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Tétrada Oscura
Como se encontraba junto a la puerta principal del teatro, Cristina tuvo que
correr entre un mar de gente para no perderse la llegada del mandatario. Con
zapatos de taco alto cada paso era una odisea, pero tenía que llegar a donde
estaría el Presidente.
Solo cinco metros más y….La joven reportera se detuvo de golpe, de pronto
se encontró corriendo en medio de un bosque. La confusión la paralizó
instantáneamente; recién estaba en el centro de la ciudad y ahora se hallaba
rodeada de árboles y más árboles en un bosque que no conocía.
La joven miró y vio que estaba en medio de un mar de gente que esperaba
al Primer Mandatario de la República frente al teatro.
―Es porque hoy no almorzaste ―la reprendió él―. Tienes que alimentarte
mejor.
―Está bien, llegando a casa comemos algo rico ―aceptó sonriendo ella.
Mientras conducía por las calles de la ciudad, Mireya meditaba sobre los
extraños acontecimientos de hace un rato; podía solo tratarse de su imaginación,
pero también podía ser otra cosa. Al entrar a su casa se dirigió directamente al
subterráneo; su marido y sus hijos no la molestarían y dormirían hasta que ella lo
desease.
― ¡Por las alas de Lucifer! ―exclamó Mireya ante la visión―. Es una grieta
entre las dimensiones astrales.
―Sí, lo entiendo, hay que cerrar la ruptura antes de que ese plano penetre
completamente en el nuestro ―respondió Mireya a alguien―. Pero necesitaré
ayuda para ello.
―Lo que viste anoche no fue ninguna ilusión ―dijo Mireya a su casi
forzada invitada apenas cerró la puerta―. Como te lo dije, yo también lo vi.
―Dije que necesitaba tu ayuda para salvar este mundo ―explicó Mireya―.
El bosque que vimos es real y debemos juntas sellar la ruptura que se formó en él
y como tú te mueves muy bien en los bosques debes ayudarnos.
―Ya he escuchado eso muchas veces y siempre resulta que son delirios
afiebrados de fanáticos religiosos ―contestó ella sin interés―. Ahora por favor
discúlpenme que tengo trabajo de verdad que hacer.
―No aquí, por favor acompáñanos a un lugar más privado ―pidió Mireya.
―No está mal la casita ―dijo la joven cuando el auto se detuvo frente a
una casa en la que todo su departamento parecía poder caber completo en el
living.
Los ojos de la rubia mujer se volvieron negros como el carbón más negro y
su cabello se oscureció hasta convertirse en una mezcla entre un pozo sin fondo y
la noche más oscura y su cabeza quedó adornada por un par de puntiagudas
orejas alargadas.
Si esto era un truco era bastante bueno. En un momento Cristina pensó que
ambas mujeres parecían personajes sacados del Señor de los Anillos; sin
embargo, su intuición le indicaba que este no era ningún truco. Instintivamente la
joven tensó todos los músculos de su cuerpo mientras sus ojos castaños se
volvían como dos brillantes gotas de oro fundido y su cuerpo se cubría
completamente de un sedoso pelaje negro; sus uñas crecieron hasta convertirse
en afiladas garras y su pequeña boca se llenó de monstruosos colmillos de fauces
más monstruosas aun. Con una altura de poco más de dos metros ahora, la
agresiva criatura gruñó amenazante a las dos mujeres.
― ¿A esas habilidades te referías? ―preguntó la elfa a la bruja, sin quitarle
los ojos de encima a la bestia.
En eso estaban las tres cuando una especie de corriente de energía las
sacudió y se encontraron en un pantano donde se suponía que antes era la casa
de la bruja. La atmósfera se sentía cargada de energía negativa y una luna
fracturada iluminaba mortecinamente el paisaje.
―Nuestro plano astral se está uniendo a otro plano astral, por una fisura en
el continuo espacio temporal que los separa ―explico Mireya.
―Eso está más claro ―aceptó la periodista―. Pero hay muchas cosas que
no entiendo de todo esto.
―Yo me enteré de que algo malo estaba pasando al mismo tiempo que
ustedes ―explicó Mireya―. Hay alguien que desea hablar con nosotras ―dijo al
ver iluminarse los ojos de la estatua del demonio.
―Ethiel, siempre tan altiva y rebelde entre los rebeldes ―saludó el hombre
con una sonrisa de satisfacción en los labios.
―Veo que sabe quién soy y que no me gusta ir con rodeos ―respondió
ella.
―La loba que se atrevió a vivir lejos de la manada ―la saludó el extraño.
―Bien, la explicación a por qué las reuní a las tres, es que dentro de sus
respectivos pueblos son las únicas que han aprendido a convivir con otros pueblos
y no son tan cerradas a la cooperación ―explicó el hombre―. Su propia rebeldía
y ruptura con sus leyes y tradiciones las ha hecho más capacitadas para trabajar
en equipo.
―Solo podría hacerlo si ocupase un cuerpo físico, pero solo puede hacerlo
dentro de su propio plano astral ―aclaró el hombre―. Así como yo no puedo
intervenir directamente en su mundo, él tampoco puede hacerlo en éste, por lo
cual debemos valernos de soldados que peleen nuestras batallas. Sin embargo,
sus súbditos si pueden hacerles daño y ustedes a ellos.
―Así es que solo somos carne de cañón ―comentó la elfa―. ¿Por qué
deberíamos pelear en su guerra?
―Porque este plano me resulta útil y quiero que se conserve como está;
además porque ustedes así impedirán la muerte de sus familias y seres queridos
―explicó el hombre―. Y sobre todo porque en este plano astral yo soy todo
poderoso y si lo deseo puedo hacerlas desaparecer y a sus familias con ustedes y
busco otros colaboradores.
―Son buenas, pero recuerden que existen más cosas entre el cielo y la
tierra de las que sueña su imaginación ―indicó el caballero.
Cayendo desde una rama les cortó el paso una criatura peluda de sobre
dos metros de alto, armada de un grueso garrote se lanzó contra ellas. En un
rápido movimiento Cristina dejó emerger completamente a la bestia que habitaba
en su interior y al pasar junto al ser que intentaba detenerlas, desgarró de un
zarpazo su garganta.
Desde el arco de Ethiel una flecha silenciosa salió veloz contra un blanco,
clavándose de lado a lado en el cuello de un enemigo que solo ella vio. La criatura
sin pronunciar ni un ruido cayó del árbol donde vigilaba, sin siquiera poder dar la
voz de alarma.
El bosque parecía no tener fin. Mientras más penetraban en él, más oscuro
se tornaba.
Quedaban solo siete enemigos, pero Ethiel sabía que pronto habría muchos
más, ya que una de las criaturas huyó del lugar. Ante un gesto de su mano dos
afiladas ramas se proyectaron contra el que intentaba escapar, atravesando su
espalda. Al mover la elfa rápidamente las manos, las ramas se separaron
violentamente, partiendo en dos a su presa.
Un gesto de una mano de Mireya lanzó violentamente a uno de los simios
contra un gran árbol, rompiéndole la cabeza; mientras Cristina por otro lado giraba
el cuello de otro.
Una flecha hizo caer a otra criatura, mientras el puñal de Ethiel volaba hasta
clavarse en la frente de otra. Dos chorros de fuego de la bruja dieron cuenta de las
últimas criaturas.
―Eso déjame decidirlo a mí ―ordenó Mireya, como lo hacía cada vez que
alguno de sus pacientes pretendía dárselas de médico―. Es un corte profundo
pero no grave, por ahora debe ser desinfectado y vendado. Lo que realmente me
preocupa es que tu sangre se haya teñido de negro.
―Vaya, no lo sabía ―comentó la bruja―. Bueno hay que buscar agua para
lavar esa herida, para que no se infecte.
―Por favor movámonos luego ―pidió Cristina―. Esos simios están cerca.
…
Después de correr cerca de media hora, una espesa y mal oliente niebla
inundaba el aire. El suelo se sentía más húmedo y desagradables animales
trepaban por los árboles y corrían por los matorrales.
―El jefe dijo que los anillos nos guiarían ―recordó Mireya―. Necesitamos
otro camino ―dijo moviendo lentamente la mano, hasta que el brillo de su sortija
aumentó, indicándoles una ruta alternativa.
―Muy bien, vamos por… ―la elfa no alcanzó a terminar de hablar cuando
una viscosa cosa, como un muñeco hecho de barro se alzó tres metros sobre sus
cabezas.
Con frustración vio que sus proyectiles eran inútiles, ya que caían
resbalando por su grasosa superficie; era como estar disparando sobre barro casi
líquido.
―Es mejor a ser aplastadas por una masa de lodo y no poder completar la
misión ―observó Ethiel.
Las tres corrieron nerviosas hacia la vereda para salir del paso del vehículo.
Justo cuando el camión pasó junto a ellas pusieron pie en el viscoso pantano.
―Sigamos por aquí ―dijo Ethiel, mirando el brillo de su anillo, que seguía
guiándolas a su destino.
Ethiel disparaba una tras otra todas sus flechas, provocando una gran
mortandad entre los atacantes; tanteó con sus dedos su carcaj y con preocupación
comprobó que estaba vacío. Todas sus flechas se habían acabado y no tenía
tiempo de procurarse más. Sin poder prestar ninguna utilidad, su arco era solo un
estorbo; por arte de magia y bajo la voluntad de su ama, el arma cambió en su
mano convirtiéndose en una afilada espada de madera, más resistente y cortante
que el acero.
Los brazos de la loba chorreaban la sangre de todas las criaturas que había
destrozado con sus garras.
Del cuerpo de la bruja emanaba una niebla negra, indicio de toda la energía
que estaba generando en su fuego mágico y en su campo telequinésico.
Las criaturas cubrían el bosque con sus cadáveres; las pocas que
quedaban se reagruparon para lanzarse en un último ataque contra las tres
intrusas que intentaban estropear los planes de su señor. El cansancio se
empezaba a dejar sentir en el cuerpo de las tres mujeres, cada una de las cuales,
en forma silenciosa e íntima se preparaba para entregar la vida en los instantes
que seguían; listas o no, las criaturas se disponían a atacarlas.
―Una corrección por favor. Soy una vampiresa, no un vampiro. Y dicen que
una muy sexy ―corrigió la joven―. Y no se preocupen, no fue nada ―agregó
mirando el montón de cadáveres que ella sola había dejado.
―Gracias chicas, pero no estoy tan segura de sí es tan bueno haber venido
―dijo la vampiresa dudándolo al mirar a su alrededor.
―Claro que fue buena idea ―opinó Cristina―. Gracias a eso estamos
vivas.
―Supongo que serás de gran ayuda para cumplir esta misión ―concluyó
Ethiel bajando su espada.
Una sombra saltó de una rama a otra sin que ninguna de las cuatro mujeres
se percatase de ello; en forma totalmente inesperada Francine fue arrastrada
hasta una alta rama por alguna cosa. Las miradas atónitas de las demás se
dirigieron hasta lo alto del árbol, solo para ver como una gran cantidad de sangre
chorreaba al suelo. A los pocos segundos Francine caía de pie frente a ellas con
un gran corte en su cara y su mano derecha toda ensangrentada; sus ojos
cargados de rojo parecían dos brazas incandescentes en medio de la noche.
― ¡Al suelo! ―gritó Cristina cuando sus oídos captaron un suave aleteo.
―O sea que la única alternativa que tenemos es cruzar por este peladero lo
más rápido posible ― opinó Cristina.
…
El paisaje fuera del bosque era un páramo inhóspito y lleno de trampas, que
parecía un campo minado. Una cubierta de tierra dura y surcada de grietas de las
que emanaban nubes de gases sulfurosos y llamaradas esporádicas sin ningún
patrón; el suelo ardiente provocaba una desagradable sensación en los pies.
Debían cruzarlo lo más rápido posible para no asfixiarse con el gas y el calor, o no
arder entre las llamas. Rápido pero con cuidado, ya que cualquier paso en falso
podría ser mortal, incluso para ellas.
―Con la diferencia que si fallas ahí solo te mojas, pero aquí te rostizarías
como un pollo ―comentó Cristina.
―Te lo dije ―la reprendió la elfa―. El aire está muy caliente y para ti es
como mirar al sol.
―Mmm, es cierto. Es que a veces olvido que ustedes no son tan fuertes y
veloces como yo ―se disculpó la vampiresa.
―Después de esto voy a necesitar una larga ducha fría ―pensó Cristina―.
O vas a oler a perro mojado ―escuchó claramente que decía Francine dentro de
su cabeza. Curiosa la miró y la vampiresa se sonrió encogiendo sus hombros.
El borde de la caldera se divisaba un poco más allá; era solo aguantar unos
minutos y saldrían de ese horno.
―Al fin salimos ―dijo Cristina parada en el límite del páramo de fuego ―.
No fue tan terrible después de todo.
―Ya pasó el susto, así es que sigamos que aún nos falta esa montaña
―dijo Mireya apuntando hacia arriba junto a la base del macizo rocoso.
―Afortunadamente alguien, alguna vez pasó por este sitio en más de una
oportunidad, dejando un pequeño sendero ―observó Mireya.
―Por favor paremos un rato ―pidió la bruja, cuyo cuerpo humano no tenía
la misma resistencia que los de sus compañeras.
Francine le hizo un gesto con un dedo para que mirara detrás de ella.
―Pero esto sí ―dijo la bruja cuando el fuego de su báculo dio paso a una
gélida corriente de aire congelante.
La criatura perdió movilidad cuando quedó cubierta por una gruesa capa de
hielo que la enfrió en forma brusca.
Una vez más las cuatro expedicionarias demostraron que solo actuando
juntas podían superar los distintos obstáculos que a su paso ponía el ser que
pretendía crear su propio mundo, destruyendo para ello los otros.
―Está muy cerca ―dijo Mireya viendo como había aumentado el brillo de
su anillo.
Como los ojos de Mireya no le permitían ver a tanta distancia, frente a ella
se formó una especie de burbuja de jabón, que mostraba lo que sus compañeras
veían.
―Va a ser difícil acercarse con esas cosas en el aire ―meditó Cristina.
Un grito de furia hizo retumbar el campo cuando los simios se dieron cuenta
del ataque. Como una ola que avanza imparable se lanzaron contra las intrusas.
―Denles con todo lo que tengan―gritó Mireya mientras barría la explanada
con su fuego mágico y con la otra mano lanzaba una violenta onda de choque.
Con los ojos rojos de sangre y sus manos armadas de afiladas garras,
Francine corrió tan rápido que el cielo y la tierra temblaron a causa de la
detonación sónica que produjo; convertida en un viento portador de muerte y
sangre, cruzó el campo de batalla. Sus garras chorreaban sangre y sus ojos se
volvieron incandescentes cómo brazas, cuando se lanzó de nuevo contra las
criaturas. Con la respiración agitada y su boca chorreando saliva se detuvo junto
a sus compañeras; con mano temblorosa de su chaqueta sacó dos tubos de
sangre concentrada y los sorbió de un golpe.
Sin previo aviso Francine dio un fuerte puñetazo contra una roca,
reduciéndola a pequeños guijarros.
Cada aullido y cada zarpazo que la loba lanzaba helaban la sangre de las
criaturas que estaban cerca de su víctima, tiempo que la elfa aprovechaba para
descargar su filosa espada, haciendo rodar alguna cabeza o abriendo el vientre de
alguna otra criatura.
El aire se llenó de humo de carne chamuscada por el fuego de la bruja, que
abrazaba a cuanto simio se atrevía a ponerse a su alcance.
Tan solo faltaba un metro para alcanzar su objetivo. Los anillos de ambas
comenzaron a brillar con el mismo color del borde de la rajadura; con un gran y
último esfuerzo lograron tocar la barrera de energía de la fisura con las sortijas.
Poco a poco la ruptura comenzó a cerrarse, pero no era suficiente; se requería
del poder combinado de los tres anillos.
A duras penas la elfa oscura pudo llegar hasta sus compañeras y unir su
anillo a los suyos. La fisura comenzó a sellarse lentamente, hasta que quedó
reducida a un pequeño punto luminoso, cuyo resplandor aumentaba más y más,
llegando a tornarse cegador.
― ¡Va a haber una explosión! ―exclamó Mireya sin saber qué hacer.
―Me zumban un poco los oídos pero estoy bien ―respondió Ethiel.
Frente a las cuatro mujeres una neblina comenzó a moverse hasta adquirir
la apariencia de una persona, que terminó materializándose ante ellas.
―Ya pueden volver a sus vidas normales ―las autorizó a todas el demonio.
Tal vez por error, tal vez por no desear lastimar a quienes fueran sus
compañeros de armas, el artillero del tanque defensor descargó su proyectil contra
las orugas del agresor, dejándolo completamente inmovilizado. Sin embargo,
ninguno de los tripulantes esperaba tal respuesta; girando su torre el tanque
rebelde disparó dos veces contra la torreta de combate del otro blindado,
haciéndolo estallar en medio de una gran bola de fuego. Cuando el vehículo
enemigo giraba su cañón contra el palacio de gobierno, reventó entre llamas y
metal quebrado, cuando el proyectil lanzado desde un avión leal cruzó sobre el
campo de batalla.
―Casi te tengo que llevar en una bolsa plástica ―lo recriminó ella.
Cristina no alcanzó a terminar de hablar cuando inesperadamente la
interrumpió su teléfono celular.
Sin hacer ningún ruido, furtivamente como un animal cazando, recorrió toda
la vivienda sin encontrar a nadie en ella. Tanto el living como la cocina se hallaban
totalmente desordenados, con distintos objetos rotos y desparramados en el suelo;
los signos de que había habido una pelea ahí eran bastante claros y evidentes.
Unas cuantas manchas de sangre indicaban que sus padres se habían defendido
con fuerza; sin embargo, no se encontraban por ningún lado.
Cristina revisó detenidamente la habitación, en busca de alguna posible
pista que le indicase la suerte corrida por sus padres. Clavado en el brazo de un
sillón halló un pequeño dardo con un olor picante; al olerlo la nariz le ardió, pero
albergó la esperanza de que ellos aún se encontrasen con vida.
Fue obvio para la joven que quienes habían capturado a sus padres sabían
perfectamente cuál era su naturaleza verdadera y a qué se enfrentaban. Sin
embargo, no fueron lo suficientemente precavidos como para ocultar su olor.
Los cazadores habían pasado ya por ahí. El interior de la casa estaba tan
revuelto y estropeado como la de sus padres. Libros tirados, muebles volcados,
objetos rotos y manchas de sangre. La familia había dado una feroz pelea, pero ya
no estaban. El aire se sentía picante por la cantidad de dardos tranquilizadores
disparados.
Al ver a su socio caer, el otro hombre disparó dos veces; sin embargo, los
reflejos de Cristina eran tan rápidos que logró esquivar las balas y a la vez sujetar
el brazo de su agresor y desarmarlo. Sin soltar a su presa, con el otro brazo atrapó
el cuello de su atacante y giró velozmente con él, a consecuencia de lo cual lo
desnucó limpiamente. Ante el alboroto, el hombre que estaba en la cocina, disparó
varias veces. Con el cuerpo del tercer hombre aun en sus manos, Cristina se
protegió de las balas, como si se tratase de un escudo.
―Dime dónde está mi familia y te prometo que te daré una muerte rápida y
sin dolor ―exigió amenazante la mujer.
―Si no hablas romperé todos tus huesos antes de matarte ―dijo Cristina
quebrándole una mano al tipo en medio de un grito de dolor de éste.
―Somos una vieja orden que durante siglos hemos estado cazando a los
de tu clase ―contestó él.
―No lo sé, he estado solo una vez ahí y me dormí todo el viaje
―respondió el hombre―. No sé cómo llegar.
El rastro dejado por los cazadores era muy claro para Cristina. Manteniendo
un trote constante y rápido, amparada por las sombras de la noche, en pocas
horas se encontró frente a lo que parecía ser una vieja faenadora de ganado. No
sería muy fácil entrar, ya que el perímetro estaba monitoreado por cámaras de
vigilancia y guardias armados patrullaban los alrededores.
Cuando las cámaras giraban, Cristina corrió agachada hasta una muralla y
siguió avanzando pegada a ella, hasta colocarse a la espalda de un guardia, que
antes de darse cuenta cayó con el cuello roto.
Dos guardias cerraban la entrada; como una fiera se lanzó sobre ellos,
rompiéndole la espalda a uno con una de sus rodillas y el cuello al otro con sus
manos. Su fuerza, sigilo y agilidad formaban una combinación letal.
― ¿Por qué no nos llamaste? ―la reprendió la elfa oscura mientras mataba
a un guardia con una flecha y arrojaba su puñal a otro.
―No pensé que les interesarían los problemas de mi pueblo ―contestó con
dificultad la loba.
―No puedo. Las rejas están hechas de una aleación de plata y no puedo
tocarlas ―explicó avergonzada Cristina.
―Es una amiga ―la presentó Cristina―. Ella y otras amigas me han
salvado.
―Muchas gracias ―la saludó el padre―. Considérate nuestra amiga.
Sin que lo notaran casi, Francine se puso por delante de ellos, recibiendo
varias balas que impactaron en su espalda.
Como si nada la joven con rabia se volvió hacia el hombre que acababa de
dispararle.
―Haz roto mi chaqueta nueva ―le gritó mientras avanzaba hacia él.
Aterrado el hombre disparó una y otra vez sobre la mujer, sin que las balas
pudiesen detenerla.
― ¡Abuelo, abuela, tía Cristina! ―exclamaron los niños cuando vieron a los
demás.
Como si las rejas fueran frágiles y quebradizas, Francine las partió con sus
manos y sin ningún esfuerzo rompió los grilletes y esposas de plata que
inmovilizaban a los licántropos.
Chorreando sangre la loba aulló con una fuerza e intensidad como nunca lo
había hecho antes, de tal forma que se escuchó por toda la instalación.
Mientras tanto la elfa agotó todas sus flechas contra los guardias que
intentaron oponerse a ella.
Dos guardias trataron de atrapar a Mireya, pero ésta los repelió con sus
manos antes de que pudieran tocarla siquiera. El piso bajo ellos se volvió
inconsistente como si fuese una crema, absorbiendo a uno hasta el pecho y al otro
hasta el cuello, para solidificarse después, matándolos instantáneamente.
Con los segundos justos, todos lograron salir de las instalaciones de los
cazadores antes de que las bombas estallasen. La detonación fue tremenda, pero
afortunadamente las barreras de los cuatro anillos se activaron a tiempo en forma
automática, protegiéndoles de su efecto.
―Eres muy afortunada en contar con amigas tan leales ―agregó la esposa
de Diego.
―Ahora todo está bien ―agregó Isabel, quien lucía su forma humana.
―Debo recordar agrandar esta ventana ―pensó Isabel mientras salía por
ella, con la única idea de alejarse lo antes posible de su casa y de su familia. No
se detuvo en mirar para atrás mientras las puertas y ventanas quedaron cubiertas
por dentro con gruesas enredaderas; la casa quedaría sellada mientras ella se
encargaba de su atacante.
Una flecha se clavó en un árbol junto a ella, justo cuando pudo ingresar al
bosque que había junto a la ciudad. Afortunadamente estaba nublado y la foresta
se extendía oscura, ocultando su huida. Otra flecha la pasó rosando
peligrosamente cerca; definitivamente su cabello rubio era un verdadero tiro al
blanco para quién trataba de matarla. Sin detenerse su apariencia y vestimenta se
volvieron oscuras, confundiéndose con las sombras del bosque, al tiempo que
tomaba una rama rota, que en su mano se convirtió en el mortífero arco de los
elfos oscuros.
Con el rabillo del ojo la elfa vio como una piedra comenzaba a temblar bajo
las órdenes de su contendor.
―Eres demasiado lento elfo claro ―opinó Ethiel haciendo volar la piedra
contra su enemigo, el que la rechazó con su espada―. Al menos reconozco que
eres bueno con el arco y la espada.
―Deberías saber que los elfos claros no cedemos ante la tortura. Puedes
hacerme lo que quieras ―respondió el elfo a Ethiel.
― ¡Francine!, por favor ven enseguida a dónde estoy yo ―dijo la elfa
oscura al aire.
Aunque todos los elfos estaban acostumbrados a ver cosas más allá de lo
común y corriente, no dejó de sentirse sorprendido cuando se formó un círculo
brillante frente a él, por el cual apareció una joven mujer humana.
― ¿Por qué tu pueblo rompió la paz con el mío? ―volvió a preguntar Ethiel.
―No fui yo ―se defendió la vampiresa―. Alguien más impidió que siguiera
hablando. Alguien tan poderoso como para matar a distancia.
Francine fue lanzada bruscamente al suelo tras recibir un violento golpe por
la espalda.
Después de unos minutos de barrer todos los alrededores con sus golpes,
el viento desapareció tan rápido como había surgido. Satisfecho de sí mismo el
brujo sonrió en su interior.
No se podría saber bien qué fue más fuerte; el golpe que lo arrojó a diez
metros de distancia o la sorpresa que sintió al verse lanzado por el aire o la
impresión al sentir como afiladas garras se hundían dolorosamente en su hombro
derecho.
―Eres muy ingenua si piensas que sin mis manos no puedo dañarlas elfa
―respondió el brujo.
Sin decir nada y con una sonrisa burlona en sus labios, una espesa niebla
oscura empezó a emanar del cuerpo del hechicero.
En eso pensaban todas cuando el caldero empezó a hervir con fuerza y una
columna de humo se elevó, la que después de un rato se materializó como el
conocido demonio de ellas.
― ¡Osas desafiar al señor de los ángeles caídos! ―exclamó con los ojos en
llamas y con una voz que hizo temblar las paredes y el piso.
Una vez más del cuerpo del hechicero comenzó a brotar la niebla negra, en
un aviso de que se disponía a atacar.
―No tengan ninguna compasión con él, recuerden que quieren matarlas
―mandó Lucifer a la Tétrada Oscura.
―Debe ser un chiste ―opinó incrédulo Lucifer ante la inocencia casi infantil
del prisionero―. Esa prisión no puede ser abierta por nadie. Ni Dios ni yo
podemos hacerlo por separado, solo combinando nuestros poderes es posible
lograrlo.
―Decirlo es más fácil que hacerlo ―respondió Francine con los ojos rojos
de rabia.
―Puede que así sea, pero por último eliminaremos a las perritas falderas
de este pobre diablo ―continuó el prisionero mirando a Cristina.
―En todo caso ustedes tienen el poder suficiente para derrotar a los hijos
de los ángeles rebeldes del tercer bando ―dijo el demonio―. Respecto a los
ángeles directamente, sus anillos las protegerán de sus ataques; sin embargo,
ustedes no tienen forma de lastimarlos a ellos.
―Eso quiere decir que les tienen miedo y las consideran una amenaza para
sus planes ―opinó con cierto orgullo en la voz el demonio.
―Quiere decir que de ahora en adelante ustedes están bajo mis órdenes
―respondió Damián.
―Pero ustedes nos ayudan a contener esta rebelión antes de que crezca y
yo pongo todos los recursos disponibles a su servicio para detener a los que
quieren matarlas ―continuó Damián.
Mientras hablaban con las cuatro mujeres, ambos demonios sostenían una
conversación privada fuera de la percepción de todas, incluso de la de Francine.
―En ese caso no sería culpa nuestra que ellas, en defensa propia
terminaran matando a los ángeles de Athatriel ―sonrió para sí Lucifer.
― ¡Está bien!, si eso nos ayuda a acabar con los asesinos ―aceptó Ethiel.
― ¿Padre estás seguro de que ellas son la fuerza infernal más poderosa?
―preguntó el demonio, observando el infantil comportamiento de las mujeres.
―Nuestros enemigos lo tienen más que claro ―dijo la elfa con su arco en
una mano.
Desde el piso en medio del salón subterráneo se elevó una gran llama que
danzaba como en cámara lenta.
Tras él, una a una las cuatro mujeres cruzaron a una nueva etapa de su
vida. Una etapa incierta, con un destino no claro ni definido, en una lucha por
sobrevivir.
Mirando de pies a cabeza a la elfa Damián pasó una de sus manos frente a
ella en el aire.
―Así está mejor ―opinó el demonio frente a la rubia mujer vestida con un
elegante traje de dos piezas.
―Señorita, ¿podría por favor prepararnos unos tragos? ―pidió Damián por
intercomunicador.
―Con permiso Señor ―dijo una joven mujer vestida como la típica
secretaria de un importante ejecutivo.
Con toda naturalidad la mujer pasó su mano sobre las cinco copas,
inflamando su contenido.
―Aquí vamos a averiguar las identidades de los asesinos que están tras
ustedes y nos adelantaremos a ellos ―explicó El Anticristo―. Síganme por favor.
Ante ellas había una gran sala llena de computadoras, pantallas y mapas
que mostraban distintas imágenes, como noticieros. Varios técnicos y operadores
estaban pendientes de los monitores, bajo la vigilancia de un severo señor que
supervisaba el trabajo de todos.
―Los dos asesinos que han dado la cara hasta ahora son un elfo claro y un
brujo ―contó Isabel que lucía su forma humana, ya que le gustó el traje que le
obsequió el demonio―. Antes de morir el brujo confesó que lo había contactado
otro brujo para el trabajo.
―Podemos empezar por ahí ―opinó el ejecutivo, haciendo una señal a uno
de sus analistas.
―Porque sus poderes están muy por debajo de los de un ángel caído
―observó la secretaria de Damián.
Las nubes movidas por el viento ocultaban la luna llena que intentaba colar
su luz blanquecina en el gran parque en el medio de la ciudad. A esa hora ya no
había ningún paseante, por lo que Cristina podría cazar tranquila, ya que sentía un
gran deseo de comer carne humana esa noche. Caminaba despacio, olfateando el
aire, la respiración agitada, la piel mojada en sudor. A su agudo olfato llegó el
aroma inconfundible de comida; su boca se llenó de saliva y sus ojos se volvieron
hermosa y siniestramente dorados.
Hay cosas que uno no espera, ni cree que puedan ocurrir y cuando ocurren,
por lo general provocan un momento de inactividad mental y desconcierto
paralizante. Precisamente eso es lo que ocurrió a Cristina cuando se encontró
tirada de espaldas en el suelo, al ser rechazada por su presa con un violento y
poderoso movimiento de sus brazos. Rápidamente la licántropa se puso de pie,
con los pelos del cuello erizados por la descarga de adrenalina.
―Yo no estaría tan segura ―opinó Mireya lanzando una poderosa onda de
choque contra el brujo, arrojándolo aparatosamente al suelo.
Antes de que pudiese ponerse de pie, las pequeñas hojas del césped
crecieron formando una irrompible mortaja entorno a él.
―Pero demostraron que nada las puede detener cuando actúan juntas
―las alabó él.
― ¡Mi familia!, la dejé encerrada hace casi dos días ―recordó Ethiel.
―La verdad es que han pasado dos meses en el mundo de los humanos
―explicó Damián.
―Quiere decir que no me arriesgaré a que algo les pase ―respondió él―.
Tú y Mireya tienen hijos y mi padre no me perdonaría si algo le pasara a Francine
y a mí no me gustaría arriesgar a Cristina.
―No les estoy dando ninguna orden al respecto, solo les estoy contando
una vieja historia ―aclaró el demonio―. Además este lugar se encuentra fuera del
mundo de los humanos y no puede ser vigilado desde ninguna dimensión.
―Por ahora deseo que ustedes tres vayan a estar unos días con sus
familias y después lo conversen bien entre las cuatro ―pidió el demonio a Mireya,
Isabel y Cristina, que hace un rato había despertado.
En cuanto a Mireya, usó sus días para estar junto a su familia, sin hacer
nada en particular; solo disfrutó de su compañía.
―Si los que están tras nosotras actúan como una mafia, es de esperarse
que quieran matar a nuestros seres queridos también ―opinó Mireya.
―La mía se desenvuelve como una manada, por lo cual se puede proteger
a sí misma ―opinó Cristina.
― ¡Pero mis hijos no! ―exclamó Mireya―. Ellos solo son humanos.
―Yo voto porque busquemos esa piedra y que pase lo que tenga que pasar
―dijo decidida Isabel.
―Alguna vez escuché una leyenda de que cuando Lucifer se reveló contra
su padre, al perder la guerra en el cielo fue arrojado de él y la esmeralda que
portaba su corona se desprendió y estrello contra La Tierra, haciéndola cambiar la
posición de sus polos ―contó Mireya.
―No tanto, recuerda que dije que se invirtieron los polos ―aclaró Mireya―.
Lo que antes era el Polo Norte, ahora es el Polo Sur.
―Es posible que la capacidad de rastreo de los anillos nos pueda ayudar
―opinó Isabel.
Damián entró en eso en la sala donde estaban las mujeres discutiendo qué
hacer.
―Vamos a necesitar equipo especial para ese clima tan extremo ―opinó
Mireya.
―Eso y más este regalo ―dijo Damián entregando una hermosa pulsera de
oro a cada una de las mujeres―. Las protegerán del frío extremo; sus anillos, por
otro lado, las guiarán hasta la entrada de la Tierra Hueca y una vez dentro, hasta
la piedra.
―Nada de eso, es solo que es muy amable con todas ―se defendió ella.
El viaje duraría unas cuantas horas, que las cuatro aprovecharon para
dormir un poco, ya que les esperaba una jornada muy dura.
―En quince minutos llegaremos a nuestro destino ―las despertó la voz del
piloto por altoparlante―. Prepárense para el descenso.
―Es mejor que nos pongamos la ropa aislante ―sugirió Isabel tomando
una bolsa con su nombre.
Dos mecánicos hacían una última revisión del vehículo para nieve.
El viento al soplar levantaba una tupida cortina de nieve que impedía ver a
más de unos cuantos centímetros. Si no hubiese sido por los bastones con punta y
porque Francine y Cristina forzaban al máximo sus sobrehumanas fuerzas, les
habría sido imposible avanzar.
A través de sus guantes aislantes se podía ver el brillo de sus anillos, que
les indicaban la dirección que debían seguir para llegar hasta la esmeralda
sagrada.
―Se supone que la entrada a la Tierra Interior debería estar cerca ―dijo
Mireya mirando su anillo―, pero todo se ve completamente liso.
―Tiene que estar por aquiiiii… ―comentó Francine mientras caía por un
profundo agujero que estaba oculto por la nieve, arrastrando consigo a sus
compañeras que estaban unidas a ella por las cuerdas de vida.
Si no hubiese sido por las barreras protectoras generadas por las sortijas,
solo Francine habría sobrevivido a una caída de más de cien metros.
―Será más fácil buscar la esmeralda que si hubiese nieve y viento ―opinó
Francine.
La señal las guiaba hacia el río, pero debían cruzar el bosque para llegar a
él.
Sin percatarse Mireya pisó una rama que, como si fuese un animal la
comenzó a envolver entera, mientras grandes hojas crecían cerca de su cabeza,
acercándose peligrosamente a ella.
Al poco rato la señal de los anillos las llevó hasta la orilla del río que corría
apacible cerca del límite del bosque.
El animal estaba fuera de control y arremetió contra las mujeres, pero varias
raíces se enredaron en sus patas, logrando detenerlo. Entre sus manos Ethiel
tomó un poco de agua del río y la ofreció al oso; sus compañeras la observaban
con un nudo en la garganta.
―Nos han seguido ―dijo parada junto al oso para cubrirlo con su barrera
de energía. Aunque la verdad no sabía si eso serviría.
Una bola negra se elevó de la mano de la bruja y voló entre los árboles,
llevando muerte en su interior. Envuelto por un enjambre de insectos negros que
lo picaban por todos lados, entre gritos de desesperación salió corriendo el elfo
que disparó contra el oso. Furiosa Ethiel cargó una negra flecha en su arco y con
calma, como disfrutando el momento, la hizo volar hasta la frente de su blanco,
asomando su punta por la parte trasera de su cabeza.
Una llama de fuego negro voló hacia la elfa oscura, pero fue detenida por
otra similar salida del báculo de Mireya. Mientras los dos brujos combatían entre
sí, Ethiel elevó ambas manos al aire; a los pocos segundos el fuego que intentaba
contener Mireya cesó repentinamente, justo cuando un alarido se escuchó entre
los árboles. El brujo no se alcanzó a dar cuenta cuando varias ramas atravesaron
su cuerpo en distintas partes.
―Déjame ayudarte amiguito ―dijo Ethiel retirando la flecha de la pata del
oso.
De pronto el suelo comenzó a temblar bajo los pies de las cuatro mujeres.
Cuando todas creían que el gigante yacía sin vida, éste se levantó y
arrancó las flechas de su cuerpo y botó a Ethiel de un golpe en un hombro; la elfa
oscura yacía inconsciente en el suelo. Levantando su enorme pierna el coloso
pretendió aplastarla, cuando dando un rugido el gran oso lo abrazó por la espalda
y lo levantó en el aire, cerrando sus brazos en un poderoso abrazo que trituró
todas sus costillas. Agónico el colosal hombre no pudo detener la mano de
Francine que cruzó dos veces su garganta, desgarrándola y acabando con su
vida.
El oso se acercó a la caída Ethiel y lamió su rostro hasta que ella logró abrir
sus ojos.
―Yo también te quiero ―dijo la elfa abrazando el ancho cuello del animal.
De una mochila Mireya sacó una caja metálica en la que con mucho
cuidado depositó la preciada joya perdida.
Una tras otra la elfa oscura lanzó sus flechas al aire derribando a un
enemigo con cada una de ellas; en las actuales condiciones no se podía
desperdiciar ningún recurso.
Primero un fuerte viento cruzó entre los atacantes, que se convirtió pronto
en un silbido que se volvía cada vez más agudo y que finalmente estalló en un
gran estruendo que retumbó por todos lados. Los cadáveres cubrían una gran
extensión de terreno y Francine jadeaba con los ojos rojos como brasas
incandescentes y sus brazos llenos de sangre hasta los codos.
Una lluvia de proyectiles cayó sobre la posición rival cuando la elfa oscura
bajó de un golpe la mano que había levantado miles de guijarros del piso.
Sin que nadie pudiese preverlo, una flecha de elfo claro perforó la caja que
contenía la esmeralda sagrada. La punta del proyectil logró enterrarse en la gema,
la que ante la mirada de horror de las mujeres se partió en varios pedazos.
Lentamente las cuatro lograron ponerse de pie. Con una mano en el aire
Ethiel elevó cientos de guijarros que incandescentes cayeron como pequeños
explosivos, haciendo volar despedazados los cuerpos de una cantidad difícil de
precisar de enemigos.
Las fauces de la loba se abrieron para dejar escapar un aullido que hizo
temblar la tierra y el cielo y ante cuyo golpe decenas de enemigos cayeron sin
vida.
― ¿Qué fue lo qué ocurrió? ―preguntó Mireya, mirando los ojos de fuego
de sus compañeras.
―Tienes fuego en ellos ―explicó Ethiel―. Los ojos de todas ustedes tienen
fuego en su interior.
―No lo sé ―fue la inútil respuesta de Mireya, que estaba tan inquieta como
sus amigas.
…
Doscientos robustos guerreros con alas de fuego las enfrentaban, portando
una devastadora espada flamífera cada uno de ellos.
―Tal vez mi destino sea morir aquí ―respondió corriendo decidida contra
aquellos que podrían tratar de lastimar a sus hijos.
―No lo creo ―dijo Mireya recogiendo algo del suelo―. No lleva su anillo
―indicó la bruja mostrando la sortija de Ethiel que se había roto en la anterior
batalla.
― ¡Salgan de mi mente! ―gritó con las llamas en sus ojos más vivas que
antes. Un grupo de ángeles caídos había descubierto la capacidad telepática de la
vampiresa y estaba valiéndose de ello para atacarla.
Sin necesidad de mediar palabras entre ellas, las cuatro apuntaron sus
espadas flamíferas hacia los ángeles sobrevivientes y descargaron cuatro chorros
de fuego que confluyeron en un mismo punto que se abrió en un abanico de luz
que barrió con todo lo que había delante, desintegrando completamente a los
pocos seguidores de Athatriel que quedaban con vida.
…
La batalla en que por primera vez los ángeles habían muerto llegó a su fin.
Tras la Tétrada Oscura se elevó una poderosa llamarada por la que Damián
apareció.
― ¿Qué nos está pasando? ―preguntó Mireya con una voz que parecía un
trueno, muy distinta de su normalmente suave hablar.
Las cuatro avanzaron juntas hacia Damián, aun empuñando sus espadas
de fuego.
―No fue ningún sueño ―la corrigió Francine―. Miren sus ojos.
―Eran ángeles caídos que nos atacaron ―siguió Isabel contando lo que
recordaba―. Luego todo se vuelve muy confuso. Recuerdo mucho fuego que se
movía en el aire.
― ¿Por qué en nuestros ojos hay fuego? ―quiso saber Isabel un poco
asustada.
―De igual forma yo nunca te dejaré sola y te apoyaré en todo este proceso
de adaptación. Lo mismo que a todas ustedes ―dijo Damián bajando y apagando
las espadas de Cristina y Francine.
― ¿Qué va a pasar ahora con nosotras? ―preguntó Isabel.
―Creamos este lugar en un plano fuera del tiempo y del espacio normal,
para que puedan meditar y entrenarse en sus nuevas habilidades ―respondió el
demonio.
Abriendo un poco la puerta Ethiel disparó contra cada blanco que su vista
fijaba, pero la cantidad de atacantes era demasiado alta y sus venablos
insuficientes. Inesperadamente, de un empujón en la espalda, Telal arrojó a Ethiel
fuera de la cabaña. Cientos de flechas volaron directamente hasta ella,
amenazando con aniquilarla inevitablemente. Un proyectil en su pierna la hizo caer
al suelo, Cristina desesperada se transformó en la bestia con la intensión de
ayudar a su amiga.
Las flechas caían al suelo antes de tocar el cuerpo de Ethiel, detenidas por
una barrera invisible, a pesar de que ninguna de las cuatro amigas llevaba las
sortijas entregadas por el señor de los ángeles caídos. Sus ojos literalmente
despedían fuego y con un total desprecio al dolor, la elfa oscura rompió la flecha
clavada en su pierna. Poniéndose lentamente de pie en su mano derecha se
materializó una brillante espada de llameante hoja. Presa de una gran furia Ethiel
corrió contra el grupo de atacantes, mientras las flechas sin cesar rebotaban en su
escudo. Sin detener su carrera con su mano izquierda hizo flotar decenas de
pequeños guijarros que cayeron como una lluvia de explosivos sobre la masa de
elfos claros. Los enemigos sobrevivientes rodearon con sus afiladas espadas a la
mujer, lanzándose en una formación de hojas cortantes que la mutilarían
totalmente si llegasen a tocarla. Con rápidos movimientos de su espada Ethiel
rompió varias hojas de las armas contrarias, para después consumir la vida de los
elfos claros que tocaba con el mortífero fuego de la espada. Con solo dos
enemigos vivos al frente, Ethiel hizo desaparecer su arma para enfrentarlos a
mano limpia.
Con un suave movimiento de sus dedos, las espadas de los elfos claros se
soltaron de sus manos y quedaron flotando en el aire, para ante un gesto de la
elfa, cortar la cabeza de sus propios dueños.
―Sus respuestas tienen que ser casi reflejas ―les dijo Telal volviéndose
hacia ellas con una maligna sonrisa en los labios―. Sobre todo la generación del
escudo.
―Así es, pero tenemos toda la eternidad para ello ―contestó el demonio.
―De igual forma deben poder activar sus barreras protectoras ―explicó el
demonio―. Debe ser un acto totalmente reflejo, porque si lo piensan antes de
hacerlo pueden recibir un ataque mortal antes de poder defenderse.
―No quiero que queden tuertas por ser muy lentas, antes de terminar su
entrenamiento ―agregó él.
―No lo haría si hubiesen puesto sus escudos ―las reprendió Telal―. Y les
advierto que en cualquier momento serán atacadas sin aviso.
Las sombras que se mueven y los murmullos de los árboles era lo que la
elfa oscura necesitaba para sentirse viva. Cerró los ojos y abrió los brazos,
dejando que los espíritus del bosque entraran en ella. Sentía que su ser estaba
desequilibrado, de igual forma como cuando empezó a vivir como Isabel; sin
embargo, aprendió a centrar ambas partes con la ayuda de la noche del bosque,
igual a como volvía a hacerlo en esta oportunidad. El aire entró revitalizante en
sus pulmones, llenándola de la paz que tanto necesitaba; su respiración se
emparejó con la respiración del bosque. Con sus ojos cerrados Ethiel pudo ver el
verde resplandor de la esmeralda sagrada en su interior, interfiriendo con el
normal flujo de energía entre el bosque y ella. Poco a poco los latidos de su
corazón comenzaron a disminuir y su respiración a relajarse. Suaves sarcillos
envolvieron la cintura de ella y la elevaron del suelo, delicadas hojas acariciaron
su rostro trayéndole la calma que sentía cuando su madre la arrullaba para dormir.
Siempre la luna llena la hacía sentirse segura, al igual que el sol a los
humanos; esta vez no era distinto y la tranquilidad de la noche le permitía relajarse
y descansar. Parada sobre una roca Cristina se quedó en silencio contemplando el
plateado disco de la luna que iluminaba todo el paisaje que alcanzaba a divisar
con sus dorados ojos. La luz blanca del astro bañaba por dentro a la licántropa,
pero no se movía como siempre; ahora Cristina sentía una fuerte turbulencia en su
interior. Cerró sus ojos y pudo ver el verde brillo de la esmeralda que recorría su
cuerpo en forma caótica, llevando desorden a todos lados. Aspiró profundamente
el aire fresco de la noche y vio como la luz de la luna al juntarse con la de la
esmeralda se unían en un rápido remolino en el que se mezclaban ambas. Giraba
y giraba rápido sin control; más despacio ahora, cada vez más lentamente el giro
comenzó a volverse armónico y sereno, hasta convertirse en una suave danza de
luz; una luz que la llenaba de paz interior. Con sus ojos dorados, rodeados por un
brillante anillo verde, Cristina bajó del monte donde esta noche había vuelto a
nacer. Ahora ya no había ninguna duda en la mente de la loba; lo comprendía todo
con una sabiduría que lo abarcaba todo.
Con sus ojos cerrados y sus brazos abiertos a los costados, el cuerpo de la
bruja se despegó del suelo desafiando la fuerza de la gravedad. Dentro de sí pudo
ver la esmeralda como un corazón latiendo en forma descoordinada. El fuego en
su interior rodeaba a la joya pero no lograba tocarla. La respiración de ella se
volvió tenue y serena, suave y apacible. El fuego de Mireya rozó la gema y la
envolvió delicadamente, armonizando con ella su vibración; poco a poco el latido
de la esmeralda se hizo monótono y lento, constante y estable. El fuego y la luz de
la esmeralda se volvieron uno sol y el verde resplandor de la joya inundó todo el
cuerpo de la hechicera, logrando el equilibrio que ella necesitaba.
―Muy bien, pero ya no quiero verte más como humana aquí ―reprendió
Telal a la elfa.
Ethiel atacó a Francine con varios golpes rápidos para hacerla retroceder y
tenerla siempre en actitud defensiva, pretendiendo no dejarla tomar la iniciativa en
el combate, para así cansarla finalmente. Sin embargo, la vampiresa tenía mucha
fuerza y era muy rápida, con lo cual la que terminó retrocediendo en un momento
fue Ethiel. Con un movimiento de su mano izquierda la elfa hizo estallar el suelo
bajo Francine, haciéndola volar por el aire. Sin inmutarse ésta, desde lo alto
disparó sobre la barrera de la elfa, mientras con la mano izquierda formó un
torbellino de fuego que envolvió a su compañera. Golpeando ambas manos Ethiel
disolvió la vorágine de llamas, disparando luego una delgada llama verde con su
espada, la cual fue detenida por un rayo similar de la espada de Francine. La onda
expansiva de ambas energías chocando, fue como si hubiese estallado una
bomba nuclear pequeña.
―Me alegra que estén tan entusiasmadas, porque este solo es el comienzo
―concluyó el demonio.
―Claro que no, recuerden que las espadas flamíferas pueden disparar
descargas de energía ―corrigió el demonio.
― ¿Qué gracia tiene esto? ―preguntó Cristina mientras en su mano
aparecía una espada y lanzaba una llama contra una de las estatuas.
―No le hizo nada, voy a probar yo ―comentó Mireya―. Una densa niebla
emanó del cuerpo de la bruja cuando su espada descargó su energía contra el
blanco.
―Son unas niñitas ―dijo Ethiel lanzando una intensa llamarada contra la
estatua que tenía al frente sin lograr hacerle ni un rasguño.
―Parece que son muy duras ―opinó Francine con fuego en sus ojos y
llamas en la hoja de su espada que volaron como un solo chorro concentrado de
energía contra una de las estatuas, sin siquiera rayarla.
Los ojos de las cuatro mujeres se llenaron de fuego y una flameante aura
las rodeó. Las llamas de sus espadas se convirtieron en rayos cargados de
energía que golpearon violentamente contra las barreras protectoras de los
arcángeles, anulándolas totalmente. Sin nada que las protegiese de tan
formidables armas, las cuatro estatuas que representaban a cuatro arcángeles se
desmaterializaron en un cegador resplandor.
Aunque ellas no lo notaban, Telal pudo ver como las cuatro mujeres
brillaban como si se hubiesen convertido en arcángeles o algo más poderoso y
eso lo llenaba de satisfacción.
¡Excelente! ―las felicitó el demonio―. Cada vez que combatan deben usar
el increíble poder que confiere la esmeralda sagrada. Ahora ustedes son muy
superiores a lo que eran antes de ser la Tétrada Oscura y deben estar conscientes
y orgullosas de ello.
―La espada es solo una manifestación del poder que existe dentro de
ustedes ―explicó Telal―. Son mucho más que eso; sus poderes van mucho más
allá.
―Esa habilidad, al igual que todas las otras que poseen, se amplificaron
hasta el infinito ahora que son una sola con la esmeralda ―agregó el demonio―.
No es el arma la que las hace poderosas, es su capacidad para trabajar en equipo
en forma totalmente coordinada. Aun desarmadas sus ataques deberían ser
devastadores y fulminantes, no importando el número de enemigos que enfrenten.
Un ataque combinado de ustedes cuatro debe tener la capacidad de producir una
destrucción masiva si así lo desean.
Un gesto más de la mano de Telal hizo que cuatro hermosas y rojas rosas
aparecieran en la mesa.
Una a una las cuatro mujeres intentaron tomar las delicadas flores, con
igual resultado cada una de ellas. En sus dedos las suaves rosas se deshicieron
bajo la presión ejercida.
―Hace tiempo que no voy de paseo ―meditó Cristina―. Supongo que será
divertido.
―Qué lindo paisaje ―dijo Mireya con los brazos abiertos, dejando que la
fresca brisa moviera su cabello.
La joven loba se agachó a recoger una colorida flor que abría sus pétalos
para ella, invitándola a tomarla. Sin embargo, al intentar cogerla, la delicada planta
se rompió entre sus dedos. Cristina miró con pena la rota flor y se quedó muy
pensativa.
―Antes podía hacerlo, no veo motivos para no poder ahora. Tal vez no
debo tratar de juntar mucho mis dedos ―meditaba ella.
Otra flor rota, y otra más, y otra, y así siguió Cristina intentando coger una
sin romperla. Ella era testaruda y no se rendía, hasta que por fin…
― ¡Oh, nada de eso! ―contestó la joven―. Miren, logré tomar una flor sin
romperla, claro que me costó un poco― dijo mostrando un montón de rosas rotas.
A la vampiresa le costó solo unos cuantos intentos lograr asir una flor y no
hacerla pedazos en su mano.
―Entiendo ―aceptó Ethiel―. Se puede decir que siempre has tenido que
cuidarte de no romper las flores humanas.
―Siempre se ha dicho que no hay nada que un elfo oscuro no pueda hacer
―pensó Ethiel―. No veo por qué ahora tendría que ser distinto.
Las flores eran mucho más frágiles que la madera, prueba de ello era el
montón de ellas que se acumuló junto a la bruja, hasta que finalmente, después de
mucho intentarlo, logró tomar una flor entre el índice y el pulgar derecho y
controlar la presión para no aplastarla.
―Tremendo desafío ―dijo burlona Ethiel tomando una rosa por los pétalos
con toda delicadeza y sin ningún esfuerzo.
Respirando hondo Ethiel lo intentó una y otra vez y otra y otra y otra, hasta
perder la cuenta. Pero ella no era de las personas que se dan por vencidas ante el
fracaso y finalmente consiguió que sus manos pudieran tomar y sostener una flor
sin romperla.
Cada día que pasaba el control sobre las espadas flamíferas aumentaba
más y más y las mujeres comenzaban a aburrirse, cansadas de la rutina.
―Ya que parece que tienen mucha energía nos van a demostrar como
pelean sin armas ―indicó Telal.
―Veamos si eres tan buena con tus manos como con tus palabras
―desafió Telal a Cristina―. Transfórmate.
―Así me gusta ―rió Telal―. Quiero una bestia digna del Infierno, capaz de
hacer temblar a los ángeles ―dijo el demonio encendiendo su aterradora espada
de fuego, la que descargó sobre la licántropa.
Con una sola mano Cristina atrapó la hoja flamífera de la espada y la
rompió en medio de una lluvia de chispas. La otra garra golpeó contra la armadura
de Telal, quien si no hubiese tenido su barrera activa a su máxima potencia, de
seguro habría visto el final de su eterna existencia; al mismo tiempo una llamarada
lo envolvió, por donde se alejó de Cristina y apareció junto a Mireya.
―Mira esa estatua de arcángel ―señaló Telal―. Está protegida por una
barrera igual a la real. ¡Rómpela!
Como si esa hubiese sido la orden que deseaba escuchar, la loba descargó
uno tras otro varios golpes con sus garras, sin lograr dañar el escudo de la
estatua. Deteniéndose un momento, Cristina asestó un único golpe hacia
adelante, manteniendo la presión como si estuviese empujando algo; finalmente,
su mano comenzó a acercarse más a la estatua, hasta que sus garras de fuego la
atravesaron y reventaron en medio de un violento estallido que despidió luz en
todas direcciones.
El orgullo que sentía Telal por lo hecho por su discípula se podía leer en su
oscura mirada.
―Sí, eres la bestia más poderosa ―felicitó Telal a Cristina quien lanzó un
aullido triunfante al aire. El viento agitaba su cabello y el sol hacía brillar su piel
mojada en el sudor típico que acompañaba al paso entre mujer y bestia y entre
bestia y mujer, mientras dos hogueras danzaban en las cuencas de sus ojos.
― ¡Conque esas tenemos! ―exclamó Telal―. Muy bien, ten lo que deseas.
Ethiel tomó un manojo de sus flechas y las arrojó con fuerza al aire; cientos
de líneas luminosas rajaron el firmamento convirtiéndolo en fuego líquido que
comenzó a caer como gotas de ácido que perforó toda la tierra. El suelo comenzó
a temblar violentamente y pocos minutos después se fracturó en varios puntos
distintos, por los que salió fuego y lava que avanzó cubriéndolo todo. El cielo se
despejó nuevamente y un sol benevolente abrazó el páramo devastado; la tierra
se cicatrizó de sus heridas y la brisa se llevó las cenizas. Pequeñas hojas
crecieron por doquier y la vida volvió a nacer ahí, donde hace un momento solo
había muerte. Ethiel bajó sus brazos y miró a Telal.
―Solo falta probar una cosa ―meditó el demonio―. ¿Cómo son sus
poderes combinados en un solo golpe?
Un golpe de las manos de Telal y todo delante de ellos se volvió opaco,
como si una hoja de papel se pusiera por delante. Mireya miró con curiosidad al
demonio.
―He puesto una barrera de energía diez veces más resistente que la de un
arcángel ―explicó Telal―. Quiero que traten de romperla.
Una sonrisa en los labios de Cristina fue la única respuesta. El golpe del
rayo encontró la misma oposición que la vez anterior, absolutamente ninguna.
Esta vez la barrera desprendía cierto resplandor. El rayo disparado por ellas
chocó contra la pared de energía sin lograr dañarla. Una leve mirada entre las
cuatro mujeres bastó para que se pusieran de acuerdo. Rodeadas de una densa
niebla negra, aumentaron su esfuerzo; esta vez la barrera estalló en cientos de
destellos de luz, elevando un viento huracanado que golpeó violentamente el
rostro del demonio.
― ¡Un millón más poderosa que la barrera de un arcángel! y la han roto con
facilidad ―pensó para sí el demonio.
―Estoy muy orgulloso de ustedes y complacido por sus logros ―las felicitó
Telal.
―No pensé que conocería a un mejor maestro que mi padre ―dijo Ethiel
tomándole la mano en forma de agradecimiento.
…
La Tétrada Oscura había terminado su entrenamiento en un lugar creado
especialmente parta ellas, fuera del tiempo y del espacio.
―El honor es para nosotras ―respondió Mireya, con sus ojos en llamas.
Todo estaba tal y como lo dejó aquella noche en que todo comenzó.
¿Cuánto tiempo había pasado?; la verdad es que eso no tenía ninguna
importancia. Ella simplemente había regresado al instante preciso en que los dejó
dormidos en un sueño profundo, de tal forma que para su familia no había pasado
ni un minuto.
Isabel experimentó una sensación extraña, nunca antes sentida por ella, al
verlos así dormidos. Si lo deseaba, despertarían y el tiempo reanudaría su marcha
normal para ellos. Los veía casi con curiosidad, como quien trata de imaginar la
efímera existencia de un insecto, que vive toda su vida en un solo día. Ahora ella
existía en una escala de tiempo totalmente distinta y que le permitía viajar de un
instante a otro, sin que eso le afectara siquiera. Podía despertarlos y reanudar su
vida junto a ellos, pero ella los percibía como si fuesen un fugaz pestañeo y el
tiempo se los habría quitado antes de que pudiese percatarse.
Su gemela así creada poseía todos sus recuerdos y emociones, así como
toda su personalidad en general. Lo mejor de todo es que ella envejecería a un
ritmo normal para los humanos y la familia podría continuar con una vida común y
corriente.
El tiempo seguía su curso normal, así como normal era la vida que seguiría
esta familia. Sin sobresaltos ni nada fuera de lo común; excepto, tal vez, por la
visita unas cuantas veces de un fantasma verde que se deslizaba por las
habitaciones en alguna noche en los años venideros.
¿Cuántos años llevaban juntos?; diez, tal vez quince años. Resultaba tan
difícil recordar períodos tan cortos de tiempo que Mireya miraba en forma distante
a su esposo e hijos, sin poder sentir ninguna emoción por esos seres tan sutiles
como la llama de una vela o como un suspiro.
En medio del subterráneo salón donde por años llevó a cabo sus hechizos,
la bruja alzó sus brazos y en medio de un destello de luz verde otra Mireya,
idéntica en recuerdos y sentimientos, así como en el cuerpo y personalidad la
observaba con una tierna sonrisa en los labios.
Sin más tomó una hoja de papel y escribió una emotiva carta donde
agradecía todo lo que habían hecho por ella, pero que deseaba iniciar una nueva
vida a partir de cero. Pedía, por favor, que le permitieran ir y les manifestaba su
eterna gratitud. La existencia de la Tétrada Oscura era un secreto y no quería
arriesgarse a ser descubierta por toda una nación de vampiros con capacidades
telepáticas, al igual que ella. Y por otro lado, aun con lo poderosos que eran los
vampiros, en su condición actual los veía débiles y vulnerables y a pesar de los
años, décadas y siglos pasados junto a esa familia, no sentía pena al separarse
de ellos; su mente fría y calculadora le indicaba que eso era lo correcto y natural.
…
Cristina no se cuestionaba en lo más mínimo respecto al paso que estaba a
punto de dar. Había llegado a la conclusión lógica de que debía alejarse
definitivamente de su familia. Desde siempre había elegido el camino de ser una
loba solitaria, lo que haría un poco más fácil la separación. La joven se adentró en
el bosque hasta llegar a un claro bañado por la luna, tras una honda inhalación de
aire Cristina separó un poco sus labios y entonó un largo aullido. Cuatro voces
más le respondieron y los cinco elevaron sus voces a la luna llena.
―Sí, queremos disfrutar el paisaje del fin del mundo ―contestó la mujer
con un marcado acento norteamericano.
―Esa cantidad de poder debería ser muy difícil de ocultar ―comentó ella.
―Quién sea que hizo esto, parece que tiene la capacidad de ocultar su
poder ―meditó ella.
El hombre cerró los ojos y se quedó inmóvil durante varios minutos, casi sin
respirar ni moverse.
―De igual forma investiguemos ―indicó ella extendiendo sus doradas alas
y elevándose a una velocidad incalculable, seguida de él.
― ¿Quién eres y qué pretendías? ―preguntó Isabel con los ojos llenos de
fuego.
Isabel bajó su espada y meditó ante lo que acababa de averiguar. Sin hacer
ruido la mujer se puso de pie mientras la elfa le daba la espalda y en su mano se
materializó una incandescente espada flamífera. Rápidamente Isabel se volvió y
descargo un golpe en el cuello de la mujer, quien fue consumida inmediatamente
por llamas que surgieron de su propio cuerpo.
Tras observar como el fuego terminaba de quemar al ángel, en medio de
una gran llamarada la elfa desapareció del lugar.
―Hace un rato tuve contacto con dos ángeles enviados por los arcángeles,
a investigar la muerte de los seguidores de Athatriel explicó ella.
―Estoy seguro de ello ―la calmó el demonio―. Lo que pasa es que nunca
antes había sido asesinado un ángel.
―Ahí y ahí murieron los dos ángeles desaparecidos ―indicó la mujer con
sus manos―. Pero no parece haber signos de combate.
―Creo que no hubo ninguno ―opinó él―. Esto parece más una ejecución.
Con un aullido que hizo temblar cielo y tierra Cristina liberó a la bestia
dormida. Como una exhalación, la licántropa clavó sus garras incandescentes en
el pecho del ángel que tenía más cercano, consumiéndolo en llamas que el viento
avivó. Aprovechando la ocasión, otro ángel descargó su ardiente espada sobre
Cristina, pero con su mano libre atrapó el brazo de éste, corriendo igual suerte que
el anterior.
Las garras de Francine brillaban en sus manos y sus ojos despedían fuego,
en un gran salto giró en el aire y encendió su espada. La vampiresa no tardó en
verse rodeada por decenas de ángeles que la amenazaban con sus luminosas
espadas. A pesar de lo apremiante de la situación la adrenalina se había
convertido en energía pura gracias al poder de la esmeralda sagrada. Respirando
hondo Francine giró rápidamente transformando su cuerpo en un torbellino de
fuego que se desplazó vertiginosamente entre las filas enemigas, convirtiendo en
cenizas a cientos de ángeles.
El arcángel se veía preocupado; tan solo tres de las cuatro mujeres habían
entrado en combate y varias legiones bajo su mando habían perecido.
― ¡Cúbranse!― gritó Telal cuando brotó el chorro de fuego que les pegó de
lleno a los cinco.
―No puedo creer que hemos matado a seis de los arcángeles ―opinó
Mireya―. No fue tan difícil.
― ¿Alguna vez han visto una representación hecha por los humanos del
arcángel Miguel empuñando una lanza, con un demonio bajo su bota, humillado
como una rata? ―preguntó Telal.
―Tienes una lengua muy hábil demonio ―respondió Miguel sin caer en el
truco―. ¿Cuán hábil es tu brazo?
Uno de los ángeles rompió la formación y Mireya lanzó su báculo al aire.
Una brillante burbuja envolvió a todos los ángeles que estaban a la derecha del
arcángel, mientras Ethiel sopló sobre su mano y otra burbuja de iguales
características atrapó a los ángeles que se encontraban a la izquierda de Miguel.
A esta altura del combate no se podía saber quién sería el vencedor, pues
ninguno superaba en fuerza y habilidad al otro. Telal sin embargo, había planeado
muchas veces este encuentro en su mente y repasado cada detalle del primer
enfrentamiento con Miguel, en el que había sido humillado como una sabandija.
Un golpe, una estocada, cada uno no lograba tocar a su rival, a diferencia
de sus armas que despedían fuego con cada contacto. Las alas de ambos batían
el aire provocando fuertes ventiscas que en ocasiones alcanzaban niveles
huracanados.
Como un rayo Telal aterrizó junto al arcángel, listo para combatir en tierra.
Ambos arcángeles encendieron al mismo tiempo sus espadas flamíferas y en un
titánico cruce de golpes las enlazaron en una danza mortal. Cada golpe brillaba
con el resplandor de diez soles. El calor desprendido era abrazador y sin embargo,
ninguno de los dos daba muestras de agotamiento, a pesar de la tremenda
potencia de los impactos y del tiempo que llevaban luchando.
Desde la mano izquierda de Telal surgió un cegador destello que hizo que
Miguel cerrara sus ojos una fracción de segundos, tiempo que el demonio
aprovechó para saltar y ponerse a la espalda del arcángel.
―He esperado toda una eternidad por este momento ―dijo el demonio
dejando que la hoja de fuego de su espada separara la cabeza del cuerpo de su
enemigo. La cantidad de energía liberada fue la equivalente a una bomba nuclear
al estallar.
…
La muerte de todos los arcángeles y la destrucción de los ejércitos
celestiales, así como la confirmación de la Tétrada Oscura como la fuerza
suprema, había roto el equilibrio de poder, lo que permitiría a los ángeles caídos
replantear su posición en el nuevo orden establecido.