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El cardenismo y la búsqueda de una


ideología campesina
Marjorie Becker
Departamento de 'Historia
Universidad de Yale

Los constitucionalistas, al salir victoriosos de la Revolución


Mexicana en el año 1920, se enfrentaron a un dilema. U na
vez derrotados los ejércitos populares de Emiliano Zapata y
de Pancho Villa, pensaron que habían ganado el derecho de
construir un Estado post-revolucionario que reflejara sus
intereses. Sin embargo, los fantasm as de los ejércitos popu­
lares los seguían rondando. Las nuevas élites revoluciona­
rias se vieron así forzadas a determinar simultáneamente la
m anera de crear un Estado a su propia imagen constitucio-
nalista y la forma de evitar una ulterior insurrección popu­
lar.
A pesar de su deseo de crear un gobierno estable, los
intentos de los constitucionalistas fracasaron; sus propósi­
tos de pacificar el campo resultaron fallidos precisamente
porque no entendieron ni las motivaciones de la protesta
popular ni la m anera como el pueblo entendía lo que era un
gobierno legítimo.
Los líderes constitucionalistas, que en general no eran
campesinos, no acertaban a comprender que esos mexicanos
tan comunes y corrientes tenían nociones ideológicas sobre
lo que constituía la esencia de un gobierno legítimo: la rela­
ción entre los gobernantes y los gobernados.
Por creer que los campesinos sólo estaban motivados
por el deseo de tierra y que únicamente eran sensibles al
soborno y al poder militar, los constitucionalistas, en la
búsqueda de una pacificación rural, combinaron en propor­
ciones variables reforma agraria y coerción ñsica.
La respuesta del gobierno al reto que los cristeros lanza­
ron contra su consolidación durante los años de 1926 a 1929
revela claramente el fracaso de estas fórmulas. El presidente
Plutarco Elias Calles, al aplicar la receta, se apoyó en el
elemento m ilitar porque, p ara él, la guerra civil era básica­
mente un problema militar. P a ra él, los miles de campesinos
que pelearon contra el gobierno eran mercenarios —sin sala­
rio— del Vaticano que peleaban porque h ab ían sido hipnoti­
zados por los sacerdotes locales. De hecho, p ara presentar el
argumento en su forma m ás provocativa, el levantam iento
cristero fue un reto popular autónomo.1 Los cristeros lucha­
ron para defender su estilo de vida, sus medios de producción
y sus artículos de fe. Su guerra constituyó una señal p ara que
los supuestos gobernantes supieran que no los consideraban
legítimos.
Los gobiernistas fueron incapaces de entender el men­
saje y fracasaron en su intento de derrotar m ilitarm ente a los
cristeros. En consecuencia, arreglaron una tregua con la
jerarquía católica. Sin embargo, el pacto se llevó a cabo entre
las élites seculares y religiosas, no correspondió a la concep­
ción de legitimidad que tenían los campesinos. Como la
región continuó alzada, la tarea de legitim ar al Estado post­
revolucionario le correspondió al entonces presidente de Mé­
xico Lázaro Cárdenas. Veterano de la guerra contra los cris-
teros en Michoacán, su estado natal, Cárdenas se opuso a
solucionar el problema militarmente, y decidió utilizar edu­
cadores “socialistas” p ara “pacificar espiritualm ente” a la
región.
Aun cuando Cárdenas h a sido visto como el arquitecto
del Estado mexicano moderno, en un principio él también
fue incapaz de pacificar al occidente de México. Al igual que
Calles, Cárdenas tampoco comprendió la naturaleza del pro­
blema. Incapaz de ver a los campesinos como iguales, como
hombres que poseían su visión propia de la política, intentó
lanzar una revolución cultural, im poner un a ideología esta­
tal. No obstante, ese esfuerzo provocó lo que M argaretM ead
ha llamado “uno de esos dram áticos enfrentam ientos que
repentinam ente ilum inan el proyecto de vida de las gentes”.2
Los campesinos, descontentos, emprendieron en todo Mi­
choacán una resistencia continua contra el Estado centrali­
zado!'.3 Boicotearon la s escuelas, hostigaron a los agentes
del gobierno en el campo y asesinaron a algunos maestros.
Los historiadores, generalmente, han minimizado y no
han comprendido ese anticardenismo, precisamente porque
se h a n hecho eco de la propia apreciación de los cardenistas
sobre los campesinos, como actores unidimensionales, des­
provistos de ideología.4 En este ensayo, espero enderezar esa
idea muy generalizada.
Sostengo que Cárdenas y los cardenistas resultaron
unidimensionales en su esfuerzo por transm itir a los campe­
sinos los términos de un nuevo pacto social. Este trabajo
intenta corregir la historiografía que permanece en m araña­
da por un a voluntad de aceptar las proclamas revoluciona­
rias de Cárdenas y por una peculiar ceguera frente a la
habilidad de los campesinos para actuar autónomamente y
frente a las más amplias necesidades de éstos. Espero mos­
tra r cómo los cardenistas entraron al mundo rutinario que
los campesinos consideraban propio para tra ta r de forjar un
pacto; pacto basado en una alianza con el Estado, en una
destrucción de las lealtades hacia los propietarios y los sa­
cerdotes, en la tendencia ejidal de la tierra. Al hacerlo, los
cardenistas mostraron los verdaderos colores de su universo
ideológico. Ellos pensaron en términos de un blanco y negro
muy contrastado y Cárdenas nunca olvidó que su propósito
principal era la dominación política.
Irónicamente, a medida que los cardenistas de Michoa-
cán intentaban llevar a cabo su program a en la esfera de la
vida cotidiana, provocaron en los campesinos el descubri­
miento del, usualmente, invisible mundo de la justa concien­
cia política campesina. E sta conciencia con frecuencia surge
y m adura en el contexto del quehacer diario. Dentro del coro
de las voces anti-cardenistas, en este trabajo escogí a un
grupo de indios tarascos que viven en una de las islas del
lago de Pátzcuaro. La ideología que esos campesinos revela­
ron difícilmente hubiera contrastado más vivamente con la
de los cardenistas. A diferencia del rígido cardenismo, el
mundo político de los campesinos tarascos era muy m atiza­
do, sutil, flexible y mucho más igualitario que el de los maes­
tros de ese entonces.
Como debería haber pocas dudas de que esta ideología
cam pesina era al mismo tiempo m ás sofisticada y más demo­
crática que la de los cardenistas, el simple hecho de m ostrar
y glorificar su naturaleza revela, al mismo tiempo, que es un
tanto impotente y anticuada.
No obstante las muchas virtudes políticas que caracte­
rizaban a la ideología campesina, los cardenistas poseían
dos atributos de los que carecían los campesinos: el acceso al
poder del Estado y la voluntad para utilizarlo. E stas caracte­
rísticas tuvieron una im portancia crítica en la remodelación
de la vida rural. U na vez provocado el choque que hizo que
los campesinos revelaran su mundo y sus preocupaciones
ideológicas usualm ente escondidas, los cardenistas obtuvie­
ron la información que les permitió a ta r a los campesinos de
Michoacán —y a los campesinos de todo México— de una
m anera aún más segura al Estado mexicano. Ellos utiliza­
ron esta información para crear formas de dominación esta­
tal más perm anente y sutiles.

Ideología cardenista en blanco y negro

La ideología de los cardenistas de Michoacán estaba basada


en tres características principales de la realidad social del
estado. J u n ta s constituyeron el terreno m ás claram en te
identificable para la reconstrucción bajo el nuevo orden.
Primero fue la desigual e injusta tenencia de la tierra precar-
denista.5 Segundo, el control político secular estaba limitado
al palacio de gobierno de Morelia. El resto del estado era
controlado por numerosos caciques locales. El tercero, la
mayoría de la población era católica y muchos habitantes
habían tomado las arm as para defender los principios del
catolicismo. Michoacán produjo más cristeros que cualquier
otro estado.
A partir de estos hechos los cardenistas construyeron
una ideología muy esquemática. Atribuyeron las característi­
cas anteriores a la aceptación cam pesina de u na m entalidad
de diferencia im puesta por las élites despóticas locales. P ara
los cardenistas esta hegemonía se sustentaba en el poder
casi trascendental de los hacendados y de los sacerdotes. Los
hacendados, de acuerdo a este mito, convencieron a los cam ­
pesinos para proteger su feudo; m ientras que los sacerdotes
organizaron a los cristeros p ara su cruzada antigobiernista.6
Sin embargo, la fuerza de ambos grupos estaba decayendo.
La cristiada h ab ía roto la base ideológica tradicional del
control: los hacendados no pelearon al lado de los cristeros
durante la guerra y la jerarquía de la iglesia traicionó a los
campesinos de dos maneras: escapando y, al último, nego­
ciando con el Estado. Por esa época, Cárdenas ascendía a la
presidencia y la autoridad de las élites locales se encontraba
m inada. Los campesinos armados bajo la bandera de la
cristiada ya h ab ían alterado la configuración política de
Michoacán.
Más im portante aún, el tipo de deferencia descrito por
los cardenistas nunca existió. Los cardenistas asumieron
persistentemente que los campesinos eran prisioneros inte­
lectuales de los hacendados y de los sacerdotes y que estaban
atrapados en un mundo sombrío y sofocante. Ellos creían
que la dominación económica de los primeros y la justifica­
ción de desigualdad de los segundos destruían la voluntad de
los campesinos y los reducía a simples marionetas. Sin em­
bargo, la realidad era que los mexicanos .del mundo rural
eran capaces de m anipular las cuerdas que les ataban a las
élites locales. Los campesinos se inspiraban en las concep­
ciones tradicionales de paternalism o y las nociones cristia­
nas de moralidad. Por generaciones, habían aprendido a
utilizar el pacto social entre las élites y ellos .en beneficio
propio. A pesar de los muchos apremios políticos y económi­
cos a que se habían enfrentado, los campesinos sabían que el
viejo sistem a de alianzas también podía proveer un cierto
grado de protección. Los campesinos hubieran podido disen­
tir con C árdenas sobre la urgencia que tenían de ser “libera­
dos espiritualm ente” de los “fraudes y de los impostores” que
los “m antenían en la penum bra”.
De hecho los cardenistas fueron cautivos de su propia
visión del pasado.7 M ientras intentaban, a través de su refor­
m a ag raria y de su program a educativo, erradicar las viejas
bases m ateriales de deferencia, se rehusaban a creer que los
campesinos se podían sacudir de sus hábitos de deferencia
hacia el poderoso. Los cardenistas construyeron consecuti­
vam ente una ideología que hacía un llamado al control so­
cial y luego procedieron a im itar las técnicas de control de las
viejas élites.
Tres características del viejo orden —según lo percibían
ellos— centralizaron particularm ente sus esfuerzos de re­
construcción: el catolicismo campesino, el orden de la propie­
dad y el caciquismo. Primero, la noción de que los campesi­
nos se habían forjado una concepción propia del catolicismo,
les fue completamente ajena a los cardenistas. Por el contra­
rio, creyeron que los campesinos h abían sido capturados por
los sacerdotes a través de ardides que justificaban al antiguo
régimen. Según ellos los sacerdotes m antuvieron a los cam ­
pesinos esclavizados mediante la construcción de edificios,
periodos de tiempo y objetos que poseían un significado
sobrenatural y a través de ritos, ceremonias y simbolismos.
Celso Flores Zamora, director de escuela, lo expone así:
“Para propagar su religión, los católicos utilizaron elementos
simbólicos y fábulas de inexorable belleza... el nacimiento de
Jesús en el establo... la muía, el toro, la estrella de Belén... el
pastor con su pequeña oveja adorando al niño Je sú s”.8 U na
vez capturada la lealtad campesina, los sacerdotes orquesta­
ron sus acciones políticas. El inspector escolar Policarpo
Sánchez se lam entaba así: “este trabajo de sabotaje del go­
bierno y de las autoridades se apoya en el fanatism o y los
prejuicios promovidos por los enemigos del proletariado: los
sacerdotes y el capitalismo. Este silencioso trabajo de em­
boscada surge de un movimiento bien organizado, perfecta­
mente dirigido por autores intelectuales agazapados en el
reducto de las sacristías” .9
Sin embargo, a juzgar por las acciones de los cardenis­
tas, los sacerdotes los habían embrujado a ellos también;
para im plantar el nuevo orden social, im itaron las acciones
de los sacerdotes. Expropiaron las iglesias y las transform a­
ron en escuelas.10 Con frecuencia quitaron las im ágenes y
las sustituyeron con fotografías de Marx, Lenin, C arranza,
Calles y Z apata.11 Prohibieron las misas de los domingos y
las sustituyeron con program as de “Domingos Culturales”
machacando las frases inm ortales del general C árdenas y
con “canciones revolucionarias” .12 Aunque no osaban justi­
ficar el nuevo orden social en nombre de la trinidad, sí exal­
taron sus virtudes en nombre de una mayor igualdad, el
bienestar de los campesinos y la revolución.
U na vez creada una clientela, los cardenistas retom a­
ron inconscientemente lo que ellos percibían como el rol
tradicional del clero: la dirección de los asuntos políticos de
los campesinos. Proclamaron que su conexión con las altas
esferas (la política) les permitía determinar cuáles de las
dem andas cam pesinas habían de ser toleradas por el nuevo
régimen. Por ejemplo, en el año de 1934, los cardenistas
organizaron el “Congreso Femenil Socialista” en Pátzcuaro.
Las mujeres tarascas vestidas con sus tradicionales rebozos
azules escucharon discursos que exaltaban “escuelas mejor
que iglesias; talleres mejor que seminarios; cooperativas me­
jor que santos y cajas de limosnas”.13 Cuando se les permitió a
las mujeres presentar sus demandas quizás no es sorprenden­
te que se h a y a n hecho eco del programa de los cardenistas
p ara la reconstrucción rural. El Maestro Rural lo descri­
be así: “las mujeres pidieron iglesias, cooperativas, talleres,
escuelas para sus niños y arm as para defender al gobierno”.14
El segundo aspecto del viejo pacto social que aprisionó
la ideología y la práctica cardenistas fue el viejo reino de la
propiedad y sus relaciones sociales diferenciales. En la esfe­
ra ideológica, los cardenistas fueron incapaces de entender
que los campesinos podían, en momentos, esconder sus ver­
daderas opiniones tras un trato diferente, con el fin de obte­
ner beneficios a cambio; los cardenistas al tom ar eso al pie de
la letra parece que confundieron la apariencia con la reali­
dad. Los cardenistas vieron frecuentemente a los campesi­
nos como gente que estaba completamente paralizada por “el
miedo al propietario”, como escribió un inspector escolar.15
No obstante, las acciones de los cardenistas al estable­
cer nuevas formas de tenencia de la tierra demostraron una
vez m ás el persistente poder del pasado. Puesto que encontra­
ban difícil de creer que los campesinos podrían determinar
por sí solos los detalles de la tenencia de la tierra, los carde­
nistas —al igual que los propietarios— controlaron las rela­
ciones agrarias. Ellos decidieron quién era elegible para obte­
ner tierras, qué tipo de cultivos podían ser sembrados, qué
áreas recibirían la ayuda de la infraestructura. Con frecuen­
cia los m aestros que escribían las peticiones de tierra contri­
buyeron al carácter injusto del reparto. Al igual que los h a ­
cendados, los cardenistas se reservaron el derecho de elimi­
n a r a los campesinos que no cumplieran con los términos del
contrato que se hab ía establecido. Francisco Frías, inspector
escolar de Queréndaro, informó a los campesinos que aquellos
que se rehusaban a asistir a las escuelas cardenistas podrían
perder el acceso a la tierra.16
En ningún lugar es m ás notorio el modelo jerárquico
heredado por los cardenistas como en el tercer ejemplo de la
siguiente manera: en este caso, los cardenistas denunciaron
la vieja dominación política délos propietarios como injusta,
acallando la voz política de los campesinos. Sin embargo, el
comportamiento de los cardenistas difícilmente sugiere que
ellos h ay an dado cabida a otras visiones —adem ás de las
suyas— para que coexistan en el terreno político de Michoa-
cán. Por el contrario: influenciados una vez m ás por la jerar­
quía de los hacendados, los cardenistas institucionalizaron
pequeños tiranos para imponer el cardenismo a la población.
Desde la revolución, C árdenas estuvo aliado con tales hom­
bres fuertes, armados, a quienes utilizó p ara controlar varias
áreas del estado.
La relación de los maestros cardenistas con el caciquis­
mo rural revela muy particularm ente la rigidez ideológica
impuesta por la ligazón de los cardenistas con el pasado. El
educador Moisés Sáenz, por ejemplo, reconoció plenamente
las desagradables tácticas que em pleaba uno de estos caci­
ques. Ernesto Prado, hombre fuerte y poderoso desde su
alianza con C árdenas en el año de 1918, se apoyaba en sus
partidarios arm ados p ara imponer su voluntad.17 Sáenz des­
cribe la reforma agraria de Prado, que consistió en expropiar
la tierra de la m ayoría y redistribuirla a un pequeño grupo de
seguidores.

La redistribución no fue ni imparcial ni completamente iguali­


taria. Sólo los cabezas de familia del grupo agrarista recibie­
ron terrenos y no todos los terrenos confiscados vinieron de
acaparadores, a veces los terrenos eran de familias indígenas
empobrecidas de la Cañada.18

Sin embargo, a pesar del desacuerdo de Sáenz con los


métodos de Prado,19 actitud que era com partida por una
inspectora escolar de Zamora, E vangelina Rodríguez Carba-
jal —ambos m aestros— continuaron justificándolo porque él
C ar d en ísim o y b u s q u e d a de u n a id e o l o g ía c a m p e s in a

era “de la revolución y del gobierno”, como dijo Sáenz. Es


claro que los cardenistas estaban atados a sus preceptos
ideológicos que se rehusaban a contradecir aun cuando las
opiniones disidentes vinieran de ellos mismos.

La ideología campesina a colores

Los cardenistas, con su ceguera ideológica, ni vieron ni sos­


pecharon que existieran las ideologías campesinas. P ara
ser justos con ellos es preciso decir, sin embargo, que para los
forasteros en general, dichas ideologías son difíciles de perci­
bir pues éstas surgen de las múltiples exigencias de la vida
cotidiana. Los cardenistas, atados como estaban a un credo
intelectual, negaban la existencia de ideologías rurales inde­
pendientes pues en un principio éstas fueron invisibles. Es
irónico, entonces, que su rigidez ideológica haya causado que
las ideologías de los campesinos estallaran con toda su bri­
llantez, como múltiples arcoiris que iban surgiendo tras las
nubes. En un contraste con la ideología cardenista, estas
ideologías eran muy matizadas, tan variadas y flexibles co­
mo el comportamiento político de los campesinos que podían
alternativam ente volverse rojos cuando am enazaba una in­
surrección arm ada y bajar a sutiles tonos pasteles cuando
negociaban o adulaban.
A pesar de que la variedad económica, geográfica y
cultural de Michoacán ha dado lugar, de m anera clara, a
numerosas ideologías rurales, enfocaré aquí uno solo de los
tipos de anticardenismo, el encontrado entre los campesinos,
pescadores y sombrereros de la isla tarasca de Jarácuaro, en
el lago de Pátzcuaro. El análisis de esta ideología debería
aclarar la naturaleza específica de las nociones de legitimi­
dad entre los campesinos.
¿Cómo fue posible para campesinos que se describen a sí
mismos como “empobrecidos y abandonados”21 crear una
ideología autónom a que no correspondía a los modelos de
ningún ideólogo? ¿Cómo fue posible que moldearan una con­
cepción política que molestara tanto a los sacerdotes como a
los cardenistas, una ideología que legitimaba la propiedad
comunal y el catolicismo ardiente? ¿Qué tipo de ideología
podría haber inspirado un diseño político que no debía nada
a los cardenistas locales?
Parece que parte de las respuestas yace en la naturaleza
de la política pre-cardenista. La vida de las comunidades
rurales había sido ignorada por las élites nacionales h a sta
que los cardenistas se vieron forzados a ir a ellas con el fin de
obtener una legitimidad p ara su régimen.22 Así era posible
p ara las comunidades rurales, aisladas en regiones que las
élites perturbaban escasamente, crear ideologías no percibi­
das por los forasteros.
En un nicho tal, los indígenas tarascos de las inm edia­
ciones del lago de Pátzcuaro desarrollaron una ideología
católica cam pesina que era el resultado de los intentos de
controlar sus propias vidas. El testimonio m ás claro de la
independencia de este punto de vista puede encontrarse en el
hecho de que lo reprobaron tanto los católicos ortodoxos
como los cardenistas,23 aunque por razones distintas. P ara
los sacerdotes, el catolicismo tarasco era dem asiado funcio­
nal; el culto y los ritos estaban dem asiado dirigidos p ara
lograr el mejoramiento de la vida m aterial. Por otra parte, los
cardenistas encontraban el catolicismo tarasco demasiado
transm undano.
De hecho, estas objeciones presagiaban la posterior ten­
dencia académica que pretendía analizar los componentes de
dichos mundos (base y superestructura); empero, desde la
perspectiva de los tarascos esos mundos estaban integrados.
Parte de las bases m ateriales de su mundo eran las tierras en
donde había tule y que se poseían comunalmente; los benefi­
cios obtenidos del tule eran utilizados p ara m antener los
ritos. Al mismo tiempo, creían que llevar a cabo sus activida­
des rituales era determ inante p ara su bienestar. Según Lucio
Mendieta y Núñez la religión ta rasc a “está b asad a en una
devoción interesada que es correspondida con salud, bienes
materiales y protección divina”.24 En otras palabras, los
tarascos h an escrito su propio código ideológico.
Cuando ocho tarascos de Jarácuaro afiliados al carde-
nismo intentaron llevar a cabo su programa, los miembros de
la comunidad supieron que su isla, relativam ente apartada,
ya no estaba tan aislada. De hecho, estos ocho tarascos
enseñaron a los habitantes de la isla el punto central del
nuevo pacto social: les gustara o no, iban a estar vinculados
al centro nacional. Los ocho cardenistas enseñaron de tres
m aneras lo que esto quería decir a las otras 892 personas de
Jarácuaro. Primero, los cardenistas expropiaron las tierras
de tule comunales y las redistribuyeron entre ellos mismos.25
Después, cerraron la iglesia, insultando y am enazando a los
campesinos que deseaban dejarla abierta.26 Finalmente, el
mismo C árdenas intentó construir una escuela en la isla27 e
insistió en que los habitantes del pueblo asistieran a ella.
E n ese momento, los campesinos de Jarácuaro mostra­
ron la ideología que se había creado en un ambiente de tal
m anera protegido. Habiendo visto lo que los cardenistas
concebían como gobierno legítimo, ellos le opusieron su pro­
pia visión de la legitimidad. En el año de 1937, diecinueve
tarascos de Jarácuaro escribieron a Cárdenas. A pesár de la
simpleza y de los errores ortográficos de la carta, en ella se
m uestra un im presionante grado de autorespeto político. Los
campesinos le dijeron a Cárdenas que sin su acuerdo no se
podría llevar a cabo ningún pacto social.
De hecho, le recordaron que negociando con él habían
reescrito el contrato. “Usted nos dijo personalmente que si
m andábam os a nuestros niños a las escuelas, la iglesia no
sería cerrada”.28 Sin embargo, cuando ellos estaban cum­
pliendo el acuerdo, él se había retractado. Le recordaban lo
anterior porque este comportamiento de su parte (o de parte
de sus subordinados) no era legítimo y no lo iban a tolerar.

No espere señor presidente, porque habrá sangre, mucha san­


gre por las malas autoridades. Si continúan molestándonos y
si nos meten en prisión por este convenio que hemos hecho con
usted, usted tiene que entender que aunque somos pobres y
olvidados nos defenderemos para que no se burlen de nos­
otros.29

El hecho de que los campesinos am enazaran al presi­


dente no implica que fueran incapaces de comprender que su
poder podría afectar sus vidas. Ellos entendían que él era el
principal árbitro, más que sus agentes —que les habían roba­
do sus tierras— o más que las autoridades que se “burlaban”
de ellos. De hecho, le pedían que disciplinara a sus subordina­
dos. “Queremos que usted le ordene al gobernador y al resto de
las autoridades que no se burlen de nosotros y que no nos
m altraten ”.30
Como estas peticiones lo indican, m ientras los campesi­
nos apelaban al poder de Cárdenas, no estaban paralizados
por él. Los señalam ientos que le hicieron a C árdenas no eran
sólo desafíos aunque indudablem ente algo de ello había.
(“Usted tiene que entender que aunque somos muy pobres y
olvidados nos defenderemos antes de ser burlados”.)31 Los
campesinos m ostraron voluntad p ara luchar por su propia
visión de una sociedad legítima, aun cuando esto im plicara
trab ajar con dificultades, negociar y comprometerse. P ara
hacerlo, se dieron cuenta de que poseían dos argum entos que
posiblemente podrían ser de utilidad para negociar con C ár­
denas. Primero, el que asistieran sus niños a la escuela pare­
cía ser im portante p ara el presidente. En consecuencia, le
recordaron: “usted debe m antener el convenio —dijeron—
para que nuestros niños continúen asistiendo a la escuela y
p ara que ellos lo miren y lo recuerden siempre, siempre con
veneración y respeto después de que usted m uera”.32 Segun­
do, sabiendo que C árdenas no estaba dispuesto a arriesgarse
a que hubiera más m atanzas en el estado, lo amenzaron: “le
pedimos que no sea malo y que ceda a nuestro llamado del
corazón y que cumpla con su promesa de no cerrar la iglesia...
no espere señor presidente porque la sangre correrá, mucha
sangre, por cuenta de las m alas autoridades”.33
Aun cuando el estilo de la prosa de la carta que los
campesinos de Jarácuaro enviaron a C árdenas puede ser
considerado inferior al de los informes de los inspectores
escolares cardenistas, de cualquier m anera revela una com­
prensión de realidades políticas (relaciones de poder, respon­
sabilidades de las autoridades y de los ciudadanos, técnicas
para conseguir los fines deseados) que se encuentra más
frecuentemente entre los practicantes de la política que entre
aquellos que buscan ser los arquitectos de los edificios políti­
cos de otras gentes.
Estos campesinos tenían una estrategia política por­
que, como he sugerido aquí, tam bién poseían una visión de
sus propias vidas. O, para describirlo de otra m anera, su
componente político central era la insistencia en el control
comunal de los aspectos de sus vidas que les afectaban más
profundamente como comunidad. Unidos, los tarascos dise­
ñaron un tejido social sin costuras, tejieron juntos los signi­
ficados de la producción y la reflexión hum ana. Específica­
mente, la propiedad comunal de las tierras de tule de los
tarascos de Jarácu aro les permitió, como comunidad, contro­
lar los medios de producción de su vida ritual. Ellos creían
que sus ritos afectaban la vida material. Aunque contaban
con parcelas fam iliares privatizadas obedecían a las reglas
de la comunidad que gobernaban sus actividades agríco­
las.34 En otras palabras, los tarascos no concebían a la pro­
piedad privada como algo malo en sí mismo. No obstante,
buscaron ordenar la estructura de su agricultura de subsis­
tencia de propiedad privada a través de significados rituales.
El intento de reforma agraria por parte del Estado significa­
ba, de hecho, una privatización de la propiedad comunal y
del pequeño circuito del control de la comunidad.
Un mundo tal impresiona políticamente al observador
casual, pero la respuesta de los tarascos a la “reforma” agra­
ria de los cardenistas de la localidad revela su conciencia del
hecho de que se encontraban sujetos a inequidades de poder y
de propiedad. Su respuesta también sugiere que, lejos de ser
unos románticos que m iraban hacia el pasado, estaban, de
hecho, considerando el nuevo poder que Cárdenas buscó im­
ponerles. Como hab ían vivido previamente en un nicho rela­
tivam ente aislado, se dieron cuenta de que el nuevo Estado
había ideado un rol para la región que ponía en peligro su
autonomía.
E sa conciencia transformó lo que podría llamarse una
ideología de autoprotección anim ada por un antiestatismo
incipiente, en una ideología profundamente antiestatal. Aun
cuando ellos consideraban que la incursión del Estado en sus
vidas era ilegítima porque había destruido el control de la
comunidad, intentaron preservar ese mundo que tanto les
im portaba, a través de negociaciones con el más alto repre­
sentante del Estado. A diferencia de los cardenistas, no per­
mitieron que una rigidez ideológica les impidiera proteger las
cosas en las que creían.
A pesar de estas virtudes, se puede objetar que la visión
de los tarascos era demasiado sencilla y de muy pequeña
escala p ara ser clasificada como una ideología. Es cierto que
los tarascos estaban más preocupados del gobierno de sus
propias vidas que de la política nacional, pero ésta parece
haberles devuelto su cautela instintiva pues su pericia estaba
lim itada a su propia experiencia. Ellos no sugirieron que su
conocimiento podía ser transferido a otros mexicanos de
antecedentes y culturas desconocidas. E sta modestia con­
trasta fuertemente con la tendencia cardenista de imponer
reglas cotidianas a vidas poco comprendidas.

Blanco y Negro

La confrontación entre los cardenistas y los habitantes de


Jarácuaro reveló el colorido de la conciencia política tarasca.
Sin embargo, mi propósito aquí no h a sido el de dar una
simple exhibición de esa tapicería, pues ello podría ser una
traición a la intención de los tarascos p ara dar a C árdenas un
destello de su visión política. Reconociendo que Cárdenas
estaba, en ese momento, dispuesto a responder a sus dem an­
das, los tarascos tom aron la determinación de mostrarle lo
que ellos valoraban más, precisamente porque los agentes
cardenistas am enazaban su existencia.
Aunque Cárdenas respondió a las dem andas de los cam ­
pesinos de Michoacán, en esa especial coyuntura política, los
tarascos no hab ían creado los motivos que inspiraron tal
comprensión, y por consiguiente tenían poco control sobre
ellos. Entre las razones por las que Cárdenas buscó la apro­
bación rural del pacto social que quiso establecer, está el
hecho de que el occidente de México h abía constituido una
am enaza m ilitar a la estabilidad nacional entre los años
1926 y 1929. Parece que Cárdenas estaba ansioso de evitar
las consecuencias económicas de una nueva guerra. Tam ­
bién hay que hacer hincapié en la im portancia económica de
la región como una fuente de alimentos. El Bajío seguía
siendo el granero de México. Las m etas de Cárdenas con la
reforma agraria incluían la creación de una población rural
capaz de alim entarse a sí m ism a y de alim entar a la pobla­
ción urbana. Más im portante aún, Cárdenas deseó crear
—desde la perspectiva de los cam pesinos— un cuerpo de
electores que apoyaran sus program as económicos y políti-
cos. En consecuencia, buscó la aprobación rural de su progra­
ma.
La necesidad que tenía de los campesinos para legiti­
m ar su gobierno llegó a cerrar el círculo. Esa necesidad de
recibir la legitimación campesina se sintió ta n fuertemente
que los ideólogos cardenistas construyeron un mito. Según
los educadores cardenistas lo promulgaron, el mito puntuali­
zó que la revolución que había culminado en el cardenismo
había sido hecha por y para los campesinos; que más que
ningún otro presidente, Cárdenas satisfizo las necesidades
de los campesinos a través de la reforma agraria y de sus
program as culturales.
Como he tratado de mostrar, los campesinos de Jará-
cuaro no lo vieron de esa manera. Tampoco la mayoría mesti­
za de Michoacán. A pesar de que un examen profundo de la
respuesta que éstos últimos le dieron al cardenismo está
fuera de los límites de este ensayo, mencionaré que los docu­
mentos m uestran un descontento generalizado. A pesar de
que su cultura política sea distinta de la de los tarascos, los
mestizos tam bién la revelan al expresar su anticardenismo.
Como los tarascos, los mestizos descubrieron que la reforma
agraria y las escuelas —particularmente forzadas y proble­
m áticas— m anifestaban la ilegitimidad del cardenismo.
Es bastante sorprendente que el resto de la historia que
aquí he esbozado no haya sido contada por los ideólogos
cardenistas. El hecho de que Cárdenas no haya sido capaz de
crear un orden social legítimo, sino h asta después de que los
campesinos lo declararon ilegítimo, es un m aterial que difí­
cilmente se presta p ara elaborar mitos hagiográficos. La
realidad sigue siendo que, una vez que los campesinos mos­
traron a C árdenas los verdaderos colores de sus ideologías, él
fue capaz de establecer una forma de control social más sutil
y efectiva. U n a vez que conoció la naturaleza de las dem an­
das cam pesinas fue capaz de satisfacerlas selectivamente,
basándose en las necesidades económicas y políticas del
Estado.
A pesar de que el desafio de los campesinos anticarde-
nistas de M ichoacán alteró el curso de la historia mexicana,
el resultado principal —la creación de un Estado de domina­
ción más estable— ciertam ente no corresponde a la colorida
ideología de los campesinos. Cárdenas aprendió de ellos que
la conformidad ideológica no era indispensable p ara que
hubiera control del Estado. Tampoco era necesario destruir
todo vestigio de la cultura rural. Así, con C árdenas comenzó
a surgir una forma de dominación m ás m atizada. E sta cultu­
ra nacional ratificó la coexistencia de cualquier línea de
pensamiento que no disputara el control del Estado y de la
economía capitalista dependiente. Hoy, el Estado mexicano
contemporáneo refleja este legado.

NOTAS
1. Ver Jean Meyer, La Cristiada. 3 vols. 7a. edición, México, Siglo XXI edi­
tores, 1980.
2. Margaret Mead, Blackberry Winter. New York, William Morrow, 1972,
p. 247.
3. Descubrí esta resistencia durante los quince meses de investigación que
realicé para la preparación de mi tesis Lázaro Cárdenas and the Mexi-
can Revolution: The Struggle over Culture in Michoacán, 1934-1940 que
será presentada en el Departamento de Historia de la Universidad de
Yale. La investigación la llevé a cabo de enero de 1984 a enero de 1985
y de junio a septiembre de ese último año.
La documentación utilizada para esta investigación en México inclu­
ye: censos de población y censos agrarios, evaluaciones de los inspecto­
res del programa educativo organizado en los pueblos de Michoacán,
los planes cardenistas para la transformación rural, libros de texto y
periódicos sobre educación, discursos y memorias de Cárdenas, docu­
mentos del gobierno sobre bandolerismo e informes de asesinatos,
transcripciones de procesos judiciales, descripciones de las redes de
política rural, peticiones y quejas escritas de campesinos, solicitudes
de tierras y descripciones de litigios y juicios por la tierra.
Estos documentos se encuentran en el Archivo General de la Nación
(AGN), los Archivos Históricos de la Secretaría de Educación Pública
(SEP), los Archivos de la Reforma Agraria en Morelia, Michoacán, y en
la ciudad de México, la Hemeroteca de la Ciudad Universitaria, archi­
vos municipales y locales en Michoacán, el Centro de Estudios de la Re­
volución Mexicana Lázaro Cárdenas, A.C., y las bibliotecas del Institu­
to Nacional de Antropología e Historia, de El Colegio de México, de El
Colegio de Michoacán y del Centro de Estudios Históricos del Agraris-
mo en México. También realicé entrevistas con personas que fueron
cardenistas, maestros socialistas y con campesinos de Michoacán.
4. Ver, por ejemplo, el trabajo de David Raby, Educación y revolución so-
C a r d e n is m o y b u s q u e d a d e u n a id e o l o g ía c a m p e s in a

cial en México, 1921-1940, México, Sepsetentas, 1974 y Victoria Lerner,


La Educación Socialista, vol. VI, no. 17 de la Historia de la Revolución
Mexicana, editada por Luis González, México, El Colegio de México, 23
vols., 1979. Por otro lado, el capítulo 8 del libro de James C. Scott, que
aparecerá pronto, constituye una interpretación sólida y persuasiva de
la existencia de una ideología campesina en Sungai Bujur en Malasia.
Comparto con Scott la intuición de que los campesinos que tienen un pie
en el pasado comunal, gozan de la posibilidad de construir un futuro
más igualitario, lo que seguramente no es el caso de los obreros proleta­
rizados que nunca han experimentado tales formas de propiedad comu­
nal.
5. Baso estos cálculos en la información encontrada en los Estados Uni­
dos Mexicanos, Secretaría de la Economía Nacional, Dirección General
de Estadística, Quinto Censo de Población. 15 de mayo de 1930, Estado
de Michoacán, p. 11 y Fernando Foglio Miramontes, Geografía Econó­
mica-Agrícola del Estado de Michoacán, México, Imprenta déla Cáma­
ra de Diputados, 1936, 3 vols.
6. Jean Meyer, La Cristiada...
7. Lázaro Cárdenas. Palabras y documentos de Lázaro Cárdenas. México,
Siglo XXI, 1978, tomo 1, p. 169.
Ver también L. Carranco Cardosa, 23 de agosto de 1933, Departamen­
to de Enseñanza Agrícola y Normal Rural, Instituto de Acción Social,
La Huerta, Michoacán. Caja 259, Archivos Históricos de la Secretaría
de Educación Pública, México, D.F., (en adelante AHSEP). Francisco
Frías, profesor inspector federal Michoacán, “Informe que rinde el ins­
pector de la 17a. zona escolar en el estado de Michoacán, de la labor de­
sarrollada en las escuelas de su dependencia durante el tercer trimestre
del año escolar de 1936”, Caja 412 AHSEP. J. Socorro Vázquez, profesor
inspector federal Michoacán, 15 de noviembre de 1935. “Informe Anual”
AHSEP y Teodoro Mendoza, profesor inspector federal Michoacán,
enero-febrero de 1936, caja 412 AHSEP.
8. Profesor Celso Flores Zamora. “Circular IV” 7 de marzo de 1936. Colec­
ción de circulares giradas por la Dirección General de Enseñanza en
los Estados y Territorios”. Caja 557, AHSEP.
9. Policarpo L. Sánchez, profesor inspector federal Michoacán, 12 de fe­
brero de 1936, caja 412 AHSEP.
10. Entre los muchos expedientes del ramo Lázaro Cárdenas del Archivo
General de la Nación en México, D.F., (en adelante AGN) ver los si­
guientes: 547.4/462, 2 de mayo de 1940. Sobre la iglesia de Ario de Ra­
yón; 547.4/220, enero 18 de 1936. Sobre la iglesia dePurépero; 547.3/85,
30 de septiembre de 1935. Sobre la iglesia de Tarejero; 547/56,8 de febre­
ro de 1938. Sobre la iglesia de Cherán; 547.4/133,18 de agosto de 1939.
Sobre la iglesia de Pátzcuaro; 547.4/133. Sobre iglesias de la región de
Uruapan.
11. Entrevista de Marjorie Becker con Roberto Villaseñor Espinoza el 1 de
marzo de 1984 en México, D.F.
12. Ramón Reynosa G., profesor inspector federal Michoacán, 29 de abril
de 1936, caja 413 AHSEP.
13. “Las Mujeres Rojas de Michoacán”, en El Maestro Rural,, 15 de diciem­
bre de 1934, p. 22.
14. Ibidem.
15. Caja 259, AHSEP.
16. Francisco Frías, profesor inspector federal Michoacán, 10 de marzo de
1936, caja 412, AHSEP. Ver también Francisco Frías “Informe de los
trabajos desarrollados durante el primer trimestre enero, febrero y mar­
zo de 1936 por la inspección de la 17a. zona y escuelas dependientes de
la misma en el estado de Michoacán”, 31 de marzo de 1936, caja 412
AHSEP.
17. Moisés Sáenz, Carapán, Morelia, Talleres Linotipográficos del go­
bierno del estado, 1969, 3a. ed., p. 12. Mi entrevista con Jesús Múgica
Martínez el 4 de diciembre de 1984 en Morelia sirvió para comprobar
más todavía como usó ampliamente a caciques rurales para el control
de la población.
18. Moisés Sáenz, Carapán... p. 163.
19. Ibidem, p. 6.
20. Ibidem, p. 164.
21. Expediente 547.4/133, Ramo Lázaro Cárdenas, AGN.
22. Los educadores callistas intentaron claramente transformar —más
que ignorar— la vida comunal, pero la guerra civil cristera condujo sus
esfuerzos a un punto muerto en muchas partes de Michoacán.
23. Expediente 547.4/133, Ramo Lázaro Cárdenas, AGN. Pedro Carrasco,
Tarascan Folk Religión: An Analysis of Economic, Social and Reli-
gions Interactions. New Orleans, Middle American Research Institute,
the Tulane University of Louisiana, 1952, pp. 11 y 21.
24. Lucio Mendieta y Núñez, ed., Los Tarascos, México, UNAM, 1940, p.
161.
25. Pedro Carrasco, Tarascan Folk Religión... pp. 11 y 21.
26. Expediente 547.4/133, Ramo Lázaro Cárdenas, AGN.
27. Policarpo L. Sánchez, profesor inspector federal Michoacán, 1936, caja
412, AHSEP.
28. Expediente 547.4/133, Ramo Lázaro Cárdenas, AGN.
29. Ibidem.
30. Ibidem.
31. Ibidem.
32. Ibidem.
33. Ibidem.
34. Pedro Carrasco, Tarascan Folk Religión... p. 18.

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