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Registro Safe Creative N° 1708023212811

Boris Oliva Rojas

Paseo Campestre

— ¡Papá tengo hambre!, ¿a qué hora va a llegar la mamá con la comida?


—preguntó la pequeña Alicia de ocho años, mientras jugaba con su pelota.

—Tranquila, ya va a llegar —respondió José, revolviendo juguetonamente


el cabello de la menor de sus tres hijos.

—Si siempre andas pensando en comer te vas a parecer a tu pelota —dijo


Paola, burlándose de su hermana.

—Y tú pareces un lápiz, flacuchenta —contestó Alicia sacándole la lengua a


su hermana.

—Sí, verdad —contestó ésta tocándose su vientre plano y su cintura,


orgullosa de su figura.

—Hola gente, llegué yo —saludó Juan, equilibrando una pelota de


básquetbol en un dedo y sosteniendo un libro en la otra mano.

Los verdes ojos de Alicia se posaron en la pelota que giraba en el dedo de


su hermano, dejando tirada la que ella tenía. Moviéndose despacio sin quitarle la
vista de encima, se fue poniendo detrás de Juan, lanzando un manotazo a la
pelota para arrebatársela, pero ésta escapó se sus dedos, ya que su hermano la
tiró hacia arriba. Cuando los dos se disponían a disputarse el balón, Paola dando
un salto se apoderó de ella, pasándola rápidamente de una mano a la otra.

Entre risas los dos hermanos se disponían a apropiarse de la pelota que


ahora su hermana hacía rebotar en el piso.

—Ya, los tres basquetbolistas cálmense, que van a romper algo con esa
pelota —dijo José que no tenía ganas de recoger cosas rotas a esa hora.

Soltando la pelota, Paola centró su atención en las luces que se encendían


y apagaban en el ecualizador del equipo de música, las cuales seguía con sus
ojos verdes cómo los de su hermana y su madre y trataba de tocar con sus dedos.

Los tres hermanos se volvieron al mismo tiempo cuando la puerta de la


casa se abrió.
— ¡Mamá! —gritaron los tres niños al unísono cuando Mónica entró.

—Hola mis tesoros —saludó ella dando un beso a cada uno de sus hijos—.
¿Cómo se han portado?

—Aparte de querer jugar basquetbol dentro de la casa, bien —contestó


José, saludando de un beso a su esposa.

—Perdón mi rotería Paty, te presento a mi familia, José mi esposo, mi hijo


mayor Juan, Paola la del medio y la pequeña Alicia —presentó Mónica tomando
en brazos a la pequeña.

—Ya no soy pequeña, tengo ocho años —reclamó la menor de las niñas—.
Pero regalonéame igual —dijo hundiendo la cabeza en el cuello de su madre,
dejando escapar un suave ronroneo.

—Hola Paty —contestaron los cuatro en un saludo sincero.

—Paty y yo somos compañeras de trabajo y la invité a cenar con nosotros


esta noche —contó Mónica.

—Siempre son bien venidas tus amistades —respondió José.

—Muchas gracias, eres muy amable —contestó Paty, agradeciendo ser


bienvenida.

— ¿Y la comida china? —preguntó Alicia olfateando el aire.

—No me van a creer, pero no pude encontrar nada bueno —explicó


Mónica—. Pero traje pizza de carne picada con champiñones.

—Sí, que rico —gritó Alicia aplaudiendo.

—Por favor pon la mesa mientras yo me cambio de ropa —pidió Mónica a


José.

Paty no sabiendo que hacer mientras esperaba que volviera su amiga,


recorrió con la mirada la habitación, deteniéndose ante los bien nutridos libreros
que había por todos lados.

— ¡Cuántos libros!, debe haber cómo un millón —opinó exagerando.

—No tanto, solo son mil ciento cincuenta —corrigió Juan.

—Mil ciento cincuenta y uno —corrigió Alicia—. Hoy compré uno —dijo
orgullosa pasándolo a la amiga de mamá.
—“Alicia en el País de las Maravillas”, no sabía que fuera tan grueso
—observó Paty mirándolo de perfil.

—Obvio, los libros pequeños son para bebes —opinó la niña.

—Es entretenido, yo lo leí hace tiempo —comentó Paty.

—Lo compré porque trata de una niña que se llama igual que yo —aclaró
Alicia.

—Así es —asintió Paty.

—Claro que ella no era tan linda como yo —opinó Alicia mirando la portada
del libro—. Ella tenía el pelo rubio y desteñido y no negro como el mío.

—La verdad es que tienes un pelo muy lindo —dijo Paty pasando la mano
por la cabellera de la niña—. Y tus ojos verdes también son muy bonitos y
combinan muy bien con tu pelo.

— ¡Que increíble que todos tengan el cabello oscuro y los ojos claros!
—observó Paty mirándolos a todos.

—Sobre todo teniendo en cuenta que el color claro de ojos está


determinado por genes recesivos —aclaró Juan.

—Supongo que es la marca distintiva de la familia —opinó José.

— ¿Demoré mucho? —preguntó Mónica entrando al living, vistiendo jeans y


una camiseta estrecha que marcaba su esbelta y atlética figura, que producía un
efecto hipnótico al desplazarse en forma felina.

—Me vas a tener que contar tu secreto para tener ese cuerpazo —dijo Paty
mirando a Mónica, que a pesar de sus cuarenta años y ser madre de tres hijos, se
conservaba como si tuviese veinte años.

—No es ningún secreto, es solo hacer un poco de ejercicio y evitar estar


mucho rato quieta —aclaró a su amiga.

— ¿Te sirves leche? —preguntó Mónica a Paty mientras llenaba cinco


vasos del blanco líquido.

—No gracias. Soy intolerante a la lactosa —rehusó la aludida.

—Qué lástima, es muy rica —opinó Paola.

—Mamá, quiero pizza, tengo hambre —solicitó Alicia tirando del brazo a su
madre.
—Si vamos, ya es tarde —contestó ella.

Los niños devoraron la pizza con gran placer y no se dieron cuenta de que
habían estado haciendo una larga sobremesa.

— ¡Oh, la hora que es! —exclamó Paty viendo su reloj—. No me di cuenta


que se había hecho tan tarde.

—A esta hora es difícil que consigas un taxi, mejor te quedas a pasar la


noche aquí —sugirió Mónica.

— ¿Pero no será mucha molestia para ustedes? —preguntó ella.

—Claro que no —apoyó José—. Además es peligroso salir a esta hora de la


noche a la calle.

—Supongo que tienes razón —aceptó Paty—. Mañana jueves y el viernes


es feriado, así es que no hay que preocuparse de levantarse para ir a trabajar.

— ¿Papá, vamos a ir al campo estos días? —preguntó Paola, haciendo


rodar una bolita de miga de pan sobre la mesa.

—Es una buena idea, pero tendríamos que salir de madrugada mañana
para aprovechar el día —asintió José.

— ¿Quieres ir cuatro días al campo con nosotros? —preguntó Mónica a su


amiga.

—Si vamos, es bonito —invitó también Alicia, abrazándose a uno de los


brazos de Paty.

—No sé qué decir, son ustedes muy amables —respondió la mujer.

—Di que sí —dijo Paola—. Te va a gustar.

—Está bien, acepto —contestó Paty—. Pero deberé pasar a buscar ropa a
mi casa.

—No es necesario, tu eres de mi misma talla, así es que yo te presto


—ofreció Mónica.

En la habitación de las niñas armaron un saco de dormir para la


improvisada invitada. La temperatura aunque un poco alta de las noches de
verano permitía dormir en forma profunda.

Entre sueños un ruido extraño despertó a Paty, pero después de un rato


ante el total silencio en la casa, volvió a dormirse plácidamente hasta las seis de la
mañana en que voces y carreras la despertaron. La familia estaba preparando
todo para partir lo antes posible a la casa del campo, no muy lejos de la ciudad.

—Hola, ¿cómo pasaste la noche? —preguntó Mónica.

—Bien, aunque me despertó un ruido raro —respondió Paty—. ¿Tienen un


gato?

—No, no tenemos —contestó Paola.

—Y yo quiero uno, pero no quieren regalármelo —dijo Alicia haciendo un


puchero con la boca.

—Recuerda que eres alérgica hijita —le respondió su madre, pasándole la


mano tras las orejas.

—Me pareció escuchar un gato que ronroneaba, pero debo haber estado
soñando —meditó Paty.

Después de una hora y media de viaje, los paseantes llegaron a una casita
en una parcela en el campo.

—Guau, que lindo paisaje —opinó Paty complacida y contenta de haber


aceptado la invitación.

Los niños sin decir palabra salieron corriendo detrás de una pelota de
basquetbol.

— ¡Qué bien juegan Juan y Paola! —exclamó Paty—. ¿Pero no lastimarán


a la pequeña?

—Oh, ella estará bien —opinó José—. Mira cómo se mueve.

La pequeña Alicia era muy rápida y ágil con la pelota y podía esquivar
fácilmente a sus hermanos mayores.

— ¿Esta parcela es de ustedes? —quiso saber Paty.

—Sí, José la heredó de un tío que falleció hace varios años —explicó
Mónica.

—Ya veo —contestó Paty observando a los niños jugar.

Unas cuantas tórtolas que picoteaban el suelo en busca de alimento


atrajeron la atención de Alicia, la que tiró la pelota a un lado y comenzó a seguirlas
muy despacio para no asustarlas. Distraídamente se fue alejando cada vez más
de donde estaban los demás, hasta perderse de vista. Después de media hora
regresó como si nada.

— ¿Se puede saber dónde andaba la señorita? —preguntó muy seria


Mónica.

—Salí a explorar —respondió con toda naturalidad la pequeña Alicia.

—Está bien, pero debes tener cuidado —aconsejó la mamá con una sonrisa
en los labios.

— ¡Que niños!, siempre hay que estar pendiente de ellos —comentó


Mónica a su amiga.

—Disculpa, ¿qué me decías? —preguntó Paty avergonzada, que se había


perdido en el profundo color de los ojos de su amiga, los que por efecto de la luz
del sol que incidía en ellos, brillaban como dos esmeraldas.

—Te decía que hay que estar pendiente de esos niños, se escabullen a
cada rato —comentó Mónica.

—Como todos los niños no más —supuso Paty ya que no tenía hijos.

Ese mismo día José preparó un asado, mientras Mónica y Paty se


encargaban de la ensalada y los niños de ir a cortar fruta fresca.

El aire del campo era revitalizante y el cielo nocturno aparecía cuajado de


estrellas, con una banda lechosa que lo cruzaba.

—Nunca había visto tantas estrellas —comentó fascinada Paty a su amiga,


mientras bebían una copa de vino de la zona.

—Y tenemos hasta nuestro propio pedacito de la Vía Láctea —contestó


indicando con su mano el camino blanco en el cielo.

Después de un rato, pasada la medianoche, todos se retiraron a dormir.


Cerca de la una treinta de la madrugada, Paty estaba leyendo un entretenido libro
que encontró sobre la mesa de centro del living, cuando el maullido de varios
gatos la distrajo de su lectura.

—Vaya, gatos. Al menos no va a haber riesgo de toparse con ratones


—comentó aliviada para sí, ya que le resultaban muy desagradables los roedores.
— ¿Cómo estuvo tu primera noche en el campo? —preguntó Paola
mientras bebía un gran vaso de leche acompañada de galletas.

—Genial y dormí mejor después de escuchar a los gatos y saber que no me


toparía con ratones por ahí —contestó risueña Paty.

—Espero que no te hayan molestado los gatos —dijo José.

—No, para nada —respondió la invitada.

—En el campo siempre hay roedores y es bueno tener gatos —opinó


Mónica—. Si es que es correcta la idea, ya que ellos siempre hacen lo que quieren
y van a donde les viene en gana.

La noche la pasaron jugando Monopolio entre los seis y ya cerca de la una


se fueron todos a dormir. Los gatos se escuchaban maullar y ronronear más que
la noche anterior, con lo que a Paty le costaba lograr conciliar el sueño. Desvelada
decidió ir a la cocina a buscar un vaso de agua. Cuando iba de vuelta a su cama
se le cruzó un gato negro, con verdes ojos, que la hizo saltar del susto al verlo en
forma repentina.

— ¡Miércale!, gato de porquería, me asustaste —le gritó Paty al animal, el


que se escabulló en la oscuridad tras dar un fuerte maullido.

Todos se veían algo somnolientos a la mañana siguiente; aparentemente


los gatos no habían dejado a nadie dormir bien.

—Los gatos estuvieron harto inquietos anoche —comentó Paty.

—Dímelo a mí, que casi no he dormido —contestó Mónica bostezando.

Mientras cenaban la noche siguiente la luz se apagó de pronto, dejando


toda la casa a oscuras.

—Se quemó un fusible —dijo José, poniéndose de pie—. Voy a cambiarlo.

—En la cocina hay linternas Paty, ¿puedes traerlas? —preguntó Mónica a


su amiga.

Mientras buscaba entre los cajones se escuchó el maullido de un gato,


mezcla en parte gruñido y en parte ronroneo, que produjo una inmediata descarga
de adrenalina en Paty, haciéndole parar los pelos de la nuca. Apurada encendió
una linterna y fue al comedor donde estaban los demás. La luz de la linterna hizo
brillar cinco pares de puntos luminosos azules y verdes, que empezaron a
acercarse a ella, en medio de ese espeluznante ruido que hacen los gatos cuando
están por atacar. Sin poder pronunciar sonido alguno con su garganta, Paty
retrocedió aterrada, hasta que su espalda chocó contra la pared y sintió como
muchos afilados y pequeños dientes se clavaban en su carne y agudas garras
como pequeños cuchillos arañaban y cortaban su piel. Finalmente su boca pudo
emitir un desgarrador grito de terror y dolor que pronto se apagó en medio de la
oscuridad.

El sábado por la tarde Paty llamó a su novio Víctor para informarle que
pronto volvería a la ciudad y para aprovechar de saludarlo.

—Hola amor, ¿cómo lo estás pasando? —preguntó Víctor.

—Estupendo cariño, me gustaría que estuvieras aquí conmigo —respondió


Paty por celular.

—A mí también me gustaría, pero no puedo —continuó Víctor.

—Me voy a quedar hasta mañana, así es que nos vemos el lunes
informó Paty a su novio.

—Está bien, diviértete, nos vemos el lunes —se despidió él.

El día lunes Víctor esperó en vano que su novia lo llamara, así es que
decidió telefonearle él para saber si había vuelto bien; sin embargo, el teléfono
sonaba y sonaba y Paty no contestaba. Así pasó todo el día y el martes también.
El día miércoles llegó y Víctor se encontraba inquieto.

Paty no había vuelto a trabajar desde el miércoles de la semana pasada,


tampoco estaba en su casa y hacía días que sus amigos no la veían. Preocupado
de que algo malo le hubiese pasado, Víctor se dirigió a la policía para dar aviso de
la desaparición de su novia. La respuesta de las autoridades lo dejaron con gusto
a nada, pero poco más podía hacer, que esperar a que ella se comunicara con él.

En el trabajo de Paty, Víctor se las ingenió para averiguar que ella había
salido de ahí acompañada de una tal Mónica.

Revisando las libretas y papeles que Paty tenía en su casa, pudo dar con la
dirección de la casa de su compañera de trabajo.


La propiedad se veía sola, las ventanas tenían las cortinas juntas y la
puerta estaba cerrada. Después de golpear y tocar el timbre un rato, se convenció
de que no había nadie en ella.

Ya las ideas se le estaban acabando a Víctor. Necesitaba encontrar a Paty,


pero no sabía dónde más buscarla. Cuando empezaba a descontrolarse, recordó
que el teléfono celular que le había regalado en su último cumpleaños, contaba
entre sus aplicaciones, con una función de GPS. Impaciente buscó el manual del
móvil para ver cómo funcionaba; después de un rato logró cargar el visualizador
del GPS del teléfono de Paty en su propio móvil. Al menos era un avance, ahora
faltaba cruzar los dedos y esperar a que el celular aun estuviera encendido y que
a Paty se le hubiese ocurrido activar el GPS.

Ansioso a más no poder, Víctor miraba la pantalla del celular, hasta que se
cargó en ella un mapa y un punto rojo empezó a brillar en él. No estaba muy lejos
el lugar que indicaba; unos ciento cincuenta kilómetros por la Ruta 22, no más de
una hora y media de viaje en auto. Casi corriendo Víctor puso en marcha el motor
y partió raudo hacia donde lo guiaba la señal en el mapa.

Ya era de tarde, así es que llegaría cerca de las 19 horas; aún estaría claro
y dispondría de algunas horas para buscar a Paty.

Casi al límite de la velocidad permitida veía a los otros vehículos pasar


raudos, a medida que las ruedas del auto iban devorando los kilómetros que lo
separaban de su destino.

Con los latidos del corazón en el cuello, Víctor llegó hasta una parcela
aislada a unos cinco kilómetros alejada de la carretera principal, en la que se
divisaba una casa de tipo campestre en medio de un paisaje dominado por cerros,
un pequeño bosque y varios tipos de árboles frutales. El campo era muy lindo en
realidad y esperaba que Paty hubiese decidido tomarse unos días de vacaciones y
que su celular estuviese descargado solamente y que al verlo llegar se lanzara a
sus brazos. Deseaba que eso ocurriese, pero un presentimiento casi supersticioso
lo embargaba.

Víctor estacionó su auto fuera de la casa y como no se veía a nadie, golpeó


la puerta. Después de unos minutos Mónica salió a abrir.

—Buenas tardes, mi nombre es Víctor Carvajal y soy novio de Paty. En su


trabajo me dijeron que a lo mejor la podía encontrar aquí —mintió él.

—Hola, sí pasa, yo soy Mónica —contestó la mujer—. Efectivamente Paty


pasó el fin de semana largo con nosotros, pero el domingo volvió a la ciudad.

Un hombre bebiendo un vaso de leche entró al living.


—Amor, él es Víctor, el novio de Paty —lo presentó la mujer—. Este es mi
esposo José.

—Encantado José —respondió Víctor.

— ¿Algún problema con Paty? —preguntó José—. Espero que el aire del
campo no le haya hecho mal.

—Desde el sábado no he sabido de ella y ya es viernes —explicó Víctor al


matrimonio.

— ¿La haz llamado a su celular? —preguntó Mónica.

—Sí, pero no responde —continuó Víctor—. A lo mejor se le quedó aquí.

—No, y estoy segura de eso —afirmó Mónica—. Porque el domingo,


cuando se despidió de los niños y nosotros, lo estaba olvidando y yo misma se lo
pasé y vi cuando lo guardó en su chaqueta.

—Hola mami —saludó Alicia.

—Hija, este es Víctor el novio de Paty —lo presentó Mónica.

—Hola Víctor —respondió la niña.

— ¿Hijita, recuerdas a qué hora se fue Paty a la ciudad el domingo?


—preguntó José a su hija.

—No tengo idea, pero era después de almuerzo —respondió la niña, la cual
salió corriendo al encuentro de sus hermanos.

Víctor sabía que por algún motivo esas personas estaban mintiendo, ya que
el mismo teléfono celular de Paty lo había guiado hasta allí.

La llegada del ocaso comenzaba a teñir de rojo el cielo, ya pronto caería la


noche. Por ahora sería mejor retirarse y pensar con calma que hacer.

—Bueno, gracias por todo y disculpen las molestias —dijo Víctor


poniéndose de pie para retirarse.

—No es ninguna molestia —respondió José—. Suerte en encontrar a Paty.

Al caminar hacia la puerta, la mirada de Víctor se posó sobre la chimenea,


en cuya moldura descansaban los lentes ópticos que Paty había comprado el
lunes de la semana pasada; como si no los hubiese visto salió de la casa. La
noche en el exterior ya caía y las primeras estrellas empezaban a asomarse en el
cielo del campo.

Víctor intuía que algo estaba mal y debía averiguar por qué le estaban
mintiendo esas personas. A poco andar detuvo el vehículo y con las luces
apagadas volvió a aproximarse a la parcela; por suerte para él ésta no tenía
portón externo, así es que pudo ingresar sin dificultad. Una vez dentro estacionó el
auto detrás de un árbol y ahí esperó a oscuras varias horas hasta que se
apagaron las luces de la casa.

Si quería encontrar a Paty esta era la oportunidad para buscarla. La luna


llena le permitía moverse con cierta seguridad por medio del potrero que lo
separaba de la casa. Sus ojos trataban de encontrar cualquier pista, cualquier
rastro que lo condujera hasta el paradero de su novia.

Sigilosamente Víctor llegó hasta el granero que había cerca de la casa. Sus
intentos por entrar se vieron frustrados por la presencia de un grueso candado
que cerraba la puerta. Dejándose llevar por la desesperación, unida a la
impotencia que le provocó encontrar la puerta cerrada del granero, marcó el
número del celular de Paty, sin esperar escuchar respuesta.

Después de unos segundos de espera, llegó claro a sus oídos el sonido del
timbre de llamada que avisaba que era él quien llamaba y que había programado
junto a Paty. La fuente del sonido no estaba a más de cinco metros de distancia
de él, repicando dentro del granero. Frenético envistió varias veces la puerta con
el hombro hasta que finalmente el candado terminó por ceder y la entrada quedó
expedita.

Un penetrante y nauseabundo olor a carne en descomposición golpeó


violentamente sus fosas nasales, como pudo encendió la linterna de su teléfono
para poder orientarse en la oscuridad. Cuando la luz inundó el granero, Víctor no
pudo contener los vómitos que subían rápidamente por su garganta, mientras sus
piernas comenzaban a temblar amenazando con quitarles el apoyo.

En medio de un montón de paja yacía el cadáver de Paty, o lo que quedaba


de él, a medio devorar por lo que parecía haber sido el ataque de varios animales
salvajes.

—Vaya que tierna reunión familiar —dijo sarcásticamente José.

— ¡Qué han hecho malditos sicópatas! —gritó furioso Víctor,


abalanzándose contra el hombre. Éste sin ningún esfuerzo de un salto quedó
parado sobre una viga.
Víctor se vio rodeado por un hombre, una mujer, dos niñas y un niño; cinco
pares de ojos siniestramente brillantes lo observaban; cinco gargantas de cinco
personas de las cuales salía el ruido hecho por los gatos al amenazar.

Inesperadamente la niña pequeña clavó unos afilados dientes en el brazo


derecho del Víctor, haciéndolo sangrar. De un golpe él la rechazó, cayendo ella al
suelo.

— ¡Mamá!, no me gusta que la comida me pegue —alegó la niña mientras


su rostro comenzaba a cambiar, volviéndose redondeado.

—A lo mejor quiere jugar antes de la cena —dijo la niña mayor, con una voz
extraña, mientras daba un zarpazo en una de las piernas de Víctor, con lo que ya
parecía ser la pata de un gato.

Lentamente, sin ninguna prisa, los cinco miembros de la familia adquirieron


la forma de cinco siniestros gatos cuyo oscuro pelaje se confundía con la
profundidad de la noche. El padre fue el último en llevar a cabo la espeluznante
metamorfosis.

—Querida —dijo él con el mismo sobrenatural tono de voz—. A lo mejor


cinco pequeños gatos no son lo suficientemente divertidos para nuestra visita,
¿por qué no le das algo más emocionante con qué jugar?

Asintiendo con un maullido, la que hace tan solo unos minutos era la mujer
de nombre Mónica empezó a aumentar lentamente de tamaño, hasta convertirse,
frente a los aterrados ojos de Víctor, en una gran y poderosa pantera negra, cuyo
rugido dejó oír a todo pulmón dentro del galpón, en medio de la noche.
Acompañando los rugidos de la madre, los otros cuatro felinos se unieron en un
coro de rugidos suaves de gatos listos para arrojarse sobre su presa.

Víctor miró la puerta del granero abierta y comprendió que tenía dos
opciones, dejarse asesinar encerrado donde estaba, o bien salir al campo e
intentar correr lo más rápido posible para llegar hasta el auto y escapar de aquella
pesadilla. Volviéndose lentamente corrió hacia la puerta, internándose en la
penumbra. Con su característico rugido capaz de helar la sangre, los gatos se
lanzaron en su persecución. El dolor punzante de su pierna herida le llenaba los
ojos de lágrimas, nublándole la vista y haciendo más difícil su carrera.

Cojeando y con la pierna sangrando pocos metros lo separaban de su


automóvil. Cuando creyó que lograría llegar a él, la pantera le cortó el paso con un
amenazador rugido, con sus ojos brillantes cómo dos brasas verdes. Intimidado
por el imponente animal, Víctor frenó en seco y retrocedió para tratar de escapar
por otro lado, los otros cuatro felinos avanzaban lentamente hacia él, moviéndose
para alterar su rumbo; lo estaban guiando hacia el pequeño bosque que había
cerca de allí.
Un fuerte rugido de la pantera hizo retumbar la noche. Sin otro lugar a
donde poder ir, Víctor corrió hacia los árboles, arrastrando la pierna herida, ya que
el dolor y la fatiga aumentaban en intensidad.

El aire comenzaba a faltarle y los pulmones le ardían; agotado se apoyó en


un árbol. No veía a los gatos, pero podía escuchar sus maullidos que
aparentemente provenían de todas las direcciones. Se aproximaban, los
escuchaba cada vez más cerca. Ya un poco más repuesto continuó su carrera.
Tropezó, cayó, se levantó y siguió corriendo; volvió a caer, sus piernas ya no
respondían bien.

Algo similar debía haber padecido Paty. Esto no podía estar pasando de
verdad. Era totalmente ilógico; estas cosas no existen más que en las películas de
terror. Y sin embargo la prueba tangible eran sus heridas en el brazo y en la
pierna.

Siguió corriendo; los gatos estaban cada vez más cerca. Los oía y su
corazón ya quería dejar de latir. Esto era una locura. A lo mejor él había
enloquecido —pensó para sí.

De pronto vio que el paisaje subía rápidamente. En su carrera desesperada


cayó en un desnivel del terreno. Adolorido trató de incorporarse, pero sus
músculos se negaron a obedecer las órdenes de su cerebro.

Resignado a su extraño final se sentó en el suelo esperando el ataque por


tanto rato dilatado. Esperó por varios minutos, pero nada ocurría. De a poco se
incorporó y apoyado en un árbol aguardó. La quietud de la noche solo era rota por
el canto de los grillos y las ranas, pero no se oía ningún ruido fuera de lo normal.
Parecía que los gatos se habían marchado, o tal vez nunca estuvieron ahí.

En eso meditaba cuando uno a uno vio aparecer cinco pares de puntos
luminosos que lo rodeaban. Ya estaba totalmente agotado y nada hizo para
impedir que los ojos se aproximaran cada vez más.

Los cinco gatos se lanzaron al mismo tiempo sobre su presa. Los gritos de
Víctor llenaron el bosque, quebrando la tranquilidad aparente de la noche.
Pequeños dientes y garras afiladas como agujas desgarraron la carne hasta que
todo signo de vida en él cesó.

—Mami, Paty tenía mejor sabor —opinó la pequeña Alicia lamiendo su


mano roja con la sangre de Víctor.

—Es cierto, pero aunque ya cenaste, igual vas a tomar un vaso de leche
cuando volvamos a la casa —dijo Mónica a su hija menor.


El día estaba espléndido y los niños se veían contentos en el colegio. Las
vacaciones estaban por comenzar y las risas eran más intensas y relajadas.

— ¿Silvia, hablaste con tu mamá para que te diera permiso de pasar una o
dos semanas de vacaciones en la parcela de mi familia? —preguntó Paola a su
amiga, mirándola con sus ojos intensamente verdes, como dos esmeraldas que
fulguraban con luz propia.

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