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El siguiente texto es la traducción corregida del manuscrito nº 5491 de la Biblioteca de Lyon; fue escrito por Pierre
Dujols du Valois alrededor de 1900.
De Pierre Dujols se ha hecho uno de los posibles candidatos a la autoría de las obras firmadas con el seudónimo de
Fulcanelli. En cualquier caso, creemos que resulta evidente las diferencias de estilo y de contenido entre el presente
documento y "El Misterio de las Catedrales" o "Las Moradas Filosofales".
Las opiniones vertidas por Dujols en este trabajo son discutibles en más de un punto pero sustancialmente correctas
y sin duda bien documentadas. Inevitablemente se desemboca en que la auténtica Caballería es iniciática y
trasciende por tanto en mucho la religiosidad exotérica en cualquier forma que esta última adopte. Que esto se
grabe en la mente de los muchos que pretenden reducir en nuestros días lo caballeresco a misa y comunión todos
los domingos y algún rosario entre semana.
CABALLERIA
La historia solo ha contemplado la caballería como una orden militar destinada a librar combates, demostrando no
haber comprendido más que su forma exterior, esto es, el cuerpo físico de la institución. En realidad, la Caballería
era una organización muy completa basada en el ternario que comprendía cuerpo, alma y espíritu.
El espíritu estaba constituido por un areópago de altos iniciados, sacerdotes-filósofos herederos de la Sabiduría y
de la Ciencia egipcia de los Magos, de Pitágoras, Platón y los Druidas celtas. Conservaban en su colegio las
tradiciones mistéricas de la antigüedad e imprimían movimiento al organismo por medio de los trovadores y
troveros. Estos, bardos, menestrales, juglares, constituían el cuerpo medio que servía de lazo entre los dos
extremos. Recibían de lo alto la doctrina y la transmitían hacía abajo, por medio de poemas y canciones alegóricas,
cuyo sentido íntimo escapaba frecuentemente al auditorio compuesto por gente cubierta de hierro, materia ruda,
grosera, defensora del dogma, que tomaba al pié de la letra las bellas historias de los poetas y extraía las virtudes y
el heroísmo indispensable para la acción secular que debían realizar los guerreros de la corporación.
Bajo un único aspecto, la Caballería era, pues, triple. Los historiadores no han retenido más que el envoltorio
acorazado. Este envoltorio tenía necesariamente el color propio del medio en que se desarrollaba, es decir, la
cristiandad. Es una ley natural. Pero el cristianismo de entonces no es el actual y en todos los casos no ejercía aun
más que una acción muy relativa sobre la sociedad civil. No se pierda de vista que en el siglo XI la Iglesia
experimentaba grandes dificultades para contener el bandidaje de los tiempos feudales. Europa era un lugar
inmenso y poco seguro. La invasión de los bárbaros había alterado profundamente sus costumbres. La autoridad
eclesiástica imponía a los poderosos barones la "Tregua de Dios", pero debía dar la parte a estos leones
desencadenados, permitiendo que durante tres días de la semana pudieran ejercer sus nobles rapiñas. La masa no
estaba, por otra parte, penetrada por el fermento teológico de Roma y conservaba las costumbres, usos y creencias
propias del paganismo. Jesucristo no era más que un dios entre otros, superior sin duda a los dioses del Olimpo a
los que había vencido y destronado, pero incomprendido por los adeptos de la nueva fé.
Es pues imposible admitir la Caballería como una creación realmente ortodoxa. Era, más bien, una prolongación de
las órdenes ecuestres griegas y latinas. Todo delata, por lo demás, orígenes extranjeros a la religión que se extendía
progresivamente sobre el país. Lo presente no está hecho más que del pasado, de la misma forma que el porvenir se
compone del pasado y del presente. No se crea un mundo sólo con una varita mágica. Las cosas evolucionan
lentamente y se suceden por filiación. Luego, con el correr de los siglos, cambian de rostro. Las generaciones
actuales ya no se parecen más a las generaciones primitivas que las engendran.
Este trabajo de transformación que escapa, a menudo, a la historia, debe ser analizado por la Filosofía. En este
terreno una pléyade de escritores decepcionados por el artificio de las opiniones convencionales que han
prevalecido hasta nuestros días, han consagrado su labor, estudiando el trasfondo de las historias, investigando en
las ruinas, removiendo el polvo acumulado durante siglos, han exhumado, para sorpresa de los Pontífices, una
Caballería completamente diferente de aquella de la Tradición.
En esta obra monumental, de una erudición histórica y literaria inmensa, dice Delécluze, el exilado italiano
desarrolla el sistema del amor platónico o alegórico, que hace remontar al origen de los misterios de Grecia y a la
secta de los sufíes de la Arabia.
El autor de "Dante Alighieri y la Poésie amoureuse", que escapa a toda sospecha por su actitud de distanciamiento
hacia los conflictos, reconoce también que la poesía erótica de los trovadores deriva de la misma fuente. La
encuentra en la gran sacerdotisa de Mantinea, Diotima de Megara, que habría iniciado a Sócrates en la Religión de
Amor. Sócrates habría admitido a Platón, extendido la Academia y, pasando por Alejandría, haría hecho su
aparición en Italia y Francia con la entrada de los Isíacos y de los Filósofos en la villa de Roma.
En otros términos, la Religión de Amor sería la misma que la de las Iniciaciones antiguas.
Pero ¿alcanzó nuestras regiones solo por esta vía? ¿No existía ya entre nosotros un núcleo ardiente del mismo
culto?
Grasset d'Orcet, la perspicaz esfinge que ha resuelto el enigma del Sueño de Polifilo, nos da la explicación de un
texto esteganográfico cuyo sentido había desafiado hasta entonces la sagacidad de los mejores criptógrafos. "El
druida no rinde culto más que al verdadero y único amor. Es la clave que abre a las almas el cielo y el rey del
mundo. Es el maestro que hizo el sol al cielo y domina como verdadero único señor. El Francmasón tiene por
principio universal la Niebla de la que surge el Principio de la Verdad reinando en solitario".
Sorprenderá leer aquí el término "francmasón" que parece un anacronismo en medio de los Filósofos, los Druidas y
los caballeros de la Edad Media. Grasset d'Orcet nos transporta hasta estas épocas. Contempla las asociaciones de
los Arquitectos y Constructores de las catedrales que se relacionaban verosímilmente con los pontífices paganos, o
constructores de puentes. Nos revela la existencia de una Caballería de la Bruma. Este título evoca la baja literatura
de algunos folletones, corresponde a un principio de alta metafísica del terreno de la Gnosis. La Bruma de que se
trata es lo incognoscible, el Pater Agnostos de los esoteristas. Es algo tan inaccesible que los filósofos hermétistas
saben bien, pero que no entra en absoluto en nuestro tema.
"Se notará en este texto -dice Grasset d'Orcet- la palabra "nephes" (que traduce por bruma tal como lo quiere el
griego). Es el nombre de dos célebres poemas, los Niebelungen y los Nubarrones de Aristófanes. La Bruma o lo
Desconocido, principio universal, era, en efecto, el gran dios de la francmasonería griega tanto como de la
Grasset d'Orcet ¿se complacía en un error necesario para su atrevida tesis? ¿Los francmasones contemporáneos que
se jactan de detentar las verdaderas tradiciones, pensarían de manera diferente? Cedámosles la palabra:
"Mostrémonos dignos -escribía el F.·. Bailleul, en un discurso pronunciado en el G.·. O.·. el 19 de octubre de 1847-
de ser los continuadores de esta venerable institución a través de tantos siglos, desde la misión mística de nuestro
hermano Platón".
El americano MacKey, autor de obras considerables sobre los orígenes de la masonería, declara haber encontrado
en la sede primitiva de la Academia Platónica de Florencia, fundada en 1480, los frescos murales originales
ilustrados por símbolos pitagóricos. Señalemos de pasada que los maestros posteriores a Dante, en las ciencia de
amor, Ludovico Ariosto, Petrarca, Torcuato Tasso, Boccacio, Miguel Angel, Gravino y Marsilio Ficino, el sabio
humanista, sacerdote y canónico de la Iglesia de Roma, formaban parte de ella. Este último nos ha dejado un
testimonio escrito de la naturaleza de sus creencias. Se lee en una de sus obras, especie de "Banquete", esta
indicación singular bajo la pluma de un eclesiástico:
"Que el Espíritu Santo, amor divino que nos ha sido soplado por Diotima -dice- nos aclare la inteligencia".
No alude, desde luego, al Paráclito ortodoxo.
Es cierto que todas las fuentes que proceden más o menos de algunas camarillas pueden parecer sospechosas o
interesadas. ¿Las rechazará la historia oficial?
M. Henri Martin, autoridad reconocida, relaciona, por su parte, masonería y caballería con druidismo. Reconoce
que el Relato del Santo Grial es la expresión auténtica. Como veremos más adelante remite la Mesa Ronda a los
misterios griegos. Véase el texto del historiador Henri Martin:
"En el Titurel, la leyenda del Graal alcanza su última y espléndida transfiguración bajo la influencia de ideas que
Wolfram parecía haber situado en Francia y particularmente entre los Templarios del Medio Día de Francia (los
albigenses). Un héroe, llamado Titurel, funda un templo para depositar el Vaso Sagrado y el profeta Merlin dirige
esta construcción misteriosa, iniciado por San José de Arimatea en persona en el plano del Templo del Salomón. La
caballería del Graal se convierte aquí en Massenie, es decir en una franc-masonería ascética cuyos miembros se
denominan templistas y puede percibirse la intención de relacionar a un centro común, representado por este templo
ideal, la Orden de los Templarios y las numerosas hermandades de constructores que renovaron la arquitectura
medieval. Se perciben aperturas sobre lo que se podría llamar historia subterránea de estos tiempos, mucho más
compleja de lo que se suele creer".
Grasset d'Orcet, que parece haber removido montañas de libros desde este punto de vista, nos asegura "que el
número de obras que tratan sobre la antigua masonería es prodigioso y no solo prodigioso por la variedad de las
formas, sino que incluso hasta la orden de los jesuitas aportó su contingente, e incluso uno de sus análisis más
completos, es la obra del jesuita (Villalpando) sobre el Templo de Salomón".
Que la caballería de la Edad Media proceda de las iniciaciones griegas o druídicas no parece discutible. Pero en el
caso de que derivara de una formación céltica, podría llevar mucho más allá. Arturo, el Rey-Caballero y el
"penteyrn" de los Bretones, pretendía extraer su origen de Troya y su genealogía de Ascanio, hijo de Eneas el
Iniciado. Funda la Orden de la Tabla Redonda sobre tradiciones antiguas.
El punto de partida de la institución se pierde pues en la noche de los tiempos, pero la evidencia impone que las
asociaciones caballerescas eran ajenas a la doctrina cristiana, incluso las que se hubieron revestido por la fuerza de
las cosas la librea de la Iglesia reinante. Y aun formularíamos la más expresa reserva respecto al dogma cristiano.
No volveremos a insistir. Parece bien demostrado que la caballería es una orden mistérica, prolongación de Menfis,
Tebas y Grecia. El docto Goerres convino que formaba una amplia sociedad secreta e identificaba todos sus ritos
con los misterios paganos. La caballería ha venido a morir en las logias masónicas de nuestros días, donde se
encuentra una profusión de títulos caballerescos que decoran a los Hermanos cuya ignorancia vanidosa recuerda al
asno de la fábula, portador de reliquias. Henri Marin escribe: "Lo curioso, y de lo que no puede dudarse en
absoluto, es que la franc-masonería moderna no se remonta de escalón en escalón hasta la maseníe del Santo
Grial".
La leyenda cristiana de la que se recubrió este arcano, el patronazgo de José de Arimatea [N-O de Jerusalén] que
había ofrecido sepulcro al Salvador, cubrían suficientemente los orígenes sospechosos de este rito. Es cierto que
toda la iglesia cristiana reposa sobre el mismo fundamento, pero éste, materializando el símbolo, no expone mas
que el exoterismo a los fieles mientras que la caballería revela el esoterismo. Por lo demás no sería difícil
establecer que el nombre de las personas que evolucionan en torno al Graal no tienen nada de hebraico; José de
Arimatea tiene resonancias griegas. Arimathía se ha formado, verosímilmente, de airemathesis, ciencia de la
demostración. El radical air del verbo aireiio, demostrar, nos da el airetist, herético. Tal era un título de maestría o
un sobrenombre iniciático. Así, los Compagnons modernos se llaman aun con ciertos vocablos: X-la clave de
Corazones, Agrícola Perdiguier era llamado "Aviñonés la Virtud"". Arimathía era una palabra propia para encubrir
el cambio a los jefes de la iglesia temporal que no veían más que el arimathaïn de Palestina. Titurel, el fundador
del Templo del Graal, es aun un nombre extraído de titrain que significa horadar, agujerear. Corresponde a
Perceval, Parsifal, Perceforest que son una traducción manifiesta de Titurel. Estas apreciaciones añaden peso a la
opinión de los escritores que hemos mencionado.
Sería superfluo insistir en una exposición sumaria de la historia secreta de la Caballería. Por lo demás, la prueba de
los orígenes mistéricos de la Caballería ha sido hecha con una amplitud impresionante por un hombre de gran
cultura y amplio espíritu, Eugene Aroux, amigo del historiador clerical Cesare Cantu y traductor de su "Historia
Universal". Eugene Aroux ha consagrado a esta demostración una serie de obras de gran erudición que
enumeramos por fecha de aparición: "Dante herético, revolucionario y socialista", "La comedia de Dante traducida
en verso según la letra y comentada según el espíritu", "El Paraíso de Dante iluminado en Giorno", "Desenlace
masónico de la comedia albigense", "Pruebas de herejía de Dante, especialmente respecto a una fusión operada
hacia 1312 entre la Massenie albigense, el Temple y los Gibelinos para constituir la Francmasonería", "Clave de la
comedia anticatárica de Dante", "La herejía de Dante demostrada por Francesco de Rimini. Ojeada sobre los relatos
del Santo Graal", "La clave de la Lengua de los Fieles de Amor" y "Los misterios de la caballería y del amor
platónico en la Edad Media".
El autor de este trabajo propio de un benedictino sacrifica una parte de su fortuna y toda su existencia para hacer
prevalecer históricamente en la iglesia y las universidades el hecho patente e irrefutable de que Dante fue un
hierofante de la Massenie caballeresca y el fundador de la Masonería moderna. Esta opinión es aceptable al menos
en sus grandes líneas, pues el fondo hermético de la institución caballeresca ha escapado a las investigaciones de
El título de caballero no se concedía en absoluto a la ligera. Era preciso superar ciertas pruebas. Apenas podemos
imaginar que estas pruebas se limitaran a rudas estocadas o proezas de bravura. Se trataba de otra cosa. Para ser
armado caballero era preciso ser hombre de bien en toda la aceptación del término, renunciar a la vida de rapiña de
los barones errantes y proteger a la viuda y al huérfano, en una palabra estar regenerado y nacido para una vida
nueva. La Iglesia, en el siglo XI no podía más que oponer una débil barrera a las depredaciones de los grandes
señores y no pudo en absoluto ejercer suficiente influencia para que se pudiera cambiar las costumbres feudales.
Era preciso para una obra tan considerable una leva más poderosa que la fuerza del clero sobre los elementos
temporales. No negamos absolutamente a la Iglesia romana una acción moral que sería injusto negar. Pero la
caballería, aunque se haya desarrollado bajo su patronazgo, era algo más que un hábil maquillaje, un señuelo de la
potencia de los papas.
Para comprender lo que la Iglesia oficial era, basta leer la horrible pintura que traza Pierre Damien. Jamás se vio
semejante estructura de podredumbre. ¿Es posible considerar a un clero envilecido hasta ese punto como instigador
del movimiento caballeresco?
Una objeción se plantea: en sus buenos tiempos la caballería no era hereditaria mientras que la nobleza de raza si
lo era. Este rasgo distintivo muestra que la caballería consagraba una evolución moral completamente
personalizada. Aroux estaba en este punto equivocado y lo que ha creado este malentendido en su espíritu deriva de
la consideración de un hecho puramente administrativo: había en la nobleza una organización militar ecuestre, ya
que se combatía entonces a caballo. Pero estos caballeros eran gentes de a caballo que llevaban la espada de la
fuerza y no la de la lealtad. Nunca la historia probará que los caballeros hayan sido armados caballeros por una
investidura regular. El título de caballero, causa de este error, es una pura homofonía sin consecuencias extraída de
la palabra caballo. La caballería legendaria exigía un período de prueba muy fuerte.
Originariamente duraba veintiún años. Era conferido por medio de un ceremonial simbólico que sorprendía al
menos avisado. Los padrinos o jurados eran indispensables y no comparsas de mera forma. El candidato pasaba
primeramente por baños frecuentes, luego permanecía varias noches en una capilla oscura sin luz. Era la "noche de
la tumba" en la cual el hombre viejo iba a ser inhumado y luego entrar en putrefacción para resucitar a una vida
nueva (la Vita Nuova de Dante). Luego reaparecía con el día, vestido de blanco para testimoniar la resurrección
moral. Entonces realizaba los ritos de la religión oficial. Tras este deber recibía la espada, la del buen combate, y se
procedía a vestirlo. Un discurso iniciático acompañaba cada pieza de la armadura que morada en alguna parte del
recipiendarios en los deberes de su cargo. M. Roy, en un pequeño libro, impreso por Marne, ha recogido algunas
de las locuciones pronunciadas para la circunstancia. La intención esotérica es manifiesta: la armadura no es más
que una alegoría. Todos los saberes profanos ignoraban el sentido filosófico de estos ritos.
Fauriet, en su "Curso de Literatura Provenzal", reconocía con la mayor perplejidad, que la caballería reclutaba en
la pequeña nobleza, viviendo al abrigo de los desvíos criminales de la nobleza de pro: "Estos hombres que asumían
el amor de forma tan exaltada no eran ni grandes barones ni poderosos feudatarios. Eran, en su mayor parte, pobres
caballeros sin feudos (el autor habla aquí la lengua de la nobleza actual para la cual el título de caballero es el más
bajo en la jerarquía). El mayor número pertenecía a las filas inferiores de la feudalidad y varios son citados
expresamente por su gran pobreza".