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1854-1869
Francisco Laso
DOI: 10.4000/books.ifea.1162
Editor: Institut français d’études andines, Museo de Arte de Lima-MALI
Año de edición: 2003
Publicación en OpenEdition Books: 21 junio 2013
Colección: Travaux de l'IFEA
ISBN electrónico: 9782821826601
http://books.openedition.org
Edición impresa
ISBN: 9789972718083
Número de páginas: 251
Referencia electrónica
LASO, Francisco. Aguinaldo para las señoras del Perú y otros ensayos: 1854-1869. Nueva edición [en
línea]. Lima: Institut français d’études andines, 2003 (generado el 30 mars 2020). Disponible en
Internet: <http://books.openedition.org/ifea/1162>. ISBN: 9782821826601. DOI: https://doi.org/
10.4000/books.ifea.1162.
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ÍNDICE
Estudio introductorio
La causa de la juventud
El hombre y su imagen
I
II
III
IV
El vividor
Un recuerdo
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
Tiempos pasados
Croquis sobre las elecciones. Indirecta para los ricos, en particular, y para todo hombre de
orden, en general
I
II
III
IV
V
3
Derechos adquiridos
Bazar semanal
Bazar semanal
Bazar semanal
Bazar semanal
Bazar semanal
4
Estudio introductorio
6
algunos cursos libres en el colegio de San Carlos, realizados antes de emprender el viaje
a Europa en 1842. La escritura era para él una herramienta social y política, que tenía
una función esencialmente instrumental.
10 Se ha insistido mucho en la orginalidad literaria de Laso. En 1860, al cuestionar el
conservadurismo de algunos autores de La Revista de Lima, Luis Benjamín Cisneros
declaró que “Sólo Laso, el original Laso, llena su deber”, y agregó “[q]uisiera que todos
alcanzaran a comprender y admirar la originalidad de su talento” 15. Más adelante
Lavalle recordaría una anécdota de Felipe Pardo y Aliaga quien, ante un amigo que
lamentaba la falta de educación literaria del pintor, habría respondido diciendo:
“¡Gracias a Dios, que no la ha recibido! (...) Mete a Laso en el cartabón de Hermosilla y
no sería quizá más que un escritor vulgar, mientras que abandonado a sí mismo, se ha
hecho el escritor más original de América”. El propio Lavalle acotó que Laso era “único
en su género”, que no podía agruparse con otros escritores y que, por tanto, ocupaba
“un lugar separado y especial” en la historia de la literatura peruana 16.
11 La noción de originalidad que estos escritores ensayan no debe confundirse con la
trillada concepción romántica de una esencia creativa. Se trata más bien de la
descripción de quien practica la escritura sin sujetarse a los condicionamientos
normativos de una práctica profesional. Pero este concepto también se constituye en
una dificultad para trazar su filiación como escritor. Más allá de ciertas inflñuencias
inconfundibles -como son la de Pardo y Aliaga y los prosistas ingleses y franceses-
resulta en verdad difícil ubicar a Laso en una sola tradición literaria. Si bien Laso
transita por géneros clásicos como son la crítica de costumbres, el ensayo político y la
crónica periodística, otorga a cada cual un tratamiento particular.
12 Finalmente es necesario aclarar que no existe analogía o correspondencia directa entre
la pintura y la escritura de Laso. Quien busque en estos textos claves para facilitar la
interpretación de la obra pictórica, encontrará poco que le sea de utilidad. Cada género
opera independientemente, bajo sus propios esquemas y estrategias discursivas. Pero
en ambos casos se puede recoger la misma obsesiva preocupación por constituir una
esfera pública, por definir un discurso de nación. La práctica de la escritura representó
para Laso la posibilidad de formular un pensamiento alternativo, de compensar por esa
función pública que la pintura no pudo entonces asumir.
década de 1840. Clemente Althaus, Sebastián Barranca, Luis Benjamín Cisneros, Manuel
Adolfo García, Numa Pompilio Liona, José Arnaldo Márquez y Ricardo Palma, quienes
luego formaron el liderazgo político, literario y científico del país, se conocieron en las
aulas de San Carlos. A ellos se unirían otros, más jóvenes o educados fuera de San
Carlos, como Manuel Nicolás Corpancho, José Antonio de Lavalle, Manuel Pardo y José
Casimiro Ulloa, igualmente identificados con las inquietudes de la llamada “generación
de 1848”17. Nacidos en el período inmediatamente posterior a la Independencia,
compartieron una conciencia clara acerca de su papel fundacional en la vida política y
literaria del país18.
15 Laso era casi diez años mayor que los jóvenes con quienes se asoció por entonces. Su
taller en la calle Gremios fue un lugar de encuentro para este núcleo de estudiantes,
periodistas, poetas y políticos que conformaron la primera comunidad intelectual
orgánica forjada tras la Independencia. A diferencia de las tertulias literarias y políticas
que les precedieron, el grupo no se reunía sólo en salones y espacios privados sino que
se congregaba en público, en el teatro y en las páginas de los diarios. Es significativo
que una de las primeras obras de Laso haya sido precisamente la decoración del Teatro
de Variedades y que los jóvenes intelectuales se hayan integrado a la generación previa
de los fundadores de la Independencia en la redacción de periódicos como El Progreso,
dirigido por Pedro Gálvez, o El Correo Peruano, editado por el padre de Laso.
16 La figura de Benito Laso, jurista, político y periodista, posiblemente ayude a explicar el
acercamiento de su hijo a la joven generación de escritores, a pesar de la diferencia de
edad y de formación que los separaba. Había sido uno de los principales colaboradores
de Bolívar en el Perú y uno de los líderes más destacados del primer liberalismo
anticlerical19. Junto con otros liberales de su generación, como Juan Espinosa y
Francisco Javier Mariátegui, el padre de Laso protegió a los intelectuales emergentes,
los inició en la política y los acompañó en sus combates periodísticos.
17 Esta “primera generación romántica”20, consolidó su presencia pública hacia 1848, año
en que Corpancho, Márquez y Ulloa editaron la revista literaria El Semanario de Lima y el
joven poeta español Fernando Velarde publicó Flores del desierto, reconocido por la
joven generación como el texto fundacional del romanticismo literario en el Perú. Más
allá de la vaga tendencia liberal que defendían en lo político, era su interés por el
campo cultural lo que los definió como generación intelectual y lo que marcó su
aparición en la escena pública.
18 Al igual que la economía política o las ciencias modernas, las artes representaban una
ruptura con las profesiones tradicionales y, en consecuencia, con la generación
precedente de intelectuales peruanos. La concepción de las artes como parte de una
práctica humanística y liberal no tenía verdaderos antecedentes coloniales. En 1849, a
los pocos meses del regreso de Laso a Lima, el diario liberal El Progreso, prestó su apoyo
a una propuesta hecha por su padre para establecer una academia de pintura. El
anónimo comentarista atribuyó el retraso existente en el campo artístico a los
prejuicios coloniales:
Aquí se ha considerado la pintura, escultura, o arquitectura, como oficios
deshonrosos; se ha visto a un pintor cual si fuera un albañil, -y ningún joven
decente, se hubiera atrevido a dedicarse francamente a las artes sin temor de
descender del rango que ocupaba en la sociedad. Pero ese estado de preocupación
no podía existir toda la vida, y alguno debía romper ese dique que se oponía a
nuestro progreso.
10
19 Laso era uno de aquellos que había entendido que “más vale ser un buen artista, que un
mediocre abogado, médico o eclesiástico...” y que, por tanto, estaba llamado a
“propagar el arte con toda la fe con que propagaron el evangelio los primeros
apóstoles”21. La figura del artista como apóstol de una nueva fe revela el lugar de
privilegio otorgado a las artes y el sentido de misión con que la generación de 1848
enfrentó su papel social.
20 Ricardo Palma los definió como “la primera bohemia peruana” 22, pero el término puede
prestarse a confusión. La bohemia francesa radicalizada de la década de 1840 y 1850
ocupaba una posición particular en un orden social totalmente distinto. Eran, en
palabras de T.J. Clark, “burgueses que jugaban a ser burgueses”, que remedaban los
ideales de su propia clase social y de sus certidumbres de progreso. Su “estilo bohemio”
podía funcionar sólo dentro de un orden capitalista que se mitificaba a sí mismo y creía
en su futuro23. Los intelectuales de la generación de 1848 pudieron adoptar ciertos
gestos del modelo bohemio; pero no eran figuras marginales sino parte de una elite
educada y prominente, consciente de su papel como figuras ejemplares del modelo
republicano que intentaban representar. Su programa apostaba por alcanzar
precisamente ese orden burgués que en Europa empezaba a ser cuestionado desde
dentro.
21 El propio Laso deja clara muestra de esta diferencia en “Un recuerdo”, ensayo en que
esboza una definición de la bohemia francesa. Al evocar a su amigo, el pintor francés
Eugène Daméry, modelo del verdadero artista, Laso opuso su seriedad y superioridad
moral al frivolo y hasta ridículo “mundo literario y artístico” de París. Criticó las
pretensiones de los poetas, la artificialidad de la prosa, los excesos realistas y las
pueriles diversiones de los pintores. Sobre todo, cuestionó el carácter moral de la
bohemia francesa: ni su manera fácil ni sus gestos reales o pretendidos de marginalidad
podían servir de modelo a los intelectuales peruanos.
22 De hecho, su ubicación como grupo dirigente se iría poniendo gradualmente en
evidencia. El Estado peruano los fue incorporando en un intento consciente por formar
a una nueva elite política. Alejandro Losada señala que tan pronto aparecieron en la
esfera pública, los miembros de la generación de 1848 fueron rápidamente
incorporados a la burocracia estatal24. En este proceso fue fundamental la figura de
Miguel del Carpio y Melgar (1795-1869), poeta aficionado que promovió activamente a
los jóvenes escritores y a quien Laso retrató poco antes de emprender su segundo viaje
a Francia25. Como ministro de Ramón Castilla y luego como vicepresidente del Consejo
de Estado en el gobierno de José Rufino Echenique, del Carpio utilizó su influencia para
obtener cargos públicos para varios de los jóvenes escritores. Palma, Corpancho, y
Márquez se incorporaron como oficiales del Cuerpo Político de la Armada, entidad que
acogía a civiles para cargos administrativos en el ejército 26. El propio Laso recibió apoyo
de Echenique para viajar a Europa, gracias a la amistad que unía a su padre con el
presidente27.
23 Esta posición ambigua, de reformadores sociales y a la vez protegidos del poder
político, definió su difícil inserción en la vida pública. La generación de 1848 no llegó a
constituirse en un partido ni a definirse bajo un único programa político. Aunque la
mayoría adoptó una postura liberal, sus posiciones alternaron entre el radicalismo
socialista y el liberalismo conservador. Tampoco mantuvieron una causa política
homogénea e incluso se encontraron luchando en campos opuestos durante el ciclo
revolucionario de la década de 1850. Pero coincidieron en criticar el caos generalizado
11
parecido con la obra de autores costumbristas como Manuel Ascensio Segura y Ramón
Rojas y Cañas. Pero afinidades aparte, el texto de Laso no opera dentro del esquema del
tradicional cuadro de costumbres sino del ensayo de critica social. La diferencia se
encuentra en el tono severo y moralista, en la ausencia de una vocación descriptiva y
en la franca toma de posiciones respecto de la sociedad que retrata.
34 En su defensa del Aguinaldo, tanto Corpancho como Ulloa argumentaron que Laso no
había intentado escribir una obra literaria. “En el lenguaje del Aguinaldo”, explicaba
Ulloa, no debía “verse mas que un artificio retórico, cuyo mal gusto puede criticarse, si
se quiere, pero no la oportunidad”42. El sentido instrumental que Laso otorgó a la
palabra escrita se revela en la respuesta que ofrece a Corpancho:
U. sabe que mi intención no ha sido ni será dedicarme a la literatura. Yo no tengo
tiempo ni humor para divertirme fabricando frases elegantes que se las lleva el aire.
Si he tomado la pluma ha sido por desesperación, y ya que abrí la boca debí gritar
con todas mis fuerzas para señalar el peligro, y para que aquellos que tienen
corazón, despierten y acudan a salvar el país.43
35 En el Aguinaldo Laso se dirige a las “señoras de Lima” y les habla con la familiaridad de
quien asume claramente su filiación social. Pero si Laso apela a la identificación con sus
lectores, el tono que utiliza impone una clara distancia frente a ellos. La polémica que
suscitaron sus escritos no puede explicarse sólo por el contenido de su discurso critico,
sino también por la retórica empleada para darle forma. Como el propio Laso explicó en
su defensa del Aguinaldo, “para hacerse oír es preciso el sarcasmo o los planazos”. Pero
el sarcasmo no sólo define el énfasis que requiere para hacer calar sus críticas sino que
establece abiertamente la confrontación; impone una distancia frente a la sociedad que
retrata. Y fue precisamente por esto que su descripción de la sociedad limeña fue
sentida como una agresión, como una imperdonable intrusión en la vida privada.
ciertas verdades que sólo con mucho arrojo pueden decirse entre nosotros”, y añadió:
“Soy partidario de esa claridad”51.
42 Salvo por “Un recuerdo”, ensayo dedicado a la memoria de su amigo el pintor francés
Daméry sólo “Algo sobre bellas artes” está dedicado a la pintura. Pero incluso en este
texto se impone un profundo pesimismo acerca de las posiblidades de las artes. Su
sentencia, que “Cuestión de arte en el Perú es cuestión de otro planeta”, demuestra las
razones por las que este ensayo no abre sino que más bien da por clausurado el tema
artístico en la escritura de Laso.
43 Pero si Laso abandona progresivamente la pintura a favor de la política, no pierde por
ello su identidad como pintor. En sus ensayos para La Revista asocia constantemente el
acto de escribir al de pintar. El reiterado uso de la palabra “croquis” en los títulos de
sus ensayos y las continuas metáforas pictóricas, dejan muy en claro cuál es su oficio
principal. En la introducción a su “Croquis sobre las elecciones”, por ejemplo, Laso
insiste:
Y si a un cohetero le es lícito el arengar en pleno club ¿por qué, en materia de
elecciones, un dibujante no tendrá derecho para trazar sus croquis con su pluma?
44 Si la crítica y la confrontación definieron el tono de muchos de sus escritos, el
intimismo y la evocación personal conformaron también una parte significativa de su
obra. Este matiz es el que imprime a sus textos ese carácter particular que los diferencia
del tenor de géneros comunes como el discurso político, la denuncia periodística, o
incluso el sentimentalismo codificado del discurso literario. Artículos como “El hombre
y su imagen”, dedicado al narcisimo y a la vanidad, “Croquis sobre la amistad”, “El
vividor”, “Croquis sobre los bien-aventurados en la tierra”, o “Variaciones sobre la
candidez”, nos remiten a un género inusual en la escritura peruana de la época. Se trata
de “divagaciones”, como el propio Laso las describió en uno de sus ensayos, sobre el
carácter moral y la naturaleza humana.
45 No es casual que si su primer ensayo en la revista estuvo dedicado a la pintura el último
sea el más claramente político. “Croquis sobre las elecciones. Indirecta para los ricos,
en particular, y para todo hombre de orden, en general”, uno de los últimos textos que
Laso publicó en La Revista de Lima, puede ser leído como una declaración de sus
principios políticos, de su motivación para ingresar a la vida pública y como
fundamento de la temprana ideología civilista. Laso insta a la “gente de orden” y a la
“gente importante” a participar en las elecciones y explica los desórdenes que
empañaban cada elección por el egoísmo y la falta de civismo de las clases altas
peruanas. Dejada a personas de “menor importancia”, la democracia participativa no
podría establecerse. Pero su invocación a la participación política no fue hecha a todos
los ciudadanos por igual; estuvo dirigida específicamente a la”“gente decente”, a una
élite social, a quien pedía tomar el espacio que hasta entonces habla estado en manos
de los sectores medios52.
46 En términos generacionales La Revista señala un hito significativo en el desarrollo
político de la generación de 1848. El cambio de tono ubicaba a los jóvenes poetas,
periodistas y revolucionarios en una nueva posición. Los jóvenes dejaban de serlo para
asumir el papel para el que se habían ido preparando: serian los nuevos estadistas, los
encargados de imponer nuevas formas de hacer política. Para Laso también la
experiencia de La Revista de Lima significó el espacio de maduración que facilitó la
transición de la palabra a la acción, del discurso escrito a la participación directa en
política.
16
nada es más funesto para una república que el egoísmo y la indiferencia política de
sus hijos.
56 Laso cerró su discurso apelando directamente una identificación con los artesanos:
“Siendo representante de los artesanos”, pronunció, “conservaré mi honor para no
deshonrarlos”67. El pintor, que no había tenido nunca una vinculación gremial y cuya
definición de la pintura como práctica liberal concien temen te buscaba distanciarse de
cualquier identificación con el trabajo artesanal, terminó como representante de los
artesanos de Lima.
57 Al obtener la mayoría de votos para ocupar la representación por Lima al Congreso
Constituyente de 1867, Laso debió abandonar su cargo en el municipio 68. Su
participación en el Congreso fue controvertida. Su primera propuesta, desde la
Comisión de Constitución, de imponer el tercio de los votos como quorum, fue
ampliamente rechazada. Un editorial de El Nacional calificó la propuesta como
autocrática y acusó a Laso y a otros representantes del gobierno de “pseudo-liberales”.
Se circularon copias de la Constitución liberal de 1823 para que pudiera ser comparada
con el proyecto “ultraconservador” presentado por la comisión. Laso parece haber
estado en desacuerdo con el proyecto, pero terminó votando a su favor 69. Laso participó
también en la Comisión de Obras Públicas, que sentó las bases de algunos de los más
importantes proyectos ferroviarios de la década siguiente. Los congresistas de Prado
perfeccionaron el género de pragmatismo político que luego caracterizaría el gobierno
de Pardo.
58 Este nuevo pragmatismo se reveló claramente en el debate en torno a la tolerancia de
cultos. Laso estuvo entre quienes se opusieron a su inclusión en la nueva constitución.
Al emitir su voto, Laso justificó su decisión aduciendo que, para él, se trataba de una
cuestión “exclusivamente política”70. El tema era sensible; había sido la principal causa
de los levantamientos contra la Constitución de 1856 y suscitaba temores de que
pudiera dar pie a un nuevo ciclo de inestabilidad política. Como declaró un congresista:
“No quiero que los laureles del 2 de Mayo se marchiten con una guerra civil” 71.
59 Los liberales no aceptaron fácilmente esta nueva posición. En sus “Semblanzas” de los
constituyentes de 1867, publicadas en La Campana, Ricardo Palma se ocupó de
cuestionar el giro político del grupo liberal. Laso no escapó a sus sarcásticos ataques:
Don Francisco Lazo
(Representante por Lima)
Fuera preocupación!
Nos gritaba desde Francia –
Vino a ilustrar la nación,
Y luego al primer tapón
Votó por la intolerancia72.
60 En su defensa, Laso respondió diciendo que, como representante del pueblo, debía
obedecer los deseos de la mayoría de sus constituyentes y servir el interés público, aún
si ello implicaba renegar del título de liberal73.
61 El debate en torno a la contribución personal también generó una división en el frente
liberal. El tema se empezó a tratar en el Congreso en el momento preciso en que “el
problema del indio” volvía a instalarse en el debate político a raíz del ciclo de revueltas
iniciadas en el sur andino. Los disturbios habían empezado como reacción a los
impuestos extraordinarios decretados por Manuel Pardo desde la Secretaría de
Hacienda en octubre de 1866. En junio de 1867 una división militar a cargo del General
Baltazar Caravedo logró apaciguar la rebelión, pero en cuanto las fuerzas del gobierno
19
En ellas vuelve a demostrar el sarcástico sentido del humor que recorre toda su obra
escrita. Sus comentarios revelan también, claramente, su lealtad a la figura de Pardo.
Pero a comienzos de abril ya “la sensible enfermedad del señor Laso” impidió que
continuara su columna87. Moriría poco después en el pueblo de San Mateo, camino de
Jauja, a donde viajaba para reponer su salud.
70 La estrecha colaboración política con Pardo continuó hasta el final de su vida. En 1869,
tras la anulación de las elecciones municipales por el Congreso, el Presidente José Balta
nombró a Laso miembro de la “Junta de Notables” que asumiría la responsabilidad por
los asuntos municipales y la elección del alcalde de Lima. El 19 de marzo de 1869 Laso
aceptó el nombramiento como Vocal de la Junta Municipal que eligiría a Manuel Pardo
como nuevo alcalde de la ciudad88. Era el paso definitivo hacia la consolidación del
Partido Civil. La prematura muerte de Laso, el 14 de mayo de 1869, truncó su carrera
política, pero no queda duda de que había tenido una participación decidida en la
definición del proyecto civilista.
LA FUNCIÓN DE LA AUTOBIOGRAFÍA
83 En abril de 1859 Laso presentó dos lienzos recientes, La lavandera y Las tres razas en las
vidrieras de la tienda de su amigo el litógrafo Emilio Prugue en la calle de Plateros de
San Pedro. En esa ocasión, un comentarista del diario El Comercio describió
sucintamente Las tres razas como un lienzo que “… representa á un niño que, en
compañía de una chola y una zamba, juegan a la baraja; tres tipos enteramente
distintos que el señor Lazo ha sabido demarcar diestramente... 94”.
84 El lienzo hace evidente el interés de Laso por proponer una obra de clara significación
pública. Su extrema simplicidad compositiva le presta una legibilidad inmediata. Quizá
por ello, los críticos que alguna vez la han mencionado han ignorado su evidente carga
alegórica, insistiendo sobre el carácter anecdótico de la composición. Cuando fue
exhibida en la primera exposición nacional de 1860, un critico la describió como un
“bonito cuadro de costumbres”95; pero la lectura del lienzo no se agota con la
comprensión del título didáctico o la convención alegórica que describe. La
composición hierática, la solemnidad de las poses y la seriedad de los rostros, unidos al
ambiente de quietud que domina la escena, sugieren otras lecturas.
85 Aunque se conoce generalmente como Las Tres Razas, en un texto biográfico escrito
años después de su muerte, José Antonio de Lavalle mencionaba que Laso en realidad
había titulado el lienzo La Igualdad ante la ley96. Hay una insinuación irónica en este
título, pues el grupo es presentado en el contexto de un interior limeño, el cual no sólo
24
Era un mueble o animal que un diputado o subprejecto había regalado a mi hermana. Creo
que fue de una hacienda que la arrancaron del seno maternal”. Laso critica así una
práctica generalizada en el XIX: la utilización de niños indios para el servicio
doméstico. Sustentado por una creciente demanda urbana y tácitamente avalado por
las autoridades provinciales, el tráfico de niños indígenas se había convertido en un
severo problema social que los escritores liberales criticaron duramente desde los
diarios de Lima97.
90 En “La Historia de la Manuquita” Laso narra cómo un amiguito suyo había robado el
rosario de su hermana, amenazándolo para que guarde el secreto de su falta.
Convertido en cómplice del robo y temiendo tanto la venganza del amigo como el
posible castigo que recibiría, Laso decide guardar silencio. Pero una vez descubierto el
hecho y al no encontrar un culpable, la Manuquita terminó de chivo expiatorio. La
narración sobre la visita del agente fiscal, sobre los golpes que recibió la niña, y de su
confesión forzada, dejan traslucir los sentimientos de culpabilidad que asedian al autor.
91 Obligada a confesar un robo que no había cometido, la niña debe asumir las
consecuencias del silencio de Laso. Finalmente, el padre de Laso perdona a la
Manuquita, quien, a pesar de eso, deberá cargar con la reputación de ladrona mientras
que Laso permanece impune y nunca llega a confesar la verdad sobre el hurto. En el
texto Laso presenta el incidente como uno de los hechos determinantes de su vida:
Dicen que las primeras impresiones son las que no se borran: estoy por creerlo,
pues el primer robo que vi cometer y en el que fuí tambien cómplice pasivo, es el
que siempre me atormenta y el que jamás puedo olvidar.
¡Miserable que fui! es cosa que jamás me la perdono; y esa confesion pesa sobre mi
como fatal sentencia....
92 Es inevitable asociar a la sirviente indígena que aparece en Las Tres Razas con la
Manuquita del Aguinaldo. La niña está ubicada en una posición privilegiada: forma el
ápice de la pirámide imaginaria que estructura la composición e incluso las lineas
ortogonales marcadas por los tablones del piso convergen en un punto ligeramente por
encima de su cabeza. No es casual que sea ella la que esté aguardando la jugada del niño
para echar su carta sobre la mesa. Significativamente, el único elemento que destaca en
su atuendo es el rosario que cuelga de su cuello. Este rosario establece el nexo más
evidente que permite vincular el interior doméstico representado en el lienzo con la
historia narrada en el Aguinaldo.
93 Así, Las tres razas puede ser interpretado como un tributo a la Manuquita, la pequeña
amiga de su niñez. Laso confronta directamente sus sentimientos desde la experiencia
de la clase dominante, desde el campo opuesto al de la víctima, desde la culpabilidad
que acompaña la experiencia del individuo en una sociedad atravesada por el racismo.
El caso recoge lo que, en otro contexto, Gonzalo Portocarrero ha descrito como el
patrón de dominación social en el Perú, “un castigo que busca una culpa que lo explique
y de una culpa que no encuentra el castigo que cree merecer”98. Si Laso utilizó el texto
escrito como confesionario, el acto de pintar se convierte aquí en una forma de
expiación. La pintura es, pues, mucho más de lo que aparentemente representa;
trasciende el carácter anecdótico del costumbrismo, e intenta resolver, sobre la
superficie del lienzo, las contradicciones de la sociedad en que vivía. De alguna manera,
lo que Laso había condenado en sus escritos se ve resuelto en su pintura.
94 Pero la narrativa autobiográfica que estructura la composición no es del todo aparente.
Finalmente, las referencias veladas resultan imperceptibles para el espectador común.
26
Así, las alusiones personales que Laso inscribe en sus pinturas no parecen haber sido
dirigidas al posible público de sus obras. Son perceptibles sólo cuando el trabajo
retrospectivo del investigador reúne evidencias que no habrían estado a disposición de
los contemporáneos del pintor. A lo sumo, estas referencias quizás hubieran sido
percibidas por un pequeño grupo de amigos y conocidos. ¿Para quién pinta entonces
Laso sus obras? Ante la ausencia de encargos oficiales, de un mercado y de una crítica
de arte es obvio que el pintor pinta por una motivación propia, sin expectativas reales
de entablar una comunicación directa con un sector amplio de la población. Es
significativo que Laso haya optado por regalar este cuadro a su amigo Mariano Alvarez
y que el lienzo no haya vuelto a la luz pública hasta hace pocos años 99.
95 Quizás podamos decir que el pintor se convierte en su propio interlocutor, que, de
alguna manera, pinta para si mismo. Si Laso personaliza convenciones alegóricas
comunes, si inserta testimonios personales en sus obras es también porque, como en
Las tres razas, la pintura le ofrece un espacio de redención. La propia precariedad de la
actividad pictórica en la sociedad republicana la liberaba de las exigencias puntuales
que se imponían sobre otros géneros como la literatura. Por ello, la marginalidad de la
práctica artística y la ausencia de una crítica de arte deja abierto un espacio que el
pintor asume para sí, encontrando en el espacio ideal de la pintura una alternativa
personal. Las pinturas de Laso definen un compromiso con los problemas de la sociedad
en que vivía, pero, como una práctica marginal definida por ideales utópicos, la pintura
también le permitió la posibilidad de resolver un conflicto social, de imaginar un orden
distinto de las cosas.
96 Al volcarse hacia la escritura, Laso había pensado contar con una herramienta que, a
diferencia de la pintura, le permitía intervenir con cierto grado de eficacia en su
entorno. A través de sus ensayos creyó encontrar la posibilidad de entablar un diálogo
social o, al menos, de forjar una vía de comunicación con algo que pudiera simular una
comunidad nacional. Pero fueron finalmente sus pinturas las que pudieron constituirse
en elementos significativos de identificación nacional, en las imágenes simbólicas que
lograron establecer los signos de identidad de las generaciones siguientes.
BIBLIOGRAFÍA
para que se conozcan de todos los indignos manejos de este Representante. Lima: Imprenta de “El
Liberal”, 1867.
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[Francisco Laso]. “El vividor”. La Revista de Lima 1, n° 10 (15 de febrero de 1860): 470-472.
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de octubre de 1861): 324-337.
[Sin firma al pie]. “Mi cumpleaños”. La Revista de Lima 6, n° 2 (15 de julio de 1862): 68-75.
[Francisco Laso]. “Croquis sobre las elecciones. Indirecta para los ricos, en particular, y para todo
hombre de orden, en general”. La Revista de Lima 7, n° 3 (1 de febrero de 1863): 97-107.
[Francisco Laso]. “Derechos adquiridos. El diputado por Lima que suscribe a sus comitentes”. El
Nacional, 27 de abril de 1867; El Comercio, 29 de abril de 1867; El Progreso, 29 de abril de 1867.
También publicado como suelto bajo el título Discurso leido por Laso en el Congreso, suplemento de
El Comercio, 29 de abril de 1867 y en el Diario de los debates del Congreso constituyente de 1867, 3 vols.
Lima: s.e., [1867], vol. I, pp. 217ss.
NOTAS
1. Partes de este ensayo están basados en mi trabajo, “The Creation of the Image of the Indian in
19th Century Peru. The Paintings of Francisco Laso (1823-1869),” tesis doctoral (Austin:
Universidad de Texas en Austin, 1995).
2. José Antonio de Lavalle y Arias de Saavedra, “Nuestros grabados [Francisco Laso]”, El Perú
Ilustrado, Año 3, semestre II, n° 137 (21 de diciembre de 1889): 1127.
3. [Ricardo Palma], “Lazo” en José Domingo Cortés, Diccionario biográfico americano (Paris:
Tipografía Lahure, 1875): 274.
4. Emilio Gutiérrez de Quintanilla, “¿Conocéis a Laso?”, y “Alcance a mi conferencia sobre Don
Francisco Laso”, publicados en Conferencia del Sr. Emilio Gutiérrez de Quintanilla leída en la Federación
de los Estudiantes del Perú (Lima: Librería Francesa y Casa Editora E. Rosay, 1920); José Antonio de
Lavalle y García, “La extraordinaria personalidad de Francisco Laso”, Expresión, año I, vol. 1, n° 1
(1938): 17-26; Juan Manuel Ugarte Elespuru, Ignacio Merino. Francisco Laso, Biblioteca Hombres del
Perú, XXXIII (Lima: Editorial Universitaria, 1966).
5. José Carlos Mariátegui, 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana (Lima: Biblioteca
“Amauta”, 1928): 184.
6. Véase en esta edición Aguinaldo para las señoras del Perú.
7. “El hombre y su imagen”. La Revista de Buenos Aires, n° 24 (1871): 278-284; La Revista de Lima,
Año 1, 1er período, vol. I, 3a entrega (1873): 205-208.
8. “Variaciones sobre la candidez”, en Costumbristas y satíricos, Ventura García Calderón, ed., pp.
32-43. Biblioteca de Cultura Peruana, 9, vol. 2 (París: Desclée de Brouwer, 1938): 31-43. Los versos
de “La oración de Jeremías” de Benito Laso, atribuidos por error a su hijo, se incluyen también en
esta antología. Ibid., pp. 43-47.
9. “Variaciones sobre la candidez” apareció en Turismo, Lima, XIV n° 147 (julio-agosto de 1949):
s.p.; “La causa de la juventud” fue publicado bajo el titulo “Carta a Manuel Nicolás Corpancho” en
Península, Callao, n° 7 (julio-septiembre de 1965): s.p. Por último, extractos de algunos de sus
ensayos fueron publicados por Carlos Alberto González, “Francisco Laso” en Antología histórica de
Tacna, 1732-1916 (Lima: Imp. Colegio Militar Leoncio Prado, 1952): pp. 46-50.
10. Se excluyen los documentos manuscritos, algunas cartas publicadas en diarios y otros
documentos oficiales que, aunque relevantes para su biografía, no contribuyen a comprender su
obra escrita.
11. Si bien Laso fue redactor de La América, no aparece en esta publicación texto alguno firmado
por él. De otro lado, tampoco hemos podido ubicar hasta ahora un ejemplar de La Tribuna, diario
que no se encuentra ni en el catálogo de la Biblioteca Nacional ni en el de las demás bibliotecas
que hemos podido consultar. González, “Francisco Laso”, p. 45; Lavalle y García, “La
extraordinaria personalidad de Francisco Laso”, p. 26.
12. Véase “Crónica. Academia Nacional” El Comercio, 26 de julio de 1867 y 1 de agosto de 1867. La
lectura del texto fue anunciada y luego pospuesta y, al parecer, nunca llegó a ser hecha pública.
Véase “Crónica. Academia Nacional” El Comercio, 9 de noviembre de 1867, 14 de noviembre de
1867, 17 de diciembre de 1867.
13. Juan de Arona [Pedro Paz Soldán y Unanuel, Páginas diplomáticas del Perú (Lima: Imprenta de la
Escuela de Ingenieros, 1891): 222.
14. Lavalle y Arias de Saavedra, “Nuestros grabados [Francisco Laso]”, p. 1127.
15. Luis Benjamín Cisneros, en carta a José Casimiro Ulloa, fechada en París, 31 de enero de 1860.
Véase Luis Benjamín Cisneros, Obras completas de Luis Benjamín Cisneros, 3 vols. (Lima: Librería e
Imprenta Gil, 1939): II, 401-402.
29
35. Zenón de Eleas [José de los Heros], “Comunicados. Al Barón de poco me importa”, El Comercio,
26 de abril de 1854, p. [3]
36. Teles [Telésforo Llerena], “Comunicados. Aguinaldo”, El Comercio, 2 de mayo de 1854, p. [4].
37. Teles [Telésforo Llerena], “Aguinaldo para las señoras del Perú”, El Comercio, 29 de abril de
1854, p. [3]
38. “Comunicados. Señor Laso”, El Comercio, 1 de mayo de 1854, p. [3].
39. El Licenciado Vidriera [José Antonio Barrenechea], “Comunicados. El Aguinaldo”, El Comercio,
29 de abril de 1854, p. [4]. Véase también, del mismo autor, “Comunicados. Aguinaldo para las
señoras del Perú”, El Comercio, 28 de abril de 1854, p. [4].
40. El mismo [Benito Laso], “Comunicados. Aguinaldo”, El Comercio, 2 de mayo de 1854, p. [4]; El P
Anselmo [Juan Espinosa], “Comunicados. ¡Pobre mi amigo Lazo!”, El Comercio, 28 de abril de 1854,
p. [4); El Comercio, 29 de abril de 1854, p. [4[.
41. Medicis, “Comunicados. El Aguinaldo”, El Comercio, 1 de mayo de 1854, p. [4]. José Antonio
Barrenechea respondió con otro artículo bajo el seudónimo de El licenciado Vidriera,
“Comunicados. El Aguinaldo”, El Comercio, 2 de mayo de 1854, p. [4].
42. Las cartas de Manuel Nicolás Corpancho y José Casimiro Ulloa, precedidas de una nota de
Ricardo Palma, se publicaron bajo el título “Aguinaldo para las señoras del Perú. Folleto por el
Bachiller de 'Poco me importa' (Don Francisco Laso],” en E! Comercio, 10 de setiembre de 1854.
43. “La causa de la juventud”, en esta edición.
44. Esta insatisfacción se expresa con elocuencia en la correspondencia entre Luis Benjamín
Cisneros y José Casimiro Ulloa, reproducida en Obras completas de Luis Benjamín Cisneros, vol. Il, pp.
387-443.
45. En carta a Ulloa, Corpancho escribió: “Le he escrito a Lazo pidiéndole noticias exactas de
Arequipa y ya para que vea a Pacheco en mi nombre solicitando para mi un salvoconducto a fin
de verlo y conferenciar sobre los medios de un arreglo. Si lo consigo marcho a Arequipa y si no
viene, quedo persuadido de que el odio es general y profundo”. Véase “Correspondencia
interceptada”, Alcance al Regenerador, n. 56, 6 de agosto de 1857.
46. El 6 de setiembre Laso escribió a un amigo, no identificado: “Yo creí ser el portador de la
presente, pero el haberme metido con una junta me tiene en este Sebastopol, como gato
encerrado en un castillo de cuetes” Carta interceptada por las fuerzas de Castilla y publicada en
la sección “Correspondencia interceptada” E! Comercio, 18 de setiembre de 1857.
47. Laso había anunciado su intención de abandonar Arequipa en setiembre y se encontraba ya
en Lima a comienzos de enero de 1858, aunque es probable que haya regresado incluso antes.
48. Laso escribió: “Si la revolución triunfa (ahora tiene posibilidades) no le deberá a este héroe
por fuerza que el haberla expuesto a fracasar varias veces” Véase “Correspondencia
interceptada”, El Comercio, 18 de setiembre de 1857. En su “Croquis sobre el carácter peruano”,
Laso escribiría: “Sólo la toma de Arequipa bastaría para desvanecer la injusta idea de que el Indio
peruano es cobarde. Los pobres y despreciados Indios, se batieron allí como franceses, sólo
porque conocían a su general y sabían que este estimaba al soldado, es decir, al Indio”
49. El cuerpo de redactores estuvo integrado además por Emilio Althaus, Pedro José Saavedra,
Luis B. Cisneros, Manuel Irigoyen, Felipe Barriga, Luciano Benjamín Cisneros, Pedro Calderón,
Juan Vicente Camacho, Antonio Florez, Manuel A. Fuentes, Evaristo Gómez Sánchez, Alfredo
Leubel, Felipe Masías, Ignacio Noboa, M. M. Rivas y José Simeón Tejeda.
50. También colaboraron Francisco García Calderón, José Antonio García y García, Próspero
Pereira Gamba, Juana Manuela Gorriti, Trinidad Fernández, Carlos y Modesto Basadre, Lorenzo
García, Juan Espinosa, Arnaldo Márquez, y Carlos Augusto Salaverry.
51. “Carta de Luis Benjamín Cisneros a José Casimiro Ulloa, París, 31 de enero de 1860. Transcrita
en Obras completas de Luís Benjamín Cisneros, vol. II, pp. 401-402.
52. También en su ensayo “Croquis sobre el carácter peruano”, Laso escribía: “Se dice,
generalmente, que en el Perú nadie sabe obedecer; pero nosotros creemos mas justo el decir que
31
‘en el Perú no hay quien sepa mandar’. Por esto, todos los males del país han venido y vienen de
arriba para abajo, y no de abajo para arriba.”
53. Carmen McEvoy, Un proyecto nacional en el siglo XIX. Manuel Pardo y su visión del Perú (Lima:
Pontificia Universidad Católica del Perú, 1994): 205-209, 258-277.
54. La larga lista de redactores de la revista incluía a los más importantes intelectuales peruanos,
como Juan Vicente Camacho, Juan Espinosa, Francisco García Calderón, Francisco de Paula
González Vigil, Ignacio Noboa, Mariano Felipe y José Gregorio Paz Soldán y Santiago Távara.
Entre sus agentes en el exterior se econtraban Ricardo Palma (entonces en Valparaíso), Abigail
Lozano y Benjamín Vicuña Mackenna.
55. Es probable que el autor de la nota se estuviera refiriendo a la recién fundada Escuela de
Artes y Oficios. Véase “Comunicados. La Dictadura”, El Comercio, 5 de diciembre de 1865.
56. Véase El Peruano, vol. 50, n° 1, 2 de enero de 1866, p. 1.
57. “Crónica interior”, El Comercio, 27 de diciembre de 1865. En las elecciones del 6 y 7 de enero
Laso obtuvo 46 votos, ocupando el segundo lugar tras Ramón Montero, quien obtuvo 49 votos.
Véase “Crónica interior” y “Crónica local. Municipalidad”, El Nacional, 8 de enero de 1866.
58. Como Teniente Alcaldes estuvieron José Bresani y Pablo de Vivero y como segundo Síndico
Augusto de Althaus. Pedro M. Cabello, Guía política, eclesiástica y miüíar del Perú para el año de 1866
(Lima: Imprenta de la Guía, 1866): 105.
59. “Instalación de la nueva Municipalidad” Eí Comercio, 8 de enero de 1866.
60. Mayores detalles sobre la actividad de Laso como Síndico en la “Crónica local” de El Nacional
de 1866, donde se publicaban regularmente las actas de las sesiones municipales.
61. “Bomberos de la Municipalidad de Lima” Centro de Estudios Histórico Militares del Perú, doc.
51, leg. 14, año 1866. Véase la sección “Crónica local” de El Nacional, 21, 25 y 27 de abril de 1866.
62. “Crónica local. Premios”, El Nacional, 14 de julio de 1866.
63. El pueblo, “Candidatura popular”, El Nacional, 31 de agosto de 1866. Véase también en apoyo
de Laso: “Comunicados. Candidaturas”, El Nacional, 4 de setiembre de 1866; Patriotas,
“Comunicados. Candidatura”, El Nacional, 5 de setiembre de 1866; “Comunicados. Elecciones”, El
Nacional, 7 de setiembre de 1866, “Comunicados. Elecciones”, El Nacional, 7 de setiembre de 1866;
El pueblo, “Comunicados: ¡Alto ahí!”, El Nacional, 10 de setiembre de 1866.
64. “Crónica local. Nuevo club eleccionario”, El Nacional, 4 de diciembre de 1866; “Crónica local.
Asociación electoral”, El Nacional, 8 de octubre de 1866; “Crónica local. Asociación electoral” El
Nacional, 9 de setiembre de 1866.
65. Paul Gootenberg, Imagining Development. Economie Ideas in Peru's “Fictitious Prosperity” o (Guano,
1840-1880 (Berkeley, Los Angeles y Londres: University of California Press, 1993): 143, 150.
66. Crónica local. Club Progresista”, El Nacional, 11 de octubre de 1866; “Crónica local. Club
Progresista” El Nacional, 15 de octubre de 1866. Este nuevo interés se revela claramente en un
comunicado publicado en El Nacional, que ponía el apoyo a la candidatura oficial en boca de los
artesanos. Según el articulista, su texto era copia fiel de “la escena que no ha mucho presencié
entre unos laboriosos artesanos, de lo cual se puede inferir sin temor a equivocarse, que tal es la
mente del pueblo...” Véase Un quidan, “Comunicados. Un Taller”, El Nacional, 16 de agosto de
1866.
67. “El señor Lazo, que después de haber recibido una educación científica y esmerada, ha
querido tener, como tenéis vosotros, un oficio en las artes, es un pintor filosófico qe ha
enriqecido con sus obras los museos y los grandes salones de esta capital. Aquí lo tenéis modesto
y distinguido siempre por la pureza de su vida, por su patriotismo y por su aplicación al trabajo
de los gremios.” “Comunicados. Club de la Unión. Acta”, El Nacional, 22 de octubre de 1866.
68. Los resultados de las elecciones se publican en la sección “Crónica local” en El Nacional, 23 y
31 de octubre de 1866 y 6 de noviembre de 1866. Véase también Manuel Talavera, “Comunicados.
Elecciones” El Nacional, 27 de noviembre de 1866.
69. “Crónica local. Constitución de 1823”, El Nacional, 7 de marzo de 1867.
32
70. Véase Diario de los debates del Congreso constituyente de 1867, 3 vols. (Lima: [1867]): l.p. 217.
71. Ibid.
72. Ricardo Palma, “Semblanzas”, La Campana, 7 de julio de 1867.
73. “Si para ser buen liberal es indispensable llevarse mas de los “prospectos” sin aplicación que
de la conveniencia pública, entonces los señores que me critican pueden guardarse sus títulos de”
“liberal” para envolverlos con su” “patriotería...”. Véase “Derechos adquiridos”, en esta edición.
74. Sobre la rebelión de Huancané, Emilio Vásquez, La rebelión de Juan Bustamante (Lima: Librería-
Editorial Juan Mejía Baca, 1976): 312-313. Véase también “Indio y nación: una lectura política de
la rebelión de Huancané”, en Forjando la nación. Ensayos sobre historia republicana (Lima: Pontificia
Universidad Católica del Perú y The University of the South, Sewanee, 1999): 61-118.
75. Manuel Pardo, Algunas cuestiones sociales con motivo de los disturbios de Huancané. Al Soberano
Congreso (Lima: J. M. Monterola, 1867): 11-12.
76. Véase “contribución” y “tributo” en Francisco García Calderón, Diccionario de la legislación
peruana, 2a ed. rev. (Lima y Paris: El autor y Laroque Jeune, 1879).
77. Véase la transcripción de los debates en el congreso incluidos en Marcelo Sánchez Espinosa,
“La abolición de la contribución personal por el Congreso Constituyente peruano de 1867”,
Revista de historia de América 18 (diciembre de 1944): 348.
78. Véase “Derechos adquiridos. Apreciaciones generales”, El Nacional, 13 de febrero de 1867.
79. McEvoy, Un proyecto nacional en el siglo XIX, pp. 54-63; 220-221.
80. “Derechos adquiridos”, en esta edición.
81. Intervención de Carlos M. Elias, publicada en el Diario de los debates del Congreso constituyente
de 1867, p. 333. Sobre el debate en tomo al discurso de Laso véase Diario de los debates del Congreso
constituyente de 1867, pp. 319ss.; “Derechos adquiridos”, E! Comercio, 30 de abril de 1867; “Derechos
adquiridos”, El Nacional, 1 de mayo de 1867; Otro diputado amigo de la justicia, “Intereses
generales. “Derechos adquiridos”, El Comercio, 3 de mayo de 1867; “Derechos adquiridos”, El
Nacional, 4 de mayo de 1867.
82. La sombra de Miguel Ángel, “El discurso del Diputado canario”, El Comercio, 7 de mayo de
1867; Mr. Revancha Le sot, “Discurso de un zambullo representante”, El Comercio, 8 de mayo de
1867.
83. “Comunicados. Intereses generales. El Barón de Poco Me Importa o el Canario Mudo”, El
Comercio, 7 de mayo de 1867.
84. Carmen Me Evoy, La utopía republicana. Ideales y realidades en la formación de una cultura política
peruana (1871-1919) (Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, 1997): 43.
85. McEvoy, Un proyecto nacional en el siglo XIX, pp. 65-66, p. 68. Laso también fue nombrado
inspector del Asilo de Mendigos. Véase “Crónica local. Beneficencia” El Comercio, 5 de enero de
1869.
86. El anuncio del inicio de la labor de Laso como cronista se hace a fines de febrero. Véase
“Crónica local. Bazar semanal” El Nacional, 27 de febrero de 1869.
87. “Crónica local. Bazar semanal.” El Nacional, 3 de abril de 1869.
88. La carta de aceptación de Laso en El Peruano, 56, n° 69, 23 de marzo de 1869, p. 273.
89. Jürgen Habermas, The Structural Transformation of the Public Sphere. An Inquiry into a Category of
Bourgeois Society, trad., Thomas Burger con ayuda de Frederick Lawrence (Cambridge,
Massachusetts: MIT Press, 1991).
90. Geoff Eley, “Nations, Publics, and Political Cultures: Placing Habermas in the Nine-teenth
Century”, en Craig Calhoun, ed., Habermas and the Public Sphère (Cambridge: The MIT Press, 1992):
305.
91. “Proyecto de Constitución de La Academia Peruana”, El Progreso, 16 de marzo de 1867. Véase
también “Academia Nacional. Discurso de instalación...” El Progreso, 23 de marzo de 1867 y
“Crónica. Academia Nacional”, El Comercio, 27 de junio de 1867.
33
DOS PALABRAS
1 Trece años han transcurrido ya desde que, el que hoy se encuentra representando a la
provincia de Lima en el Congreso Constituyente, dio a luz en Europa un inmundo folleto
con el título de AGUINALDO, en el que forjando las más espantosas calumnias
presentaba a los peruanos como seres corrompidos, abyectos y miserables.
2 Llena el corazón de dolor y a la vez de la más profunda indignación, ver hasta dónde
llegó el cinismo y perversidad de tal hombre para con el Perú, escribiendo y publicando
en el extranjero folletos altamente injuriosos y en los que se le pintaba con los más
negros colores. Y esa temeridad que debió producir en los hijos de la República un
justísimo aborrecimiento a su detractor, sentimos en el alma que haya podido olvidarse
tan pronto, permitiendo se eleve a la altura de representante del pueblo, bien de que no
por medios legales, sino ruines e indignos, al mismo tiempo que lo había calumniado en
el extranjero.
3 Raros son para honra de la humanidad y para consuelo de la patria esos monstruos de
alevosa perfidia que destituidos absolutamente del santo fuego del patriotismo o del
agradecimiento, van a naciones extrañas a forjar mentiras que recogidas por la
ignorante multitud forman el descrédito de una nación más que cualquiera otra
civilizada e ilustre.
4 El Perú, mal que le pese al representante de su capital en el Congreso, el Perú no ha
llegado al extremo de abyección en que se le retrata, ni sus hijos poseen esas viciosas
costumbres que con tanta impudencia se les atribuye.
5 El señor Laso, en su delirio de inventar acusaciones contra el Perú, cuando este país lo
sostenía y lo educaba a pesar de su condición de boliviano como se asegura, lo mismo
que da pan a su familia hasta ahora, debió tener presente que esas recriminaciones
cobijadas por la ignorancia producirían su descrédito, y no olvidar los hechos heroicos
que la mayoría de los peruanos han realizado con asombro del universo. Junín y
38
Ayacucho, cree el señor Laso, que no merecen la pena de ser la más gloriosa epopeya
del siglo.
6 En esa grandiosa jornada de la patria que simula olvidar el señor Laso, quizá porque no
comprende la magnitud de su gloria, los peruanos dieron a conocer que en su corazón
existe muy grande el amor a la patria y que ese amor tanto en 24 como en 66, ha
producido héroes y mártires cuyos nombres se recuerdan con el más justo orgullo
nacional.
7 Para conseguir el objeto menguado de desprestigiar al Perú, el señor Laso ha recurrido
a las escenas del hogar doméstico, escenas que raras o falsas en nuestra sociedad no
pueden ser un argumento para su descrédito, porque las costumbres de un país por
raras que sean no significan más que la índole de sus individuos, y lo que se hace con un
niño, las tiernas afecciones de que es objeto por sus padres, bueno o malo que sea a los
ojos del señor Laso, no significan más que el amor paternal, manifestado según las
inteligencias y las costumbres.
8 Los niños en el Perú, cualquiera que sea el modo de educarlos, lo cierto es que se
educan, que se le inculcan los santos sentimientos de virtud y de patriotismo; no de
otra manera ha podido realizarse la independencia del Perú, cuando una nación mil
veces fuerte le oprimía poderosamente con la fuerza de sus armas y de sus
preocupaciones.
9 Mucho ha gritado el señor Laso entonces y ahora sobre los pensionistas del Estado,
haciendo comparaciones ridículas para escarnecerlos, y el cielo sin duda en castigo de
la intención dañada que llevaba, ha permitido que podamos afrontarle sus actos
condenados por su misma teoría, pues todo el mundo sabe los medios de que el señor
Laso se ha valido para conseguir el destino que hoy ocupa y el que ahora poco ocupó en
la Municipalidad de Lima; y todo el mundo sabe también, que es el menos aparente para
lamentar la falencia del fisco, pues sin pertenecer a la turba de servidores a la patria, ha
disfrutado y disfruta aún de las rentas nacionales, sin siquiera la simulación de haber
prestado jamás el menor servicio al país, pues lejos de eso, debía en rigor de justicia, ya
que es incapaz de cumplir con el deber de establecer una Academia de pintura, según se
lo ordenó el Gobierno al mandarlo a Europa, devolver por propia dignidad sino por
obligación, las sumas que indebidamente percibió de nuestra desangrada hacienda,
puesto que ha burlado las esperanzas del país en su genio artístico, resultando ser
puramente negativo.
10 Damos pues hoy a la prensa la fiel reproducción del folleto que el señor Laso publicó
para injuriar al Perú; y declaramos en honor a Lima, que ha estado muy lejos de
otorgarle sus sufragios al que solo mereció su desprecio.
39
4 Bien, mis Señoras, ya Ustedes ven lo que yo las quiero; y como a uno le gusta siempre
que las personas por quienes se interesa le presten un poco de atención, aunque no sea
sino por ceremonia, yo reclamo la de Ustedes, y la exijo con tanto más empeño, cuanto
que lo que voy a decir es cosa seria… No se asusten, mis Señoras, con estas palabras, ni
extrañen el que un hombre les quiera hablar de asuntos de importancia. — Tengan, una
vez siquiera, un momento de paciencia.
5 Realmente lo que voy a decirles es serio y muy serio, y si he principiado con el tono de
chanza, es porque entre nosotros todo lo serio se reduce a broma, y de las bromas se
hacen asuntos serios; además que estoy persuadido que si quiero hablar como Catón o
Jeremías, Ustedes me recibirán con una descarga de bostezos, y quién sabe cuál seria el
fin de mi pobre regalo. Para llamarles, pues, la atención, me he valido del vil artificio de
tomar un estilo indigno del asunto.
6 Pues, mis Señoras, perdonándome Ustedes la franqueza, les diré que gracias a los
inmundos artículos del Comercio*, hasta los oídos más finos y castos no prestan con
gusto la atención sino al sarcasmo y a la mordacidad.
7 Basta de prólogos… vamos a la comedia. ¿Saben Ustedes de quién quiero hablar? De la
patria, sí, de la patria a la cual Ustedes están llamadas a prestar grandes servicios. ¡Por
Dios! Siquiera porque les halago la vanidad, háganme el favor de no arrojar el papel:
otro momento de atención y paciencia. Sí: Ustedes están llamadas a tomar una parte
activa en la verdadera regeneración del Perú, de ese país que lozano en apariencia está
condenado a muerte por las demás naciones; y si todos sus hijos no se reúnen para
salvarle, pronto también se dirá de nuestro pobre país: Ya no hay sujeto…
8 No se asusten porque les hablo con tanta brusquedad: no se escandalicen porque no
digo que el Perú es el paraíso terrenal, ni me juzguen desnaturalizado porque publico
sin embozo nuestra miseria. Dios, a quien no puedo ocultar ni aún mi vileza, es testigo
de lo que quiero a mi país, y mis voces no son sino el grito de desesperación que da el
enfermo, cuando señala el punto donde se le reconcentra el dolor.
9 ¡Hombres que os llamáis de ciencia y de talento! Si todavía sentís latir un corazón, ¿por
qué no levantáis la voz para despertar a nuestra demente sociedad, que marcha como
sonámbulo que se dirige cantando al precipicio?
10 Hablad, y vuestras palabras hallarán eco en los honrados, y sólo se escandalizarán de la
verdad las almas egoístas y vulgares a quienes Dios no quiso conceder el patriotismo, o
los traidores en cuya casa no se puede nombrar la cuerda…
11 Yo prevengo, que no teniendo más mira que el bien general, no entro en partidos, y
mucho menos en personalidades. Esto sería inútil, porque viniendo nuestra corrupción
desde nuestro origen, todos estamos inoculados del mal; si la masa no fuera débil y
pervertida, ¿existirían por largo tiempo fracciones que la degradaran y oprimieran?
12 Méjico y el Perú han tenido el mismo origen, y su marcha a la destrucción es paralela.—
Méjico y Lima fueron las ciudades favoritas de los conquistadores; de cada una de ellas
hicieron un centro de placeres, y el brutal soldado con la generosidad del bandido,
dilapidando ingentes sumas, estableció el lujo, el juego y los demás vicios que están
anexos a los lugares de prostitución. Los Españoles desde que levantaron los
monumentos derribados por la metralla en la capital de Motezuma (sic), y al poner las
primeras bases de blando barro en la ciudad de los Reyes, imprimieron a Mejicanos y
Peruanos el sello de la ignominia.
41
13 Nuestra degradación es crónica*; sobre nosotros pesa el pecado original; y como en vez
de purificarnos al nacer, nuestros padres nos corrompen con la mala educación y el mal
ejemplo, al fin cada generación perfecciona los vicios inventados por su generatriz.
14 La degradación se perpetúa entre nosotros por la mala educación, y el Perú no saldrá
del vilipendio si no se cambia totalmente el modo de formar la juventud.
15 La educación es el remedio de nuestro mal, y ella es la esperanza del porvenir; pero no
la educación como generalmente se entiende en el Perú, que consiste en hacer un
bailarín o un pedante a los 18 años, sino aquella por la cual se infunde en el hombre
bases sólidas y durables de moral. La moral es la salvación.—Y, Ustedes, mujeres del Perú,
como institutrices de sus hijos, son las que deben darles las primeras lecciones. Por
amor a su propia sangre; por compasión a ese pobre país donde nacieron, hagan que sus
hijos no se nos parezcan en nada. Formen hombres honrados, fuertes y valientes.
Siendo honrados serán buenos hijos y buenos ciudadanos: si son fuertes y valientes,
servirán para defender la justicia.
16 Ustedes, mis Señoras, ya estarán cansadas con lo que acabo de decir; tienen razón: yo
también estoy aburrido con esas cosas, y dejando el tono menor, vamos variando, pero
sin salir del tema. Y por vía de pausa les haré una advertencia, que consiste en
prevenirles que yo soy medio salvaje (tal vez ya me lo han conocido) y que no frecuento
mucho la sociedad, porque me fastidian los cumplimientos y ceremonias, y me cansa
extraordinariamente el lenguaje adulón o mieloso de un estrado. Soy muy libre, muy
bárbaro; me cuesta mucho trabajo el decir S. E.: me fastidia el V S., y la palabra S. M.
creo que no pudiendo atravesar mi garganta me ahogaría. Si me fuera forzoso el hablar
como almibarado galán, o como cortesano, me haría mudo; pues no me gusta mover los
labios, si no he de decir las cosas a mi modo y cuanto siento. Por esto, mis respetadas
Señoras, les hablo con tanta familiaridad; porque aunque Peruano, me gusta tratar a las
mujeres como a hombres, es decir, con toda consideración posible, pero sin ninguna
adulación. Por consiguiente, ya que Ustedes me permiten el hablarles, si es que
permiten, si sobre todo es que me escuchan, tendré el honor de prevenirles que mi
lenguaje será franco, natural, como si hablara con un amigo a quien estimo; y aun
cuando Ustedes se enojen muchas veces conmigo, yo seguiré mi paso llano, porque como
estamos tan lejos no les tengo miedo. Confesión poco valiente por cierto, pero ¡que
importa!!!
17 Ya hemos hecho una digresión bien larga, y es preciso volver lo más pronto al asunto;
pero antes de entrar en campaña con los niños, a quienes pienso dar con palo de ciego,
para dar golpes con toda libertad, y que Ustedes no crean que son sátiras a los hijos de
su alma, tendré el honor de anunciarles, que semejante a Júpiter que sacó de su cabeza
a Minerva ya armada con coraza, casco y lanza, yo también haré brotar de mi mollera
un niño con su respectiva familia, con su correspondiente escuela, colegio, Cámara de
Diputados y empleo.
18 Como soy cristiano, el hijo de mi cabeza seguirá la religión de su padre y lo
bautizaremos con el nombre sonoro de Manongo.
19 ¡Ya nació el niño Manongo! Que toda la casa se alborote; que tiemblen los suelos,
techos, paredes con los gritos de alegría de los veintitrés criados de la familia y de los
innumerables negros, cholos, pardos, cuarterones y mestizos que han venido al olor del
42
recién nacido, para sitiar al padrino a quien amenazan de comérselo, como si fueran
Cosacos, si tiene la desgracia de declararse cebo. Pero dejemos a un lado aquella oscura y
codiciosa turba para que mitigue la insaciable sed de sus estómagos con una botija de
aguardiente, y que aturda al vecindario con el ruido de los cohetes y con la estrepitosa
algazara originaria del Congo. Yo también tengo hambre y sed de contemplar al niño
Manongo y me avanzo, atropellando todo, hasta la cuna. Lo primero con quien tocan
mis narices es con el padre de Manongo, que frotándose las manos de contento me dice:
Es varón, ¡qué fortuna! Y me toma del brazo para que ambos miremos lo hermoso que
es. ¡Pobre criatura! Las primeras expresiones que resuenan en tus sordos oídos son las
mentiras, porque una multitud de viejas (tal vez porque no ven) te encuentran lindo e
idéntico a tu padre, a pesar de que tú, como todo recién nacido, no eres sino una masa
asquerosa que no tiene forma humana, y que siendo angelito de Dios solo te pareces al
diablo por lo feo. Mas si no eres hombre por la forma, lo eres porque naciendo
experimentas el dolor, y con la primera respiración das un gemido. ¿Por qué razón en
todo el Perú se trata al que acaba de nacer como a bandido, ligándole todo el cuerpo
para impedirle el movimiento? ¿Es una ceremonia nacional con la que se hace
comprender al Peruano que está predestinado a la inercia?
20 Así envuelto con mil cintas como momia egipcia, a mi pobre Manongo lo ponen en un
sepulcro que llaman cuna, donde lo encierran herméticamente con espesas cortinas
para que no le toque el aire. Así lo tienen no sé cuánto tiempo, hasta que Dios
compadecido de su llanto le hace hacer sin son ni ton una sonrisa. ¡Qué gusto para la
familia! Todos quieren tomarlo en los brazos para escuchar sus gracias; y precisamente
como es incapaz de hablar y no hace sino sonreír a todo, se le declara hombre de
inteligencia desmedida, pensador profundo1. ¡Qué llantos de gozo cuando
tartamudeando dice: ¡Ma, ma! ¡Qué fiesta y qué admiración para la parentela cuando da
la primera prueba de su gran ingenio poniéndose de cuatro pies!!! Y luego que puede
articular dos o tres palabras es la joya de la casa, el oráculo de la familia; y para que
pueda responder a la pregunta que se la haga, lo primero que le enseña su tío el coronel
(en el Perú hay un coronel para cada familia, o por lo menos para cada familia hay un
coronel), es a echar un ajo a su papá, a decir P…, a la madre y una multitud de
cracedades (sic) para que pueda repartirlas entre la abuela y tías *. Así el engreído y
malcriado niño va luciendo sus gracias de casa en casa, y recibiendo de mano en mano
dulces y fruta con lo que acaba de destruir su estómago. La vida vagabunda de Manongo
cesa el día que cumple 5 años; día fatal para él, pues el padre convoca a la familia para
decirle que es necesario mandar a la escuela al heredero de su nombre.
21 Hay acalorados debates: la abuela opina que es mucho mejor que se le eduque en la
casa; la tía hace otra proposición; mas el padre, semejante a un Bruto, da la fatal
sentencia: A la miga (escuela de mujeres). Viendo que toda protesta era vana, la madre,
para que los duelos con pan fuesen menos, le llenó a Manongo una canasta de bizcochos
y otras golosinas. El niño sollozando se puso en campaña con el humor negro y con el
pardo esclavo que lo iba acompañando.
22 ¡Pobre niño Manongo, a quien yo también quiero! No puedo verlo sin compasión,
porque sus padres han hecho de él un ser nulo y desgraciado, primer embrión de un
hombre corrompido o por lo menos incompleto; pues a esa edad ya tiene la moral 2
encaminada en la mala dirección, y el físico por tanta atención afeminada ya principia a
dar muestras de raquitismo.
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23 Vamos a la miga.—Ya tenemos a nuestro héroe rolando en sociedad con sus semejantes,
y al ver a Manongo en la miga, interpolado con hombrecitos y mujercillas, se le creyera
en un Falanster o escuela Espartana, con solo la diferencia que en este último país se
educaban a las mujeres como a hombres, mientras que entre nosotros se educan a los
hombres como a mujeres; pero esto no viene al caso.
24 Nadie pondrá en duda que una escuela es una republiquita, por lo común retrato en
miniatura de la nación, donde está inscrita, con los mismos defectos y las mismas
cualidades, si es que las tiene.
25 El niño Manongo salió de la miga muy distinto de lo que entró, y en solo dos horas de
escuela su moral sufrió una transformación inmensa. Regresó a la casa paterna
cabizbajo y meditabundo y sin saber cómo, principió a creer que era una personalidad;
que ya tenía el derecho de hablar, de combatir y sobre todo de proponer cosas que le
resultasen en beneficio propio: en suma se creyó un diputado. Con semejantes ideas lo
primero que declaró a la familia, reunida en congreso pleno, fue que estando la miga a
tres cuadras de distancia y hallándose el suelo húmedo por ser invierno, pedía que la
nación le comprase un burro (se entiende para que su negro lo llevase por delante).—
Aprobado sin discusión… y los generosos padres conscriptos añaden el freno, las
gualdrapas y un rebenque con el cual el agraciado muchas veces le chicotea la cara, de
lo que Ustedes como yo nos alegramos. Bien: el diputadito que, a pesar de no tener sino
cinco años, tiene malicia como diez, conoce que es preciso aprovechar de las
circunstancias y antes que se enfríe el entusiasmo hace una segunda moción, pidiendo
que se le aumente el sueldo que consiste en un cuartillo diario; porque yendo por la
mañana a la escuela el bizcochero y por la tarde el frutero, la dieta matutina no es
suficiente para todo el día. Acordado por aclamación…—y los abuelos, como buenos
senadores, aumentan de mota propio el medio para que pueda pasar la noche con
holganza.
26 ¿No es cierto que nuestro paisanito es una alhaja, que es un dije? ¡Es muy gracioso como
casi todos los niños de allá a esa edad! Y es una lástima que esos que debieran ser la
esperanza del país, ya tengan ciertos defectos que Ustedes los han forzado a adquirir.
Los muchachos a los cinco años son entes débiles por la mimada educación; pues
Ustedes no les permiten casi respirar el aire puro, no les hacen hacer ejercicio, y
temiendo que se resfríen los cubren como a Esquimales. Ustedes son las que les pierden
el estómago, porque consienten que se embutan de disparates en lugar de tomar
alimentos sanos que convendría para su desarrollo; y Ustedes las que los encaminan a
los vicios, dándoles tanto dinero.* Por Ustedes desde la tierna edad son malcriados y
antojadizos, como mujer de malas costumbres. Son arbitrarios e indisciplinados;
dispuestos desde entonces como todo Peruano a no respetar la ley y anti-económicos,
dilapidadores, pues están acostumbrados a gastar diariamente dinero en frivolidades; y
estos vicios que son los primeros elementos de nuestra desgracia, no hacen sino
aumentar a medida que el niño avanza en edad.
27 Señora, ¡yo sé bien que Usted es la excepción de las madres, y sus hijos los modelos de
virtud! Sin embargo yo le ruego que ponga un poco de atención con sus criaturas y no
dé la disculpa perezosa que dan ciertas madres, que con la indolencia que nos es
característica, no quieren tomarse el trabajo de vigilar ni reprender a sus hijos…
“Todavía es muy tierno… que goce el angelito… lo educaremos más tarde… ¡Más tarde!!!
Voz fatal también para el Perú. ¿Queréis saber lo que sucede con vuestros hijos más
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tarde? Pues bien: sabed que la mayor parte a los 15 años son rateros y que a los 20, por
falta de valor, no son bandidos*.
II
28 Supongamos que el niño Manongo ya tiene diez años: a esta edad está estudiando una
multitud de cosas, particularmente el latín. Es inútil decir que es hábil. Siendo limeño
tiene que serlo. Tampoco me ocuparé en examinarlo para mostrarles a Ustedes toda su
ciencia, porque mi objeto es solo ocuparme de la moral; y además les confesaré
francamente que siendo ignorante y concienzudo, no tendré el impertinente aplomo de
ciertos examinadores, que tomando el programa hacen preguntas de cosas que jamás
aprendieron.
29 Bien. El niño ya latinista no solo es un campeón literario en el colegio, sino que es el
terror de las visitas; porque, como la mayor parte de nuestros muchachos, es el más
intruso charlatán que corta toda conversación, que en todo se mezcla con el mayor
descaro y petulancia. Cuando el pobre doctor quiere hacer un requiebro, el malcriado
principia a recitarle versos de Virjilio, y que el visitante científico pasado por agua
caliente no puede traducir. Si el diáfano elegante quiere decir una dulce pero
empalagosa trivialidad, el pedante discípulo de Nebrija le interrumpe para meterle las
raíces por las narices; y por último cuando el ilustre dependiente de casa inglesa quiere
explicarse en mal español, aunque sea limeño, el niño terrible lo acosa con reglas del arte
que el otro no acierta ni por casualidad, porque el pobre dando un salto pasó quis vel quid
y sus alcances no le permitieron pasar de los géneros. ¡Qué placer de la madre al ver que
las reglas gramaticales del hijo de sus entrañas eran bombas que abatían a sus
adversarios! Ella se hacía distraída, pero con el rabo del ojo todo lo observaba, y si los
tertulios se ponían colorados de vergüenza, ella rebozaba de placer. Por fin, gracias a la
poca resistencia, el héroe se retira como gallo que canta su victoria, y va al lecho para
reparar con el sueño tanta fuerza intelectual perdida.
30 ¡Duerme, niño a tus anchas! ¡Yo quiero demasiado el sueño para no respetar al
dormido! ¡Duerme, ángel de Dios, duerme con el sueño del justo, ya que realmente eres
justo porque duermes!
31 En fin la Gorda3 para las ocho principia a dar ese terrible y compasado son… voz
infernal y tremenda que tanto me atormentó en la niñez y que hasta ahora su recuerdo
me sirve de fatigante pesadilla. ¡Implacable Apolo! Tú que inútilmente viniste a
mortificarme en otro tiempo, también te antojas de molestar a todo un niño Manongo.
Pero, ¿qué hacer? Es preciso vivir de sacrificios en este valle de lágrimas, y sobre todo
es necesario ser hombre. Nuestro amigo, después de cinco o seis convulsos estirones y
dos docenas de leónicos bostezos, se resuelve a vestirse. Principia por ponerse las
medias dentro la cama y del mismo modo los calzoncillos y pantalones: hombre prudente
jamás vencido. Después de echarse a cuestas un gran vaso de suero, chicha de piña o
cualquiera otro refrigerante para que le adelgace aún más la sangre, toma sus libros
bajo del brazo y calándose el sombrero de modo que le cubra un ojo, rompe la marcha
con aire marcial a paso débil y descompasado.
32 El señorito va muchas veces rodando por las calles, más preocupado que Arquímedes
con la resolución del problema de la corona. ¿Quieren saber por qué? Muy en secreto
les diré que el niño tiene también deudas de honor; y para que Ustedes sepan todo, les
diré el modo como las adquiere. Ustedes sabrán que en el colegio nunca falta un pupilo;
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en el cuarto del pupilo jamás falta el juego, ya sea a la mosquita, cascara de nuez, al cuatro,
a cara o sello, y al más viejo y primitivo de los juegos a pares y nones *. Mis señoras, ya ven
Ustedes lo impuesto que estoy en esas cosas y también les diré que he sido y soy muy
aficionado, mas no juego por vergüenza; pero no se crea por frecuentar el vicio, sino de
vergüenza de no poder asustar al banquero con cada parada. Mas ¿cómo dejaría de
adorar el juego cuando ese es el culto nacional? ¿Cómo olvidar ese vicio querido cuando
he jugado en la escuela, en el colegio; cuando él me recuerda las primeras vacas que
hice en Chorrillos? ¡Oh sublime lugar! ¡Solo al recordar tu nombre mi mano tiembla!,
¡mi corazón palpita! ¡Manantial de delicias!, ¡verdadera isla de Chipre!, ¡lugar
predilecto!, ¡nido de mi alma! Cuando ella se desprende de mi cuerpo dormido
atravesando el espacio, cual golondrina que regresa a su mansión primera, el punto
donde detiene el vuelo es en tu playa, para ver al borde del barranco o precipicio a todo
lo que tengo de más querido. Allí se encuentra mi patria reunida; allí veo a mis amigos,
a mi familia, a los grandes y pequeños, a los plebeyos y nobles, todos reunidos como
republicanos, todos, todos sometidos a la misma ley igualdad ante el cinco y seis.
33 Ustedes dispensen, mis Señoras, esta pequeña digresión; pero les diré que todo podré
tener menos el ser ingrato. Me habría sido imposible el no acordarme de Chorrillos *, ya
que hablé de juego: todavía me cuesta trabajo el abandonar ese lugar que tanto quiero;
y muy a pesar mío tengo que dejarlo para volver a tomar al niño Manongo.
34 Ya entró al colegio. No saludó a nadie; dio bien su lección; almorzó y por el momento
está donde un pupilo jugando a la pica. Si Ustedes ignoran lo que quiero decir, llamen a
cualquier niño de siete años para que les dé la explicación; y si quieren hacer la
experiencia jueguen con él a cuartillo la partida: siempre que a los diez minutos no les
haya ganado una peseta, hagan Ustedes lo que quieran de mí. ¡Bien! Digo que el niño
está jugando. Desgraciadamente su adversario es más grande; precisamente será el más
diestro en colegialadas4 o pillerías; pero llámese lo que se quiera, el niño pierde el real
diario (porque creciendo en cuerpo también se le aumenta el sueldo). Después saca un
chisme que probablemente tomó por distracción del armario de la madre; también
pierde. Sigue jugando al fiado sirviendo de garantía la gramática y el diccionario,
objetos que también se avalúan, se venden y se pierden. Esta es, Señoras, la razón por la
cual Ustedes tienen que comprar tantos libros, y por más que Ustedes digan que eso es
cierto para los hijos del vecino y no para los frutos de sus entrañas, sepan que tan
tunantes son sus hijos como los del vecino y como lo fui yo, que también perdí libros, y
puedo asegurarles que sus niños no serán más formales de lo que fui en el colegio.
35 Dejemos la pica a un lado y ya que viene al caso, les voy a descubrir un secreto; pero
antes hagan salir de la habitación a los niños que pasen de doce años, para que no se
pongan colorados… Bien, mis Señoras, sepan que casi no hay un ángel de catorce años
que no les registre los cajones de sus cómodas, de donde sacan los gastos
extraordinarios que Ustedes no quieren ver y que ellos explican del modo siguiente…
Me saqué una rifa… el señor D… me dio un escudo… un niño del colegio me ha regalado
esto… Pero todas esas razones son disculpas, son mentiras y la mayor parte de las cosas
que se pierden en sus casas no solo son los criados (en general grandes pícaros) los
ladrones, sino también los inmaculados hijos del alma de quienes el amor maternal no
puede sospechar.
36 No me aborrezcan, mis Señoras, porque si hablo con esta claridad es con el buen objeto
de que Ustedes pongan atención; y permítanme el que les diga… que Ustedes son
nuestros cómplices y primeras fomentadoras de nuestros errores, por el mucho dinero
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que nos dan en la niñez, y por el gran descuido con que miran nuestras acciones en la
pubertad. —Vuelvo a decir que Ustedes son nuestros cómplices, primeros fomentadores de
nuestra perdición, porque cuando se les previene de alguna falta grave en sus hijos, en
lugar de examinar la verdad para corregir e impedir que repita el delito, Ustedes se contentan
con hallar frivolas razones, para poder decir al que les advirtió que es un calumniador. Tal vez
Ustedes ya me están aplicando ese apodo; pero su hijo, a cuya conciencia apelo, que
declare si digo la verdad o miento.—No por esto quiero decir que todos hayan robado;
pero atendiendo a nuestras costumbres, es muy difícil el no tener esa mancha.—No es
suficiente tener buen natural. Los pocos honrados que no han hurtado en su niñez, se
puede asegurar que ha sido, porque, o sus padres les han dado más de lo que podían
apetecer, o porque no han podido… Entre estos me cuento, y para que Ustedes se
convenzan de que no tengo la intención de hablar solo por el placer de criticar, siempre
que pueda decirles mis defectos los publicaré, con las faltas de mis compañeros.
37 — Yo creo haber nacido honrado, y aun cuando la honradez sea la única virtud que el
hombre, sin ser vano, puede pregonar, yo la callaría si esto no sirviera para demostrar
que la mala educación que ustedes nos dan es para avergonzarnos, si es que de grandes
recobramos la vergüenza.
38 Sí, fui honrado, y a pesar de esto no robé, porque no pude; pues teniendo un padre severo,
sus miradas siempre me perseguían en todos mis movimientos, y teniendo una madre
económica, nunca pude encontrar las cómodas abiertas. Por más que acechaba la bolsa
donde Ustedes guardan el dinero sencillo, jamás pude sorprenderla extraviada.
39 Pero ¿cómo no tener tentaciones, cuando muchas veces por salvar mi amor propio
habría dando cinco dedos por un peso?
40 Para que Ustedes comprendan mis torturas y las de sus hijos, si es que Ustedes los
vigilan, no haré sino referir las cosas como vayan viniendo.
41 Ustedes saben, mis Señoras, que en Lima el mayor de los defectos es la vanidad. Muchos
hombres preferirían que se dijera de ellos que son picaros a que se sospechase que no
pagan por falta de dinero. El ostentar riquezas es la primera de nuestras
preocupaciones, y el descubrir su pobreza, para un hombre, es la más grande de las
humillaciones. Esta gangrena cunde en todas las clases, y ¡cosa increíble!, se encuentra
muy desarrollada en las escuelas. La palabra pobretón es una voz terrible que hace
temblar más a un niño que la amenaza del mayor castigo; y la vez que esa voz era la
aplicada sobre uno era un momento de suplicio, y les aseguro que el número de los
mártires en mi tiempo era martirizado varias veces al día. El tormento principiaba por
la mañana cuando el negro bizcochero se ponía en el zaguán del colegio con una
inmensa tabla llena de fragantes rosquetes, panes de dulces y alfajores. Apenas lo veían
entrar, cuando dos tercios de los muchachos se lanzaban hacia el negro para comprar
cada cual la masa de preferencia. El otro tercio, frío espectador, permanecía inmóvil y
solo con los ojos devoraba los toros y caballos de bizcocho; porque entre todos ellos no se
encontraba un centavo: no porque sus padres lo privasen de todo recurso; no, esto en
Lima es imposible, pues es sabido que aun el más infeliz, da una semana a sus hijos los
domingos. Hay padres que no reconocen en el presupuesto sino una peseta o cuatro
reales semanales; pero se ven otros que además de los domingos todavía dan medio o
real diario, para que el niño, con el dinero, juegue o. se destruya el estómago.
42 Bien, mis Señoras; desgraciadamente yo pertenecía al tercio inmóvil, porque siendo
desde entonces botarate y nada previsor, los reales que recibía el domingo muy pocas
veces conocieron el lunes: así de grado o por fuerza, tenía que observar estricta dieta el
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resto de la semana. Mas les aseguro que de esas privaciones mi pobre estómago nunca
se quejó; pero mi amor propio sufría lo que es indecible. Siempre me acuerdo cuando el
hijo de general, del pulpero, del comerciante o panadero pasaba junto a mí, y que de su
boca, llena de dulce, salía la ronca, sorda, pero punzante voz de pobretón. ¡Dios mío!
Hasta ahora tiemblo como si fuera entonces. ¡Dios solo podía ver mi sufrimiento! Tal
era mi vergüenza y rabia que habría querido sepultarme en la tierra, ahorcar al que me
ultrajaba, o comprar toda la tabla de bizcochos para arrojarla a la cara del insolente
tragón. Pero, ¡vano deseo! Por más que buscaba en los bolsillos, no hallaba sino botones
o migajas de pan.
43 Estas vergüenzas también iban creciendo con mi cuerpo y puede ser que alguna vez se
las cuente, si es que voy con Manongo al Colegio Grande en donde pronto entrará;
porque, debiendo acabar el latín, será preciso encerrarlo para que lejos del mundo
pueda digerir mejor la filosofía.
44 Antes de cerrar este capítulo, el deber me ordena que les advierta por última vez, que si
sufría escaseces relativas a mis condiscípulos no era porque mi buen padre me viera
con indiferencia. ¡Oh no, padre mío! Jamás permitiré que mi silencio te calumnie. Tú
siempre fuiste generoso conmigo; siempre atento a lo que realmente necesitaba. Ahora
te agradezco el que no me corrompieras con criminal condescendencia, y te bendigo,
porque infundiste en mí el amor a lo justo.
45 Mis Señoras: me gusta el variar; al fin soy hombre, y por vía de descanso dejaré al niño
Manongo para hablar con Ustedes, a quienes supongo practicando i! dolce far niente por
ser domingo, y a muchas ya me las figuro acostadas en las hamacas por ser día de
verano en ese bendito país; mientras que yo, pobre, tengo que sufrir 12 grados de frío.
Luego voy a atravesar el Sena sobre su superficie helada para tener el derecho de poder
decir que soy un héroe, un temerario, como ciertos señoritos de quienes su padre decía
que eran unos bárbaros, por haber pasado al frente de una batería descargada, o porque
durmieron en un sofá y no en su cama. Pero todo esto no siendo muy al caso, pasemos a
otra cosa.
46 Lo que yo quiero es hablar con Ustedes; hacerles mis confesiones; y aun cuando no me
conozcan, les haré saber que muchas veces las veo con mas interés de lo que aparenta
mi cara hipócrita, y que con frecuencia les hablo y tanto que al fin las fastidio. Veo que
esto es para Ustedes un enigma que necesita solución.
47 Siendo el ente más tímido de la tierra, soy también el más orgulloso; y como son tantos
los bochornos que he sufrido en sociedad, cansado de tanta vergüenza, he resuelto no
ver a nadie; y para que Ustedes me den la razón, les diré que todas las veces que me
presento en un salón, después de haber tropezado con una mesa, derramado un florero,
roto una escupidera, me quedo en medio de la habitación sin saber qué hacer ni decir, y
al tiempo de despedirme después de voltear la silla de que me serví, digo con frecuencia
a la dueña de casa: ¿Cómo está Usted Señor? Pero ¿cómo privarme hasta del placer que
hay en contemplar y admirar el bello sexo, yo que soy tan partidario de lo bello?; ¡yo
que sin ser caballero cruzado, osaría romper una lanza por sostener que el animal más
bonito de la creación es la mujer! Pues bien, Señoras: lo que les sorprenderá es cómo en
medio de mi estupidez, he podido allanar dificultades, al punto que en un estrado
compuesto de numerosas y lindas niñas hablo, río, discuto y me divierto con ellas. Para
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mi el estrado es fijo o ambulante: fijo cuando estoy en mi casa, y ambulante, cuando voy
vagando fuera de ella. Pero en ambos casos, mis amigas son imaginarias; pues en el
primero son personas que se hallan embutidas en marcos dorados, que adornan las
paredes de mi cuarto, representando cada una de ellas un tipo, un ideal, ya sea de
bondad, de firmeza, de candor o malicia y sobre todo de discreción: en el segundo, es
porque llevo en mi cabeza los mismos tipos que aumento con los que voy reclutando
por las calles.
48 Pueden reírse cuando quieran de mí y mi sociedad, pero yo estoy muy contento con ella
y mucho trabajo me costaría el abandonarla; porque ¿qué persona podría ser más
buena, más prudente, más inofensiva, menos burlona, menos estúpida, menos
pretenciosa, más casta y más discreta, que una niña hermosa, cuando es pintura? (que
no se entienda cuanto está pintada). ¿Y quién podría divertirse más con su
conversación cuando yo soy quien elijo el asunto y hablo por ella? ¿Qué niña pues
podría ofender menos mi amor propio, ni tampoco halagarlo más cuando soy yo quien
me contesto?
49 Digan Ustedes lo que quieran, yo estoy contentísimo con mi sistema; y si diez veces
volviera a nacer como soy, otras tantas tomaría ese partido; pues si Dios quiso hacerme
a su semejanza, también se le antojó hacerme feo con ganas. Sí, feo, pero de muy buen
gusto; y siempre que Ustedes me vean junto a algo o alguien, pueden asegurar que no es
malo el objeto al que me aproximo. Sobre todo en mis amistades creo tener mi amor
propio: pudiera ser que el amor a mis amigos me quitara el conocimiento; pero lo que
les puedo asegurar es que no tengo uno solo que sea estúpido, porque a los tontos no los
puedo sufrir. Y ¿saben ustedes por qué? Por dos razones: 1 o porque se me parecen y me
aborrezco tanto, que no puedo ver nada de lo que se asemeje a mi individuo, ni en lo
moral, ni en lo físico; y esto es tan cierto que si mi odio no me costara caro, iría
rompiendo todos los espejos que reflejan mi poco esbelta y estúpida figura: la segunda
razón es la venganza, porque he observado que los pocos entes que me han aborrecido
han sido los peores jumentos de la tierra; y me alegro infinito de que no me quieran,
porque me dan el derecho de represalias. Por la inversa, adoro y respeto a la gente de
talento, pues que he visto que me quieren; sin duda será porque como son inteligentes,
tienen penetración y ven hasta en el fondo de mi alma la sinceridad de mi afecto. Ellos
por vía de recompensa me hacen cariño y yo por gratitud soy el más ciego de sus
partidarios.
50 Ya ven, mis Señoras, lo franco, lo sin amor propio que soy con Ustedes; y no solo les
diré que soy feo y sin entendimiento, sino que también me falta la voluntad. Sin
embargo, como es preciso que la justicia entre por casa, les diré que en desquite tengo
mucha memoria: no esa con la que se aprende como loro un cuaderno por día, sino
aquella por la que cuando se ve u oye una cosa, se archiva para siempre en el cráneo.
Por esta potencia me acuerdo todo desde que tuve tres años. Esta es la razón por la que
sé las edades de todas Ustedes, y siempre tengo en la memoria la fecha en que se
casaron, en la que nacieron y los años que la buena suegra decía tener su nuera. Yo
podría darles muchas pruebas de lo que afirmo; pero haciendo también uso de mi buena
memoria, no olvido el consejo que me dio mi padre: que jamás hablara de edades. Por
esto callo y les advierto que no diré nada a nadie, porque no me gusta ser hablador, y
también porque me agrada mucho más ser el solo en reír, cuando veo que la amiguita
de Ustedes cada cinco años se quita siete.
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51 Pero doblemos la hoja por ser asunto serio, y ya hemos convenido en evitar lo más que
se pueda los malos pasos.
52 Vuelvo a la burla; vuelvo a mi persona. Como ya dije me acuerdo de todo… El otro día
que recorría mi estéril existencia, no sé por qué (sin duda porque rato antes vi a un
hombre que llevaban a la cárcel por haber robado un pan, tal vez por no morir de
hambre) me vino a la mente pasar en revista todas las gracias, colegialadas o robos que
había visto cometer y cometido yo mismo en la niñez. Quedé aturdido del número y de
su importancia, pensando que si esas jocosidades se pusieran en juego en Francia, o que
si el Perú tuviera la misma policía de ella, sería raro, rarísimo, el hijo del Sol que a los
18 años no estuviera marcado con el sello de la prisión. Conté 29 casos dignos de cinco
años de galeras e innumerables los que correspondían a seis meses de corrección.
53 Dicen que las primeras impresiones son las que no se borran: estoy por creerlo, pues el
primer robo que vi cometer y en el que fui también cómplice pasivo, es el que siempre
me atormenta y el que jamás puedo olvidar; y se los cuento, mis Señoras, porque de él
se puede sacar la moral que Ustedes muchas veces castigan al inocente y fomentan al
criminal.
54 Yo estaba muy chico; tenía seis años cuando mi familia hizo amistad de otra, compuesta
de varias niñas y de un varón, que por ser el heredero y porque él era el encargado que
debía transmitir su ilustre nombre a la posteridad era también el Benjamín de los
padres. A pesar de contar cinco o seis años más que yo, estábamos en la misma escuela.
A fuer de ternejo se constituyó mi protector; y cuando algún grande quería quitarme mi
fiambre, él se oponía, y como amigo y aliado dividía mi provisión, tomando siempre
para sí la parte del león. Aún no contento con esto, como si hubiera sido duanero (sic) y
yo contrabandista, inspeccionaba mis bolsillos; y los frijoles, botones, cortaplumas y
hasta mi pobre medio, todo, todo era decomisado por él*. En mi trabada lengua no
dejaba de cuando en cuando de protestar contra los abusos del déspota; pero él me
lanzaba un discurso furibundo, en el que me llamaba hambriento, miserable y llorón; y
al fin aturdido por tanta elocuencia, siempre era yo convencido de ser el peor de los
amigos. Por último exigía una reparación, la cual consistía en la parte de mi dulce, que
ya sea por honradez o por miedo religiosamente siempre cumplía.
55 Por lo común su familia iba a tertuliar en casa y yo estaba muy contento de poder
también discurrir con mi amigo; y para estar libremente nos colocábamos en la parte
opuesta donde se hallan los grandes, en una esquina ocupada por una cómoda
rinconera. El compañerito era un gallo fino, o más bien un perro de caza, con vista de
lince y de excelente olfato, que todo lo veía, olía y registraba. En cierta ocasión
aprovechando de que nadie podía fijarse en él, porque todos estaban despidiéndose,
tira el cajón y como gato que se abalanza para tomar un ratón, se apodera de un pobre
rosario compuesto de perlas y granates, con cruz de oro y varias vírgenes del mismo
metal, y me dice: Me lo llevo. No, le respondo, es de mi hermana.–Sí, sí, sí; y como digas
una sola palabra ya no eres más mi amigo; y dando dos o tres brincos, como tigre, se
reúne a los suyos. Desde allí, cerrando los dos puños, me hace un gesto muy expresivo y
abriendo tamaños ojos puso el índice en sus labios. Después se confundió entre su gente
como serpiente que se oculta en la maleza. Esto pasó en un instante: yo quedé
petrificado; todos salieron de la habitación y a pesar de haber quedado solo no puede
moverme de mi asiento. Rato después me acostaron, mas no me acuerdo si me desvelé;
solo tengo presente que al otro día, al pasar por delante de la rinconera, tuve miedo y
vergüenza, como si el mueble durante mi ausencia fuera a denunciarme del crimen de
50
la víspera, delito que no sé por qué razón me lo apropié y oculté desde entonces. Sin
duda fue porque pesando el castigo que recibiría en casa confesándome cómplice, con
las trompadas que me aplicaría el otro como denunciante, me decidí, como tenemos la
costumbre en los momentos críticos,—por el silencio.
56 Luego que llegué a la escuela me preguntó el amigo si había dicho algo, si lo habían
visto: mi contestación fue satisfactoria. Al día siguiente lo mismo, y a las treinta y seis
horas ni él ni yo nos volvimos a acordar del asunto.
57 Pero a uno de los días de la semana se le antoja el ser domingo; a mi madre se le ocurre
ir a misa; y a mi hermana se le pone en la cabeza de que había de llevar un rosario en
las manos. Yo que ya estaba tranquilo principié a inquietarme, al ver que mi hermana
abría y cerraba muy apurada baúles y cajones de cómoda. A proporción que ella se
ponía colorada, yo iba empalideciendo. Por último, sale sin decir nada; pero cuando
vuelve de la iglesia declara la pérdida y todo el mundo se pone en busca del santo
rosario, que aun cuando no era de buen gusto, creo que era de algún valor y sobre todo
estaba bendito. No hubo mueble que conservase su posición ordinaria y al que no lo
examinasen veinte y cinco veces, hasta que cansados de tanto trajín, se declaró perdida
la prenda. En todas las cosas de este mundo, cuando el hombre débil pierde la
esperanza de conseguir lo que busca, es necesario que culpe a alguien o algo.
58 El rosario se perdió y era preciso descubrir el sacrilego ratero; y como por inspiración
divina todos, menos yo, dijeron: la Manuquita. ¡Pobre angelito! En ese domingo ganaste
la palma del martirio y la corona del inocente. ¡Pobre Manuquita! Si algo ganaste ese
día fue que desde entonces hubo una persona que jamás te olvidó mientras viviste, y
que después de muerta recordó siempre tu memoria con ternura.
59 La pobre Manuquita5 era una indígena poco más o menos de mi edad, a quien yo quería
mucho, y a quien jamás denuncié a mi madre cuando en nuestras batallas yo salía
mordido. Era un mueble o animal que un diputado o subprefecto había regalado a mi
hermana. Creo que fue de una hacienda que la arrancaron del seno maternal; y en dicho
lugar, como en toda hacienda, había adquirido una enfermedad que los doctores llaman
lapsus manus, lo que me han dicho que significa elasticidad de brazos y crecimiento de
uñas.
60 Con esta enfermedad involuntariamente se había apoderado de uno, dos o cuatro reales
y sin más datos, cuando se perdió el rosario, sin forma de proceso el agente fiscal, que
era uno de esos entes neutros llamados criados de estimación, raza vil y rastrera como
adulón palaciego, que se humilla ante el superior, pero que tiraniza cruelmente al que
tiene bajo sus órdenes; pues bien ese Pilatos, que estoy cierto no tenía las manos
limpias, porque no se las vi lavar, tomando un buen rebenque hizo que un cholo la
cargara en las espaldas. Con aire de Nerón le pregunta si había tomado el rosario: a la
negativa le afirma el rebencazo más terrible que se puede dar, golpe que me atravesó el
corazón, lo mismo que los otros que le siguieron dando. El martirio se hacía con todas
las pausas inquisitoriales: después del primer látigo se le principió a decir que le iban a
cortar las manos y que le quemarían la boca si no decía la verdad. Otro no del inocente,
otro golpe del verdugo y otra pausa; y solo al cuarto chicotazo dijo la infeliz: Sí, sí, yo lo
robé. ¡Miserable que fui! Es cosa que jamás me la perdono; y esa confesión pesa sobre
mí como fatal sentencia… Al hablar la víctima y confesarse culpable, todos los que
formaban el círculo dan un resuello de satisfacción, y la directora del suplicio ordena
que se ponga en tierra al delincuente. Se le hacen preguntas que contesta a la
satisfacción del cruel y estúpido público; dice que ha vendido el rosario al pulpero y
51
todos se dirigen a la esquina acompañando a la criminal, que iba regando la calle con
sus lágrimas. Cada gota debió ser una queja a Dios y una protesta contra tanta
injusticia; pero muchas veces en este mundo miserable ¿qué importan las protestas
mudas, cuando el injusto castigo es público, aprobado y aplaudido por el hombre?
Delante del mostrador se formó otro tribunal, y acusado el pulpero entró en un acceso
de furor. Con ojo terrible tomó el brazo de Manuquita, y estremeciéndola repetidas
veces, le dice: “¿A mí, a mí vendiste el rosario?” El pobre angelito dice: “No”, y
volteando la cara, los ojos empañados en lágrimas giran en torno suyo, para ver a quién
podía incriminar6; pero no hallando a quién, dijo que lo había vendido a la frutera por
naranjas y plátanos. El convoy fúnebre se dirige a la plaza y delante de la frutera se
repite la misma escena del pulpero: allí dijo que era el panadero; después que era el
boticario; y de parte en parte se le iba presentando de Herodes a Pilatos. No contentos
con tantas lágrimas, todavía se le encerró en un cuarto oscuro, por ver si con el miedo
descubría la verdad; y para activar más la confesión imaginan que alguno de los
muchachos vaya a asustarla, fingiéndose duende. La idea es aceptada y aplaudida; ¿y a
quién creen que se dio esta comisión? A mí. La mayoría lo ordenó y no pude menos que
obedecer. ¡Miserable! Con el corazón hecho pedazos me dirigí a la puerta; pero no me
atrevía representar mi papel. Ya iba a regresar, pero los otros me animaron con los
gestos y me resolví a tamborear la puerta para imitar el temblor. Después disfrazando
mi voz de bajo dije: Cuco; pero al acercar el oído a la puerta oí sus sollozos y sea
remordimiento, compasión, o que me penetrara tanto de mi papel de duende que me
asusté a mí mismo, de repente me dio tal miedo que salí corriendo y felizmente tropecé
y caí. No me acuerdo de premio que me haya gustado más que ese golpe; porque tuve
un pretexto para poder llorar, de lo cual tenía gran necesidad, y no sé cómo varias
veces no me ahogué de opresión: pero habría reventado primero que confesar quién fue
el ladrón. A mi llanto hubo compasión; para mis chillidos hubo piedad, y
precipitadamente vino mi padre, vio lo que era, y sabiendo de paso el castigo de la
culpable, ordenó que la pusieran en libertad.—Pero Manuquita mientras vivió tuvo el
apodo de ladrona.
61 Muchos creen que el niño es incapaz de mal corazón, de malicia, ni de cálculo; pero se
engañan, porque, si todos tuviéramos memoria, veríamos que a los cinco o seis años un
angelito tiene en pequeño la premeditación de un ambicioso, el cálculo del usurero y el
disimulo de un diplomático.
62 Como esta ejecución ha sido uno de los puntos marcantes de mi vida, lo he analizado de
mil modos y mi mal proceder lo explico de la manera siguiente: al principio callé por no
comprometer a mi amigo y también por miedo. Cuando la ejecución varias veces estuve
por decir la verdad, pero temía que el verdadero ladrón me castigase, que mi familia
también me aplicara la pena como a cómplice, y que además trasladaría, si era posible,
los látigos que había recibido la criada. Una vez que permití que le dieran dos
chicotazos, como si hubiese sido hombre grande, eché la conciencia a las espaldas y a
pesar de que el corazón me lloraba internamente, mis labios no pudieron desplegarse;
pero yo tenía la conciencia de mi crimen. Cuando la vi libre no supe qué darle, y pasé el
resto de la noche sollozando con ella.
63 Sea vergüenza de mi cobardía o discreción temiendo deshonrar al joven, mi familia solo
a los 18 años ha sabido que Manuquita no robó el rosario: solo ahora podrán sospechar
quién fue el ladrón.
52
64 Pobre Manuquita! Yo dejé de verla por mucho tiempo; supe que había tenido un hijo.
¡Cuántas veces no pensé remunerarla de tan injusto castigo! Pero al regresar al Perú
pregunté ¿Y Manuquita?—Murió.—¿Y su hijo? También…
IV
65 El niño tiene ya 14 años y va a entrar al colegio. A esa edad Ustedes, sus criados y los
amigos de escuela ya lo han corrompido a medias; el colégio y la sociedad se encargan
del resto. En el colegio aumenta y perfecciona los vicios, y luego que rola en sociedad
los practica con aplauso general.
66 Ya dijimos que Manongo a los 5 años era el embrión de un hombre corrompido;
desgraciadamente a los 14, no solo es un bosquejo, sino un cuadro casi acabado donde
resaltan los defectos, de tal modo que ahogan y oscurecen las cualidades.
67 ¿Quién me podrá negar que la mayor parte de nuestros niños a los 15 años son fetos
inmundos que causan asco y fastidio? A esa edad ya no conocen el pudor, y su
insolencia llega a tal punto, que con el mayor descaro publican su impudencia por las
calles.—¿Qué es lo que empaña el brillo de sus ojos? El humo del cigarro. ¿Qué es lo que
llama la atención en su vestido? El clavel encarnado 7. ¿Y cuáles son sus primeras
palabras?… Señoras, Ustedes muchas veces las habrán oído por casualidad, y yo, por no
caer también en impudencia, no las repito.—Mas dejando a un lado lo que quiero
ocultar, diré que en sus discursos no se encuentra nada de lo que distingue al futuro
buen ciudadano; porque las palabras que salen de sus pestíferas bocas no respiran sino
egoísmo y corrupción.—Bien se dejan ver los viles que más tarde, no reconociendo ni
deber, amistad, honor ni patria, sacrifican todo por una piltrafa, por un empleo, por
dinero, para poder ampliamente satisfacer sus vicios*.
68 ¡Miserables vosotros los que decís que miento! ¡Tomad un espejo y si no os enrojecéis
de vergüenza, podéis asegurar que llegasteis al último grado de impudor!
69 ¡¡¡Pobre Perú!!!
70 Pobre realmente, porque el país que no tiene buena juventud es un cuerpo con piernas
paralizadas; imposible que ande y avance solo. Sí; digo que no tenemos juventud, y
afirmando esto no creo mentir.
71 Yo entiendo por juventud, todo lo que es grande, generoso, sublime; o más claro, a un
joven no puedo figurarlo sino noble de carácter, franco, espontáneo, incapaz de doblez,
valeroso, siempre dispuesto a defender lo justo, y a entrar con entusiasmo en toda
empresa grandiosa. No se crea que yo quiero hacer poesía con la juventud. Ella debe ser
así, y lo es en efecto.—Vengan a París y observen a los habitantes despilfarrados del
cuartel Latino, y se convencerán que los jóvenes franceses están llenos de fibra, de
ambición de gloria, por lo que trabajan día y noche.—Cada cual por distinto camino, se
dirige hacia el mismo fin:—Todos van buscando una corona de laurel.
72 Y bien, mis Señoras, ¿Ustedes creen que se puede decir lo mismo de nuestros jóvenes?
Ojalá pudiera hacerlo; pero esto es imposible, porque nada hay que más se aleje de la
juventud que nuestros caballeritos.
73 Como ya les he dicho repetidas veces, los muchachos a los 14 años son ya viejos por los
vicios; diestrísimos en colegialadas o pillerías; ocupándose más de sus pelucas que del
estudio, y sabiendo perfectamente el lenguaje de las flores para hacer declaraciones de
amor. Bravo, ¡bravísimo, nobles defensores de la patria!!!…
53
74 A los 18 años, época en la cual el joven sintiéndose hombre tiende su vista hacia el
porvenir y principia a tener pensamientos serios, entre nosotros ya no es sino una
momia, que no aspira sino a un empleo con el cual pueda ganar dinero sin trabajo, y
que solo tiene movimiento para bailar la polka. Puede pues decirse de nuestra juventud,
lo que ya dijo otro de la sociedad de San Petersburgo: Son frutos podridos en el árbol antes
de madurar*. Y en efecto son podridos, porque para nada sirven; pues Ustedes por la
mala educación los han criado débiles; por la misma mala educación los han hecho
falsos, mentirosos como rateros; y como nunca les han hablado de la patria, son
indiferentes pancistas que no conocen más nación que el gobierno que les da un
empleo. Por eso, como débiles, son incapaces de emprender nada de enérgico; como
rateros, incapaces de ser buenos amigos; y como pancistas que desconocen el
sentimiento de nacionalidad, no podrán defender su suelo como debieran
75 El Portete está al Norte y al Sur Ingavi*
76 La mayor parte de nuestros jóvenes (hablo de los honrados) no tienen más aspiración
que el atrincherarse detrás de un mostrador de tienda y creen haber llegado a lo
sublime, cuando, calándose sus guantes blancos, entran en un salón para rozarse con
las niñas bailando impúdicas polkas.
77 Ya oigo mil gritos que protestan nombrando San Carlos, Guadalupe, San Fernando y
Santo Toribio; que repiten dos mil nombres de futuros varones ilustres, que a los 20
años ya son abogados, curas y médicos.—No lo niego; soy el primero en confesar que
hay numerosa juventud que se dedica al estudio, y que algunos sin salir de Lima valen
más que la mayor parte de los que se educan fuera.—Con todo, a pesar de esto, sostengo
que esa brillante porción ya no vale gran cosa para el país, puesto que les falta lo
principal, el corazón; y el Perú no saldrá del estado de vilipendio en que se halla por más
doctores que tenga, si carece de hombres íntegros, laboriosos y más que todo de
espíritu público. ¿Qué colegio se ocupa de elevar el espíritu y cuidar la pureza en los
corazones de sus alumnos?—En todos lo solo que se hace es formar pedantes, y en
ninguno formar buenos ciudadanos.—La mayor gracia en el colegio es la pillería; la
conversación favorita, la mujer; los libros que se leen fuera del estudio son libros de
prostitución. Casi nunca se les habla de sentimientos nobles, ni se les predica con el
ejemplo; jamás se les dice que hay una sociedad por quien deben sacrificarse y un pobre
país que tienen obligación de defender… ¿Decís que miento?… Pues bien, amigos
colegiales del día, yo apelo a su conciencia, y respondan: ¿Cuántos de Ustedes
pospondrían el interés privado al público? ¿Cuántos pudiendo inmerecidamente un
empleo, lo cederían a un amigo que tuviese gran necesidad de él, y sobre todo que fuese
más capaz de desempeñarlo? ¿Cuántos de Ustedes estudian con el objeto de conseguir
una gloria literaria? Y por último, ¿cuántos harían un sacrificio sin interés personal
para mejorar la suerte del país?
78 Sí, habrán algunos entre Ustedes que piensan noblemente: seria una ofensa a la
humanidad el suponer que en una población todos fueran abyectos y corrompidos; pero
por desgracia no daría mucho trabajo contar el número de los buenos.
79 ¡Rectores de colegio! Ustedes que levantan los hombros para despreciar mis calumnias,
persuádanse que sus alumnos no valen más que lo que valieron mis compañeros y yo, y
nosotros fuimos tan corrompidos como lo fueron Ustedes. Si creen que la moral de sus
institutos ha cambiado prodigiosamente bajo su dirección, se engañan; no son sino
ilusiones de padre.
54
80 Es cierto que ahora se aprende más cosas que en el tiempo del Rey; que se tiene en los
estantes mayor numero de volúmenes, entre los cuales abundan las metafísicas
alemanas y otros nudos gordianos; que existen grandes surtidos de máquinas para
estudiar la Física y otras mejoras; pero la moral no ha dado un paso desde su tiempo, y
he observado que ahora el niño se corrompe donde Ustedes se perdieron y sigue las
mismas huellas que sus padres.
81 ¿Donde perdieron Ustedes, mis Señores la inocencia? ¿Qué conversaciones privadas
tenían con sus amigos? ¿No eran las mujeres el primer asunto? ¿Qué libros escondían
bajo la almohada? ¿No eran tratados de desmoralización? ¿Y cuántas veces hicieron
mociones entusiastas para defender la patria como las que hacían para festejar un
santo, o hacer un gran paseo?
82 Como fuisteis,—somos.Rectores de colegio: la patria, anegada en llanto, os ruega y exige
que cambiéis de sistema.Vosotros que sois los tutores de la generación redentora,
comprended vuestra misión
83 En vuestras manos se halla el porvenir del Perú; vosotros sois los que debéis cambiar su
suerte por la educación por la moral. Formad hombres virtuosos, que son los que
necesita el Perú, y no pedantes que por ser corrompidos egoístas, perjudican a la
ventura del país.
84 Nadie os exige que hagáis de cada alumno un Arístides, un Catón, un Washington. Como
lo sublime es la excepción, los héroes deben ser raros en todo tiempo y en todas las
naciones. Pero si hacéis de 100 niños, 20 hombres honrados, habréis cumplido con
vuestro deber, y mereceréis la gratitud de nuestra posteridad.
85 Atención, mis Señores: por ahora los colegios no son sino escuelas preparatorias a
donde se va a aprender la explotación del estado*. El joven que pisa sus umbrales no tiene
más cálculo ni más mira que el empleo: todo su anhelo es conseguir el título de abogado
para poder pretenderlo todo. Su tema constante es la diputación, verdadero anzuelo
para pescar destinos*. Y el mayor de sus delirios es soñar con la cartera de ministro; y
todos estos destinos se quieren solamente por satisfacer la vanidad. ¿Por la gloria? No;
la sopa de laurel no es suficiente alimento para tanto apetito…
86 Con semejantes ideas salen del colegio a ocupar los primeros puestos: por esto es que
vemos con frecuencia jueces que venden la justicia; diputados que trafican con su
misión que debiera ser noble; que despliegan su talento para oprimir y trabar el
gobierno, para venderse más caro. Por eso vemos empleados que no tienen escrúpulo
en sacrificar lo más sagrado por el bien personal; porque no tienen otro objeto en la
vida que el goce bestial de la materia, y les es necesario el oro para la realización de sus
placeres vanos o cerdunos (sic).
87 Si los que han de dominar por su capacidad o fortuna no son morales, ¿cómo es posible
que el país salga de la miseria? Y si los que deben vigilar y defender la patria son los
primeros en sacrificarla, ¿cómo es posible que salgamos de la ignominia?
88 ¡¡¡Pobre Perú!!!
89 Todo hombre de bien que no tenga interés en alucinarse o alucinar, no puede menos
que aguardar temblando la tempestad que amenaza el país. Los malos hijos son los que
hacen creer que el Perú es fuerte, porque tiene fragatas de vapor. Son ellos los que
ponderan la riqueza de la nación para hacer gastar sin reserva los recursos con que
ahora cuentan; ellos son los que publican que el país está floreciente, porque nuestra
55
sociedad ostenta un lujo que deslumbra y ciega; pero todo esto es engaño, y ese engaño
es crueldad.
90 ¿A dónde está esa omnipotencia cuando no podemos castigar a los pequeños países que
nos insultan*? ¿A dónde esa riqueza cuando el Perú está más endrogado que nunca? ¿Y
el lujo descarado que se desplega, no es precisamente la peste que arruinará a nuestra
dilapidadora sociedad?…
91 ¡¡¡Pobre Perú!!!
92 Si Dios no viene a socorrernos; si no nos manda firmeza y honradez, ¿cuál será el fin de
la pobre patria?… Fácil es calcularlo: la ruina y el desprecio… la suerte de la prostituta
degradada por sus propios hijos, y envuelta en la miseria porque en época feliz dilapidó
cuanto tenía.
93 ¡¡¡Pobre Perú!!!
94 Jóvenes que todavía no tenéis el corazón perdido, tratad de conservarlo puro para
poderlo ofrecer a la nación; no perdáis la esperanza que es el principio de la fuerza:
todo se acaba en este mundo… lo malo también tiene su fin. ¡Puede ser que algún día la voz
terrible de la venganza suene para llamar a los que humillados de vergüenza no puedan
levantar la cara; a los que viven en medio del escándalo con hambre y sed de justicia! La
esperanza es muy remota; pero cuidad no abandonarla.
95 Mientras llega esa época de justicia, de castigo y de consuelo, generosa juventud
moderna, primer escalón para la futura generación nacional; ahora que el país está
invadido, tratad de cumplir con vuestro deber. Si nuestros padres y hermanos mayores
nos legaron una patria envilecida, haced esfuerzos para no degradarla más *. El pabellón
peruano está cubierto de fango; ¡jóvenes!, es necesario lavarlo; y si no tenéis bastante
fibra en el corazón para avanzar y vencer, tened al menos el suficiente honor para
pararos y morir.
96 Mis Señoras, ya veo que he empleado mucho tiempo y sobre todo mucho papel para no
decirles ni la décima parte de lo que yo quería.
97 Mas veo que por falta de costumbre, por ignorancia, estupidez, o por las tres cosas
reunidas en mi persona, me he enredado de tal modo que yo mismo no puedo hallar ni
principio ni fin a lo que estoy escribiendo, y creo que el medio más seguro para salir del
mal paso es suspender el trabajo por ahora.—Pero yo les prometo (si Ustedes me lo
permiten) dirigirles de cuando en cuando mis confidencias, porque es mucho lo que
tengo que decirles.
98 La historia de los niños todavía no está acabada; hay mucho, muchísimo que referir;
después vendrán los más grandecitos; luego los señores y por último los viejos; ¿y
Ustedes creen que yo seré tan impolítico que no me acuerde del bello-sexo? No,
imposible; el turno de las niñitas vendrá, y también el de las más grandes como
Ustedes.
99 Mas todas estas cosas no son sino promesas en el aire, porque yo no tengo la costumbre
de prometer ni fijar nada. Soy el hombre libre por excelencia, y me gusta hacer las
cosas cuando y como quiero.—Pudiera ser muy bien que de tanto como prometo nada
cumpliera; esto no debe extrañarles: soy hombre.
56
100 Ya me voy a despedir de Ustedes, mis Señoras, y como sería faltar a las leyes de
sociedad tener conversaciones con personas de tan alta categoría sin descubrir su
nombre, me veo en la obligación de presentarles el mío.— Soy el Barón de Poco Me
Importa, hijo legítimo del príncipe de Poca-Pena, y de la princesa de Mala-Gana.—Ustedes me
dirán, que cómo siendo un ente de tan poca importancia y americano, puedo tener y
heredar tantos títulos. Explicación.—Ya les he dicho que mi espíritu es imitativo, y
como he visto que muchos tontos americanos añaden a sus pelados nombres los títulos
de Marqueses, Condes, Duques y Príncipes, yo también, como buen tonto, me he hecho
Barón; y en esto he obrado con modestia por no concederme sino el último grado de
nobleza.—Yo tendré el honor y placer de remitirles a Chorrillos algunas tarjetas mías,
acompañadas de otras, de otros.
101 Bien, mis Señoras, como Ustedes ya saben quién soy, y como ya somos medios amigos
de confianza, les hablaré francamente.—Ustedes saben que hoy todo el día se los he
dedicado y que les obsequio el fruto de mi estúpida mollera; y como Ustedes siempre
nobles y generosas, jamás reciben algo sin volver el doble, yo espero que me mandarán
algo de extraordinario, de magnífico. Mas como puede ser que mis negocios se retarden
por estar embarazadas en la elección del objeto, y como esto me perjudica, les diré muy
en secreto lo que quiero.—Deseo que Ustedes me consigan del gobierno un empleo; pero
un empleo con el cual pueda llevar uniforme; porque, como el uniforme es la piedra de
toque de todo imbécil, yo no tengo más sueño, dormido y despierto, que una casaca.—
Como Ustedes son mis intercesoras, no dudo que la obtendré. ¡Qué gozo el mío cuando
reciba los despachos! ¡Qué felicidad la mía, como la de muchos necios, de valer algo—
siquiera por el forro*!!! ¡Con qué orgullo me contemplaré al espejo, figurándome que
soy hombre de veras!!!—¡Miserables artistas!… prevenios, pues estoy resuelto,
inmediatamente que llegue el uniforme, a hacerme reproducir al daguerrotipo, a la
fotografía, a la miniatura, y por último, tendré un gran retrato al óleo, aun cuando quede
mi barriga al temple.
102 Señoras, Ustedes dispensen mi exaltación; pero pierdo el tino cuando me figuro con
uniforme y con un empleo (se entiende con sueldo).— Pero les haré una advertencia, y
es que procuren no mandarme un título de cónsul, porque no lo admitiré; pues nada me
fastidia más que lo común, y ese artículo está muy abarrotado. Además, la aspiración al
rango consular no existe en mí, desde que supe que el emperador Calígula hizo primer
cónsul a su caballo, y aun cuando yo no soy sino un pobre jumento, les diré, que mi
amor propio asnal se ofendería de desempeñar puestos que han ocupado otras bestias.
103 Como ya estoy cansado de hablarles, supongo que Ustedes estarán fatigadas de
escuchar, si es que me han escuchado, y voy a dejarlas en paz, para evitar el que se
desfiguren con esos enormes bostezos que las Americanas saben dar.
104 Adiós, mis Señoras, hasta la Pascua, si no me espera peligro de muerte. Soy de Ustedes
su muy atento, humilde, afecto, seguro y anticipadamente agradecido servidor,
105 Que besa sus manos de las cuales aguarda un empleo.
106 EL BARON DE POCO ME IMPORTA
57
NOTAS
*. El señor Laso pudo muy bien decir eso aludiendo sin duda a los escritos que constantemente da
a la prensa para destruir reputaciones bien sentadas o para exhibirse a sí mismo como dignísimo
de representar al pueblo que trata de bárbaro y estúpido. Sin duda porque él se supone más
bárbaro y estúpido que el Pueblo.
*. Aquí terminantemente se llama degradados a los peruanos. ¿Respetaría el señor Laso estas
palabras cuando fue a elogiar a ese mismo pueblo en una reunión popular para que se le eligiese
diputado?
1. Así hay muchos de talento tan profundo, que por más que se les sondee nunca se les encuentra
fondo.
*. Es absolutamente falso que en el Perú hayan tantos Coroneles como familias. También es falso
que se eduque de tal manera a la generalidad de los peruanos. Solo unos cuantos como sucede en
todas partes reciben una educación semejante a la de sus padres. Ignorantes y sabios, morales e
inmorales andan mezclados en el mundo y ninguna nación está exceptuada de esta regla.
2. Laso utiliza con frecuencia la palabra moral en masculino. Aquí, como en los demás lugares
donde así aparece, la hemos normalizado al femenino. Ed.
*. Por lo que se ve, muy miserable debió ser el padre del Sr. Laso, dar medio real a un niño no es
para ninguna persona sensata darle un elemento para el vicio. El niño prefiere siempre gastar su
propina en bizcochos que jugarlo. Los juegos en las escuelas no son nunca de dinero.
*. Deseamos llamar la atención de nuestros compatriotas a esta monstruosa inculpación que se
atreve a hacer el Sr. Laso.
3. Campana de la catedral de Lima que se toca para llamar a coro a los canónigos.
*. Los juegos a que alude el Sr. Laso solo fueron permitidos en ciertas escuelas que ya han
desaparecido completamente. Bien se ve que solo en ellas ha sido educado el que tan buena razón
da de ellas.
*. Todo el mundo sabe que esta aseveración es completamente falsa. Es como todas las demás una
grosera calumnia contra nuestra sociedad.
4. Gracias de colegio que muchas de ellas en cualquiera parte que no fuera Perú se llamarían
robos.
*. El asunto de mi trabada lengua guarda cierta analogía con lo que el señor Laso repetía ahora
días en el Congreso.
5. Como era serrana le daban el diminutivo que se da en la sierra a las Manuelas: Manuquita o
Manucacha.
6. Acriminar en el original. Ed.
7. Lo primero que aprenden es el lenguaje de las flores: en ese idioma el clavel encamado significa
declaración de amor. (Esta nota no es para Ustedes, mis Señoras.)
*. Muy escaso es el número de peruanos que se dedican a la empleomanía. Pero de cualquier
manera que sea, el Sr. Laso hace ostentación de que los peruanos sienten muy pronto la
necesidad de “dinero”, sin acordarse que tal necesidad supone inmediatamente la noble idea del
trabajo que es el único medio de satisfacerla.
*. Recomendamos especialmente la detenida lectura de los ultrajes que encierra ese acápite y la
falsedad de ellos. Necesario es haber olvidado hasta el más mínimo sentimiento de patriotismo
para escribir tales cosas y en una nación extranjera.
*. No es menos digna de atención que la anterior el recuerdo sarcástico que el señor Laso nos
hace de las batallas de Portete e Ingavi, desgraciadas para el Perú, por causas que no fueron el
valor de sus hijos. ¿Y qué dice el señor Laso de Ayacucho, Junín, Abtao y el Callao?
58
*. Se conoce muy bien que el Señor Laso ha salido bastante aprovechado de la escuela a que alude,
pero no creemos que en ella hallan sido educados la totalidad ni la mayoría de los peruanos.
*. No se puede concebir cómo profesando estos principios, el Sr. Laso haya solicitado obtener una
diputación o como él dice un anzuelo de destinos valiéndose de mil medios poco nobles y entre
ellos el de quemar incienso al mismo pueblo que injuriaba en el extranjero.
*. Contestaremos al señor Laso, lo mismo que podríamos contestar a cualquiera traidor o
enemigo del Perú, que la omnipotencia de este está probada con las grandes batallas que el Perú
ha dado victoriosamente a pesar de las inferioridad de sus armas y con los recientes sucesos del
Callao y Abtao.
*. Con la indignación que inspira a todo corazón patriota estas palabras que son el dogma de la
apostasía del señor Laso, le contestamos que miente porque a pesar del fango que intenta echar
sobre su gloriosa bandera, hechos muy heroicos y cuyo brillo no pueden eclipsar las supercherías
del señor Laso, ponen a la bandera de la patria en el más alto grado posible de esplendor.
*. Vale más en nuestro valer algo por el forro que ostentar como el Sr. Laso alma corrompida.
59
La causa de la juventud*1
salvar el país. ¿Qué se consigue entre nosotros con frases dulces y tiernas? ¿Qué
impresión hacen los artículos patrióticos que suelen aparecer como cometas en
nuestros ilustrados periódicos? ¿Qué efecto han hecho los escritos de nuestro buen
amigo el Coronel Espinosa?2 ¡Amigo mío! Es preciso convencerse que es tal nuestra
apatía, tal nuestra indiferencia en Lima en materias sociales y políticas; que para
hacerse oír es preciso el sarcasmo o los planazos3. Una prueba de lo que afirmo es que
los artículos del Coronel Espinosa solo han sido leídos y apreciados por sus amigos
personales, pero la masa de la población no tuvo ni noticia de la Herencia española 4. Tan
cierto es esto, que yo que siempre me he interesado en cuanto se ha escrito con
verdadero patriotismo, no he leído sus excelentes ideas cuando se publicaban en el
Correo5, porque entonces no tenia amistad con el Señor Espinosa y nadie me dijo que
salían a luz tan buenos como patrióticos escritos. Solo hace tres meses que por
casualidad, han llegado a mi poder y tengo un verdadero sentimiento de no haberlos
leído anteriormente. Si U. ve al Coronel Espinoza dele U. a mi nombre un fuerte apretón
de manos que indique a la vez parabienes como amigo y gratitud como peruano.
11 Yo podría citarle a U. mil casos, para convencerlo que es tiempo perdido, el hablar con
metáforas. Si queremos hacer las cosas de buena fe, es necerario ante todo, hacerse oír
y mostrar las cosas tales cuales son, sin inquietarse de la forma ni de las consecuencias.
Esta es mi opinión y cueste lo que costare, seguiré siempre diciendo la verdad desnuda.
12 Adiós mi buen amigo; ya que U. ha principiado no deje U. la cuestión. Procure U.
asociarse con todos los jóvenes que amen de veras a su patria, para cooperar en
beneficio de ese pobre país.
13 Salude por mí a los amigos; póngame a la disposición de su familia y U. cuente con el
afecto de
14 Su amigo,
15 Francisco Laso
NOTAS
*. * “La causa de la juventud” E! Comercio, 5 de febrero de 1855, p. (2).”
1. Cuando esta carta fue publicada en El Comercio los editores la precedieron de la siguiente
aclaración: “No hemos podido resistir el deseo de publicar la siguiente carta, tanto por ser
llamamiento a la juventud peruana para una de las más nobles causas que pueden iniciarse en el
Perú, cuanto, por ser la mejor defensa de los escritos anteriores de su autor. Esperamos que
perdone nuestro entusiasmo y sepa disimular nuestra confianza, dando a luz una producción
confiada al secreto de la amistad”. Ed.
2. Juan Espinosa (Montevideo 1804-Ancón 1871). Político y escritor liberal, conocido como “el
Soldado de los Andes”. Oficial del ejército Libertador, desembarcó en Pisco en 1820 y participó en
el ciclo de campañas bélicas que culminó con la batalla de Ayacucho (1824). Residió en Chile diez
años (1826 - 1836) y pasó luego al Perú, donde se estableció definitivamente. Fue una de las
figuras claves del liberalismo peruano y un modelo para los escritores de la generación de Laso.
Publicó varios libros fundamentales para la historia del pensamiento liberal: La herencia española
62
de los americanos (1852), Mi República (1854) y Diccionario para el pueblo (1855), entre otros. Véase
Alberto Tauro, Enciclopedia ilustrada del Perú. Síntesis del conocimiento integral del Perú, desde sus
orígenes hasta la actualidad, 2a ed., 6 vols. (Lima: Peisa, 1988): 2, p. 775. Véase Carmen Mc Evoy,
“Estudio preliminar”, en Juan Espinosa, Diccionario republicano (Lima: Pontificia Universidad
Católica del Perú, University of The South-Sewanee, 2001): 19-100. Ed.
3. Peruanismo utilizado con frecuencia por Laso. Significa, según Arona, “el golpe dado con el
plano de la espada o sable”. [Pedro Paz Soldán y Unanue], Diccionario de peruanismos [1883-1884],
Biblioteca de Cultura Peruana, 10 (París: Desclée de Brouwer, 1938): 325. Ed.
4. La herencia española de los Americanos. Seis cartas críticas a Isabel Segunda por el Coronel Juan
Espinosa, seguidas de otros escritos de interés público (Lima: Imprenta del Correo, 1852). Ed.
5. El Coronel Espinosa publicó sus conocidos diálogos entre el Padre Anselmo y el lego Tifas en El
Correo de Lima, periódico liberal que apareció regularmente entre 1851 y 1852, y luego brevemente
en 1854 Ed.
63
1 Ya que los señores Redactores han tenido la extravagante idea de ponernos una pluma
en la mano, escribiremos sobre las artes en el Perú. Elegimos esta materia por tres
razones: la primera, porque siendo artistas nos creemos obligados a pagar un tributo al
arte: la segunda, por evitar que un doctor cualquiera tal vez recibido por la
omnipotencia de un Congreso, no nos abrume con la enfática frase, zapatero haz
zapatos; y la tercera, por ser esta cuestión sumamente extravagante,—pues ¿qué cosa
puede ser más fuera de lo racional, en el Perú, que ocuparse de bellas artes?
2 Estamos seguros, convencidos, de que no habrán tres ciudadanos, hijos predilectos del
Sol, que quieran perder su tiempo recorriendo con sus preciosas miradas nuestros
insignificantes renglones.—Cuestión de arte en el Perú es cuestión de otro planeta:
hablar sobre este asunto es predicar en desierto. Sin embargo, puesto que se nos ordena
que escribamos, llenaremos nuestra tarea como confesado que reza a solas sus
veinticinco Ave Marías, para cumplir con la penitencia que le impuso el confesor.
3 Nos ocuparemos, pues, del arte en el Perú, tomando por ahora solo tres ramas que son
la Arquitectura, Escultura y la Pintura.
4 Cualquiera que haya abierto un libro de historia, debe saber que no ha existido pueblo
civilizado sin que las artes hayan tenido gran desarrollo; pues el arte es tan
indispensable a la civilización, como tres notas son necesarias a una escala, como las
cinco vocales al alfabeto, como los brazos al cuerpo. Las artes son el complemento
indispensable a la civilización y cultura o civilización, sin arte no puede existir.
5 Todos los pueblos que han salido por si de la barbarie, han debido tener la misma
marcha en el desarrollo de su civilización.—Cuando el espíritu agreste del salvaje se
siente doblegado por la cruda y constante lucha con todo lo creado, su alma desolada lo
impulsa a buscar a sus semejantes para formar con ellos una misma familia. Un salvaje
con su mujer y sus hijos puede, a la manera de un tigre con su cachorro, encontrar
guarida en cualquiera cueva o en el hueco del tronco del árbol secular; mas una tribu,
una sociedad es una cadena cuyos eslabones no pueden desprenderse al brillo del
primer relámpago que anuncia tempestad, para buscar asilo en mil lugares distintos y
lejanos unos de otros. La sociedad tiene su atracción, y por esta ley, cada individuo se
prepara a la defensa colectiva, ya sea de los elementos como de las hordas vecinas o de
las bestias feroces. Con este fin, el bárbaro clava sus estacas en la tierra, a guisa de
65
pilares, para que sostengan un techo de ramas o paja que lo guarezca de la lluvia; forma
después paredes para evitar el aire, y por fin, construye una puerta para precaverse del
ataque nocturno del astuto enemigo o sanguinaria fiera. Las primeras estacas plantadas
en la tierra para formar enramada son el origen de la arquitectura. Esta parte del arte,
como todas las demás, está en razón directa de la civilización de un pueblo.
6 Apenas una tribu está organizada, cuando sus miembros, en sus casas, tal vez mal
formadas, se reúnen para hablar con asombro del Sol y las tinieblas, del calor y del frío,
del temblor, del rayo, del relámpago y del trueno. Estos fenómenos les ponen el alma en
agitación: todos interpretan esos misterios: cada cual les da la explicación que le dicta
su fantasía, pero todos convienen en que son uno o más seres superiores los que hacen
temblar la tierra y estremecer el cielo. La idea de Dios los preocupa; cada individuo cree
haberlo encontrado y hasta hablado con él, bajo tal o cual forma, hasta que, al fin,
aquellos de imaginación más rica, tomando un pedazo de barro formulan, en un ídolo,
la idea vaga que tenían en la mente. El deseo, la necesidad que tiene el hombre de ver y
palpar a un Dios para prosternarse ante él y ofrecerle sus lágrimas de dolor o de gozo,
tal vez ha sido el origen de la escultura.
7 La pintura es posterior a la arquitectura y escultura: su existencia debe ser una
consecuencia forzosa de la civilización. En el estado de mayor barbarie, el salvaje
emplea el color para teñirse el cutis y las uñas.— En la tribu ya se combinan dos o más
tintes para los tejidos: más tarde, para satisfacer la coquetería en las mismas telas, se
pasa de las grecas y arabescos, a la imitación de los animales, y, por fin, se traza la
imagen del hombre.
8 La pintura es el arte complementario; ha sido el posterior: es el arte del refinamiento;
por esta razón, su desarrollo solo tiene lugar en el último grado de la civilización de un
pueblo.
9 Como hemos dicho anteriormente, no puede haber sociedad civilizada sin artes. Las
grandes naciones que existieron en tiempos tan lejanos que no los alcanza la historia,
nos han legado gigantescas ruinas que nos manifiestan su adelanto y potencia. Las
ruinas del Indostán, de Tebas, de Nínive, de Nubia, son los fósiles de titanes que en otro
tiempo existieron. Esos pueblos, conocidos en su inmensidad, más por el arte que por la
historia, fueron grandes en civilización, grandes en artes.
10 Nada hablaremos de Grecia y de Roma: esta época está al alcance de todos, y nadie
ignora que cuando existió Pericles hubo un Sócrates, un Fidias y un Apeles.
11 Bien:—El Imperio de los Incas, que nació por sí solo como el Fénix, iba siguiendo la
misma marcha que los otros pueblos en su civilización.
12 La historia, fundada en la tradición, nos dice que nuestro pueblo apenas tenía tres o
cuatro siglos de existencia cuando llegó Pizarro. Si parece inverosímil que en tan poco
tiempo hubiesen llegado a tan grande altura en materias sociales, no tiene nada de
extraordinaria su corta existencia, juzgándola por su aspecto artístico.
13 La arquitectura, en tiempo de Huáscar y Atahualpa, se hallaba en un estado casi
primitivo. Sus construcciones se limitaban a formar chozas o casas, más o menos
grandes, de barro o piedras, puestas unas sobre otras sin mezcla: y todos sus edificios
los cubrían con techos de paja. Esto es casi todo lo que se puede decir sobre nuestra
arquitectura nacional, que, ciertamente, es muy poco.
14 No dudamos que si algún cuzqueño o acuzqueñado hubiese leído esta blasfemia,
agarrándose la cabeza, exclamaría ¡atrevimiento!, ¡ignorancia! Pero nos reservamos el
66
derecho de manifestar en otro artículo las razones que tenemos para creer, que, ni las
famosas ruinas del Cuzco, de Ollantai-tambo, ni las demás de este estilo, no pertenecen,
pero de ninguna manera, a los Incas. Todas esas ruinas pertenecen a una generación
superior.—El que quiera puede creer en las tradiciones, pero un artista no puede
someterse a ciertos pareceres, cuando los monumentos por sí solos están relatando su
historia.
15 Con respecto a la escultura entre los indios, diremos que proporcionalmente se
encontraba más adelantada que la arquitectura. Los huacos, o vasos de tierra y metal
que nos quedan en abundancia, nos permiten apreciar de un modo claro el grado de
adelanto en que se hallaban los indios en el arte escultural. En general, dichos huacos
tienen una forma que indica ingenio. Hemos visto algunos que pueden compararse por
su buen gusto a las tierras cocidas Etruscas y Egipcias. En el Cuzco existe, en casa de un
particular, un huaco representando un hombre dormido, y es tan bueno, que por la
ingenuidad con que está concebido, y la precisión con la que el autor ha copiado el
sueño (si es que esto se puede decir) dicho vaso es digno de Luca de la Rovia (sic) el
Florentino.
16 Los indios en sus huacos no solo copiaban simplemente al hombre, a los animales y a las
frutas.—Muchas veces, al trazar una obra, tenían una idea filosófica. Existen muchos
vasos representando al mismo personaje, a quien envuelve una culebra, y el modo como
está colocado el reptil, indica que fue intencional: mas no podemos traducir la idea por
temor de pasar por ingenuos e inmorales.
17 Pasando al arte de la pintura, entre los Incas, muy poco tendremos que decir, porque
este arte no estaba desarrollado.—Pero es más que probable que, si no los hubiesen
conquistado, pronto habrían llegado a un grado superior en la pintura. El exquisito
gusto que tenían para el ornato de sus vasos y telas—la admirable combinación de los
colores que empleaban en sus tejidos, indican un sentimiento de buen gusto en la
forma, y de una armonía perfecta en el color.
18 Las artes, pues, en tiempo de los Incas se hallaban en la infancia; pero, así como en un
niño de precoz inteligencia se descubre lo que será más tarde, así podemos decir que el
pueblo peruano daba muestras de ser un pueblo artístico en sumo grado.
II
19 Desde que el padre Valverde, con el ojo torvo de feroz inquisidor, mide y magnetiza al
soberano de los Andes, desde que esa boca, antro de furiosas tempestades, da el grito de
matanza, porque el infeliz Inca no sabía el latín ni el castellano para comprender los
misterios de la Biblia;—desde que el brutal Pizarro toma la rica cabellera del Monarca
peruano, y lo arroja de su anda para arrastrarlo en la tierra, desde entonces, decimos, la
civilización naciente de los Incas desaparece. El Perú, desde que se juega en una noche
el sol de oro, ya no es sino un campo en donde se trasplanta otra raza, otra civilización;
—por consiguiente, ya no nos ocuparemos del arte de los indios, sino del arte Europeo
inmigrado al Perú.
20 Los españoles, que al poner su planta en país desconocido clavaban en tierra la cruz y el
estandarte real, luego que se hicieron dueños de este imperio, su primer cuidado fue
levantar templos en honor de su Dios. Como por encanto se alzaron magníficas Iglesias
y se construyeron ricos y espaciosos conventos, y debe hacérseles la justicia de
67
confesar, que fueron espléndidos en sus fábricas, al punto que Madrid puede envidiar
los templos y conventos de Lima.
21 Si el Perú con la conquista ganó en templos, no ganó en arquitectura, porque para ser
arquitecto se necesitan estudios, que los nacidos en este país no podían hacer, así es
que, eran los Europeos los que inventaban los planos y los hacían ejecutar.
22 Un templo (hablando profanamente) es como una mujer hermosa a quien no le basta su
natural belleza, sino que le son indispensables los adornos para realzar su hermosura;
así eran pues necesarios para las Iglesias, estatuas y cuadros de santos. Con este fin
llovían las telas de España, Flandes e Italia y entre ese número, han venido cuadros de
los primeros maestros. Ofreciendo los conventos un constante trabajo, vinieron
también artistas de distinguido mérito, como el romano Mateo Perez Alerio (sic),
discípulo de Miguel Ánjel y el napolitano Medoro. —Después de estos, han venido
pintores españoles e italianos, y hay muchas personas que han conocido al bueno y
excelente sacerdote D. Matías Maestro, pintor y arquitecto y a D. José del Pozo, pintor
de cierta nota en España, y que vino a América con muchos privilegios de su Rey.
23 No estando la escultura ni pintura tan subordinadas a las Matemáticas, ni a estudios
especiales, como la arquitectura, el genio imitador indígena midió sus fuerzas y
sintiéndose capaz, se lanzó a esculpir malos Santos y a pintar mamarrachos. Pero
siendo, como es, innegable el talento artístico en el indio, a la vista de los buenos
originales europeos, hicieron en breve tiempo rápidos progresos.
24 ¡¡¡Felices indios que tuvisteis tiranos que os llamasen a sus templos para que
depositaseis en los muros vuestro ingenio!!! ¡Felices mil veces porque no nacisteis,
como nosotros, en tiempo de opulencia y libertad! Vosotros siquiera pudisteis dejar
impreso en los claustros el genio con que Dios os hizo nacer; mientras que nosotros,
pobres diablos, artistas de la Libertad, tenemos que morir de hambre, y lo que es más
cruel, con nuestras ideas. Para vosotros, siquiera hubo la expansión de alma con
vuestros cuadros que eran vuestros hijos,—para nosotros, no hay sino la muerte, y la
muerte………Este habrá sido nuestro destino—¡que la voluntad de Dios se cumpla! ………
Demos sin embargo las gracias a la civilización del país y a nuestros civilizadísimos
gobiernos………
III
25 Pues bien como decíamos, los peruanos, con buenos modelos y tanto esculpir y pintar
santos, han llegado a hacer, en tiempo de los españoles, obras bastantes regulares. En el
Cuzco se han hecho efigies de cierto mérito.—En Guamanga ejecutan con gran facilidad
y cierta gracia las estatuas de mármol. —Cajamarca, Huarás y otras ciudades del
interior se distinguen por sus trabajos en la orfebrería.
26 La pintura hizo, en tiempo de los españoles, aún más progresos que la escultura. En el
Cuzco ha habido hombres bastante capaces; y aún existen cuadros del siglo XVII que, por
su gran sentimiento, satisfacen tanto el corazón como las bienaventuradas obras del
bienaventurado angélico de Kezzle.
27 En Lima también hemos tenido una serie de pintores nacionales, que han pintado en
todas las iglesias y conventos de la capital, y entre ellos se han distinguido Lozano
(limeño), José Bermejo (trujillano), Julián Jayo (chilcano), Coronado (huamanguino),
68
Días (limeño) y aun se pudiera citar a Pablito Rojas, que nació con genio y murió sin
haber hecho nada de importante1.
28 Las obras de los pintores citados, si bien indican disposiciones, no tienen gran mérito,
porque además de que no tenían estudios serios, estaban bajo el influjo de la decadencia
del arte en España.
29 Desde Pizarro hasta la época de la independencia, ha habido artistas nacionales y
extranjeros en el Perú; mas desde nuestra gloriosa emancipación, las artes han
desaparecido en nuestra civilizada República, como si ellas hubiesen estado anexas al
estandarte Español.
30 Lejos estamos de preferir la dominación extraña a la independencia del país: —tenemos
sobrado patriotismo para querer más bien nuestra propia miseria a la servidumbre
nacional.—Pero, como artistas, como hijos de esta nación, tenemos el derecho de echar
en rostro la indolencia y barbarie de nuestros civilizados gobiernos, que nada han
hecho, ni hacen gran cosa, por proteger las artes ni la industria, que son la fuente de
riqueza que posee una nación civilizada.
31 En tiempo de los Españoles había templos y palacios que adornar.— Los particulares, si
no más ricos que los habitantes de la actualidad, eran más espléndidos, más generosos y
de mejor gusto que los cuitados señores del día, los caballeros de antes no solo se
contentaban con tener estampadas sus fisonomías, sino que se complacían en tener
estatuas o cuadros místicos y profanos. El Gobierno Español siempre protegió las artes,
tanto en la metrópoli como en sus colonias.—Los conventos eran los montes de piedad del
artista, en donde dejaba en depósito las obras de su genio, por la cantidad que le era
suficiente para su subsistencia. Así, ya sea de un modo o de otro, el que se sentía con
vocación de artista, podía entregarse libremente a su carrera, sin la aterrante idea de
ser el blanco del menosprecio y la miseria…
32 Y bien, desde la independencia hasta el día ¿qué han hecho por las artes nuestros
paternales e ilustradísimos Generales? Nada.—Todo el dinero que produce el huano tal
vez se gaste solo en fusiles, sables y pólvora, sin que quede vestigio artístico que afirme
que tantos tesoros no se evaporaron en salvas de cohetes.
33 Si antes, a la falta de Gobiernos, las artes encontraban amparo en las naves y los
claustros, ahora ¿en qué convento podría tener esperanza un pobre diablo de pintor o
escultor cuando ya no se hacen iglesias? ¿Cuando ya nadie se acuerda de los Santos,
sino para hacerse albaceas y engañar a los creyentes? ¿Cuando los frailes son los
primeros………vendiendo a vil precio a los extranjeros, las obras preciosas que ellos
contienen? ¿Cómo esperar nada de nuestros espléndidos particulares, cuando prefieren
un retrato en fotografía porque cuesta un peso a un retrato al óleo, porque vale más
caro? ¿Cómo esperar nada de una sociedad tan civilizada y moral, como la nuestra, en la
cual, un individuo aventura valientemente mil onzas de oro a un caballo de bastos, y
cree que es mucho exigir cuando se le piden seis onzas por un cuadro?
34 Si el nombre magnético del arte ha traído hasta estas líneas algunas almas jóvenes—
permítasenos que les hablemos y que les demos un consejo—créannos, porque les
decimos la verdad pura, solo bañada con lágrimas y hiel……………Si se sienten con
vocación para las artes y no tienen valor para hacerse ciudadanos de otra nación, dejen,
dejen, por Dios, la funesta fantasía de querer ser artistas en el Perú.—Morirán de
miseria—morirán de dolor…
69
35 Antes tal vez habrían sido algo: de aquí a un siglo, tal vez serían mucho—pero hoy,
siendo artistas en el Perú, serán almas pasadas a otro mundo sin bautismo—su genio se
apagará en el limbo.—Abracen cualquiera carrera y tendrán más lucro y honor—sean
mil veces jugadores de profesión para tener grandes consideraciones y fortuna…
NOTAS
*. * “Algo sobre bellas artes”. La Revista de Lima 1, n ° 2 (15 de octubre de 1859): 75-82.
1. Laso demuestra un conocimiento bastante amplio de la pintura limeña, aunque sorprende la
ausencia de José Gil de Castro de esta breve lista. Dada la escasez de textos contemporáneos sobre
arte peruano, es probable que buena parte de sus informaciones deriven del estudio de las
propias obras y en particular de las firmas que aparecen en dos series pictóricas mayores: la de
retratos de los virreyes en el Museo Nacional –donde pudo ver obras de José Joaquín Bermejo,
Pedro Diaz, Cristóbal Lozano y Pablo Rojas- y la serie de la vida de San Pedro Nolasco que adorna
el claustro de La Merced. Este último, uno de los conjuntos más representativos de la pintura
limeña de fines del XVIII, convocó a los mejores pintores de la época, como Bermejo y Julián Jayo.
Esto explicaría la mención de un artista tan poco conocido como es, aún hoy, Juan de Mata
Coronado. Es probable que Laso haya consultado también otras fuentes, aunque por el momento
no podamos identificarlas. Ed.
70
El hombre y su imagen*
I
1 Así como hay personas que principian sus escritos asegurando no saber qué decir por
no tener materia de que tratar, nosotros también diremos, siempre, en nuestros
artículos, que estamos seguros de que nadie nos ha de leer. Es más que probable que
digamos la verdad; porque en Lima es muy difícil que se lea lo que no está en el
“Comercio” y mucho menos se leerán artículos de personas, como nosotros, que
carecemos de un diploma de abogado, de ese utilísimo rollo de pergamino, vara mágica
que da la ciencia infusa al que lo obtiene.
2 Bien pues: si nadie nos ha de leer, o si solo escribimos para algunos amigos que se creen
por amistad en el deber de recorrer nuestros renglones, nos encontramos, en este caso,
como quien está solo en su cuarto o en amistosa plática con gente de confianza.—Por
consiguiente, aprovechando del sans façon que debe reinar entre personas íntimas,
daremos puerta franca a las ideas que quieran salir a luz.
3 Queremos hablar, en esta vez, sobre la necesidad que tiene el hombre civilizado de ver y
contemplar su imagen.—Cuestión retratos.
II
4 Dios, como es forzoso convenir, es tan excelente artista, que cuando lanza al mundo
algún ser, lo hace tan cabal, que no tiene necesidad de retocarlo. Sabido es que los
animales racionales e irracionales que se embarcaron a bordo de la arca de Noé se han
reproducido hasta el día exactamente como fueron entonces.—¿Quién puede poner en
duda de que el manso y filósofo jumento, que salvó del Diluvio, rebuznaba ni más ni
menos como nuestros borricos contemporáneos y compatriotas?—¿Quién no creerá,
como artículo de fe, de que el gallo de la pasión le cantó a San Pedro en el mismo tono
que el gallo que cualquiera tiene en su corral? Así, el hombre desde que salió tan grande
¡tan sublime! de un pedazo de barro es, desde entonces, igual en vicios y virtudes al que
ha tenido la felicidad de alcanzar al tan nombrado siglo XIX
71
III
8 Cuando los pueblos se han civilizado, una de sus primeras y principales ocupaciones ha
sido la de buscar espejos. Se sabe que los Egipcios, Fenicios, Cartajineses, Griegos y
Romanos tuvieron planchas bruñidas que los reflejaban. Si en tiempo de Julio César se
hubiesen inventado los espejos de azogue, el presumido y ambicioso dictador habría
dividido la mitad del mundo conocido con el inventor de tan asombrosa maravilla.
9 Si las invenciones del vapor y la aplicación de la electricidad son las más útiles para el
género humano, la invención de los espejos azogados ha sido la más agradable para el
hombre.
10 El espejo, dicen, que es el mejor amigo: aseguran que es el símbolo de la verdad, porque
refleja con exactitud lo que se le pone al frente. Todo esto es muy cierto, pero en nada
es más exacto el espejo que en reflejar la necedad humana. El espejo es la piedra de
toque de la humanidad: ante un espejo, todo hombre, sin excepción de edad ni
categoría, es un niño. ¿Para qué hablar de las niñas bonitas? ¿Para qué hablar de las que
no lo son? ¿Para qué culpar a las pobres mujeres, cuando en punto a espejos, hombres y
mujeres somos exactamente iguales? Los jóvenes que tienen el heroísmo de dormir con
un beefsteak en la cara para conservar la tez, ¿son acaso menos presumidas (sic) que las
niñas? ¿Podrían vivir esos Adonis sin espejos?
11 Una señorita decía que la única ventaja que tenía la mujer sobre el hombre, era el
derecho de poder manifestar su miedo. Con respecto al derecho que tiene la mujer
sobre el hombre para coquetear ante el espejo, podríamos decir lo mismo, si no fuese
más fácil ocultar el miedo que la vanidad. ¿Quién, por cobarde que sea, no tiene un
72
momento en que es indiferente al peligro? Pero ¿cuántos serían los que pasando por
delante de un espejo no lanzasen, siquiera, una furtiva mirada para saborear su adorable
imagen?… Es más difícil pasar por delante de un espejo sin mirarse, que el no volver la
cara cuando lo llaman a uno por su nombre y apellido—más difícil aún, que no voltear
el cuerpo al ruido del dinero que se deja caer en el suelo. La joven que se conoce
hermosa, engreída consigo misma, va francamente al espejo; allí se mira y remira y
tomándose los hombros con las graciosas manos, se mece y acaricia. La vieja coqueta es
la esclava del espejo y, aun para presentarse, siempre toma la precaución de colocar su
poltrona al frente del objeto que refleja su imagen. ¿Quién no sabe que en un salón
cuando se baila una cuadrilla, el primer sitio que se ocupa es el que está vis-a-vis del
espejo? ¿Quién no se ríe de la gravedad con la cual el filósofo se aproxima al espejo,
para ver si los ojos están o no biliosos, y que permanece largo rato delante de su
imagen, para sacar consecuencias sobre los estragos del tiempo? ¿Quién no ve al
anciano que, con el pretexto de divertir al nieto, también se mira y se contempla?
12 El espejo es la piedra de imán que atrae a la humanidad—y si el imán marca siempre el
norte, el espejo señala la niñería humana.
IV
13 Ya es pues una cuestión sabida que la humanidad gasta mucha parte de su tiempo en el
espejo; pero esto aun no le basta. El hombre quiere tenerse siempre presente, quiere
mirarse estando sentado, de pie y acostado: por esto inventó el retrato.
14 No sabemos quién fue el hombre ingenioso que descubrió el modo de fijar la figura
humana en una superficie opaca; pero, según nos cuentan, fue una mujer, grabando en
la pared la sombra de su amante que proyectaba la lámpara.
15 Para satisfacer la vanidad humana, el retrato en tela, papel o marfil, tiene ciertas
ventajas sobre el espejo. Si el espejo nos proporciona una cantidad de goces
representándonos todos los días, cuando y como querramos, tiene el grave
inconveniente de que quitándonos de su frente se borra nuestra querida imagen—
mientras que el retrato nos graba para siempre y permite que gocemos, de nosotros
mismos, solos o con los amigos: podemos, aún más, gozar mandándonos de polo a polo,
y lo que es superior a todo, podemos inmortalizarnos transmitiendo la idea de nuestras
preciosas personas a las generaciones venideras… En suma: vivir del espejo es una
imprudencia—es vivir de su capital—pero tener su retrato, es consolidar su vanidad
para vincularla a las generaciones futuras.
16 Como el retrato no solo lo hacemos para nuestro propio deleite, sino que, como buenos
cristianos, queremos dividir este placer con nuestros prójimos presentes y venideros,
tenemos, al mandarlo hacer, el cuidado de que sea el retrato mucho más agradable que
nosotros: por esto somos tan ridículamente exigentes que, puede decirse, no quedamos
contentos con nuestras copias, sino cuando ya no se parecen a los originales—pero, una
vez parecido el retrato al gusto del retratado, es el objeto más precioso que pueda tener
un ser viviente en su cuarto.
17 ¿Qué placer puede haber mayor que el estar mirándose cómodamente arrellanado en
una poltrona, o tendido en la cama, y entablar de allí diálogos interminables con su
retrato? La joven presumida se extasía ante sí misma; y, hablando con su retrato, se
siente el alma en expansión, como nunca la sintió con la amiga más querida.—La vieja
73
NOTAS
*. * “El hombre y su imagen”. La Revista de Lima 1, n° 4 (15 de noviembre de 1859): 176-180.
74
I
1 Así como un verdadero soldado, un militar de veras (no un poltrón cualquiera, que solo
es Coronel para vivir como Canónigo) siempre hace sus comparaciones con la
disciplina, la estrategia, los regimientos y soldados: así como un marino de agua salada
y no de agua dulce todo lo reduce a su embarcación y a su elemento, así también un
pintor todo lo ve a través del arte. Las reglas del arte son la constitución fundamental
del artista y, a fe de brochadores, podemos asegurar que nuestra carta es mejor que la de
Huancayo y también que la del 56. Nuestras leyes no se han hecho para complacer a
ningún general, a ningún partido: ellas están fundadas en la razón; por lo tanto, son
invariables y no están expuestas, de ninguna manera, a ser el juguete de solapada
moralidad.—Como la verdad es siempre la misma en el fondo, aunque cambie de forma,
cuando se nos presenta un hecho ajeno del todo a nuestro oficio, para comprenderlo lo
trasladamos a nuestro cartabón. Si la verdad política, metafísica o mecánica concuerda
con la verdad artística, la aceptamos de hecho, pero, si hay divergencia, la rechazamos
como dudosa o falsa.
2 Siguiendo el sistema de ver todo por el prisma artístico, cuando hemos asistido en Lima
a una solemnidad religiosa o alguna fiesta cívica, al ver mezcladas tantas fisonomías
diferentes y, sobre todo, al fijarnos en la variedad inconmensurable de los colores que
resultan de la mezcla de europeos, indios y africanos, no hemos podido menos que
comparar a esa reunión de peruanos con una paleta ricamente adornada con
abundantes colores y variadísimos tonos (combinaciones de dos o más colores).—
Considerando, pues, a una Iglesia o plaza bien concurrida, es decir, a esa gran paleta
humana, nos hemos hecho las preguntas siguientes—¿Por qué una rosa es superior a las
otras?—¿Es posible que no pueda haber armonía entre tanto color? ¿Es útil o perjudicial
al mundo tanta mezcla de castas?—Y, aplicando las reglas del arte a estas preguntas,
hemos sacado consecuencias que nos parecen lógicas, aun cuando contradicen las
graves opiniones de personas de alto coturno, de esos que se dicen pensadores, cuyo
fallo es más infalible que la infabilidad del Papa.
75
II
3 Los estadistas peruanos (echándose para atrás y tomando magistral-mente el puño del
bastón con ambas manos) opinan de un modo fatal que el país no puede constituirse:
para esto dan mil y mil razones, y la primera, su caballo de batalla, es la diversidad de
razas. Los sabios ya han fallado de un modo inapelable y han proclamado la
heterogeneidad de los ciudadanos de esta gran República, es decir, que han declarado a
nuestra sociedad una verdadera olla podrida.
4 Lo más racional parece de que nos sometiésemos a la opinión de los sabios; mas
permitan los Areopagitas que nosotros los artistas, a fuer de ignorantes protestemos de
su implacable fallo.—En nombre del arte opinamos y decimos, que no es un mal tan
grande, como se supone, la reunión de varias castas—y negamos, clara y
terminantemente, que en el Perú exista heterogeneidad de razas, a pesar de ser los
ciudadanos de distintos colores.
5 Hablando artísticamente, diremos: que bien se puede pintar con un solo color; pero se
pinta mejor con cuatro, y en nada perjudica el que haya treinta colores en la misma
paleta.
6 Según el arte, no hay color que sea superior al otro. El blanco, el amarillo, el rojo y el
negro son igualmente útiles: bien combinados formarán un cuadro armonioso, pero
empleados torpemente sin tino, sin discreción harán un conjunto detestable, en el cual
el blanco será tan perjudicial al rojo, como el negro al blanco. Y en el gran taller de la
tierra, en el cual Dios todo omnipotente y sabio ha colocado razas de diversas índoles y
diferentes colores, ¿por qué estos colores no han de ser útiles los unos a los otros
modificándose en sus propiedades para llegar a la perfección en el cuadro de la
humanidad?… La perfección en todo consiste en la variedad combinada—está en la
armonía del constraste.—Dios, el gran artífice, nos da lecciones en el gran cuadro del
Universo—y el que formó el veneno para que sirviese de remedio, tal vez, creó al negro
para modificar al blanco y a este para modificar al indio.
7 Artísticamente, con pruebas materiales, tenemos el derecho de proclamar que, en
cuanto a lo físico, la mezcla de castas es útil, puesto que de la combinación de dos razas
se tiene un producto superior a las primitivas.— Si Fidias resucitase y quisiese hacer
una Venus desnuda, estamos ciertos que hallaría mejores modelos entre las cuarteronas
de América, que en las albas Polacas, Rusas o Noruegas. Y, si en lo físico se obtiene tan
buenos resultados ¿por qué no esperar grandes frutos de la mezcla en cuanto a lo
moral?— ¿Qué es lo que constituye al hombre? ¿Es acaso la piel? No:—es la forma— es la
inteligencia—es el corazón.—Pues bien; si por la forma ya hay con la mezcla hermosura,
si por la inteligencia la mezcla ha dado un Dumas y por el corazón Lima tiene un Fray
Martín de Porras, claro es que la mezcla produce buenos resultados en todo, y que solo
falta de cultivo de las castas oscuras para tener seres perfectos en abundancia.
8 Con respecto a la tan pregonada heterogeneidad de la población del Perú, repetiremos
como antes que es una calumnia; que no existe.—Entonces un himno al Todo-Poderoso
por haber concedido al Perú la realización en la tierra de la verdad sembrada por Jesu-
Cristo. “Todos los hombres son iguales”—la piel no significa nada…
9 Para hacernos comprender del vulgo (del cual somos parte integrante) y de los sabios,
que muchas veces no entienden ni lo que ellos dicen, principiaremos poniendo un
ejemplo que, a la verdad, es digno de un veterinario.
76
indios, cholos, mulatos y negros; y en una atmósfera cargada de humo de tabaco, verían
a todos los socios vagar de un punto a otro frotándose mutuamente como sanguijuelas
en redoma de boticario.—Algo más puede decirse…si hay desigualdad entre esa gente,
por cierto que la inferioridad no está por los cholos ni mulatos.
III
15 Para terminar la cuestión de la homogeneidad de los peruanos, es decir, la ninguna
oposición de una clase con otra y la igualdad de pensamiento y de goces de todos los
ciudadanos, manifestaremos lo que todo el mundo sabe, ve y palpa.
16 Nadie puede poner en duda de que un indio, por muy indio que sea, si tiene la fortuna
de vestir un frac es elegido diputado. Siendo diputado, este indio será senador,
consejero y por fin ministro.—Bien, ante este indio senador, consejero o ministro se
humillarán los blancos y mulatos para obtener un empleo o cualquiera otro beneficio.—
Toda la sociedad recibirá al indio con los brazos abiertos y la sonrisa en los labios—
cualquiera quedará satisfecho teniéndolo por yerno—el indio como una cosa muy
natural se casará con una blanca, y siendo funcionario público, sin darse cuenta de su
color, servirá, como a sus hermanos, a blancos y mulatos.—Luego es falso que el indio
por no tener la sangre azul no sea caballero como el blanco: los blancos y mulatos
aceptan al cobruno sin murmullo, y el indio siendo indio se adhiere sin rencor, sin
venganza a las otras razas para servirlas y fraternizar con ellas.
17 Con respecto a los oriundos de África sucede otro tanto que con los indios.—Sabido es
que muchos mulatos y cuarterones, con la punta de su espada o por su inteligencia, se
han abierto paso para escalar a los primeros puestos de la República. El mulato una vez
en la altura, ha servido a su turno a los blancos e indios que han implorado su
protección: el mulato no se ha acordado que tenia sangre del Congo en sus venas, y sin
odio ni venganza se ha conducido como sus colegas indios y blancos.—Y llega a tal
punto nuestra tolerancia, nuestra democracia y nuestra unión que los negros retintos se
hallarían en el mismo caso que los mulatos e indios, si tuviesen educación… ¿Quién en
Lima se hubiese creído deshonrado con la amistad del Dr. Valdés? 1 ¿Quién no recibía
con placer al inteligente y simpático Dr. Santos?
18 Bien, puesto que las castas se adhieren sin oposición: si ellas se ligan y traban entre sí
para formar un todo, ¿dónde está esa tan decantada calamidad? ¿Dónde existe la
divergencia? ¿Dónde la heterogeneidad?—Ya que la práctica nos da un ejemplo tan
saludable ¿para qué calumniar a la verdad, solo por el deseo de hacer pomposas frases,
solo porque conviene a la charla?—La sabiduría debe consistir en obtener lo que falta y,
sobre todo, en aprovechar de los elementos con que se cuenta. Si en lugar de reclamar
sobre la epidermis, se instruyese a los indios y zambos; con solo la instrucción indios y
zambos se convertirían en blancos.—Entonces en lugar de venir un indio diputado
ignorante y abyecto, como son muchos padres conscriptos que nos manda el interior,
vendría un indio digno e ilustrado que no haría en la Inquisición el triste papel de
camero o llama.—Entonces veríamos a muchos mulatos brillar por su capacidad y ser
mejores prefectos, que muchos esclarecidos varones mandados por el supremo gobierno
para tiranizar y explorar los departamentos.
78
IV
19 El Perú ciertamente se halla en triste y deplorable estado; pero su desgracia no se debe
ni puede atribuir a los pobres indios, a los mulatos ni a los negros. El mal está en todos.
—El mal impera por la ignorancia y apatía del pueblo—por la inercia y carencia de espíritu
público de las clases acomodadas. Estas son las principales causas por las que el mal reina
sin freno y sin trabas—por esto la inmoralidad vencedora o vencida explota, consume y
destruye el país.—Pero si el pueblo estuviese educado, si los hombres de talento y
fortuna tuviesen desinteresado patriotismo, el Perú cambiaría de faz. De un pueblo
patriota se podía esperar que por sostener la paz y sus derechos, ahogase en su origen a
todo tiranuelo que quisiese perturbar la marcha de la República en la vía de la
verdadera moral y del progreso.—De una sociedad ilustrada y patriota se podía
aguardar una buena elección de representantes, es decir, de hombres dignos,
desinteresados que no consultasen sino el bien general, y que no fuesen como los que
tenemos la costumbre de ver, seres famélicos traficantes de su honor y de su conciencia.—
Entonces tendríamos congresos, que desdeñando el ruin papel de parodiar al decrépito
Senado Romano, empleasen su omnipotencia, no en ridículas y asquerosas farsas, sino
en obras gigantescas y útiles, como la de cortar los Andes con ferrocarriles, protegiendo
en grande escala la agricultura y la industria.
20 Cuando en el Perú desaparezca el sistema de explotación del fisco: cuando las masas
estén ilustradas: cuando los propietarios, por interés, despierten del letargo político y
social: cuando gobernantes y gobernados tengan una marcha regular, entonces este
país compuesto de blancos, indios, y negros, será una nación florida. Entonces el Perú,
opulento por la variedad de sus riquezas materiales, también será, por el feliz
cruzamiento de razas, rico en hombres ilustres por su talento y virtudes. Entonces el
Perú sobresaldrá entre las demás naciones como un cuadro de Tisiano (sic) brilla en una
galería, al punto de opacar a los cuadros inmediatos—por la feliz armonía que resulta
de la sabia combinación de diferentes colores.
NOTAS
*. “La paleta y los colores”. La Revista de Lima 1, n° 5 (1 de diciembre de 1 8 5 9): 230-237.
1. Mateo García Pumacahua (Chinchero, 1740 – Sicuani, 1815). Caudillo indígena, cacique de
Chinchero, muerto por su adhesión a la independencia. En un primer momento su colaboración
con la Corona fue decisiva para la derrota de la rebelión de José Gabriel Túpac Amaru (1780-1781).
Fue premiado con diversos cargos y ascensos, llegando a ocupar la presidencia de la Real
Audiencia y la gobernación del Cuzco (1807). Trabajó a favor de la Constitución de 1812, pero al
no ser ratificado en su mandato (1813) integró, junto con Domingo Luis Astete y Juan Tomás
Moscoso, la Junta constituida por José Angulo para que ejerciera el gobierno de Cuzco según las
disposiciones de la Constitución (1814). Encabezó luego la expedición enviada hacia Arequipa.
Salió victorioso del combate de Apacheta y logró tomar la ciudad, pero fue derrotado en la batalla
de Umachiri y capturado en Sicuani. Fue decapitado en 1815. Véase Tauro, Enciclopedia ilustrada
del Perú, vol. 5, p. 1707. Ed.
79
1. José Manuel Valdés (Lima, 1767-1843) fue un reconocido médico y escritor. A pesar de su
origen —era hijo de un indio y de una mulata libre— llegó a estudiar en el Real Colegio de San
Ildefonso gracias a la protección de un matrimonio español. Se formó con Cosme Bueno y fue
nombrado “cirujano latino” en 1788. Estudió luego medicina en San Marcos (1797) y recibió el
título de doctor en 1807. Su carrera culminó con el nombramiento a la Real Academia de
Medicina de Madrid (1816) y, finalmente, al Protomedicato general del Perú (1835-1843). Fue
miembro fundador de la Sociedad Patriótica (1822) y diputado por Lima al Congreso (1831).
Colaboró con el Mercurio Peruano y publicó sobre medicina, escribió poesía y dedicó un libro a San
Martín de Porras (1840). Véase Jean-Pierre Clément, Índices del Mercurio Peruano, 1790-1795, pról. de
Estuardo Núñez (Lima: Biblioteca Nacional e Instituto Nacional de Cultura, 1979): 130. Ed.
80
I
1 La amistad es casi tan antigua como el amor y en todos tiempos se ha ensalzado a ese
afecto tan sublime por ser desinteresado. La historia nos señala hechos heroicos de
abnegación de un amigo para con otro amigo. Los Griegos nos presentan como tipos de
amistad a Orestes y Pilades. En los tiempos caballerosos de la edad media no escaseaba
la amistad leal. En la moderna civilización, el hombre culto, lejos de negar la amistad la
proclama a cada instante aun cuando no la practique. También entre nuestros indios el
compadrazgo, que es la consagración de la amistad, impone obligaciones que son
estrictamente observadas.
2 No haremos ninguna disertación sobre la excelencia de la amistad: no manifestaremos
la necesidad que tiene el hombre de hallar en la tierra una alma que sea el eco de su
alma; de contar con un apoyo en caso de desfallecimiento; de tener reservada una urna
en donde pueda depositar sus secretos; de encontrar, en el vía crucis de la vida, la mano
fiel que le enjuague el rostro bañado por el sudor y el llanto.
3 Nosotros, pobres artistas, no tenemos la pretensión de fundar teorías sobre la amistad;
pero, haciendo uso del derecho que tenemos de mirar lo que vemos y copiar las cosas
según la impresión que nos hacen, daremos, pues, nuestra pincelada para trazar la
amistad como se nos presenta.
II
4 El sentimiento de la amistad, según dicen algunos, nace con el hombre: y el espíritu de
la fraternidad no debe ser malo, puesto que Jesu-Cristo y sus discípulos no cesaban de
predicar “amaos los unos a los otros”. Parece sin embargo que el amor puro y
desinteresado (la amistad) que se le tiene al prójimo sufre sus épocas de mengua; y, sin
temor de equivocamos, podemos asegurar que en el siglo de las luces, en todo lugar en
donde se da dinero a interés, la amistad es excesivamente escasa.—La amistad está
como las bestias feroces, en razón inversa de la civilización.
81
5 Para divagar mejor sobre nuestro tema, dividiremos la amistad en tres clases—amistad
de igual a igual; de superior a inferior y de inferior a superior.
6 No siendo la amistad, en nuestros días, si no un contrato o una compañía comercial, la
unión que preste más reciprocidad será la más durable. Dos individuos, sea cual fuese
su posición social, tendrán buena armonía mientras la situación del uno sea equivalente
a la del otro; pero la amistad o compañía se disuelve si las circunstancias hacen perder
el equilibrio social, o si la conveniencia de un socio exige la separación del otro.
7 El hombre, como rapaz usurero, avalúa al amigo y sabe, de un modo exacto, el valor que
le puede confiar, considerándolo como hipoteca. Así, un amigo sirve al amigo, en tanto
cuanto el otro puede servirlo a su turno; rara vez pasará el límite que le señala el
egoísmo.
8 Dos hombres de elevada posición social, sobre todo en política, pocas veces podrán
tener amistad franca, leal y durable.—Los grandes están unidos cuando la conveniencia
lo requiere, pero siempre viven en la ase-chanza y atisbando el momento de dañarse.
9 Dos individuos de igual fortuna serán íntimos mientras dure la igualdad de capital; pero
si la desgracia reduce al uno a la pobreza, se pierde entonces el equilibrio y la compañía
se disuelve. La vida del uno ya no puede ser igual a la del otro; no pueden habitar los
mismos palacios; no pueden comer los mismos manjares; no pueden rodar coches con
iguales caballos; no pueden hablar ya de sus rentas en efectivo y en perspectiva y, sobre
todo, ya no pueden enseñorearse, a dúo, despotizando a las clases pobres.—El rico mira
con lástima y desconfianza a su ex-amigo caído, y el empobrecido mira al rico con
rencor, porque la suerte no lo arrastró también a la indigencia.
10 Dos pobres serán verdaderamente amigos, mientras el uno parta la mitad de su pan
para alimentar al compañero que no tiene con qué comprar un mendrugo. Hoy da uno y
mañana da el otro.—Los dos pobres se quieren, porque se necesitan mutuamente para
ayudarse a llevar el pesado fardo de la miseria; pero si la fortuna favorece a uno, se
pierde entonces el equilibrio y se disuelve la amistad. El parvenu 1 rara vez tiene la
nobleza de alma de acordarse con orgullo de su origen: casi nunca tiene la generosidad
de tender una mano protectora al infortunio. El parvenu hinchado, como estúpido pavo,
menosprecia a sus compañeros de pobreza: la vista del amigo en desgracia le causa
fastidio, le sirve de tormento, porque es un testimonio vivo de su antiguo baldón. El
pobre a su vez, se cree ofendido, hasta por Dios, viendo en la holganza a su camarada,
mientras que él permanece aún esclavo de la miseria. Creo que su amigo que participa
con el de la pobreza, lo roba, lo saquea, no dándole una parte de su fortuna.
11 Si es verdad que no hay ser más tontamente aristócrata y que desprecie más al pobre
que el parvenu, también es cierto, que el pobre daría con gusto su vida, si con este
sacrificio se arruinase el que supo conseguir fortuna.
III
12 La amistad de superior a inferior es la compañía en la cual los que mandan, los grandes y
los ricos ponen el capital y los inferiores ponen la industria.
13 Los grandes, tanto en lo público como en lo privado, tienen necesidad de agentes para la
marcha política como para la realización de goces mate-riales. Los ricos también
82
IV
16 En la amistad del inferior para con el superior existe, más que en las otras, la compañía
mercantil. Los que no tienen riqueza ni posición social ponen la industria y los que
tienen fortuna o valer, ponen el capital. Esta clase de amistad es la explotación del que
tiene por el que menos posee.
17 Hay en la masa común de los hombres un sentimiento de codicia que los impulsa a
buscar al pudiente, como la necesidad del hambre obliga al niño a correr detrás del que
va masticando por la calle.—Hay también en el alma del hombre civilizado un instinto
bajo de cobarde adulación, que lo constituye en lacayo nato del que manda o del rico.—
También es cierto que la adulación y la bajeza instalan su asqueroso poder en las clases
superiores, pues se ve con frecuencia al rico besar respetuosamente el pie del que
gobierna, y al que manda se le mira complaciente, bajo y ruinmente adulón hacia el que
tiene dinero.
18 Por el impulso interesado y servil, los hombres civilizados buscan con afán la amistad
de los grandes y ricos: pero ninguna relación es más precaria, ningún afecto tiene
menos solidez que la amistad para con los pudientes; por esto cuando se les eclipsa la
fortuna, la mayor parte de los amigos de bonanza son fríos espectadores de la desgracia,
cuando no se con-viertan en crueles y tenaces enemigos.
19 Casi todo el que entra en el servicio, en la amistad, en la confianza del grande o rico,
parte del principio de que esa amistad le tiene que ser lucrativa.—Con el rozamiento y
unión del pudiente cree, el que pretende, que debe convertirse, sino en oro macizo al
menos en plaqué.
20 En general, la amistad del inferior al superior, es el culto rendido a la posición y no a la
persona. Cuando el que tiene no distribuye los beneficios según las exigencias del que
espera, se hace odioso, es juzgado como egoísta e ingrato.—Entonces el rencor se añade
al rencor y se acecha con ansia el momento de la venganza.
83
21 El hombre civilizado pocas veces se satisface con lo que se le da, aunque no merezca lo
que se le concede. Por esto, no siempre basta hacer bienes a ciertos amigos para
tenerlos contentos; es preciso que los beneficios se repitan aumentándose en
progresión creciente...Hay amigos que por recibir una negativa, después de muchos
servicios, se convierten en enemigos implacables. Los antiguos favores quedan
cancelados con la última ofensa.
22 Si la amistad en este siglo es rara, la gratitud es más escasa.—¡Ay del benefactor si pide
alguna vez el amparo del ingrato!
23 La amistad, pues, de inferior a superior se anula cuando el que tiene no puede o no
quiere contribuir.—Pocos son los que sirven sin esperanza de recompensa.
V
24 Nosotros no somos misántropos: no somos pesimistas hasta el punto de pensar que la
humanidad sea detestable, que cada hombre sea un vampi-ro. Por el contrario, creemos
que el hombre en general es bueno; que su alma, como emanación de Dios, en su origen
es pura y que solo se corrompe con el contacto de la gente gangrenada por el vicio.—
Nosotros no solo con-cedemos la virtud a esos tiempos felices que llaman patriarcales,
sino que, estamos persuadidos, de que en los nuestros se practican aún buenas acciones;
también nos complacemos en confesar que, en medio de la gran civilización, se
encuentran leales y desinteresados amigos, dignos de los tiempos heroicos, pero
insistimos siempre, y muchos convendrán con nosotros, en que la verdadera amistad es
en extremo rara.
25 La amistad es y tiene que ser rara en los tiempos resplandecientes de la gran civilización,
porque la amistad es una gran virtud que contiene en sí muchas virtudes, como una
gran bola China de marfil contiene, en su interior, muchas bolas pequeñas (que se nos
perdone la comparación)—Y bien; en tiempos tan civilizados como el actual, la práctica
de muchas virtudes es difícil por ser a veces contraria al progreso individual.
26 Cada siglo, cada época tiene una fórmula, una palabra que lo representa.—El go a head
(sic) de los Yankes (sic) es la voz del siglo XIX. La sociedad grita; ¡adelante! Infeliz el que
se detenga por escrúpulos de conciencia.—La consecuencia en la amistad también
pudiera serle funesta...adelante.
27 En el zafarrancho moral en que se encuentra la sociedad civilizada, muchas veces las
virtudes son cadenas y grillos que dejan estacionario al que las practica.—La senda de la
virtud es tortuosa y escarpada.—La civilización ha allanado el camino de la vida
plantando rieles para los carros de la inmortalidad:...¿qué hacer? Embarcarse en el
wagon para hacer viaje pronto y feliz, para vivir alegremente de festín en festín, de
honor en honor o pasar los días bajo la modesta capucha de la virtud en el silencio, en la
miseria, para morir descarnado como un santo.
28 Nosotros, los que escribimos estas líneas, no tenemos pretensiones catonianas: no
siendo poetas no apostrofamos con lágrimas ni suspiros a la sociedad civilizada:
nosotros nos lavamos las manos como Pilatos—Dios que es el origen del bien sabrá
refrenar el mal—nosotros, en esta vez, somos como el estoico pintor que embarcado en
un navío, en medio de horrible tempestad, sube a la cofa para copiar lo que ve—nuestro
oficio no es de conjurar sino de copiar.—Por consiguiente, sigamos con el croquis.
84
VI
29 El amor y la amistad tienen por base la virtud.—El amor y la amistad son modestos,
reservados y parece que solo se dilatan en el silencio, en la oscuridad.—El amor y la
amistad, con tanta luz del siglo, se encuentran como el murciélago a la luz del día,—no
saben a dónde dirigirse, aletean, caen.
30 Mas el progreso se encarga de remediarlo todo: ya la civilización colecta el amor y para
su expendio instala casas, con patente del gobierno.— Ya hay en Europa agencias para
contratar matrimonios.
31 Para la amistad aún no hay oficinas porque cada hombre se cree, y con razón, el mejor
agente para su negocio.
32 En el mundo civilizado, para el comercio de la vida, por hallarse escasa la moneda de
buena ley que se llama amistad, se emiten vales con valor nominal y moneda falsa, con
el mote de “amistad” por ambas caras.— Así el hombre primitivo, el hombre ingenuo, de
corazón sencillo, que no conozca la moneda en circulación, será la víctima.
33 Si en la edad media los hombres viajaban con lanza celada y cota de malla para atacar y
defenderse, ahora los hombres se cubren la cara con la máscara de Momo y el pecho
con la malla de disimulo: la arma común es la espada de dos filos de la mala fe:—el
estandarte que guía a las masas ya no es la santa cruz, sino el arpón de la codicia.
34 En los combates singulares y torneos de la sociedad, el más diestro en engañar es el que
vence.
35 En esta lucha caballerosa (de industria) el hombre ingenuo y virtuoso se hallará
completamente vulnerable e indefenso.—En el primer choque será derribado y será,
además, el ludibrio de la multitud.
36 ¿Quién no ha sido abatido muchas veces en la vida? Las desesperaciones
experimentadas, los rudos golpes que sufre el hombre en el comercio de la vida lo
convierten, muchas veces, de un ser franco y espontáneo, en un ente desconfiado y
cauteloso.
37 La dura experiencia enseñará al hombre desengañado a valorizar si la mano que se le
tiende es la mano laxa de la indiferencia, la mano esqueletizada del egoísmo, la mano
repelente del traidor, o la mano franca del verdadero amigo.
38 El hombre prudente, como soldado en campaña, al aproximarse un individuo, se dará el
grito de alerta para reconocerle y evitar una sorpresa.
39 El hombre cauteloso, al establecer nueva amistad, arrestará el corazón prohibiéndole
todo movimiento espontáneo—porque quizá la dura experiencia le ha enseñado que,
muchas veces, un amigo presente es un espía para el porvenir, y que los secretos
confiados, en momentos de pueril expansión, sirven para formar el cuerpo de delito
que deba arruinarlo más tarde.
40 El hombre cauteloso y desconfiado emplea para tratar con ciertos amigos, las mismas
precauciones que emplea para servirse de la navaja de barba—como a instrumento útil,
pero que si se maneja con descuido corta o degüella.
85
VII
41 Nosotros principiamos este artículo como pintores o fotógrafos, mas vemos que el
asunto nos convierte, sin saber cómo, en cirujanos. Para no ir más adelante en la
autopsia, que nos es repugnante, abandonaremos la tarea; pero antes de arrojar la
pluma, repetiremos, que no hacemos más que copiar lo que vemos; que no tenemos
pretensiones de fiscales para acusar a la civilización de ciertas faltas.
42 Nosotros somos tolerantes por convencimiento y no tenemos nada que hacer con las
piruetas que ejecute el mundo. Cada cual puede hacer de su capa un sayo: pero también,
cada pintor puede copiar lo que ve.
43 Nosotros al pintar al rapaz y carnívoro lobo, a la zorra llena de astucia y a la culebra
rastrera, no tenemos pretensiones de críticos ni, mucho menos, de enderezadores de
entuertos. Del mismo modo, al copiar ciertos flancos de la sociedad; al trazar a ciertos
personajes no tenemos más idea que cumplir con nuestro oficio “pintar”.
44 Con respecto a la amistad, diremos también que no tenemos nada que hacer con los
hombres egoístas, que no tienen más amor que el interés, ni con los desengañados que
viven mártires atrincherados en la erizada des-confianza: nosotros los artistas
invocando la protección de Dios, nos cubrimos con el manto de la estoica resignación;
no temiendo la traición no somos esclavos del cauteloso temor—así, venga todo el que
quiera aunque sea para engañarnos y, no siendo un tonto empalagoso, estará seguro de
encontrar en nosotros el fondo de una amistad leal.
NOTAS
*. * “Croquis sobre la amistad”. La Revista de Lima 1, n° 8 (15 de enero de 1860): 380-388.
1. No hemos podido traducir en español la palabra francesa parvenu, que expresa también el
hombre que saliendo de la nada llega a tener alta posición.
86
El vividor*
1 El pueblo que, como el niño, tiene una gracia particular para poner apodos, ha
calificado con el nombre de «Vividores» a ciertos hombres de jebe, cuya ductilidad
asombrosa les permite alargarse, encogerse y tomar, en fin, todas las formas posibles,
según lo exijan las circunstancias.
2 En efecto, si vivir es gozar, el que más goza será el que más viva; y como nadie
aprovecha mejor los días que Dios concede a los mortales que los hombres elásticos,
resulta que estos son los más vividores.
3 La organización del Vividor, por más que se oponga Iriarte 1, es la más completa para
viajar en el valle de lágrimas— porque
Cuando de andar se cansa,
Si se le antoja, vuela,
Si se le antoja, nada.
4 Sin embargo; mirando nosotros al Vividor con el prisma artístico, por el insignificante
lado de lo bello, diremos que el Vividor generalmente es un pobre diablo que no tiene
más mérito que el saber gatear, nadar y zambullir a tiempo.
5 El Vividor en el reino animal es lo que la planta parásita en el reino vegetal.—Rastrero
por constitución, siempre busca los pies del poderoso para acariciarlos: diplomático por
instinto, adquiere relaciones con los gran-des, a quienes halaga, envuelve y enreda para
vivir a su sombra.
6 El Vividor no tiene ni puede tener virtud, porque su ser es la bajeza, la ruindad, la
hipocresía, la astucia, la intriga, en suma, la mala fe.—La marcha del Vividor es subir
gateando—su fin, la explotación.
7 Nosotros tenemos muchos ejemplos de Vividores, y como a pesar de su insignificancia,
de su nulidad, los vemos elevarse, les concedemos, al fin, cierto mérito, puesto que han
sabido adquirir una posición superior a su merecimiento. Sí: el Vividor tiene un mérito
tan grande y difícil, que un hombre de honor no podrá alcanzar jamas. El gran mérito de
nuestros ilustres Vividores consiste en no tener conciencia, en carecer completamente de
vergüenza, y en tener flexible la espina dorsal.
8 El Vividor es el fiel lacayo del que tiene o del que puede. Con estos, el Vividor se muestra
siempre amable, siempre servicial, siempre festivo y solicito, como perro que atento al
amo, batiendo la cola, se dispone a partir adonde el amo quiera.
87
9 El Vividor es animal de excelente olfato—sabe con anticipación quién debe ser ministro,
quién debe heredar fortuna: también, como ente previsor, sabe alejarse a tiempo del
que debe caer en la desgracia.
10 El Vividor es un verdadero camaleón: será fanático, si las personas a quienes explota
son religiosas: será ateo, si el explotado es Volteriano.— Generalmente el Vividor es
aristócrata conservador, porque estas son las ideas de los que tienen, pero se llamará hijo
del pueblo si quiere sacar algo de la muchedumbre.
11 El Vividor filtra por todas partes; es la gota de aceite que atraviesa el mármol. El
Vividor no solo explota la corrupción, sino que saca jugo hasta de la virtud; es la mosca
que vuela del muladar al santuario.—La vara mágica que posee es la adulación.
12 La lisonja es el cloroformo de que se vale el Vividor para adormecer la razón del
hombre más sensato.
13 La humanidad está constituida de tal modo que, si es raro y casi imposible que existan
impíos que no crean en Dios, es todavía más imposible hallar hombres que no crean en
la lisonja—todo está en el modo de administrar la alabanza.
14 ¿Cuántos Vividores romanos no se habrán reído, a carcajadas, del estoico Catón 2?
15 Bien aventurados, pues, los Vividores, porque ellos han poseído, poseen y poseerán la
tierra.
16 ¡Quién pudiera ser Vividor para obtener una posición social!
NOTAS
*. * “El vividor”, La Revisto de Lima 1, n° 10 (15 de febrero de 1860): 470-472.
1. Tomás de Iriarte (1750-1791), poeta y dramaturgo canario autor de las Fábulas literarias (1782).
Laso vuelve a hacer referencia a él en su “Croquis sobre los bien-aventurados en la tierra”. Ed.
2. “Canton” en el original.”Ed.
88
I
1 El Perú, desde la conquista, ha sido considerado como un país fabuloso, como el
manantial y el depósito de riquísimos tesoros. Bien que en los últimos tiempos de la
dominación española las calles de nuestras ciudades no estuviesen enlosadas con barras
de plata, ni las paredes fuesen de oro macizo, el nombre del Perú quedó siempre como
sinónimo de riqueza. Cuando se habla de un país, sobre todo si es rico, casi es
indispensable hablar de sus habitantes; y es positivo que en Europa, particularmente en
España, siempre se relataron mil anécdotas de los peruleros, siendo muchas de ellas
historias exactas, otras noticias exageradas, y no poca cantidad de aventuras que no
fueron otra cosa que cuentos forjados por gente de imaginación poética. Como quiera
que sea: el Perú y los peruanos antes de la independencia, eran conocidos
favorablemente, pese aun a sus vicios se les doraba haciéndolos provenir de buenas
cualidades. Pero, desde la Independencia, la opinión acerca de los peruanos ha
cambiado de favorable en desventajosa. Verdad es que algunos hechos acontecidos en
el país han dado margen para que se cebe el espíritu de maledicencia aguijoneado por la
emulación provincial que desgraciadamente reina entre los americanos del sur.
2 Nosotros, al ocuparnos de los peruanos, siendo peruanos nosotros mismos, queremos
hacer este rápido bosquejo, con la sinceridad y buena fe que emplea un fiel retratista al
copiarse de un espejo. Las facciones defectuosas las pondremos tales cuales son o nos
parecen ser, y las partes buenas también las diremos con la misma ingenuidad, pues no
hay vanidad ni mentira en ponerse nariz perfecta cuando uno la posee, ni maledicencia,
cuando uno se pinta tuerto si tiene un ojo menos.
II
3 Principiaremos nuestra tarea separando a los costeños de los tras-andinos o serranos,
pues es un hecho que la costa y la sierra forman dos naciones algo diferentes.—Clima y
hábitos diversos deben hacer caracteres distintos. Tratemos de la sierra.
89
4 Como es una ley en el arte que deben hacerse las grandes masas antes que los detalles,
hablaremos primero del Indio, que es el fondo de la población del interior, antes que del
blanco, que es la excepción.
5 Se ha hecho un hábito entre nosotros el despreciar al Indio, y la injusticia a este
respecto llega a tal punto, que hay muchos blancos, y algunos de color dudoso, que
niegan al Indio la inteligencia, o por lo menos que afirman con impertinente aplomo,
que la raza indígena es una raza inferior a las otras. Pero semejante acusación queda
claramente desmentida por la organización interior que tenía el Perú cuando llegaron
los Españoles para conquistarlo. El pueblo que por sí solo sabe organizarse de un modo
sorprendente por medio de sabias leyes, que sabe conservar en su vasto territorio
buenos y bien calculados caminos: que progresivamente avanza en la agricultura, en la
industria y en las artes, es una raza tan superior como la que más. Todo lo que se
encuentra y se sabe de los Incas, indica que los Indios habrían llegado, con el tiempo, a
un alto grado de civilización, sin necesitar de otras razas, que pretenden haber
monopolizado el saber humano. ¿El Indio que por sí solo supo abrir los ojos para ver la
luz de la civilización puede estar privado de inteligencia? Aun cuando la historia de los
Incas fuese una fábula, tampoco habría razón para negar la inteligencia al Indio, porque
la prontitud con que aprende cuando se ¡e quiere enseñar, revela una habilidad no
común.
6 El desprecio que generalmente se tiene y se ostenta por la raza indígena nos parece
tanto más injusto, cuanto que encontramos en el Indio peruano cualidades muy
distinguidas y raras en el hombre.—Nadie es más sobrio que el Indio, nadie es más
sufrido para la fatiga, nadie muere con más calma y resignación. No obstante estas
cualidades, el Indio está considerado como perezoso y cobarde, ¿perezoso el que es
infatigable en las duras tareas en que se le pone a prueba?, ¿cobarde el que muere sin
murmurar, sin quejarse ni extrañar la vida? No: es mentira que el Indio sea por carácter
cobarde y perezoso.
7 Si la orgullosa raza blanca se encontrase en las mismas condiciones de abatimiento y
persecución que nuestra raza indígena, tal vez se mostraría inferior a la infeliz casta
peruana. Al Indio desde Pizarro hasta el día, se le ha considerado como a bestia útil para
la faena. Al Indio proletario nunca se le ha considerado como a hombre, y sin darle la
menor parte ni interés en la sociedad, sin siquiera educarlo, para enseñarle que es un
deber social el trabajo, se pretende que el Indio aniquile gustoso sus fuerzas, solo para
que se enriquezca el propietario, y para que el cura lo despoje de la miserable pitanza
que recibe. ¿Quién podrá trabajar con gusto sin un interés material o moral?—Si al
Indio se le considera como a hombre, es decir, con la facultad de calcular que la
extinción de sus fuerzas no ha de producir ventaja alguna para sí, ni para sus hijos,
tiene sobrado derecho en no mortificarse en pro de sus patrones tiranos, y de una
sociedad que desconoce.—Y si al Indio se le considera como a bestia que no reflexiona,
también tiene la misma razón que el buey y el asno, en no prestarse gustoso a regar la
tierra con el sudor de su frente en beneficio exclusivo de sus tiranos que lo aguijonean
y martirizan.
8 En cuanto a la pretendida cobardía del Indio, también diremos que no habría pueblo en
el mundo que, colocado en las circunstancias de nuestra raza indígena, fuese marcial y
belicoso de buen grado.—Que se tomen mil franceses o mil alemanes (de cuya blancura
no se puede dudar) y que sin decirles por qué, se les arrastre maniatados al cuartel: que
allí con solo el expresivo lenguaje de los garrotazos se les enseñe el ejercicio de las
90
armas: que se les tuerza los brazos de un modo inicuo y bárbaro si no redoblan en el
tambor con soltura; que si no comprenden la ordenanza, que se les lee en idioma
desconocido, se les flagele en las carnes desnudas: que el pan cuotidiano sea para ellos
los punta-piés y las puñadas; que, en fin, después de una vida de tortura se les exija que
combatan con entusiasmo por una causa que no comprendan ¿podrían los franceses o
los alemanes conducirse con heroísmo? Imposible.—Pero en caso que—esos blancos
estuviesen en el grado de ignorancia y abatimiento de los Indios, también tendrían
razón en acechar el momento propicio de la deserción, de la fuga: porque ignorando la
causa del sacrificio, no tendrían interés en morir ni en matar, solo porque así se lo
mandaban.—Para los franceses o alemanes mayores enemigos serían sus jefes
inmediatos que los combatientes que tuviesen al frente, y estarían en su derecho, sin
pasar por cobardes, en desertar y en no querer batirse sin razón.—Si los franceses o
alemanes tuviesen razón para no aceptar voluntariamente el papel de máquinas de
guerra ¿por qué los indios no tendrían razón en desertar para evitar una vida mártir y
el sacrificio de la muerte, por causas que no saben ni comprenden?
9 Si al indio se le civilizara, se le hiciera comprender las razones por las que debía
combatir, y se le diese mejor trato, sería indudablemente el mejor soldado; pues el valor
y el entusiasmo estarían secundados por la sobriedad, por el estoicismo y la asombrosa
movilidad que lo distingue. Demasiadas pruebas tenemos para no dudar de lo que
decimos. Nótese al soldado viejo, es decir, al Indio ya medio civilizado por haber
aprendido el castellano, y se verá a ese soldado batirse con entusiasmo, solo porque ya
conoce a su general a quien piensa servirlo con su esfuerzo. Solo la toma de Arequipa
bastaría para desvanecer la injusta idea de que el Indio peruano es cobarde.—Los pobres
y despreciados Indios se batieron allí como franceses, solo porque conocían a su general
y sabían que este estimaba al soldado, es decir, al Indio.
10 También se habla mucho del carácter desconfiado, avaro e ingrato del Indio.—Pero
estas acusaciones son tanto o más absurdas que las anteriores. Si en general el Indio se
muestra cauteloso, avaro e ingrato, no es porque estas malas cualidades sean orgánicas
en la raza indígena. Los Caucasianos en las circunstancias de nuestros indios, también
tendrían para todo su reserva y su “manan“cancho”. Desde Pizarro se ha visto al Indio
como a un animal, como a un esclavo, y el blanco o el que ha hablado español, jamás ha
tenido escrúpulo en quitarle su propiedad. Demasiado conocida es la conducta de
nuestros ejércitos, de los Prefectos, Subprefectos y gobernadores en el interior, para
admirarse de que el Indio viva siempre en alarma por su persona y su exigua propiedad.
¿Qué confianza puede manifestar el Indio, cuando siempre está alerta, aguardando la
partida de soldados que debe arrancarlo de su hogar, dejando en la orfandad a sus
hijos? ¿Cómo puede tener expansión ni alegría el Indio, cuando vive brutalmente
tiranizado por las autoridades y sus patrones? ¿Cómo puede manifestar sus pocos
recursos, cuando sabe que el oficial transeúnte le ha de quitar sus víveres a planazos, o
ha de pagarlos con la cuarta parte de su valor? El Indio, pues, tiene mucha razón de ser
desconfiado, como la tendría un Inglés si se le tratase del mismo modo. Si a los jefes de
la casa de Gibbs se les pidiese algún efecto sin garantía de pago, aunque la demanda no
se hiciese a planazos, es más que probable que esos Señores contestarían también
“manan“cancho” sin pasar por esto, por desconfiados ni avaros.
11 La prueba de que la desconfianza no es inherente a la raza indígena es que en Chorrillos
y otros puntos en donde no se trata al Indio como a esclavo, el Indio es sociable, y no
niega sus recursos, porque está seguro del pago y no teme el mal trato.
91
12 En cuanto a la ingratitud del Indio diremos: que no encontramos ¿por qué la raza
dominadora exija gratitud al Indio? ¡Gratitud! ¿Por qué? ¿Por haberlo tratado en
general, como a bestia, como a esclavo? ¿Por haberlo manejado con crueldad y mirado
con desdén?—Sin embargo, tal es el fondo de bondad del Indio, que aun cuando no
debiera transigir con la raza opresora, siempre que encuentra algún ser superior que lo
considere, él sabe mostrarse agradecido. Hay mil hechos de gratitud de parte de los
Indios para con sus protectores. ¿En qué provincia no se refiere que tal hombre se
enriqueció, porque un Indio compadre suyo le descubrió un tesoro? ¿No hay muchos
oficiales que relatan actos de abnegación de parte de los indios soldados? ¿No es un
hecho que el 15 de Agosto un Indio sargento (agradecido al General Castilla porque
trata bien a los de su raza) fue quien salvó a su General? ¿No es una verdad que si el
Indio no traiciona a cierto individuo es por gratitud, y que si la mayor parte de los
blancos no se le sublevan, es por interés o por miedo?
13 La raza indígena, pues, a pesar de lo que quieran decir de ella, es una buena raza a la
cual no se ha sabido explotar. Si a los Indios se les hubiese considerado como a hombres
y no como a bestias; si los gobernantes hubiesen mirado al Indio como los franceses al
Veduino (sic) sometido, el Indio habría desplegado sus buenas cualidades, y se hubiera
nivelado con el hombre más civilizado. Si acaso la América del Sur no está destinada a
ser propiedad de la gente sajona que disuelve a las otras razas, puede muy bien ser que,
después de una serie de buenos y civilizados gobiernos, los Indios del Perú, ya
ilustrados, puedan desmentir con hechos la opinión injusta que de ellos se ha tenido.
III
14 Bien: habiendo hablado del Indio proletario, del Indio del campo, que es la última clase,
iremos ascendiendo en la escala social, hasta llegar al caballero o Viracocha, como se
llama en la sierra.
15 La condición de los artesanos, y en general de la plebe del interior, compuesta de Indios
o de mestizos, es menos mala que la que sobrellevan los Indios del campo, pero dicha
condición no es tan envidiable que digamos: pues siempre están sujetos a la terrible
recluta, al bárbaro capricho de las autoridades, y al despotismo más o menos tiránico
de los que se consideran blancos. Habiendo ya hablado del carácter del Indio del campo,
nada se puede decir del Indio urbano—es la misma raza con sus defectos y cualidades.
16 Con respecto a los blancos o caballeros del interior, ¿qué diremos? La descripción de
estos señores es espinosa, pero, como artistas que somos, estamos obligados a llamar al
blanco, blanco, y a lo oscuro, oscuro. Por consiguiente, diremos que los blancos o
caballeros del interior se componen, como raza, de una fracción mínima, que conserva
la sangre pura Española, de los mestizos enriquecidos, y de los indios que han tenido la
gran felicidad de poseer alguna fortuna para con ella aprender a escribir y, sobre todo,
para vestirse con una levita o una casaca.
17 Al hablar de estos últimos señores, estamos muy lejos de pensar en burlarnos de los
indios que pueden ser caballeros—por el contrario, nada nos sería más satisfactorio,
que se enalteciese a la raza primitiva del país tan injustamente vilipendiada: pero, sí
nos burlaremos siempre del mestizo o indio puro, ya sea diputado, ministro o general,
que, por darse importancia, pretende despreciar a sus antepasados, y que no hace
92
esfuerzos para aliviar a los de su raza. Mas, sigamos con nuestro asunto tratando del
carácter.
18 Los caballeros y gente media tras-andinos, participan mucho del carácter indio con
todas sus propiedades aparentes: no sabemos si por la vista continua del Indio
melancólico y abatido, o como una consecuencia del sistema peninsular ejercido en
toda su plenitud en el interior del Perú. Así, se puede decir que los caballeros del
interior aún no creen que son libres, y que por esto son tímidos en su trato. La gente
serrana1 se muestra sumisa a sus iguales de la costa, y casi se pudiera sospechar que era
servil para con los superiores en mando o en riqueza. La mayor parte de la gente tras-
andina ve, todavía, en el prefecto moderno el antiguo Intendente Español, y, en el
Presidente de la República el Virrey. Por esto se les ve, muchas veces, practicando
vicios, mal de su grado, solo por complacer al Señor Prefecto: se les ve casi siempre
ministeriales, cuando son diputados por miedo al Virrey.—Verdad es que todos los
serviles de nuestros Congresos no son serranos, pues nunca falta una falange costeña
que también ostenta servilismo, pero hay una diferencia que hacer entre serviles y
serviles—y es—que los costeños son serviles por cálculo, y los del interior por hábito—
el diputado servil costeño se vende, y el diputado serrano se regala.—Si después se le da
una propina, tanto mejor—eso es miel sobre buñuelos.
19 La sumisión no se nota generalmente en la gente del interior, proviene más del hábito
de obediencia colonial que de poquedad del alma. Tal hombre tropezará de susto en la
ante-sala del Prefecto, y se encontrará a sus anchas al frente de un toro bravo. Tal otro
recibirá con humildad los ultrajes de un Presidente mal criado, y después encontrando
en el camino una partida de malhechores la atacará con denuedo. Además, la cantidad
de buenos jefes salidos del interior, prueba que el valor personal no es escaso en la
gente tras-andina.
20 Por otra parte, el serrano tiene muy buenas cualidades—es hospitalario, servicial y
honrado en el fondo. La masa del interior es inclinada a lo bueno y a lo justo, y por esto
toda idea grande y benéfica será aceptada por los tras-andinos con calor. Siempre que
los pueblos del interior han tenido buenos Prefectos, los han ayudado con entusiasmo y
han quedado agradecidos a toda autoridad que les ha hecho servicios de importancia. El
General Medina2, por ejemplo, contará siempre con el Cuzco, porque supo hacer bienes
a ese Departamento.
21 Como en esta vez solo hacemos un rápido bosquejo, no podemos explayarnos como
quisiéramos hablando del interior del Perú:—pasemos pues a ocuparnos con la misma
rapidez de la gente del litoral.
IV
22 Los pobladores de la costa forzosamente tienen que diferir un tanto de los de la sierra:
el clima es diverso y el fondo de la población es desigual.
23 En la costa del Perú, la masa de la población se compone de la raza blanca, de la
indígena, de la africana y del muy variado mosaico de las tres razas mezcladas.
24 El Indio de la costa se encuentra en mejores circunstancias que el del Interior. El estar
en más contacto con los Españoles durante tres siglos le ha hecho aprender el
castellano y tenerlo por idioma propio, lo cual lo constituye en superior al indio
desventurado de la sierra. Además el clima y las costumbres menos opresivas de la
93
costa, hacen que el Indio costeño sea menos tétrico y más expansivo que el Indio
serrano. Por otra parte, habiendo en la costa más escasez de brazos que en la sierra,
instintivamente los propietarios del litoral han tenido que considerar al jornalero
Indio, y no lo han mirado con el desprecio, la indolencia y la crueldad con que se le mira
en las estancias del interior. Todas estas circunstancias ponen al Indio de la Costa de
mejor condición que el de la sierra.
25 Los negros que generalmente han sido tratados en otras colonias de un modo cruel,
siempre tuvieron mejor suerte en el Perú; y es de notarse que, el negro de quien se dice
que es malo por naturaleza, sea en el Perú, es decir, en el país en donde se le trata
mejor, menos perverso de lo que quieren suponerlo. Si el negro fuera malo por instinto,
demasiado campo tuviera en el Perú, país clásico de la impunidad, para desarrollar sus
malas propensiones.—Mas se ha visto el año 55 que habiéndose emancipado en un solo
día a millares de esclavos, estos, no usaron de su independencia sino para cantar
alegres por su libertad. ¿Cuando se habla de asesinatos y de robos por qué se culpa a los
negros y no a los malos gobiernos incapaces de establecer una buena policía? Bajo el
detestable sistema de abandono en el que vivimos, si la plebe estuviera compuesta de
rusos y polacos, estos, tal vez, cometerían más excesos que nuestros cholos y negros. Si
en París y en Londres la policía estuviese—tan bien organizada como la del Perú,
ciertamente no se podría andar a medio día por las calles sin ser saqueado.
26 Siendo el Indio y el Negro la plebe de la costa, pasemos a hablar de la clase media y de la
aristocracia.
27 La clase media y la decente, en la costa, se compone, como raza, de la mezcla más o
menos clara que resulta del blanco con las castas indígena y africana y de la sangre
española pura: y como posición, de todo el que se viste a la francesa no siendo sirviente,
jornalero ni artesano. Siendo el Perú, a Dios gracias, el país más republicano del mundo,
bajo ciertos aspectos, su aristocracia es de hecho y se compone de los vástagos de la
nobleza Española, si aún tienen algunas propiedades, y de toda persona afortunada que
haya podido adquirir, legal o ilegalmente, bastante dinero para rodar un coche, tener un
palco en el teatro y dar buenas comidas.
28 Con respecto al carácter del costeño diremos que generalmente es bueno, reuniendo
más prendas que defectos.
29 El costeño es inteligente, franco, alegre, expansivo en todo, menos en política.
30 El costeño, en general, está más dispuesto a la hilaridad que a la reflexión. El costeño,
siempre en general, es más decidor que profundo: por esto prefiere la crítica, la burla, al
raciocinio: se complace hablando de la mujer, del juego y de cualquier cosa ligera; pero,
bosteza si se le habla media hora de una cuestión seria; enmudece si se le habla de
política, y toma su sombrero si se ataca al Gobierno.
31 La indolencia y la pereza son los mayores defectos del costeño—verdad es, que esos
defectos son nacionales. Pero, también diremos, que tanto la indolencia como la pereza
no son orgánicas en los Peruanos.—La indolencia en lo público y en lo privado se
pueden corregir fácilmente con la educación; y la pereza desaparecerá con la necesidad.
—Sin necesidades para la vida y sin estímulo, no hay pueblo que sea laborioso. Entre
nosotros, por ahora, hay inmensa facilidad para llenar nuestras necesidades, y el
estímulo para el trabajo no se conoce. ¡Es tan fácil en el Perú ganar para vivir!, ¡es tan
sencillo tener un sueldo del Estado!, ¡se necesita saber tan poco para ser Ministro!, que
realmente sería preciso estar poseído de la fiebre del trabajo o del estudio para
94
mortificarse sin gran necesidad.—Mas, esperamos que cuando una serie de Gobiernos
civilizados, económicos y buenos administradores, hayan poblado el país, desarrollando
la industria y la agricultura, protegido el comercio, las artes y las ciencias, entonces se
verá que el Peruano no es perezoso, y que es capaz de emprender todo trabajo y brillar
en toda materia por su contracción e inteligencia.
V
32 Ya que hemos delineado ligeramente a todas las clases de la sociedad Peruana, bueno
será reunirías para ver el conjunto que forman.
33 El carácter pues de los peruanos es bueno—es mejor de lo que aparenta ser y mucho
mejor de lo que se dice que es.
34 El peruano tiene más buenas cualidades que defectos.—El peruano en general es
inteligente, inclinado al bien: su carácter es suave.
35 Con los peruanos se puede hacer cuanto se quiera: la ductilidad de su genio les permite
amoldarse, sin esfuerzo, a la forma que se les quiera dar: la sobriedad y dureza para la
fatiga, los hacen útiles para cualquier trabajo: su inteligencia clara, los hace aptos para
comprender y ejecutar cuanto se les enseñe.
36 Pero como los peruanos no son perfectos, también tienen defectos que, para ser justos,
debemos ponerlos al lado de las buenas cualidades.
37 El peruano, siempre en general habiendo muchas excepciones, entre sus defectos
principales tiene uno que nace de su exceso de bondad, como es, la debilidad de
carácter. El peruano es débil para con sus hijos, para con su mujer y para con sus
amigos. La debilidad de nuestro carácter nos impide tener solidez en nuestras
resoluciones.—Para muchos funcionarios públicos, por debilidad, más peso tendrán el
número y la calidad de los empeños que la razón y la justicia.—Muchas veces se cometen
entre nosotros graves faltas por complacencia—En el Perú el “qué quiere U. ¡se empeñaron
tanto!” y el ¡compromiso de amigos! son razones que todo lo disculpan.
38 Los peruanos en general, siempre con excepciones honrosísimas, también tenemos un
gran defecto como ciudadanos y es, que desconocemos el espíritu público: esto, unido a
la falta de carácter hace que el hombre público en el Perú sea, sino nulo, al menos
incompleto, defectuoso. La mayor parte de los peruanos son colonos; hasta ahora no
tienen la conciencia de ser ciudadanos—por esto, la masa gobernada es indiferente a lo
que hagan las autoridades, por la costumbre colonial de aceptar con resignación lo que
se hacía en nombre de—nuestro amo el Rey.—Y, las autoridades que también son colonos,
y no ciudadanos, no habiendo nacido para el mando, cuando lo poseen, creen en su
conciencia que es una cosa usurpada, inmerecida; por esto, abusan y no usan del poder
—por esto, nuestros gobernantes no piensan sino en el—hoy del usufructuario, y no en el
mañana del propietario y buen administrador.—Se dice, generalmente, que en el Perú
nadie sabe obedecer; pero nosotros creemos más justo el decir que “en el Perú no hay
quien sepa mandar”.—Por esto, todos los males del país han venido y vienen de arriba
para abajo, y no de abajo para arriba.
39 La prescindencia del público en la cosa pública, es decir, de los capitalistas, de los
agricultores, de los comerciantes, en fin, de todo hombre honrado que tenga interés en
la paz y en el progreso del país, no puede dejar de ser funesta y comprometer de día en
día la suerte del Perú. Si es verdad que en medio de la general indiferencia bastaría que
95
VI
41 Terminaremos este articulo diciendo que el pueblo Peruano es uno de los mejores
pueblos. Nada importa que el espíritu mezquino de provincialismo, que
desgraciadamente reina entre los americanos del sur, inculpe a nuestro carácter malas
propensiones: tampoco son de grande importancia ciertos hechos aislados y algunos
acontecimientos desgraciados para determinar el carácter nacional.
42 Se dice que el pueblo peruano es un pueblo degenerado. ¿Y quiénes lo dicen?
Precisamente nuestros hermanos de padre y madre, que han nacido, crecido
exactamente como nosotros. ¿Hasta cuándo los americanos del Sur, dejarán de ser
niños mal criados que solo se ocupan en aborrecer y en poner apodos a sus hermanos?
43 También se dice que el pueblo peruano es un pueblo de cobardes: pero ¿con qué
derecho se dice que un pueblo es cobarde?—No hay pueblo cobarde en el mundo.—Las
circunstancias pueden hacer que a veces un pueblo se porte mejor que otro; pero nunca
se podrá afirmar que el pueblo que hoy es vencido, mañana no sea vencedor. ¿Cuántas
veces no se ha dicho de los Italianos que eran cobardes y degenerados? Y Garibaldi y su
gente no están protestando de un modo glorioso contra tan solemne mentira? Aun
cuando el Perú no haya tenido ocasión que lo rehabilite de los desastres del Pórtete y de
Ingavi, en las mismas derrotas hemos tenido hechos de valor que nos defienden de la
acusación de cobardes.—En el Portete la división Plaza resistió con denuedo el empuje
del Ejército Colombiano entero, y la caballería peruana arrolló con bizarría a la
contraria. ¿La gente que así se conduce es cobarde?—por otra parte—¿no fue un
escuadrón peruano el que, en Junín, salvó a la caballería colombiana de ser acuchillada
por la Española?
44 Con respecto de los Bolivianos diremos, que no hay cosa más risible que la superioridad
de esos señores sobre nosotros, ¿el indio boliviano no es el mismo indio que el nuestro?
¿Bolivia no es el antiguo Alto Perú? ¿Solo con el nombre cambiado y un trapo con tres
colores se ha hecho esa raza superior a la nuestra ? ¡Necedades Americanas!
45 Con respecto a las demás acusaciones que se hacen al Perú, podemos decir, que
desgraciadamente todos los americanos somos tan iguales en nuestros defectos, que
haríamos mejor en corregirnos de ellos que en echárnoslos unos a otros en la cara.
46 Cuando los americanos del Sur dejen de ser niños jugando a gente grande: cuando
tengan la sensatez de ocuparse solo del desarrollo material de sus Estados y abandonen
la ridicula y perniciosa idea de querer ser beligerantes a toda fuerza, entonces, con
96
espíritu justo reconocerán que los hermanos del Perú valen tanto como los de Buenos
Aires, Chile, Colombia y Bolivia; y el Perú también sabrá apreciar las buenas cualidades
que distinguen a sus hermanos de la América del Sur.
NOTAS
*. * “Croquis sobre el carácter peruano”. La Revista de Lima 2, n° 7 (1 de octubre de 1860): 303-315.
1. Advertimos desde ahora, que en todos los defectos generales de los peruanos reconocemos
muchas excepciones.
2. José Miguel Medina (Huancabamba 1804-1884). Militar que participó activamente en las
guerras de la independencia y en la vida política republicana. Llegó a ser Presidente del Consejo
de Estado durante el gobierno de José Rufino Echenique y estuvo encargado del Poder Ejecutivo
durante la permanencia del presidente en Arequipa (1854). Laso hace aquí referencia a la labor
desplegada por Medina como prefecto del Cuzco entre 1848 y 1850. Véase Tauro, Enciclopedia
ilustrada del Perú, vol. 4, pp. 1305-1306. Ed.
3. Laso parece hacer aquí un juego de palabras con el nombre del escritor liberal Coronel Juan
Espinosa. Ed
97
Un recuerdo*
I
1 Ya que en el Perú un pintor no puede ejercer su profesión, que le sea siquiera permitido
pensar en el taller los (sic) artistas. Ya que no puedo pintar, escribiré siquiera. Verdad
es que el pintar y el escribir, para nuestro muy respetable público, es exactamente lo
mismo. Si los cuadros tienen poca importancia, tal vez la tengan menos los escritos.
Pero, en igualdad de circunstancias, es preferible manejar la pluma que no el pincel,
por ser más económico el escribir que el pintar. Además, el escribir en la “Revista” no
es un trabajo enteramente perdido, puesto que un artículo inserto en ella siempre
tendrá los honores de ser leído por la mayor parte de los redactores y de algunos
buenos patriotas que, después de erogar un peso mensual, practican la acción heroica
de revisar nuestro periódico.
2 Muchas veces a mis solas he preguntado ¿qué fuera de los redactores de la “Revista” si
ellos entre sí no se leyesen y elogiasen mutuamente?—Tal vez los artículos de la
“Revista” sólo serían leídos por los del “Progreso Católico” 1 por el interés de tomar en
comiso alguna impiedad que quisiese pasar por contrabando.
3 Si es una verdad que escribiendo en la “Revista” uno ha de tener solamente por lectores
fijos a los redactores de este periódico, a ellos pues será a quienes me dirija para
hacerles mis confidencias, para contarles mis recuerdos.—Ya que el turno de hablar me
ha llegado, tomaré el punto que mejor me parezca. El que quiera puede hablar sobre el
sempiterno cambio y la infernal moneda. Quien quiera puede divagar sobre el juicio
final o la elección del Presidente. Yo pintor de oficio, quiero ocuparme del arte y del
artista: quiero pagar un tributo a la justicia: quiero grabar en letras de molde la
memoria de un amigo mío; de uno que tuvo en vida el nombre de Daméry 2.
II
4 Antes de hablar de ese Daméry, quiero hacer un rápido bosquejo del círculo social de
donde salió.
98
5 UU. saben, señores redactores, que París es una gran Babilonia en cuyo vasto perímetro
existen muchas sociedades distintas las unas de las otras en hábitos y caracteres. A esas
sociedades se les designa con el nombre de mundos, como por ejemplo—el gran mundo,
el mundo elegante, el mundo científico, el literario, el artista, Dejando a un lado a la
mayor parte de los mundos existentes en la gran capital, tomaremos solo al mundo
literario y artístico, porque ambos forman una confederación a la cual suelen llamarla—
la bohème y a sus subditos les bohémiens (gitanos). Los bohémiens están esparcidos en
todo París; pero al cuartel latino se le puede considerar como a su centro. El cuartel
latino es, pues, la gran loquería en donde todo el que tenga humos de poeta, de autor de
dramas o novelas, de pintor, de escultor, de arquitecto y aun de músico, ejerce con
frenesí y cinismo toda clase de extravagancias y excesos ¡Parece increíble! Esa gente
que pretende alimentarse del espíritu y que busca el ideal, muchas veces se complace
viviendo lejos del ideal y del espíritu.—No será inútil el que hagamos, a la ligera, unos
cuantos croquis sobre los caracteres de los miembros de la Boemia (sic).
6 Los poetas en general, que debieran ser la flor y nata de la sociedad de la Boemia son, a
no dudarlo, los de peor manejo, y los que poseen menos buenas cualidades.
7 El poeta, que es una esponja empapada de vanidad, cree que Dios hizo a los demás
hombres para servir y adorar a los vates. Por esto el poeta piensa tener derechos y no
reconoce obligaciones.
8 El poeta es esencialmente egoísta, a nadie quiere, es incapaz de amar y desconoce la
amistad.—El poeta, en general, no tiene corazón, todo es cabeza: si finge amor, es por
tener materia para fabricar versos; si tolera a ciertos amigos, es porque estos le son
útiles o le sirven de auditorio.
9 El poeta, en general, siente todo lo contrario de lo que canta. Mientras más lágrimas
vierta el poeta, mientras más húmedos tenga los ojos, más seco tendrá el corazón.
10 El poeta muchas veces en un espléndido banquete, con una copa en la mano, inspirado
improvisa versos para cantar la felicidad, cuando su hermana, su mujer y sus hijos tal
vez mueren de hambre y de frío en su guardilla.
11 El poeta, en fin, es en cuerpo y alma el ser más antipoético que existe. La poesía está
toda en las obras y el autor se queda con la prosa, (salvo ¡as apariencias de comedia).
12 Los fabricantes de novelas y dramas realistas y de portee son muy parecidos a los poetas:
si son menos ridículos, menos simples que estos, tienen en cambio más cinismo. El
dramaturgo, con el pretexto de anatomizar la sociedad y de conocer el corazón humano,
no hay fango en el cual no se enlode, no hay absurdo y extravagancia que no practique.
13 Los arquitectos (que también pueden pertenecer a la bohème) son los menos locos, los
menos excéntricos entre los artistas. Los arquitectos, por la naturaleza de sus estudios,
son en general más instruidos que los pintores y escultores; y por estar más en contacto
con los propietarios, son seres anfibios que participan tanto del bourgeois como del
artista.
14 El gran regimiento de pintores (los zuavos de la Boemia) vive en el fango como los
literatos. Pero debe hacérseles la justicia de que son corrompidos candorosos, a quienes no
es muy difícil llamarlos al orden. En general, el carácter del pintor es el del muchacho
mal criado de París:—hará las mayores barbaridades por parecer original y también
practicará espontáneamente hechos de la mayor abnegación, porque es naturalmente
bien inclinado.
99
III
21 Recién llegado yo a París, la novedad que agitaba los talleres de pintura era que el joven
Daméry (natural de París) había obtenido el premio de Roma a los veinte años no
cumplidos. Conseguir el premio de Roma es el mayor triunfo que puede alcanzar un
discípulo. Esa corona, si no es la consagración del genio, es al menos la patente de
ciencia.—Adquirir ese honor a los veinte años es casi un prodigio.
22 Como era natural, esa noticia produjo en mí gran sensación, y deseaba conocer a
Daméry. No tardé mucho en satisfacer mi deseo.
100
23 Un día que fui al museo del Louvre, un camarada de taller, señalándome a un muchacho
de regular estatura y delgado, me dice:—“Ese es Daméry”— Yo me acerco hacia él, lo
sigo y lo observo. El aspecto de Daméry no tenía nada de notable: no era lo que
comúnmente llamarían un buen mozo, pero tampoco era feo, ni tenía aire vulgar: por el
contrario, su rostro no era común: su frente indicaba inteligencia: sus grandes ojos, de
mirada tierna a la vez que penetrante y fija, eran de una conformación singular.
Aunque el rostro de Daméry estuviese de perfil, el ojo casi aparecía de frente.
24 Daméry estuvo en el museo largo rato. El pobre joven, antes de ir a ocupar un sitio en la
villa de Medicis en Roma, fue a despedirse de los cuadros que le habían servido en sus
estudios.—¡Quién sabe las ideas que agitaban la mente del que acababa de ser coronado!
En el museo, viendo a los grandes maestros, tal vez soñaba Daméry en la inmortalidad.
Tal vez creía que la Italia iba a ser para él, en la pintura, un teatro de gloria, como lo fue
en la guerra para el joven Bonaparte. ¿Quién puede saber hasta dónde se entiende el
pensamiento del hombre reservado? ¿Quién puede calcular la ambición del hombre
modesto?
25 Daméry partió pues para Roma: llegó a la escuela francesa precedido de su reputación:
allí se estableció, a pesar de ser el más joven, como el soberano.—Era el más fuerte.
IV
26 La Italia para las artes tiene tal prestigio, tal atracción, que un artista piensa que no
puede desarrollar su talento si no visita a Venecia la de color espléndido; a Florencia la
pura, y a Roma la grande, libro del mundo, Biblia monumental.
27 Yo también participaba de la fiebre de Italia, y emprendí mi viaje hacia el museo de la
Europa.
28 A fines del año de 1847 entré a Roma por la plaza de San Pedro. Al día siguiente de mi
llegada salí por la mañana del hotel, y viendo un letrero que decía caffé de la speranza,
entré al lugar designado con ese nombre para tomar mi almuerzo. Mientras preparaban
mi alimento me puse a examinar la gente que me rodeaba, y en un grupo de franceses
descubro al joven Daméry, quien embozado en su capa y con el sombrero gacho, estaba
incrustado en un rincón en actitud meditabunda.—Por la noche volví al mismo local
para tomar café, y en el mismo lugar y casi en la misma posición encontré a Daméry,
rodeado de los mismos franceses.—Desde ese día yo también me constituí parroquiano
del “café de la esperanza”.
29 Cuando muchos extranjeros se reúnen en un mismo sitio, aun cuando haya entre ellos
muchos ingleses, es casi indispensable el entablar relaciones entre sí. Esta ley no podía
quebrantarse conmigo, a pesar de ser yo entonces muy tímido y nada comunicativo en
sociedad. Así, poco a poco fui relacionándome con todos; menos con Daméry. No sé por
qué motivo supuse que Daméry era muy orgulloso: imbuido de esta idea me prometí, a
mi mismo, no ser yo el primero en los preliminares para negociar una amistad entre
ambos. Tal vez en mí no había tanto orgullo como coquetería.—Con ciertas amistades el
hombre suele emplear también coqueterías como con ciertos amores.—Creo que esto
me sucedió para con Daméry, pues lejos de aceptar ligeras insinuaciones de su parte, las
alejaba esperando que él francamente me buscase.
30 Con Daméry no solo nos veíamos en el café sino en el campo: parece que ambos
teníamos afición a los mismos lugares de la campiña de Roma; pero, en el campo como
101
V
31 Entre los muchos amigos que ya tenía en Roma a los seis meses de mi permanencia,
existía un joven llamado Fauret, de Tolosa, quien, alegre, expansivo, hablador y sin
cumplimientos, como buen gascón, se había tomado gran franqueza conmigo: yo lo
acepté con gusto por ser un mozo, como se dice vulgarmente, de sangre ligera, y, como
dirían los franceses, muy espiritual.
32 Un día, pues, que yo estaba en el taller de Fauret4, siento los pasos de alguno que subía
la escalera, y un momento después tocan la puerta:—mi amigo el gascón dice:—“ese es
Daméry”.—Inmediatamente me levanto de mi asiento y me dispongo a salir; pero
Fauret abre la puerta y tomando un aire cómico exclama—“Tengo el honor de presentar
el primer salvaje de América al primer salvaje de Francia” 5. Con gran extrañeza mía vi
que Daméry, sonriéndose me tomó la mano del modo más cordial posible, y me habló
como si fuésemos antiquísimos amigos. Saliendo yo de casa de Fauret, Daméry también
se fue, y estando ambos en la puerta de la calle le dije: yo vivo a la vuelta, viajelice
¿quiere U. venir? Él me contesta—vamos. En efecto, lo llevé a mi taller, vio lo que hacía,
me dio excelentes consejos, hablamos largo; y al fin de la sesión ya fuimos tan amigos
como si juntos hubiéramos nacido. Al despedirse, Daméry me dice— ahora tengo en la
escuela un hermoso taller: hay espacio para trabajar dos con comodidad; vayase U.
desde mañana, trabajaremos juntos; así lo podré aconsejar con más frecuencia. Yo
acepté con gusto semejante oferta, porque además de serme muy agradable, me debía
ser muy útil, puesto que Daméry era, según sabía, un excelente profesor. En efecto, al
día siguiente me constituí en la villa de Medicis.—Desde entonces, Daméry y yo
trabajábamos y, también en ciertos días, salíamos juntos al campo. Desde entonces, ya
no iba yo solo por la árida y majestuosa campiña de Roma en busca del silencio, del
infinito, del no sé qué. Desde entonces tuve un compañero que me hacía ver las líneas
artísticas de las montañas y colinas, los contrastes del terreno, el calor del cielo, la
gravedad del buey, la índole bárbara del búfalo, en fin, todo lo aplicable al arte.
VI
33 ¡Pobre Daméry! Un año entero estuve con él, pero en este año no lo conocí bastante:—
solo después, con más experiencia, he podido valorizar su importancia. ¡Qué bueno era
Daméry! ¡Qué noble! ¡Qué grande!
34 Yo no me acuerdo quién dijo: “entre diez mil hombres solo se encuentra uno de talento,
y entre diez mil de talento solo se halla uno de buen sentido”. Daméry, sin la menor duda,
era uno de esos hombres escogidos, de esos seres superiores a la masa común, por la
santidad de su espíritu, por su admirable juicio, por su rectitud en todo.
35 Daméry, a pesar de ser francés, tenía el don de ver claro, de mirar las cosas de un modo
justo.—El francés en general tiene el defecto de ver todo con el anteojo de—chez-lui. Los
franceses generalmente no miran las cosas como son, sino como deben mirarse para
hablar de ellas en París: la cosa más sencilla, muchas veces, la cambian y desfiguran
102
para hacer efecto. Por esto es que son pocas las obras francesas, artísticas al menos, que
tengan el perfume de la verdad—en lo más ingenuo siempre se filtra la ficción.—Por
esto también a nadie se puede dar menos crédito que a un viajero francés.
36 ¡Pobre Daméry! La facultad de ver claro y su modo de hablar franco lo hacían a veces
pesado para los demás. En sociedad, sobre todo entre franceses, es política y aun es
indispensable el mentir por agradar. Daméry tenía la palabra inflexible como la espada
de la justicia: cuando se le pedía su opinión sobre cualquier materia, manifestaba su
parecer de un modo tan franco que, muchas veces, anonadaba al que exigía la emisión
de su pensamiento. La virtud de la sinceridad es un defecto odioso en el comercio de la
vida. Todos, al hablar, queremos encontrar un auditorio complaciente. Casi siempre
mostramos nuestras obras para que nos tributen alabanzas aun cuando muchas de ellas
tal vez no merezcan ni el desdén. Todos pedimos consejos buscando un apoyo que nos
permita ejercer nuestros caprichos, para que se nos autorice, a veces, en la práctica de
absurdos que ya tenemos la intención firme de realizar de todos modos. ¡Ay del hombre
que nos contiene el paso presentándonos la razón!—Ese será nuestro enemigo.
37 A pesar de la inflexibilidad, Daméry no era aborrecido ni por sus émulos: todos sabían
que él era incapaz de censurar por ofender: su alma demasiado tierna y pura no tenía
hiel, y desconocía la envidia.
38 Daméry tenía la rarísima cualidad de no saber mentir; era uno de los hombres más
serios que he conocido.—En cuanto a su moralidad, era casi un santo.
39 Daméry era una mezcla rara de niño y de viejo: la precocidad de su inteligencia le hizo
adquirir experiencia muy temprano; pero siendo esencialmente moral, él fue ayo de sí
mismo y cuidó su alma para conservarla virgen.
VII
40 Como digo, Daméry era un conjunto de juventud y de vejez: muchas veces tenía
ingenuidades tan candorosas que me hacían reír; y en otras ocasiones lanzaba ideas tan
descamadas, tan terribles, que me hacían temblar y me enfermaban: yo no conocía al
mundo entonces. Daméry, observador por naturaleza, había analizado al hombre como
el naturalista al insecto: a la humanidad la había visto con microscopio. Daméry sobre
muchos puntos ya no tenía ilusiones.
41 Para dar una idea del desencanto de Daméry contaré una o dos de nuestras sesiones
ordinarias.
42 Cierto día, después de despedir al modelo, quedamos solos en el taller. No teniendo yo
cigarros hechos para fumar, tomé un paquete de tabaco y un cuadernillo de papel, y
principié a fabricar cigarrillos. Daméry, sentado frente a mí, con las piernas cruzadas, y
teniendo una rodilla entre sus manos, se divertía en ver mi habilidad de cigarrero. Los
franceses se sorprenden mucho de la habilidad con la cual los americanos tuercen los
cigarros de papel. Cuando hube terminado mi provisión, torcí un cigarrillo muy
delgado, y mostrándolo a Daméry le dije—este es de la escuela Etrusca y, según sus
principios artísticos, U. no puede rehusarlo: él se negó a admitirlo, pero como yo
siempre he procurado enviciar a los amigos, insistí tanto, que al fin tuvo que tomarlo:
en efecto, encendió el cigarrillo y pronto principió a tragar humo por boca, narices y
ojos. Al ver toser, lagrimar y hacer mil gestos a Daméry, no pude menos que reírme; y
él, afectando un aire grave me dice— “ya puede U. lisonjearse que su amistad me cuesta
103
VIII
46 Tres años estuve sin ver a Daméry.—En el mes de Abril del año 52 llegué a Europa por
segunda vez.—Fui a fijarme en París. Al día siguiente de mi llegada a la gran capital me
104
propuse buscar a mis antiguos amigos en el cuartel latino: pero, antes de atravesar el
Sena pasé por el Palacio Real, lugar en donde en ese momento se hallaba la exposición
de pinturas: naturalmente entré en ese local y la primera persona conocida que veo fue
Daméry.—Él y yo nos saludamos tan tranquilamente como si nos hubiéramos separado
la víspera, y en París seguimos siendo tan amigos como lo fuimos en Roma.
47 Desde la primera vista que hice a Daméry tuve mucha pena por este amigo: yo pensaba
encontrar su taller lleno de obras para el Gobierno y para los particulares: pero nada:
las paredes solo estaban adornadas con los estudios de Roma, y sus caballetes se
encontraban vacíos. ¿Por qué Daméry, lleno de talento y pensionado en Roma, se
hallaba en tanto desamparo? Porque, ya sea en París como en cualquiera parte, es
preciso moverse, es necesario pedir para obtener. Un pensionado de Roma volviendo a
París tiene casi siempre su suerte asegurada: pero es indispensable que haga peticiones,
que visite ciertos círculos para buscar protectores, que asista a las tertulias de los que
distribuyen el trabajo &. &. y Daméry era incapaz de visitar para pedir: era incapaz de
sonreírse, de adular y danzar para obtener comisiones.
48 Daméry por no saber explotar su reputación de escuela, a su regreso de Roma, se
encontró en París sin recursos: siendo pobre o no pudiendo disponer de su dinero, y
teniendo que atender al alimento diario y al alquiler de su habitación, no podía
sacrificar tiempo y dinero en trabajos de importancia cuya colocación era insegura.—Al
fin, el pobre Daméry, que era incapaz de ponerse guantes blancos para solicitar
trabajos, se resolvió a enlodar sus zapatos para ir de un extremo a otro de París a dar
lecciones de dibujo. Daméry tal vez habría podido vivir mejor haciendo admirables
retratos que con la enseñanza, pero no siendo él conocido en el—“mundo que paga”, los
habría hecho mal pagados; y su amor propio y la conciencia de su talento no le
permitían quizá retratar a vil precio.
49 Si la moral de Daméry no había cambiado desde que lo conocí 6 en Roma, su físico, se
había deteriorado mucho: sufría constantemente del estómago, ¡quién sabe si por el
mal alimento! Ya principiaba también a toser de un modo sospechoso: ya no tenía bríos
para hacer largos paseos en el campo.—Daméry se iba extinguiendo poco a poco.
50 Daméry vivía en la escasez y miraba pasar los años tras los años sin que su nombre
sonara; mientras que sus colegas, con menos talento que él, ya estaban haciendo ruido,
con honores, y llenos de obras para todas partes.— Daméry debía sufrir mucho en su
interior, pero era muy difícil el conocerlo: nunca decía nada que pudiese manifestar su
descontento.
51 ¡Pobre Daméry! ¡Era tan bueno! No tenía bilis: y la falta de bilis lo mató.
52 Toda alma superior a la miseria humana, toda alma pura que desdeña enfangarse como
“los hombres cerdos”, si no se entrega enteramente a Dios, para no morir de pesar,
tiene que buscar la vida en el combate; tiene que saborear la hiél.—El alma delicada y
fina que carece de bilis es una lámpara sin aceite—pronto se extingue.
53 ¡Pobre Daméry! Meses antes de morir tal vez tuvo un momento de gusto, tal vez un rayo
de esperanza—Su maestro, “Paul Delarroche” (sic), consiguió que el ministerio le
encomendase la decoración de una capilla en la iglesia de San Eustaquio. Tal vez el
remedio vino tarde. El cuerpo de Daméry andaba y vivía para sus amigos, pero su alma
ya estaba herida de muerte.
105
IX
54 En el verano del año 53 me ausenté de París durante tres meses: a mi regreso encontré a
Daméry completamente destruido. Daméry, antes tan firme para encubrir toda clase de
sufrimiento, ya no tenía ni la fuerza para ocultar su postración: y, tosiendo, acezando y
apretándome la mano, aún me dijo— “siento que me muero”.
55 ¿Cómo pasar un enfermo, en semejante estado, el invierno en París? Era necesario que
Daméry saliese cuanto antes en busca de mejor clima: Niza era el mejor punto, y
haciendo mil sacrificios se fue a ese lugar a fines de Setiembre.
56 La víspera del viaje de Daméry, él y yo estuvimos mucho tiempo solos; y entonces me
contó muchas cosas íntimas: creo que Daméry no guardó ningún secreto: creo que me
hizo el albacea de su alma. Esa tarde Daméry hizo ante mí su confesión general. En esa
tarde fue nuestra última sesión.
57 Daméry llegó bien a Niza, y aun, en los primeros días, se encontraba aliviado; pero ese
alivio era la última llamarada de la luz que debe extinguirse.
X
58 En la muerte de Daméry hubo una circunstancia que muchos dirían que era misteriosa,
pero que yo no siendo romano, la llamaré casual.—Y, aun cuando lo que voy a contar
tiene mucho de ridículo por ser un sueño, lo contaré tal como fue, a pesar de no estar
yo escudado con el título de autor clásico, ni ser esta historia una tragedia en cinco
actos.
59 Soñé pues que yo había ido a visitar a Daméry, pero no encontrándolo en su casa fui a
buscarlo en el campo. Subiendo una colina hasta la cima, me encuentro en un
cementerio, en el cual, habían plantados tres objetos oscuros que se destacaban en el
cielo claro. El primer objeto, el más grande, era una inmensa cruz; el segundo a cierta
distancia, era una estatua colosal en forma de momia o Dios egipcio, y el tercer objeto
era Daméry, de pie con la cabeza gacha, los brazos cruzados y en actitud de orar. No
queriendo yo interrumpir al que rogaba, paso de largo, y doblando la colina entro en
una larga y oscurísima quebrada. Ya había andado cierta distancia cuando noto que a
uno y a otro lado del camino estaban colocadas negras fantasmas (sic) que me miraban
con un ojo incierto. Entonces, siento que el pavor se apodera de mí; el sudor frío me
invade, pero vino en mi auxilio ese valor de buena ley que se extrae del miedo y que suelen
llamar honor: con esta ayuda continué mi marcha flanqueado por las sombras: al fin
llegué al fondo de la quebrada y allí vi dos hombres: el uno con una lampa cavaba una
zanja en la tierra y el otro lo miraba: me acerco más, y veo que el que trabajaba era
Daméry y el otro un grabador buen amigo suyo. Entonces todo inquieto exclamo—
“¡Aubert!7 ¿Qué es lo que hay? ¿Qué es lo que acontece?” Y el amigo Aubert me
responde—“Daméry ha muerto”—y las sombras desde la más inmediata hasta la más
lejana, también repitieron la misma voz ¡hamuerto!, ¡hamuerto!, lo mismo que el
cordón de centinelas cuando gritan alerta por la noche.— Yo desperté asustado y
convencido que lo que había pasado era solo un sueño, volví a quedar dormido.—Al día
siguiente a un amigo que vino a visitarme le conté mi pesadilla, y aun se la dibujé en la
pared. Cuatro días después se presenta una mujer, de oficio modelo, y desde la puerta
106
NOTAS
*. * “Un recuerdo”. La Revista de Lima 3, n° 6 (15 de marzo de 1861): 203-218.
1. El Progreso Católico, Periódico religiosoy social, apareció en Lima entre julio de 1860 y enero de
1862. Se anunciaba como “Órgano Oficial del Gobierno Eclesiástico de la Arquidiócesis”. Ed.
2. Eugène-Jean Daméry (París, 14 de setiembre de 1823 – Niza, 29 de agosto de 1853), alumno de
Paul Delaroche y amigo cercano de Laso durante su estancia en Roma. Ingresó a la Academia de
Bellas Artes de París en 1838 y ganó el Premio de Roma en 1843 con la obra Edipo exilado de lebas.
Pintó un fresco para la capilla de San Andrés en la iglesia de San Eustaquio, en París, pero quedó
trunco a causa de su muerte prematura. La conclusión del fresco fue encargada al pintor
François-Éloy Biennoury. Presentó un lienzo del Buen samaritano al Salón de 1851 y un Retrato de
dama al Salón de 1853. Véase U. Thieme y F. Becker, Allgemeines Lexicón der Bildenden Künstler
(Leipzig, 1907-1950): vol. 8, p. 319; Émile Bellier de la Chavignerie y Louis Auvray, Dictionnaire
genera! des artistes de l’école française depuis l’origine des arts du dessin jusqu’à nos jours (Paris:
Librairie Rénouard, 1882): vol. 1, p. 332. Un retrato de Daméry y un extenso recuento de las
criticas a su lienzo para el premio de Roma en Philippe Grunchec, La peinture à l’École des Beaux-
Arts. Les concours des Prix de Rome, 1797-1863, catálogo de exhibición, 2 vols. (Paris: École nationale
supérieure des Beaux-Arts, 1986): vol. 1, pp. 162-163. Ed.
3. Referencia a la célebre frase “el estilo es el hombre”, del naturalista francés Conde de Buffon
(1707-1788), en su conferencia inaugural a la Academia Francesa en 1753. Ed.
4. Probablemente se refiera a Léon Fauré, pintor nacido en Tolosa y muerto en París en 1887.
Alumno de Delacroix, exhibió pinturas de tema clásico e histórico en el Salón de París entre 1857
y 1876. Véase E. Bénézit, Dictionnaire critique et documentaire des peintres, sculpteurs, dessinateurs et
graveurs de tous les temps et de tous les pays (Paris: Librairie Gründ, 1977). Ed.
5. En los talleres a todos los americanos nos llaman salvajes—A Daméry también podían darle ese
título, porque era un tanto agreste.
6. “Conoce” en el original.” Ed.
7. Laso se refiere a Jean-Ernest Aubert (París, 1824-1906), pintor, grabador y litógrafo quien, al
igual que Daméry, había sido alumno de Paul Delaroche en París. En 1844 Aubert ganó el Premio
de Roma en la categoría de grabado. Laso debió conocerlo durante su estancia en Roma, entre
julio de 1848 y febrero de 1849. Véase Bénézit, Dictionnaire critique et documentaire des peintres,
sculpteurs, dessinateurs... (Paris, 1976). Ed.
107
II
14 Cuando uno nace, nace algo cándido; y yo, SS. Redactores, nací tan tonto que no pude
conocer la candidez de los otros sino muy tarde. Tal vez tendría 15 años cuando todavía
me guiaba por el parecer de los amigos para juzgar de la candidez o buen sentido de las
personas. Mirando por anteojo ajeno, yo me había formado la firme convicción (que me
perdonen los habitantes de esta capital) de que los más Cándidos del mundo eran los
limeños. Yo había oído a los arequipeños, cuzqueños, púnenos, trujillanos,
guamanguinos, &. &. contar la famosa historia de la pantorrilla 3,. Y era esta historia la
siguiente:
15 Parece pues que un muy discreto Señor, no sé de qué parte, tenía la costumbre de
examinar a cuanto limeño pasaba, para ver si alguna vez encontraba alguno que no
fuese cándido. Parece que ese hombre sesudo ya había perdido la esperanza de hallar
un hombre de juicio entre los hijos de la ciudad de los Reyes: pero no sé por qué
casualidad, una vez, hospedó en su casa a un limeño que le traía cartas de
recomendación en las cuales se alababa la prudencia y cordura del transeúnte. En
efecto, era imposible encontrar un hombre más cumplido. Por más esfuerzos que hacía
el filósofo observador para descubrir en el limeño alguna mala cualidad, no podía
hallarle un defecto; por más redes que le tendía para descubrirle el flanco débil, no
pudo encontrarle la proverbial candidez. Vencido el observador por el juicio
imperturbable del limeño, le tomó a este grande amor, y miraba aproximarse, con pesar
el momento en el que debiera separarse su discreto huésped. Por fin, llegó el día de la
marcha: se cargaron los baúles y el almofrez: el mismo dueño de casa quiso ensillar la
robusta y lustrosa mula que debía conducir a su amigo y después de abrazarlo
afectuosamente tomó con una mano las riendas para que el animal no se moviera, y con
la otra sujetaba el estribo para que el jinete cabalgase con más seguridad. Ya estaba
pues el limeño cabalgando y poniéndose los guantes, cuando el dueño de la casa le dice:
109
¡Ah mi buen Señor: qué hermosa pantorrilla había tenido su señoría! El limeño
entonces se olvidó de los guantes y del paño de cara: principió a contar todas las
conquistas amorosas que había hecho solo por su pantorrilla (en ese tiempo parece que
se usaba el calzón corto). Una historia seguía a otra historia, y mientras tanto, las muías
piafaban, el arriero mirando al cielo se rascaba la cabeza, y el dueño de casa escuchaba
silencioso mirando con tristeza al hombre de tan buena pantorrilla. La hora de salir se
pasó: llegó la noche y fue preciso descargar los baúles y el almofrez: el viajero tuvo
también que poner los pies en tierra: para concluir la relación de sus amores. Al día
siguiente el limeño se fue, y el dueño de casa, al verlo salir de sus umbrales, dijo: al fin
te descubrí la pantorrilla4.
16 Por la historia de la pantorrilla y por otras anécdotas semejantes yo pensaba, de
muchacho, que limeño o cándido eran sinónimos. Felizmente yo había nacido en la
heroica ciudad de Tacna. Pero pasando los quince años yo principié a darme el permiso
de juzgar por mi cuenta y riesgo, y aun cuando mis raciocinios eran completamente
reservados, no por esto dejaba de formar en mi interior una idea propia sobre todo. Yo
veía pues que muchos arequipeños, a pesar de su reconocida sensatez y filosofía
prosaica, cometían ciertos actos que parecían solemnes candideces: yo miraba al senario
que, a pesar de su cautela y reserva en todos sus pasos y pensamientos, daba pisadas en
falso como gente de buena pantorrilla, yo observaba que algunos del Norte, de carácter
árido destilaban un puro y limpio sulfato de candidez. Entonces dije: no solo es la
capital la que ha monopolizado el ramo de la candidez, por el contrario, parece que
manda gruesos contingentes a las provincias. Desde entonces conocí que a los limeños
se les reprochaba, pero de un modo exclusivo, los defectos que tenemos todos los
peruanos.
III
17 Si consideramos qué cosa es la candidez y de dónde viene, tendremos que convenir en
que, en general, la candidez es hija legítima de la vanidad o la vanidad misma: y como la
vanidad nace con el hombre, como vienen sus orejas, narices y brazos, resulta que todo
hombre sea limeño, parisiense o moscovita, tiene su dosis de candidez.
18 La candidez ha existido, existe y existirá mientras siquiera existan dos hombres. Si hay
dos seres humanos, el uno tiene que ser cándido para que lo admire el otro.
19 La candidez pues ha reinado en el mundo desde el malhadado día en que la serpiente
astuta sedujo a nuestros primeros padres. Con la Biblia en la mano podríamos
encontrar mil cosas que pudieran llamarse candideces en los patriarcas y profetas, y el
sabio Salomón al decir que todo era vanidad, quiso decir: ¡qué cándidos son los
hombres!
20 Si hemos de creer en la frenología, diremos que el órgano de la vanidad o candidez se va
desarrollando en el hombre en proporción de los años. Así, el niño tiene la candidez tan
vaga e incierta como la vista; y así como hay miopes, también suele suceder que hay
hombres que tienen poca vanidad, pero siempre la tienen: y si por casualidad hubiera
algún ser humano que careciese de ese órgano sería, tan fenómeno como el que naciere
sin ojos.
21 La candidez en el niño está en germen, no está pronunciada como en el adulto, en el
hombre y en el viejo. Y es por esto que el niño llora y ríe francamente sin inquietarse de
110
la fea forma que pueda tener su rostro, abriendo de par en par la boca. Poco le importa
al niño andar desnudo o vestido: cuando se arroja al suelo no se cuida de caer en una
posición ridícula y sin gracia, y cuando expresa sus pensamientos no busca las palabras
que puedan hacer efecto y no se escucha a sí mismo.
22 En el adulto la candidez se encuentra como ciertos licores en fermentación antes de
poderse tomar, que a pesar de estar cubiertos en sus vasos despiden un olor por el cual
se les conoce y valoriza. El adulto por tímido y reservado que sea, descubre de vez en
cuando, por ciertos rasgos, la candidez que fermenta en su cerebro. Allá, en su
imaginación calenturienta ve pasar en sus ensueños el vago panorama de su existencia
futura. A veces el adulto cree ver trazado el camino de la vida, y como todo hombre
cuando piensa para sí elige lo mejor, ya se contempla, como si realmente estuviera, en
la inmensa altura adonde debe conducirlo su carrera. Si es ambicioso de gloria
estrepitosa, en sus delirios ya escucha retumbar su nombre en todos los puntos de la
tierra; si su ambición es modesta, si sus inclinaciones lo conducen a la virtud, tal vez, en
sus éxtasis llenos de filantropía o de misticismo, ya se ve canonizado por algún Papa; tal
vez ya siente el olor del incienso que debe quemarse al pie de su nicho por aquellos que
quieran tomarlo por patrón. Y si el adulto debe ser más tarde un hombre de buen
sentido que desprecie lo que se llama gloria, fama y reputación; si todo ese conjunto de
frases no rinde grueso producto, entonces ya se figurará lleno de propiedades rústicas y
urbanas; ya se verá rodeado de toda especie de gente, nobles y plebeyos, que lo adulan
por su dinero. Si el soñador es completamente avaro, tendrá desde el colegio mil
temores, desconfiando de los hombres que quieren robarle lo que aún no posee; pero
también en sus éxtasis avarientos sentirá el inefable placer de poder testar, después de
llevar una vida de hambre, una inmensa fortuna. Por otra parte, todo adulto, ya sea un
futuro héroe, santo o millonario, sentirá además de las agitaciones de la cabeza un no
sé qué en el corazón.—¡El amor!—fuente inagotable y sempiterna de cadideces.—Bien,
pues, el hombre, en los primeros años de la adolescencia, agitado por la candidez en
fermentación, ya principia a ensayarse en el papel que debe representar en la comedia
humana: desde entonces remeda el aire dominante del superior y el semblante apacible
del devoto: desde entonces, en las sociedades civilizadas, ya pone más esmero en su
vestido, ya se mira con más coquetería en el espejo, ya estudia sus movimientos; ya, en
fin, economiza para comprar pomadas, y si no le alcanzan los fondos para recompensar
al peluquero, calentará su llave para rizarse el cabello.
23 Puesto que he comparado la candidez a un licor, diré, también, que la candidez tiene
mucha más fuerza que la cerveza y que el champagne, pues no es posible encerrarla por
muchos años en un cuerpo sin que se filtre por todos los poros o que cause una
explosión. El hombre a los 20 años ya tiene su respectiva dosis de candidez
perfectamente beneficiada, y puede nadar en ella y embriagarse a sus anchas.—Quien es
muy cándido a los cincuenta lo fue igualmente a los veinte.
24 Si considerásemos a la candidez como potencia, diríamos que la candidez es la más
sólida de todas, puesto que el hombre con la edad, pierde la memoria, se le entorpece el
entendimiento y se le evapora la voluntad; pero la candidez lo acompaña en su época de
mayor pujanza, lo conforta en su decadencia y solo lo abandona con el último suspiro.
25 El hombre en su estado viril, viendo todo por el prisma de la candidez, se recrea con las
acciones que practica, y se pierde en dulces deliquios, soñando en lo que le resta que
hacer.—El viejo mirando también por el mismo prisma se engríe con su sabia experiencia,
y rumia con apacible gozo sus acciones pasadas, que siempre fueron buenas... ¡Pobre
111
IV
26 Así como la candidez está en embrión en la infancia, también lo está en las sociedades
nacientes. La candidez también se desarrolla en proporción de la civilización. Los
pueblos primitivos, a no dudarlo, tendrán menos número de candideces: ellos son
ingenuos como los niños y se expresan con candor infantil: son todavía modestos y
naturales; poco a poco les crece la candidez en todos sus aspectos cómicos y trágicos.—
Y, así como se dice: “mientras más viejo más pecador”, creo que bien se pudiera decir,
tanto de las sociedades como de los individuos, “mientras más viejos más cándidos”.—
También pudiera decirse que el hombre mientras más grande sea, será tanto más
cándido, y que si son muchas las hazañas que de un héroe se relatan, sus candideces
serán incalculables.
27 A pesar de que la candidez vaya siempre en aumento, ella tiene sin embargo sus épocas
de mengua. Un hombre, por ejemplo, que haya sufrido crueles y repetidos desengaños;
que haya perdido su fortuna o que lo agobien las enfermedades, tal vez entonces
reflexivo en su alcoba se desprenda de muchas candideces, como el cómico en su cuarto
de vestir se desnuda de su capa de púrpura, de su corona de laurel, de sus cintas y
oropeles.—El hombre en la desgracia, si su candidez no raya en locura, es un cómico
fuera de la escena. Pero, ¿la desgracia lo cura para siempre de la candidez? No. La
desgracia puede adormecer y comprimir a la candidez, pero no puede extinguirla. Si el
hombre que ha perdido sus amigos, su fortuna y su salud, vuelve a recuperar
admiradores, dinero y fuerza, pronto se erguirá sobre sí mismo y su candidez retoñará
más fecunda y lozana.—La desgracia y la fortuna son para el hombre—lo que el frío y el
calor para la culebra. La desgracia postra al hombre como el frío a la serpiente, y la
fortuna lo conforta, lo vivifica como víbora que sintiendo el calor levanta la cabeza y se
empina sobre su propia cola.
28 Si la desgracia minora la candidez y la prosperidad la aumenta, natural es que los
grandes hombres que protegidos por la fortuna, han dominado a los demás hayan
tenido innumerables y solemnes candideces. La historia que por lo común solo se ocupa
de los grandes acontecimientos para el bien o el mal de la humanidad y de las grandes
acciones, deja filtrar, sin embargo, una lluvia de candideces de los héroes.—Por respeto
a los Redactores “del Progreso Católico” no sacaré a luz ciertas candideces de los héroes
Bíblicos: solo citaré a Nabuco Donosor como un gran majadero, parecido, en la parte
cándida, [a] algunos de nuestros tiranuelos de América. Pero siguiendo la historia
profana y sola (sic) tomándola desde el hijo de Filipo de Macedonia, se puede decir que
112
Alejandro el Grande, a pesar de su genio, tuvo más candideces que soldados. Su vanidad
llegó a tal punto que en la Libia se hizo declarar hijo de Júpiter por el oráculo.— Julio
César, entre mil candideces, tuvo la niñería de hacerse decretar una corona para poder
con ella encubrir su calva. –El famoso Carlos V tuvo candideces por mayor y menor y
algunas ya rayaban en locura.—El meterse un hombre5 en un féretro para que le canten
y recen como a muerto, si no es locura, es una seria candidez.—El gran Napoleón tuvo
mil niñerías, cometió mil candideces, y cuando el Papa en Fontaineblau (sic) le dijo,
según cuentan, “¡Comediante! ¡¡Tragediante!!, quiso decirle ¡¡Cándido!! ¡¡¡Candidísimo!!!
—Si examinamos a los grandes filósofos de todos los tiempos hallaremos, en cada una,
candideces a millares. El príncipe de los filósofos, el sabio Aristóteles, tuvo candideces
de todo género y entre ellas la de ponerse de cuatro pies y andar como borrico
cargando en sus espaldas a una mujer.—Si los Aristóteles, los Sócrates, los Césares y
todos los hombres grandes fueron y son cándidos ¿cómo exigir cordura y sensatez
completa de los hombres comunes y vulgares? La candidez, pues, es inherente a la
especie humana: ella se adopta a todos los caracteres y acompaña al hombre en todas
las edades y en todas sus alternativas.—La candidez solo se desprende del hombre con
el último suspiro.
V
29 Ahora bien ¿a qué hombre, por ligero y estúpido que sea, no le acontece el
reconcentrarse, de vez en cuando, para contemplar los prodigios de la naturaleza y
procurar esclarecer ciertos misterios que no comprende? Yo también, como cualquier
hombre, ya sea en un rincón de un cuarto o ya tendido en el campo, suelo largar mi
espíritu para que planee en lo infinito, ya sea como ave vagabunda que solo se recrea
voltejeando en el aire, o ya como emisario que va [a] descubrir alguna verdad. Muchas
veces el espíritu regresa al cuerpo, alegre de su paseo, como el enfermo que después de
un ejercicio saludable entra contento a su casa: también el espíritu suele regresar
cansado por no haber podido penetrar, a pesar de sus esfuerzos, en ciertas regiones:
pero por lo común, el vagamundo e indagador espíritu vuelve admirado de la
omnipotencia y sabiduría de Dios el cual, con pautas torcidas hace renglones derechos.
30 Una vez, oyendo a un individuo muy fatuo decir tantas candideces como palabras,
cruzando los brazos me puse a pensar porqué Dios que habla hecho al hombre tan
grande y tan sublime lo había dotado de la candidez para hacerlo, a veces, tan necio y tan
ridículo. Sobre este tema lancé a mi espíritu y al fin me convencí que el Ser Supremo
que no hace nada malo ni inútil, creó la candidez para el bien del género humano.—Sin
la candidez ya no existiría el hombre o la raza humana sería igual a las demás razas de
bestias.
31 En efecto: supongamos que la vanidad o candidez se destierre para siempre del mundo
y que solo reine en paz y dominio absoluto el juicio prudente y discreto. Supongamos
pues que el hombre ya no tenga la candidez de pensar en los honores, mientras viva; en
la fama póstuma; en la necedad de querer ser superior a sus iguales; en la tontera de
mortificarse, estando cómodo, para servir a otro hombre en la desgracia y, en fin, en la
candidez de devanarse los sesos y romperse los huesos por el deseo de dejar una
fortuna para que los hijos vivan y engorden con el fruto de sus economías, tendremos a
un ser completamente juicioso, pero también completamente árido, egoísta e inútil. Lo
más que pudiera ser el hombre sin la candidez, sería un Diógenes y ¿qué sería de un
113
pueblo en el cual todos sus miembros fuesen unos cínicos inmundos sin más ocupación
que la de hacer rodar su tonel por el suelo? La especie humana sin las candideces que
acabamos de enumerar, sería una raza tan idiota como cualquiera raza de animales, y
tal vez el hombre en lugar de articular palabras solo sabría aullar.
32 Dios, al poner la candidez en el hombre, supo muy bien lo que hizo, porque la candidez
es el primer motor para ejecutar las grandes cosas. La candidez es la que da el impulso
para que se mueva el hombre, como el dedo que mueve al péndulo para que marche el
reloj. La candidez es un elemento, una fuerza y como toda fuerza es útil o perjudicial
según el modo como se emplea. Si diariamente el hombre se pone en ridículo
practicando candideces insignificantes o malas, también es cierto que de muchas
candideces resultan grandes bienes. ¿Y qué importa que la masa de cándidos
creyéndose águilas y solo siendo cuervos emprendan raudo vuelo y que impotentes
caigan aleteando en el suelo, cuando a veces surge un genio y de las alturas descubre
algún gran bien para la especie humana? La tierra es un gran hipódromo en el cual todo
hombre entra en lucha para la carrera general: la candidez es la que da la voz de “
MARCHA” y cada individuo parte anhelante para llegar al término que es la perfección,
que es Dios.
33 Si la candidez ha sido la causa motriz para practicar grandes acciones: si de ella aún se
espera inmensos bienes para el género humano, bendigamos al Todo Poderoso que nos
dotó de la candidez para distinguirnos de los brutos, utilizando nuestra alma racional.
NOTAS
*. * “Variaciones sobre la candidez”. La Revista de Lima 3, n° 12 (15 de junio de 1861): 496-507.
1. Existe una gran similitud entre este ensayo de Laso y las definiciones de “cándido”,
“candideces” y “pantorrilla” que se incluyen en el Diccionario de peruanismos de Juan de Arona.
Dado que la primera edición de este diccionario se publicó entre 1883 y 1884, es probable que
Arona se haya inspirado en Laso para elaborar su texto. Ed.
2. Al discutir la palabra “cándido”, Arona también contrasta la definición del diccionario de la
Academia Española con su acepción peruana. Véase Diccionario de peruanismos, pp. 118-119. Ed.
3. De “pantorrilla” Arona diría: “Neo-provincialismo que amenaza derrocar nada menos que al
peruanismo por excelencia, cándido. (...) La pantorrilla en este caso viene a ser la candidez oculta,
que al fin es descubierta por los Colones de la ociosidad y de la fisga limeña; cuyo grito de ¡tierra!
es: ¡la tiene buena (¡a pantorrilla).!” Ibid., p. 304. Ed.
4. Arona cita una anécdota parecida para ilustrar su definición de “pantorrilla” en Ibid. p. 304.
Ed.
5. “hambre” en el original. Ed
114
Tiempos pasados*
I
1 Si el hablar en casa de uno es muy fácil, porque el articular palabras no cuesta caro, veo
que escribir en la “Revista” es muy difícil, aun cuando nos impriman gratis nuestros
artículos. Si un individuo quiere escribir sobre política, el paternal Gobierno,
atendiendo a lo subido que están los arrendamientos de casa, lo aloja gratis en una
cárcel. Si un hombre tiene la desgracia de censurar ciertas costumbres del país, los
padres de familia lo miran con el ojo torvo de toro bravo, las niñas le fruncen el ceño y
las madres y abuelas, con las puertas de su casa, le rompen las narices al censor.—
Faltándome pues los ricos veneros para extraer artículos, como son: la parte política
(política de cocina, se entiende, que de otra yo no pudiera hablar) y la parte social; y,
por otro lado, no siendo yo doctor, ni el fecundo poeta Don Ángel F Quirós 1 , no me es
permitido abordar altas cuestiones de intrincada ciencia, ni hacer un soneto ni un
artículo para cada una de las once mil vírgenes.
2 Y sin embargo, a pesar de todos los inconvenientes que encuentro alrededor del tintero,
UU., señores Redactores, me ordenan que yo escriba. Bien: obedezco, pero, semejante al
inglés recién llegado, a quien faltándole las palabras castellanas las reemplaza con las
de su propio idioma, yo, también, a falta de materias más interesantes, me engolfaré en
mi elemento, y saboreándome en mis recuerdos de la juventud pasada, hablaré con
placer de las Artes y de los artistas.
3 El campo de las artes es muy vasto, aun cuando sea un campo todavía estéril para
nosotros. Y es muy triste confesar tan dura verdad, cuando uno tiene casi la evidencia
de que, cuando la América sea tan civilizada como la Europa, el Perú será la Grecia y la
Italia de las generaciones venideras. Pero mientras venga esa época de esplendor, de
grandeza y de fuerza, hablar de artes es predicar en desierto, y hablar de los artistas es
menos aun que hablar de los orangutanes de África o de los habitantes de la luna. Yo
bien sé que no debiera nombrar a las artes en el Perú, pero, ¿qué hacer cuando no he
podido encontrar remedio para desterrar de mí la fiebre artística con la que vine al
mundo? Como enfermo, tengo que seguir la costumbre universal de los dolientes, es
decir, hablar siempre de sus enfermedades. Pero también UU., señores Redactores y
suscritores, semejantes al que oye sin escuchar la relación cansada del que sufre,
115
II
4 Sin ser de la escuela de Fourier, diré también que Dios, el gran artífice, parece que ha
formado un cierto número de tipos o familias en los cuales están encerrados todos los
objetos de la tierra, como están contenidos todos los sonidos en las siete notas de la
escala, y como todos los matices pertenecen a los colores primitivos. Cada familia
parece que tuviera un surtido de todo lo creado, es decir, su roca, su vegetal, un
pescado, una ave, un cuadrúpedo y un hombre. Por esto debe ser que, en la especie
humana encontramos continuamente que tal hombre se parece a un león, tal otro a un
buey, cual a un pájaro y tal a un pescado. Todo hombre, pues, pertenece a su tipo, a su
familia; y cuando hallamos a ciertos individuos, cuyas fisonomías no se parecen a
ningún animal, es, tal vez, porque ellos pertenecen a algunas familias de piedras o de
melones y que nuestra perspicacia no nos permite clasificar.
5 La observación que ya se ha hecho de que los hombres tienen, por lo común, los
instintos de los animales a quie2nes se parecen en lo físico, nos confirma en la idea del
parentesco que existe entre hombres, animales, vegetales &. Nada tiene pues de
extraordinario que los miembros de una familia que se parecen en lo físico se parezcan
en lo moral.
6 Como el número de familias es inmenso, preciso es que los instintos o inclinaciones de
los hombres varíen hasta lo infinito; y como de sus inclinaciones depende el que los
individuos, si se les deja en completa libertad, abracen la carrera más adaptable a sus
instintos, resulta que los de un mismo oficio deben ser miembros de la misma familia, y
es por esto que los de la misma profesión, con pequeñas variaciones, son semejantes
entre sí.
7 Respetando la obra de Dios, que ha formado lo bueno y lo malo para la armonía del
mundo, no diré cuál es el mejor de los instintos ni cuál es la mejor de las profesiones.
Pero conforme con el lugar que me designó la Providencia, acepto con placer y aun con
orgullo los instintos que colocó Dios en mi alma al crearme miembro de esa buena
familia de donde nacen los artistas, de esa familia a la cual, aun cuando yo no le sirva
con mis manos, le seré siempre fiel con el corazón y la mente.
8 Y en efecto, señores Redactores, si UU. han nacido artistas, como yo vine al mundo,
convendrán en que uno no puede reconvenir al todo Poderoso por haberlo dotado con
el instinto de buscar lo bello, lo bueno, lo justo. Si UU. hubiesen vivido por largos años,
como yo he vivido, en medio de los hombres que practican las artes, tendrían
estimación y simpatía eterna por esa gente de apariencia loca.
9 El verdadero artista tiene forzosamente que ser bueno, porque lo bueno es lo bello; y no
puede ser malo, porque lo malo y lo injusto es la fealdad.
10 El verdadero artista es el hombre feliz sobre la tierra, porque viviendo en las regiones
elevadas, desconoce los grillos de la necia preocupación, y se desprende de los
embarazos que crea la vanidad ridícula.
116
11 Es de esa gente de quien yo quiero hablar, y para que UU. señores Redactores, conozcan
a los artistas, les contaré lisa y llanamente en varios artículos (si no me canso en el
primero) las relaciones íntimas que he tenido con ellos.—Principiaré pues mi tarea por
el primer asunto que quiera presentarse.
19 Entre las personas que frecuentaban más el café que la casa del Barón, había un joven,
nacido en Padua, cuya fisonomía me gustó, y cuyos buenos sentimientos hicieron que
yo fuese pronto su amigo. Su nombre era César Mercato, y su edad 29 años.—Su estatura
era alta y fina y su color blanco. El cabello, la barba y las cejas eran negras: sus ojos
llenos de inteligencia y de dulzura, eran azules.
20 César Mercato era hijo de una familia pudiente de Padua, y su padre, antes que lo
dedicase a las letras, le había dado una educación esmerada.— Mercato, pues, era un
distinguido joven, porque su talento y su buen natural se habían desarrollado de un
modo ventajoso, con la buena dirección que tuvo en sus primeros años. Y a pesar de que
Mercato era casi el mejor entre los tertulios de “la Calcina” era, sin embargo, el objeto
de las burlas, benignas siempre, de todos sus amigos.—Mercato, a pesar de haber
corrido el mundo, era tímido en extremo y por demás ingenuo: poseía pues dos
condiciones muy aparentes para excitar la risa general. Con todo; los amigos que tanto
se burlaban de él, lo querían y respetaban en el fondo: si se proyectaba un paseo,
Mercato estaba siempre en el programa: si había una disputa, Mercato era el árbitro sin
apelación. El tímido Mercato, con su bondad y juicio, se había constituido, sin saberlo él
mismo, en jefe de sus amigos.
IV
21 ¡Qué mezcla tan rara de placer y de tristeza se siente cuando uno recuerda lo pasado!
Ahora que recorro con la mente los canales y muelles de Venecia tengo pena. ¿Y por
qué? Lo ignoro. Será, porque tal vez me acuerdo que en esa ciudad, nido de poesía, mi
alma virgen y joven, llena de vida, de esperanza y de fe, exhalaba la vida, el encanto y la
paz, como poma de esencia que despide en tomo suyo suave y embriagador aroma. Los
recuerdos de la infancia y de la juventud, por muy alegres que sean, siempre se nos
presentan con un tinte de melancolía, y es porque esos recuerdos, íntimamente ligados
con nuestro ser, se nos presentan enlutados por la juventud que pasó, que ya no existe
en nosotros, que ya murió... Pero, dejemos las reflexiones tontas:—sigamos la relación
de nuestra historia.
22 En Venecia la silenciosa, en uno de los extremos occidentales de la población, existe un
lugar desierto, solo habitado por unos cuantos árboles de forma triste, que parecen
cautivos. Este lugar es como la misma Venecia, alegre en medio de su tristeza, y
melancólico en medio de su alegría. Era en ese lugar en donde iba yo a soñar despierto
por las tardes.
23 Una vez, estando en el sitio indicado, me divertía en ver las formas raras que tomaban
las nubes cuando se acostaba el sol. ¡Qué panorama tan variado y tan fantástico se
presentaba a mi vista! Ya distinguía, de un modo claro, un combate de monstruos que
chocando entre sí disipaban su forma: ya una borrasca que se convertía después en un
gran incendio, que abrasaba medio mundo; ya, en fin, mil cosas que no puedo escribir.
Pero cuando el sol se retiró del espacio con la majestad de un Dios, también las nubes se
retiraron del cielo, como la multitud que abandona un campo después de una gran
función. Mi espíritu también había seguido la suerte de las nubes, y se había perdido no
sé dónde. Ignoro el tiempo que estaría soñando, pero fui despertado por el susurro de
un insecto o moscardón cualquiera, que volando se colocó en una de mis rodillas. Con
gran paciencia y cuidado tomé al importuno animal, y lo puse en el suelo a cierta
distancia; mas el insecto, que había sido de muy mal carácter, se molestó conmigo y
118
vociferando en su lenguaje, me frotó las narices y los ojos, y después, muy suelto de
cuerpo, se volvió a situar en la misma rodilla. Confieso que en ese momento estuvo muy
en peligro la existencia del señor moscardón, porque ya le iba a aplicar el más terrible
sombrerazo que hayan sufrido los de su especie. Pero, no sé qué santo patrón de los
insectos, me detuvo la mano e infundió en mi corazón la clemencia. Así, con la misma
calma y prolijidad anterior, tomé segunda vez al moscardón y lo puse en donde antes lo
había colocado—Mas ¡extraña tenacidad de animal! el dicho moscardón repitió la
misma escena de susurros, aleteos &. y se instaló segunda vez en mi rodilla. Pero,
entonces, por su capricho, lejos de molestarme el moscardón, me cayó en gracia el
animalito y me propuse divertirme con él. Al efecto, lo tomé por tercera vez de la
rodilla, lo puse como antes en el suelo, y me retiré como una vara del sitio en donde yo
estaba, a fin de darle más espacio, para que me persiguiera. En efecto, el moscardón
tomó su acostumbrado vuelo, susurró como de costumbre; pero, con gran desconcierto
mío, no me hizo caso y solo se contentó con situarse en el espacio que antes ocupaba mi
rodilla. Allí permaneció tranquilo y por más que yo lo azuzaba con una paja, el
moscardón se manifestó indiferente a mis provocaciones.
24 Estaba pues contemplando al moscardón y admirando la versatilidad de su carácter,
que tan pronto pasaba de la ira a la calma, cuando oí a cierta distancia el zumbido de
otro insecto igual, que venía, según todas apariencias, de la parte opuesta de donde
estaba campado mi enemigo. Entonces me puse en guardia, calculando que tal vez el
señor moscardón fuese un viejo diplomático que había llamado en su lenguaje, algún
aliado para que entre ambos me atacasen por derecha e izquierda. En efecto, las
apariencias eran muy alarmantes, puesto que el moscardón recién venido me dio un
fuerte aletazo en la oreja antes de ir a conferenciar en secreto con su amigo. Confesaré,
poniéndome colorado, que entonces quise cometer la fea indiscreción de atisbar a dos
vivientes en sus conferencias íntimas.—Así pues, arrastrando mi cuerpo me acerqué lo
más que pude hacia el grupo formado por los dos insectos, para observar a los
moscardones. Mas al cabo de algunos segundos de atención me convencí de que, los
pobres animalitos, en nada pensaban menos que en hacerme daño. Estaban muy
contentos entre s í para pensar en hacer mal a nadie. Después de acariciarse
mutuamente largo rato, juntos volaron susurrando a dúo por el aire.
25 Cuando los moscardones se fueron me dejaron preocupado, e hice mil reflexiones sobre
el talento de los animales. Yo personifiqué a mis dos insectos haciendo al uno hombre y
al otro mujer; y entonces, me alegré mucho de no haber muerto al primero de un
sombrerazo. Porque ¿qué hubiera sucedido, si yo hubiese malogrado al amante que
solícito venía al rendez-vous? Que la pobre señora (el segundo moscardón) al encontrar a
su esposo aplastado en el suelo, hubiese dado alaridos que partieran el alma, y que, con
el corazón traspasado de dolor y los ojos anegados de lágrimas, se hubiese quejado a
Dios de su desgracia.
26 Yo estaba pues sumergido en las tristes reflexiones sobre mis dos insectos, cuando fui
distraído por el ruido acompasado de los remos de una góndola. Inmediatamente me
incorporo, vuelvo la cara y distingo a dos remeros con librea. La góndola pasa casi
rascando la orilla, y creo ver en el centro, con la luz del crepúsculo, dos personas de
diferentes sexos y de apariencia bella, que se hablaban al oído como los dos
moscardones. Yo no podré decir lo que sentí en el alma cuando vi ese grupo misterioso;
pero cuando la góndola dobló un cabo y se perdió de mi vista, cruzando los brazos sobre
119
V. RELACIÓN DE MERCATO
30 “Señores: UU. hacen muy mal en hacerme hablar después de haber escuchado tan
graciosas como interesantes aventuras. Yo no puedo contar nada que sea capaz de
divertirlos; porque mi carácter tímido me ha alejado siempre de toda empresa amorosa.
Pero, ya que es indispensable que yo relate amores, contaré los míos (si es que lo he
tenido) y ellos se distinguirán por su insignificancia como los de UU. se distinguieron
por la gracia, el talento y la audacia que encerraban. Pero antes, UU. me permitirán que
haga un preámbulo para hacerles conocer a un individuo que me sirvió de Mentor en
mis primeros amores”.
31 “Sabrán UU., señores, que mi padre es un italiano como debiéramos ser todos: su
espíritu está únicamente consagrado a la Península: él canta las glorias pasadas de la
Italia y llora su desgracia actual. Mi padre es enemigo implacable de todo enemigo de su
patria, y por esto conserva un odio sin medida a Napoleón, que vendió la República
Veneciana al Austriaco. Todo lo que fue enemigo de Napoleón, fue amigo suyo, y por
esto la Inglaterra era el país de su predilección, y el pueblo español el objeto de su
idolatría”.
32 “Felizmente para mi padre, y desgraciadamente para mí, existía en Padua un español
llamado D. Patricio Jil3, natural de Valencia, quien desde tiempo inmemorial habitaba
nuestra ciudad para gozar de una rica herencia que le dejó un tío suyo, también español
anti-diluviano”.
33 “D. Patricio tenía siempre el aspecto de setenta años. Su estatura era mediana, sus
miembros flacos, su rostro descarnado, de color verdoso y de expresión asustadiza y
triste, se parecía a la cara de un perro galgo sin dueño y afligido por el hambre. El
uniforme de D. Patricio se componía de una peluca rubia, cuyas mechas le invadían las
120
cejas, de un sombrero de un color indefinible, pero que se conocía que en otro tiempo
fue blanco, de frac sui geneñs, azul, con botones amarillos, de unos pantalones de paño
gris amarillo que, caídos por no tener tirantes, formaban en el tobillo una especie de
bota de campana, y en fin, de unos zapatos de siete suelas que en su poder jamás
conocieron el betún. También puedo agregar al uniforme un viejo paraguas que jamás
se desprendió de sus manos en la calle, porque D. Patricio tenía más miedo a una gota
de agua que a una brasa de fuego”.
34 “Con respecto a la moral de D. Patricio diré: que era muy bueno, pero, en mi concepto,
de esos buenos que bien pudieran no salir de los infiernos, puesto que son incapaces de
hacer el menor bien en este mundo. A D. Patricio no le faltaba capacidad, pero su
talento se hallaba embrutecido, si es que esto se puede decir, para todo lo que no fuese
cuestión teológica. El buen español solo tenía lucidez para contar la vida y milagros de
los santos de la Corte Celestial. D. Patricio era un año cristiano ambulante: era el tipo
del buen cristiano: su vida era edificante, todas sus conversaciones eran místicas: nunca
miraba a una mujer porque era un gran pecado: jamás pisó un teatro, porque eso era un
crimen.—Ved aquí el hombre por quien mi padre tenía casi veneración, solo porque era
español”.
35 “Bien pues: mi padre que deseaba educarme a su modo antes de dedicarme a la pintura,
quiso que yo estudiase algunos años en Inglaterra, para que supiese bien el inglés, y
también, que permaneciese algún tiempo en Francia para que aprendiese el francés. En
efecto, estuve desde los doce años hasta los diez y ocho en un colegio de Inglaterra, y
después pasé a Francia para entrar en un taller de pintura”.
36 “A los doce años de residencia en París, mi padre anunció, en una de sus cartas, que su
amigo D. Patricio había resuelto ir a despedirse, antes de morir, de Valencia, su país
natal: que el dicho señor pensaba, además de visitar su patria, recorrer la Italia, y que,
si yo quería, podría ir en una compañía tan de su agrado. Yo acepté con entusiasmo la
proposición paterna y aguardé complacer a D. Patricio, quien no se hizo esperar mucho
tiempo. Nos embarcamos en la diligencia de Burdeos para ir a España por la vía de
Bayona”.
37 “Señores: si el viajar solo o con un buen compañero es una de las mayores felicidades
sobre la tierra, el viajar con una persona que no se uniforme con nuestro modo de ser,
es una calamidad, es un matrimonio infernal. La unión mía con D. Patricio era de esas
alianzas imposibles de existir, y desde Burdeos me habría divorciado de mi piadoso
Mentor, si no hubiese temido molestar a mi padre. Así, desde entonces, me resolví a
sacrificarme a D. Patricio, como una virgen de veinte años que se casa, por
complacencia, con un viejo setentón”.
38 “Yo viajaba, pues, con la tristeza en el alma y no les diré cuánto me hizo sufrir mi buen
compañero, por su miseria y por su figura ridicula”.
VI
39 “No sé qué día del mes de Octubre llegamos a la ciudad de Victoria, a las cuatro de la
tarde. Las muías de la diligencia se fueron a comer y mi Mentor y yo, salimos a recorrer
las calles mientras se preparaba nuestra cena”.
40 “El tiempo estaba frío: el Cielo nublado: el viento soplaba con fuerza, y D. Patricio y yo
marchábamos como dos perros con la cola gacha”.
121
pero sigilosamente, y luego que vi que mi buen compañero cerró los ojos, soplé la
lámpara, para hacer otro tanto”.
VII
47 “D. Patricio y yo dormíamos como dos piedras cuando unos golpes repetidos en la
puerta nos despertaron”.
48 “Eran las doce de la noche: venían a advertirnos que ya era la hora de marchar. Mi
Mentor y yo, medio dormidos, nos vestimos y como sonámbulos llegamos a la puerta de
la diligencia. Allí ya encontramos a la familia Montalvo. Después de nosotros, entró una
persona desconocida, de sexo femenino según todas apariencias, quien se estuvo en el
mismo lado en el que yo estaba dejando entre ella y yo a la niña del empleado de la
Reina. Estando todos los viajeros acomodados en sus respectivos asientos, la diligencia
partió en medio de los gritos e imprecaciones del caporal que animaba a las muías con
palabras soeces.
49 Dicen que para dormir vale más un buen sueño que una buena cama. En efecto,
nosotros, a pesar de los enormes saltos que daba la diligencia en tan detestable camino,
y de los continuos gritos del conductor, quedamos, al cabo de un instante de marcha,
completamente dormidos.
50 Serían las seis de la mañana cuando desperté. Con los ojos a medio abrirse, recorrí el
local en donde me hallaba, y descubro con asombro, que la desconocida que entró a la
diligencia por la noche, era una linda mujer.— Yo habría querido daguerreotipar, en el
acto, tan buen modelo en tan hermosa posición. Yo habría querido que siempre
quedase dormida esa preciosa joven, temiendo que perdiera su encanto al despertar.
51 Estaba pues en un éxtasis artístico ante ese cuadro viviente, cuando la diligencia dio un
gran salto y con el sacudimiento del carruaje todos los dormidos despertaron. Ella, la
Desconocida, también despertó, y pasando una de sus manos sobre sus grandes ojos y
deslizándola, después, por su mejilla como quien se acaricia, se incorporó y recorrió
con su vista a todos sus vecinos. Sus lindos ojos se encontraron con los míos y su mirada
suave, tierna y magnética me trastornó súbitamente el alma. Mis párpados por sí solos
se cerraron, todo mi ser sufrió un sacudimiento indefinible, y mucho rato permanecí
adormecido, no sabiendo si la nueva impresión que experimentaba era de dolor o de
placer.—Desde entonces fui un hombre distinto: desde entonces todos los viajeros, muy
particularmente D. Patricio, me fueron insoportables. Yo habría querido viajar solo, y
siempre con la Desconocida.
52 “Vuelto en mí de esa especie de desmayo, miro de nuevo tímidamente a la incógnita, y
su mirada absorbió a la mía, y aun cuando quise voltear el rostro para no mirarla, mi
cuerpo quedaba yerto, y sentía que mi alma se me desprendía con dolor, con amargura,
por los ojos”.
53 “¿Qué cosa es la mirada? ¿Qué son los ojos? No quiero hacer por ahora una teoría larga
sobre esta materia; solo diré, que hay miradas que caen sobre el hombre como un golpe
de masa, que le adormece: que hay miradas vivas y agudas que nos atraviesan, que nos
hieren el alma como punzante espada: que después de taladrarnos la moral, nos
arrancan el alma por los ojos”.
123
54 “A este último género pertenecían las miradas de la Desconocida. Sus ojos dormidos,
atrincherados detrás de sus pestañas largas, lanzaban unas miradas tan magnéticas que
era casi imposible evitarlas una vez que se habían aceptado”.
55 “Yo pues, magnetizado por la vista fascinadora de la incógnita, a pesar del temor de ser
notado por los demás, no podia desprender mis ojos de los suyos”.
56 “¡Qué pronto y qué bien se habla cuando no se dice nada! A medio día ya éramos
amigos, ¿qué nos dijimos? No le sé. ¿Y en qué idioma nos hablamos? También lo
ignoro”.
57 “A las siete de la tarde, hora en que cenamos, aun no habíamos desplegado los labios
para dirigirnos la palabra, pero ya éramos íntimos amigos. Sentados en la mesa, frente
a frente, juntos sonreíamos, sin saber por qué.– Yo, haciendo un gran esfuerzo, le
presenté un plato que contenía muchas pastas de dulce: ella tomó dos, la una la
conservó para sí, y la otra, tomándola con dos de sus delicadísimos dedos, me la volvió
como un regalo suyo.– Concluida la cena se levantó y desde la puerta del comedor
volvió su rostro y con los ojos me dijo: –¡Adiós!”
58 “Cuando la incógnita desapareció de mi vista quedé como quién queda a oscuras. Solo al
cabo de mucho tiempo pude distinguir la cara triste de D. Patricio- quien me dice:”
• ¿Está U. enfermo?
• Sí (le contesté)
• ¿Qué tiene U.?
• Nada.
• ¿Quiere U.recogerse?
• Sí.
59 “D. Patricio y yo nos dirijimos taciturnos al cuarto que nos habían señalado. El mentor
muy pronto se puso a roncar estrepitosamente; y yo, no teniendo sueño, me puse a
soñar despierto, ¿y con quién?–UU. ya pueden calcularlo”.
VIII
60 “Antes de seguir con mi historia, haré una pequeña digresión para decir a UU. que
cuando D. Patricio me tomó en París, yo estaba en esa capital bajo el dominio de un
primo mío llamado Pietro Castagnini, de 24 años de edad”.
61 “Mi amigo y primo era en todo muy distinto a mí. Era un joven atrevido y muy
emprendedor en materias amorosas. Castagnini por mucho amor hacia mi persona,
muchas veces se había propuesto hacer de mi un hombre, como él decía, pero, por
grandes que fueran sus esfuerzos, y por mucha que fuera su contracción, jamás pudo
hacer nada bueno de mi persona en materias amorosas. Yo siempre dejé a Castagnini
como a un mal maestro, y este se avergonzaba de mi ineptitud”.
62 “Al saber pues mi primo que yo debía efectuar un viaje por España e Italia, acompañado
de D. Patricio, me dio sus instrucciones.– Estas eran terminantes, y se reducían a que de
cada gran ciudad debía yo sacar una aventura y que, en caso que así no lo hiciese, me
declaraba un estúpido melon, indigno de ser su amigo. Como el peligro estaba remoto,
prometí, entonces, ser un segundo D. Juan Tenorio”.
63 “Bien pues, mientras D. Patricio dormía, yo escribía (en mi cabeza y ya desde Madrid) a
Castagnini contándole mis amores con la incógnita–Ya daba parte de mi triunfo”.
124
64 Pero si yo era muy valiente a oscuras y a solas, todos mis bríos desmayaron cuando
volví a ver a la Desconocida. Quise, después de saludarla, seducirla con mis frases
estudiadas por la noche, pero la garganta se me oprimió y no pude articular ni siquiera
una palabra. Dos días y dos noches se habían pasado sin que hubiese dicho ni una sola
expresión que pudiera hacerme avanzar en mis amores. Yo estaba ya con mucha cólera
conmigo mismo, ¡qué diría Castagnini si me viese tan cobarde!”
65 “La víspera de que llegásemos a Madrid, a las doce de la noche, entramos a la diligencia
todos los pasajeros para ocupar nuestros respectivos asientos; pero, en esta vez, se
efectuó un cambio que yo estaba muy distante de esperar. La hijita del señor Montalvo
cambió de asiento con la Desconocida y, por esta permuta, la incógnita se colocó junto a
mí”.
66 “Yo no podré decir, señores, lo que sentí en todo mi ser cuando la Desconocida instaló
su cuerpo junto al mío; sus vestidos pesaban sobre mí como si fueran de plomo, y me
punzaban como si tuviesen espinas.—Pronto sentí la mitad de mi cuerpo paralizado; un
sudor frío inundó mi cuerpo y por mucho tiempo quedé inmóvil, como petrificado”.
67 “Después de una hora de semejante situación, la sombra de Castagnini vino a
reanimarme; aprovechando de que todos dormían, y haciendo un supremo esfuerzo
dije, en voz baja, a la Desconocida—¡Lo que es el destino!—Ahora estamos cerca, y muy
cerca, y mañana nos separaremos quizá para no volvernos a ver. Ella me contestó:
68 Tal vez.
69 “Quise continuar hablando, pero no pude hacerlo, porque la idea de que fuera una
verdad el que yo no la volviera a ver más, me llenó el corazón de congoja y los ojos de
lágrimas. El timbre de su voz y la tierna modulación de su tal vez hizo vibrar todas mis
fibras, y repentinamente me puse a temblar de un modo inevitable, de una manera
incontenible. Yo entonces permanecí por mucho tiempo en silencio para ocultar mi
estado; porque un hombre que tiembla, por cualquiera que sea la causa, siempre cae en
ridículo”.
70 “Yo, pues, con los ojos cerrados, como agobiado por no sé qué gran calamidad, yacía
casi moribundo en mi rincón. Sentía un inmenso y general sufrimiento, sin saber lo que
me dolía. Mil pensamientos agitaban mi mente y no podré decir en lo que pensaba”.
71 “Así, en esta situación estuve tal vez media hora, y solo como a lo lejos o como entre
sueños sentía que la diligencia rodaba dando saltos, que el conductor cantaba canciones
obscenas, que Montalvo y D. Patricio roncaban a dúo, y que los demás permanecían
quietos y silenciosos como muertos”.
72 “Estando pues en este estado, de repente, siento que la cabeza de la Desconocida
principia a bambolear, y después, perdiendo el equilibrio, en una de sus oscilaciones
cayó inerte sobre mi hombro izquierdo. ¡Dios mío! Jamás aerolito en su caída conmovió
el espacio de tierra que lo recibe, como esa frente conmovió mi ser.—Y, sin embargo, su
cabeza me pareció ligera, pero sí me pareció de fuego, porque luego sentí como
incendiado a mi carrillo, que casi lindaba con su frente.—Ya sea por la fuerte emoción
que sufrí entonces, o por no despertar a la que pedía un apoyo en mi hombro, quedé
por mucho tiempo inmóvil como estatua de bronce.—¡Qué carga tan ligera y tan
agradable era entonces la mía! Así habría querido permanecer toda mi vida.
73 Estaba pues muy contento y tranquilo con una cabeza más sobre mis hombros, cuando
Satanás, el enemigo malo, me trajo a la memoria los consejos de Castagnini y las
125
promesas que le hice al tiempo de partir.—Era pues preciso que yo fuese un intrépido y
astuto Lovelace.
74 Me dispuse pues a ejecutar grandes hazañas para dar buena cuenta de mi viaje a
Castagnini. Por lo pronto, decidí pasar mis labios por el pañuelo que cubría en ese
momento la cabeza de la Incógnita, pero la cobardía se me presentó inmediatamente
para hacer las veces de la moral, y por más que Satanás me tentaba haciéndome ver de
que todos dormían y que todo estaba oscuro como la misma noche, la cobardía me decía
que era indigna la acción que iba a practicar, porque podía comprometer a una señora.
Por último, la cobardía disfrazada con la máscara de moralidad venció y quedé
tranquilo”.
75 “Decidido, pues, a ser un hombre de bien, continué muy juicioso con mi carga al
hombro, pero no sé con qué motivo quise cruzar los brazos, y al tiempo de ejecutar el
movimiento, mi mano derecha tropezó con la mano izquierda de la desconocida: jamás
mano de hombre fue más pronto retirada de un bracero enrojecido, como fue separada
mi mano de la suya. De aquí se originó otro combate con Satanás y mi cobardía, y
después de tenaz lucha, la cobardía capitulando con Satanás, se decidió por la
inmoralidad; y cual ratero, medio temblando, avancé mi mano hacia la mano de la
Desconocida y con mil sustos y precauciones llegué, por fin, a tomar el dedo pequeño.
Allí, sin aliento, permanecí lo menos diez minutos, pero aguijoneado por Satanás;
continué mi oficio de inmoral ratero, y con las mismas precauciones que antes, tomé el
dedo inmediato. Allí otra pausa y otros temores, pero animado con el buen éxito de
tener ya dos dedos prisioneros, embestí con más valor sobre el tercero y cuarto. Una
vez que tomé posesión de toda la mano, me creí un hombre perdido, porque me parecía
casi imposible que al tiempo de abandonar mi presa, dedo por dedo, no fuese apercibido
por su dueño. Algo habría dado por tener mi propia mano en mi faltriquera ya de
regreso de tan peligrosa excursión. Estando pues con toda la ansiedad de un ladrón
cobarde a quien se le ha caído la escalera por donde subió al tejado ajeno, sentí que los
dedos de la Incógnita se movieron lentamente, como culebras que reviven con el calor
del sol. Si los dedos hubieran sido víboras ponzoñosas, no habría tenido mayor susto ni
habría escondido mi mano con mayor prontitud”.
76 “Lleno de terror, con la cabeza enterrada en mis hombros y con los ojos abiertos,
aguardaba que se desplomase el Cielo sobre mí, que la dama ofendida diera alaridos,
apostrofando mi insolencia, y que el señor Montalvo y D. Patricio me arrojasen por la
puerta de la diligencia, como justo castigo de mi temeridad. Felizmente nada de lo que
temía sucedió, puesto que todos quedaron tan dormidos como antes que yo principiara
mi campaña. Estaba, pues, muy contento de haber salvado también de mi excursión, y
había resuelto en mi ánimo el no seguir haciendo el papel, tan difícil para mí, de D.Juan
Tenorio, pero no tardó mucho en venir la sombra estimulante de Castagnini a quien ya
veía reírse a carcajadas de mi gran cobardía. Esta idea me ofendió y quise ser valiente, a
pesar de mi miedo. En efecto, con ánimo resuelto emprendo nueva campaña, y práctico
ya en el camino, pronto volví a tomar posesión del terreno perdido. Les confesaré,
señores, que acordándome de esa situación que yo soy capaz de practicar acciones en
alto grado heroicas, puesto que entonces, a pesar del miedo indescribible (sic) que tenía
de ser sorprendido, resolví no abandonar la mano de la Desconocida hasta que viniera
el día. Jamás hubo soldado inglés ni ruso más estoico defendiendo su puesto en medio
de la metralla que yo sosteniendo una mano ajena, a pesar de mis redoblados temores”.
126
IX
78 “Vuelto en mí del casi desmayo en el que permanecí después del apretón de mano, ya vi
a la Incógnita con mayor placer que antes, porque ella me parecía como un objeto que
ya era de mi propiedad. Pero también, al pensar que muy pronto íbamos a llegar a
Madrid y que allí tal vez no podría verla de tan cerca como entonces la veía, se me
entristecía el alma y me daban ganas de ponerme a llorar como un niño. En cada milla
que avanzábamos sentía disminuirse mi existencia ¡qué angustias las mías!, ¡qué
congojas!”.
79 “Cuando llegamos al último lugar en donde cambian las muías, senti la desolación que
debe experimentar un condenado a muerte, la víspera del día señalado pera su
ejecución. La Desconocida iba ya a perderse para mí, pues llegando a la población yo no
sabría en dónde buscarla ni por quién preguntar de casa en casa, porque yo ignoraba
quién era, cómo se llamaba y cuál sería el sitio de su alojamiento. Y de todo esto era la
causa mi gran cobardía”.
80 “Yo pues, en un momento de desesperación, maldije mi falta de valor y me propuse
pasar el Rubicón escribiendo a la Incógnita una carta para entregársela antes de que
llegásemos a Madrid. Y, aprovechando de que D. Patricio y los demás pasajeros
tomaban su almuerzo y que las señoras arreglaban sus peinados y vestidos, me interné
en la posada, y tomando todas las precauciones necesarias para no ser visto, saqué un
lápiz y escribí en una de mis tarjetas lo siguiente:”
“Señora: tengo un vivísimo deseo de hacerle su retrato. Si
“a U. no le cuesta mucho el causarme un gran placer con-
“sintiendo en ello, tenga U. la bondad, luego que llegue a
“Madrid: de dirigirme a la posta una carta avisándome su nom
“bre y el lugar en donde habita”.
81 “Mi tarjeta estuvo perfectamente preparada para ser deslizada en la menor ocasión. Se
presentaron mil circunstancias favorables, y ¿la tarjeta fue entregada? No. Temí
comprometer a la Desconocida”.
82 “Por fin llegamos a Madrid y en la casa de las diligencias tal era mi dolor que me
convertí en un idiota. Como un autómata dejé abrir, cerrar y cargar las maletas; como
un autómata, con los ojos fijos, miraba a la Incógnita, quien también me miraba
atentamente con sus ojos de ternura, pero su boca en ese momento, un poco caída por
los dos extremos, murmuraba ciertas palabras sordas, no sé sí de pena o de desprecio.
127
Al fin, como autómata también, me dejé arrastrar de D. Patricio. quien tomándome por
el brazo me condujo al hotel”.
83 “¡Que día tan amargo fue el primer día que pasé en Madrid! Felizmente en el hotel nos
dieron un departamento con un salón y dos cuartos de dormir. Y en medio de mi
consternación me creí muy dichoso de encontrarme solo, nada más que acompañado de
mi tristeza y libre de la imagen empalagosa de D. Patricio. Allí, en mi cuartito, después
de cerrar bien la puerta, me arrojé de un golpe sobre la cama para exhalar libremente
grandes y repetidos suspiros”.
84 “Al día siguiente muy temprano salí del hotel, y como madre que pierde a su hijo y que
lo busca desolada, así corría de posada en posada dando las señas de la Desconocida y
preguntando por ella. Pero nadie me daba razón de la persona por quien yo
manifestaba tanto interés, y perdiendo por entonces toda esperanza, entré
desconsolado a mi habitación”.
85 “Después de almorzar, D. Patricio me llevó a una iglesia para oír una misa a la virgen y
dar gracias a Dios por habernos concedido el que hiciéramos un viaje feliz. Pero en ese
momento mi devoción se hallaba muy amortiguada, y en el templo yo no estaba atento
sino a las mujeres que entraban por ver si entre ellas venía la Desconocida”.
86 “Después de la misa D. Patricio y yo recorrimos muchas calles, entramos a muchas
tiendas y visitamos varias iglesias. En todas partes mis ojos en continuo movimiento
buscaban el objeto deseado. No hubo persona que anduviese por las calles, no hubo
puerta ni ventana que no fuese inspeccionada por mi vista; pero en ese día no encontré
nada, absolutamente nada”.
87 “Con el mismo mal resultado se pasaron muchos días en Madrid. Ya había perdido la
esperanza de volver a ver a mi Desconocida, cuando una vez cerca de la puerta del Sol,
lugar en donde hay siempre mucha gente reunida, distinguí a dos señoras que se
dirigían a ese sitio de tanta concurrencia. Una de las señoras, de alta estatura y de aire
gentil, era, sin que fuera una ilusión en esta vez, la Incógnita. Al distinguirla, mi
corazón se dilató y lancé mi cuerpo a grandes botes para alcanzarla, para verla, para
hablarla. Pero, ¡oh desgracia!, antes que pudiera detenerla con mi mano o con mis
gritos, la Desconocida y su amiga se perdieron en la multitud como dos gotas de agua se
confunden en el mar.—Yo las busqué en todas direcciones y no pude encontrarlas”.
88 “Regresé pues de la Puerta del Sol y fui en busca de D. Patricio con el alma más enferma
que antes y con más dolor en el corazón”.
X
89 “Después de haber visto a la Desconocida, la esperanza de volverla a encontrar renació
en mí, pero habiéndola buscado muchos días la esperanza se fue. Ya no era posible
pretender nada, ya íbamos a dejar a Madrid para irnos a Valencia”.
90 “La víspera de nuestro viaje fuimos a despedirnos del museo de pinturas, y antes de
entrar, D. Patricio quiso fumar un cigarro de papel. Estaba pues D. Patricio echando
sendas bocaradas de humo y yo con la cabeza gacha pensando no sé en qué cosa,
cuando de repente volteó mi desconsolado rostro hacia un lado, y distingo, a mucha
distancia, dos señoras que también se dirigían al museo. Al verlas, mi corazón redobló
sus palpitaciones, mi corazón no podía engañarme: una de las señoras era la
Desconocida”.
128
XI
99 “Al día siguiente mi Mentor y yo salimos para Valencia. Allí no permanecimos mucho
tiempo, porque D. Patricio ya no encontró a ninguna de sus antiguas relaciones.—Todos
sus contemporáneos habían muerto. Los parientes que encontró eran jóvenes y pobres,
y temiendo que le pidiesen dinero salió el viejo miserable hablando muy mal del país en
donde nació.—¡Ya no había nada bueno en Valencia, todo se había pervertido con el
tiempol!”
100 “De Valencia pasamos a Barcelona y en el mismo hotel en que nos hospedamos se
hallaba uno de nuestros compañeros en el viaje de Vitoria a Madrid. Él y nosotros
129
XII
102 “El golpe que sufrí entonces fue muy grande. Con la revelación que me hizo el viajero
quedó derribado un encantado edificio que yo había construido en mi cabeza. Yo
pensaba, llegando a Padua, convencer a mi padre que el mejor punto para continuar
mis estudios en la pintura era Madrid.— Contaba, como una cosa cierta, con la
autorización de mi padre para regresar a España.—Y, una vez en Madrid ¡quién sabe lo
que podía suceder!.. .Mas, después de saber que la Incógnita tenía un Coronel a su
servicio, en mi concepto, ya no era digna de que yo le consagrase mi existencia.—A
pesar de los apretones de mano, yo suponía a la Incógnita un ángel puro de inmaculada
virtud; y por esto, al conocer su conducta equívoca, quedé ofendido como si ella me
hubiese engañado, como si me hubiese hecho la más inicua traición, la más inexcusable
infidelidad.—Todo vínculo, pues, debía quedar roto entre la Incógnita y yo. Así fue”.
103 “Salí pues de Barcelona con el alma enferma, adolorida y prometiendo imitar en
adelante a D. Patricio en su indiferencia para con el sexo femenino; y aun cuando
algunas veces falté a mi palabra en el resto del viaje, dirigiendo furtivas miradas [a]
alguna bella, D. Patricio, sin embargo quedó más satisfecho de mi conducta en Italia que
en España; y, al entregarme a mi padre, olvidando mis extravíos de Madrid, hizo
grandes elogios de mi circunspección”.
104 “He aquí, señores, la ridicula relación de mis primeros amores”.
105 Cuando Mercato concluyó su narración, por lo tonta que había sido, se le puso por
penitencia que en otra ocasión contase los amores que había tenido después del de la
Incógnita. Y, siendo ya muy tarde de la noche, la sociedad de la Calcina levantó el
campo y se retiró cantando como vino.
107 Estos congresos, que en apariencia no tenían más objeto que el de tratar de cuestiones
científicas, contribuyeron, pero en mucho, a la propaganda de la unión italiana que hoy
se realiza.—Los sabios al encontrarse se abrazaban con efusión como hermanos
oprimidos que se encuentran en la misma cárcel.—El pueblo que recibía a los hombres
ilustres de otras ciudades, con orgullo les daba hospitalidad en su seno y desde
entonces, los sabios de otras partes eran considerados como nacidos en su propio suelo.
—Cuando los sabios se retiraban de un congreso, dejaban en el lugar de su reunión el
germen de la Fraternidad Italiana.—Ignoro quién fue el primero que tuvo la idea de
formar esos congresos: pero, cualquiera que sea, parece que ha hecho un gran servicio a
su patria.
108 Bien pues: el año en el cual yo estuve en Venecia, en el mes de Octubre, se reunió el
congreso científico en dicha ciudad. Era notable el movimiento general que reinaba en
ese lugar y en todos los puntos que antes pertenecieron a la República Veneciana. De
todas partes venían gentes hacia la capital para conocer a los hombres eminentes de la
Península y para gozar de las espléndidas fiestas preparadas en su honor.—En efecto,
Venecia, desde sus tiempos felices, jamás estuvo más radiante que entonces.—El
patriotismo comprimido tuvo su momento de expansión haciendo un recibimiento
solemne a los hermanos de otros estados de la Italia.
109 Además de las fiestas extraordinarias preparadas para la recepción de los sabios, todas
las fiestas ordinarias del verano se postergaron hasta la reunión del congreso; y una vez
este instalado, Venecia era de día un sol y de noche un lucero. Las regatas o carreras en
botes, se hicieron a la usanza antigua, las plazas, torres y góndolas se iluminaron,
reflejando en el agua millares de luces de diversos colores. ¡Qué hermosa estuvo
entonces la Reina del Adriático!
110 En ocasión tan solemne, la triste Judeca también quiso tener su fiesta, y a este fin, sus
muelles se empavesaron de flameantes cintas y banderas, sus jardines se engalanaron
con festones y con lámparas de variadas luces, y en ellos se establecieron centenares de
mesas, para alimentar a numerosa gente que debió trasladarse a esos lugares para
comer y cenar durante tres días con sus noches.—Para facilitar el tráfico, se estableció
desde nuestros muelles hasta la Judeca un puente provisional, formado sobre lanchas.
111 Habiendo solemnes fiestas en nuestra isla fronteriza, como es de suponerse, toda la
sociedad del Café de la Calcina estableció sus reales, por tres días, en uno de los jardines
de la Judeca. Allí nosotros cenábamos alegremente, sazonando los modestos manjares
con muy mal vino, pero sí, con excelente humor.
XIV
112 En una de esas deliciosas noches, después de la cena, la sociedad de la Calcina se
divertía, como de costumbre, en improvisar chistes y relatar historias. Como Mercato
estuviese entonces muy alegre, creí oportuno indicar que ese amigo estaba condenado
por la sociedad a contar los amores que tuvo después de los de Madrid: todos apoyaron
mi indicación y Mercato, después de mucha resistencia, tuvo que ceder hablando de
este modo:—
113 “Después que Don Patricio me entregó a mi padre, solo permanecí tres meses en Padua.
De allí fui a Florencia (sin ningún Mentor) para continuar mis estudios”.
131
114 “Como yo había prometido en Barcelona no tener más aventuras, en Florencia, para el
indicado objeto, tomaba todas las precauciones necesarias. Si de la ventana de mi
cuarto divisaba alguna vecina de regular aspecto, inmediatamente tomaba otra
habitación para no mirarla. Si en la casa en donde vivía principiaba a gustarme alguna
hija de mis patrones, mudaba pronto de alojamiento.—Ya fuese en las Iglesias, ya en los
paseos y teatros, ya en fin, en todas partes me ponía en guardia para no ser
sorprendido.— Solo me faltaba hablar de teología para ser un Don Patricio.—(¡Pobre
Don Patricio! Al mes de estar en Florencia supe que había muerto.)”
115 “A los dos años de mi permanencia en Florencia, pedí permiso a mi padre para
trasladarme a Roma y me dirigí a ese punto con tres amigos franceses: uno de mis
compañeros era arquitecto, otro escultor y el otro grabador: asi el coche que nos
conducía era una escuela de bellas artes. ¡Qué diferencia de este viaje al que hice con mi
Mentor! Mis camaradas y yo, riendo, salimos de la ciudad de los Medicis, y riendo
entramos a la ciudad de los Césares.”
116 “Como los cuatro viajeros nos habíamos convenido tan bien, viajando, resolvimos vivir
juntos en Roma. A este fin, luego que llegamos salimos del hotel en busca de un
alojamiento a propósito. El escultor y el grabador se fueron por un lado, y el arquitecto
y yo tomamos el camino opuesto.”
117 “Subimos y bajamos mil escaleras, sin encontrar lo que buscábamos: fatigados y ya de
regreso al Hotel, vimos, en la vía Frattina, un cartel anunciando cuartos de alquiler. Mi
compañero y yo subimos hasta el tercer piso y después de tocar una puerta entramos a
una sala, en la cual se hallaba una señora con tres arrogantes señoritas.—Eran las
patronas de dos cuartuchos que estaban por alquilarse.—El arquitecto y yo quedamos
pasmados con la hermosura de las chicas; pero no de las habitaciones, que apenas eran
suficientes para un individuo.—Mas mi compañero, sin consultarse con los amigos, ni
aun conmigo, principió a cerrar trato con las señoras. A mis observaciones contestaba
en francés—calle U. ¡Son tan bonitas!—No hubo remedio: las piezas quedaron
arrendadas, y para allanar dificultades, el arquitecto dispuso que él y yo viviríamos
juntos y que el grabador y el escultor encontrarían su nido en otra parte.—La
resolución no dejó de gustarme por lo pronto, mas reflexioné de que siendo las niñas
tres, y nosotros dos, bien me pudiera tocar una para mí solo: me asusté y puse en mi
lugar al escultor. Yo fui a buscar un lugar que ofreciese menos peligros.”
118 “No sé que ángel, protector mío, me hizo encontrar muy pronto un local que llenaba
todas las condiciones apetecibles. Encontré pues en la Vía Babuino una casa cuyos
patrones, marido y mujer, eran de un aspecto respetable, las dos criadas viejas y el
resto de los vecinos eran pintores, o escultores. Allí tomé un taller cuya ventana daba a
un jardín y de mi dormitorio no se veía la calle sino el traspatio de una casa vecina. Me
hallé pues perfectamente acampado para no ser sorprendido por el amor.”
119 “Además de todas las precauciones tomadas hice, en mi nuevo alojamiento, una
adquisición preciosa, contrayendo amistad con un pintor de Ginebra, soñador de oficio
y gran falansteriano. Dicho amigo era de palabra, al menos, un enemigo acérrimo de las
mujeres o, sobre todo, del matrimonio. Todo el día, con la pipa encendida, se ocupaba
en hacer teorías sobre lo perniciosas que eran las mujeres, tal como existían en Europa.
¿Podría encontrar mejor local y mejor compañero? Imposible.”
120 “Si Don Patricio hubiese resucitado a los seis meses de mi permanencia en Roma, habría
declarado que yo era un mozo cabal. Sin saber cómo, me volví agreste: el trato del
132
XV
122 “No sé que mañana de un mes de Mayo fumaba cigarro en la ventana de mi cuarto; mis
ojos miraban distraídos el patio de la casa vecina, cuando veo caer, como de cielo, un
clavel. Entonces levanto los ojos para ver de dónde podía venir esa flor, y pronto veo
que en una ventana alta, situada frente a la mía, se hallaba una joven rubia y arrogante
de aspecto, que componía un gran ramo de flores. La sorpresa que recibí fue grande,
pues ignoraba que esa casa estuviese ya habitada, y mucho menos esperaba que viviese
en ella una mujer tan hermosa y arrogante. Yo debí enrojecer de un modo escandaloso;
y habría tomado la fuga en el momento, si no hubiese creído que era vergonzoso el
manifestar mi turbación. Por las lecciones del falansteriano, yo también creía que la
mujer, objeto secundario, no merecía que se le diese tanta importancia. Sin embargo,
no tuve el valor suficiente para quedar mucho tiempo en mi puesto: al fin tuve que
retirarme de la ventana, y cerrar la mampara.”
123 “En ese día, no sé por qué, no tuve deseo de trabajar y hablé con el ginebrino mucho
más en contra de la mujer. En ese día tuve más deseos de quedar en mi cuarto que en el
taller.
124 Al día siguiente por la mañana, también fui a la ventana para fumar un cigarro, y
encontré, como la víspera, a la misma mujer arreglando sus flores. Después de
almorzar, volví a fumar otro cigarro en el mismo lugar, y la señora rubia leía no sé qué
libro. Por la tarde también me puse en el indicado sitio, y encontré en su puesto a la
vecina que, con su rostro apoyado en una de sus manos y con su mirar vago, formaba
un cuadro representando el símbolo de la reflexión. Por la noche la ventana, nido de la
paloma blanca, estaba oscura.
125 “Yo me acosté muy tarde, y me levanté muy temprano para fumar. Al cabo de media
hora la rubia se apareció con sus flores.—Yo arrojaba el humo con cierto aire de
indiferencia: ella arreglaba su ramo sin hacerme caso.— Así se pasaron ocho días, y así
también se fue el mes de Junio y Julio.”
126 “Esa igualdad, esa monotonía vino a romperla un joven pintor ruso, que alquiló la pieza
contigua a la mía. Dicho moscovita, tan luego como se apercibió de la vecina, se instaló
de pie firme en su ventana, y principió a querer entablar relaciones con la de blonda
cabellera, ya sea con indirectas en alta voz, cantando canciones amorosas &. Yo hasta
entonces no había experimentado lo que llaman celos, pero esas galanterías del vecino
me irritaron de tal modo que no quise ver más a la señora rubia y a este fin resolví no
asomarme más a la ventana.”
133
127 “Yo iba cumpliendo admirablemente mi propósito, pero no sé qué día sentí que el ruso,
con otros amigos suyos, hablaban, reían y cantaban en la ventana. No pudiendo
refrenar mi curiosidad ni la rabia, abro con desesperado ímpetu la mampara. La vecina
en ese momento no estaba en la ventana, mas apareció un instante después, y a su
presencia, redobló la alegría de los jóvenes. Ella airada mira la turba alegre y a mí, y con
ademán colérico cierra con fuerza las persianas.”
128 “Con semejante escena quedé yo mortificado, porque juzgué que tanto su ceño como la
acción de encerrarse se dirigían solo a mí, como una manifestación de fastidio y de
desprecio hacia mi persona. Con el alma llena de indignación prometí no volverla a ver
más. ¡Con qué severidad no reproché mi falta de carácter por haber salido a la ventana!
Ser tan débil por una mujer era cosa imperdonable.”
129 “Con el corazón nadando en hiel fui en busca de mi amigo el falansteriano para hablar a
dúo en contra de las mujeres.”
130 “Por muchos días jamás hubo enemigo más encarnizado del bello sexo que yo. Mas
parece que Satanás, en esa ocasión, se burlaba de mí, porque a pesar de mi odio por las
mujeres en general y por la vecina en particular, yo no hablaba sino de las hijas de Eva;
mis composiciones eran de ninfas, de diosas, de santas, y, cuando me dormía, la vecina
era el principal objeto de mis sueños.”
131 “Sin embargo yo me creía lleno de fuerza moral, pero una enfermedad quebrantó mi
pretendida fortaleza. Con motivo de unas fiebres, estuve varios días en cama, y cuando
estuve convaleciente, para distraerme, quise ver a la vecina sin que ella me mirase. La
operación era muy sencilla. Estando mi catre pegado a la ventana y poniendo un espejo
al frente, debía conseguir que allí se reflejara la imagen de la rubia. Cuando todo estaba
bien dispuesto, abrí con ligereza la mampara y precipitadamente me acosté.”
132 “Después de algunos segundos tuve el gran placer de ver a la vecina que, desde su
ventana, examinaba con atención mi cuarto. Yo, para no ser visto, a pesar de que no
podía distinguirme, porque estaba en un lugar oscuro, me cubrí con una manta y solo
dejé libres a los ojos.”
133 “No sé cuántas veces se apareció la vecina a su ventana. Al ver el interés con el cual
miraba hacia mi cuarto, yo principié a creer que no le era yo del todo indiferente; y por
la tarde, muy satisfecho de mi estrategia, me puse a fumar. Como la habitación ya
estuviese oscura, el fuego del cigarro se reflejó, sin la menor duda, en el espejo: y,
entonces, la vecina, apercibiéndose de mi engaño, se puso a sonreír. Estaba pues
descubierto, pero también ya estaba seguro de que la vecina no conservaba enojo para
conmigo. Ese gusto completó la curación.”
134 “Al día siguiente, muy temprano, salí como antes a la ventana para fumar y ya encontré
a la vecina con más flores que nunca. Al verla la saludé con la cabeza: ella hizo el mismo
ademán y me dice en voz baja (en italiano, pero con acento extranjero):
• Que pálido está U. ¿Ha estado U. muy enfermo?
• Sí: con unas fiebres muy fuertes (le contesto).
• ¡Por qué se ha levantado U. tan temprano! Eso pudiera hacerle mucho mal. ¿Ha tenido U.
quien lo asista con esmero?
• Sí: con el mayor descuido que pueda tener una criada indolente y torpe.
• ¡Poveretto!
135 “En ese momento el ruso abre su ventana. La vecina cierra una de las persianas para no
ser vista, hace un gesto de impaciencia, toma sus flores y se retira.”
134
136 “Yo quedé muy molesto con la importunidad del moscovita y mi impaciencia crecía de
momento en momento, porque la vecina no pareció por muchas horas en su puesto. Al
fin, a eso de las cuatro de la tarde, la blonda vino a su ventana, cargada de una fuente
de frescas y variadas flores.-Para no ser vista del fastidioso ruso arregló hábilmente la
persiana; para que no oyese nuestra conversación principió a hablarme por señas -
Todo iba perfectamente.”
137 “Después de haber hecho varios ramos, la vecina trajo un libro y principió a poner
ñores en algunas de sus fojas. Yo tenía muchos deseos de pedirle un clavel, una rosa o lo
que ella quisiera darme, y aprovechando de su generosidad en distribuir las ñores,
tomando yo el primer libro que me vino a las manos, lo abro y lo elevo en señal de
petición. Ella, poniéndose colorada, me dice no del modo más gracioso.-Después,
tomando su libro y sus flores, se retira.-Luego aparece amarrándose las cintas de su
sombrero y con la mano me dice- ¡adió!”
138 “Yo quedé lleno de gozo, y también quise respirar el aire libre. Salí al campo y no
regresé sino por la noche.”
139 “Al entrar en mi cuarto pisé un objeto elástico que cede al peso de mi pie: doy otro paso
y me sucede lo mismo: a medida que avanzo encuentro nuevo tropiezo. Entonces
enciendo precipitadamente la lámpara y veo con asombro que mi cuarto, desde la
ventana hasta la puerta, se hallaba regado de ramilletes. ¡Qué sorpresa! ¡Qué deleite!”
XVI
140 “Desde la lluvia de flores quedé muy amigo con la rubia. Ella me contó en voz baja o por
señas toda su historia. Era nacida en Munik: había recorrido casi toda la Europa con una
rica familia inglesa como institutriz: sabía muchos idiomas, conocía la música y pintaba.
La rubia era un Monte Parnaso.”
141 “Un día que estaba engolfado en una conversación con la vecina, siento que me tocan la
espalda. Era uno de mis compañeros de viaje, el escultor, que viendo a la vecina
exclama: ¡peste! la jolie femme.– La rubia se espanta y se esconde-yo quedo inmóvil, sin
saber qué decir. Pero el amigo, como buen francés, me ayudó a salir del paso
continuando–“es un magnífico modelo. Si U. quiere, y si no es U. un gran egoísta, le
hago la proposición siguiente: que U. la lleve a mi taller para que U. haga de ella un
retrato, un cuadro, o lo que mejor le parezca y que yo me indulte para hacer un busto.”-
Yo, por salir del paso, convine en todo cuanto quiso.”
142 “Uno de esos brillantes días del verano la hija de Munik me dice: ¡qué hermoso día!,
quiero pasearme.”
• ¿Adónde? (le contesto)
• Al Monte Pincio5.
• ¿A qué hora?
• A las tres.
• ¿Quiere U. que yo también vaya?
143 “Ella inclinó afirmativamente la cabeza y se fue.”
144 “Yo entonces, lleno de gozo y de temor, preparo mi toilette, la cual me costó mil
sinsabores, puesto que mis mejores botas estaban descosidas, mis pantalones de lujo los
hallé picados de gusanos, todas mis camisas sin botones y mi sombrero en un estado
135
deplorable para custodiar a una señora tan bien vestida como mi institutriz. Sin
embargo, hice lo que pude. Embetuné mi calzado, zurcí mis pantalones, empapé en
agua raz mi levita y las tres menos un cuarto me encontraron con un sombrero nuevo.-
Pero debo advertir que toda esta operación la hice a ocultas del amigo falansteriano.”
145 “A las tres en punto la vecina se presentó en la ventana y me dio la orden de partir tras
ella.”
146 “No puedo ni quiero referir a UU. el gran susto que tenía al marchar con una mujer a
dos varas de distancia. Mirando para todas direcciones, creía ver en cada hombre algún
amigo y sobre todo al terrible falansteriano. Por último, antes de entrar al paseo,
declaré formalmente a mi dama que no tenía valor para pasearme con ella en medio de
tanta gente: que si quería que anduviésemos juntos, iríamos al jardín solitario de la
escuela francesa que se hallaba cerca. Ella accedió.”
147 “Estando en la villa de Medicis, mis temores se redoblaron, porque me acordé de que
todos los pensionados me conocían. ¡Qué dirían al verme con una mujer! ¡Qué
escándalo!”
148 “La buena vecina no pudiendo, con razón, comprender el objeto de tanto temor
procuraba disipar mi cobardía.”
149 “Después de estar casi escondidos en el jardín nos retiramos, según creo, no muy
disgustados ambos de mi persona.”
150 “Una vez en mi cuarto tuve rabia y vergüenza de haberme portado tan mal en el paseo:
prometí conducirme mejor en otra ocasión; mas, en un segundo y tercer ensayo me
conduje tan mal como en el primero.—Decididamente, yo me encontraba más a mis
anchas con la vecina teniendo un patio de por medio.”
151 “No sé qué día se presentó la romántica rubia con los ojos inundados de lágrimas y con
sus blondos cabellos desgreñados. Sollozando me dice: me acaban de ordenar que esté
lista para marchar: hoy nos vamos a Florencia, de allí a París, y de París ¡quién sabe
adónde nos iremos!”
152 “Yo quedé consternado con semejante noticia. ¡Qué vacío tan grande iba a dejar,
partiendo la vecina, en su ventana y en mi corazón! Antes de que partiera le propuse
una entrevista para decirnos adiós: ella accedió y diligente fui en busca del amigo
escultor para pedirle la llave de su taller, situado al borde del Tíber, en el paseo llamado
de Ripetta.”
153 “No habiendo mucho tiempo para perder ambos estuvimos muy exactos en el punto
indicado. Entramos al taller del escultor y allí nos abrazamos con amarga efusión. La
sensible institutriz, después de bañarme el carrillo con sus lágrimas, cayó desmayada
en el sofá.”
154 Al verla pálida y convulsa, pierdo la cabeza y como loco, busco un poco de agua para
reanimarla. Pero ¡oh desgracia!, la fuente y las botellas estaban secas. Entonces,
tomando un vaso corro precipitadamente al río y con grandes dificultades consigo
sacar un poco de agua. Cuando llegué al taller ya estaba buena mi dama: ella misma me
abrió la puerta y me dijo: “adiós, ya me deben estar esperando”—Me tendió la mano y
se fue con paso precipitado.”
155 “Yo permanecí mucho tiempo en el taller en un estado de idiotismo. Vuelto en mí quise
ir a la puerta de la casa de la vecina para verla partir, pero antes de llegar a mi puerta vi
136
rodar a gran galope las dos sillas de posta conduciendo a la familia inglesa y a mi
institutriz.”
156 No había acabado de pronunciar Mercato estas últimas palabras, cuando llovieron sobre
la cabeza del narrador los sombreros de los miembros de la sociedad de la Calcina. El
pobre Mercato, con la paciencia de Cristo flagelado, recibió con sonrisa los insultos que
le prodigaban sus amigos, llamándolo animal, estúpido, camueso &. &. Este es el fin de
los segundos amores de Césare Mercato.
XVII
157 Cuando principié, señores Redactores, a escribir los “Tiempos pasados” no creí escribir
tanto sobre Mercato. Yo pensé ocuparme con alguna extensión de Venecia, de esa
mágica ciudad, fuente inspiradora de poetas y pintores, y que fue cuna de los Ticianos
(sic) y nido de Byron. Mas, reconociendo mi impotencia para tan ruda empresa, dejo
que plumas más diestras que la mía tracen con más perfección las aguas reverberantes
que bañan el puente de Riotto, la misteriosa góndola, los espléndidos palacios
iluminados por el radiante sol, la alta y delicada poesía de la reina del Adriático, cuando
su cielo se cubre con el melancólico manto de la niebla.—Verdad es que Venecia nada
pierde porque yo no la pinte: ya está descripta de diferentes modos y muchos genios
alcanzaron gloria rindiéndole homenaje.
158 También pensé, señores Redactores, describir los cuadros y otros objetos de arte
encerrados en los templos y palacios de Venecia; mas he reflexionado que, en el Perú,
por ahora, uno no debe ocuparse mucho de las artes, porque se expone a perder el
tiempo trazando líneas que, si son leídas, deben producir fastidio.
159 Mas, señores Redactores, si he de ser ingenuo, les confesaré con franqueza, que el
verdadero motivo por el que suspendo los “Tiempos pasados” es por ese terrible
continuará que se pone al pie de cada artículo. Para mí, escribir con el continuará, es lo
mismo que hablar con hipo o con tos. Ni podría hablar, si después de cada palabra
tuviese un ataque de tos, ni puedo escribir sobre una materia, si después de un artículo
viene el continuará para hacerme enmudecer durante un mes y medio, antes que
aparezca otro artículo y otro continuará. Basta, señores Redactores: yo me declaro
derrotado por el continuará y para no dejar incompletos los “Tiempos pasados” les diré
que el buen Mercato todavía vive, pero errante por la Italia, porque en la revolución del
48 tomó una parte muy activa y tuvo que salir de Venecia para no ser fusilado.
160 Con respecto al Barón Resen, también diré: que el buen señor sufrió grandes cuitas en
la misma revolución, porque el pueblo lo persiguió por ser partidario del Emperador de
Austria; mas después, reinando la paz en Venecia, sigue viviendo como antes en medio de
los artistas.
161 Bien pues: los “Tiempos pasados” quedan concluidos; pero, antes de abandonar la
pluma, como por despedida, quiero referir la siguiente historia.
162 En el café de Miguel Ángel, en Florencia, se reunían muchos artistas. Allí, por la noche,
todo era buen humor, todo alegría: cada cual daba su contribución improvisando
chistes o relatando anécdotas graciosas. En esa turba espiritual y alegre también se
encontraba un inglés muy desabrido, con pretensiones de salado, y, cuando alguien
contaba alguna historia que arrancaba aplausos y carcajadas del auditorio, se levantaba
el inglés para decir: “Señores, esto no es nada—lo que yo voy a contar sí es muy
137
NOTAS
1. Ángel Fernando Quirós (Arequipa 1799 – Lima, 1862), poeta excéntrico que logró cierta fama
por su comportamiento excesivo y su vestir andrajoso. Al asumir la administración de la herencia
familiar en 1816 empezó una larga serie de litigios con acreedores y deudores. Se llegó a
cuestionar su salud mental, pero logró una certificación médica que demostraba su aptitud y en
1840 viajó a Lima para gestionar la ratificación judicial de este fallo. Allí inició una campaña en la
prensa contra sus detractores y comenzó a publicar una extensa serie de composiciones poéticas,
que luego reunió bajo el título Delirios de un loco (1857-1858). Según Manuel Atanasio Fuentes,
“…pocos hijos de las musas escribieron en su vida más versos que él. Ningún acontecimiento
célebre ocurrió en ningún rincón del globo que no mereciera un soneto de Quiroz (sic).” Véase
Lima. Apuntes históricos, descriptivos, estadísticos y de costumbres (París: Librería de Firmin Didot...,
1867): 211-212. Véase también Tauro, Enciclopedia ilustrada del Perú, vol. 5, pp. 1742-1743. Ed.
2. Laso toma aquí una distancia irónica frente a los intentos de sistematización y elaboración de
tipologías típicas del XIX, y en particular a las teorías sociales de Charles Fourier (1772-1837), uno
de los fundadores del utopismo socialista francés. Los miembros de la sociedad imaginada por
Fourier se organizaban en “falanges”, de acuerdo a sus caracteres, capacidades, gustos y
pasiones. Ed.
3. Juan Manuel Ugaite Elespuru, quien señala el velado carácter autobiográfico de este ensayo,
identifica a Patricio Jil con el pintor Miguel Espinoza de los Monteros, amigo de Benito Laso,
quien habría acompañado a Laso en su primer viaje a Europa. Véase Ignacio Merino. Francisco Laso,
Biblioteca Hombres del Perú, cuarta serie (Lima: Editorial Universitaria, 1966): 117. Ed.
4. Una estatua griega muy conocida entre los artistas.
5. Paseo de Roma – uno de los más bellos del mundo.
138
NOTAS FINALES
*. *“Tiempos pasados”. La Revista de Lima 4, n° 2 (15 de julio de 1861): 49-59; “Tiempos pasados
(continuación)”. La Revista de Lima 4, n° 5 (1 de setiembre de 1861): 185-204; “Tiempos pasados.
Segundos amores de Mercato”. La Revista de Lima 4, n° 8 (15 de octubre de 1861): 324-337.
139
1 La casualidad ha puesto en mis manos un escrito que lo remito a UU. para que lo
publiquen, si lo tienen a bien.
2 Siento mucho el mandar ese escrito anónimo: pero no puede ser de otra manera, puesto
que su autor, al concederme la autorización para que se publique su escrito, me ha
prohibido que revele su nombre. Mas, si UU. exigen, por ser de reglamento una firma,
yo pondré la mía; y no será la primera vez que un hombre ponga su nombre al pie de
una obra ajena.
3 Señores Redactores—soy como siempre, de UU. su más atento y S.S.
4 FRANCISCO LASO
MI CUMPLE AÑOS**
5 A LOS SEÑORES F. P., I. N., J. M. C. (AMIGOS AUSENTES)
Recuerde el alma adormida,
avive el seso y despierte
contemplando
como se pasa la vida,
como se viene la muerte
tan callando.
JORGE MANRIQUE
6 Queridos amigos:
7 Son las tres de la mañana: todos, en casa, duermen como muertos; solo yo estoy en pie
como guardián que vela. El café, tomado con exceso, probablemente me ha quitado el
sueño.
8 No pudiendo dormir, he resuelto que el cuerpo trabaje para que distraiga a la cabeza
inquieta.
9 Para no molestar a los que duermen nada puedo hacer mejor que ponerme a escribir: y,
con el objeto de evitar más afanes a mi pobre cabeza, buscando un tema que tal vez no
encuentre, finjo, mis buenos amigos, que yo quiero hacerles mis confidencias por
140
II
10 En otros tiempos, cuando era niño, mis buenos padres me aseguraban que yo había
nacido en tal día del año: yo jamas dudé de la verdad a ese respecto, ni podía hacerlo,
puesto que ese día recibía la prueba con alguna ofrenda. ¡Qué alegre era entonces el día
de mi cumple años! En ese día no iba a la escuela, tenía dinero y estaba rodeado de
muñecos: ¡era feliz como un presidente de la República!
11 Pero, señores, ¡cuán variable es el hombre! Ese día, el de mi cumple años, que tan feliz
me hacía en la niñez, principió a serme azaroso desde que pasaron por mis quince
otoños; y puedo decir que, ese aniversario, ha sido a veces para mí agobiante pesadilla.
12 Ayer en la mañana, por ejemplo, mi cuerpo reposaba en su mullido lecho y mi alma, tan
feliz en sueños, vagaba entre espesos bosques, volaba apacible por los aires, o marchaba
sobre el mar, como quien pisa sobre arena, cuando, de repente, mi cuerpo se estremece
asustado, y el alma viene rápida en su socorro y despertando me tranquilizo, porque me
convenzo que los gritos que se oyen son voces de alegría, que las detonaciones
alarmantes solo son el traquido de los cohetes de la China que revientan en mi honor.
Todo me hizo recordar que era el día que suelen llamar “el día de mi santo”.
13 Entonces, lejos de alegrarme con los míos, volví a reclinar la cabeza sobre la almohada y
cubriéndome el rostro me puse a suspirar—¿y por qué?— no lo sé.
14 Y entonces, sin saber por qué, se me presentó a la memoria un inmenso panorama en el
cual veía a la vez todas mis acciones, desde la niñez hasta mi edad presente, y entonces
tuve mucha pena y me dieron deseos de llorar—¿y por qué? También lo ignoro—no lo
sé.
15 Y, así como mis ojos se enturbiaron, también la memoria se empañó, y todo mi ser fue
torturado por un dolor que debe ser el mismo que sufre el hombre cuando muere. Mas
después de ese paroxismo, los ojos, poco a poco, se secaron, y también, recobrando la
memoria su vigor, los mismos cuadros de mi vida volvieron a situarse ante mi vista.
16 Y, cuando me vi niño tuve gozo porque sentí mi ser bañado de inocencia: me pareció
que aún tenía la hermosa cabellera que inundaba mis hombros: me divertía
contemplando el interés con el cual yo miraba entonces surgir a mi cometa, cual grave
astrónomo que persigue a un astro. Todo lo veía: y lo que miraba se me representaba de
un modo tan claro, que dije: ¿no parece que fue ayer cuando estuve en la escuela? Y yo
mismo contesté: “no fue ayer; hacen más de treinta años”. Y entonces, después de un
hondo suspiro salido del corazón, exclamé—¡cómo se pasa la vida tan callando!
17 Y para aliviar la tristeza volví a mirarme, cuando tuve quince años y mi pena se disipó
viéndome tan bueno, porque, en efecto, señores, ¿quién no es bueno cuando tiene
quince años? Yo vi entonces mi mirada franca, expresando la paz de la inocencia,
141
mirada pura que no servía para disfrazar el odio ni el desprecio, porque entonces, para
mí, todos los hombres eran buenos. Yo me seguía con amor en los paseos, en mi cuarto,
recordaba mis simpatías, mis gustos y temores. Todo lo que sentía entonces me pareció
que lo había sentido ayer; y sin embargo, ese buen tiempo que pasó ya está muy lejos. ¡Y
tanto!
18 También me vi expansivo, cuando cumplí veinte años, y sonreí con pena al recordar
tanta ilusión contenida en mi mente. Yo, en ese tiempo, dominado por la noble
ambición, tenía por amigos a los hombres grandes: los profetas eran mis maestros, las
Sibilas mis nodrizas: Dante, Miguel Ángel y Rafael eran mis parientes: todo lo grande
era mío.
19 Y al recordar todos los sueños de la juventud pasada tuve pena; y, como estaba
distraído, dos lágrimas fugaron de mis párpados, y cayeron rodando por mis sienes.
Mas, volviendo de mi sorpresa, no fui severo con mi debilidad, y condescendiendo con
la ambición de los lejanos tiempos, disculpé mi presente dolor; y aun dije.—¡Oh
ambición!, ¿qué te hicistes? ¿Has muerto?—Yo no contesté nada, pero mi corazón
palpitó con fuerza. ¿Y por qué? No lo sé.
20 Después de esto no pude formular un pensamiento, porque todas mis ideas se pusieron
en desorden y sucesivamente se borraban las unas a las otras. Al fin, una segunda salva
de cohetes me despierta del sopor y maquinalmente me levanto y me visto. Entremos a
la vida real.
III
21 ¿Quién de UU., amigos, no ha sido alguna vez festejado en el día de su cumple años? Lo
que a UU. les aconteció en semejante día, también me sucedió a mí. Al verme, los míos
me saludaron con amor. La solícita esposa me presenta como ofrenda un objeto tejido
por sus manos: el moreno descendiente de África me muestra su blanca dentadura: el
melancólico indígena hace un esfuerzo para que su inmóvil mejilla se pliegue y sonrían
sus labios: también el hijo del Celeste Imperio, teniendo en sus manos un pavo que debe
ser inmolado en honor mío, me enseña festivo su idiota y anti-artística máscara. Toda
esa gente es mi tribu; el ruido del molino del café es la música con que se me recibe, y el
olor del perfumado Yungas es mi incienso.
22 Después viene el almuerzo y en seguida, llegan uno por uno los amigos: también se
aparece de vez en cuando algún sirviente que deposita el nombre del amigo, que no
pudiendo o no queriendo venir a mi aposento, me saluda de lejos.
23 Y al ver reunidos a los amigos y jugando con las tarjetas de los que en mí pensaron, dije:
en verdad que puedo llamarme feliz, puesto que hay quienes se acuerden de mí, siendo
pobre y oscuro; porque en el mundo, en general, el hombre es insecto de aquellos que
solo buscan los lugares en donde se encuentra el jugo, y los sitios que tienen mucha luz.
—“Si yo fuera ministro o millonario, dije, nada tendría de sorprendente el ver que en mi
ante-sala se arrastrasen gente mitrada y soberbios generales”. Y, al pensar que existían
individuos, que sin temor de tropezar en la oscuridad que me circunda me buscaban,
tuve gozo; y esos amigos se elevaron en mi concepto, no tanto por la honra que me
hacían, cuanto por el interés que demostraban, buscando al hombre tan solo por simpatía y
no por cálculo.
142
IV
26 En el resto de la noche, cuando todos se divertían a su modo, yo también quise gozar a
mi manera, y poniéndome en un rincón me divertí mirando a los demás. Y al ver a los
otros alegres dije: ¿y por qué se celebra el día que uno nace, cuando ese día nos advierte
que estamos un año más próximos de nuestro fin? Si me festejaron cuando nací, si hubo
contento cuando de mis encías brotaron los primeros dientes, ¿por qué se alegran
cuando se me desguarnecen las mandíbulas, cuando se dispersan mis cabellos?
¿También bailarán cuando mis miembros trémulos reposen en un sillón? ¿Y también
habrá alegría cuando mi débil pero convulsa tos parezca un esfuerzo de agonía?—Si es
natural el alegrarse cuando uno se aproxima a su fin, justo es que los salvajes bailen
alrededor del muerto.
27 Y diciendo esto mi mente quedó conmovida por una gran sublevación que formaron
mis ideas: todas se movieron a la vez: todas querían dominar: al fin venció una idea, y
esta fue, que yo estaba muerto y tendido en el ataúd.—Y poniéndome en presencia de
mi cadáver le pregunté—¿qué has hecho en el mundo para que se acuerden de ti los
hombres, cuando ya no les importunes con tu presencia!—Y mi cadáver conservó su
silencio y no me quiso contestar…Y entonces, con gran crueldad me acerco a mi cuerpo
tendido y poniéndole una mano en el pecho y un índice en la frente le dije: ¿y por qué
te llevas lo que Dios puso aquí, ya fuera bueno o malo, para que lo dejaras en la tierra?…
¿Por qué fuiste avariento con lo ajeno?…¿Por qué no has dado sino mezquinas muestras
de lo que podías hacer?…Di, ¿por qué te hiciste esclavo de la indolencia y repudiaste a la
actividad?…
28 Y entonces me pareció que mi cadáver suspiraba, y entonces yo también tuve pena y
deseo de llorar.—Tal vez estuve muy severo con mi cuerpo: tal vez, el pobre, tuvo
inconvenientes para hacer más de lo que hizo………
29 Felizmente el ruido que hacía la gente al despedirse me despierta de mi pesadilla; y
recobrando la tranquilidad acostumbrada me levanto y todos, al salir, me dicen
apretándome la mano: “que el año entrante lo pase U. tan feliz como el presente”.—Yo
me sonrío entonces.
143
V
30 Basta, señores. Ya estoy cansado de escribir. Voy pues a soltar la pluma: pero antes,
quiero hacerles una ligera explicación para que UU. no se rían de mí, creyendo que me
he convertido en un poeta de aquellos que gimen y lagrimean por costumbre. Muy lejos
estoy de pertenecer a la escuela de los llorones. Lo que les cuento hoy es el sentimiento
de un solo día, y UU. serían inclementes si no perdonasen al hombre que solo tiene
spleen una vez por año. UU. saben muy bien que cada hombre tiene su manía: yo tengo
la de no estar contento el día de mi cumple años; pero les puedo asegurar, que en los
demás días del año tengo tan buen humor como cualquier pobre de espíritu.
31 Tampoco, mis amigos, crean que en todos mis cumple años tengo hidrofobia: no por
cierto. Muchas veces no hago, en tal día, sino exclamar con pena: ¡ya tengo tal edad y
no he hecho nada de útil ni de agradable! Y para consolarme me uno a los demás, para
beber y jugar; que al fin el tomar vino es hacer algo de agradable, y el jugar es muy útil
para llegar a ser hombre de importancia, entre nosotros.
32 Mas, señores, como ya es tiempo que la madurez haga su efecto, yo les prometo no ser
más tonto el día de mi santo: que vengan pues, unos tras otros, esos terribles días para
recibirlos con calma: y si de aquí a veinte años nos reunimos, al recordar nuestros
felices y lejanos tiempos, solo les diré a UU, sonriendo—
¡Cómo se pasa la vida,
como se viene la muerte
tan callando!
33 Lima, 13 de mayo de 1861.
NOTAS
*. * “Mi cumpleaños”. La Revista de Lima 6, n° 2 (15 de julio de 1862): 68-75.
144
1 Señores Redactores, ustedes saben que muchas veces olmos una tonada que nos
persigue, en nuestro interior, durante mucho tiempo. Lo mismo acontece con ciertas
frases que nos persiguen hasta el fastidio. Así me sucedió con ciertas palabras salidas de
la celosía de una ventana. Cuando pasaba, una voz femenina exclamó ¡Quién pudiera ser
tan tonto para ser tan feliz! (tal vez era una alusión al transeúnte). Esa frase, desde su
origen, es decir desde la ventana, me persiguió por todas partes, y, al fin, aburrido,
quise fijarme en ella para analizar su espíritu, como quien lleno de impaciencia detiene
el paso y pregunta al majadero que lo sigue—“diga usted por fin qué pretende”.
2 Para pensar más a mis anchas me acosté en un sofá (porque siempre se piensa con más
descanso cuando uno no tiene el trabajo de guardar su cuerpo en equilibrio) y tomando
el tema de “quién pudiera ser tan tonto para ser feliz” me puse a divagar. No tardé
mucho tiempo en encontrar la gran verdad que encerraba la sentencia; pues, a fe mía,
recorriendo en mi mente el gran número de tontos que he conocido, hallé que, esos
tontos eran muy felices, y que siempre, en ellos, la felicidad estuvo en proporción de su
simpleza.
3 Mas, girando en torno de la frase por la cual se envidiaba tanto al necio, hallé, en mi
concepto, que la felicidad no es solo el patrimonio de los tontos, sino que hay entre los
hombres varias organizaciones por las cuales se puede ser tanto o más bien-aventurado
que los simples. Y como hace algún tiempo que no pago mi tributo a nuestra modesta y
agonizante “Revista”, quiero fijar en el papel lo que pensé en el sofá, para que este mal
combinado artículo haga parte de la mortaja que envuelva al infeliz periódico si es que
muere.
4 Para ya hemos hecho, sin saber cómo, una introducción, bueno será advertir en este
prólogo, que no siendo yo poeta para abusar de las voces desgracia, infelicidad, desdicha, y
no creyendo por otra parte que exista felicidad completa en este mundo, llamaré feliz al
ser humano que menos sufra en cuerpo y alma en la tierra.—Ya parece que podemos
entrar en materia hablando sobre los bien-aventurados.
5 Estoy muy distante, señores Redactores, de ser comulgador de oficio, más lejos estoy de
besar los empolvados ladrillos de las iglesias, olfateando en los pavimentos de los
145
templos, albaceazgo y enfiteusis. Tampoco ostento un piadoso celo cargando por las
calles la imágenes de cedro: mas, a pesar de mi exterior irreverencia, ya que me cabe el
hablar de los bien-aventurados, tendré el placer y el honor de colocar a los que moran
en el cielo en el primer rango de los felices en la tierra.—No trepidaré, pues, en decir
que los santos y los que merecen ser canonizados, son los más felices en este mundo.
6 El santo es el único ser humano que tiene el privilegio de ser feliz en cuerpo y alma. El
santo es feliz en su cuerpo por que no solo prescinde de sus dolencias sino que saca un
goce de sus dolores que lo martirizan. Lejos de creerse infeliz, el santo, con los
sufrimientos corporales, mientras más sufre es más dichoso; porque (sirviéndonos del
lenguaje económico de la actualidad) esos dolores los entrega a Dios como dinero
contante y sonante para consolidar su fortuna en la otra vida: mientras más sufre más
contento se halla, puesto que aumenta su capital. El libre cambio que se establece entre
los santos y el cielo, es de sufrimientos terrenales por delicias celestiales. Y, así como
hay comerciantes activos que apuran todas las dificultades para aumentar su fortuna,
también hay santos fervorosos, activísimos, que no se conforman con las entradas de
las dolencias ordinarias, y buscan el aumento rápido de su capital por medio del
constante ayuno, del silicio y de otros tormentos crueles para el cuerpo. Ya, el no sentir
los sufrimientos corporales, que tanto nos abruman, sería una gran fortuna. ¿Y cómo no
ha de ser ventura sin igual el convertir los tormentos en delicias?
7 Con respecto a la moral del santo, diremos que, exceptuando una que otra tentación,
uno que otro crepúsculo, está lleno de goces; puesto que siente la inefable dicha de
estar, ya por la comunión, ya por la oración, en perpetuo contacto con el señor de
señores, con el principio y fin de las cosas, con la fuente de la suprema felicidad. ¿Qué
placer puede compararse a los éxtasis prolongados de Santa Teresa y de San Francisco
Javier? El santo es sin la menor duda el ser más feliz en la tierra y no solo por virtud
sino hasta por egoísmo, uno debiera envidiar2 la organización de los ascéticos.
8 Inmediatamente después del santo el hombre más feliz es el tonto. Mas no crean
señores Redactores del “Cosmos”, que esta proximidad tenga algo de irreverente. Estoy
cierto de que esos señores serán de mi opinión después de que nos hayamos explicado.
9 El tonto, el simple, o el cándido (como llamamos al necio) es bienaventurado en este
mundo, porque es el único que goza de la tierra. La sola desventaja que tiene el tonto
comparándolo con el santo es, que siente más que este los sufrimientos del cuerpo; pero
el espíritu del necio también está en perpetuo goce, con solo la diferencia, que el santo
fija el punto de apoyo de sus delicias en Dios y el tonto en su persona. El amor piadoso
tiene su expansión hacia el cielo y el amor del cándido se reconcentra en su persona: el
uno es amor centrífugo y el otro amor centrípeto; pero ambos son amores que
producen inapreciables goces para el feliz que los posee.
10 ¿Quién no conoce a muchos tontos felices? ¿Quién no ha observado que la felicidad del
tonto está en razón directa de su necedad? El necio cree siempre ser hermoso o, cuando
menos, simpático: cree poseer todos las dotes para agradar: siempre está persuadido de
que sus acciones son sublimes. Hay tontos positivamente necios y superlativamente
felices, que viven en ferviente adoración de sus personas: ellos mismos se adoran y se
inciensan, ellos son, a la vez, ídolos e idólatras. En vano la fortuna adversa o la sociedad
pretende hundir al necio: el tonto, nadando en su vanidad, siempre sacará a flote su
orgullosa cabeza, mirando la desgracia por el lado que más lo favorezca. El desprecio y
la burla, los recibe el tonto como resultados de la envidia que se le tiene, y si por
tolerancia, se condesciende en sus majaderías, piensa que es por acatamiento a su alto
146
mérito. ¿Quién no conoce a tontos de esta especie?, y ¿quién podrá dudar que los necios
sean muy felices en la tierra? Miguel de los Santos Álvarez 3, hablando de los tontos, dijo
que eran
¡Almas de cuerno!
felices en verano y en invierno.
11 El tercer lugar, entre los felices, lo ocupará el estoico, es decir, el hombre de espíritu
fuerte y elevado, porque este participa de las cualidades del santo y de las del tonto. El
estoico, con la fuerza de su espíritu, doblega o disminuye los sufrimientos del cuerpo y
del ánimo; y aun cuando no sienta las delicias en el dolor, como sucede con el santo,
experimenta una real satisfacción en vencer los dolores y contratiempos de la vida. El
estoico tiene su consuelo en sí, como el tonto y, en medio del contraste, se engríe de su
fuerza y halla un vivo placer en la lucha que ejercita su pujanza moral.
12 La organización del estoico tal vez es la mejor para hacer el tránsito de la vida, porque
es lo que el navío bien construido para una larga navegación. El estoico resistirá con
brío las tempestades que lo rodean y sobrenadando con valor, en la desgracia, llegará al
gran puerto de la eternidad con menos averías y aflicciones que quien tuvo un espíritu
débil.
13 El filósofo estoico, tal cual lo concebimos, no es el ser insensible que no sufre por falta
de ternura: es el que padece pero que resiste al sufrimiento: es el hombre que quiere
parodiar a Dios en la calma grandiosa, midiendo y subordinando a su antojo los dolores
y placeres que puedan descubrir la debilidad humana. El estoico tendrá pues su
felicidad en la desgracia, porque su parte cómica o grandiosa se halla satisfecha:
igualmente en los ratos de felicidad, podrá gozar de la dicha, en tanto que no se
compromete su severidad de hombre superior.
14 En el cuarto grado de los bien-aventurados pondremos a los hombres que por su
organización pertenecen a la escuela de Epicuro.
15 El hombre que cree estar facultado para gozar en alto grado y con la misma fuerza de
los deleites del espíritu, del corazón y de los sentidos, parece que debería ser el más
feliz entre los de su especie. Pero puede creerse, sin ser Iriartes, que el epicúreo se
parece al pato que nada, corre y vuela sin hacer nada a la perfección. También puede
pensarse que el santo, el estoico y el tonto, en sus momentos de ventura, gozarán de
una felicidad más intensa que el epicúreo.
16 El epicúreo que tanto ansia gozar física y moralmente no podrá tener goces francos y
completos en lo material y en lo moral porque su parte bruta y su espíritu, se
encontrarían mucho más que lo que se favorecen al recibir los goces.—El epicúreo suele
tener los inconvenientes de los elementos material y moral, u obtener sus goces por
completo.
17 La alianza de la materia y del espíritu en el epicúreo, es un matrimonio desgraciado en
el cual ambos consortes tienen iguales derechos pero inclinaciones distintas: suele
hacerse en el matrimonio ciertas concesiones, pero estas no son tan latas que un
consorte pueda quedar en completa libertad. Por esta razón, la moral del epicúreo no
puede elevarse a mucha altura en busca de la felicidad ideal, porque la materia,
embotándolo, lo contiene y lo arrastra hacia la tierra; ni tampoco puede enfangarse
como su parte bruta lo exige, sin llevar en su conciencia la vergüenza y el
remordimiento. El epicúreo, por sus instintos, siempre busca placer, pero las más veces
no halla sino el fastidio.
147
——————
24 Ya me parece haber escrito demasiado para no decir nada de importancia. Pero, antes
de soltar la pluma, creo prudente el confesar, que en este artículo no he tenido más
objeto que el distraerme, divagando sobre los bien-aventurados en la tierra, sin estar
bien persuadido de lo que es felicidad, ni saber cuáles son los caracteres ni las
condiciones más felices para el hombre. Hago esta prevención, para evitar que algunos
piensen que yo tengo la pretensión de ser sondeador del alma, Gantherot 4 del espíritu
humano, que busco para no encontrar la fuente de la verdad. ¿Ni cómo podría abrigar
la idea de decidir que una organización es más feliz que otras, cuando si reuniésemos
una asamblea compuesta de santos, de tontos, de estoicos, de gastrónomos y pastores,
con igual objeto, la cuestión “felicidad” sería materia interminable de discordia? ¡Cómo
se divertiría uno asistiendo a la barra de semejante congreso! ¡Qué algazara! ¡Qué
embrollo!
25 Mas, reflexionando en que todo estrado es una comisión permanente, en donde nunca
faltan tontos ni escasean los gastrónomos, y temiendo por otra parte con justicia hacer
un fiasco con mi artículo, retiro mi proposición sobre el orden que deben ocupar los
necios; declarando, además, que se tenga por no escrito el presente “Croquis sobre los
bienaventurados en la tierra”.
26 Lima, noviembre 20 de 1862.
NOTAS
2. “enviar” en el original. Ed.
3. Miguel de los Santos Álvarez (1818-1892), escritor romántico español, autor de María (1840), La
protección de un sastre: novela original (1852) y Tentativas literarias. Cuentos en prosa (1864). Ed.
4. Referencia a Joseph Gautherot, “hidróscopo” francés que causó sensación y expectativa en
Lima al identificar primero un manantial en la hacienda de Florentino Tristán y luego otro en el
pueblo de Chorrillos. Véase la Biografía de José Gautherot, hidróscopo, traducida al castellano de la
Tercera edición francesa (Lima: Tipografía de José María Monterola, 1860). La Revista de Lima
también comentó sus descubrimientos. Véase Juan Vicente Camacho, “Revista de la quincena”, La
Revista de Lima, II (15 de julio de 1860): 85 y Ricardo Palma, “Revista de la quincena”, La Revista
de Lima, II (1 de noviembre de 1860): 630.
NOTAS FINALES
1. * “Croquis sobre los bien-aventurados en la tierra”. La Revista de Lima 6, n° 11 (1 de diciembre
de 1862): 422-429.
149
I
1 Es en extremo embarazoso el pretender discutir sobre cualquier asunto, cuando el que
escribe no tiene adornada la frente con doctorales borlas, cuando ni aun siquiera tiene
el alto honor de ser representante de remota y virginal provincia. Solo los doctores y los
padres conscriptos, teniendo o no teniendo algo en la frente, poseen el derecho de
decirlo todo. Pero, si por desgracia un hombre sin título, pero de profesión conocida,
pretende dar su opinión en cualquier materia que no tenga conexión con el oficio,
entonces el respetable público se escandaliza y los celosos doctos exclaman ¡zapatero a
tus zapatos!
2 No siendo pues nosotros leguleyos ni siquiera representantes de un gremio de
artesanos, nos sentimos llenos de pavor al trazar ciertos renglones que no tienen
relación con el arte. Verdad es que, al hablar de elecciones, tal vez no invadimos el
terreno ajeno, puesto que los señores y doctores de alto coturno, desdeñando todo lo
público que no rinda un sueldo o un privilegio, han librado los comicios a la gente de
menos importancia, para que hagan muchas veces tráfico con lo que debiera ser
sagrado en la República. Y, si a un cohetero le es licito el arengar en pleno club, ¿por
qué, en materia de elecciones, un dibujante no tendrá derecho para trazar sus croquis
con su pluma?—¡Ea, pues! Manos a la obra.
II
3 En todos los puntos de la República, cuando se aproximan los días de elecciones de
diputados y de presidente, se difunde en las masas pacíficas un inexplicable terror, una
150
extraña inquietud, solo comparable con el pavor que suelen inspirar ciertos presagios
siniestros que anuncian la próxima calamidad. Y, en efecto, ¿qué cosa han sido, casi
siempre, entre nosotros, las épocas eleccionarias, sino momentos de angustia, de
desorden y de escándalo? Esos días aciagos casi siempre han sido fecundos en
acontecimientos deplorables, y la causa principal de las desgracias que ocurren en
semejantes días y de los malos ejemplos que quedan para lo futuro, consiste en que las
personas de importancia, y en general todo hombre de bien y pacífico, encerrándose en
su mal calculado egoísmo no han querido tomar parte en la cosa pública.
4 Y como la gente de valer, la importancia, la obligada, se ha excluido voluntariamente de
los comicios, han sido forzosamente reemplazados por otros individuos; quienes, triste
es decirlo, las más veces solo han visto en los comicios una feria en la cual esperan
cosechar abundantes frutos.
5 La indolencia, el alejamiento, el horror que se tiene a los comicios es tan grande, que
constituye desprestigio el mezclarse en todo lo que sea elección para los cargos
públicos. Es necesario tener mucho valor, demasiada despreocupación, para que un
hombre reputado de formal quiera comprometer su fama, mezclándose en las
elecciones populares. De aquí ha resultado, que muy pocos hombres de orden han
tomado parte en los comicios, y que estando la gente honrada en ridícula minoría, casi
nunca ha podido luchar con ventaja con la numerosa turba de ambiciosos
especuladores.
6 Los hombres desinteresados, puramente patriotas, abandonados de los suyos, han sido
arrollados siempre por el número, por la fuerza; y, puede decirse, que la voluntad de la
parte sana de la nación peruana, siempre fue ahogada por la algazara de las turbas
embriagadas dirigidas por ineptos o bellacos tribunos: que en la República los electores
y diputados (no indicamos a los presidentes, porque no nos formen chismes con su
Excelencia) casi siempre tuvieron mal origen, pues por lo común fueron hijos bastardos
nacidos de la intriga y de la fuerza bruta. ¡De semejantes alumbramientos era natural
que salieran los frutos que han salido!—Recórrase toda la República y examínense los
colegios electorales, contémplense las muy honorables municipalidades, admírense a
nuestros soberanos congresos—¡qué horror! Al contemplar a ciertos individuos de las
citadas corporaciones, bien quisiera un patriota agarrarse la cabeza con sus dos manos
y arrojarse al suelo de despecho.—¿Pero qué hacer?—Dicen que así lo quiso el Pueblo
Soberano.—Sin embargo, no se crea que nosotros negamos que en todos los congresos
hayan habido hombres de notorio mérito.
III
7 Todos hemos presenciado los espectáculos cómicos trágicos que se llaman elecciones
populares.
8 Por un aparte se ha visto al diminuto partido de la oposición, y por otro lado al
numeroso, bien pagado y mejor armado partido del gobierno— del orden. Ambos
partidos se organizaron siempre bajo la espesa nube del humo del tabaco, del olor del
aguardiente y de la chicha, y del traquido entusiasta de los cohetes. Hubo siempre
discursos llenos de espíritu público.—Los candidatos o los principales capituleros hicieron
su profesión de fe y siempre bebieron un trago por los principios, por las ideas, por la
151
parte. Si se quiere tener mejores municipalidades (como las del Callao, por ejemplo),
mejores electores, y mejores diputados, la gente de orden debe elegirlos.
15 Pero, durante las elecciones ¿qué es lo que hace esa gente pulcra y descontentadiza, esa
gente que se llama de orden, de importancia y de juicio?—Da tristeza el decirlo.—Los
hombres de orden y de juicio se agazapan y se esconden como liebres. Solo cuando el
drama concluye, la gente de orden sale de sus madrigueras—para ridiculizar a ño fulano
que ha salido de municipal o elector,—para escandalizarse al saber que tal farsante (en
caso que lo sea) ha salido de diputado,—para levantar los hombros y sonreír con
desprecio, si el presidente electo (se entiende por la voz unánime y espontánea) no
tiene la sangre azul ultramar, a quien le llama el chino, el mulato, el cholo y el indio.—
Verdad es que la crítica hacia el jefe del Estado estuvo siempre distante de ser muy
ofensiva, puesto que la gente de alto coturno, cuando se ofrece, cala sus albos guantes,
clava su mejor prendedor en la corbata, empuña su mejor bastón y se dirige
complaciente a palacio, para inclinar un rostro amable ante los pies del mulato o del cholo
que ocupa el primer puesto.—Siempre se cuenta, después de la visita, que el Presidente
estuvo muy amable.—S.E. siempre tiene algunas ocurrencias que se repiten a todos los
amigos...La adulación y el interés son los mejores buzos: ellos encuentran siempre
peleas, en donde la sinceridad no encuentra fondo.
IV
16 ¿En qué país existimos? ¿Qué sistema nos rige? Vivimos en una república o bajo el
imperio del Czar (sic) autócrata de todas las Rusias? Si estuviésemos mandados por un
autócrata, sería disculpable la indiferencia que muestran nuestros hombres de orden
para la cosa pública; porque, en el sistema absoluto, los particulares no pueden ni
deben mezclarse en las cosas del Estado.—Todas las clases del pueblo no tienen más
obligación que la de obedecer. Si el Czar (sic) ordena que los súbditos bailen no hay más
remedio que mover los pies. Si el Emperador manda que tal individuo vaya a la Siberia,
ese no tendrá más recursos que resignarse y dirigirse silencioso a su destierro.
17 En las monarquías absolutas, los hombres de orden pueden, sin ser indolentes, fumar
un buen cigarro, tomar buen vino y dirigir su elegante coche sin inquietarse de la
marcha del Estado; porque, allí, el emperador, el rey, el amo es el gran servidor que
debe ocuparse de gobernar a su pueblo: él inventará las leyes que más le cuadren, y
buscará entre sus vasallos quienes las hagan cumplir. Pero en la república sucede lo
contrario, puesto que el amo, es decir, el pueblo soberano, busca quienes les formen y
hagan cumplir las leyes, quienes administren sus rentas; en fin, quienes lo dirijan en
todo.
18 En los Estados absolutos el pueblo es el rebaño y el monarca es el pastor.—El rebaño
tiene que marchar silencioso por donde le indique el guía, ya sea por el monte o la
llanura. En la república no hay ni debe haber rebaño ni pastor, porque la república es la
asociación de muchos individuos, es una compañía que elige a sus dependientes para que
dirijan la empresa. Y es tan absurdo y de tan malos resultados el que los hombres de
importancia no se mezclen en la cosa pública, como sería absurdo y desastroso para una
sociedad mercantil si los principales socios no tomasen interés en el rumbo que debe
seguir la casa, ni interviniesen en la elección de los jefes y dependientes que debe dirigir la
empresa.
153
V
22 Al hablar de elecciones quisiéramos tener la elocuencia de Demóstenes para conmover
a ciertos capitalistas tan duros como sus cajas de hierro, a ciertos hacendados aun más
inertes que la tierra que remueven con sus lampas, y para sacudir, en fin, a todo
hombre honrado que se muestre indiferente a los comicios.
23 Porqué se han de repetir siempre las frases desconsoladoras y perniciosas de “quién se
mezcla en estas cosas”—“quién se mete con la chusma”—“estas cosas no se hicieron
para la gente de orden”.—Semejantes palabras son absurdas, blasfemas y crueles. Son
absurdas, porque si la gente de orden y de proporciones, no se mezcla en los asuntos
del Estado es dejar dueño del campo a la gente de desorden y que nada tiene que
guardar: son blasfemas porque a nombre del orden se deja campear al desorden; y son
crueles, porque revelan el muy poco interés que se tiene por la suerte que deba caber
más tarde a sus hijos.
24 Si en realidad la gente rica, la de valer, la de orden tuviera grandes dificultades que
vencer en las luchas eleccionarias, tal vez, entonces, podría ser disculpable su apatía.
Pero, cuando se ve, que si esas personas tomasen una parte directa en los comicios
triunfarían sin mayores esfuerzos, uno no puede menos que entristecerse, al mirar
tanto bien desechado tan solo por desidia.
25 Es una verdad que no admite réplica, que el saber y el dinero combinados tienen una
fuerza invencible en las sociedades. Si los hombres notables por su saber y fortuna
quisieran tomar parte en los comicios, es indudable que ellos nombrarían para los
cargos públicos a las personas que juzgasen más dignas de ese honor.
26 Si los Zaracondeguis, Barredas, Sancho Dávilas, Osmas, Vijiles, Viveros, Cossíos &. &.
quisiesen moverse un poco perdiendo un tanto de la gravedad perjudicial al país, toda
la juventud decente los seguiría, todo hombre honrado se haría un deber de
154
NOTAS
*. * “Croquis sobre las elecciones. Indirecta para los ricos, en particular, y para todo hombre de
orden, en general”. La Revista de Lima 7, n° 3 (1 de febrero de 1863): 97-107.
155
1 Respetabilísimos Señores:
2 Apenas principiaron las juntas preparatorias del actual Congreso, noté que la capital
iba a quedar muy deslucida, por la parte que a mi me concierne, en las luchas
parlamentarias. Ya se sabe que, cuando los ciudadanos elijen un diputado es para que
perore en la tribuna, como, cuando compran un canario, es para que cante en la jaula.
Diputados y canarios mudos hacen triste papel, y aun parece que el animalito cometiera
un robo a su patrón comiéndole en silencio la mostaza, como también el diputado que
solo se pone de pie y se sienta, parece que robara sus dietas al Estado. Y sin embargo,
¡cuánto mejor sería para el pueblo si en los Congresos se charlara menos!
3 A pesar del buen ejemplo que me daban algunos diputados, que ufanos pronuncian
repetidos, largos y descosidos discursos para que la humanidad entera los escuche; no
estando mi pobre persona organizada por la Divina Providencia para hablar en público,
resolví, mal de mi grado, guardar el más riguroso silencio. Verdad es que, muchas
veces, juzgué preferible la triste nota de diputado mudo, al ridículo papel que
representa el diputado que larga en la tribuna más disparates que razones.
4 Pero muchos de mis comitentes me reconvienen por mi falta de palabra, casi todos mis
amigos me reprenden con dureza por mi total silencio, sin acordarse de que mi voz es
debil y que mi lengua es por naturaleza algo trabada. Sin estos inconvenientes tal vez
habría podido complacer a todos, porque componiendo un discurso en mi casa,
limándolo y relamiéndolo por todas sus faces, lo habría improvisado en una gran
sesión, para recibir también coronas de flores o de cuernos.
5 Mas, como en el Congreso se van a tratar ciertas cuestiones serias, en las cuales, a pesar
de mi incapacidad, quisiera tomar parte, he apelado a un medio que me permite
discutir en público, salvando las dificultades orgánicas que tengo para hablar.
6 Recordando que en Francia y en Bélgica, algunos diputados que no pueden hablar,
como yo, imprimen los discursos que debieran pronunciar y los reparten a los demás
representantes; así yo también imprimiré mis discursos y los soltaré a luz cuando
157
convenga. Y, si en la Cámara se charla para que esa charla se publique en los periódicos
¿por qué no publicaré primero mi charla en los periódicos para que de allí vaya al seno
del Congreso? Todo camino conduce a Roma.
7 Muy pronto se va a ver en la Cámara la cuestión “Derechos adquiridos”; y como esta
cuestión afecta al pueblo, porque todo lo que sea aumentar empleos y sueldos redunda en
perjuicio del hombre que tiene alguna industria, voy a tomar la defensa del pueblo
combatiendo la cuestión “derechos adquiridos”. —Allá va pues mi primer discurso, tal
cual debiera repetirse en la tribuna:
8 Excmo. Señor:
No tengo la costumbre de hablar en público, y sobre todo, carezco aun de la locuacidad
necesaria para expresar mis sentimientos: atendiendo pues a estas razones, os ruego,
señor, que disimuléis todas mis faltas de oratoria.
9 Por otra parte, el asunto que voy a tratar es demasiado ingrato y sé que mis palabras
serán desapacibles para muchas personas que las escuchen, porque ellas no halagan los
intereses de ciertas clases privilegiadas.
10 En verdad, mejor es poder complacer que disgustar. Es preferible merecer aplausos,
recoger flores y aun palomas, que escuchar murmullos de la gente ofendida; pero
también deben recibirse con resignación y aun con placer los insultos de las enojadas
turbas, cuando uno cumple con lo que le ordena su deber. Voy pues, a entrar en la
cuestión que se debate.
11 El proyecto del coronel Gárate y los dictámenes de las comisiones por donde ha pasado,
abogan, aun cuando de un modo encubierto, porque se establezca otra reparación igual
a la que hubo después de la Palma: digo mal, no igual sino más gravosa aún, porque el
número de servidores de la patria es mayor ahora que entonces: los derechos
adquiridos, pues, son mayores, y mayor será el gasto para el Estado. En vano se habla de
fechas en el proyecto y en los dictámenes, porque esas fechas solo servirán de trámites
para llegar a poner las cosas como estaban el 5 de Noviembre de 65. Si hoy se aprueba el
proyecto Gárate, mañana se propondrá a la Asamblea, por otro coronel generoso o por
algún juez compasivo, que se borren todas las fechas para dejar a todos los empleados
pasados, presentes y futuros con todos sus derechos adquiridos y su correspondiente
reparación. Si hoy se aprueba, repito, el proyecto que ahora se discute, también se
aprobará el que venga después y no habrá, señor cuándo cortar los abusos que se
practican a la sombra de eso que se llama “derechos adquiridos”.
12 Una de las medidas prudentes y económicas tomadas por la Dictadura, ha sido, sin
duda, la reducción de los haberes de los servidores que no sirven.—Téngase entendido
que la Dictadura no ha suprimido sino disminuido los sueldos correspondientes a
indefinidos, jubilados y cesantes: que esta medida ha sido dictada por la necesidad y
aun por la inflexible lógica de la aritmética. Las rentas nacionales, como se sabe, ya no
alcanzan para satisfacer los sueldos de los innumerables empleados civiles y militares.
Los empleados se aumentan en mayor proporción que las rentas del fisco, luego hay
que hacer el cálculo siguiente: Si el divisor (que son los empleados) se aumenta no
variando el dividendo (que es la renta pública), claro es que el cuociente (que son los
sueldos) tiene que ser menor que antes. Y esta demostración no es un sofisma: esta es la
verdad. Hasta aquí se ha estado haciendo un cálculo engañoso: se ha dado un cuociente
que no solo no pertenecía a las rentas ordinarias, sino también a empréstitos tomados a
las entradas de los años venideros. Pero, señor, todo tiene un plazo, un término fatal:
ha llegado el caso que ya no hay de dónde sacar un dividendo para continuar dando el
158
personal no basta para ser atendido: si los empeños, la adulación o la intriga no son
suficientes para coger un puesto, quedan los pronunciamientos que brotan, como en la
sierra con la lluvia brotan sapos, centenares de coroneles, de vocales y jueces, y de
miles de empleados subalternos que se aferran de lo primero que encuentran. Lo que
quiere el servidor, es obtener de cualquier modo un puesto público, aun cuando sea este
insignificante, como el jesuita que pretende clavar una estaca en una casa para
quedarse con ella. Luego que el servidor asegura su puesto, es decir, luego que ha
celebrado el contrato tácito ¡qué sarcasmo! se juzga acreedor a un mayorazgo. -
Inmediatamente principian los derechos adquiridos. La nación tiene que mantener
hasta el fin de los siglos al empleado, a su viuda, a los hijos y a los nietos de sus nietos. A
tan sagrado objeto es necesario que el Estado aplique todas sus rentas; si no le alcanzan
las entradas naturales es preciso que la nación se endrogue para que vivan tranquilos
los servidores de la patria; y si no hay quien le preste más dinero al Perú, es
indispensable que se pongan contribuciones al agricultor, al propietario, al laborioso
artesano de la costa y hasta al infeliz indio de la sierra: es necesario que todos los
peruanos sean tributarios de sus amos los servidores, como lo fueron antes de su amo el
rey de España; y si alguna vez un gobierno prudente quiere reducir los gastos,
reduciendo empleos y disminuyendo un poco los sueldos, los patriotas servidores se
encrespan como gatos monteses y maúllan por todas partes por sus derechos
adquiridos.
18 Y lo que hay de más serio o de más ridículo en el asunto de derechos adquiridos es, que,
en el gran ejército de servidores, hay muchos centenares que no merecen en justicia,
las pensiones que se les conceden, porque de nada han servido al país. El coronel Gárate
sabe perfectamente, que por un militar que ha prestado leales servicios, “durmiendo en
colchones de agua, con mantas de nieve y exponiendo su vida en los combates”, como lo
dijo en la tribuna, hay lo menos tres servidores que apenas habrán hecho servicios
parecidos a los guardias nacionales, y que no han olido más pólvora que la de los fuegos
artificiales en las fiestas.—Los honorables miembros de las comisiones saben, también,
que por un buen empleado civil hay tres innecesarios, tres que no hacen más que fumar
y hablar de política. Y, aun cuando fumando se pueden desarrollar pensamientos
utilísimos a la patria, creo que todavía no estamos en el sistema de Fourrier (sic), para
pagar a soñadores de profesión.—Y, sin embargo, el Perú paga lo mismo al útil que al
inútil. Y, sin embargo, el que menos sirve es, muchas veces, el que más exige a esta
patria, que ya no puede soportar tanto derecho a cuestas.
19 Verdad es que todas las naciones necesitan cierto número de empleados; pero estos se
toman solo en el número necesario para el buen servicio y en ninguna parte del mundo
se tienen empleados tan exigentes como los nuestros. Por más sabiduría que posean
nuestros sabios y grandes servidores, creo que no tendrán la necia pretensión de
juzgarse superiores, en calidad de empleados, a los que sirven a la Francia, Béljica,
Prusia o a los Estados Unidos: compárense los sueldos, las cesantías, los montepíos y
demás pensiones que pagan otros países con los que abona el Perú y se notará una
enorme diferencia. En ningún país del mundo hay el abuso que en el nuestro, ni podía
ser que una nación civilizada gastase todos sus recursos en mantener empleados,
porque las naciones de gran cultura tienen otras obligaciones, otros gastos que les
impone la misma civilización, y no podrían resolverse a ser únicamente nodrizas de sus
empleados; como lo es en el Perú que gasta toda su fuerza, toda su savia, solo en
engordar servidores. Si a Francia e Inglaterra les costasen tanto como al Perú los
servicios de sus hijos, preferiría, sin la menor duda, tener suizos para tener servidores
160
25 Antes de terminar este larguísimo discurso, pero que es muy corto para lo que tendría
que decir, debo dar una satisfacción a los coroneles Gárate, Zeballos y a los honorables
miembros de las comisiones; y a mi vez, también les haré un cargo con la franqueza que
debe tener un Diputado que cree defender los derechos de la Nación, que son los
derechos adquiridos del pueblo. No pienso, ni por un instante, que esos señores hayan
defendido en los derechos adquiridos sus propios intereses. El coronel Gárate tiene un
carácter heroico; por consiguiente, debe ser superior a toda idea mezquina. El coronel
Herencia Zeballos ha dado demasiadas pruebas de desinterés para que pueda
sospecharse de su desprendimiento; pero temo, y aun creo, que son estos señores
demasiado susceptibles de dejarse seducir de los halagos de la multitud, tal vez
comprometiendo los verdaderos intereses de la República.
26 Con respecto a los señores de las comisiones, también repito, que abrigo la mejor idea
de sus sentimientos generosos. No creo que defiendan lo que se ha dado en llamar
derechos adquiridos, porque ellos o sus deudos sean o esperen ser empleados. ¡Dios me
guarde de tener tal pensamiento! Tal vez esos señores tengan más razón que yo en
pensar como piensan: el Congreso lo decidirá desechando o aprobando los dictámenes;
pero también el pueblo fallará sobre si el Congreso del 67 es o no tan derrochador de las
rentas públicas, en favor de muchos diputados, como fueron los Congresos anteriores.
NOTAS
*. * Transcrito de: “Derechos adquiridos. El diputado por Lima que suscribe a sus comitentes”. El
Nacional, 27 de abril de 1867. Apareció también en El Comercio, 29 de abril de 1867; El Progreso, 29
de abril de 1867. También publicado como suelto en bajo el título Discurso leido por Laso en el
Congreso, suplemento de El Comercio, 29 de abril de 1867 y en el Diario de los debates del Congreso
constituyente de 1867, 3 vols. Lima: s.e., [1867], vol. I, pp. 217ss.
162
Derechos adquiridos*
1 Cuando solté en el congreso mi discurso escrito sobre los derechos adquiridos, ya sabía
que iba a abrir un avispero del cual saldrían cuatro mil avispas para clavarme
venenosos aguijones, ya fuese por el rostro o por la espalda. Y antes de pasar adelante,
debo contestar al grave cargo que se me hace, de comparar a los hombres con los animales,
diciendo que: como pintor, aun cuando de brocha gorda, me es mucho más fácil
expresarme por medio de imágenes o figuras que de cualquier otro modo. Mas
prosigamos.
2 Apenas resonaron mis sacrilegas palabras estalló furiosa la tempestad, y en todo punto
en donde había derechos adquiridos se hizo un pronunciamiento y se redactó una acta
en contra del discurso y del autor. Se me declaró la guerra en toda forma e
inmediatamente se organizó el ataque. Como no hay guerra sin plata, se hizo entre los
ofendidos una colecta para reunir fondos. Cuando hubo más de cien soles, los socios de
más luces se encargaron de aclarar la cuestión “derechos” que se hallaban un tanto
torcidos y eclipsados. Los sabios esgrimidores de pluma se encerraron durante diez días
para guisar en estilo criollo sus picantes artículos y sus grasosas y suculentas notas y ¡oh
milagro de los derechos adquiridos! Para defender tan particular cuestión, y combatir
mi discurso los Aeropagitas, después de romperse las sapientísimas molleras, solo
encontraron las poderosas y convincentes razones de:
3 Que yo tengo la mala costumbre de comparar a los hombres con los animales. (verdad).
4 Que soy boliviano. (mentira).
5 Que yo he vivido siempre del Estado y que no he mandado ni siquiera un cuadro al
museo nacional. (mentira).
6 Que mi padre vivió del tesoro público, y que todos los miembros de mi familia tienen
derechos adquiridos. (verdad; porque veo que en mi familia hay ese abuso, tengo el
derecho de hablar; como hay en la república trescientas familias parecidas a la mía,
tengo el derecho de gritar.)
7 Que ahora hace trece años escribí el “Aguinaldo” en el cual describía costumbres de
ahora 25 años y que, además, lo hice imprimir en castellano en un país en donde solo se
habla francés y en donde rarísimas personas conocen el idioma español. (verdad).
8 Que he pretendido destinos. (falso).
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9 Que por haber puesto la puntería muy alto, como la oficialía mayor de un ministerio o
la dirección de la escuela Normal, no he podido atrapar mi destinillo. (mentira).
10 Que por no haber conseguido un puesto en algún huesero, reviento de rabia y muerdo al
que muerde un derecho adquirido. (Falso. Siempre que se ofrece hablar de algún
hombre de mérito, lo colmo de alabanzas, y más de una vez me he empeñado por el
adelanto de algún servidor capaz y honrado.)
11 Que me he casado con una mujer rica, y que soy desmañado. (hay en esto, que la
primera parte pudiera ser verdad, y que la segunda es completamente falso.)
12 Que siendo liberal he votado por la intolerancia. (cierto).
13 Después de alegarse tan luminosas razones, no hay más que inclinar la cabeza y
declarar la santidad del dogma de los derechos adquiridos.
14 Voy sin, embargo, a contestar a las pulcras lisonjas de ciertos escritores que,
compadecidos de mi ignorancia y de mi mal estilo, me dan preciosas muestras de su
exquisita cultura. Para satisfacer a algunos cargos, y disipar algunas dudas, tengo que
referir pormenores de mi vida íntima, que había querido conservar siempre secretos y
que ahora publico a riesgo de ser también canonizado. Pero siendo el ataque personal,
personal tiene que ser la defensa.
15 Principiaré por el principio, como dicen las gentes ignorantes como yo.
16 Si los eruditos (no a la violeta) que no muerden, tienen alguna duda acerca del punto
donde nací, pueden dirigirse a alguna persona que resida en Tacna para que saque de
allí mi partida de bautismo: mas si quieren economizar tiempo y dinero, pueden pedir
informes a ese respecto al respetable señor Vijil y al señor coronel Inclán.
17 Con respecto a la acusación de que he vivido siempre del Estado y que he sido
desmañado, tomando esta palabra en la acepción de falto de industria, puedo decir con
orgullo que desde que tuve 15 años he vivido con mi trabajo, pues dirigiendo una clase
de dibujo en el colegio del señor Noel (el colegio más ordenado y moral de esos
tiempos) yo costeaba mi instrucción, mi comida y mi alojamiento en el mismo plantel, y
allí también continué viviendo, por mi trabajo, aun después que pasé de externo a San
Carlos para seguir otros cursos. Y no se crea que yo estaba entonces abandonado por mi
padre, quien jamás fue indiferente para conmigo, pero él se complacía al ver que yo
sabía adquirir mi subsistencia y yo tenía orgullo en ser independiente, renunciando mis
derechos adquiridos naturales. El señor D. Clemente Noel puede responder si digo o no
la verdad.
18 A principios de 1843 pisé por primera vez las playas de Europa en donde estuve en mi
primer viaje hasta el año de 1849. En esa época nada tuvo que hacer el Estado conmigo.
Yo hice el viaje de ida y de regreso parte con dinero mío, es decir con dinero legado por
mi madre, y parte con los auxilios de mi padre, remitidos por el conducto del señor D.
José Domingo Castañeda, quien puede decir si digo la verdad o miento.
19 Desde el año 49 al 52 viví de mi trabajo, y de este aun pagué a mi mismo padre lo que
había gastado en mi pasaje de Inglaterra al Callao.
20 En el año 52 quise volver a Europa con el objeto de poder trabajar de un modo más
amplio de lo que podía hacer en el país, y mi padre mediante la amistad que tenía con el
señor general Echenique, consiguió (aquí está la gran culpa) que el Estado me mandase
por cuatro años, junto con otros jóvenes, a condición de que remitiese algunas copias o
cuadros originales. Condición que cumplí, como consta por los cuatro cuadros que
164
existen en el Museo, y por una nota de recibo que me constestó el señor ministro de
instrucción en el año 1859.—Y ya que viene al caso diré que, en esa época, el 52, el Sr.
general Echenique por deferencia a mi padre, quiso hacerme cónsul del Perú en Roma;
cargo que rehusé a la primera insinuación, y que si lo hubiese admitido, como lo
habrían hecho muchos, yo tendría quince años de servicios, que equivaldrían a treinta,
porque serían servicios prestados a la nación en el extranjero; es decir que ya podría
tener, según la reparación, mi sueldo íntegro en mi casa.
21 En el año 56 regresé al Perú, y tanto en la capital como fuera de ella me ocupé en pintar,
aun cuando fuesen malos, retratos de familia y malos cuadros para la catedral de
Arequipa.
22 Pero es preciso retroceder un momento al año de 1854. En ese año los peruanos que
residíamos en París, en cada vapor recibíamos las noticias más tristes de la patria. Por
una parte se decía que el Ecuador nos había humillado de la manera más cruel a
consecuencia de la expedición Flores. Por otro lado se afirmaba que el general Belsú
(sic)1 teniendo en muy poco a los peruanos, hacía correrías en nuestro territorio y daba
otras pruebas de tener por nosotros el mayor desprecio. También se decía que, a
tamaños insultos, el gobierno peruano hacía la venia al Ecuador y se desentendía de las
injurias de Bolivia.
23 A semejantes noticias se agregaban las historias de la consolidación. Esas historias que
por sí eran de gran bulto, llegaban a París todavía aumentadas. Omitiré referir las cosas
que entonces se contaban; pero solo diré, que la colonia peruana en París estaba atónita
con lo que se decía pasar en estos mares y los jóvenes del cuartel Latino manifestaban
su desesperación a gritos.
24 Bajo esas impresiones escribí, tres (sic) años ha, un folleto que llevó en su carátula el
título de “AGUINALDO”; folleto que los que me atacan califican de padrón de ignominia
para el Perú y que, por esta razón sin duda, esos buenos patriotas han tenido la
patriotería, como diría el H. doctor Pazos, de reimprimirlo para hacer revivir y propagar
la deshonra de su patria.
25 Tomando pues un “Aguinaldo” reimpreso y comentado, lo he leído y juzgado con tanta
calma e imparcialidad como si fuera una producción ajena.
26 Cualquiera que sea la forma del “Aguinaldo” se nota en él un patriotismo ardiente. Las
palabras son crudas y bruscas: son el grito desgarrador que lanza el que piensa que su
patria se hunde y se pierde. La forma es incorrecta y exagerada, tal vez para producir
mayor efecto, pero la intención es recta. Solo encuentro una frase que no debió ponerse
o que pudo redactarse de otro modo para no hacer una inculpación casi general, y es
aquella de “Pues bien: sabed que la mayor parte (de los hijos mal criados) a los quince
años son rateros y que a los veinte, por falta de valor, no son bandidos”. Si en vez de
decir la mayor parte hubiese dicho “algunos” habría sido más exacto y menos
vulnerable el “Aguinaldo”. El resto del indicado folleto encuentro que es casi un
daguerreotipo, confuso si se quiere, de los tiempos a los que me refiero, como es hoy
una fotografía mi discurso sobre los derechos adquiridos. Pudiera suceder, y es preciso
esperar que así suceda, que de aquí a 25 años el Perú cambie de manera de ser con
respecto a sus servidores y si entonces se reimprime mi discurso, sin dejar de ser exacto
hoy, tal vez ya no lo sea en los futuros tiempos. Esto es lo que sucede con el
“Aguinaldo”: hoy ya no es exacto, pero, salvando algunas exageraciones, lo fue al
resaltar nuestras antiguas costumbres. Yo he descrito aun, cuando de un modo
desagradable, la educación que se daba ahora 25 años. El “Aguinaldo” es una crónica
165
pasada que, por fortuna, no tiene la misma aplicación en estos días que la tuvo cuando
se escribió.
27 La educación de la juventud, sin ser ahora completa, es infinitamente superior a la que
en otros tiempos se daba. Para probar que yo no me desvié tanto de la verdad y que los
que me atacan opinan casi como yo, preguntaría a los anotadores ¿creen UU.
quisquillosísimos señores, que sus esposas, hermanas e hijas tienen la misma educación
que las suegras, madres o tías (yo tomo a la mujer como a la primera maestra del niño,
y mientras mejor educada esté la maestra, mejor enseñado estará el discípulo)?
¿Piensan que hoy existe en el colegio de Santo Toribio la misma moralidad que la que
hubo ahora 25 años? ¿Juzgan que en el colegio de San Carlos en los últimos años había
la misma compostura que en los tiempos del doctor Charum (sic)? 2 Por mucho que sea
la saña de los comentadores del “Aguinaldo”, tendrán forzosamente que confesar que si
la educación es ahora regular o buena, la antigua era, en general muy mediana o muy
mala. Basta ver el programa del colegio que dirige el benemérito ciudadano Agustín La
Rosa Toro, para convencerse que la educación que se da difiere, pero en mucho, de la
que en otros tiempos se dio.
28 Con respecto al honor de nuestras armas y al lustre del pabellón nacional, también hay
notable diferencia3 de lo que eran ahora 13 años a lo que son después del glorioso 2 de
Mayo. Mas, el patriotero comentador del Aguinaldo, formando una ensalada cocida de
todas las épocas, haciendo resonar su trompa con una marcialidad portuguesa, pondera
nuestras hazañas, canta nuestras victorias y niega que nuestra bandera haya estado
algunas veces enlodada.
29 Pero hay dos cosas en este asunto: o el señor comentador no ha leído nuestra historia
desde que se inició la independencia hasta el lo de Mayo o es tan buen pobre que se
conforma con muy poca cosa para su patria. Cualquiera de nosotros que lea la historia
de nuestra emancipación ve, con pesar, el papel secundario que representa el Perú con
respecto a sus aliados. Esto no es decir que nos faltasen esforzados patriotas que
trabajaran por nuestra independencia desde el año 10: esto no es negar que hubo
peruanos ilustres que se lanzaron heroicamente al sacrificio por libertar a su patria.
¡Bendita sea su memoria! Pero, por los partes oficiales, es decir por la historia, los
ejércitos aliados son los que aparecen como los astros de gloria y los ejércitos peruanos
como sus satélites. Con la patriotería no se desmiente la historia, y si los patrioteros se
dan por muy satisfechos, yo no. Yo deseaba, como un sediento de agua, un 2 de Mayo
que presentase al Perú, solo, combatiendo y venciendo a fuerzas superiores a las suyas y
que podéis decir al mundo entero: “Yo también sé vencer sin ayuda de nadie”. Yo
deseaba un 2 de Mayo para que el Perú dijera lleno de confianza a sus aliados: “Aquí
tenéis mi brazo, que es tan vigoroso como el vuestro, para que combatamos juntos a los
enemigos de la América”. Así debe pensar el que es patriota, aun cuando así no piense
el patriotero.
30 El comentador del “Aguinaldo”, olvidando o ignorando los hechos acaecidos después de
la independencia, frunce su ceño patriotero porque señaló al Portete o Ingavi: se
enfurece porque ahora 13 años hice constar que nuestra bandera estaba enfangada y con
un santo calor de tan falsa, ridicula como insustancial patriotería, exclama:— “Con la
indignación que inspira en todo corazón patriota (habla el patriotero) estas palabras que
son el dogma de la apostasía del señor Laso, le contestamos (y entiéndase que en tiempo
del “Aguinaldo” no había un 2 de Mayo) que miente, por que a pesar del fango que intenta
echar sobre su gloriosa bandera, hechos muy heroicos y cuyo brillo no pueden eclipsar
166
las supercherías del señor Laso, ponen a la bandera de la patria en el más alto grado
posible de esplendor”. Pero todas estas palabras, refiriéndose a épocas anteriores al 2
de Mayo, no pasan de ridiculas andaluzadas, porque, además del Portete e Ingavi, hay
otros puntos que se llaman Yanacocha, Socavaya y Guía. Nada importa que en esos
encuentros desgraciados desplegasen heroico brío algunos compatriotas nuestros; pero
el resultado fue que nos derrotaron, que nos tomaron prisioneros y aun banderas, para
arrastrarlas literalmente por el fango. Si los señores patrioteros creen que con callar
nuestras faltas ya no hay necesidad de repararlas, si porque su patriotería cante
victoria ya queda el pabellón purificado, limpio, bien lavado, almidonado y planchado,
dan una triste idea de su patriotismo, dan tristísima idea del modo como comprenden
el honor nacional. Por mi parte, entiendo el patriotismo de otro modo. Nunca pude
alucinarme a tal punto de creer limpio el pabellón nacional cuando no lo estuvo, y
necesitaba un 2 de Mayo para que considerase lavado el estandarte bicolor. ¡Bendito
seas glorioso 2 de Mayo que serviste de lejía para limpiar la bandera de mi patria! (Que
se me perdone la palabra lejía, siquiera porque hablo también para los criollos que me
comentan.)
31 Una de las mayores acusaciones que se me hacen, es la de haber publicado el
“Aguinaldo” en el extranjero, y esta acusación es la que encierra más ignorancia o
felonía. Imprimir no es publicar. Si yo hubiese escrito el “Aguinaldo” en francés y lo
hubiera repartido a franceses o si lo hubiese publicado en algún periódico de París, se
habría tenido razón entonces al decir que yo publiqué el folleto en el extranjero pero
como yo hice la impresión en español y en una imprenta particular, de donde salieron los
ejemplares empaquetados para venir al Perú, solo reservando 20 folletos únicamente para
los peruanos que se hallaban conmigo, no puede pues decirse que yo publiqué el
“Aguinaldo” en el extranjero solo porque no fue impreso en la imprenta del “Liberal”.
Suponiendo que un chino escribiese en su idioma un “Aguinaldo” en la imprenta del
“Liberal” y que de esa imprenta saliesen los ejemplares húmedos para el celeste
Imperio, ¿tendrían razón los patriotas de Pekín para decir que se deshonró al celeste
imperio publicando un folleto en Lima, en donde ningún peruano lo ha visto ni podido
leerlo por ignorar el idioma de Confusio (sic)?
32 Mas suponiendo que no tuviese disculpa la publicación del “Aguinaldo”, ya sea en su
forma y en su fondo; concediendo que el “Aguinaldo” sea un cáustico infamante para la
República, ¿es patriótico el renovar las llagas reimprimiendo el folleto? Si yo hice mal
en publicarlo ahora 13 años, peor hacen los patriotas que lo reimprimen. Yo tal vez, por
ideas exageradas o falsas, hice un mal creyendo hacer un bien; pero los patrioteros que
me atacan convencidos, según lo cantan, que el “Aguinaldo” hiere y desprestigia al país,
gozosos propagan la deshonra, solo porque creen dañar al que combate sus derechos
adquiridos. ¿Es lícito para esos señores infamar a su patria solo porque conviene dañar
a un individuo? ¡No comprendo el patriotismo de tanta patriotería!
33 Los patriotas que solo atacan a mi persona para probar la justicia de sus derechos, dicen
que siempre pretendí destinos y que, si no he encontrado un rincón en un huesero es
porque puse la puntería muy alta. Voy pues a satisfacerlos seguro de que, esos señores,
tendrán mucha pena cuando sepan lo muy engañados que están a ese respecto.
34 Es un error pero de los más crasos, el suponer que en el país de los empeños, no haya
podido conseguir un empleo el que como yo tuvo un padre con cierta influencia y
muchos amigos en los más encumbrados puestos. Si hubiese querido ser empleado,
desde muy temprano habría asegurado un puesto y a pesar de mi incapacidad, ya sería
167
coronel o vocal. Vocal ramplón si se quiere, coronel solo bueno para recibir un sueldo;
pero mis derechos adquiridos serían tan saneados como los del jefe más benemérito y
los del juez más experto. Pero lejos de pretender he rehusado algunas colocaciones, que
algunas personas han tenido la bondad de ofrecerme. Cuando el señor D. Manuel
Costas4 fue presidente del Consejo de Ministros, y el señor Dr. Pacheco 5 cuando la
Dictadura, me ofrecieron puestos que, para la gente que mide la importancia del
empleo por el sueldo que rinde y la enjalma que lo distingue, eran un poco más que
oficialías y rectorados. Los señores Costas y Pacheco están vivos y pueden decir si
miento.—Es indudable que esos señores se equivocaban creyendo que un pintor podía
ser tan apto para desempeñar ciertos puestos, como lo son muchos que jamás tuvieron
ciencia ni profesión conocida, pero también es cierto que yo no he pedido empleos y que,
cuando me los han brindado, he tenido o la modestia de no aceptar lo que no podía
desempeñar con lucimiento o el desinterés de despreciar la rica fuente de los derechos
adquiridos. Y lo que hay todavía de más cierto es que los patriotas que me ofenden tal
vez no harían lo que yo hice.
35 Después del “Aguinaldo” nada hay para los señores escritores más vulnerable en mi
discurso que el haberme casado con mujer rica (según ellos.) Como las confidencias
tienen también su límite, a pesar de haberme ya manifestado demasiado expansivo, no
puedo entrar en ciertos detalles para probar que el pan que como y la ropa que visto no
los debo a nadie. Y si los que me afrontan mi matrimonio como una gran falta piensan
que con ese enlace hice un magnífico negocio, están completamente engañados; porque
teniendo por máxima “lo que es de mi mujer no es mío” mucha más libertad para gastar
dinero tenía de soltero que de casado. Pero, aprovechando de las indirectas delicadas que
me lanzan los patriotas, sobre el matrimonio, y para que otra vez no pregunten de qué
vivo, desde ahora declaro abierto mi taller para todo el que quiera ocuparme como
pintor. También ofrezco mis servicios para dar lecciones en los colegios, en los cuales
enseñaré a los niños a hacer figuras, y a la vez les predicaré, que es mejor servir a la
patria enriqueciéndola con alguna industria, que empobreciéndola con tanto reclamar
de ella derechos adquiridos. Y al volver el zapatero a sus zapatos no cesará de interesarse
por la cosa pública, ni dejará de escribir cuando lo juzgue conveniente.
36 También se me hace un cargo por haber votado, siendo liberal, por la intolerancia. Si
hubiese asistido a una universidad en donde se tratase sobre la bondad de la tolerancia,
habría dado mi voto a favor de ella; pero como en el congreso se trataba sobre si la
tolerancia la acepta o no la mayoría de los peruanos, voté en contra, para evitar
grandes males y aun para salvar la poca tolerancia que existe entre nosotros. Si para ser
buen liberal es indispensable llevarse más de los prospectos sin aplicación que de la
conveniencia pública, entonces los señores que me critican pueden guardar mi título de
liberal para envolverlo con su patriotería. Y, ya que se toca el punto religioso, desde
ahora prevengo que estaré en contra de la “desamortización de los bienes
eclesiásticos”; porque lo que veo al fin de la fiesta es que los bienes eclesiásticos serán
vendidos para pagar sueldos o repartirlos entre los servidores, a cuenta de los derechos
adquiridos. ¿Y qué resultará después que los servidores se hayan comido los bienes de
la iglesia? Que el Estado tendrá también que mantener a todo el que lleve hábito o
sotana, duplicándose de este modo el número de pensionistas. Habrá entonces
servidores divinos y humanos. Verdad es que todos ayunarán como buenos cristianos y,
en último caso, embestirán a los bienes de los particulares.
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37 Mas, ya es tiempo de terminar este artículo; pero antes debo decir que los señores que
me atacan, en su furor, no ven de un modo claro lo que digo en mi discurso.
38 Yo no quiero ni pretendo que a todos los servidores se les prive de sus haberes: lo que
he pedido es, que queden reducidos a los límites que les señala la Dictadura, porque
creo que este es un medio más económico para el Estado y más seguro de que se paguen
bien las pensiones. Ahora no se quieren setenta y cinco pesos en plata: se quieren
ciento, aun cuando estos ciento se den mañana en papel y que vendidos a usureros solo
valgan veinte y cinco.
39 Tampoco he dicho que todos lo empleados, ya sean militares o civiles, sean inútiles.
Desde el momento que afirmo, que por uno bueno hay 3 que no lo son, claro es que
hago una excepción de un 25 por ciento. De ninguna manera puedo negar que hay
oficinas y empleados que trabajan. Como la tesorería hay otras oficinas, pero no en
todas se encuentran jefes y subalternos tan laboriosos como el señor Helguera. Con
respecto a los militares diré otro tanto. Conocidos son los servicios de muchos de
nuestros jefes, pero no todos son igualmente beneméritos. Más diré: los datos que tengo
sobre los militares y empleados, los poseo de los mismos servidores (pero buenos) que
se quejan del abuso que hay en el día en los ramos civiles y militares, y mucho de ellos,
mal que les pese a mis comentadores, han aprobado mi discurso. Y en efecto: ¿en qué se
puede creer aludido el militar valiente y que ha hecho con brillo su carrera, cuando se
hable del militar inútil? ¿Por qué el empleado honrado y laborioso ha de tomar como
alusión personal lo que se diga de los malos empleados? Yo hablo en general y repito lo
de Iriarte:
A todos y a ninguno
Mis advertencias tocan
Quien las siente, se culpa;
El que no, que las oiga.
…………………………………….…………………………………………………
Y pues no vituperan
Señaldadas personas (sic),
Quien haga aplicaciones
Con su pan se las coma.
NOTAS
*. * “Derechos adquiridos”. El Nacional, 22 de mayo de 1867.
1. Laso se refiere a Manuel Isidoro Belzú, quien fue presidente de Bolivia entre 1848 y 1855 y
estuvo casado con la escritora Juana Manuela Gorriti, colaboradora de La Revista de Lima. Ed.
2. Agustín Guillermo Charún (Lima, 1792 –Huanchaco 1857), clérigo y político que asumió el
rectorado del Colegio de San Carlos en 1839. Ed.
3. “de ferencia” en el original. Ed.
4. Manuel Costas (Puno, 1820-1883), agricultor y comerciante. Fue designado Ministro de
Gobierno y Presidente del Consejo de Ministros durante la ocupación española de las islas de
Chincha (1864). Habla sido uno de los principales colaboradores de Ramón Castilla e incluso llegó
a sufrir prisión cuando este fue apresado, acusado de conspirar contra Pezet (1865). Activo
169
integrante del Partido Civil, acompañó a Manuel Pardo en las elecciones y fue elegido primer
Vicepresidente de la República (1872-1876). Durante la guerra con Chile fue elegido nuevamente
senador por el departamento de Puno y presidió el Congreso de Arequipa (1883). Tauro,
Enciclopedia ilustrada del Perú, vol. 2, p. 577. Ed.
5. Uno de los amigos más cercanos de Laso, José Toribio Pacheco (Arequipa 1828 - Lima, 1868)
ocupó el Ministerio de Relaciones Exteriores bajo el gobierno de Mariano Ignacio Prado, entre
noviembre de 1865 y marzo de 1867, en pleno conflicto con España. Destacado jurista y
diplomático, estudió en el Convictorio de San Carlos (1843) y luego en la Universidad de Bruselas
(1849-1852). A su regreso se doctoró en Leyes por la Universidad de Arequipa. Establecido en
Lima, asumió la redacción de El Heraldo (1854-1856), desde donde combatió al gobierno de Ramón
Castilla. Regresó a Arequipa para unirse a la revolución de Manuel Ignacio de Vivanco, como
oficial mayor del Ministerio General (1856-1858). Es probable que entonces haya conocido a Laso,
quien también se encontraba en esa ciudad. Pacheco fue redactor de La Bolsa (Arequipa, 1860), de
La Caceta judicial (Lima, 1862) y de La Revista de Lima. Fue también Ministro de Relaciones
Exteriores en el gabinete presidido por Manuel Costas (1864). Publicó Cuestiones constitucionales
(1854); Tratado de Derecho Civil (2 vols., 1860-1864). El Museo de Arte de Lima conserva un boceto
para su retrato al óleo por Laso, quien fue también uno de los firmantes de la invitación a los
funerales de su amigo. “Defunciones”, El Nacional, 20 de mayo de 1868. Véase también Tauro,
Enciclopedia ilustrada del Perú, vol. 4, pp. 1508-1509. Ed.
170
8 Pero analizando un poco más, se notan otras diferencias con la ciudad del recreo. Jamás
hubo en Chorrillos la actividad que existe en Huacho. El movimiento mercantil es
notable. Los numerosos establecimientos están muy concurridos de gentes de la
campiña, de las que vienen de las haciendas inmediatas y de las que acuden de la Sierra.
La plaza del mercado es digna del mayor interés de siete a diez de la mañana, ya sea por
lo bien surtida en toda clase de víveres, ya por la prontitud con que las cholas venden o
cambian sus especies.
9 En general son las mujeres las que conducen al mercado los frutos de las huertas y el
pescado de la playa; y esto hace decir que solo las mujeres trabajan en Huacho y que los
hombres solo viven en la holganza y embriaguez. Esta aserción es falsa. El huachano
varón es tan trabajador como su hembra. Si la mujer conduce al mercado los serones de
fruta, el marido queda surcando la tierra. Si la mujer vende en sus puestos el pescado, el
hombre se lanza a la mar para tender las redes que aprisionen al lenguado, a la corvina
y a tanto exquisito pescado. Si la mujer regatea detrás del mostrador de su tienda, el
marido está viajando en su lancha, ya sea conduciendo los frutos de su provincia o en
busca de objetos que no produce su lugar. La población de Huacho es, pues, una de las
más laboriosas que conozco en el Perú. Por lo que respecta a la reputación de
embriaguez del indio, también me parece exagerada. Tomar chicha en su comida y no
quedar dormido como un cerdo, no es embriagarse. Nosotros también tomamos una
copa de pisco o de vermouth antes de comer, vino en la comida y licor espirituoso
después, y no se nos califica de ebrios. Salvo que cumplamos con el refrán que dice—“En
el rico es diversión, lo que en el pobre es borrachera”. En Huacho, hasta ahora solo he
conocido un ebrio de profesión: es un semi-loco que camina por las calles cantando
frases en contra del cura. Mas para ser sincero, diré también que el indio huachano
tiene el defecto común a todo indio de hacer repetidas fiestas, en las que gastan sus
economías, y de tirar cohetes como en el infierno.
10 El aspecto de las gentes de la población o del campo indica un bienestar y cierta
holganza que contrasta con la pobreza de traje y aflicción de rostro que presentan los
indios, sobre todo en los pueblos de la sierra. Las casas de quincha o totora están
aseadas por dentro. El vestido de la mujer está limpio y jamás rotoso. Casi no hay india
del campo que no posea un caballo o una yegua para su servicio; y es tal el número de
indias cabalgadas que trafican del campo al mercado, que excederán de cuatrocientas a
quinientas las que pasan por la calle de Malambo, de siete a ocho de la mañana. La
entrada de las vendedoras no deja de ser divertida. Las cholas vienen en tropel guiando
a sus caballitos de mal aspecto, pero de excelente paso; y para dirigir mejor la yegua
que lleva en sus lomos un cerro de alfalfa o de otra cosa, la india se arrodilla o se pone
de pie en el anca de su bestia. La multitud ecuestre parece pues un cuerpo de amazonas
que tienen interés en llegar pronto a un límite.
11 Si las casas de los indios son aseadas, las calles no lo son tanto; casi son tan sucias como
las de Lima, y esto es mucho decir. Verdad es que con el tiempo y las aguas se quitarán
los colchones de tierra que entrapan al que camina, puesto que la Honorable
Municipalidad ha ordenado que se empiedren las casas que no estén empedradas.
¡Municipalidad en Huacho!, dirán algunos que piensan que en Huacho no puede haber
otra cosa que pavos y gallinas, pero hay una Honorable muy honrada, con un capitán de
navio por alcalde, un cirujano por síndico y tiene por regidores algunos naturales del
lugar, que deben ser muy acomodados a juzgar por las ricas cadenas de oro que
ostentan en sus pechos; y sobre todo, lo que no deja de tener importancia es, que esa
173
Honorable posee catorce mil pesos de renta, con los cuales se hiciera más de lo que se
hace para el pueblo, si no fuera por la mantención (sic) de los presos que consumen una
gran parte de la renta que debiera servir para aumentar las escuelas. Mas por esto no
quiero decir que la Honorable descuide la instrucción, pues en la villa hay dos escuelas
municipales para hombres y otras dos para niñas. En la campiña existen también tres,
siendo una de estas escuelas para mujeres y dos para varones.
12 La Municipalidad, y tengo gusto de decirlo, es honrada; pero también confesaré que me
parece inactiva y descuidada. He visto cerrar dos calles por individuos particulares, so
pretexto que esos terrenos eran suyos. Las cañas impidieron el paso y no hubo un
municipal que interviniese en el asunto. En la actualidad que Huacho va a sufrir una
metamorfosis, un cambio total, nada indica que la Honorable ni el Subprefecto tomen
medidas prontas para preparar el terreno, dictando órdenes para trazar las nuevas
calles que se deben formar, ni el alineo de las tortuosas que existen, ni tantas otras
medidas que serían necesarias. Verdad es que parece que algunos particulares se han
dirigido a este respecto al señor Ministro de Gobierno para que lleve a cabo las
promesas y órdenes que dio para mandar un arquitecto o ingeniero, pero hasta ahora ni
el Sr. Ministro ni su ingeniero se han vuelto a acordar de Huacho. Mas también es cierto
que las interpelaciones de los diputados no dejan tiempo a un ministro, ni para
ocuparse en pensar en el bien material de los pueblos.
13 En Huacho se nota en estos días un espectáculo o un fenómeno raro en el Perú, que el
ejército sea útil. Los jefes y oficiales del batallón “Callao” número 5, se han propuesto
desmentir la mala reputación, por cierto muy merecida, de que goza la gente de sable.
Bastaría la amabilidad del coronel Coello, del comandante Herrera, de los oficiales y
aun de los soldados, que tienen puerta franca, para hacerse querer; pero, como mejores
son las obras que las buenas razones, una fuerza del batallón “Callao” trabaja
diariamente en la reedificación de la iglesia principal, incendiada cuatro años ha. Otra
fracción está destinada a mejorar el barranco que conduce a los baños más próximos de
la población: los oficiales van a dar funciones teatrales para crear fondos para la obra
de la iglesia. En fin, todo el batallón “Callao” no parece batallón del ejército fuera de
Lima. A este respecto hubo un terrible pánico en días pasados. Circuló la noticia de que
el batallón del coronel Coello iba a ser reemplazado por el de un señor Gutiérrez. Aquí
fueron los sustos y congojas. Parece que el nombre de Gutiérrez en Huacho, es tan
funesto como en Ayacucho. ¿Y por qué razón el mismo pueblo que recordará con
gratitud y con cariño al coronel Coello, recuerda con horror el despotismo de otros?
14 Pero, para no hacer muy extensa esta correspondencia, dejaremos la villa para dar un
brinco a la campiña.
15 El que sepa gozar de la sombra que proyectan los frondosos árboles; el que respire con
misterioso bienestar contemplando de una altura el manso mar que apacible lame la
arena de su playa, las altas crestas de los Andes que se destacan en sereno cielo; el que
sepa convertir su espíritu en espíritu de niño al ver chivatear a los caballos en el
alfalfar o en la sabana y al escuchar el canto de las aves, que deje la primera tapia que
separa la villa del campo; que suba a la primera Huaca o al primer cerco, y allí
encontrará un raudal de poesía.
16 Huacho indudablemente está llamado a tener más tarde una importancia mercantil;
pero ahora por su campiña es un sitio delicioso que bien puede igualarse a los puertos
más bellos de la costa de Nápoles.
174
17 Saliendo, pues, del grupo de casas o ranchos que forman la villa, se entra
inmediatamente en la vasta, frondosa, bien cultivada y pobladísima campiña, sub-
dividida en innumerables propiedades pertenecientes a los indios. Por todos los
caminos se encuentran habitaciones no muy lejanas unas de otras, y cada rancho indica
una chacra y cada chacra un vergel, en donde se recrean las familias de Huacho
comiendo sus sabrosísimos picantes y bailando la picante danza de la “Moza Mala”, a la
sombra de los naranjos y paltos. En cualquier momento y en cualquier huerta de
Laureama, nombre de un gran distrito del campo, se puede improvisar un festín. Uno
de esos paseos, SS.EE., tiene para mí y supongo que también tendría para UU., un
encanto indefinible. Cuando se va a comer un picante, por lo general, se va a un lugar
lejano para ir a caballo en caravana. Supónganse UU. que por los callejones de árboles
desfila un gran cordón de niñas y de caballeros cuyos trajes y ponchos, de diversos
colores, se matizan con el verde de los árboles, de un modo apacible en la misteriosa
sombra o chispeante cuando los rayos del sol penetran por las ramas. Y cuando la
comitiva atraviesa un riachuelo se reflejan en él las amazonas y jinetes, los caballos
hacen salpicar el agua y el ruido de los cascos que chocan con las piedras sumergidas en
el fondo, forma un ruido tan agradablemente extraño que, para mí, equivale a los
mejores acordes inventados por un músico. Y cuando la caravana encuentra un camino
espacioso, lanza veloces por la tierra a sus caballos y se envuelve y oculta en una nube
de polvo, polvo que no es muy agradable al paladar, pero que es muy fantástico a la
vista, sobre todo del que está a cierta distancia.
18 Y cuando se llega al punto indicado, se tienden los pellones y esteras en el suelo,
siempre a la sombra de los árboles frutales, y allí descansan todos para tomar la sabrosa
fruta y los licores que alegran más el ánimo y dan aún más soltura a los flexibles
cuerpos, para bailar las polkas, mazurcas, chilenas o habaneras. Mientras se prepara la
suculenta sopa huachana y los variados guisos de picante, se emplea bien el tiempo en
alegres coloquios y en la graciosa y entusiasta danza. Y a fe que las señoras del lugar
tienen tal gracia para los bailes populares, que el inglés más puritano y el criollo más
afrancesado, tienen que convenir en que el cancan nacional no carece de encanto ni
decencia.
19 Llegada la hora del picante, se tiende el mantel albo sobre las esteras, y al rededor se
sientan caballeros y señoras como lo hacen los árabes o como lo hicieron los antiguos
griegos. La sopa huachana es el preludio obligado del convite. Esta sopa es una de las
especialidades del lugar: tiene por base la sustancia de varias aves, y es tan fortificante
que bien pudiera satisfacer a un prelado de convento o a un miembro de la comisión
permanente,—comisión, más que permanente,—GRAVANTE. Vienen después los
diferentes platos de picante sazonados con el blando mote, la dorada cancha y la sabrosa
chicha, para quien le agrade.
20 Después del picante, renace el baile con más brío que antes y solo se hace alto para
montar a caballo a la hora misteriosa del crepúsculo. La comitiva entra triunfante a la
población para rematar a cubierto del techado de una casa. Si no fuera por temor de
pasar por lisonjero como un francés, diría que es difícil ser más amable y obsequioso
que una señora de Huacho.
21 En la campiña de Huacho todo respira paz y alegría: como está poblada por doce mil
indios propietarios, y sobre todo trabajadores, no hay el temor a los ladrones que
preocupe el ánimo del paseante. Sea por la belleza del lugar o por la buena recompensa
que el indio saca del trabajo, en su propio terreno, parece que el carácter indígena se
175
hubiera modificado en estos sitios, puesto que los naturales, aun cuando conservan
cierta gravedad de raza, caminan con el cuerpo recto, miran de frente, hablan y aun se
toman la libertad de cantar como si fueran blancos o negros. Verdad es que la riqueza y
la libertad siempre infunden aplomo, y el huachano es poderoso comparativamente al
pobrísimo siervo del indio de la Sierra.
22 No puedo menos de consignar un hecho que me llamó la atención. Un día pasando por
una chacra vi como a cuarenta indios que araban la tierra y manejaban la lampa con
una alegría y un ardor desconocidos en la gente que cultiva nuestros campos: No era el
trabajo forzado y silencioso del indio de las estancias tras-andinas—no el débil esfuerzo
de convaleciente que emplea el hijo del Celeste Imperio—no tampoco la desigual tarea
del robusto pero voluntarioso negro. ¿En qué consistía ese ardor y esa alegría del indio
cuya reputación de holgazán es proverbial? ¿Ganaba un gran salario por su faena? No:
lo único que recibían esos trabajadores del dueño del terreno, indio como ellos, era un
mate de chicha y un plato de pescado con picante. Pero es el caso que todos trabajan
por su propio interés, puesto que hay un convenio entre cierto número de propietarios
para trabajar en común: el día señalado para el trabajo de una chacra todos los
asociados se dirigen al punto indicado con sus herramientas o bueyes, si son necesarios,
y entusiastas trabajan como está indicado.
23 Si los miembros de la sociedad “Amiga de los Indios” vieran lo tranquilos que viven los
huachanos, derramarían abundantes lágrimas de gozo, se darían ósculos de paz—al
contemplar que también hay indios felices en el Perú. Verdad es que, en tiempos de
revueltas, los huachanos también, como todo hombre trabajador del campo, pasan sus
tremendas cuitas, porque la patria les quita sus bestias y sus reses para dar troncha a
los hombres públicos, que medran con la alta y bajísima política.
24 El bienestar de que gozan los indios de Huacho no deja de tener inconvenientes para los
que se proponen adquirir terrenos en el campo o en la villa. Como los propietarios
tienen lo suficiente para vivir, no se apuran en vender su propiedad o piden tan caro
por ella que desconciertan a los compradores y hasta ahora son muy pocos los que han
podido adquirir un pedazo de terreno: pero al fin los ingleses y la gente de gusto
logrará apoderarse de la rivera del mar, en donde se tiene un aire puro y constante y se
goza de la vista de una hermosísima playa. También muchos ricos hacendados o
consignatarios, si no se van a Europa, formarán deliciosas quintas en el campo; puesto
que se puede decir con más justicia de los terrenos lo que Napoleón dijo de los nombres
—“No hay terreno que no tenga precio”.
25 Yo bien quisiera señores editores, hablarles más de Huacho y de las costumbres de sus
habitantes, pero todo no se puede hacer en una correspondencia, aun cuando sea tan
larga como las del fecundísimo Emilio Castelar2. Tengan pues, la presente, como un
bosquejo o como un prólogo de otras correspondencias, si Dios y mi pereza permiten
que las escriba.
26 Mientras tanto, soy de UU. su muy atento y S. S.
27 Huacho, enero 30 de 1869.
176
NOTAS
*. * El Nacional, Lima, 13 de febrero de 1869, p. 1.
1. En su testamento, Manuela Henriquez, viuda de Laso, declara haber adquirido tierras en
Huacho en 1869. Véase AGN, siglo XX, protocolo 3, notario Manuel Iparraguirre, 27 de setiembre
de 1902, f. 847v.
2. Cuando Laso escribió esta nota, la fama de Emilio Castelar (1832-1899), prolífico orador y
periodista español, miembro del partido demócrata, se había extendido rápidamente a América y
varios periódicos de la región lo contaban entre sus corresponsales. En Lima, El Nacional publicó
algunos de sus textos, incluyendo un extenso artículo sobre la Exposición Universal de París.
Véase El Nacional, 26 y 27 de agosto de 1867.
177
Bazar semanal*
1 Ya que los SS. EE. de “El Nacional” nos hacen el altísimo honor de juzgarnos dignos de
colaborar con ellos en su periódico, nos resolvemos a ello no sin salvar mil escrúpulos
de conciencia, por que aún nos queda algo de niñería tan embarazosa y perjudicial en
los modernos tiempos.
2 ¡Y cómo no arredrarse al esgrimir la pluma cuando no hay derecho para tan noble
empresa, puesto que ni somos doctores, ni coroneles, ni arequipeños! Con cualquiera de
estos títulos todo se puede hacer y decidir en el Perú. Pero, reflexionando que en
nuestro país de cucaña todo peruano es o debe ser un portento de habilidad, puesto que
el primero que pasa por la calle es apto para desempeñar cualquier puesto en la
República y aun para representarla en el extranjero, dijimos: Nosotros también somos
peruanos, luego también podemos ser escritores y nos resolvimos a ser hombres de
pluma, ya que los RR. de “El Nacional” nos hacen creer que podemos serlo. Somos, pues,
una segunda edición de Mr. Jourdans1 (sic) con solo la diferencia que el buen bourgeois
escribía en prosa sin saberlo; nosotros, como algunos de nuestros altos personajes,
sabiendo que no sabemos nada, también escribiremos en prosa. ¿Y qué más tendrá que
nosotros, otro pobre Diablo que solo por tener insolencia en lugar de ciencia, dé tajos y
reveses en toda materia y que a fuerza de petulancia y de bajezas consiga apoderarse de
una curul en el senado, de purpúrea poltrona en un ministerio y asegurar para sí y su
quinta generación una gran renta que debe ir aumentándose a medida que se vayan
sucediendo los congresos? Nosotros, menos exigentes pero más modestos, solo
pretendemos un hueco en Melchor-malo y solo aceptamos un taburete de paja criolla
en la redacción de “El Nacional”, y no para recibir órdenes impuestas de nuestros jefes,
que son nuestros amigos, sino conservando nuestra plena libertad para escribir lo que
mejor nos plazca.
3 Otra razón poderosa nos induce también a aceptar las ofertas que se nos hacen, y es la
del interés; puesto que parece que hasta el aire silbara por todas partes la máxima
Yankee para hacer fortuna. Y a fe que hay muchos sectarios de ese sistema, porque si
bien es cierto que muchos de nuestros ricos improvisados han adquirido sus fortunas
en legal comercio, y en la nobilísima tarea de cultivar la tierra, hay sin embargo
algunos que no teniendo profesión ni renta conocida, gastan crecidas sumas en festines,
juego, caballos y otras cosas. Y aun hay otros individuos más milagrosos puesto que no
teniendo más que un sueldo limitado, de repente, de la noche a la mañana, de pobres
178
que eran salen comprando fincas rústicas y urbanas, jugando rocambor de ocho soles
apunte y dando espléndidos banquetes. Y nótese que todos estos milagros se efectúan
pura y simplemente con las economías de su reducido sueldo. Este fenómeno servirá un
poco para explicar de algún modo la muy avanzada teoría del señor ministro de
hacienda; porque nada de extraordinario tiene que el hombre más endrogado inspire
más confianza para prestarle dinero, si el que más derrocha y despilfarra para llevar
cómoda la vida en este valle de lágrimas, sea el que más economías alcance.
4 Nosotros pues, siguiendo el impulso general, el contagio de adquisibilidad, queremos
reunir dinero, honradamente y acumular cuantas pesetas nos vengan por la pluma y por
otro instrumento que a la vez manejamos. Nuestras ganancias no serán muy pingües,
pero ganaremos algo porque el trabajo siempre produce, aun cuando no sea más que el
beneficio de la calma refrigerante que baña el espíritu cuando se ha llenado bien la
tarea del día. Con poco nos conformamos, seremos como Diógenes que se puso a rodar
su tonel por las calles avergonzado de su inactividad, viendo que todo el pueblo de
Atenas presuroso trabajaba en su defensa contra Filipo. Nuestros esfuerzos no
importarán gran cosa para alcanzar fortuna, pero rodaremos pipa para hacer algo que
esté en armonía con la actividad codiciosa de nuestro siglo. Si todos los peruanos
moviesen un tonel por cuenta propia, de un modo independiente del Estado, el tesoro
público no sería como lo es ahora, el tonel de las Danaides.
5 A lo que salga de nuestra pluma le daremos el título de “Bazar”. No porque nuestras
ideas se puedan comprar por el primero que abra su bolsa, sino porque en esta sección
habrá de todo, como en botica, según esté el humor. Las drogas que se den al público
serán malas, pero no tan caras como las que venden nuestros boticarios.
6 En todo conservamos nuestra libertad, hasta en no cumplir en el plazo señalado para
nuestros artículos; pero entonces, a fuer de hombres honrados, devolveremos la cuota
señalada a nuestro trabajo, aun cuando el Congreso nos decretase lo contrario en una
ley de reparación, porque si es justo recibir recompensa por su trabajo, es un abuso, y
aún un robo, cobrar por el tiempo que uno está tendido a la Bartola. Hablamos en
contratos particulares, que con respecto a servicios hechos al Estado, es muy distinto,
porque ni a un cocinero le parece pecado robar a su patrón; ni a la mayor parte de los
peruanos les parece una falta arrancar a la Nación el doble o el triple de lo que
merecen. Esta es una costumbre vieja, y la costumbre se ha hecho ley sancionada por
todos los Congresos.
7 Sobre las bases anteriores los editores del “Nacional” tendrán todas las semanas el
“Bazar” abierto, y el respetable público paseará por él sus miradas, si lo tiene a bien, y
si no, paciencia; que mientras vivamos, no faltará quien nos lea.
8 Hoy era el día señalado para principiar nuestras tareas. Debimos, pues, presentar este
artículo con las dimensiones y en la forma que deberán tener los que le sigan; pero una
reciente enfermedad nos obliga a ser lacónicos en la materia y desaliñados en la forma;
porque, la vista empañada y trémula la mano, no nos permite trazar en el papel lo que
la imaginación ha formulado en la mente. Nos reservamos, pues, cumplir nuestro
compromiso desde la semana entrante, esto es, si hasta entonces no ha ayunado Gálvez.
9 El trabajo de hoy no es sino la voz de PRESENTE que da el que llega a tiempo; pero de
cualquier modo que sea ya, estamos instalados en la redacción del “Nacional” y
aseguramos no llevar encubiertos, ni microscopio para ver las faltas de nuestros colegas
del “Comercio”, ni escalpelo para rasgar la piel de nuestros semejantes. Lo mismo nos
sucedería si perteneciésemos a la redacción del “Comercio”, pues no concebimos ni
179
NOTAS
*. * El Nacional, Lima, 27 de febrero de 1869.
1. Referencia a Monsieur Jourdain, figura central de la comedia de Molière, Le Bourgeois
Gentilhomme (1670). Ed.
180
Bazar semanal*
8 El Sr. prefecto que, aun cuando no tiene narices tan aventajadas como las de un gran
mariscal, no carece de olfato, olió por la nota que tras del Señor Illmo. venían los demás
acólitos, y asustado dijo: “¡Atrás mi general!”
9 El mariscal, ex-alcalde, irritado porque se le cierra el paso de su querencia, se calza las
botas de mayores tacones y empinándose por los techos del cabildo y palacio, lanza a la
prefectura su peluca en los términos siguientes:
10 “Siempre patriota y hombre de orden (el mariscal es quien habla) estaré dispuesto a
protestar contra todo aquel que infrinja las leyes de mi patria &., &.”
11 Si cuando el león ruge los cachorros tiemblan, al gruñir un gran mariscal, los tres
coroneles Balta han debido por lo menos agazaparse de susto.
12 Pero el hecho es que el señor D. Pedro, tal vez sin medir la magnitud de su empresa, se
ha opuesto a la voluntad poderosa y tenaz del mariscal alcalde y de su corporación. El
prefecto merece pues la gratitud de los vecinos de la capital, por haber evitado que se
establezcan en la ciudad dos pestes a la vez. Del mal, el menos.
13 Al escuchar al señor alcalde en sus notas, cualquiera que no haya estado en Lima en el
año pasado, pensaría que el ilustrísimo gran mariscal viendo, que ni los cañonazos, ni el
alquitrán, ni siquiera los cuerpos surtían buen efecto para ahuyentar a la peste, montó
a caballo, se fue a Maravillas y viendo al escuálido flagelo le dijo: ¡aquí está Pereira!, y
arremetiendo con brío lo hizo fugar por el pepinal de Ancieta.
14 Pero cuando se hable de esa época calamitosa para el pueblo de Lima, no será al gran
mariscal ni a los que fueron entonces municipales, a quienes les corresponda elogios, ni
mucho menos la más pequeña gratitud del pueblo a quien se afanan en representar; y
ya que se toca este punto, hablaremos de un modo más extenso de lo que se debiera,
para que el pueblo sepa con quiénes pueda contar en épocas de tribulación, y quiénes
solo presiden a las multitudes cuando se va, tirando cohetes en las fiestas o cuando hay
algo de arañar.
15 Felizmente para Lima; el año pasado hubo una corporación que se llama Sociedad de
Beneficencia. Esta buena barchilona, apenas tuvo noticias de que algunos casos de
fiebre se habían declarado en el Callao, se puso en alarma y dio repetidas veces la voz
de alerta al gobierno.
16 Por entonces, el general Canseco3 y todos los que le rodeaban se resistieron a creer en la
realidad del mal y fue necesario que la muerte se presentase hasta en Palacio, para que
dieran ascenso y tomasen las medidas que la Sociedad de Beneficencia imploraba.
Verdad es que en esa época la fortuna sonreía por todas partes y de tal manera a los que
componían el gobierno de entonces, que no era posible que sospecharan que pudiera
haber calamidad pública, cuando Dios se mostraba tan benigno con ellos en lo privado.
Pero el hecho es que parece difícil que se repitiera una desgracia igual en la que tan mal
se condujesen los que dirigen o representan al pueblo.
17 El mariscal La-Fuente entonces tuvo una ocasión magnífica para lucirse: era mejor que
alcalde, puesto que era ministro de gobierno, pero después de mil exigencias para que
formase un lazareto del cuartel de Barbones o de cualquier otro, solo se resolvió a
emprender la obrita del lazareto de palo cuando ya se acababa la peste, después de
perder un tiempo precioso4. Durante toda la peste jamás se vio al gran mariscal
visitando a los enfermos:— Es cierto que algunas veces se le vio visitando a la obra. Lo
mismo sucedía con los señores regidores.
182
18 Cuando se asiste a las fiestas de iglesia y a los espectáculos, lo primero con quien uno se
encuentra es con la AUTORIDAD, con un señor de una raya irreprochable en la cabeza, aun
cuando el vestido esté mantecoso, que dicen que es el señor regidor, pero durante la
peste, ¿en dónde se les vio a esos señores? En ese tiempo solo se ocuparon con afán en
sus cuestiones eleccionarias y solo después del general clamoreo hicieron los que hacían
algo repartiendo medicinas. A este respecto el público y el señor prefecto saben muy
bien lo que hubo. En todo caso, si los municipales se interesaron algo en los remedios,
muy poco se cuidaron de los enfermos.
19 Pero el hecho es que tanto el mariscal La-Fuente como todos los regidores que tanto
afán manifiestan en volver a empuñar la mazorca, como vulgarmente se dice, no
estuvieron a la altura de la situación y no merecen que se les consagre un buen
recuerdo como a regidores con peste y sin ella.
20 Pero si por una parte se veía frialdad y egoísmo, por otra se ostentaba la abnegación en
Lima. Hubo pues hechos que pueden llamarse heroicos, pero no fueron los más
valientes los que más ruido hacían con las vainas de sus espadas, ni los que más gente se
comen en los estrados. La Beneficencia ya ha señalado los nombres de aquellos que han
merecido una medalla como justa recompensa, como testimonio de eterno recuerdo por
sus hechos distinguidos, y el pueblo conservará gratitud para don Manuel Pardo 5 que
tragando lágrimas amargas y ahogando suspiros, por la muerte de los hijos y amigos
queridos, recorría día y noche los hospitales; tendrá siempre presente al señor
Francisco Carassa, que cargado de años y de hijos, era un constante trabajador en el
lazareto. Ni se podrá recordar sin respeto la conducta abnegada de los señores don
Pedro Denegrí, don Mariano Lino de la Barreda, don Francisco de P. Boza, y de don
Ramón Ascárate,6 que fueron infatigables en el servicio de los hospitales.—A estos sí se
les debe gratitud; cualquiera de esos ciudadanos tendría derecho de exigir su puesto de
honor, conquistado por sus servicios y concedido por el voto público.
21 El señor gran mariscal y sus colegas pueden quedar pues tranquilos en su casa durante
la fiebre, si solo pensaban hacer por la población lo que ya hicieron. El público, ya sea
en general o en detalle puede querer, idolatrar al señor general La-Fuente como a un
benemérito soldado, y a los otros señores como a buenos vecinos o ciudadanos; pero de
ningún modo los quiere como a regidores, ni los puede sufrir en racimo como cuerpo
honorable. Se puede asegurar, sin que se discrepe en un ápice, que en Lima no hay uno
que como a regidores no los tema, pero en cambio tampoco encontrarán uno que los
estime.
22 Y sin embargo, ¿por qué esta insistencia en golpear las puertas con que se les rompe las
narices? ¿Por patriotismo? Pues vaya que el patíotísmo municipal había sabido inspirar
más humildad que la virtud cristiana.
23 Con la fiebre de la municipalidad hemos divagado sobre ella, sin decir lo que más
convenía hacer para el bien del público, que siempre está con la honorable a cuestas
como con la espada de Damocles. ¡Siempre con esa amenaza! Pero qué extraño es que
nosotros no atinemos, cuando ni el señor fiscal da en bola y se escapa por la tangente
para dejarnos en las mismas. Ojalá que el coronel Balta 7 se declare Alejandro y que
cortando el nudo gordiano SALVE A LA POBLACIÓN DE LIMA.
24 Ya que se facilita el tránsito de la población por medio de la construcción de un nuevo
puente, ¡que Dios sea loado!, también es preciso que se remuevan esos estorbos que son
aun más inconmovibles…
183
25 Y con respecto al puente nuevo, que lo ciaemos (sic) de los cabellos, diremos: que ojalá
esta obra no sea como muchas que se hacen más para el negocio particular que para el
beneficio público. Ya veremos. Si la obra es buena como lo esperamos, palmotearemos
como si tuviéramos parte en el negocio, pero si la obra y la forma no está en armonía
con los 300,000 soles que debe costar, gruñiremos como si el dinero fuera nuestro.
26 Así como es costumbre en los aficionados al canto, antes de principiar el primer
compás, toser y decir que están muy constipados, algunos escritores suelen también dar
sus disculpas al principio de sus artículos, para hacerse perdonar la sequedad de
mollera o cualquiera otra causa que les impide florear como para encantar al público.
Nosotros también debimos decir algo en favor nuestro, cargando en cuenta a las
enfermedades las culpas de la inteligencia, pero se nos olvidó al principio y solo
notamos nuestra falta ahora que vemos que se ha llenado tanto papel para no decir
nada de sustancia. Pero la tarea está cumplida y la prensa imprime con la misma
facilidad lo bueno que lo malo, y el público traga, a veces, todavía con más agrado lo
malo que lo bueno.
NOTAS
*. * El Nacional, Lima, 6 de marzo de 1869.
1. Laso se refiere al Mariscal Antonio Gutiérrez de la Fuente (1796-1878), colaborador de Pedro
Diez Canseco contra Mariano Ignacio Prado, quien desde enero de 1868 ocupaba la alcaldía de
Lima. Tomó licencia del municipio al ser convocado por el presidente Diez Canseco para asumir el
Ministerio de Gobierno. Cuando el 27 de febrero de 1869 suscribe una carta dirigida a Pedro Balta,
entonces Prefecto del Departamento de Lima, solicitando volver a la municipalidad, su solicitud
fue denegada. Véase “Notas importantes”, El Comercio, 27 de febrero de 1869, p. [3]. Véase Tauro,
Enciclopedia ilustrada del Perú, 3, pp. 1103-1104. Ed.
2. En el momento que Laso escribía esta crónica, la peste de fiebre amarilla iniciada en 1868
continuaba cobrando víctimas en Lima. Ed.
3. El general Pedro Diez-Canseco (Arequipa, 1815 – Chorrillos, 1893) ocupó la presidencia de la
república entre enero de 1868, cuando renuncia Mariano Ignacio Prado, hasta agosto de 1868,
cuando el Coronel José Balta es elegido presidente. La animosidad de Laso hacia Diez Canseco se
explica por haber sido éste el principal opositor al gobierno de Prado, de quien Laso fue estrecho
colaborador. Tauro, Enciclopedia ilustrada del Perú, vol. 2, pp. 721-723. Ed.
4. En efecto, recién el 25 de febrero el Presidente Balta autorizó a la Beneficencia de Lima la
construcción de un lazareto y dispuso los fondos para que se pudiera emprender su construcción.
Véase “Callao”, El Nacional, 27 de febrero de 1869. Ed.
5. Aquí, en los elogios a la gestión de Manuel Pardo y Lavalle (1834-1878) como director de la
Sociedad de Beneficencia Pública de Lima (1867-1868), se trasluce la parcialidad de Laso hacia la
figura de su amigo y correligionario político. El pintor había integrado el directorio de Pardo en
la Beneficencia y había trabajado arduamente en el combate librado contra la epidemia de fiebre
amarilla. Pardo ganó así la visibilidad política que luego le permitió asumir la alcaldía de Lima
(1869-1870) y, más adelante, emprender la presidencia de la república. Ed.
184
6. Pedro Denegri, Mariano Lino de la Barrera, Francisco R Boza y Ramón Azcárate integraron,
junto con Francisco Carassa, José Manuel Tirado, Ignacio de Osma, Juan José Moreyra, Bernardino
León, Gerardo Saavedra, Marco Azcona, Manuel La Rosa, Manuel M. Falcón, Manuel Amunátegui,
Isidro Frisancho y el propio Laso, el directorio de la Sociedad de Beneficencia Pública de Lima
bajo la gestión de Manuel Pardo. Ed.
7. José Balta Montero (1814-1872), asociado a Prado contra el general Pezet en rechazo a los
términos del Tratado Vivanco-Pareja, se convirtió luego en su opositor político. Señalado por la
opinión como candidato a la Presidencia de la República, fue deportado a Chile a fines de 1866.
Un año más tarde se presentó en Trujillo para encabezar la insurrección contra el gobierno de
Prado y fue elegido luego Presidente en julio de 1868. Tauro, Enciclopedia ilustrada del Perú, vol. 1,
pp. 235-236. Ed.
185
Bazar semanal*
8 Hace poco tiempo que un amigo nuestro, de carácter cuitado y que tiene terror pánico a
las revoluciones, como si no fuera peruano, vino hacia nosotros con aire desolado para
entablar el siguiente diálogo:
• ¡Sabrán UU. que el Presidente se va a pasear al Sur!
• ¿Y qué más tiene que dirija sus pasos por Cocharcas o por Guía?
• No señores; la cosa es muy grave. Abandona la capital para visitar los departamentos del Sur;
se lleva a todos sus ministros y parte de su ejército, ¿comprenden UU. el peso del
argumento?
• Sí; el asunto no deja de tener tres bemoles, pero cuando S.E. ha resuelto dar ese gran paseo,
debe ser conveniente a la salud del Estado ese cambio de temperamento. Tal vez es consejo
de los médicos.
• No señores: son por el contrario los enemigos del orden los que le han sugerido esa idea para
echarlo al suelo, se la quieren jugar. Mientras S. E. esté en algún departamento de la sierra,
preguntando si hay huevos, otros se meterán en la esquina de Desamparados y de allí le
sacarán la lengua; y entonces adiós tranquilidad. Otra vez tendremos derramamiento de
sangre, se derrocharán los millones, la anarquía será inevitable y el diablo se llevará a este
desgraciado país.
9 La paz pues, está en peligro y es necesario que todos los que no especulamos con
revueltas, los hombres de orden, conspiremos para que no se mueva de Lima el
Presidente. Es conveniente que todos le hablemos—que se escriba en los periódicos para
disuadirlo de esa locura. UU. también como patriotas deben hablar sobre el asunto, ¿no
es cierto?
• Pero señor: U. parece que se asusta antes de tiempo y tal vez sin razón. Puede ser que el viaje
no sea más que un proyecto en embrión, y en caso que se realice, S.E. ya tiene edad y cinco
consejeros para saber lo que hace, y no pertenece a nosotros el meternos en camisa de once
varas contrariando proyectos dictados tal vez por la más alta de las políticas.
• No señores. Por favor les pido siquiera un rasgo, una palabra sobre el asunto y les quedaré
muy reconocido.
• Bien señor. Daremos a U. gusto a medias, contando en público una historia que si no es de
mil y una noches, es de mil y un idas.
• Gracias caballeros.
• No hay por qué.
10 Cumpliendo pues con la promesa, relatamos la siguiente historia.
11 Parece que un rey de uno de tantos reinos que se suponen en el Oriente, se encontraba
descansando en un bosque después de haber abatido a un soberbio ciervo, cuando se le
presentó un mágico muy renombrado. El rey para divertirse le dijo que le hiciera
alguna prueba y el brujo le prometió resucitar al ciervo haciendo que su alma se
introdujese en el cuerpo del animal muerto. En efecto, el mágico hizo ciertos ademanes,
recitó ciertas palabras y quedó tendido en el suelo sin movimiento alguno, y en el
mismo instante el ciervo se levantó, principió a hacer mil cabriolas, a arrodillarse ante
Su Majestad y después de hacer otras maravillas, deja el cuerpo del animal para
recuperar el suyo.
12 El rey, sorprendido, boqui-abierto, pregunta al mago si podría comunicarle la misma
virtud y le ofrece en pago de tan gran servicio todos los tesoros de su reino. El brujo
acepta y repitiendo las mismas palabras y gestos cabalísticos, comunica su poder al
187
21 Cuando una revolución triunfa, se puede decir que ha habido una gran peste que ha
derribado de sus puestos a miles de empleados, los cuales son reemplazados
inmediatamente por otro nuevos que estaban a la caza de sus respectivos puestos.
Verdad es que nadie pierde en estos cambios sino la nación, porque los congresos se
encargan de pagar a propietarios e intrusos, a caídos y levantados, a los vivos y
difuntos.
22 Si consideramos al destino como el cuerpo del negocio y al empleado como el alma, el
mes de enero de 18681 fue el mes más célebre en las transmigraciones y también fue
una especie de juicio final. ¡Cuántos huesos inservibles no se alzaron para tomar su
antigua forma! ¡Cuántos animales no ganaron ocupando puestos que debieron ocupar
los hombres! ¿Y cuántos ilustres ciudadanos no perdieron, descendiendo de jefes de
zapatería a oficiales de ejército? (Este es plagio). Lo cierto es que esa época fue muy
interesante, como han sido todos los primeros meses en que se han presentado
triunfantes las revoluciones desde el 54. Si esas comedias no costasen tan caro al país,
no hubiera espectáculo que más hiciera reír.
23 Pero volviendo al proyectado paseo del presidente, por dar gusto a nuestro amigo,
divagaremos brevemente sobre sus consecuencias. Para esto consideraremos a S. E.
como el alma del gobierno y a la capital como su cuerpo, en donde reside seguro, hasta
cierto punto, como el marisco en su concha. Si abandona su casco, según el sistema de
la metempsicosis criolla, muchos mágicos procurarán meterse en su lugar por salvar a la
patria; ¡y hay tantos patriotas! Si se va S. E., según el amigo Pedro Grullo, habrá o no
habrá revolución en Lima. Si todo anda tranquilo, no se habrá ganado otra cosa, sino
mayores gastos para la nación; porque un presidente del Perú no es tan modesto para
viajar como el buen rey de Iveto, que solo llevaba por toda escolta un perro. Pero si
mientras el presidente está contemplando las ruinas de Arequipa o admirando el lago
Titicaca, alguien se mete en el palacio de Lima y se alza con el santo y la limosna, bonito
quedaría S.E. y más bonito quedaría el Perú.
24 ¿Ganaríamos algo con el cambio? Lo dudamos.
25 Aun cuando en el Perú no hay cálculo posible, hay sin embargo un punto ñjo e
invariable hasta aquí, y es:—que a un presidente militar que se derriba, otro presidente
militar tiene que reemplazarlo. Y como casi todo militar es déspota por naturaleza, amén
de otras virtudes que ostentan muchos de los presidentes en infusión, tendríamos pues casi la
certidumbre de cambiar al coronel Balta que dicen que es medio fogoso PERO MUY
HONRADO, por otro que sea además de fogoso, tal vez un saqueador de los bienes del
Estado. Y si se suma los gastos de una guerra civil en suministros, empréstitos, vales
emitidos y el aumento de una doble lista militar y civil, ya podemos calcular lo que nos
costaría el cambio de un militar que ya se conoce que es HONRADO, por otro que sea tal
vez derrochador de los tesoros públicos y desmoralizador de la sociedad.
26 En materia de revoluciones, ya tenemos alguna experiencia. También hemos sido
revolucionarios de buena fe: es decir que hemos deseado que se derriben los abusos y
que se establezcan las reformas necesarias para que el Perú pudiera desarrollarse según
le permitían sus grandes recursos y según lo exigían la justicia y la civilización del siglo;
pero ya sabemos a qué atenernos sobre el asunto. Durante la administración del coronel
Prado y en su caída, hemos conocido que toda revolución para mejorar no es sino una
quimera, porque nuestro patriotismo está dirigido por nuestro bolsillo, como al marino
lo dirige la brújula; y sin patriotismo desinteresado nada se puede hacer de bueno. La
administración Prado intentó reformar muchos abusos y crear al Estado cierto modo de
189
vivir seguro, pero como este medio prudente afectaba un poco las rentas de algunos
particulares para el bien común, todos se sublevaron por el tanto por ciento que se les
quitaba. Tal vez hubo algunos que tuvieron la fe constitucional hasta en los tuétanos;
pero en general, casi todos fueron enemigos del coronel Prado y de las reformas, por un
miserable interés personal. Si el coronel Prado hubiera reconocido todos los empleados
y grados concedidos por el general Pezet y no hubiera disminuido sueldos, Prado habría
sido para todos el hombre del siglo y las viudas se habrían enamorado del dictador.
Entonces no habrían sonado las campanillas ni se hubiera invocado el nombre de la
santa religión para encubrir el ruin interés personal. Todo era pues, cuestión de
bolsillo. Pero dejemos en paz a los vencidos: recitemos un responso para el que quiso
enderezar entuertos; pero ya que viene al caso, también nos quitaremos el sombrero, para
saludar al que siquiera tuvo buenas intenciones por reformar su patria y al que fue el
principal autor del 2 de Mayo. La justicia exige que demos al César lo que le pertenece.
27 Como decimos, pues, ya conocemos lo que son las revoluciones y a la mayor parte de
nuestros patriotas, y por esta razón hemos llegado a concebir desconfianza y aun odio
para toda revolución. Pero no por esto nos convertiremos en incensarios del poder. Si el
gobierno se conduce mal lo censuraremos, y lo aplaudiremos siempre que ejecute algo
que sea digno de alabanza. Nuestras apreciaciones creemos que sean imparciales,
porque jamas serán dictadas por el interés ni por el odio.
NOTAS
*. * El Nacional, Lima, 13 de marzo de 1869.
1. Laso se refiere a la victoria de José Balta y Pedro Diez Canseco sobre Mariano Ignacio Prado,
quien debió renunciar a la presidencia de la república el 8 de enero de 1868. Ed.
190
Bazar semanal*
bien al país, jamás se habrá hecho un beneficio más modesto, es decir más oculto; más
en silencio.
6 Nosotros, en este asunto, nos lavamos las manos. Sin culpar ni particularizar a ninguno
de los salientes, diremos que el público ha recibido la medida con aplauso y que
reconoce la notoria honradez de los nuevos empleados de la Aduana del Callao. Por otra
parte, las entradas de la Aduana serán las que decidan si ha tenido o no razón el coronel
Balta, el Ministro Piérola1 y el señor Velarde. Pero el que ha hecho una ganancia
positiva en esta cuestión ha sido el Dr. D. Pedro Astete a quien el Gobierno ha exhibido
como el Lot de esos lugares.
7 Otro acontecimiento importante ha ocurrido en la semana. Al fin su señoría el Ministro
de Gobierno ha nombrado una especie de Municipalidad, compuesta de veinticinco
ciudadanos con el nombre de Vocales y doce suplentes2. Al fin la población respira, aun
cuando todavía no está muy segura mientras no haya una elección con todas las salsas
legales, porque los municipales del 63 parecen tener vida tan dura como la de un gato,
que cuando ya se le cree muerto, sale de repente corriendo, maullando y arañando.
8 Como quiera que sea; por algunos meses siquiera habrá gente nueva a cargo de los
intereses del común. Sentimos mucho no poder extendemos sobre este asunto, por
razón de conveniencia personal. Solo diremos, atendiendo a los nombres que figuran en
ambas listas, que se puede asegurar el buen manejo de las rentas municipales por la
nueva corporación y el buen comportamiento de cada uno de sus miembros en el
puesto que se les señale.
9 La cuestión italiana sigue debatiéndose en la prensa con calor. A este respecto el
“Comercio” y el “Nacional” se bombardean que es una bendición de Dios. El señor
Barrenechea3 sirve de blanco de una de las baterías.
10 Los jóvenes letrados Arenas y Riveyro (sic), después de hacer esfuerzos inauditos para
salvar a sus defendidos, consiguieron el sábado que se suspenda el sorteo, y si logran
aplazar la cuestión hasta la reunión del congreso, pueden lisonjearse de haber
arrebatado a un hombre de las descarnadas manos de la muerte. Dios tendrá, sin duda,
presente esta acción, como circunstancia atenuante para juzgar la cuenta de esos
abogados.
11 Es indudable que esta semana ha estado muy entretenida: ha habido de todo. Las
diversiones profanas se redoblan a medida que se va a acabar la cuaresma: antes
sucedía lo contrario, verdad es que era por asistir a las diversiones místicas; para lucir
las ricas mantas de encajes y los costosos vestidos de seda. Pero en todo caso, nadie
puede quejarse, porque los templos y teatros han estado igualmente concurridos. Lima
ya está como las grandes capitales—aquí tenemos gente para todo.
12 Como el 19 era santo de Nuestra Señora de los Dolores y de su santo esposo San José, y
además, cumple años de S. E., hemos tenido albazos y cohetazos para aturdir a los
vecinos de la Plaza principal. Conviene rectificar el hecho de que todos esos aparatos
han sido en honor del jefe del Estado y no en honor de los Santos, porque el presidente,
en esta vez, ha tenido más devotos que San José y la Virgen. Pero también conviene
prevenir a S. E. que tenga cuidado con los amigos que lo han colgado y quemado, porque
son muy peligrosos, muy caros, cuando obsequian, porque cada regalo es un huevo que
pide mucha sal. Los mejores amigos del presidente son casi siempre los peores
enemigos del Estado. Cada lisonja, cada sonrisa amable, cada saine a S. E. casi siempre
se vende por una tarascada al tesoro público. Si el coronel Balta quiere defender las
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arcas nacionales, que se cuide más de sus amigos íntimos que de sus enemigos, o por lo
menos, que vigile a ambos.
13 Ayer en la cuestión del puente nuevo del Rímac, se pasó a Rubicón, poniéndose la
primera piedra. Jamás puente alguno ha sido defendido ni atacado con más tenacidad.
La prensa en lo público ha gritado más que las aves que salvaron el Capitolio, y en lo
privado el mismo respetable público ha hecho trizas al empresario y al señor ministro
de gobierno. Estos SS. han sido lapidados mucho antes de que S. E. ponga la primera
piedra4.
14 Nosotros, siguiendo la corriente de la opinión, tal vez habríamos echado nuestra
palanganada sobre otra de las obras públicas y sobre la moralidad de los contratos, si no
hubiéramos sabido que el autor del plano del puente en cuestión y del presupuesto era el
señor Arancivia. Tenemos hasta aquí tan alta idea de la honradez del joven ingeniero,
que estamos persuadidos de que los trescientos mil soles no se invertirán todos en las
ganancias del señor Armero. Habrá, sin duda, alguna utilidad pero no tan exagerada
como se supone. Verdad es que habría sido preferible que se buscasen los medios de
hacer una obra que a la vez que fuera buena fuese también más económica, como por
ejemplo, el puente que se iba a realizar en tiempo de la alcaldía del señor Bresani, que
ya ha citado “El Nacional” del 18 del presente. Pero también diremos que a pesar de
tener mucho de artistas soñadores, también a veces tenemos algo de espíritu práctico y
preferimos un pollo en la cazuela a una perdiz volando. Si habíamos de tener puentes
baratos solo en los planos, vale más que tengamos uno construido y en servicio del
público, aun cuando esté caro. Esto no quiere decir que nosotros aceptaremos de todos
modos gato por liebre. Como cualquier hijo de vecino vigilaremos el asunto en cuestión.
15 La semana ha sido fecunda no solo en golpe de Estado, sino también en golpes
particulares. Sin duda el excesivo calor que nos atormenta predispone los ánimos a las
bastonadas.
16 En la calle de Mercaderes se han dado de palos dos individuos por la cuestión más
ridicula que imaginar se pueda,— por cuestión de la vereda. Lo que hay de más extraño
es que uno de los contendientes fuese Norteamericano, lo que nos hace suponer que en
el yankee ha habido otro motivo; salvo que se haya acriollado de un modo escandaloso.
Solo entre nosotros, país en donde abundan las pantorrillas, se fija uno en semejante
sandez. Nosotros que somos los monos de los europeos, al punto de ponemos cola
cuando ellos se la ponen, también debíamos aprender a no hacer ningún caso de esa
necia y fastidiosa costumbre de ir bailando contradanza por la calle haciendo quites a
cada esquina. ¡Qué fastidio!
17 En Francia, en Inglaterra, Alemania &. no se reconoce los que es la vereda. La gente
activa no puede fijarse en niñerías de esa especie. Cada cual marcha al paso que le es
necesario y pasando por el hueco que encuentra, ya sea a derecha o izquierda del que
viene o va por adelante. Cuando dos o más personas siguen el mismo camino, ignorando
completamente la ridiculez de la vereda, todos van indistintamente como se encuentran
al dar el primer paso. Solo hay una regla cuando se toma del brazo a una señora, y es;
que el hombre ofrece el brazo izquierdo, para poder manejar el bastón o el paraguas
con la mano derecha; y una vez tomada la pareja del brazo, no se varía por nada, ni va
haciendo el ridículo cambio, en cada vez que la pareja pasa de una vereda a otra.
También sucede que en casos de gran etiqueta, se da el costado derecho a la persona de
más categoría; pero no se acostumbra ni se comprendería las pasadas y repasadas en la
calle. Solo entre nosotros hay esa costumbre ceremoniosa, y pudiera ser que también la
193
hubiese en España. Son tan parecidas las hijas y la madre, somos hasta aquí de índole
tan ociosa, que tenemos que dar importancia a fruslerías como a la vereda. Con los
hábitos de trabajo ganaremos en buen sentido, y con el buen sentido desterraremos la
contradanza en las calles.
18 La cuestión vereda es una de las piedras de toque de los Cándidos. No hay mentecato que no
defienda su fuero de la pared; y si no estuviéramos acostumbrados a esa ridiculez,
convendríamos en que es necesario ser muy niño para que nos preocupe tal niñería.
19 Si a un ministro pantorrilludo no se le cede la vereda, aun cuando vaya acompañado de
un amigo íntimo, que tal vez como hombre valga más que su señoría, inmediatamente
frunce el ceño y procura descartarse del desconocido.
20 Más de una vez nos hemos divertido al ver todas las preocupaciones que toman, para
conservar la vereda esos necios, cría de pretenciosos y estúpidos pavos, que se dan
importancia en las calles, hinchándose como esos pretenciosos animales. Por ejemplo:
cuando uno de esos majaderos sale desde su casa acompañado, ya se han impuesto del
rumbo que debe tomar el compañero, y desde el patio, de un modo natural, se coloca en
posesión de tomar la vereda. Si por algún incidente se le pierde su estrategia, se
desconcierta, contesta en monosílabos, agacha humillado la cabeza, para que no vean
que hay quien no le ceda la acera, como a gran personaje que es, como a sujeto de gran
mérito. Y luego que puede, entra a una tienda a preguntar lo que no hay en ella, para
hacer una evolución por la cual se apodera de su puesto; y entonces levanta orgulloso la
cabeza, se cantonea, echa su zandunga y el humor vuelve al alma de cántaro.
21 ¡Hasta cuándo seremos tan mentecatos en materia de las veredas, en puntos de derecha
e izquierda! El puesto de honor no está en los costados de la calle como no lo está
(según Cervantes) en la cabecera de la mesa. El puesto de honor lo lleva y lo tiene
naturalmente el QUÉ MÁS VALE. ¡Necios!, tened presente el consejo del sagaz autor de D.
Quijote.
NOTAS
*. * El Nacional, Lima, 20 de marzo de 1869.
1. Nicolás de Piérola (Arequipa, 1839 – Lima, 1913) ocupaba entonces el Ministerio de Hacienda.
Ed.
2. La anulación de las elecciones municipales por el Congreso llevó al gobierno a nombrar a una
“Junta de Notables” encargada de nombrar a un nuevo alcalde de Lima. Laso fue nombrado a esta
Junta Municipal que eligió a Manuel Pardo como Alcalde de la ciudad. Véase la carta de Laso
aceptando este nombramiento, “Sección administrativa”, El Peruano, 23 de marzo de 1869, p. 273.
Ed.
3. El diplomático y jurista José Antonio Barrenechea Morales (Lima, 1829-1889) se encontraba
entonces a cargo del Ministerio de Relaciones Exteriores. Ed.
4. El 19 de marzo el presidente Balta había dado un discurso en la ceremonia de instalación de la
primera piedra del puente de fierro sobre el río Rímac. La ejecución del proyecto diseñado por el
194
ingeniero Felipe Arancivia estaba a cargo del empresario Enrique Armero. “La primera piedra”, El
Nacional, 20 de marzo de 1869. Ed.
195
Bazar semanal*
1 En los tiempos en que la humanidad conservaba la fe viva y robusta para todo lo que
concernía al Cristo Salvador, se conmemoraban con sublime tristeza los actos que
precedieron al martirio del Redentor del Mundo. Aún hoy, en algunas de nuestras
ciudades del interior, las funciones de Semana Santa, tienen un extraño carácter, un
aspecto de unción mística e ingenua, un aire serio y semi-salvaje que impresiona al que
por primera vez contempla esas ceremonias, porque, sin quererlo, uno se transporta a
los primitivos tiempos del cristianismo. Pero en Lima, por la esplendidez que se ostenta
en los templos, por el lujo que despliegan las señoras y, más que todo, por la índole
alegre e indolente que predomina en sus habitantes, las funciones de la Semana Santa
siempre han tenido una fisonomía pagana o teatral, más bien que el severo aspecto
religioso que se conmemora.
2 Mas en esta vez, en esta Semana Santa, Lima se presenta silenciosa. Las calles casi
desiertas, los semblantes de sus hijos se manifiestan serios, y aun los templos se
encuentran menos concurridos que en otros años en iguales fiestas, ¿y cuál es la razón
de tal recogimiento? Es que el ángel de la muerte ha hecho resonar de nuevo su
trompeta, y por medio de la fiebre amarilla, que a tantos amigos y deudos arrancó de
nuestros brazos en el año anterior, hoy extingue también interesantes existencias para
la sociedad, utilísimos ciudadanos para esta patria tan escasa de gente.
3 Parece un sueño lo que ha sucedido en el Callao el día 23 del presente, el Martes Santo.
—Murió el pintor Luis Montero. El artista fue víctima de la fiebre amarilla, casi en el
mismo día que debió emprender su viaje a Europa para continuar sus estudios; pero el
destino le hizo cambiar de rumbo, y en vez de ir a Florencia cargado de trofeos
compuestos de laureles y oro que le concedió el Congreso Nacional, vuela su espíritu al
otro mundo, a la eternidad, dejando en las playas nativas a su cuerpo, a su fiel
compañera en los tiempos del hambre, y a su fortuna, que aún no le había servido para
compensar la amarga escasez en que vivió tantos años.—¡Esa sí que parece una burla del
destino! Cuando Montero estaba, se puede decir, casi en marcha, para alcanzar la
felicidad, la muerte con su arpón lo arrancó de la nave para sepultarlo en las entrañas
de la tierra.
4 ¡Pobre Montero! ¡Cuántas ilusiones no retozarían en su mente cuando preparaba su
equipaje para el día 22 de Marzo, víspera de su viaje eterno! Sin duda pensaba abrazar
gozoso a los amigos y compañeros de arte y contarles la inesperada fortuna que
196
buen seguro que la mayoría de los peruanos tienen igual pensamiento al que
expresamos, porque nuestros soberanos congresos están de tal modo desprestigiados,
que es necesario tener la fe del carbonero en la República, como la tenemos, para no
convertirse en monarquistas absolutos, con tal que se supriman los congresos, al menos
mientras tengamos mayoría de legisladores tan pródigos con los bienes fiscales y tan
amigos de su conveniencia particular. El último congreso, en materia de despilfarras,
ha sido el más espléndido; él ha reconocido todos los ascensos posibles, legales e
ilegales, ha aumentado los sueldos y montepíos, sin necesidad, ha tenido un vértigo
derrochador, como el que tendría un niño travieso, que encontrando abierta la caja del
padre saca a manos llenas el dinero para regalar monedas a los criados, a los vecinos y
aun tirar en la calle por lo alto los soles y pesetas para que los recojan los que pasan. Y
aun cuando la soberanía nacional del 6 8, contemporánea del cataclismo y de la peste,
hizo creer al principio que iba a seguir con la reforma del antiguo régimen, esos pasos
para la economía fueron el paso atrás que da el carnero para dar un salto mortal hacia
los despilfarras. Solo en un punto se manifestó mezquino, y fue precisamente en lo que
debió ser generoso, y fue, en negar al gobierno el aumento de sueldo, mientras no
hubiera una ley de conscripción.
12 Tal vez al contemplar los rudos golpes que recibe la Patria, nuestro lenguaje sea acre,
aun cuando sea justo. Tal vez algunos legisladores púdicos se ofendan y nos acusen. Sea
en buena hora. No tenemos a este respecto ningún peligro, porque ante el gran jurado,
leyendo el diario de los debates, relataríamos ciertos hechos y sumaríamos los millones
con que se ha recargado inútilmente al Estado, y los jueces, indignados, arrojarían del
tribunal a nuestros acusadores, como el Cristo arrojó del templo a ciertos traficantes.
Mas dejemos a un lado al último Congreso, porque, según costumbre, tal vez sea
santificado por el que venga después. Pasemos ahora a discurrir con el gobierno sobre
el rancho, que es materia muy importante para nosotros.
13 En verdad, no comprendemos cómo S. E. y el Ministro de Marina, cuyo objeto es aliviar de
tal modo la suerte del soldado, que cualquier sirviente o artesano que se aliste voluntariamente
en las filas del ejército, hayan creído mejorar la situación del soldado quitándole de la
mano la peseta de aumento, para dársela al coronel que debe prepararle su rancho.
14 Tampoco comprendemos cómo el Presidente y el Ministro de la Guerra, que tienen
carácter austero y que fueron testigos de los abusos que se cometieron por ciertos jefes
que se enriquecieron con el rancho a expensas del estómago del infeliz soldado, den tal
vez ocasión para que se renueven esos hechos, como en los tiempos del general
Gamarra, y aun en el periodo del general Echenique, en que se alimentaba bien el
soldado, los jefes economizaban del rancho quinientos, ochocientos y aun mil pesos
mensuales, y esta suma se reservaba para fondos del cuerpo. Este manejo sin duda era
muy decente, pero siempre era una usurpación al soldado, quien era dueño de ese
dinero.
15 Se dirá que los jefes que ahora mandan cuerpos no serán tan rapaces como los de otros
tiempos; convenimos en esto, ¿pero los jefes decentes que están al frente de sus
batallones, no pueden ser cambiados por otros que no sean ni tan delicados ni tan
humanos como los actuales? ¿El señor Ministro de la Guerra está seguro de no ser
reemplazado por otro que sea menos escrupuloso que él, en materia de plazas
supuestas? ¿Y quien abusa en plazas supuestas, no abusará con el rancho del soldado,
que es operación más cómoda y menos peligrosa?
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16 Pero suponiendo que los jefes sean siempre los honrados y que, por consiguiente, el
soldado esté bien mantenido, el soldado con el rancho pierde, y el gobierno conseguirá
menos voluntarios de este modo que dejando las cosas como están. Pero si se da a cada
soldado sus dos reales de aumento, entonces la cuestión es distinta y hasta tentadora.—
Veamos.
17 Partiendo del principio de que cualquier jornalero de la costa puede ganar un peso
diario, pero gastando de su sueldo en casa, vestuario y alimento, y que cualquier
mayordomo tiene por salario veinte o treinta pesos, pero que también tiene que
vestirse por su cuenta, pueden el jornalero y el sirviente hacer el cálculo siguiente: “Si
el gobierno me diera en la mano esa peseta de aumento, tendría veinticinco pesos en
plata, más el vestuario y la casa, para el jornalero, que equivale a diez duros, luego
tendría treinta y cinco pesos, luego ganaría más dinero con menos trabajo; porque,
suponiendo que ya tengo la peseta de aumento, con esta como con mi rabona y me
quedan libres, en el bolsillo, diez y siete pesos, cosa que no puedo conseguir como
jornalero ni como sirviente. Voy pues a estar mejor que un celador, que tiene que
gastar en uniforme, y como todos quieren ser celadores porque es buen negocio, muy
tontos serán los que no prefieran ser soldados”.
18 Examinando el decreto con el rancho, dirá el mismo individuo: “Ser soldado con rancho
no me conviene, porque solo recibo diez y siete pesos, y como el coronel se hace
competidor de mi rabona, esta ya no puede mantenerse y yo tengo que sacar de mi
cuatro dos reales diarios (sic) para que coma mi mujer, y si no se consienten rabonas en
el cuartel, tendré también que gastar seis pesos más en alquilar un cuarto a la mía,
luego solo me quedan tres pesos: por tres pesos no estoy para pasar malas noches y
exponer mi piel. Que se guarde pues su rancho el gobierno para que otro lo sirva”.
19 La peseta en mano del soldado es un aliciente, pero no lo es si esos dos reales pasan por la
mano del jefe para convertirse en el rancho del soldado.
20 Se dirá tal vez, que esa idea de dar rancho es precisamente una idea sublime, por la cual
se consigue moralizar al soldado, quitando de los cuarteles a la rabona y darle un
alimento sano y nutritivo que lo robustezca. Pero examinando la índole de nuestros
indios, todas esas teorías, hasta aquí, son quimeras. Cámbiese la educación de nuestras
masas y entonces se pondrá en planta la teoría del celibato para los Quispes y
Mamamanis (sic); pero mientras nuestros soldados sean los indios de la sierra, toda
reforma a ese respecto será pura teoría. Es demasiado sabido que los jefes españoles
trataron en vano de suprimir del ejército a la rabona. El general Salaverry también
intentó esa reforma, y al fin españoles y Salaverry tuvieron que ceder: l° porque se
convencieron que sin rabona no hay soldado posible, porque se deserta aun cuando
sepa que lo fusilan, y 2 o porque también se convencieron que la rabona, mujer
extraordinaria y solo peculiar al Perú, como lo es la alpaca y la vicuña, en nada
perjudica para la marcha de los ejércitos, porque la rabona es el cuerpo de vanguardia
que se anticipa en la marcha para preparar el rancho del soldado. Por el contrario, en
un país como el nuestro, en donde no hay depósitos militares en las rutas, las rabonas
son utilísimas. En muchos casos, ¿cuál sería la suerte de los soldados, jefes y oficiales, si
no existiese ese cuerpo que es la providencia del ejército en campaña?
21 Suprimir del ejército a las rabonas, por ahora, es perjudicial y lo que es más, es un
imposible.
199
22 Con respecto a la alimentación sana y nutritiva del soldado, ese punto también es
paradójico. Ya sabemos poco más o menos cual será el rancho del soldado: consistirá en
un pan y arroz con caldo, en donde nadarán yucas, papas y algunos pedazos de carne.
Este alimento será abundante y de buena calidad cuando el jefe quiera a sus soldados y
que no guarde mucho para fondos del cuerpo u otros destinos que no nos importa
saber. Pero si se encuentra un jefe económico y que quiera economizar mucho para
fondos, entonces a medida que se alargue el brazo que echa al perol el agua, se
encogerá el brazo que deba echar las presas de carne, y entonces adiós robustez del
soldado si no apela a sus antiguos cuatro reales, para comer algo más en la fonda del
chino o en una picantería, ya que no habrá quien guise en el cuartel. Pero aun
suponiendo que siempre se dé al soldado el sempiterno monótono rancho en
abundancia y compuesto de buena came, de excelentes yucas de la costa y de exquisitas
papas en la Sierra, siempre el soldado buscará en la calle el sabroso picante con que ha
vivido, al cual se le considera como el veneno que destruye al soldado, salvo que se
añada en el decreto del rancho, un artículo por el cual el soldado que tenga puerta
franca lleve mordaza, para que no tome su trago ni coma picante fuera del cuartel. Solo
de este saludable modo, se conseguirá que nuestros guerreros estén siempre a dieta.
23 Pero examinando el decreto en cuestión y convencidos, como estamos, que tanto el
presidente como el ministro de la guerra saben perfectamente lo que les corresponde
en materia de aliviar al soldado, sospechamos que se ha dado al decreto citado una
forma un tanto jesuítica para esquivar las interpelaciones que hagan algunos
representantes en el próximo Congreso. Por esto el señor don Evaristo Gómez Sánchez 1
comprendió al vuelo el espíritu del decreto en la Comisión Permanente.
24 Cuando se acuse al gobierno de haber aumentado sueldos, contra el tenor expreso de la
ley, su señoría el ministro dirá: No, Excmo. Señor. Se ha dado rancho al soldado, pero no
sueldo. Por aquí no pasó, como dijo otro Santo.
25 Por más vueltas que dé el gobierno en el asunto, por más giros a la Loyola con que se
envuelva el decreto del 19, siempre será dictatorial, y si se ha dado ese paso porque se
ha creído necesario, valía más ser franco y exponer francamente las razones que han
apremiado al gobierno. Más nos hubiera gustado si el decreto hubiese estado concebido
en los siguientes términos:
26 JOSE BALTA &. &
27 Considerando:
• Que ningún Congreso ha querido dar una ley de conscripción para que todo ciudadano tenga
la obligación de servir a su patria en el ejército, cuando le toque en suerte.
• Que siendo hasta aquí el pret (sic) del soldado inferior al que se paga al jornalero o criado
más inexperto, no encuentra quien quiera servir en el ejército como voluntario.
• Que siendo indispensable tener ejército para conservar el orden público, el gobierno se ve en
la dura necesidad de mandar cazar por las calles y cumbres de los cerros a hombres pacíficos
y honrados padres de familia, como si fuesen bestias feroces o criminales para encerrarlos
en unas cárceles que llaman cuarteles.
• Que a un Presidente DE UNA REPÚBLICA y de sentimientos cristianos, no le es permitido
ESCLAVIZAR A LOS CIUDADANOS, y por el contrario, está en la obligación de libertar a sus
semejantes siempre que se pueda, porque así lo ordena imperiosamente la ley de la
humanidad, de la libertad, de la igualdad y fraternidad—es decir, la ley de Dios; y
200
• Que no se puede tener hombres libres para que reemplacen al soldado esclavo, sin que el
sueldo de este no se eleve siquiera al que goza un mayordomo de segunda clase en servicio
de los particulares.
28 Decreto:
• Mientras el Soberano Congreso no dé una ley de conscripción, se concede al soldado que
sirve a la República el sueldo de 25$ mensuales.
• Desde el l.° de Abril la tesorería de la República abonará ocho pesos mensuales para cada
soldado, sobre el haber de diez y siete pesos que actualmente disfruta.
• El Ministro de Guerra y Marina queda encargado de la ejecución de este decreto, del que
dará cuenta a la próxima Legislatura.
29 Este decreto seria la verdad. ¿Y qué haría el Congreso? Como los Congresos tienen la
invariable costumbre de santificar cuantos abusos se cometen por los gobiernos
arbitrarios y por las más desastrosas revoluciones, la próxima Legislatura no podría
menos que dar su aprobación a una medida que aun cuando no la ha dictado un
Congreso, habrá servido para libertar de la esclavitud a cuatro o seis mil ciudadanos. La
medida es cara sin la menor duda, pero se gastaba más en la edad media para librar del
poder de los moros a los cautivos cristianos.—Sobre todo, si alguna vez quiere el
Congreso ser económico, que dicte cuanto antes una ley de conscripción para que el
servicio militar cueste menos.
30 No sé por qué tenemos el presentimiento que antes del l° de Abril, S. E. el Presidente y
su Señoría el Ministro de la Guerra, habrán suprimido el rancho para dar directamente al
soldado los veinte centavos de aumento. Salvo que insistan imitando a D. Por lo mismo. Si
suprimen el rancho, recibirán las bendiciones de la Sociedad de los Amigos de los
Indios; pero si insisten en su propósito, no habrán conseguido más que gravar
inútilmente al Tesoro público.
NOTAS
*. * El Nacional, Lima, 27 de marzo de 1869, segunda edición.
1. Evaristo Gómez Sánchez Benavides (Lima, 1826-¿?), diplomático encargado del Ministerio de
Gobierno durante la presidencia de Juan Antonio Pezet, era entonces senador por Arequipa e
integraba la Comisión Permanente del Poder Legislativo (1868-1872). Ed.