
organización ' socia l, es decir, el , marc o conyugal. Mi pr egu nta
concreta será: ¿qué se sabe sob re el amor en tre los espo sos en la
-Francia del siglo X II ?
No sabemos nada, y pienso que, respe cto a la inmensa mayoría
de las familias, nunca lo sab remos: en el norte de Fran cra, en esta
épo ca tempr ana, la co nyuga lidad popular escap a totalmente a la
"
observació n, Los pocos atisbos se dir ige n en su tota lidad a la cima
del edificio social, a los g randes, a los ricos, a la aristo cracia más alta,
a los príncipes. Se hab la de ellos; paga n, y mu y caro , para qu e se

, hab le de ellos, para que se co nme mo re su g loria y par a que se
- denigre a sus adversarios: Todos están casados, lo cual es necesario,
ya que la superv ivencia de una casa depende de ellos. Así pues,
alg unas figu ras de esposas su rgen, junto a ellos , de las so mbras.
Sucede qu e del sentimiento que les unía ya se han dicho algu nas
co sas.
Sin embargo , todos estos testim on ios -y los mejores proceden
de la literatu ra genea lógi ca, dinástica, qu e se desarr olla en esta
región durante la seg und a mitad del sig lo XII- se atienen a lo que
I! las conveniencias permitian expr esar por entonces. Se quedan en la
• sup er ficie, m uestr an sólo la fachada, las acritudes afectadas. Cuando
.el discurso es agr esivo, redacta do contra poderes competidores, al
marido al qu e se quiere desacreditar se le moteja en primer luga r de
en gañado y es objeto de burla; po r otra pa rte, también se le llama, en
el larin de estos textos , redactados tod os ellos en el lengua je hier ático
de los monumentos de la cultura, ux orius, es deci r, so juzg ado por la
1 mu jer , desvirilizado , despojado de la necesaria preeminenc ia, consi-
~l, derán dose esta deb ilidad como efecto de la p uerilita s, de la inmadu-
.:
"
rez. E fectivamente, el ho mbr e que to ma mu jer, ind epen dientemente
,

de su edad, debe compo rtarse co mo senior y mantener a esa mu jer
.. bajo su estrecho control. Por el co nt rario , cua ndo el discurso
g lo rifica al héroe, es decir, al comand itar io o a sus antepasados,
cuando es elogi oso, su auto r se cuida de evo car las desavenencias;
ins iste en la perfect a dilertio ; ese sentimiento condescendi ente que los
seño res ,deben mostrar hacia aquellos a los que p rotegen y que el
esposo man ifiesta hacia esta esposa siemp re hermosa, siem p re noble
y a la que ,ha desflorad o; si se qu eda viudo, se le muestra, co mo en el
caso del conde Baldui no II de Guines, enfermo ~e pena, inconsola-

1
.1
.~
Del amor )" del matrimonio

ble, D< este ' modo se extiende un velo ante la realidad dc· las
act itudes . En este tipo de escritos la i<l<o logia de la <¡u < so n
expresi ón, 'lu<, en este nivel social, en .1 tran sc ur so d el sig lo XII,
coi nc ide con la jdeología d e los clérigos en det erminad , " 1''' l o s
decisivos, se convierte en una pantalla.
En primer tug3r, hay un ac uerdo sobre un pos tulado pr ocl amad o
obstinadamente: 'lU< la mujer es un sor d ébil 'lU< debe sor sometido
necesar iamente dado 'lU< es naturalmente perversa, 'lu< está cansa "
g rada a servi r al hombre en el matrimonio y 'l u< el hombre tien e el 1
derecho legit im o a servi rse de ella . En seg u ndo lu gar, en contramos f
la idea, cor relativa, de 'lu< el matrimon io fo rma la base del orden
socia l, 'lu< este o rden se funda en un. relaci ón de de sig ualdad, en ese ~
intercam bio de d ilección y de reverencia 'lu< no es di stinto de lo 'lu< ~
el latin de los escol ásticos denomina caritas. l
Sin emba rgo, cuando, al bu scar Otros indi cio s más explíciros
so b re lo concret o de la práctica matrimonial, intentarnos ir m ás allá 1
d< las apariencias, p<n<t ra r en esa co rteza de oste ntaci ón y alcanza r (
los comportamientos en su rea lidad , disce rnimos 'lu< al despliegue (
de la caritas en el seno de la conyugalidad se opon ían po r entonces
g rand es o bstáculos, 'l u< d iv ido en dos caregorias, (
. Lo s más abruptos so n resul tad o de las cond iciones 'lu< presid ían (
la formaci ón de las pa rejas, Es evidente 'l U< en ese entorno social
todos los matrimonios eran concertado s, Lo s hombros hab ían ,
habl ado entre dios, los padres o alg ún ho mb re en pos ición pat<ma , ~
como el señ or del feudo si se trata de l. viuda o de las hu érfanas del (
vasallo d ifunto . A menudo el int eresado -djUl'tnis, el caballe ro 'lu< (
bu sca fijar la residencia, pero 'lu< no habla a aquella a la 'l u< quer ría •
atraer a su lecho , sino • Otros hombres-e- tam bi én se habla ~
exp resado . Co mo cosa se ria 'lu< es, el matrimon io es un asunto ~
masculi no. Evide ntemente, de sde med iad os del siglo XII la Igl esi a (
hizo admitir en la alta aristocracia 'lu< el vincu lo conyu ga l se (
establecer á mediante consencimienro mutuo, v codos lo s textos, es-
peci alrne n re l. literatu ra geneal ógrca . firma n" claramente es te p rín- (
cipio: aquella 'lu< un homb re <ntr<ga en matrimonio a Otro hombre (
tiene algo 'lu< deci r, ¿Lo d ice realmente? (
No de ja de haber alusiones a [ óvenes reac ias; p<ro tales reiv ind i-
caciones de libertad, O bien so n denunciadas como cu lpables cu ando (
la jo ven, neg ándos e a ac.<p ta r • aquel 'lu< s< ha d eg ido pora ell., (
afirma 'l u< .ma • otro, cuando ha bl. p tecisam<nt< d< amor - su- (
(
(
" (
J6 El amor en la Edad Me dia y o tro s Ctu2yo s

friendo pront:lmente e! castigo divino- o bien son objeto de


alabanza cuand o se trata de otro amor, e! amor de Dios, cuando se
rechazan las nupcias por vo luntad de castidad. (A pesar de ello, los
dirigentes de la parentela no .parecen inclinados a respetar ..tales
disposiciones de! alma: los m.19~ tratos que fnfligió· a la madre .de
Guiberr de Nogent la familia de su .difun to marido , que quería, en
cont ra de su voluntad, volver . casarla, no fue ron menos violentos
e ni menos eficaces que los que ab rumaron a Ch ristine, la reclusa de
\ Sainr-Albans.) Normalmente las mu jeres estaban bajo e! poder de los
hombres; la norma estricta era que las jóvenes fuesen entregadas
:(
mu y pronto.
.~
Se daba un a extrema precocidad en los sponsalia, cere monia
mediante la Cual se concluia e! pacto entre las dos familias y se
tt: expresaba e! conse ntimient o mut uo; cuando la niña era demasiado
jo ven para hablar, un. simple sonrisa po r su parre parecía ser un
<- signo suficiente dé su adhesión. T amb ién eran precoces las nupcias.
e L. moral y l. costumbre permitían separar a la niña a partir de los
( doc e años de! u niverso cerrado reservado en la casa. las. mujeres,
donde habia estado cobijada desde su ' nacimie nto, para conducirla
( pomposamente a una cama. para colocarla en los brazos de un ve jete
( .1 que nunca hab ía visto , o bien de un ado lescente poco mayor que
( ella y que, desde que habla salido de las manos femeninas, a la edad
de siete años, no había vivido más que pata e! futuro co m bate
(
mediante el ejercicio del cuerpo y la exaltació n de la violencia v iril.
e
( En la investigación tan incierta sobre la prehistoria del amo r, el
(' historiador está obligado a toma r en conside rac ión tales pr ácticas ya
im.gi n3t su inevitable reper cusión sob re la afectividad conyugal.
('- Evi de nte mente no sabe mucho sobre el primer encuent ro sexual (.
(' pesor de qu e era casi público); sin embar go, en medio del g ran
(, silencio de los d ocu mentos aparecen algunos indi cios de 'sus funestas
consecuencias: este es el caso de la dispensa conc<rlid. por el papa
( Alejandro auro rizando a casarse de nuevo al joven que habla
( mutilado irremediablemente . 1tierno brote abandonado a las bru tali-
r dade s de su inexperiencia; más a menudo, el brusco camb io del deseo
(amor) po r od io [odiso»} que se op era en l. mente de los maridos (y
es necesario destacar que su reacci ón afectiva es la úp.ica q ue es
tenida en cuenta en cualquie r circunsta ncia) tras la p rimera no che de
las nupcias; tantas alusiones para lo poco que se suele revelar de estas

-,
Del upor y del ma tt imon io "37

cosas, a la impotencia del joven casado, a fracasos, siendo el más


sonado el del rey Felipe II de Francia ante lngeborg de Dinamarca.
Quizá heridas tan fuertes como ésra eran excepcionales; sin
embargo, debernosconsiderar la alcoba de los esposos, ese taller en
el corazón de la morada aristocrática donde se-forjaba el nuevo
esla~ón de la cadena dinástica, no como el lugar donde se producen
esos insulsos idilios con los que entretiene hoy en día, en Francia , la .
novela histórica en su impetuosa e inquietante floración, sino como
el campo de batalla de un combate, de un duelo cuya aspereza era
muy poco propicia al fortalecimiento entre los . esposos de una .
relación sentimental basada en el olvido de uno mismo, la preocupa-
ción por el arra, esa apertu ra de corazón que requ iere la caritas,
arra ripo de obsráculos eran erigidos por los propios moralistas
de la Iglesia inocentemente, y por numerosos sacerdotes a los que
obsesionaba el miedo a la feminidad . En el desarrollo de su
ministerio ' trataban' de reconfortar a las mujeres .viCtimas de la
conyugalidad, qu e en esa época debía n de ser numero sas en tal
ento rno social, lastimadas, desam paradas, repudiadas, escarnecidas,
golpeadas. De entre las cartas dé dirección espi ritual dirigidas a
esposas romo una que data de finales del siglo XII. Procede de la
abadía de Perse igne, uno de esos monasterios cistercienses donde
por entonces se tra bajaba en los ajus tes de una mo ral para uso de los
laicos, do nd e se afinaban para los eq uipos de predicado res seculares
los instrumentos de una exhortación edificant e. El abad Adam, en
esta epístola cu idadosamente pulida, se ded ica a cons olar y a.g-;; i:'r a
la con desa de Perche. Esta, sin duda inclinada a retraerse, a resistirse,
pero vacilante, se pre guntaba cuáles eran los debe res de la mujer
casada, hasta qu é punto había de plegarse a las exigencias del espo so,
cuál era exactamente la cuantía de la deuda, del debitum , ya que era
med iante este término, de una aridez jurídica deso ladora, como el
discu rso mo ralizant e definía el fun da mento del affutuJ conyugal. E l
director se dcdi ca a iluminar esa co nciencia inqu ieta. En la perso na
humana, dice, existen el cuerpo y el alma. Dios es pr opietario de
ambas , pero, según la ley del matr imonio, qu e él mismo ha
estab lecido, concede al espo so (del mismo modo qu e era concedida
una tenencia feudal, es decir, cediendo su uso, pero conservando un
poder eminente sobre el bien) el derecho qu e disfru ta sob re el
cuerpo de la mujer (de este modo el marido toma posesión de est e
cuerpo, se convierte .en su prop ietario , autorizado a servirse de H, 3.
-Ir"

..:f[~¡:.~f
- I
,
• 38 .El am or en la Edad Med ia y otros ensayos

explorarlo y hacer que dé frutos):' Sin embargo, continúa Adam de


. ,.,
:.:1; Perseigne, Dios conserva para si e! alma: «Dios no permite que e!
.
.1 "; . alma pase a manos de orro .» .-
Por tanto, en e! estado conyugal e! ser se encuentra dividido. .'
Que la condesa de Perche no lo olvide- en realidad tiene dos esposos
a los cuales debe servi r equitativament e, uno investido de un
derecho de uso sobre su cuerpo, e! otro dueño absoluto de su alma;
ent re estos do s espo sos no son posibles los celos si la mujer se ocupa
de da r a cada uno lo que le corresponde: «Seria in justo tra nsferir e!
, derecho de uno o de otro a un uso ajeno.»
\
Entendámonos: la in justicia, la negación de la justicia seria que,
"
:! profundamente herida, incapaz de vence r su repug nancia, la esposa
,I .,'
1:
,1 , I se hurtara, negara su cuerpo a su mar ido, no pagando su deuda .
(Señalemos que Adam de Perseigne no se plantea en ningún
momento que la muje r pue da ser de mandante, que ella tam bién esté
¡i:¡ l' -e--a pesa r de que es lo que dice el de recho 'canónico-- en posesión
de! cuerpo de su marido, en pos ición de reclamar lo que le
1-.1
:! corresponde.) Sin em bargo, tambié n seria: injusto qu e di ese a su
esposo, al mismo tiempo que su cue rpo, su alma. He aqu i la
li
I! conclusión de este pequeño tratado moral: no tienes derecho a
11 negarte. No obstante, «cuando e! esposo de.la carne se une a ti, pon
., tu goz o [esta palabra, elegida deliberadamente, pertenece al vocabu-
lario de las nupcias; sirve en e! vocabulario cortés para celebrar el
''1
.1I placer carn al]' en permanecer unida espiritualmente a tu esposo
q I
celeste» , Por tanto, de mármol; sin ningún estremecimie nto del alma.
a,1 Ahora bien, esta carta, bajo la forma en la que nos ha llegado, no
:; 1
tenia un destino ínt imo. Había sido escrita para circular, pa ra que e!
;1i I
.1 mensa je fuese rlifundido ampliamente, como median te un sermón,
;' :¡ para que enseñase a todas las princesas, a las damas de su entorno
,! ~ I
!~ :! preocupadas por su frigi dez o por sus arrebatos de deseo , cómo
,! -t,
amar en e! matrimonio . De hecho, e! eco fiel de esta exh ortación se
.: -l . vuelve a encontrar en numerosos textos, especialmente en las
biografias de mujeres sant as cu ya preocupación por rectificar la
conducta de los laicos mostrándoles e! ejemp lo de las vi rtudes hizo
qu é se multiplicaran a ·finales de! siglo XIl. Así, encontramos la
misma idea, y casi los mismos términos, en la vida 'd e Santa Ida de
Herfeld , que estuvo «atenta [al mismo tiem po que se unía a su
marido) a dar a Dios lo que le co rrespo ndía, conteniendo en su justa
medida su 'mo r segú n la carne para que su espíritu [co mo ve mos, se

~ .
-,

Del amor y del matrimoni o

trata de la misma división 1 no fuese manchado por un trato


volo».

Asi pues, resulta que;" para los eclesiásticos del siglo XII, cuya
influencia iba merm ando la lenta difusión de las prácticas de la
penitencia privada, en esos seres frágiles que son las mu jeres, el
impulso del alma, ' voluntario , fuera de si, es decir, el amo r tal y .~
como es definido por los pensadores sacros, sólo podia, segú n la 1(
'justicia, dirigirse hacia Dios, Evidentemente, no todas las jóvenes
pueden ser consagradas, abandonadas tota lmente al amante divino,
Es necesario que algunas de ellas sean cedidas a un hombre, aunque, ~.
en este caso, deberán permanecer fieles a este amo r primo rdial sin
distraer nada de él, evitando entregarse totalmente. Su debe r no es '((
compartir su amor , sino, compart irse ellas mismas. Es una disocia-
ción, .un desdoblamient o de la person a: a un lado (por part e de lo ((
terrestre, de l o carnal, de lo inferior) la obediencia pasiva; al otro, el (('
impulso hacia arr iba, el ardor, en una palabra, el amo r. Debe haber ~(
un desdoblamiento en el matrimonio, aunque sólo de la persona
femenina. No está permitido imag inar que el hombre tenga en los (1'
parajes celestes otra compañe ra con la cual, en el acro sexual, \¡'
permanezca, por utilizar las palabra s de Adam de Perseigne, espi ri- (1'
tualmenre un ido. El hombre no tiene más que una esposa; debe
tomarla tal y como es, fria en el pago del debiuo», y le está proh ibido {¡'
enardecerla. , f(¡ ,
¿Es temerario pensa r que, en ocasiones, los maridos se exaspera- \ ,'
ran al senti r entre sus mujeres y ellos, no ya la presencia del esposo
celeste, sino la del sacerdo te? ¿Cuántos hombres -como aquel de ' \ ('
quien G uibert de Nogent quería convencernos de que estaba loco-- ','
clamaban po r su casa a propósito de una esposa obstinadamente I ¡'
cerrada: «los sacerdo tes han plantado una cruz en los riñones de esta
mujer»? Afortunadamente para nuestra información , entre los el éri- (,'
ga s que escribian por aquel entonces algunos expresaban otra moral, ('
la cortesana,' Este es 'el caso de Gi slebert, canónigo de Mons, cuyo
testimonio, exactamente contemporáneo del de Adam de Perseigne,
utilizo a continuación .
Es precisamente un oa ialis, uno de esos intelectuales que, cada
vez más nume rosos, ponían su talen ro al servicio de los príncipes.
Alimentado desde su infancia en casa de los condes de Ha inaut, :"'
realizó allí funciones relacionadas con la escritu ra, estrechamente
te '
.¡ ,
(e
40 El amor en la ' Ed ad Med ia y otros cns:1 Yos

vinc ulado al conde Balduino V, su compañe ro . Cuand o éste mur ió,


en 1195, G isleberr, desposeído por los compa ñeros del nue vo conde,
tUVO que abandon ar la co rte; al retirarse, se dedicó a redactar un a
cró nica so b re el principado en ho no r de su difu nto -señor. En ella, le
adornaba con todos los méritos, alabándole especialm ente po r lo
r. bien' q ue hab ía casado a sus hijos. Ya en fecha muy temprana había
I
( . co ncertado co n los jefes de la casa de Champaña que su ltijo mayor
tomaría esposa en cuanco tuviera la edad apropiada, lo cua l se
I
,Q p rod ujo en 1185, año en qu e tuv ieron lugar las nupcias.
G isleberc señala la edad de los cónyuges: Balduino (futuro
(' em perado r de Constantinopla) tenia trece años. María, doce . Des-
« pués, en una frase, describe el comportamiento de los recién casados.
( La mirad a de Gi slebert es fría, aguda; la de un administrador atento
~. a lo concrero de la vida; esta visión es crítica, no le gusta Baldui-
( no VI , que le ha expulsado de su puesto. ¿Q ué es lo que dice?

,
( En primer luga r recuerda la juventud de los esposos: clla «muy
[o ven», y él, «caballero mu y jo ven». Ya que fuc precisamente por su
gra n juvencud por lo que el propósito de vida que' eligieron pareció

,(
e..xtra ño , inconvenicnce, condenable. Efectivamente, se vio a Maria
cerrarse, retirarse en su devoción, en la oración nocturna, la de los
,r, mon jes y los reclusos, las abstinencias, el ayuno. Siguió viviendo
como lo había hecho cn el co nvento do méstico del que salió, se
im po nia una disciplina más propia de viudas O de. virgenes que de
esposas. A los o jos de todos, esta retirada, este refugio en el qu e una
recié n casada había decidido encerra rse, la actitud de la penitencia,
pero so b re todo lo que tenia de postura defensiva contra ataques que
le repugnaban , resultó completamente indeco ro sa.
Pu es el marido no se hab ía aparcado, sino todo lo con trario . En
esta m isma frase Gi slebert le muestra tota lmente entregado al amo r.
Deliberadarnenre, este bu en escríror , que es autor de la Chroni'll/t dt
Hainaut, no habla de caritas, elige este término, amor, puesto que se
traca de 'eso , del deseo ardien te, acuciance, que, según las convencio-
4 nes cortesanas, asedia a un¡II:JtniJ miles, Es necesario entender bien el
( sen tido de la expresió n: aq uel que en aquella época era llamado
( «jo ven» es un bachiller, un caballero que to d av ía no se ha casad o. ......
(
Efectivamente, un deseo tal es tanto más ardiente cuanto que no ha
sido saciad o. El amor del que aqui se habla no cuadra -y esto es lo
esencial - al hombre que tiene una esposa. Pare ció risible que el
jo ven Balduino , después de sus nupcias , sig~i:se ~':.ni endo_ an.-::....su

¡
(.
Del 2mO( y del ma trimon io 41

mujer la actitud de un bachiller, un estado de deseo, que no sacia ra


en e! lecho n up cial ese deseo o qu e no lo llevase a otro luga r, que
permaneciese, como insiste Gislebert, «arado a una sola mu jer», la
suya,-que se resist ía. A continuación encontramos esta o..b servaci ón:
una actitud como ésta en los hombres es totalmente insólita. ¿Se
trata de un elogio? En absoluto , tod o· lo contrario: en e! ambiente
cortesano, cuyo po rtavoz exacto y lúcido es el canónigo de Mons,
esta actitud convierte a qu ien la mantiene en objeto no de admira-
ción, sino de escándalo, e incluso de burla. En Mas y en Valencien-
nes se reían de este jovencito cu yo matrimon io acababa de .situarle '
ent re los seniores, qu e a partir de entonces debía co mpo rta rse como'
senior; se reían de él po rqu e había respetado las int enci o nes de
continen cia de su esposa, po rq ue no la había forzad o, y sobre. tod o
se reían de él po rque no llevaba su ard o r a ot ros lugares, po rque -y
e! text o que ut ilizo lo repite-- se «co nfo rmaba con una so la». . Se
trata de un excé nt rico, ¡ridículo !
Ya he dich o q ue, en e! estado co nyugal, la perso na femeni na era
compa rtida; pues bien, la perso na masculina también se desdobla,
pero de fo rma diferente; aquello q ue puede haber en e! hombre de .
deseo, de imp ulso, de amor, no se expa nsiona, com o debe hacerlo e¡"
amo r femenino, en la sublimación, en lo espir itual, También se
escapa de la sujeció n matrimonial, pero sin abandonar e! mundo, la
tierra, lo carn al. Se vuelv e hacia e! juego, hacia los espacios
despejados de la g ratuidad, de la libertad lúdica. Así nos en contra-
mos ant e las propias palabras que e! autor, prob ab lemente masculi-
no, de cartas arribuida s a Eloisa, da a ésta: 1"'1110rtm tonjugio liblr /o /lm
vintulo preferebam», De rodas maneras, e! mat rimon io no es e! lugar
de lo que se definía por ent o nces co mo e! amo r, ya que los esposo s
no po dían abalanzarse uno so bre otro llenos de ardor y de veheme n-
cia. Esto es lo q ue pa rece que significa un capitel esculpido en la
nave de la iglesia de Civa ux, en Poi tou: en él vemo s dos có nyuges
juntos, pero aun estando de frent e, no se miran; ella mira hacia e!
cielo, y él, ¿hacia dó nde mira? Hacia la mernrix, e! amor venal, hacía
la amito , e! amo r libre, e! amor juego.
-....' Es ta cons tatación no debe so rp rend er; hace tiempo que Plúlippe
Aries y Jean-Louis Flandrin han señalado que en todas las socieda-
des, excep to en la nuestra, e! sen timiento que une al homb re y a la
mujer no puede ser de la misma na turaleza dentro y fuera de la célu la
conyugal. Dado q ue e! orden social descansa completa mente so bre e!
42 El am o r en la Edad Med ia y otr os en sayo s

matrimo nio y que es una institución. un sis tema [urld ico que une,
aliena y obliga con el fin de asegurar la reproducción de la sociedad
en sus estruc turas , yespecialrnenre en la estabilidad de los pode ros os
y de las fo rtunas, nole conviene aceptar la fri volidad, la pasió n, la
fanta sía y el placer, y cuando comienza a aceptarlas , ¿acaso no
im plica ' que la institución ha perdido sus funciones y tiende a
disgregarse? E n el matrimonio radica lo serio , la gra vedad; esto es lo
qu e dice Mo neaigne: en el matrimoni o, relación «religiosa y devota»,
el place r debe ser «ca neen ido, serio y mezclado con cierta seve rida d»,
la voluptuosidad «prudente y concienzuda». Es lo que Lacios pone
en boca de la marquesa de Merteuil en la ca rta 104 de las L ioisons:
«No es que desapruebe qu e un senti miento hone sto y agradable
embellezca la relación conyugal y suavice de alguna mane ra los
de beres que ésta impone [la marquesa está describiendo a Otra
mu jer]; pero no es :i él a quien corresponde forrnarlo .» Affulio,
dilectia, pero sin amo r. E n este pun to, en el sig lo XII, todos los
ñoin bres, tanto eclesiásticos com o co rtesanos, estaba n de acue rdo.

El evocar esta disociación, esta inclinació n del amor fuera del


núcleo conyugal, me lleva a considerar, para terminar, esos ritos de
la sociabilidad aristocrática ordenados en tomo a un senrimienro qu e
los especialistas de la literatura med ieval han llamado el amor co rtés .
Hasta ahora no he dicho nada de él, y no diré más de lo que he dicho
del amor de Dios, porque no soy historiador .de la literatura y
porque otros ya han hablado abundan temente de este amor; pero
sobre todo porque pers iste la duda de si este sentimiento existió
realmente fuera de los textos literarios y porque es segur o, en todo
. caso) que los . escarceos de la galanreria en esta época nunca
constituyeron más que un simulacro mundano, un vestido de desfile
arrojado sobre la -verdad de las actitudes afecti vas. Finalmente, lo
que acabo de proponer so bre el amor conyugal me obliga a tres
breves observaciones concernientes al «amo r refinado» que me
. parece que pueden ayudar a comprender las palabras que lo
describen, asi como a situarlo mejor entre los comportamientos
sociales de esta época. .
En primer lugar, creo que el lugar que otorgan al matrimonio en
la 'organi zación de la sociedad feudal las prácricas del matrimonio y
la' moral creada para justificar estas prácticas, exp lica muy bien que
- -.todos los.poemas y todas las máximas sitúen el amor cortés fuera del
1
Del amo r }' del matrimonio

terreno matrimonial, ya que el am o r refinado (no habl o del amor


tenebro so, fatal, a lo Tri stán, que es una cosa mu y distinta) es un
juego en el que el terren o debe ser, no el de las o bligacio nes y las
deuda s.Isi no el de las aventuras de la libertad .
Se ü ata de un juego - y esta es mi segunda observación- acerca
del cual ya he señalad o en otra parte que desempeñaba un papel
funda me ntal, paral elo al del matrimonio en la distribución de los
pod er es en el seno de las grandes casas principescas. T ambi én he
dicho que se trataba de un juego de hom bres, espec íficamente
masculino, del mismo modo que es masculina toda la literatur a que
expo ne las reglas y que sólo exalta valo res viriles. En este juego , la
mujer es un señ uelo ; cumple dos funcion es: por una parte, ofrecida
hasta cierro punto po r aq uel que la posee y que lleva a cabo el juego,
constituye el preci o de una compet ición, de un conc urso permanente
...
ent re los jóvenes de la co rte, aviva ndo entre ellos la emulac ión, l,
canalizando su potencia ag resiva, dis ciplinándolos, do mesticá ndolos. ...
Por o tra parte, la mujer tiene la misió n de educar a esos jó venes. El
,
amo r refinado civil iza, co nstituy e uno de los eng ranajes esenciales en
el siste ma ped agógico cuya sede es la corte principesca. Es un
ejercicio necesar io de la juventud; una escuela; en esta escuela la
mujer oc upa el lugar del maestro. Sus enseñanzas so n tanto me jore s
cuanto que agu zan el deseo; po r tanto, es conveniente que se niegue,
y so bre todo que esté vedada. T am bién es conve niente que sea una
esposa , y mejor aún si es la mu jer del seño r de la casa, su seño ra. Así,
se encuentra en situación dominant e, esperando ser ser vida, dispen-
sando parsimoniosarncnte sus favores, en una posición hom óloga a
aquella en la que se encuentra el seño r, su marido , en medio de la red
de podere s verdaderos. A pesar de lo cual en la ambivalencia de los
roles atri buidos a estas dos personas de la pareja señorial, este amo r,
el amor, el verdadero, el deseo contenido, aparece como la escuela de
la amistad, de esa amistad de la que, en la época, se pensab a que
debe ría estrechar el vínculo de vasalla je y afianzar de este modo los
funda mentos pol íticos de la organización social. Podemos pre gun-
tamos, partiendo de las recientes investigaciones, atentas a descubrir
las tendencias homosexuales bajo la trama de poemas de amor cort és,
si la figura de la domina no se iden tifica con la del dominuJ, su esposo,
. jefe de la casa.
De este mod o llego a mi últ ima reflexión . La jerarqu ia es ~-
"necesaria; la relación pedag ógica, la confus ión en-trela iiriag.n de la --- ~~
_. _ :::J

El :amor en la Edad Med ia 1 ot ro s -ensayes

señora y la del seño r, la lógica del sistema imponen que el amante se


encue ntre en situa ción de su misión. Sin embargo , hay que señalar
q ue, necesari am en te, este amante .es un j w tni¡: los hombres casados
está n fuera del juego; esto es lo q ue no dejan de repetir Marcabru y
Ce-;camo n. Debo reco rdar aqui la opinión de Guillermo de Malmes-
bu ry respecto al rey Felipe 1 de Francia, casado, quien, al pe rseg ui r a
una mujer que deseaba, actuaba como un jo ven: «No concuerdan
bien y no permanecen en un mismo luga r la majes tad y el arnor.s E]
(~
amar, el amo r refinado, ese juego educativo, está reserv ad o a los
• varo nes so lteros . Y poco a poco las fo rmas literarias hacen deriva r
las ostentaciones corteses haci a los rituales prenupciales; en el
umbral del siglo XIII ya están b ien establecidas, cuando Guillermo de
Lo rris compone el p rimer Roman d, la Rou.
Sin embargo, los seniores, como afirmo. G islebert de Mons, no
tenían po r costumbre conformarse eo n una sola mujer. El lugar
rese rv ado a los bastardos del seño r en la literatu ra geneal ógica lo
co nfi rma . Los escrito res a sueldo los mencionan con complacencia,
ya que el am o deseaba que las p roezas sexua les de sus antepasados y
las su yas propias fuesen celeb radas igualmeme. Cuando Larnberr de
Ardres evoca la briosa viveza genésica del conde Balduino II de
(, Guines, afirma que todos sus hijo s nacidos fuera del matrimonio
--eran treinta y tres, mezclados co n sus hermanos y hermanas
t, leg írimas, llo rando en las exequ ias de su difumo pad re- hab ían sido
(.' eng endrados bien ames de las nupcias, en los excesos licite s de la
( . juve m ud, bien desp ués de la disolución del víncu lo co nyugal, en la
libert ad reenco ntrado. de la viudedad . Gislebert de Mons es más
1',1 cíni co: su héroe, el conde de Hainaut, se había casado demasiado
<,' pronto y se había quedado viudo demasiado tarde; evid entemente,
<: du rante su matrimonio había conocido a Otras muchas m ujeres,
ade más d e su esposa. Po r añadidu ra, todas estas co mpa ñeras eran
(} defin idas , al ig ual que las leg itimas, como hermosas (la ex cusa) ,
1, nobles (las conv eniencias lo exigen) y a menudo vír genes (lo q ue
.(1
, eng rand ece la haza ña), Sin embar go , en n in guna parte se dice q ue
hay an sid o co rtej adas, q ue am es de to marlas su seducto r haya
realizad o en tomo a su pe rso na litu rgias del amor refinado. Simple-
mente fo rni caba, ya qu e este ho m bre, como era un marido , ya no era
un «jo ven». No obstante, el matrimon io, teniendo en cuenta lo que
(, era y que, por definición, no era el lugar donde se producía el
arrebato del cuerpo, cumplía mal la funci ón de apaci guamiemo que
(/
(, .

.e'
Del amo r y del m:urimooio 4S
.
Pablo le ~signa en la pr imer a epistola a los Corint ios. Balduino de
Guínes, Baldu ino de Hainaut y tantos o tros, a pesar de estar casados ,
seg uían siendo ardi ente s.

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