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Noche Eterna
—Deberían ver lo hermosas que se ven desde aquí las estrellas —comentó
Berta a sus amigos al entrar en la cueva.
—Nunca las vez así en Santiago —opinó Viviana—. Por eso me gusta venir
cada vez que puedo para acá.
—Y yo —dijo Jorge.
—No puedo comunicarme por teléfono —observó Viviana, quién insistía con
su celular.
—Miren, un fantasma —dijo Berta indicando una forma voluptuosa que salía
de entre las rocas.
Eso, con una forma indefinida los observaba sin hacer nada.
Jorge revisó rápidamente los signos vitales y constató que el golpe sola la
había hecho perder el sentido.
En eso el suelo comenzó a moverse nuevamente, pero esta vez con menos
fuerza.
—Ya pasó —dijo Víctor al poco rato—. Se va a estar moviendo por varios
días.
—Quedarse aquí es peligroso por los derrumbes que puede haber —opinó
Víctor.
Algo nerviosos los cuatro amigos ingresaron a la cueva para juntar sus
cosas.
Cerro más arriba, lejos de la mirada de ojos humanos unas rocas rodaron
cuesta abajo, dejando atrás una grieta en la pared de piedra. Una mano con
garras y pelos, si mano es la palabra correcta para describirla, asomó en la oscura
noche.
—Se nubló —dijo Berta—. Pero que oscuro está, no puedo ver nada a más
de un metro de distancia.
—Así como está no creo que podamos cruzar el puente —opinó Jorge.
—Esto nos ayudará a ver mucho mejor —comentó. Sin embargo, el foco no
alumbraba a más de diez metros y la linterna con suerte a cinco metros de donde
se encontraban.
—No creo, son nuevas, mira —dijo poniendo la mano frente al foco, con lo
que se podía ver incluso los huesos de lo potente que era la luz.
—Probemos con esto —sugirió Jorge sacando una pequeña caja con una
pistola lanza bengalas.
—Apunta hacia el río —aconsejó Viviana—. No vayamos a causar un
incendio.
Jorge disparó la bengala al aire esperando, al igual que los demás, que
iluminara todo con el típico resplandor rojizo. Sin embargo, lo único que se vio fue
el punto incandescente que se elevaba y describía una parábola hasta apagarse,
pero sin llegar a romper el manto de tinieblas que cubría todo.
Así lo hizo pero el resultado fue igual al anterior. Una oscuridad que lo
cubría todo, como una cortina impenetrable.
—Parece que vamos a tener que quedarnos aquí hasta que amanezca
—opinó Víctor.
Un fuerte viento tibio, como cuando uno sopla una vela, extinguió
completamente la fogata, dejando a los cuatro amigos sumidos en la más absoluta
penumbra.
Dejando escapar un grito de terror, las mujeres y Víctor vieron como esa
cosa arrojaba con desprecio a sus pies el cadáver degollado de su amigo,
ocultándose luego en la oscuridad en medio de su horrorosa carcajada.
—No lo entiendo, el sol debería haber salido hace rato —comentó Viviana.
—No lo creo, ¿qué tiene que ver una cosa con la otra? —observó Viviana.
Un terrible grito hizo que a los tres amigos se les helara la sangre de susto,
aunque ya hacía rato que el susto se había convertido en terror.
— ¿No será porque leí lo que estaba escrito en la roca? —opinó Berta.
—Sí, ¿se te ocurre una explicación mejor para esta negrura tan grande y
esa cosa que mató a Jorge? —consultó ella.
—Tiene que haber una explicación lógica para todo esto —opinó Viviana.
— ¿Mantener la calma?, ¿de qué hablas?, Jorge está muerto —dijo Berta
con lágrimas que corrían por sus mejillas.
El dolor de su pie era insoportable, pero aún podía apenas continuar. Casi
arrastrándose llegó a una roca y ahí se recostó agotada un rato. Presa de un
pánico indescriptible, vio como esa cosa se aproximaba lentamente hacia ella,
dejando ver sus afilados dientes; el aire se volvió irrespirable por el penetrante olor
a azufre que lo inundaba. Berta trataba de retroceder, pero era imposible porque
su espalda estaba pegada a la roca.