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Registro Safe Creative N° 1711014715437

Boris Oliva Rojas

Casa Gótica

Cada vez que Juana pasaba frente a esa antigua casa se quedaba
extasiada admirando los complicados adornos que le daban más el aspecto de
una catedral gótica en miniatura que de una vivienda. Sin embargo, la similitud
terminaba con el escudo de armas que coronaba su fachada principal— el cual
representaba la cabeza de un carnero o algo por el estilo.

Por lo que podía apreciar a simple vista, era una construcción muy sólida,
nada de la tabiquería que se acostumbra usar ahora.

Juana calculaba que la casa gótica, como ella la llamaba, debía haber sido
construida a fines del siglo XIX o principios del XX; tal vez perteneciente a alguno
de los famosos millonarios surgidos de la explotación de los yacimientos salitreros
del norte o de las minas de carbón del sur, que mencionaban los libros de historia.

Esa tarde no era la excepción, después de admirarla por algunos minutos


cerró su chaqueta para protegerse del viento otoñal y continuó su camino a la
casa que arrendaba con una amiga, con quien compartía los gastos.

Hace dos años que había llegado del sur a vivir a la capital, en busca de
mejores oportunidades; gracias a los contactos de un tío suyo, encontró
rápidamente trabajo. Desde el primer día congenió muy bien con Teresa y al cabo
de unos meses se les ocurrió que podrían arrendar juntas una casa y así ahorrar
algo de dinero. Una tarde mientras conocían los alrededores, pasaron frente a la
casa, si hubiese sido una persona se podría haber dicho que fue amor a primera
vista, aunque más parecía una obsesión, ya que necesitándolo o no, desde esa
vez Juana hacia un rodeo innecesario para pasar frente a aquella magnifica
propiedad antes de ir directamente a su casa.

Había cosas que en Juana y Teresa coincidían y otras discrepaban


totalmente, pero a pesar de todo se llevaban muy bien. Juana prefería las
películas de aventuras, en tanto que Teresa las de terror, así es que los fines de
semana alternaban las películas; en cambio a ambas les fascinaba la música rock
de los ochenta y noventa. Por otro lado, Teresa acostumbraba lucir siempre de
negro, incluyendo el color de sus uñas, mientras que Juana prefería jeans y uñas
rojas. Con el tiempo cada una se acostumbró a los gustos y forma de ser de la
otra. Juana no tenía pareja desde que llegó a la ciudad a pesar de los intentos de
Teresa por conseguirle una; Teresa en cambio tenía varios amigos y amigas a los
cuales en un principio solía invitar a casa, al ver que a veces esto le molestaba a
Juana, acordaron que semana por medio cada una podría disponer de la casa
para sí sola por dos noches.

La fijación de Juana por la casona había llegado hasta el punto de que


había puesto fotografías de ella en el fondo de escritorio de su computador y se
pasaba horas retocándolas o modificándolas un poquito e imaginando cómo sería
su interior.

El último cumpleaños de Juana cayó un viernes que a Teresa le


correspondía la casa, pero como ella estaba muy ocupada cocinando y
preparando cosas para sus invitados, no quiso importunarla. Al ver que preparaba
la mesa para una cena de dos personas y ponía en ella una caja de terciopelo
negro con una cinta roja de regalo, intuyó que ya era hora de dejar a solas a su
amiga.

—Supongo que tu invitado ya debe estar por llegar, así es que te dejo sola
para no molestar —dijo Juana al ver que Teresa se había puesto un vestido de
fiesta nuevo, de color negro como era de esperarse.

—Espera, no te vayas. Esta noche tú eres mi invitada, a menos que quieras


pasar tu cumpleaños sola —dijo Teresa con una sonrisa.

— ¡Te acordaste! —respondió Juana contenta abrazando a su amiga.

— ¡Claro que me acordé! y he estado toda la tarde preparando la


celebración. A propósito, hay algo para ti encima de tu cama —le comentó Teresa.

Curiosa Juana fue a ver de qué se trataba. Encima de la cama había muy
estirado un vestido de fiesta nuevo igual que el de Teresa, pero de color rojo.
Después de un rato salió luciendo su nueva tenida, emocionada como una niña
chica.

—Es precioso —dijo Juana—. Muchas gracias.

—Y te queda súper bien —observó Teresa.

La cena la pasaron riendo, contando anécdotas y bromeando y cada cierto


tiempo los ojos de Juana se iban hacia la caja de terciopelo negro; Teresa se
sonreía pero no decía nada, mientras su amiga tamborileaba con los dedos.

—Ábrelo, es para ti —dijo por fin Teresa.

Con dedos apresurados Juana soltó la cinta y levantó la tapa. Con aire de
curiosidad miró la joya y la tomó en el aire para verla mejor.

—Es muy lindo, muchas gracias —dijo Juana sinceramente.


—Si piensas que el pentagrama invertido es un símbolo satánico permíteme
corregirte, espera un poco —pidió Teresa parándose y volviendo al poco rato con
un libro.

—Mira, aquí dice que este es un símbolo que protege de las malas energías
—explicó a su amiga.

—Ya veo —contestó Juana mientras ojeaba con curiosidad el libro.

—Déjame ponértelo —ofreció Teresa.

—Sí —aceptó Juana—. Vaya, es pesado.

—Es de plata maciza pura —respondió Teresa.

—Pero debe haberte costado mucho dinero —opinó Juana.

—Oh, por eso no te preocupes —dijo Teresa no dándole importancia—. Lo


importante es que a ti te guste.

—Me encanta, no sé cómo agradecértelo —contestó ella.

—Me lo puedes agradecer usándolo siempre —respondió Teresa.

Después de seguir charlando varias horas más y por efecto del vino
también, Juana dio un gran bostezo.

—Huy, perdón, ya me dio tuto —se disculpó con Teresa.

—Yo también estoy cansada —respondió ésta—. Vámonos a dormir y


mañana vemos que hacemos para seguir celebrando.

—Muchas gracias, eres la mejor amiga que alguien podría tener


—agradeció Juana.

En sueños la mente de Juana voló por todos lados. Soñó con el medallón,
con Teresa y también con la casa; soñó que la reja se abría sola y cruzaba el
gran jardín que había enfrente. La puerta de la mansión estaba abierta y Juana
atravesó el umbral; un gran recibidor que comunicaba a un salón fue lo primero
que había. Una escalera de mármol llevaba a un segundo piso, en tanto que
gruesas columnas de piedra parecían sostener el cielo. Iluminada con candelabros
con grandes velas que creaban una atmosfera embriagante de sombras
danzantes. Hacia el otro extremo una puerta conducía a un largo pasillo con
grandes ventanales con rojas cortinas que dejaban entrar la luz de la luna. Una
sólida escalera de piedra llevaba a un pasillo subterráneo alumbrado por
antorchas, que llegaba hasta una gran puerta de gruesa madera y hierro donde
estaba grabado el mismo escudo que coronaba la entrada de la mansión; el
mismo carnero, pero esta vez dentro de un pentagrama invertido.

Juana se apoyó en la puerta y ésta cedió a su presión, abriéndose y


dejando a la vista un gran salón con piso y paredes de piedra, iluminado por
antorchas fijas en las paredes. Al fondo del salón, en una especie de tarima de
piedra, había lo que parecía ser una gran mesa de granito, en cuyas esquinas
ardían cuatro cirios negros.

Cuatro gárgolas de piedra custodiaban las cuatro esquinas del extraño


salón. Justo en el centro del piso había un círculo abierto en el piso, del cual
surgía un fuego que parecía no apagarse jamás.

La muralla detrás del altar y que quedaba justo frente a la puerta, estaba
dominada por un inmenso cuadro que mostraba un pentagrama invertido con la
cabeza de un carnero dentro. Las paredes de los lados tenían un cuadro cada una
del alto de la misma, retratando una bella mujer con membranosas y grandes alas,
que apuntaba uno de sus brazos hacia el pentagrama y el otro hacia las llamas
que ardían eternas en el suelo.

La atmósfera se sentía cargada de electricidad, mientras que un extraño


olor mezcla de almizcle con un suave toque de azufre penetraba en la mente
alterando los sentidos.

Juana caminó hacia el altar, subiendo lentamente los escalones. Sus dedos
recorrieron suavemente la piedra y se posaron sobre un puñal con una cabeza de
carnero en la empuñadura.

Entonces la puerta se cerró violentamente y el fuego pareció cobrar vida.

Los ojos de Juana se abrieron lentamente cuando la luz del sol de la


mañana dio en ellos.

Teresa en la cocina preparaba el desayuno.

—Remolona, ya está servido el desayuno —la llamó—. Ven antes de que


se enfríe.

—Espera me voy a vestir —contestó Juana.

—Así no más, que se van a enfriar los huevos con champiñones —insistió
su amiga.

—Voy corriendo —respondió Juana, a quien le encantaba ese desayuno y


entró despeinada, vistiendo solo una corta camisola y pantuflas.

—Creo que se me pasó la hora —se disculpó con Teresa.


—No importa, total hoy es sábado —aceptó ella.

— ¿Cómo dormiste? —preguntó.

—Bien, pero tuve un sueño súper raro —respondió Juana.

Mientras desayunaban, ella relató lo soñado a su amiga.

—Bueno, definitivamente el pentagrama invertido junto con la cabeza de


carnero en su interior representa a Lucifer o Satanás, como quieras llamarlo. La
mujer con alas debe haber sido Lilith, la esposa de Lucifer —explicó Teresa.

—O sea que soñé con demonios —dijo Juana.

—Según el mito, ambos son espíritus inmortales —continuó Teresa—.


Dicen además que necesitan ocupar el cuerpo de un humano para poder moverse
en este plano.

— ¿Y qué pasa con la persona? —preguntó intrigada Juana.

—Su cuerpo, su mente y su alma deben morir y son reemplazados por las
de esos espíritus —concluyó Teresa.

—Uy que miedo —opinó Juana.

—En todo caso solo es un mito —aclaró su amiga.

—Espero que no te haya dado mucho miedo —dijo Teresa—. Igual suena
interesante.

—La verdad es que no era una pesadilla, incluso sentía mucha curiosidad y
tranquilidad —meditó un rato Juana.

—Qué bueno, no es gracioso tener una pesadilla —agregó Teresa.

—Menos mal, te habría despertado a gritos —pensó Juana.

—Y el zapatazo que te habría dado para despertarte —respondió


bromeando su amiga.

Ambas rieron de buena gana.

Teresa miró el cuello de Juana y con satisfacción vio que llevaba puesto el
colgante.

—Debe haber sido porque estuviste ojeando ese libro —dedujo Teresa
apuntando a la mesa de centro.
—Sí, eso tiene que haber sido —coincidió Juana con ella.

La noche siguiente los sueños se volvieron a repetir y la siguiente y la que


le seguía. Idénticos, excepto que ahora a Juana le parecía ver la silueta de su
amiga a través de las llamas del círculo de fuego.

La próxima noche la figura de Teresa era más nítida y se podía distinguir


que vestía una túnica negra que se traslucía con la luz que emanaba de las
llamas, dejando ver de forma difusa su figura.

La siguiente noche, Teresa estaba de pie frente al altar con los brazos hacia
arriba, sosteniendo el puñal en sus manos.

Una de las mañanas Teresa notó que Juana estaba inquieta y giraba entre
sus dedos el medallón.

— ¿Estás bien? —preguntó por fin.

—Sí, ¿por qué lo preguntas? —respondió Juana en el tono más


desagradable que escuchara Teresa de su amiga.

—Últimamente te he notado algo “especial” —dijo Teresa haciendo un


gesto de comillas con los dedos.

—Yo estoy bien, ¿y tú? —devolvió la pregunta Juana.

—Está bien, disculpa si te molesté —respondió Teresa—. Es solo que me


preocupo por ti.

—Tranquila que nada malo me pasa —contestó Juana, pasando un dedo


por la nuca de su amiga, lo que hizo que una corriente eléctrica corriera por toda
su espalda.

—Hoy te toca cocinar a ti —recordó Teresa.

—Ok —respondió su amiga sin más.

—Puré con filete y ensalada —ofreció Juana a la hora de almuerzo.

—Vaya, te han cambiado los gustos parece —comentó Teresa.

— ¿Por qué lo dices? —preguntó su amiga.


—Esta carne está prácticamente cruda —observó.

— ¿No te gustó? —preguntó Juana con una sonrisa.

—No es eso, tú sabes que así la como yo —respondió Teresa—. Es solo


que tú la prefieres bien cocida.
—No me había dado cuenta de lo bien que sabe así —opinó Juana.

—Esta noche la casa es para ti —dijo Teresa.

—Es cierto —meditó Juana—. Hagamos una fiesta.

— ¿Es en serio? —preguntó sorprendida Teresa.

—Sí, quiero divertirme esta noche —contestó Juana.

— ¡Perfecto!, voy a invitar a unos amigos —aceptó su amiga.

Todo quedó preparado para esa noche. Cerca de las diez, Juana se había
puesto su vestido rojo.

—Los vas a matar a todos —opinó Teresa a modo de alago.

—Esa es mi intención —contestó Juana, mientras encendía un cirio negro


es cada esquina.

— ¿Y esas velas? —preguntó curiosa Teresa.

—Es para darle un ambiente especial —respondió enigmática ella.

—Parece que va a ser una fiesta muy entretenida —pensó Teresa.

El timbre sonó a eso de las diez quince minutos; cuatro amigos hombres de
Teresa y dos mujeres llegaron juntos, trayendo algunas botellas de licor.

Todos charlaban amenamente mientras bebían un poco, cuando el timbre


volvió a sonar. Cinco amigos más llegaron y la fiesta se animó de verdad.

El alcohol y el desenfreno iban en aumento. A pesar de la cantidad ingerida,


a Juana no parecía afectarle en lo más mínimo; dejándose llevar bailaba con
cuatro hombres a la vez que la rodeaban deseosos mientras ella se contorneaba y
los tocaba con sus manos y el sudor corría por su piel.

A la mañana siguiente Juana se despertó muy cansada por toda la actividad


de la noche anterior. Al verla levantarse, Teresa solo se limitó a esbozar una
sonrisa de aprobación, ya que era la primera vez que veía a su amiga divertirse de
verdad. A Teresa la cabeza la dolía terriblemente por la resaca de la borrachera, a
diferencia de Juana que estaba como si hubiese tomado solo agua de la llave
durante toda la noche; simplemente el alcohol parecía no afectarle a ella.

De salida del trabajo Juana pasó al supermercado, de regreso a casa


alguien la acechaba desde tras de un árbol. Ella caminaba sin percatarse de nada
y como de costumbre se detuvo a admirar la casona antigua. Inesperadamente
sintió un tirón en las bolsas, sorprendida se volvió viendo el cruel rostro de su
atacante, el cual al ver que ella se resistía la tomo de la blusa rompiéndosela.
Nadie había en la calle que la pudiese socorrer y ningún vehículo se detenía
siquiera. Alterada logró separarse de la pared donde la había arrinconado el
asaltante; comprendió que su vida estaba pendiendo de un hilo. Miró a todas
partes buscando una salida, pero nadie la salvaría. A lo lejos las luces de un
camión que no parecía querer detenerse se aproximaban rápidamente, furiosa dio
un fuerte empujón a su agresor justo cuando el camión estaba por alcanzarlos.
Las ruedas del pesado vehículo aplastaron el cuerpo del bandido, provocándole
una muerte instantánea. Con una cruel sonrisa en los labios Juana emprendió el
camino a casa como si nada hubiese ocurrido.

— ¿Pero qué te pasó? —preguntó Teresa muy alarmada al ver la ropa rota
de su amiga.

—Trataron de asaltarme cuando salí del supermercado —contestó Juana.

— ¿Estás bien?, ¿te hicieron algo? —preguntaba Teresa mientras la


revisaba entera—. Hay que avisar a la policía para que busquen a ese animal.

—No me hicieron nada, no te preocupes —respondió Juana—. No es


necesario avisar a nadie.

— ¿Cómo qué no? —preguntó molesta su amiga.

—Al asaltante lo atropelló un camión y está muerto —explicó simplemente


Juana.

— ¿Cómo ocurrió eso? —preguntó intrigada Teresa.

—Cayó a la calle justo cuando venía un camión —explicó ella.


― ¿Y lo mató? —preguntó preocupada.

—Sí, yo misma vi cuando le pasó por encima y lo molió entero —continuó


Juana.

— ¡Pero qué horror! —exclamó Teresa.


—Se lo merecía —opinó Juana—. Bueno me voy a duchar.

Teresa quedó de una pieza ante la frialdad de su amiga.

Al rato Juana salió vistiendo una blusa blanca de gasa y unos jeans muy
ajustados.

—Hoy viernes te toca a ti la casa, yo voy a salir a recorrer la ciudad —avisó


a Teresa—. Hace siglos que no la veo de noche.

—Bueno cuídate —se despidió de Juana.

Quien conociera a Juana jamás creería que estaba recorriendo bar tras bar
y club tras club, dejándose alagar por cuanto desconocido encontraba en ellos.
Por más que bebía el alcohol parecía no afectarle. El calor en los clubes y su
sensual forma de bailar mojaba su piel de transpiración, lo que hacía que quienes
se acercaran a ella perdieran el control y quedaran sumidos a su voluntad— de
eso se daba cuenta y deseaba cada vez más.

En un bar, un tipo que no fue de su agrado intentó sobrepasarse con ella,


con desprecio lo alejó de su lado y los empleados lo arrojaron fuera. No conforme
el hombre esperó a que ella saliera a la calle para seguir con lo que había
empezado.

Juana caminó distraídamente sin rumbo fijo y al escuchar pasos tras ella, se
detuvo un momento y siguió caminando; sus pasos la condujeron hasta un callejón
sin salida. Triunfal el hombre se acercó a su futura víctima.

Juana buscó con la vista algo para defenderse, posándose sus ojos sobre
un grueso palo. Sin ningún rastro de compasión descargó una y otra vez la
improvisada arma sobre la cabeza del hombre.

El sol empezaba a despuntar por la cordillera cuando ella reanudó su


recorrido.

—Llegaste tarde —dijo Teresa cuando Juana entró a la casa.

—Al contrario, es muy temprano, acaba de salir el sol —contestó risueña


Juana.

— ¿Te vas a acostar? —preguntó Teresa a su amiga.


—No estoy cansada. Me voy a duchar y si quieres salimos a trotar
―propuso a ella.

— ¿De dónde sacas tanta energía? —consultó curiosa Teresa.

—No lo sé, pero se siente fantástico —respondió Juana a su amiga.

No había mucha gente en el parque, parece que todo el mundo se había


divertido la noche anterior. El sol quemaba a pesar del viento que soplaba.

Teresa se detuvo un poco preocupada.

— ¿Qué pasa? —preguntó Juana.

—Ese perro que está allá es demasiado mañoso, la otra vez casi me mordió
—contestó su amiga.

—Tranquila, no hay que tomarlo en cuenta y no muerde —la tranquilizó


Juana.

Teresa iba nerviosa a pesar de las palabras de su amiga. El perro comenzó


a gruñirles amenazante, pero cuando estaban cerca de él, agachó la cabeza y
gimiendo se alejó corriendo de ahí.

— ¿Ves?, a los perros no hay que tenerles miedo —observó Juana.


Después de tomar once, ya oscuro, ambas amigas salieron a pie por los
alrededores. Posiblemente sin proponérselo llegaron hasta la casa gótica. La reja
se encontraba abierta así es que la franquearon con aire distraído; recorriendo el
gran parque frontal, se hallaron junto a la puerta de la casa, la cual casualmente
también estaba abierta. Imprudentemente ambas se miraron y con una sonrisa de
complicidad entraron en la casa, en la cual parecía no haber nadie.

— ¡Hola!, ¿hay alguien? —preguntó Juana en voz alta, sin recibir


respuesta.

— ¿No hay nadie? —gritó a su vez Teresa, la cual tampoco obtuvo


respuesta.

—Es exactamente como en el sueño —dijo Juana sumamente sorprendida.

—A lo mejor alguna vez estuviste aquí —opinó Teresa.

—No, nunca —respondió Juana.

—Puede que cuando muy niña y no lo recuerdas —insistió Teresa.


—No creo, bueno quién sabe —meditó su amiga.

— ¿Existirá el subterráneo? —se preguntó Teresa.

—Averigüémoslo —propuso Juana.

Las dos impulsivas jóvenes avanzaron por el pasillo entre los rayos de luna
que pasaban por entre las rojas cortinas de terciopelo. Al final del mismo
encontraron una sólida escalinata de piedra cuyos peldaños descendían unos
cuantos metros.

—Las antorchas están encendidas —comentó Juana en voz baja a su


amiga—. ¿Quién las habrá prendido?

En respuesta ésta solo se encogió de hombros.

La cabeza del carnero dentro del pentagrama invertido las esperaba


adornando una pesada puerta de negra madera, la cual se abrió bajo una suave
presión de la mano de Teresa.

Un inmenso salón de piedra se extendía ante ellas. Un círculo abierto en el


suelo dejaba salir grandes llamas danzantes; un altar de piedra dominaba la vista
el entrar, coronado por un gran pentagrama invertido.

En las paredes colgaban grandes cuadros del alto de las mismas, en que
aparecía retratada una mujer de belleza inusual con dos grandes alas
membranosas. Cuatro gárgolas que parecían estar vivas, cada una en cada
esquina, completaban la decoración.

Una atmósfera cargada de electricidad producía un agradable cosquilleo en


la piel, el que mezclado con un olor de almizcle con azufre que despedían las
llamas, hacía que los sentidos se excitasen y la mente se nublara.

— ¡Esto es increíble! —exclamó Teresa.

—Es idéntico a mi sueño —respondió Juana.

—Tienes que haber estado alguna vez aquí —concluyó su amiga.

Teresa seguía hablando, pero Juana no lograba oír su voz, solo percibía el
movimiento de sus labios. La vista se le comenzó a tornar borrosa y sintió el piso
inclinarse, cayendo desmayada.

Poco a poco sus ojos se empezaron a abrir; no sabía cuánto tiempo había
pasado. Sorprendida descubrió que estaba desnuda acostada sobre la mesa de
granito; aunque trató de moverse y hablar su cuerpo no respondió. Teresa estaba
de pie junto a ella, cubierta solo con una traslucida túnica negra que dejaba ver su
juvenil figura. Incrédula notó que del cuerpo de su amiga emanaba una extraña y
vaporosa neblina negra.

Al tiempo que pronunciaba extrañas palabras, Teresa alzó en alto un gran


puñal, el que dejó caer sobre el pecho de su amiga. La sangre de Juana comenzó
a correr por la mesa del altar y bajando por la escalinata se deslizó hasta las
llamas que brotaban del suelo, las cuales parecieron cobrar vida propia.

Con el corazón de Juana aun latiendo en sus manos, Teresa se acercó


hasta el fuego y en él lo arrojó.

Sobresaltada Juana se despertó cuando el sol ya hacía rato que brillaba


sobre la cordillera; junto a ella Teresa la observaba sentada en el borde de la
cama en la casa que compartían. Sin decir nada Juana palpó ansiosa su pecho.

—Tranquila, no ha quedado ninguna marca mi señora —la calmó Teresa.

Una sonrisa macabra se dibujó en los labios de Juana, en tanto que sus
ojos y los de Teresa se volvieron completamente negros, como si de dos pozos sin
fondo se tratase. Del cuerpo de ambas comenzó a brotar una negra neblina, el
aire de toda la habitación se llenó de un olor a almizcle y azufre y una atmosfera
cargada de electricidad recorrió la espalda de ambas mujeres, haciéndolas
temblar levemente de placer. Colgado del cuello de ambas, dos pentagramas
invertidos de metal intensamente negro adornaban sus pechos.

El timbre de calle sonó y las mujeres fueron a abrir la puerta.

—Buenos días. ¿La señorita Juana Gómez? —preguntó un hombre vestido


de traje y corbata de costosa confección.

—Soy yo —respondió Juana—. ¿En qué lo puedo ayudar?

—Mi nombre es Ramón Ramírez y soy abogado —se presentó el recién


llegado.

—Espero no haberme metido en algún lio —pensó en voz alta Juana.

—Oh, nada de eso, al contrario —dijo él.

—Pase y explíqueme de que se trata —lo invitó Juana.

—Bueno, debo comunicarle que usted es la única heredera de la Mansión


Martner, que por casualidad se ubica a un par de cuadras de aquí —explicó el
abogado.

— ¿Se refiere a la casa gótica? —preguntó sorprendida Teresa.


—Sí, esa es una buena descripción —aceptó el hombre.

— ¡Esto es increíble! —exclamó Juana.

—Bien, aquí están los documentos y la escritura de la propiedad; usted solo


tiene que firmarlos y yo me encargaré de todos los trámites necesarios para hacer
legal y efectiva la transferencia —explicó el abogado sacando una pluma fuente de
oro.

Teresa miró a Juana con una sonrisa de satisfacción mientras estampaba


su firma en varios papeles que el hombre le pasaba.

—Mmm, ¡qué extraño pero agradable aroma hay en el aire! —observó el


abogado mientras guardaba los documentos en su maletín.

—Es un aromatizante ambiental —explicó Juana.

—Ya veo —respondió él—. Realmente es muy interesante el olor.

Amablemente de igual forma en que había llegado, el abogado se marchó.

Una vez que la puerta de la casa se cerró, los ojos de ambas mujeres
volvieron a ser como dos negro agujeros de profundidad sin fin y una siniestra
sonrisa se dibujó en ellas, al tiempo que Juana desplegaba unas impresionantes
alas membranosas como las de las gárgolas y Teresa se arrodillaba a sus pies
inclinando la cabeza.

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