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Paseo Campestre
—Ya, los tres basquetbolistas cálmense, que van a romper algo con esa
pelota —dijo José que no tenía ganas de recoger cosas rotas a esa hora.
—Hola mis tesoros —saludó ella dando un beso a cada uno de sus hijos—.
¿Cómo se han portado?
—Ya no soy pequeña, tengo ocho años —reclamó la menor de las niñas—.
Pero regalonéame igual —dijo hundiendo la cabeza en el cuello de su madre,
dejando escapar un suave ronroneo.
—Mil ciento cincuenta y uno —corrigió Alicia—. Hoy compré uno —dijo
orgullosa pasándolo a la amiga de mamá.
—“Alicia en el País de las Maravillas”, no sabía que fuera tan grueso
—observó Paty mirándolo de perfil.
—Lo compré porque trata de una niña que se llama igual que yo —aclaró
Alicia.
—Claro que ella no era tan linda como yo —opinó Alicia mirando la portada
del libro—. Ella tenía el pelo rubio y desteñido y no negro como el mío.
—La verdad es que tienes un pelo muy lindo —dijo Paty pasando la mano
por la cabellera de la niña—. Y tus ojos verdes también son muy bonitos y
combinan muy bien con tu pelo.
— ¡Que increíble que todos tengan el cabello oscuro y los ojos claros!
—observó Paty mirándolos a todos.
—Me vas a tener que contar tu secreto para tener ese cuerpazo —dijo Paty
mirando a Mónica, que a pesar de sus cuarenta años y ser madre de tres hijos, se
conservaba como si tuviese veinte años.
—Mamá, quiero pizza, tengo hambre —solicitó Alicia tirando del brazo a su
madre.
—Si vamos, ya es tarde —contestó ella.
Los niños devoraron la pizza con gran placer y no se dieron cuenta de que
habían estado haciendo una larga sobremesa.
—Es una buena idea, pero tendríamos que salir de madrugada mañana
para aprovechar el día —asintió José.
—Está bien, acepto —contestó Paty—. Pero deberé pasar a buscar ropa a
mi casa.
—Me pareció escuchar un gato que ronroneaba, pero debo haber estado
soñando —meditó Paty.
Después de una hora y media de viaje, los paseantes llegaron a una casita
en una parcela en el campo.
Los niños sin decir palabra salieron corriendo detrás de una pelota de
basquetbol.
La pequeña Alicia era muy rápida y ágil con la pelota y podía esquivar
fácilmente a sus hermanos mayores.
—Sí, José la heredó de un tío que falleció hace varios años —explicó
Mónica.
—Está bien, pero debes tener cuidado —aconsejó la mamá con una sonrisa
en los labios.
—Te decía que hay que estar pendiente de esos niños, se escabullen a
cada rato —comentó Mónica.
—Como todos los niños no más —supuso Paty ya que no tenía hijos.
El sábado por la tarde Paty llamó a su novio Víctor para informarle que
pronto volvería a la ciudad y para aprovechar de saludarlo.
—Me voy a quedar hasta mañana, así es que nos vemos el lunes
informó Paty a su novio.
El día lunes Víctor esperó en vano que su novia lo llamara, así es que
decidió telefonearle él para saber si había vuelto bien; sin embargo, el teléfono
sonaba y sonaba y Paty no contestaba. Así pasó todo el día y el martes también.
El día miércoles llegó y Víctor se encontraba inquieto.
En el trabajo de Paty, Víctor se las ingenió para averiguar que ella había
salido de ahí acompañada de una tal Mónica.
Revisando las libretas y papeles que Paty tenía en su casa, pudo dar con la
dirección de la casa de su compañera de trabajo.
…
La propiedad se veía sola, las ventanas tenían las cortinas juntas y la
puerta estaba cerrada. Después de golpear y tocar el timbre un rato, se convenció
de que no había nadie en ella.
Ansioso a más no poder, Víctor miraba la pantalla del celular, hasta que se
cargó en ella un mapa y un punto rojo empezó a brillar en él. No estaba muy lejos
el lugar que indicaba; unos ciento cincuenta kilómetros por la Ruta 22, no más de
una hora y media de viaje en auto. Casi corriendo Víctor puso en marcha el motor
y partió raudo hacia donde lo guiaba la señal en el mapa.
Ya era de tarde, así es que llegaría cerca de las 19 horas; aún estaría claro
y dispondría de algunas horas para buscar a Paty.
Con los latidos del corazón en el cuello, Víctor llegó hasta una parcela
aislada a unos cinco kilómetros alejada de la carretera principal, en la que se
divisaba una casa de tipo campestre en medio de un paisaje dominado por cerros,
un pequeño bosque y varios tipos de árboles frutales. El campo era muy lindo en
realidad y esperaba que Paty hubiese decidido tomarse unos días de vacaciones y
que su celular estuviese descargado solamente y que al verlo llegar se lanzara a
sus brazos. Deseaba que eso ocurriese, pero un presentimiento casi supersticioso
lo embargaba.
— ¿Algún problema con Paty? —preguntó José—. Espero que el aire del
campo no le haya hecho mal.
—No tengo idea, pero era después de almuerzo —respondió la niña, la cual
salió corriendo al encuentro de sus hermanos.
Víctor sabía que por algún motivo esas personas estaban mintiendo, ya que
el mismo teléfono celular de Paty lo había guiado hasta allí.
Víctor intuía que algo estaba mal y debía averiguar por qué le estaban
mintiendo esas personas. A poco andar detuvo el vehículo y con las luces
apagadas volvió a aproximarse a la parcela; por suerte para él ésta no tenía
portón externo, así es que pudo ingresar sin dificultad. Una vez dentro estacionó el
auto detrás de un árbol y ahí esperó a oscuras varias horas hasta que se
apagaron las luces de la casa.
Sigilosamente Víctor llegó hasta el granero que había cerca de la casa. Sus
intentos por entrar se vieron frustrados por la presencia de un grueso candado
que cerraba la puerta. Dejándose llevar por la desesperación, unida a la
impotencia que le provocó encontrar la puerta cerrada del granero, marcó el
número del celular de Paty, sin esperar escuchar respuesta.
Después de unos segundos de espera, llegó claro a sus oídos el sonido del
timbre de llamada que avisaba que era él quien llamaba y que había programado
junto a Paty. La fuente del sonido no estaba a más de cinco metros de distancia
de él, repicando dentro del granero. Frenético envistió varias veces la puerta con
el hombro hasta que finalmente el candado terminó por ceder y la entrada quedó
expedita.
—A lo mejor quiere jugar antes de la cena —dijo la niña mayor, con una voz
extraña, mientras daba un zarpazo en una de las piernas de Víctor, con lo que ya
parecía ser la pata de un gato.
Asintiendo con un maullido, la que hace tan solo unos minutos era la mujer
de nombre Mónica empezó a aumentar lentamente de tamaño, hasta convertirse,
frente a los aterrados ojos de Víctor, en una gran y poderosa pantera negra, cuyo
rugido dejó oír a todo pulmón dentro del galpón, en medio de la noche.
Acompañando los rugidos de la madre, los otros cuatro felinos se unieron en un
coro de rugidos suaves de gatos listos para arrojarse sobre su presa.
Víctor miró la puerta del granero abierta y comprendió que tenía dos
opciones, dejarse asesinar encerrado donde estaba, o bien salir al campo e
intentar correr lo más rápido posible para llegar hasta el auto y escapar de aquella
pesadilla. Volviéndose lentamente corrió hacia la puerta, internándose en la
penumbra. Con su característico rugido capaz de helar la sangre, los gatos se
lanzaron en su persecución. El dolor punzante de su pierna herida le llenaba los
ojos de lágrimas, nublándole la vista y haciendo más difícil su carrera.
Algo similar debía haber padecido Paty. Esto no podía estar pasando de
verdad. Era totalmente ilógico; estas cosas no existen más que en las películas de
terror. Y sin embargo la prueba tangible eran sus heridas en el brazo y en la
pierna.
Siguió corriendo; los gatos estaban cada vez más cerca. Los oía y su
corazón ya quería dejar de latir. Esto era una locura. A lo mejor él había
enloquecido —pensó para sí.
En eso meditaba cuando uno a uno vio aparecer cinco pares de puntos
luminosos que lo rodeaban. Ya estaba totalmente agotado y nada hizo para
impedir que los ojos se aproximaran cada vez más.
Los cinco gatos se lanzaron al mismo tiempo sobre su presa. Los gritos de
Víctor llenaron el bosque, quebrando la tranquilidad aparente de la noche.
Pequeños dientes y garras afiladas como agujas desgarraron la carne hasta que
todo signo de vida en él cesó.
—Es cierto, pero aunque ya cenaste, igual vas a tomar un vaso de leche
cuando volvamos a la casa —dijo Mónica a su hija menor.
…
El día estaba espléndido y los niños se veían contentos en el colegio. Las
vacaciones estaban por comenzar y las risas eran más intensas y relajadas.
— ¿Silvia, hablaste con tu mamá para que te diera permiso de pasar una o
dos semanas de vacaciones en la parcela de mi familia? —preguntó Paola a su
amiga, mirándola con sus ojos intensamente verdes, como dos esmeraldas que
fulguraban con luz propia.