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Clásicos de la lírica infantil, las adivinanzas, los acertijos, los trabalenguas, las
retahílas, las rondas, los arrullos… poseen una riqueza inigualable que es producto
de su carácter intergeneracional. Herederas de la tradición oral, estas formas
literarias son un puente al pasado, a las primeras formas de contar historias y de
acercar a los niños al asombro del lenguaje y a sus posibilidades de hacernos reír,
jugar, preguntar y develar misterios.
Además, ofrecen un placer implícito. No hace falta convencer a nadie de que son
entretenidas. Esa es su naturaleza y, por eso, en esa defensa de una “lectura por placer”, son
grandes aliadas.
Dice la especialista María Teresa Miaja de la Peña sobre la adivinanza que “sensibiliza a
niños y jóvenes con la poesía y fomenta en ellos el gusto por la palabra y el ritmo, además de
que los familiariza con imágenes abstractas, creadas a partir de juegos de palabras, tropos y
figuras retóricas que adquieren forma en su imaginación y les despiertan nuevas y
maravillosas maneras de ver el mundo”.
Sin embargo, su carácter ligado a local, al género popular, las ha desvinculado de la
producción de libros que circulan con mayor presencia en librerías. Solemos ver más estos
géneros agrupados en ediciones especiales, enmarcadas en programas de “rescate y
revalorización del folclor nacional” o de estudios lingüísticos, que en la mesa de novedades o
en las listas de libros más vendidos.
Quizá sean apuestas seguras de algunos adultos cuando piensan qué libro regalar, y
escucharemos decir que son valiosas, pero más como piezas de un museo que como
herramientas de una cultura viva. ¿Leer una retahíla con los hijos? ¿Cantar rondas con los
sobrinos? ¿Sesión de adivinanzas en la biblioteca o en el salón de clases? ¿Concurso de
trabalenguas o de creación de acertijos?
Sumada a esta distancia, de quien contempla algo bonito en una vitrina, está el auge del
entretenimiento digital. De ello se queja la especialista Laura Emilia Pacheco Romo: “Pese a
su gran importancia, la vorágine moderna (…) no permite retomar el tiempo-espacio necesario
y dedicarlo al disfrute con los niños de estos juegos verbales”.
Pero tampoco podemos negar que darán batalla y que en muchos espacios sí se siguen
utilizando. Por sus muchas ventajas y sobre todo porque desde que uno lee la primera línea
de Pepe Pecas pica papas con un pico... o al intentar responder Te la digo, te la digo, / te
la vuelvo a repetir, / te la digo veinte veces / y no la sabes decir… ¿qué es?, ya nos
sentimos contagiados por estos géneros a los que también les gusta reinventarse. En los diez
libros que seleccioné para esta entrada (de México, Colombia, Argentina, Chile y España) hay
algunas pruebas de ello y otras compilaciones clásicas que harán interminables los juegos.
1. Si quieres que te lo diga, ábreme tu
corazón
María Teresa Miaja de la Peña. Ilustraciones de Elvira Gascón. El Colegio de México
y FCE, 2014.
Aunque la ambigüedad es parte del reto, existen algunas adivinanzas que parecieran
demasiado crípticas, vagas, con múltiples posibilidades de respuesta. 4. ¿Qué es, qué es, /
mientras más grande / menos se ve? Este libro ofrece una pista que las hace más
accesibles: están agrupadas por temática, con temas y subtemas: “Las personas” (personas y
personajes, partes del cuerpo, parentescos, oficios…), “La fauna” (mamíferos, aves, reptiles,
peces, moluscos…), “La flora”, “La comida y la bebida”, “Los objetos”, etc. Tendremos más
posibilidades de descifrar 5. En un momento, dos veces, / en un minuto, una vez, / y en
cien años, no se ve, si sabemos que pertenece a la categoría de “La recreación”en la
subcategoría de “Lectura, escritura, colores y números”.
Luego los acertijos: 6. ¿Qué persona de la familia tiene las cinco vocales? 7. ¿Cuál es el
animal que tiene dos cuernos y cuando corre se quita uno? Y dos índices: uno ordenado
por “primeros versos” y un índice general de adivinanzas por respuestas. ¿Cómo quieres que
te lo diga? Te lo digo otra vez: Si amas las adivinanzas, lo debes tener.
Otra gran especialista nos ofrece aquí un auténtico catálogo de poesía de tradición oral cuya
aportación es que no se limita a una sola forma si no que hace un recorrido que abarca igual
las clásicas adivinanzas, canciones de cuna, retahílas y trabalenguas: Lado, Ledo, Lido,
Ludo; / al decirlo al revés yo dudo. / Ludo, lodo, lido, ledo, lado, / ¡qué trabajo me ha
costado! que los piropos, las rondas, los villancicos, las fórmulas (para echar suertes: Para
mí, para vos, para ninguno de los dos, para esconderse, para empezar y terminar un
cuento, para pedir algo: Santo Pilato,/ la cola te ato, / si no lo consigo / no te desato) y
cuentos de nunca acabar, chistes, colmos, tantanes y hasta obritas de teatro: PRIMER ACTO:
un pelo arriba de una cama. / SEGUNDO ACTO: un pelo arriba de una cama. / TERCER
ACTO: un pelo arriba de una cama. / ¿Cómo se llama la obra? / El vello durmiente. Que
haya decidido incluir chistes me parece uno de los mayores aciertos de la compilación.
Abre el libro una presentación dirigida a los niños: “La poesía tradicional oral y los juegos
rimados no pararon de inventarse. A fines del siglo pasado aparecieron los ‘chistes’ y los
‘colmos’ y toda una serie de juegos propios de las ciudades que los chicos los dicen y los
reinventan”. Y cierra el libro un ensayo un poco más dirigido a los adultos en el que Itzcovich
da las claves para valorar las diferentes formas del género y observar sus características. Otro
libro imprescindible.
3. Rimas y rondas
Gloria Calderas (coordinadora), CONACULTA, 2013.
Este libro es una invitación a ponerse de pie, tomarse de las manos y jugar. Dividido en cinco
secciones: “Juegos”, “Burlas y trabalenguas”, “Canciones”, “Sorteos y adivinanzas” (Rosa,
clavel y botón / sácate viejo panzón), y “Rimas, arrullos y siestas” (Caballito blanco, /
sácame de aquí, / llévame a mi pueblo / donde yo nací.), la antología resulta una suerte de
muestrario visual en el que sólo con una “probadita” de los versos, acompañada de
ilustraciones de ocho artistas diferentes, Calderas nos invita a recordar qué venía después,
qué había antes de esa estrofa. Los lectores reconocerán la mayorías de las rimas y rondas
elegidas, es un muestrario clásico, pero, por aquello de que luego mezclamos los versos de
unas y otras, al final de cada apartado incluye las versiones completas y, según el caso,
propone canciones adicionales y explicaciones de cómo jugar los juegos.
Laura Emilia Pacheco Romo, en el prólogo del libro, parafrasea a Ana Pelegrín, autoridad en
el tema, cuando dice que las rimas y las rondas son “los juegos populares cuyas acciones
expresivas corporales-verbales son representadas por el placer del movimiento y la
palabra”. Salvo cuando el tono nostálgico de algunos arrullos requiere una ilustración más
serena, la mayoría de las páginas son una pequeña fiesta en movimiento.
Ilustración de Laura Fernández.
4. Tren de lectura
Verónica Uribe (selección), María Isabel del Valle (asesoría pedagógica). Ediciones
Ekaré Sur, 2014.
Vas a querer subirte a este tren y luego bajarte en cada una de sus tres estaciones. La
primera reúne versos, canciones, poemas y un cuento; algunos de tradición oral y otros de
autores contemporáneos como Beatriz Osés, Marlore Anwandter y Laura Devetach. De
Devetach, por ejemplo, “El cuento del elefante”: Este es el cuento / del elefante / que se
cayó / en un dedal / ¿Era chico el elefante / o era muy grande el dedal? / Para cuento /
no está mal.
La segunda estación contiene seis historias sin palabras. Las primeras tres constituyen un
gran rescate editorial “Las fantasías de Amanda”, una serie de historietas del magnífico autor
y humorista Fernando Krahn (1935-2010), que nunca habían sido publicadas en un libro en
español.
Las otras tres, más poéticas, son del ilustrador Vicente Reinamontes, que conocíamos como
coautor de la reconocida novela gráfica Al sur de la alameda (Ekaré, 2014). Su registro visual
en este caso es muy distinto, pero no menos notable. Tres niños, cada uno en su propio
jardín, miran con curiosidad a tres insectos y establecen un diálogo de pequeños asombros y
juegos. También lo hacen con Fernando Krahn: aquí las fantasías de Amanda, son trocitos de
realidad.
Y en la tercera estación, encontraremos más poemas y cuentos en verso. Marca el ritmo del
viaje, otra vez, esa atinada y renovadora combinación entre literatura clásica y autores e
ilustradores muy vigentes. Aquí figuran Antonio Machado, Óscar Jara Azócar y José Agustín
Goytisolo con María José González, July Macuada, Antonia Roselló y Pedro Mañas. De
Mañas, “¡CLIC!”: Es medianoche. / Se apagan los ruidos, / Se apagan las voces, / Se
apagan las luces, / Se apagan los coches, / Se apagan los niños, / Se apagan los
hombres. / “No quiero, no quiero”, / protesto muy serio. / ¿Quién pulsó el botón / de
apagar el cielo? / ¡Que lo enciendan todo, / que no tengo sueño! Otro acierto de Ekaré.
Ilustración de Raquel Echenique.
Este célebre escritor explora aquí un tono juguetón en el que se perciben sus ganas de divertir
a sus “sobrinos-nietos”, a quienes dedica el libro. Primero: una serie de versos o “ripios”. Los
ripios son, dice el autor, unos diminutos animalitos que viven en el fondo del mar de mi
imaginación, y que me ayudan a hacer versos.
Un libro sencillo en su producción, económico; sin lomo, engrapado; a dos tintas, y así, una de
las retahílas para niños pequeños más sonoras y divertidas que encontrarán en librerías.
Ganador del Premio Fundación Cuatrogatos 2015, cuyo jurado halagó que sus “versos apelen,
sin rebuscamientos, a una comunicación directa y afectiva, acompañados por monotipias
que proponen enriquecedoras figuraciones”, desde la primera página hay una bella propuesta
metaliteraria: una gallina arma todo el lío que veremos al volcar un tintero. De él irán saliendo
los personajes. Este recurso, que podríamos pensar escapa a los más pequeños, es claro y
potente y podría marcar el inicio de una educación visual rica en elementos y anclada en
tradiciones artísticas. Ello habla del respeto que tienen los autores por sus lectores. La
acumulación de onomatopeyas en el relato: Co, co, ay, ay, qui, qui, guau, guau, pi, pi lo
comprueba: cada una representa a un personaje, lo que implica un gran ejercicio de memoria
y abstracción. Pero todo opera dentro de nosotros sin darnos cuenta, porque lo que sucede es
tan entretenido que, sí, como lo dice la rima final: al terminar queremos volver a empezar.
7. La reina de Turnedó
Gloria Sánchez y Pablo Otero. Kalandraka, 2014.
Una joya que pareciera una especie de “retahíla épica”. Primero el escenario: Este es el
jardín de la reina de Turnedó. Luego, uno a uno, como si fuera un inventario de personajes
de una obra de teatro, vamos conociendo a los actores: la princesa, el lacayo, el caballo, el
carro, el coche, el rey, el cuervo… Cada uno se suma al poema en su propio verso, línea a
línea, como en una escalera ascendente que se corresponde con los laaaargos cuellos que
les dibuja el ilustrador.
Pero ya que están todos, el cuervo pone un huevo y de él nace un dragón que hace arrancar
la historia, rompe la armonía de las aliteraciones y lleva al texto a otros territorios verbales.
Algunos versos no rimados se mezclan con diálogos, con el final de primera la retahíla original
y con una nueva retahíla, y ello da un dinamismo que nos mantiene atentos. Por si fuera poco,
al pie de cada página en la que hay texto nos acompañan una serie de “efectos especiales”,
onomatopeyas: Trompetas: ¡Titiritó-titiritó! ¡Titiritó-titiritó! Graznidos: ¡Craj-craj! ¡Craj-
craj! Cantemos: ¡Cocoricó-cocoricó! ¡Cocoricó-cocoricó! Soplemos: ¡Fffffo-fffffo! Fffffo-
fffffo! Lo que aumenta la musicalidad y nos hace partícipes de la aventura.
8. El botón de Prudencio
Luis Téllez y Enrique Torralba. La Cifra Editorial y Conaculta, 2015.
“Este es el libro que contiene las páginas que relatan la historia del maravilloso viaje que hizo
el botón que se cayó de la camisa de Prudencio y que fue a dar a quién sabe dónde”. Desde
la contraportada se anticipa, con esta frase, un libro inteligente.
Una retahíla es el eje de esta historia en la que un niño, Prudencio, pierde un botón de la
camisa. Pero, en una retahíla clásica, como ésta, no se pueden ajustar los tiempos verbales ni
romper el orden de las cosas que se van sumando al relato; de lo contrario la repetición
perdería su chiste. Esta naturaleza estática, limitada, es aprovechada aquí para hacer un
magnífico libro álbum. Casi desde el principio, las ilustraciones revisten ese eje que marca la
retahíla con más información del lugar y de los personajes y van perfilando el inesperado
destino del botón. Sin las ilustraciones, el texto sería casi incomprensible, y aunque sin el
texto las ilustraciones podrían contar una historia, es gracias a éste, a la suma de ambos, que
el libro adquiere profundidad y, al terminar, uno siente que ha recorrido un largo trayecto en la
vida de alguien. De algo, un botón. Este placer se suma a otro: los autores nos hacen
cómplices de un azar inquietante y gozoso, un efecto de espejo, un retorno, del que ni los
personajes en el libro son conscientes, y que en cambio, a nosotros, nos queda resonando
mucho tiempo.
Ilustración de Enrique Torralba.
Hay que fijarse bien en estas verduras que llegan un viernes y unos más, veinte: Viente
viernes viendo verduras verdes y vistosas. ¿Cuáles serán sus intenciones? La
acumulación de palabras que empiezan con “v”, consigue, página a página, de manera
sencilla y efectiva, aumentar la tensión y divertirnos. Primero una página verde, luego un chile
y así van apareciendo unos manchones vegetales algo pasmados con su propio nacimiento.
El registro humorístico de Dipacho es ejemplar, y lo es más la forma con la que propone una
aliteración no sólo en ese único enunciado en crecimiento, también en las ilustraciones que se
van transformando. Sus gruesos trazos con pintura vinílica son una aglomeración de verdes
que enriquecen la historia, aportan un vocabulario ilimitado que subvierte su propia regla de
una retahíla de viente viernes viendo verduras verdes y vistosas. Y así, crea un libro álbum
perfecto que se lee y se relee con más gozo cada vez. No hay que perder de vista a estas
verduras y su fatídico final.