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Registro Safe Creative N° 1708023212842

Boris Oliva Rojas

Noche Eterna

El cordón montañoso aunque no muy alto, daba la oportunidad de realizar


una entretenida excursión, especial atractivo para algunos brindaban los varios
socavones y pirquenes abandonados hace tiempo ya por viejos buscadores de
mineral que surgieron en forma artesanal en torno a la gran mina de cobre que
extraía el metal de la tierra cerros adentro. Pequeñas grutas hechas en los cerros
más alejados para buscar una posible beta funcionaban estupendamente como
refugios temporales para excursionistas y vagabundos.

La noche primaveral dejaba ver en todo su esplendor las estrellas del


hemisferio sur.

Jorge parecía todo un cavernícola tratando de encender la fogata mientras


Víctor cortaba la carne y Viviana preparaba la ensalada. Berta mientras tanto
observaba las luces del pueblo cercano y el hilo de plata del río que brillaba bajo la
luna llena.

—Deberían ver lo hermosas que se ven desde aquí las estrellas —comentó
Berta a sus amigos al entrar en la cueva.

—Nunca las vez así en Santiago —opinó Viviana—. Por eso me gusta venir
cada vez que puedo para acá.

—Sobre todo porque tus padres viven aquí —comento Jorge.

—A mí también me gusta volver de vez en cuando —dijo Víctor, quien


había nacido y vivido su niñez y adolescencia en una de las parcelas de los
alrededores—. Claro que igual ahora no sabría vivir fuera de Santiago.

—La suerte de ustedes dos —observo Berta—. Conocerse en Santiago y


descubrir que nacieron en la misma zona.

La noche avanzaba despacio; la carne asada y la cerveza inundaban el


interior de la cueva con una agradable atmósfera de aroma y calor. La
conversación pasaba de un tema a otro, desde las coincidencias de la vida, hasta
los terribles acontecimientos ocurridos en la provincia en el pasado cercano,
pasando por las marcas que la extracción de cobre había dejado en el paisaje y
las leyendas que se entrelazaban con la realidad en la zona.
—Mmm, parece que la cerveza me está haciendo efecto —comentó Víctor
que sintió que se balanceaba.

De pronto el piso comenzó a vibrar.

—Está temblando —observo alarmada Berta.

—Tranquila ya va a pasar —pensó Jorge.

Sin embargo, en vez de disminuir el movimiento aumentó su fuerza y un


ruido de quebradura de rocas acompañó el estremecimiento de la Tierra.

— ¡Es un terremoto! —gritó Viviana—. Salgamos de aquí.

Apenas podían mantenerse en pie y a duras penas lograron salir de la


cueva. Rodados de rocas caían cuesta abajo en el cerro vecino. Las luces del
pueblo se apagaron. Después de eternos dos minutos el violento sismo concluyó,
dejando visibles cicatrices en el suelo y en las laderas de los cerros. Sobre el río el
puente que unía los cerros con el pueblo, yacía tirado como un gran animal cuyas
patas se hubieran roto.

— ¿Están todos bien? —preguntó Víctor.

—Zamarreada y muy asustada —contestó Viviana.

—Si también estoy bien —agregó Berta.

—Y yo —dijo Jorge.

—No puedo comunicarme por teléfono —observó Viviana, quién insistía con
su celular.

—Espera un rato —aconsejó Jorge—. Siempre cae la señal con esto.

—Miren, un fantasma —dijo Berta indicando una forma voluptuosa que salía
de entre las rocas.

La aparición se elevó cerca de un metro sobre las rocas, iluminando el área


con un resplandor sobrenatural.

— ¿Qué será esa cosa? —preguntó Jorge.

Eso, con una forma indefinida los observaba sin hacer nada.

—Se ve pacifico —opinó Viviana—. Que lindos colores tiene.

Casi sin poder contener el impulso ella avanzó extendiendo su brazo.


— ¡No te acerques!, es una nube de plasma —gritó Víctor.

La advertencia llegó muy tarde a los oídos de Viviana, quién ya daba el


paso que la acercaba demasiado a la extraña aparición. Un rayo de electricidad
emanó de la nube luminosa golpeando la mano de la mujer, lanzándola de
espalda a dos metros de distancia.

— ¡Viviana! —gritaron todos al ver a su amiga inmóvil en el suelo.

Jorge revisó rápidamente los signos vitales y constató que el golpe sola la
había hecho perder el sentido.

—Está inconsciente solamente, por suerte no fue mucha electricidad, de lo


contrario habría detenido su corazón —explicó Jorge a sus compañeros.

De a poco Viviana fue recuperando la consciencia hasta que pudo


despertar al cabo de unos minutos.

—Ay, me duele todo, ¿qué me pasó?, ¿por qué estoy en el suelo?


—preguntó confundida aún.

— ¿Recuerdas qué te golpeó? —preguntó Jorge mientras revisaba las


pupilas de la joven con una linterna.

—Recuerdo que hubo un terremoto y ahora que estoy en el suelo, nada


más —contestó ella.

— ¿Recuerdas la nube brillante que parecía como un fantasma?


—preguntó Víctor.

— ¿Un fantasma? —preguntó confundida Viviana.

—Bueno, no exactamente, era una nube de plasma, supongo que de radón.


Demoré un poco en reconocerlo y no alcancé a avisarte a tiempo para que no la
tocaras y recibiste una descarga eléctrica fuerte —aclaró Víctor.

—No recuerdo nada de eso —dijo Viviana.

—Es normal con una electrocución — explicó Jorge.

— ¿Qué hora es? —preguntó Berta.

—Son las…, vaya mi reloj se detuvo —observó Viviana.

—Debe haber sido por el golpe eléctrico —comentó Víctor.

—Tu cerebro también se desconectó, pero eso es normal —bromeó Jorge.


Víctor trató varios minutos de comunicarse con la casa de Viviana en el
pueblo sin mucho éxito, hasta que por fin, después de un rato, alguien contestó al
otro lado.

—Aló, aló, ¿Sandra?, hola, soy Víctor. Estamos bien ¿y ustedes?

—Muy asustados todavía —contestó la mujer desde el pueblo.

—Vamos a demorar en regresar. No se preocupen, es que el puente se


vino abajo con el terremoto —contó Víctor.

La llamada se cortó así es que no pudo decir más. La comunicación por


celular seguía siendo muy mala después de los terremotos, a pesar de los
esfuerzos por arreglarla.

En eso el suelo comenzó a moverse nuevamente, pero esta vez con menos
fuerza.

—Está temblando de nuevo —dijo Berta asustada.

—Es una réplica —observó Jorge—. Va a haber varias.

—Ya pasó —dijo Víctor al poco rato—. Se va a estar moviendo por varios
días.

— ¿Qué hacemos?, ¿esperamos a que nos rescaten o tratamos de


volver?—preguntó Jorge.

—El puente se calló —observó Viviana—. Podríamos tratar de pasar por


encima o por el lado, al final no hay mucha agua en el río.

—Quedarse aquí es peligroso por los derrumbes que puede haber —opinó
Víctor.

—Entonces tratemos de cruzar con cuidado el río —propuso Jorge.

—Recojamos todo entonces —dijo Berta.

Algo nerviosos los cuatro amigos ingresaron a la cueva para juntar sus
cosas.

—Miren —dijo Víctor—. Hay algo labrado en la roca; con el movimiento


debe haberse descubierto.

—Es algo que está escrito en la roca —observó Berta.


—“Esta noche las cadenas están rotas y las celdas se abrieron, levántate
ya criatura de destrucción y trae tu sombra de maldad y muerte a este mundo. Ven
a mi llamado, yo te lo ordeno” —leyó ella en voz alta.

—Vaya que raro —comentó Jorge.

—Algún chiflado lo habrá escrito ahí —opinó Víctor—. Y el terremoto botó


las rocas que lo tapaban.

—Recuerden que en esta zona hay muchas leyendas de brujas —comentó


Viviana.

Cerro más arriba, lejos de la mirada de ojos humanos unas rocas rodaron
cuesta abajo, dejando atrás una grieta en la pared de piedra. Una mano con
garras y pelos, si mano es la palabra correcta para describirla, asomó en la oscura
noche.

El cielo se cubrió de nubes ocultando la luna. La noche se tornó negra, de


una negrura profunda y espesa, que lo invadía todo; una negrura que era una
ausencia total de luz.

—Se nubló —dijo Berta—. Pero que oscuro está, no puedo ver nada a más
de un metro de distancia.

—Así como está no creo que podamos cruzar el puente —opinó Jorge.

—Mejor esperamos a que se despeje y aclare un poco —aconsejó Viviana.

Víctor de su mochila sacó una linterna y un foco busca caminos para


alumbrar la noche.

—Esto nos ayudará a ver mucho mejor —comentó. Sin embargo, el foco no
alumbraba a más de diez metros y la linterna con suerte a cinco metros de donde
se encontraban.

— ¡Qué extraño! —observó Víctor—. El foco tiene un alcance de quinientos


metros y la linterna de ciento setenta y apenas alumbran.

—Deben estar gastadas las pilas —opinó Jorge.

—No creo, son nuevas, mira —dijo poniendo la mano frente al foco, con lo
que se podía ver incluso los huesos de lo potente que era la luz.

—Probemos con esto —sugirió Jorge sacando una pequeña caja con una
pistola lanza bengalas.
—Apunta hacia el río —aconsejó Viviana—. No vayamos a causar un
incendio.

Jorge disparó la bengala al aire esperando, al igual que los demás, que
iluminara todo con el típico resplandor rojizo. Sin embargo, lo único que se vio fue
el punto incandescente que se elevaba y describía una parábola hasta apagarse,
pero sin llegar a romper el manto de tinieblas que cubría todo.

— ¡Que me parta un rayo! —exclamó incrédulo Jorge—. No entiendo cómo


es que una bengala no alumbra nada.

—A lo mejor está mala, lanza otra —sugirió Berta.

Así lo hizo pero el resultado fue igual al anterior. Una oscuridad que lo
cubría todo, como una cortina impenetrable.

—Parece que vamos a tener que quedarnos aquí hasta que amanezca
—opinó Víctor.

Un fuerte viento tibio, como cuando uno sopla una vela, extinguió
completamente la fogata, dejando a los cuatro amigos sumidos en la más absoluta
penumbra.

—Hey, el fuego se apagó —reclamó sorprendida Berta.

Lo único que quedaba era el resplandor de las brasas que no duraría


mucho. El silencio fue roto por una carcajada horrible que parecía provenir de
todos lados a la vez.

— ¿Qué fue eso? —preguntó con los pelos de punta Viviana.

—Se oyó como una carcajada —observó Víctor.

—Tengo mucho miedo —dijo Berta.

—Alguien debe estar tratando de jugarnos una broma aprovechándose de


la oscuridad —opinó Víctor.

—Si logro atrapar al desgraciado, no le van a quedar ganas de volver a


hacer bromas —comentó Jorge.

— ¿Escucharon eso? —preguntó Viviana.

—Parecen pisadas —observó Berta.

—Alguien se está moviendo en torno a nosotros —observó Víctor.


—Puede ser un puma —opinó Jorge.

—Alumbremos con las linternas —sugirió Víctor, encendiendo las suyas.

En lo poco que los rayos de luz podían penetrar en la extraña y profunda


oscuridad, una horrible figura cruzó corriendo dejando ver su espeluznante
apariencia.

— ¿Qué es esa cosa? —preguntó casi gritando Viviana.

Los cuatro gritaron al mismo tiempo de la impresión; su pulso acelerado y


las pupilas dilatadas. Lo que vieron no calzaba dentro de los parámetros normales.
Aunque la visión fue fugaz, pudieron notar que medía cerca un metro setenta,
tenía garras, la piel cubierta de pelos y una sonrisa cruel y con dientes como
agujas. La cosa se escabulló a las tinieblas en medio de aterrorizantes carcajadas,
dejando un penetrante olor a azufre en el aire.

— ¿Qué demonios está pasando? —preguntó Jorge algo inquieto.

—Alguien con un disfraz nos quiere asustar —opinó Víctor.

En eso el suelo comenzó a moverse violentamente por una de las muchas


replicas que venían después del terremoto.

—Ahora va a ver ese idiota —dijo Jorge avanzando enojado hacia la


oscuridad.

—Espera, no vayas —pidió Viviana, pero él ya no escuchaba razones.

Internándose en la noche, Jorge salió de la vista de sus amigos. De pronto


un alarido llegó desde las tinieblas.

— ¡Jorge!, ¿qué pasa? —gritó Víctor.

De en medio de la penumbra salió la criatura, sujetando del cuello roto con


las garras el cuerpo inerte de Jorge, por el que se deslizaba su sangre.

Dejando escapar un grito de terror, las mujeres y Víctor vieron como esa
cosa arrojaba con desprecio a sus pies el cadáver degollado de su amigo,
ocultándose luego en la oscuridad en medio de su horrorosa carcajada.

—Salgamos de aquí —dijo Víctor tomando de la mano a Berta y a Viviana.


―No debemos separarnos —Berta alumbra para adelante, Viviana alumbra el
piso.
Los tres amigos trataban de alejarse lo más rápido posible de aquel lugar,
barriendo con sus linternas el terreno frente a ellos para no caer cerro abajo.
Gritos guturales y carcajadas alteraban el silencio, aterrándolos cada vez más.

— ¿Qué es lo que está ocurriendo? —preguntó Viviana—. ¿Qué es esa


cosa?

—No lo sé —contestó Víctor—. Debemos esperar a que amanezca para


salir de aquí e ir a la policía.

—Pero ya son las nueve de la mañana y aún no ha aclarado —observó


Berta.

—No lo entiendo, el sol debería haber salido hace rato —comentó Viviana.

— ¿Qué produce esta oscuridad tan impenetrable? —preguntó Víctor.

— ¿Será por el terremoto? —conjeturó Berta.

—No lo creo, ¿qué tiene que ver una cosa con la otra? —observó Viviana.

Un terrible grito hizo que a los tres amigos se les helara la sangre de susto,
aunque ya hacía rato que el susto se había convertido en terror.

— ¿No será porque leí lo que estaba escrito en la roca? —opinó Berta.

— ¿Te refieres a algo así como un conjuro de magia negra? —preguntó


Víctor.

—Sí, ¿se te ocurre una explicación mejor para esta negrura tan grande y
esa cosa que mató a Jorge? —consultó ella.

—Tiene que haber una explicación lógica para todo esto —opinó Viviana.

— ¿Acaso piensas que esto es muy natural? —insistió Berta.

—Estamos dejando que nuestra imaginación se dispare, debemos


mantener la calma —aconsejó Víctor.

— ¿Mantener la calma?, ¿de qué hablas?, Jorge está muerto —dijo Berta
con lágrimas que corrían por sus mejillas.

Víctor no supo que contestarle a la mujer; además, tampoco habría


alcanzado a decirle algo. Al pasar bajo un árbol, dos fuertes y peludas manos se
apoderaron de él. Un alarido que hizo retumbar los cerros alertó a las dos mujeres
de que Víctor ya no estaba con ellas. En medio de histéricas carcajadas, el
cadáver decapitado del hombre fue arrojado a los pies de ellas. Un grito de terror
escapó de sus gargantas; con los ojos muy abiertos vieron como alguien les
arrojaba a la cara la cabeza de su amigo.

El pánico se apoderó de las mujeres, quienes corrieron despavoridas de


ese sitio, sin preocuparse de nada más que de huir. Detrás de ellas sentían los
pasos que las seguían y las carcajadas sicóticas de su perseguidor. Sin tener
consciencia del tiempo transcurrido, ambas seguían corriendo a pesar de que ya
no se oía ningún ruido tras ellas.

Tan desesperadas y descontroladas iban que Viviana no se percató de que


se acababa el camino y cayó del cerro arrastrando a Berta con ella. Aunque la
caída no fue a más de un metro de desnivel, el dolor que le produjo el golpe fue
agónico.

—Me quebré una pierna —lloraba Viviana sosteniéndose la pierna


derecha.

La linterna junto a ellas, le permitió a Berta ver como arrastraban a su


amiga hacia las penumbras, en medio de gritos de terror y desesperación, al
tiempo que hundía sus dedos en la tierra para impedir que se la llevaran; lo único
que consiguió con esto fue que sus manos sangraran al romper su piel.

Aterrada y en medio de llanto, Berta subió hasta el camino, cojeando por


haberse torcido un tobillo y con el rostro todo arañado por haber caído entre unas
ramas, trataba de escapar. Ya no podía pensar, solo su instinto de supervivencia
la hacía seguir corriendo. Carcajadas la perseguían y la acosaban provenientes
de todos lados.

El dolor de su pie era insoportable, pero aún podía apenas continuar. Casi
arrastrándose llegó a una roca y ahí se recostó agotada un rato. Presa de un
pánico indescriptible, vio como esa cosa se aproximaba lentamente hacia ella,
dejando ver sus afilados dientes; el aire se volvió irrespirable por el penetrante olor
a azufre que lo inundaba. Berta trataba de retroceder, pero era imposible porque
su espalda estaba pegada a la roca.

La criatura seguía aproximándose a ella. La mujer sintió un golpe en la


cara, luego dolor y finalmente nada más.

Arrastrándola de un brazo el ser la llevó hasta la cueva, que se encontraba


iluminada por un rojo resplandor, depositándola en una especie de mesa de roca.
Con un cuchillo de piedra en una mano, la criatura comenzó a recitar un antiguo y
oscuro conjuro.

—“Esta noche las cadenas están rotas y las celdas se abrieron.


Levántense ya criaturas de destrucción y traigan su sombra de maldad y muerte a
este mundo. Vengan mis hermanos y tomen este mundo en esta noche eterna”.
Berta estaba totalmente consciente pero incapacitada para moverse. Dando
un alarido de terror y dolor sintió como el cuchillo se clavaba en su pecho. Con los
ojos desorbitados vio como la criatura tomaba su aún palpitante corazón en sus
manos y lo devoraba. Finalmente la vida de Berta se extinguió en medio del
pánico más indescriptible, quedando con los ojos abiertos en una mirada de terror.

En las paredes y en el suelo, y por todas partes del planeta se abrieron


grietas por donde empezaron a salir millones de horribles criaturas. En una eterna
noche que cubría todo el mundo, la muerte y el terror comenzaban su reinado
macabro. El dominio de los humanos de este mundo llegaba para siempre a su fin.

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