El Nuevo Testamento menciona el nombre de Pedro en ciento cincuenta y tres ocasiones. Más que el de todos los demás apóstoles juntos. Los evangelistas ponen en boca de Pedro treinta y siete frases repartidas de la siguiente manera en cada evangelio. (Me permito ponerlas individualmente para que a usted le sea fácil contarlas y buscarlas). En Mateo aparecen doce frases dichas por Pedro (Mt 14,28), (Mt 14,30), (Mt 15,15), (Mt 16,16), (Mt 16,22), (Mt 17, 4), (Mt 17, 26), (Mt 18, 21), (Mt 19, 27), (Mt 26, 33), (Mt 26,35), (Mt 26, 70.72.74). En Marcos aparecen seis frases (Mc 8, 29), (Mc 9, 5), (Mc 10, 28), (Mc 11, 21), (Mc 14, 29), (Mc 14, 68-71). En Lucas ocho frases (Lc 5, 8), (Lc 8.45), (Lc 9, 20) (Lc 9,33), (Lc 12, 41), (Lc 18, 28), (Lc 22, 33). (Lc 22, 58.60). Y en Juan once frases (Jn 6, 68-69), (Jn 13, 6), (Jn 13,8-9), (Jn 13,24), (Jn 13,36-37), (Jn 18, 17), (Jn 18,25), (Jn 21, 3), (Jn 21,15-17), (Jn 21,21), (Jn 24, 36-38). De los otros apóstoles los evangelistas nos refieren las siguientes frases: el evangelista Juan recoge dos frases del apóstol Andrés (Jn 1, 40), (Jn 6, 9). Del apóstol Juan aparecen dos –la misma-, en Marcos (Mc 9, 38) y en Lucas (Lc 9, 49). Felipe tiene cuatro citas en el evangelio de Juan (Jn 1, 45), (Jn 1, 46), (Jn 6, 7), (Jn 14, 8). En el mismo evangelio habla Tomás también cuatro veces (Jn 11, 16), (Jn 14, 5), (Jn 20, 25), (Jn 20, 28), y Judas Tadeo una sola vez (Jn 14, 22). El único evangelista que recoge cuatro citas de Judas Iscariote es San Mateo (Mt 26, 15), (Mt 26, 25), (Mt 26, 49), (Mt 27, 4). Por otra parte, algunos apóstoles pronuncian a coro algunas frases. Estos son: Pedro, Santiago, Juan y Andrés, los cuatro a la vez (Mc 13, 4). Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, los dos a la vez (Mc 10, 35). Santiago el de Alfeo y Juan los dos a la vez (Lc 9, 54). Uno de sus discípulos sin especificar quién (Lc 11, 1). Pedro y Juan los dos a la vez (Lc 22, 9). Y Tomás, Natanael, los de Zebedeo y otros dos todos a la misma vez (Jn 21, 3). De Mateo, Santiago el de Alfeo, Simón el Cananeo, Bartolomé y Santiago el de Zebedeo los evangelistas no recogen ninguna frase personal. Como si hubieran sido mudos. Esta compilación de frases prueba dos cosas fundamentales. Primero, que los evangelistas seleccionaron, de aquellos relatos que se contaban en sus comunidades, los que estaban más en sintonía con sus propósitos teológicos. Segundo, que eran conscientes de la importancia de Pedro en el proyecto de Jesús, y en la consolidación de la Iglesia. Pedro revela una personalidad con muchos contrastes. A medida que va relacionándose con Jesús crece espiritualmente. Su fe es oscilante, duda, teme, es tentado. Pero a la vez es entusiasta, fiel, de gran corazón. Ama y peca en un interminable conflicto entre su yo apasionado y su interna cobardía. Podemos encontrar en él todos los aspectos de la fe. Creer no es sólo fiarse de Dios, es también amar y comprometerse con los otros. Quizás fue esto lo que más cautivó a Jesús hasta el punto de colocarlo a la cabeza de los Doce. En Pedro se percibe fácilmente la eterna contradicción de un hombre sincero que no renuncia a ser él mismo, aun cuando ha decidido seguir fielmente a Jesús. Pedro es el prototipo del cristiano común. Un santo de carne y hueso en el que no deslumbran grandes dotes intelectuales, ni extraordinarias cualidades personales, pero en el que nos sentimos representados cuando descubrimos todo lo que cada uno tenemos de Pedro, de piedra bruta que necesita ser cincelada por la Palabra de Dios. Pedro es también el prototipo del discípulo cristiano. En su vida podemos discernir fácilmente las tres etapas de la vocación discipular. (1) La llamada al seguimiento: Pedro lo deja todo –trabajo, casa, familia-, para seguir a Jesús, que le ha prometido convertirlo en pescador de hombres (Mt, 4, 19; Lc 5,10; Jn 1,42). (2) La vocación: en la confesión de Jesús como Mesías cuando los demás dudaban (Mc 8,29; Mt 16,16); en la participación en la experiencia de la transfiguración (Mt 17,1; Mc 9, 2-13; Lc 9, 28-36), en la oración en el huerto de Getsemaní (Mt 26,37; Mc 14, 33-34); y en el sepulcro, certificando la resurrección del Señor (Lc 24, 12; Jn 20, 6). Finalmente, (3) en la Misión de la Iglesia. Es Pedro quien busca el mejor camino para anunciar el Evangelio (Hch 2,14; 3,12-26; 10,15.28; 15,9; Gal 2,8). Es invitado por el resucitado a una entrega incondicional (Jn 21,18), teniendo que confirmar a sus hermanos en la fe (Lc 22,32). Siendo la cabeza visible de la comunidad (Jn 21,15-17), Pedro es constituido, por su fe, más que por su persona, en “piedra” de la Iglesia (Mt 16,18; Jn 1,42), ya que el “fundamento” es Cristo mismo (Ef 2,20; 1 Pe 2,4; Ap 21,14). Es la historia de un hombre sencillo, llena de luces y sombras. Es nuestra propia historia. Por eso sus sucesores en el liderazgo de la Iglesia son también Pedros, piedras, fundamentos del apostolado hasta la vuelta del Señor al final de los tiempos.