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BAJO CONTROL REMOTO

El señor Malbran trabajaba en la farmacia. Le habían dado una camisa celeste sin corbata y una
pistola y todas las mañanas montaba guardia en la puerta desde muy temprano hasta las 5 de la tarde,
cuando lo venían a reemplazar. Apenas llegaba a su departamento, en Caballito, se dejaba caer en el sofá
y encendía la tele. Hundido en el sillón, dejaba de ser el guardia alerta y enhiesto para convertirse en un
hombre viejo y agotado al que le gustaban los programas cómicos, aunque nunca se reía con las bromas,
y los de entretenimiento en los que la gente tenía que responder preguntas complejas y se ganaba una
suma de dinero o un auto.

La señora Malbran paseaba con su perro Willy tres veces al día por Parque Centenario, menos
para que hiciera sus necesidades que para satisfacer las de ella, que, por supuesto, no eran las mismas.
Ella necesitaba informarse de las últimas novedades del barrio, de la ciudad y del país. Por eso hablaba
con cada uno de los porteros de los edificios cuando barrían las veredas, porque son los que más saben y
que, si no lo saben, lo imaginan con la precisión de un acontecimiento real. A ella le interesaba saber
sobre todo si había ocurrido algún robo en los edificios de la zona, un hurto, un incendio o algún
cacerolazo pero no era que lo preguntara porque tuviera miedo sino porque esos acontecimientos le
producían una suerte de excitación de la que su vida carecía por completo. Por ese motivo también era
una ávida consumidora de noticieros (no de diarios, que daba tanto trabajo leerlos)

Es así que volvió a protestar cuando encontró al señor Malbran plantado como todas las tardes en
el sofá monopolizando la televisión y el control remoto que apretaba en su mano izquierda. Impasible al
encendido borboteo de sus palabras, él mantuvo silencio y cuando consideró que esa vez se prolongaba
más de lo acostumbrado, manoteó con la mano derecha la pistola que se sacaba apenas llegaba del
trabajo y colocaba a su lado sobre el almohadón y le disparó. La señora Malbrán, ciega de dolor pero
sobre todo de rabia, salió del living y del departamento dando tumbos primero y arrastrándose después. El
señor Malbrán, después de callar con un grito a Willy que no paraba de ladrar, siguió concentrado en la
pantalla del televisor. Cuando unos minutos después _ en el preciso momento en que uno de los
participantes intentaba responder el grado de inclinación que tiene la Tierra con respecto a su eje_ el
programa fue interrumpido por una tanda de publicidad y por las noticias de último momento que se
anunciaban en blanco bajo fondo colorado, maldijo en voz alta. Bajo las miradas estupefactas del portero,
vecinos y transeúntes, la cámara mostraba la mancha de sangre sobre el pecho de la señora Malbran que
agonizaba en el palier del edificio.

Cuando entraron a buscarlo, los policías se anticiparon ágilmente a los movimientos del señor
Malbrán y le dispararon un segundo antes de que él pudiera pulsar el control remoto con el que los
apuntaba.

IRENE KLEIN. (Inédito)

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