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Registro Safe Creative N° 1710013637924

Boris Oliva Rojas

Herencia

—Hace tiempo que debíamos habernos tomado estas vacaciones


—comentó Javiera a Enrique, quien conducía el lujoso todoterreno camino a la
casa de verano que tenían en la precordillera.

—Es cierto, pero recuerda que yo siempre insistía para que lo hiciéramos
—respondió él, con la vista fija en el camino.

—Lamentablemente no es tan fácil delegar la dirección de todas las


empresas —observó con toda naturalidad Javiera, quien era la única heredera de
una de las fortunas más grandes del país y si es que no del continente, dueña de
tantas empresas que casi no las recordaba fácilmente a la primera.

—Tal vez esta sea la oportunidad para pensar en tener un heredero


—opinó Enrique.

—Voy a estudiar su propuesta —contestó sonriendo ella, como si hablase


con uno de sus asesores de negocios.

La luz de la luna permitía divisar la casa desde el camino, aunque más


correcto era hablar de una mansión enclavada en medio de los cerros.

—Al fin llegamos —comentó Enrique estacionando el vehículo frente a la


puerta principal.

—Que espectacular, dos semanas sin saber de negocios, ni pleitos, ni nada


—respondió Javiera con placer en la voz.

Aunque no iban seguido a la propiedad, un empleado se preocupaba de


que el refrigerador y la alacena estuviesen bien abastecidos y todo correctamente
limpio y ordenado.

— ¡Impecable! —opinó Enrique—. Como siempre José ha dejado todo


perfecto.

—Recuérdame aumentarle el sueldo —comentó Javiera.


Desde temprano la pareja se dispuso a disfrutar de la gran piscina y de la
tranquilidad de la soledad. El agua fresca, la brisa suave y el sol tibio de la
mañana acariciaban la dorada piel de la millonaria, mientras Enrique hablaba con
alguien por celular desde dentro de la casa.

— ¿Un jugo? —ofreció él a su esposa, besándola en el cuello.

—Gracias, precisamente iba a buscar uno —aceptó ella.

Era tal la calma del lugar que claramente escucharon un vehículo que se
estacionaba en la entrada.

—No lo puedo creer —reclamó algo contrariada Javiera.

— ¿Alguien sabía que vendríamos? —preguntó Enrique.

—Nadie —contestó ella.

Una llave se introdujo en la puerta y las risas de una pareja que entraba
risueña llegaron hasta la piscina.

Pilar se quedó inmóvil al ver a su jefa y amiga parada frente a ella, luciendo
un diminuto bikini.

—Javi, Enrique, disculpen no sabíamos que estaban ustedes aquí. Como


me diste un juego de llaves y me dijiste que viniera cuando lo deseara, yo….Mejor
nos vamos —dijo Pilar a Diego, el abogado de Javiera.

Después de pasada la sorpresa, con una sonrisa Javiera se encogió de


hombros.

—Es culpa mía Pili, tú eres mi asistente personal y debí avisarte que
vendríamos —contestó ella a su amiga.

— ¿Hace mucho que andan juntos? —preguntó Enrique a Diego pasándole


una lata de cerveza.

—Bueno, la verdad es que nosotros solo somos amigos —se defendió éste.

—Sí, cómo no —insistió burlón Enrique.

—Te encanta meterte en la cama de los demás —reprendió con una


sonrisa Javiera a su marido mientras guiñaba un ojo de complicidad a su amiga.

—Ya váyanse a poner traje de baño y métanse a la piscina, es una orden


—bromeó la millonaria.
—No quisiéramos molestar —titubeó tímidamente el abogado.

—Oh no te preocupes, la casa es bastante grande para los cuatro y la


piscina también —lo tranquilizó la millonaria.

—En ese caso —agregó Pilar desabotonando su blusa y luciendo el bikini


que ya llevaba puesto.

— ¡Vaya!, ya andabas preparada —observó embobado Enrique.

—Soy una asistente eficiente y siempre lista —respondió ella.

—Creo que necesitas enfriarte un poco —dijo Javiera vaciándole un jarro de


agua con hielo en la cabeza a su marido. Ante la cara de vergüenza de Enrique,
los tres amigos largaron a reír.

—Ya pues señor abogado, estoy esperando a que se saque los pantalones
—ordenó con una sonrisa Javiera.

—Yo puedo ayudarte —le ofreció Pilar desabrochándole el cinturón a su


acompañante.

—Puedo solo gracias —contestó Diego tratando de mantener la


compostura.

—Si quieres te ayudo yo —agregó Enrique cerrándole un ojo.

—Gracias pero prefiero a Pilar —respondió el abogado.

—No sabes lo que te pierdes —insistió Enrique lanzándole un beso con los
labios.

Los tres se retorcían de risa a costa del abogado, el que volvió a los pocos
minutos.

— ¡Abogado!, por lo visto gasta todo su sueldo en gimnasios —observó


Javiera admirando la bien formada musculatura de Diego—. Desde ahora se va a
trabajar sin camisa —dijo ella relamiéndose los labios.

—Un momento, yo lo vi primero —alegó Pilar abrazando a su amigo por la


espalda y posando sus manos en su firme abdomen.

El paisaje era realmente alucinante bajo la blanca luz de la luna llena; el


ambiente era incitante e insinuante a la vez, invitando a tomarse unos tragos
sumergidos en las burbujeantes aguas del yacusi junto a la piscina.
Ya bien entrada la noche ambas parejas se retiraron a sus respectivas
habitaciones en medio de risitas y cuchicheos. Entre sueños Javiera giró y buscó
con su mano el cuerpo de su marido, al no hallarlo se despertó y vio que estaba
afuera hablando con Diego y Pilar. Aunque aguzó el oído no pudo entender de
qué hablaban, movida por la curiosidad se levantó y dirigió a la piscina.

— ¿Pasa algo? —preguntó ella a los demás en medio de un bostezo.

—Estábamos discutiendo de un proyecto que se le ocurrió a Enrique


—contó Diego.

— ¿En serio? —quiso saber Javiera—. ¿De qué se trata?

—Bueno, es un pequeño negocio que te estaba preparando y quería


regalártelo para tu cumpleaños —explicó Pilar.

—Grandioso, estropearon la sorpresa —reclamó Enrique.

— ¿Y qué sería? —preguntó curiosa Javiera.

—Es una florería pequeñita y muy tierna que Enrique quiere comprarte
—aclaró Pilar.

—Qué lindo eres —opinó Javiera—. Siento haberte echado a perder la


sorpresa.

—No hay problema, siempre que pongas cara de sorprendida cuando te


entregue las llaves —aceptó Enrique.

—Bueno, ya que todo se aclaró propongo que nos vayamos a dormir


—sugirió Diego.

Javiera hasta el otro día se durmió con una sonrisa en los labios, su marido
no dejaba de demostrarle su amor.

Todo el día lo pasaron relajándose en la piscina y bromeando de todo.


Realmente esto es lo que los cuatro amigos necesitaban, alejados del frío mundo
de los negocios y del dinero. La noche era la hora del yacusi. Ese era el regalo
perfecto para cerrar el día.

—Permiso —pidió Javiera—. Debo ir al tocador.

Cuando iba de regreso a la piscina, la millonaria al pasar frente al escritorio


sintió una curiosidad casi infantil por saber más detalles del nuevo proyecto de su
marido.
—Este debe ser —supuso Javiera tomando una carpeta del cajón del
antiguo escritorio de ébano.

Los ojos de ella se abrían cada vez más a medida que leía cada página, no
pudiendo dar crédito a lo que veía. Pensando que se trataba de un borrador de un
nuevo proyecto se encontró con un nuevo testamento en que Enrique figuraba
como único heredero de ella, firmado por Diego como abogado y por ella y
debidamente legalizado ante notario.

— ¿Pero qué diablos es esto? —se preguntó en voz alta con el ceño
fruncido.

Junto a los documentos encontró una reserva de avión a su nombre a


Europa con fecha de hace dos días atrás.

Indignada se levantó con los papeles en la mano, dispuesta a encarar a los


sinvergüenzas de su marido y su abogado. Al llegar a la biblioteca se topó de cara
con ambos.

— ¿Me pueden explicar qué significa todo esto? —preguntó furiosa a los
dos hombres.

—Tranquila, no es lo que parece —trató de explicar el abogado.

— ¿Crees que soy estúpida acaso?, aquí falsificaron mi firma —estalló


Javiera—. ¿Y esta reserva de avión?

—Vamos cielo, no lo hagas más difícil —pidió Enrique apuntándole con una
pistola.

—No creas que te saldrás con la tuya tan fácilmente —lo desafió ella.

—Yo creo que sí. Nadie sabe que estamos aquí y nadie te echará de
menos ya que en este momento estás paseando por Europa y el avión en que
regreses va a sufrir un lamentable accidente —dijo triunfante Enrique.

— ¿Pero por qué? —preguntó Javiera.

—Dinero, muchísimo dinero —respondió fríamente su marido.

—Pero a ti no te falta nada —observó apenada ella.

—No me gusta estar viviendo de tu limosna y sometido a tus caprichos


—respondió Enrique.

— ¿Y vas a dispararme aquí acaso? —respondió desafiante Javiera.


En un momento en que Enrique bajó la vista, ella aprovechó de lanzarle un
florero, golpeándole en la cara. A causa del golpe la pistola se le cayó de la mano
y Javiera se apoderó de ella, encañonando a ambos.

—No se muevan malditos —ordenó ella mientras tomaba un teléfono y


comenzaba a marcar el número de la policía—. Ahora los dos se van a secar en la
cárcel.

La vista de Javiera se nubló de golpe y su cuerpo inconsciente cayó al piso.

—Lo siento mucho querida —dijo Pilar empuñando el candelabro con que
acababa de golpear la cabeza de su amiga.

La cabeza le dolía intensamente cuando recobró la consciencia. Ya no se


encontraba en la casa; la jalaban por uno de los faldeos cordilleranos.

—Desgraciados, no se saldrán con la suya —gritaba Javiera—. Me las van


a pagar muy caro.

—Grita todo lo que quieras, aquí nadie te oirá —contestó Pilar.

—Llegamos, aquí es —señaló Enrique deteniéndose frente a la entrada de


una mina abandonada.

—Vamos dispárale —ordenó la mujer a Enrique.

— ¿Y dejar una bala fácil de rastrear? —objetó éste.

—Entra ahí —dijo Diego empujándola al interior de la mina.

—Aquí nadie te encontrará nunca —comentó Enrique arrojando un cartucho


de dinamita al interior, el que selló para siempre la entrada del socavón, cuyas
rocas aplastaron a Javiera.

Los tres asesinos celebraban su crimen perfecto. Pilar se besaba con


ambos hombres sin que nadie se lo pudiese impedir, mientras ellos limpiaban
todos los rastros de la pelea.

Poco a poco Javiera recobró el conocimiento, cuando trató de moverse se


dio cuenta de que estaba aplastada por varias toneladas de roca. Recordó todo lo
que había pasado esa noche y no lograba entender cómo es que aún se
encontraba con vida; sin embargo, sabía que pronto moriría. Le dolía todo el
cuerpo y el aire era muy escaso.
A pesar de que la cueva había quedado totalmente sellada, la oscuridad no
era absoluta. Una extraña luminiscencia azulosa iluminaba con tonos
sobrenaturales su tumba de piedra. Por el piso brillantes cristales azules parecían
moverse hacia ella, acercándose a su cuerpo sangrante y agonizante. Con su
mano temblorosa tomó y apretó algunos de aquellos cristales que parecían tener
vida propia y dejó escapar por última vez el aire de sus pulmones.

El cadáver de Javiera yacía sepultado bajo varias toneladas de roca, en su


tumba iluminada por ese extraño mineral radioactivo que había dado lugar a varios
mitos que alguna vez ella había escuchado en la zona y que hablaban de extrañas
luces azules y apariciones fantasmagóricas en los cerros cercanos, pero a los que
nunca les había dado importancia.

—Pronto amanecerá —observó Diego—. Es mejor que nos vayamos.

—Yo me iré a la noche, para que nadie me vea —opinó Enrique—. Ustedes
quédense aquí y hagan como que vinieron a descansar aprovechando que Javiera
está en Europa —aconsejó a sus cómplices—. Sigan con el plan y pronto seremos
asquerosamente ricos.

El automóvil del asesino se internó en la noche en camino a la ciudad,


dando un paso más en el crimen perfecto. Pilar y Diego se quedaron en la
mansión de la montaña dándose la vida de ricos que tanto ambicionaban.

— ¿Cómo me veo? —preguntó la mujer luciendo uno de los finos vestidos


de la difunta millonaria y varias de sus joyas.

—Pareces toda una reina —respondió Diego admirando los diamantes del
collar que llevaba su pareja.

La luna iluminaba los roqueríos y quebradas cordilleranas, solo el viento se


movía entre los riscos. Un fantasmagórico resplandor azul manaba de entre las
rocas como relataban las viejas leyendas de los arrieros.

Un leve temblor, un deslizamiento de piedras por otro lado; un crujido de


rocas al caer era el ruido sordo que se escuchó por un instante, la montaña crepitó
como si una tumba se hubiese abierto. Bajo la luz de la luna, entre las rocas una
mano se asomó; una mano distinta a otras manos, una mano que brillaba con luz
propia, con un resplandor azuloso, una mano fría y dura, traslucida y cristalina.

Luego un brazo, luego otra mano; finalmente la tierra se abrió. Un cuerpo,


una persona,….tal vez en otro tiempo, pero ahora ya no; una mente fría como el
cristal que la contenía, guiada por un odio intenso, profundo, por una promesa de
venganza lanzada en la noche, una fuerza que no podía ser contenida sino con la
muerte de sus asesinos.

Sabía dónde debía dirigirse, no había planes complicados de venganza. Su


gélido pensamiento le indicaba que solo debía localizar y matar, nada más
importaba y no le molestaba ninguna duda. Ahora era todo tan simple.

Se levantó en toda su altura, miró las estrellas e inhaló hondo el frío aire
cordillerano, pero sus pulmones no se dilataron, no sintió como de costumbre el
aire entrar por su nariz y cruzar por su garganta. Una vez más lo intentó, pero
sintió su pecho rígido; lo tocó con sus manos y lo sintió duro, frío. No podía
respirar, no podía estar viva y sin embargo lo estaba. Miró sus manos y con
estupor notó que podía ver a través de ellas y de esa luminiscencia azul. Despacio
llevó sus dedos a su rostro. El contacto fue impersonal, como si con guantes de
cristal tocase una escultura de cristal; sin tacto, sin sensaciones, un rostro frío,
anguloso y duro. El rose de los dedos produjo un zumbido parecido al que se oye
al rosar el borde de una copa con agua.

Trató de gritar, pero su garganta no se movió, se concentró un poco más


pero lo único que logró fue emitir un agudo sonido que nunca había escuchado.
Un animal corrió asustado a esconderse, las rocas crujieron nuevamente ante la
aguda vibración que perforó la noche.

Dio un paso vacilante, sus piernas estaban rígidas y pesadas. Caminó


despacio al principio, más rápido después. Aprendía a moverse nuevamente,
insegura como un niño que aprende a caminar; paso tras paso su confianza
aumentaba, su andar se tornó seguro, su paso firme.

No sentía dolor, no sentía cansancio. Sabía que no debería estar viva, sin
embargo lo estaba y continuaba su avance inexorable y decidida.

No tenía problemas para orientarse, ni dificultades para ver en la noche, ya


que la oscuridad se apartaba a cada paso que daba. De pronto le pareció tan
natural la luz que emanaba de su cuerpo que se preguntó cómo no la necesitaba
antes. Ese pensamiento le hizo cierta gracia y trató de sonreír, pero sus labios no
se movieron siquiera; no había flexibilidad en sus rasgos, pero tampoco la había
en su objetivo. Mataría a quienes la habían traicionado y nada ni nadie lo podría
impedir.

Las luces de la mansión ya estaban a la vista y se acercaban más y más.


Nadie la vio entrar; se ocultó un rato tras unos árboles, luego se dirigió a la piscina
esperando poder encontrar allí a los asesinos. La piscina estaba vacía, pero
escuchó risas venir de la casa, se acercó hasta una ventana y con rabia vio a Pilar
y Diego jugando en su cama.

—Ahhh —gritó Pilar al ver la figura en la ventana.


— ¿Qué pasa?— preguntó el abogado.

—Vi a alguien que nos observaba —respondió agitada Pilar.

Diego se levantó a mirar por la ventana pero no vio a nadie.

—No hay nadie —dijo a Pilar—. Tiene que haber sido un reflejo de la
piscina.

—Es posible, se veía como con un brillo azuloso —meditó la mujer—. Por
un momento me pareció que era Javiera.

—Ella está muerta, bajo toneladas de rocas y nunca la encontrarán


—calmó Diego a la mujer.

—Supongo que estoy un poco nerviosa —aceptó Pilar.

—Ya se te pasará cuando empieces a gastar todos esos millones de


dólares —le dijo el abogado mordisqueándole suavemente una oreja.

Al rato, ambos cansados se durmieron abrazados. Un ruido de algo que


cayó despertó a la pareja.

—Hay alguien más en la casa —dijo Pilar asustada.

—Quién quiera que sea no va a salir vivo de aquí —comentó amenazante


Diego tomando la pistola que había dejado sobre el velador.

Despacio ambos se dirigieron al escritorio, de donde provenía un extraño


resplandor azul. Un grito de terror escapó de la garganta de Pilar al ver la brillante
figura que avanzaba lentamente hacia ellos.

— ¡Javiera! —gritó la mujer, reconociendo los rasgos de la muerta en el


rostro de la cosa que la sujetaba del cuello y la levantaba sin esfuerzo en el aire.

Una bala en el hombro de la cosa produjo un ruido de vidrio al ser


golpeado, pero no le causó daño alguno. Con rabia la extraña mujer arrojó a Pilar
al suelo y centró su atención en el abogado, el que disparaba sin ningún resultado
todas las balas de su arma sobre la cosa esa que avanzaba sin inmutarse siquiera
hacia él.

Aterrado Diego salió huyendo de la casa, dejando sola a Pilar con la


criatura que la miraba con sus cristalinos ojos cargados de odio.

— ¿Por qué estás tan asustada amiga? —preguntó con una voz aguda y
chirriante la mujer de cristal—. Soy yo Javiera, tu amiga.
—Discúlpame, yo no quería, Enrique me obligó —se intentó disculpar
Pilar—. Yo no quería que murieras.

—Pero yo no estoy muerta —contestó Javiera con su voz vidriosa—. Claro


que ahora que lo recuerdo, ustedes tres sí me asesinaron.

Pilar estaba tan aterrada que se hallaba al borde del colapso nervioso. A
tropezones salió corriendo del escritorio, por el amplio pasillo de la mansión.

— ¡No huirás de mí! —gritó con voz tan aguda Javiera que un espejo se
rompió en mil pedazos frente a la mujer.

Pilar como hipnotizada a causa del miedo, veía avanzar el azul resplandor
fantasmal que acompañaba al cuerpo de la extraña. Con la espalda pegada a la
muralla, no podía ya alejarse de esa cosa que estaba cada vez más cerca de ella.

— ¿No eras tan valiente cuando me mataste? —preguntó Javiera con su


desagradablemente aguda voz.

—Por favor no hables más —rogó Pilar, llevándose las manos a los oídos
para protegerlos de ese terrible sonido.

— ¿No te gusta mi voz acaso? —preguntó la extraña agudizándola un poco


más.

—Me duele —lloró Pilar.

Los labios de Javiera se separaron un poco más y por ellos escapó un


chillido tan agudo que casi resultaba imperceptible. En medio de un grito de dolor,
los oídos de Pilar comenzaron a sangrar, escurriendo hilos de sangre por entre
sus dedos. El dolor era tan intenso que cayó de rodillas ante la extraña, quien se
agachó junto a ella.

—Disculpa, no pretendí hacerte tanto daño —dijo Javiera, acariciando con


su fría mano el rostro de Pilar.

Dos delgadas líneas rojas se marcaron en la mejilla de la mujer,


deslizándose dos gotas de sangre por ella.

—Lo siento, creo que sin querer te corté con mi mano —se excusó
Javiera—. Parece que mis uñas cortan como vidrio. Bueno, por lo visto si son de
vidrio —dijo pasando un dedo por la otra mejilla de Pilar.

El motor del auto de Diego que intentaba escapar interrumpió la situación


en que se encontraba la mujer.
—Creo que tu amiguito quiere irse sin ti —dijo la extraña a la mujer—. Voy a
hablar con él, espérame que vuelvo pronto —dijo Javiera poniéndose de pie.

Caminando hacia él Diego vio a la extraña mujer, cuyo cuerpo brillaba como
un gran prisma despidiendo rayos de colores al ser tocado por las luces del
automóvil. Pisando el acelerador hasta el fondo, lanzó el vehículo hacia adelante
con la intensión de embestir a la extraña.

El golpe fue como si el vehículo hubiese chocado contra un muro de


concreto, quedando totalmente aplastado por delante; con un golpe en la frente
Diego intentó poner marcha atrás para escapar de ahí.

Con paso firme, como si nada la hubiese golpeado, la extraña se acercó a


la puerta del conductor, cortando el vidrio con una de sus uñas y empujándolo con
su puño duro como una piedra.

— ¿Dónde crees que vas? —preguntó Javiera con su voz hiriente como
cientos de agujas afiladas.

Abriendo lentamente sus labios dejó salir un grito tan estridente que todos
los vidrios del vehículo estallaron. Sonido que dejó de ser perceptible por el oído
humano; los oídos de Diego comenzaron a sangrar y la sangre a correr por su
rostro. Las manos de él se crisparon sobre su cabeza, cuando ella forzó aún más
su voz. En medio de un grito desgarrador de dolor, la cabeza del abogado estalló
en pedazos, desparramando su contenido en todo el interior del automóvil.

La extraña se dirigió con paso calmado hacia la casa, donde se encontraba


Pilar inconsciente tirada en el pasillo. Mareada por el terror la mujer pudo ponerse
de pie, justo cuando por debajo de una puerta vio el resplandor azul que
nuevamente venía hacia ella. Quería huir, pero su atacante venía por la única vía
posible de escape, sin saber qué hacía, corrió hacia el otro extremo del pasillo,
solo para terminar topándose con una pared.

La extraña se acercaba lentamente hacia ella, al fin y al cabo ya no había


prisa.

—Adiós Pilar, no me olvides —dijo la mujer, despidiéndose de la que en


otra época creyó su amiga.

Lentamente se alejó por el pasillo caminando hacia el jardín. Pilar apoyada


en la pared apretaba su cuello, tratando de impedir que su sangre abandonase su
cuerpo por el corte que con una de sus uñas Javiera hiciera en él. La vista se le
oscureció y sus piernas por fin se doblaron, cayendo de bruces al piso en medio
de un gran charco de sangre.

La extraña mujer buscó por todas partes en caso de que Enrique se


hubiese ocultado intentando escapar de su venganza. Después de revisar toda la
casa se convenció de que él no estaba en ella. Por último revisó en el garaje,
como última opción. Tendido en el suelo, con un disparo en la frente, yacía tirado
el cadáver de José, el joven cuidador.

Movida por un extraño impulso cargó en sus brazos el cuerpo sin vida y se
dirigió con él hacia los cerros. La luna acompañaba su marcha fúnebre. El extraño
resplandor azul avanzaba por entre las rocas, siempre rodeando a la mujer.

El suelo estaba cubierto de pequeños cristales azules que comenzaron a


moverse cuando la mujer depositó su cargamento en él. Lentamente los cristales
se acercaron al cadáver; una extraña luminiscencia azul lo envolvió
completamente por un rato.

Durante una hora la mujer estuvo contemplando con su rostro inexpresivo la


transformación que experimentaba el cuerpo del hombre.

Poco a poco las rígidas extremidades de él comenzaron a cobrar vida;


lentamente se puso de pie mientras la mujer observaba su cristalino cuerpo, frío,
brillante y similar al de ella.

― ¿Recuerdas qué pasó? —preguntó ella con su voz aguda y vibrante con
un tono metálico.

El hombre trató de hablar, pero de su garganta solo surgió un zumbido


agudo que hizo vibrar algunas rocas. Intentándolo nuevamente logró articular unas
pocas palabras.

—Sí, me dispararon, pero no entiendo, ¿por qué no estoy muerto? —habló


él con un tono chirriante en la voz.

—No lo sé —contestó la mujer—. A mí también intentaron matarme.

— ¿O tal vez lo lograron? —dijo ella mirando sus manos de cristal.

— ¿Qué nos ocurrió? —preguntó intrigado él.

—Creo que obtuvimos la oportunidad de cobrar venganza —opinó ella.

— ¿Sabes quién soy yo?, o debo decir ¿quién era yo? —preguntó ella al
extraño hombre.

—Sí te reconozco, a pesar de que ambos hemos cambiado completamente


—contestó él.

—Debemos vengarnos de quien nos traicionó —dijo la extraña.


—Eso será fácil —opinó él—. Solo debemos atraerlo hacia nosotros.


La extraña pareja caminó lentamente hacia la mansión, iluminando el
camino a medida que avanzaban con su fantasmagórico resplandor azul.

—Enrique, soy Pilar, por favor vuelve enseguida, ha ocurrido un


inconveniente— habló una voz por celular.

— ¿De qué se trata? —preguntó el hombre.

—No puedo decírtelo por teléfono, es urgente —insistió la mujer.

—Está bien voy para allá, nos vemos luego —accedió Enrique.

—Viene para acá —dijo Javiera cambiando su voz ante el extraño.

—Muy bien, esta noche se hará justicia para ambos —opinó el extraño
hombre.

A las pocas horas el vehículo de Enrique se estacionaba junto al auto de


Diego.

— ¿Pero qué es lo que pasó aquí? —preguntó en voz alta al ver el


desagradable espectáculo que había en su interior.

Todas las luces de la mansión se hallaban apagadas y la puerta abierta;


Enrique caminó hacia ella, no sin antes empuñar la pistola que llevaba en el
bolsillo de su chaqueta. Todo estaba oscuro y en silencio, aparentemente no había
nadie en la casa.

Por debajo de la puerta cerrada del escritorio se colaba una fría luz azulosa.
Enrique se dirigió sigilosamente, con el arma firme en su mano. La manilla del
picaporte se movió silenciosamente y sin hacer ruido Enrique entró en el despacho
y disparó dos veces contra quien estaba parado frente a él. Las balas rebotaron
sobre una superficie dura, sonando como si hubiesen golpeado contra un grueso
cristal blindado.

—Hola querido, ¿me has echado de menos? —habló una mujer con un
chirriante tono de voz.

— ¿Javiera?, pero tú estás muerta —exclamó Enrique.

—La verdad es que no estoy tan segura —dijo la extraña iluminada toda
con ese resplandor azuloso que llenaba la habitación con una fría claridad.
—Bueno, no sé qué te ha pasado, pero me encargaré de que esta vez sí
mueras definitivamente —dijo Enrique disparando su pistola.

El proyectil salió del arma y dio en el rostro de la mujer, pero terminó


incrustado en una pared. Una y otra vez Enrique apretó el gatillo, sin que ninguna
de las balas ocasionase el más mínimo daño a la extraña; varios golpes sobre
cristal blindado y todos los proyectiles terminaron en las paredes.

Rápidamente con la vista Enrique recorrió la habitación buscando con que


atacar a la extraña. Por alguna desconocida circunstancia el cuerpo de ella había
experimentado una increíble mutación y su carne había cambiado a duro cristal.
Pero el cristal se puede romper según sabía él, así es que debía buscar algo duro
y pesado y debía hacerlo enseguida o no lo contaría. Lentamente fue moviéndose
hacia la chimenea para poder tomar el atizador.

Enrique descargó con fuerza el pesado fierro contra la cabeza de la mujer,


la que en un acto reflejo puso su brazo por delante para protegerse del golpe. El
impacto contra la extremidad de la extraña fue violento y acompañado por un
agudo sonido. La mano le dolió intensamente a Enrique, ya que toda la energía
del golpe se le devolvió por el metal, que quedó vibrando.

—Vaya, por lo visto soy muy dura —dijo la mujer mirando su brazo, con su
voz que hacía doler los oídos—. ¿Y cuán duro eres tú?

De un golpe Enrique se vio lanzado contra la pared, sintió como si le


hubiesen dado con un garrote en vez de un brazo. Medio aturdido logró ponerse
de pie y corrió hacia la puerta para intentar salvar su vida. Desagradable fue su
sorpresa cuando otra de esas cosas le cortó el paso; de un solo golpe la criatura,
que aparentemente era un hombre, lo lanzó al otro extremo de la habitación.

— ¿Es este tu asesino? —preguntó la mujer en un tono dolorosamente


agudo.

—Sí, es este —contestó el hombre con el mismo tipo de voz.

—Por favor no me hagan daño —rogó Enrique—. Tengo mucho dinero,


podemos compartirlo.

—Ya es demasiado tarde para eso —gritó el hombre.

Los vidrios temblaron amenazando con romperse. Enrique tuvo que


cubrirse los oídos para detener el zumbido que le produjo esa voz.

—A esta insignificante criatura le resulta desagradable nuestra voz —contó


la extraña mujer al hombre, al tiempo que emitía un agudo chirrido que hizo que
Enrique gritara de dolor mientras la sangre manaba de sus oídos.
—Ya entiendo —respondió el hombre—. Realmente parece muy frágil.

Abriendo levemente los labios, el extraño hizo vibrar su garganta en una


frecuencia inaudible por el oído humano. Inmediatamente Enrique cayó
desmayado. A los pocos minutos él recobró el conocimiento, presa de un intenso
mareo que le impedía ponerse de pie; la cabeza le dolía y los oídos le silbaban.
Algo estaba hablando la extraña pareja, pero no entendía bien que decían, supuso
que tenía los tímpanos rotos.

— ¿Sabes qué es lo que nos ocurrió? —preguntó el hombre a la mujer.

—Solo recuerdo que él me mató y después me había convertido en esto


—respondió ella—. Parece que tiene que ver con un mineral azul que hay en esos
cerros.

—Es extraño esto y sin embargo, siento como si esto fuera lo más natural
—opinó el extraño.

—Yo también me siento así —meditó la mujer—. Distinta pero cómoda,


cómoda y poderosa.

— ¿Qué vamos a hacer con él? —preguntó el hombre con su voz chirriante.

—Terminemos con esto de una vez —contestó la mujer con el mismo tono
de voz.

Ambos extraños se volvieron hacia Enrique, emitiendo un agudo grito que


se fue haciendo cada vez más inaudible. Presa de un intenso dolor y en medio de
un terrible grito, él se llevó las manos a la cabeza, hasta que en un momento ésta
le estalló, desparramando su cerebro por toda la habitación.

Sin decir ni una palabra, la pareja se volvió y caminó lentamente a la puerta;


la habitación quedó nuevamente a oscuras cuando la resplandeciente
luminiscencia azul se retiró junto con los extraños.

La mujer que alguna vez se llamó Javiera miró una vez más la piscina en
que disfrutara en otra vida. La mansión oscura ahora era un vago recuerdo de una
antigua existencia que yacía sepultada bajo toneladas de rocas. Todo ese lujo ya
no significaba nada para ella, este mundo ya no era el suyo.

Abriendo grande su boca la mujer lanzó un estridente grito hacia la casa.


Imitándola el hombre la acompañó en esa demoledora nota que hizo retumbar la
mansión hasta su fundación, rompiendo sus murallas y pilares en una estruendosa
detonación que la redujo a escombros.

Sin ninguna atadura la pareja se internó lentamente en los cerros.


De vez en cuando algunos arrieros o excursionistas aseguran haber visto
una fantasmagórica luminiscencia azul que se mueve por las quebradas, o un
hombre o una mujer, o a veces ambos, enteros de cristal azul luminoso que
contemplan las estrellas como esperando algo.

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