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Introducción
A través de su historia, “la Edad Media ha sido pensada como una época de la negación
moralista de la belleza sensible”, nos recuerda Umberto Eco. Sin embargo, como él mismo
advierte, este punto de vista sólo refleja “una incomprensión fundamental de la mentalidad
medieval”. En efecto, el campo de interés estético por los medievales estaba orientado no sólo
hacia la conciencia de la belleza como dato metafísico sino que, a la vez, el gusto del hombre
común, del artista y del amante de los objetos artísticos, estaba vigorosamente inclinado hacia
los aspectos sensibles. Ejemplo de ello lo constituyen los sistemas doctrinales que hacían
espiritual generaron una imagen liminal, donde lo mira (lo maravilloso) y lo perverso
constituían su campo estético medieval. El texto Apología ad Guillelmum abbatem (PL 182),
de San Bernardo constituye un claro ejemplo que, haciendo eco de la mira sed perversa
delectatio, de Hugo de Fouilloi, refleja claramente esta imagen liminal estética. Este texto
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ofrece, entonces, un análisis de algunos pasajes del texto de Bernardo (PL 182, cols. 914-
916), donde se da cuenta de la relación de sentido del texto para evidenciar la imagen liminal
Apologia ad Guillelmum
Se sabe que este texto, Apología dirigida al Abad Guillermo, más conocido como Apologia
escrito extensamente sobre la vida espiritual y especialmente sobre la interpretación moral del
Cantar de los Cantares bíblicos, William se encontró con los escritos de Pedro Abelardo ,
cuya teología trinitaria y especialmente la cristología, William descubrió que era errónea y
peligrosa. Fe cristiana. Escribió su propio trabajo contra Abelardo y alertó a otros sobre estas
preocupaciones, instando a St. Bernard a actuar. Como resultado, Abelardo fue condenado por
el Concilio de Sens en 1140 o 1141). Este escrito, además, es considerado por la mayoría de
documentada que se tiene sobre el arte del siglo XII, antes de la Reforma.
Es así que, por ejemplo, a través de su lectura nos podemos hacer una idea sobre la polémica
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Fue un abad francés y un gran líder en la reforma del monasticismo benedictino que causó la formación de la
orden cisterciense. Para él, los asuntos temporales son meramente accesorios; los principios según la obra de
Bernard eran que la piedad y la meditación debían preceder a la acción.
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William nació en Lieja (en la actual Bélgica) de una familia noble entre 1075 y 1080 (o 1085 [1] ), y murió en
Signy-l'Abbaye en 1148. Probablemente estudió en la escuela de la catedral en Reims , aunque algunos han
argumentado que fue en Laon , antes de su profesión como monje benedictino . Se hizo monje con su hermano
Simón en el monasterio de San Nicaise, también en Reims , en algún momento después de 1111. Desde allí
ambos se convirtieron finalmente en abades de otras abadías benedictinas : Simón en la abadía de Saint-Nicolas-
au-Bois, en el Diócesis de Laon y William en Saint-Thierry , en una colina que domina Reims, en 1119. [1]
En 1118 William conoció a St. Bernard , abad del monasterio cisterciense de Clairvaux , donde formaron una
amistad íntima que duró toda la vida. Su mayor deseo era mudarse a Clairvaux y profesar como cisterciense,
pero Bernard desaprobó el plan y le impuso la responsabilidad de permanecer a cargo de la abadía de St. Thierry
como benedictino . [1] Su amistad, sin embargo, se hizo más fuerte mientras Bernard se encontraba en la
enfermería de Clairvaux convaleciente después de una enfermedad en 1125.
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en aquel siglo, ciertos elementos dentro de los monasterios de la reforma (especialmente los
cistercienses) vieron el uso del arte por parte de los monjes como algo inapropiado por una
serie de razones, como más adelante referiremos rápidamente. Pero especialmente, la mayor
crítica se acentuó en los mayores mecenas del arte religioso de la época, que en este caso lo
constituía el monasticismo benedictino. Este era, en este sentido, uno de los segmentos más
ricos e influyentes de la sociedad y debido a que el arte era uno de los grandes vehículos de
interacción entre la vida monacal tradicional y los laicos, esta relación generó una importante
reclamos y cuestionamientos sobre el arte que no sólo fueron estéticos, sino políticos y
económicos.
En tal sentido, La Apología refleja tal dinámica controversial; sin embargo, nosotros nos
centraremos en algunos de sus pasajes para resaltar no sólo cómo se usó y percibió el arte
medieval, sino, sobre todo, para evidenciar el sentido liminal que, de manera aproximativa,
nos permitiría entender estéticamente la mística medieval a través de las enervadas críticas
que Bernardo hizo no sólo al arte del monasterio de Cluny y de aquellos monasterios
benedictinos tradicionales en general, sino también a las entonces nuevas órdenes ascéticas
cisterciense de Bernardo.
En sus críticas, Bernardo enfatiza cómo el uso monástico del arte se constituye en una
distracción espiritual para el monje. Aparte de la simple distracción, esta crítica incluye
de una realidad estética perjudicial en ese ámbito, pero válida de por sí:
Pero no sé de qué puede servir una cantidad de monstruos ridículos, una cierta
belleza deforme y una deformidad agradable que se presenta sobre todas las
paredes de los claustros a los ojos de los monjes que se aplican allí a la lectura.
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¿En qué aprovechan estas rústicas monas, esos leones furiosos, estos
armadas que se combaten, estos cazadores que tocan la trompeta? Se ven aquí
muchos cuerpos bajo una sola cabeza, y muchas cabezas sobre un mismo
cuerpo. De un lado, se presenta una bestia de cuatro pies con la cabeza de una
serpiente; del otro, la cabeza de cuadrúpedo con cola de pez; en este lugar, un
animal representa a un caballo que es mitad cabra por detrás; en ése, otro con
cuernos en la cabeza que es mitad caballo por lo restante del cuerpo. En fin, se
ve aquí por todas partes una tan grande y tan prodigiosa diversidad de toda
variedad de los más diversos caprichos, que los mármoles, más bien que los
libros, podrían servir de lectura; y se pasaría aquí todo el día con más gusto
Este pasaje descriptivo, bien conocido por su crítica a los excesos y deformaciones del arte
románico, refleja no sólo cómo es que el ornamento distrae de la oración, por lo que Bernardo
no le encuentra ninguna utilidad a todo ese derroche de esculturas que se observan en los
capiteles, sino también alude al imaginario que puebla la mente de las gentes del Medievo:
seres fantásticos y terribles que sirven para proyectar inquietudes y miedos, expresar rechazo
representar lo que reprueba, nos demuestra lo paradójico del desdén de este hombre que, aun
así, conseguía analizar con tanta finura lo que no quería ver, como cuando arremete contra los
templos demasiado vastos y demasiado ricos de esculturas, dándonos de paso una imagen de
la iglesia estilo Cluny, por lo que emprende una polémica contra la amplitud inmoderada de
allí van a orar, pero quitan hasta la devoción. A mí me hacen evocar el antiguo
Y más adelante:
Quedan cubiertas de oro las reliquias y deslúmbranse los ojos, pero se abren los
fieles que es más poderoso cuanto más sobrecargado está de policromía (ibíd.,
Aquí, como también se podrá comprobar a lo largo de todo su texto, el hecho estético no se
pone en discusión, lo que se discute, más bien, es su uso: fines extraculturales, intenciones
Más aún, a través de sus pasajes podemos percibir de trasfondo, bajo distintas formas, cómo
dos realidades se hacen copartícipes por medio, precisamente, de una sensibilidad estética: la
intuición de lo místico y la posibilidad de admirar serenamente las cosas del mundo. Una
Ahora bien, la Edad Media europea constituye un centro de interés destacado en este ámbito
ya que la liminalidad es un elemento esencial del discurso cultural de la época, una época
altamente simbólica. En efecto, la liminalidad es un término que procede del latín limes, que
significa “sendero entre dos campos”, linde o lindero, límite; y también hace referencia al
término limen que en la Edad Media se traducía por lumbral y después se ha convertido en
umbral, dintel (Cf., Trías, 1990, p. 15-22), pero que asumimos como una comprensión del
fenómeno estético del sujeto –cualquiera que este sea- y del espacio en un contexto que lo re-
ubica y al mismo tiempo lo re-significa por umbrales o realidades perceptuales, que en este
caso, responden al ámbito simbólico medieval. Valga decir que no se pretende, aquí, lograr
con esto una interpretación acabada o total sobre el texto de Bernardo, sino apenas proponer
como al de lo espiritual, pues, ambos constituyen el único espacio real, para el medieval,
donde lo estético se constituye como tal. Así por ejemplo, cuando Bernardo, o autores como
hacen más que situar y destacar que tanto la belleza y el encanto de los ornamentos, dentro de
combate porque, sencillamente, se reconoce su atractivo invencible, como hemos visto en los
pasajes citados, que no logra conciliarse con las exigencias del lugar sagrado.
Así, si Hugo de Fouilloi habla de mira sed perversa delectatio, o sea de un placer maravilloso
y perverso, toma lo perverso en el orden del cuestionamiento por razones morales y sociales;
o sea, se pregunta si es necesario decorar suntuosamente una iglesia cuando los hijos de Dios
viven en la indigencia. Mientras que cuando utiliza la palabra mira, está manifestando un
En este sentido, Bernardo, como brevemente hemos tratado de ver, nos confirma esta misma
idea, pero extendida a las bellezas del mundo en general, como cuando explica a qué han
Pero nosotros, los que ya hemos salido del pueblo, los que hemos dejado por
Cristo las riquezas y los tesoros del mundo con tal de ganar a Cristo, lo
tenemos todo por basura. Todo lo que atrae por su belleza, lo que agrada por su
sonoridad, lo que embriaga con su perfume, lo que halaga por su sabor, lo que
En últimas, Bernardo aparenta polemizar siempre con algo cuya fascinación advierte en su
totalidad, ya le resulte positiva ya peligrosa. Y para este sentimiento, Bernardo, como tantos
otros célebres monjes medievales de esta misma postura mística, acude a una serie de
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interjecciones admirativas que garantizan la adhesión de la sensibilidad al discurso doctrinal,
pero a través de una mística que ha superado el momento del ascetismo disciplinar para
Victorinos, por ejemplo, la belleza natural se halla poseída por su positividad, pues, para
se ejerce únicamente en el momento místico, sino que también se puede dirigir al mundo
sensible.
En síntesis, todos ellos son lugares inequívocos donde se evidencia la liminalidad estética que
hemos presentado sucintamente. En efecto, el deleite estético proviene, en este caso, tanto del
contemplación es perspicax et liber animi contuitus in res perspicendas (una mirada libre y
aguda del ánimo, dirigida al objeto que percibir), resuelta en una adhesión a lo admirado que
espectáculo del mundo y de las formas, todo un mundo que espejea el sentido liminal estético