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Todos los productos desde el momento de su nacimiento tienen los días contados. Es lo
que se conoce como el "ciclo de vida": las etapas que atraviesa un producto en el mercado
desde su lanzamiento hasta su retirada.
Desde el punto de vista del Marketing, cada una de estas fases requiere del uso de unas
herramientas específicas para controlar la evolución de las ventas y alcanzar los objetivos
planteados:
2) Crecimiento: etapa en la que las ventas del producto comienzan a crecer a buen ritmo y
también los beneficios (el producto empieza a ser rentable). El objetivo básico es el de
penetrar todo lo posible en el mercado, y para ello de nuevo la Publicidad suele ser la
herramienta más eficaz. Según la BCG, los productos con una elevada tasa de crecimiento
y un elevado potencial son "estrellas".
4) Declive: las ventas del producto caen (y con ellas los beneficios que genera). El mercado
está saturado y por tanto es el momento de:
a) Matar el producto: dejar de fabricarlo y eliminarlo del mercado.
b) Innovar: ya sea lanzando un nuevo producto que sustituya al que está en declive, o bien
relanzándolo aplicándole una modificación o mejora que lo vuelva a hacer atractivo a ojos
del consumidor y competitivo en el mercado.
A los productos con una baja participación en el mercado y un bajo potencial de
crecimiento se les denomina "perros", y suelen ser productos que estorban a la
fabricación del resto y que por tanto suele salir más rentable dejar de fabricarlos.
Hay productos con una vida más larga que otros: desde aquellos que en apenas 1 año
deben ser sacrificados, hasta otros que pueden aguantar 5 e incluso 10 años en el
mercado aportando una facturación más que interesante.
A nivel general, el ciclo de vida de los productos es cada vez más corto debido
fundamentalmente a:
1- Cambios en la demanda: los gustos de los consumidores son cada vez más variables y
efímeros, cambian más rápido, lo que exige que nuestro producto deba adaptarse a esos
gustos cambiantes en cada momento para no perder atractivo y competitividad.
2- Presión de la competencia: los consumidores tienen cada vez más oferta entre la que
elegir y por tanto eso exige que nuestro producto tenga que evolucionar constantemente
para poder competir y no ceder cuota de mercado. En la gran mayoría de casos, si nos
quedamos quietos y nuestro producto no evoluciona, acabaremos perdiendo ventas con
el paso del tiempo.
Esto pasa habitualmente en cualquier empresa, a pequeña y gran escala. Por ejemplo, una
persona que acude habitualmente a cenar a una pizzería porque le gusta mucho la pizza
romana con jamón y champiñones, al cabo de un tiempo acabará aburrido y echará de
menos otras comidas como los calamares o la tortilla. En ese momento dejará de
consumir pizza durante una temporada y buscará otro restaurante donde le sirvan los
calamares o la tortilla. En ese momento la pizzería perderá un cliente y bajarán sus ventas.
Sin embargo, si la pizzería se adelanta a esta situación y ofrece nuevas variedades de pizza
(con atún, con carne, mezcla de quesos...) o incluso platos alternativos a la pizza (pasta,
lasaña, etc.) la probabilidad de que el cliente siga consumiendo en ese local será mayor.
En un gimnasio ocurre exactamente lo mismo: un centro de deportes que innove de vez
en cuando en las actividades que ofrezce, en las máquinas que tiene, etc. evitará que su
clientela se aburra antes y se dé de baja.
2) Porque un adelanto tecnológico deja desfasado nuestro producto. Sobre todo ocurre en
el caso de los ordenadores y demás productos tecnológicos.
3) Porque la competencia lanza otro producto similar al nuestro, más barato o con
mejores prestaciones. Eso reduce el ciclo de vida de nuestro producto, pues los
consumidores comenzarán a pasarse al otro.