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Textos de Juan Albert. Artículos.

Conferencia en la Universidad Cardenal Herrera de Elche.


Mayo del 2014. Juan José Albert

Hacia principios del siglo XX apareció, primero en el este y luego en el oeste europeo,
un maestro sufí, un extraño personaje que comenzó a trasmitir las enseñanzas del
cristianismo esotérico, aún partiendo del Islam; así de rarillo era él. Este maestro se
llamaba Gurdjieff y escribió un libro, bueno, un libro no, escribió varios libros un tanto
crípticos, pelín complicados de para leer antes de dormir; su titulo: “Del todo y de
todo. Relatos de Belcebú a su nieto”. En este tratado, Belcebú es uno de los sabios que
rigen los destinos del universo y, por tanto, también de los humanos. Hay uno de los
párrafos, en el que, cuando llegan al planeta tierra, Belcebú se dirige a su nieto y,
refiriéndose a nosotros, le dice: “esos extraños seres tricerebrados que habitan el
planeta tierra y que viven dormidos”. Esto es muy importante: vivimos dormidos.

¿Qué quiere decir Gurdjieff con vivimos dormidos? Que nos hemos perdido.
Mayoritariamente hemos perdido la capacidad de autoconocimiento, de estar despiertos
en relación a nosotros mismos, de conocernos a nosotros mismos. Esto, decía, porque se
nos había atrofiado un órgano que él, muy aficionado a crear palabras nuevas, llamaba el
kundabufer. El kundabufer es la capacidad de tener conciencia de uno mismo. Perderla
no la hemos perdido, sino que, a lo largo de nuestra maduración y desarrollo, ha quedado
oscurecida, como cubierta de una capa de ignorancia a cerca de nuestra esencia y origen,
por el desarrollo del carácter, necesario para nuestra adaptación al mundo en el que hemos
venido a nacer. Formamos nuestro carácter pero vamos distanciándonos de nuestra
identidad original. Así pues, en mayor o menos medida, esta capacidad para de tener clara
conciencia de uno mismo la perdemos a lo largo de nuestro desarrollo, durante los
primeros años; desde el nacimiento, hasta aproximadamente los siete años, en los que se
va formando el carácter y se cierra el carácter. En este insoslayable proceso, cambiamos
identidad por identificación, ser por parecer.

Cuando nacemos, cuando venimos al mundo, el niño está en contacto íntimo consigo
mismo. Todos sabemos que un bebé se expresa cómo se siente. No hay diferencia entre
lo que el bebé siente y lo que expresa. En este momento hay una identidad, el niño es sí
mismo, y se expresa en el mundo según su identidad, aún sin tener conciencia de ello,
obviamente. A lo largo del proceso de parentalización y de socialización vamos perdiendo
esta identidad con el propio ser. No es exactamente que lo vayamos perdiendo, sino que
va quedándose como enterrada, como ahogada por el desarrollo de esa necesaria función
de la personalidad a la que llamamos el carácter.

Esta pérdida de la capacidad de conciencia sobre nosotros mismos hace que las
potencialidades con las que nacemos no se desarrollen completamente y armónicamente,
unas se desarrollan demasiado y otras demasiado poco, con lo que llegamos a ser unos
adultos bastante disarmónicos y condicionados por una rígida e infantil estructura
defensiva, que nos aboca a un estilo de vida también rígido, poco creativo, falto de
espontaneidad y de libertad. Vivimos, pues condicionados, muy condicionados, por
aquello que nos ayudo en la infancia y que ahora resulta un lastre obsoleto.
Entre estas capacidades hay tres básicas, fundamentales, y sobre las que se desarrollan
todas las demás: la primera, es la capacidad de amar a la vida sobre todas las cosas, la
segunda, es la capacidad de amarse a uno mismo como la propia vida y, la tercera, es la
capacidad de amar al prójimo como a mí mismo. Esa es la piedra angular de un sano,
equilibrado y armónico desarrollo emocional humano como ser libre. Entonces, vamos
madurando biológicamente ignorantes de quienes somos, ignorantes de cuáles son
nuestras verdaderas capacidades y potencialidades como consecuencia del necesario
desarrollo del carácter. Básicamente vamos perdiendo nuestra capacidad de ser libres.

El carácter es una función necesaria, no podríamos vivir sin carácter. El carácter cumple
una doble misión: la de protegernos y la de adaptarnos al medio externo, pero el precio
que pagamos es que estas capacidades que todos tenemos, queden oscurecidas, queden
un poco ahogadas. ¿Cómo ocurre esto? Voy a intentar explicar, sencillamente, cómo es
que se forma el carácter, porque muchísimas personas consideran que nacemos con un
determinado carácter; no es cierto, eso no es así.

Nacemos con una predisposición temperamental, esta predisposición temperamental tiene


que adaptarse al medio en el que el niño nace. Y el medio en el que nacemos esta
condicionado, en primer lugar, por los padres, siendo la madre (o quien haga de función
madre) el referente fundamental del niño. Entonces, durante los primeros meses de vida,
hasta los seis meses de vida, aproximadamente, el niño se expresa tal cual se siente, él no
distingue todavía la diferencia que hay entre mundo interno y mundo externo, no es capaz
de discriminar esta diferencia. Para él todo es uno mismo, el mundo externo no existe.
Bueno, ahí está en un contacto íntimo consigo mismo que, mientras que no hay una
sensación displacentera que lo distraiga, (hambre, sed, frío, calor, contacto, etc.) el
niño mantiene el íntimo contacto consigo mismo. Él es el centro de todo el universo; no
hay capacidad de discriminar, pero si de percepción sensorial, sensitiva y afectiva.

A partir de los seis meses, siete meses, comienza lo que en psicología se conoce como la
fase en espejo: el niño se alegra cuando se ve frente al el espejo. Esta reacción indica que
el niño ya es capaz de comenzar a percibir que el medio externo existe. Ya es capaz de
ir dándose cuenta de “si hago esto, mis papas me sonríen”, “si hago esto, mis papas se
ponen serios”, “si hago esto”… Va percibiéndose y recibiendo las diversas respuestas
del “otro”. Poco a poco va adaptando sus demandas a las que percibe del mundo externo
donde se mira como en un espejo. De este modo va formando una imagen especular de sí
mismo, de acuerdo con la respuesta que le da el medio externo, sobre todo los padres y
en primer lugar la madre. De acuerdo con estas demandas y respuestas el niño inhibirá
unas capacidades o potenciará otras, de tal manera que de ese estado de identidad en el
que el niño es uno consigo mismo y uno con la vida, vamos pasando a un estado
de identificación; de identificación con la imagen que el medio externo nos devuelve, es
decir: “si haces esto, niño guapo”, “si haces esto, niño feo”, “si hago esto, me siento
querido”, “si hago esto, me siento rechazado”, etc.

Va formándose una imagen de sí mismo sobre todo por potenciación o inhibición de


determinado tipo de emociones; una imagen de sí mismo que, no olvidemos, es
especular, es decir, no existe en la realidad. En consecuencia con estas vivencias
emocionales, a lo largo del desarrollo va construyendo una línea de pensamiento que
justifique este comportamiento suyo, esta expresión o inhibición emocional. Yo lo
describo como que nos vamos contando un cuento, nos lo vamos creyendo y nos vamos
identificando con él. Es decir, que pasamos de un estado de identidad a un estado de
identificación con una imagen especular, con una imagen que nos creamos de nosotros
mismos pero que es totalmente fantaseada, totalmente imaginada de acuerdo con la
percepción que tenemos, con la respuesta que tenemos del medio externo; con ello
nos vamos alejando cada vez un poquito más de nuestra esencia, de nuestra identidad, de
la unidad con nosotros mismos. Y eso es a lo que Gurdjieff llamaba vivir dormidos, que
es una falta de conciencia de ser. Es decir, sabemos que somos, pues bueno, por inercia,
pero es difícil conocer cómo es que somos así. Y aún más difícil conocer quienes somos.
Eso ya es ir un poquito más allá.

Es esta falta de contacto, esta necesidad de adaptarnos al medio para protegernos, de


acuerdo con lo que el medio externo nos demanda, lo que nos priva de la verdadera
libertad. Poco a poco vamos perdiendo la capacidad de expresar cómo nos sentimos
porque vamos perdiendo el contacto con cómo nos sentimos y, por tanto, vamos
perdiendo la capacidad de expresión, de expresarnos con espontaneidad y con libertad.
Bueno, esto es así, esto es necesario que sea así, no podríamos vivir sin carácter, pero
tenemos que ser conscientes de cuál es la función y en qué nos beneficia y en qué no nos
beneficia, o en qué nos facilita y en que nos dificulta esta estructura que llamamos
carácter.

El carácter comienza a formarse desde el momento del nacimiento y, a los siete u ocho
años, aproximadamente, el carácter ya está hecho, está cerrado. Luego, a lo largo del
desarrollo, sobre todo en la adolescencia, aflora ya la estructura de una manera evidente,
pero ya son variaciones sobre el mismo tema. No cambiamos de carácter, sino que el
carácter puede ser más funcional o más disfuncional, según nos vayan las cosas,
pero siempre ya dentro de ese carácter que hemos estructurado en los primeros años de
vida y que nos condiciona. Nos condiciona totalmente porque ese cuento que nos hemos
contado, en el que cambiamos el “yo soy” por el “cómo debo ser o como no debo ser”
para que mis papas, por decirlo de una manera simple, me quieran; para que mis papas
me apoyen “debo de ser”, “tengo que ser” de una determinada manera y “no debo de
ser”, “no tengo que ser” de otra determinada manera. Y, por tanto, para que yo me quiera
y me apoye, y para que los demás me quieran y me apoyen, debo de ser o no ser…
Libertad condicionada, en suma.

En fin, vamos cambiando y vamos teniendo que responder. Pero todo este constructo que
nos hacemos queda en el inconsciente por pura necesidad de protegernos y evitar
sufrimiento. Todo este movimiento queda en el olvido, en el inconsciente, pero desde el
ahí gobierna toda nuestra vida y, generalmente, no nos enteramos. De este modo
respondemos siempre de una manera semejante ante diversas situaciones de la vida; pura
función mecánica: no vivimos “haciendo vida”, funcionamos en la vida más o menos
adecuadamente, como buenas maquinas. Si observamos nuestra vida un poco
objetivamente ( algo no fácil) veremos que, ante determinadas situaciones, la respuesta
es siempre semejante, hay una reactividad mecánica en el vivir. Ese refrán que dice que
el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, bueno,
tropezamos setenta veces siete.

Entonces, al distanciarnos de nuestra identidad, lo que vamos perdiendo es la capacidad


de contacto íntimo con nosotros mismos, de saber y conocer qué es lo que queremos, qué
es lo que necesitamos y de atrevernos a pedirlo. Cambiamos nuestra identidad por “qué
es lo qué el medio externo me pide”, “qué es lo que debo hacer para ser aceptado”, “qué
es lo que debo hacer o no debo hacer para ser reconocido”, etc…; siempre en función
siempre de las demandas del mundo externo, no de nuestra propia demanda
organísmica. Esto es cambiar, pasar de la identidad a la identificación. Es decir, nos
identificamos con algo que no tiene existencia real, con algo que yo he tenido que
inventarme, he tenido que contarme un cuento, he tenido que creérmelo y creo que “yo
soy así” pero “yo no soy así, yo “funciono así”, que es totalmente diferente.

Esta es la función que desempeña el carácter, nos posibilita y nos ayuda a adaptarnos, nos
evita sufrimientos y también nos los procura, y a lo largo de la vida se va convirtiendo
en una especie de armadura que nos impide el contacto real con nosotros mismos y con
el resto de las personas. Nos relacionamos de carácter a carácter, como unos caballeros
medievales se relacionarían abrazándose con la armadura puesta, de coraza a coraza.
Difícil que haya un verdadero contacto, difícil. Cuando estamos en situaciones de no
estrés, en situaciones de intimidad podemos relativamente relajar el carácter, se puede
relajar el carácter y establecer contactos algo más íntimos, pero cuando estamos en
situaciones normales y habituales, la relación es de carácter a carácter, no de ser a ser.

Y dentro de esto ¿Qué es la libertad? ¿Cómo perdemos la libertad? Bueno, esto es un


tema importante. Recuerdo que en cierta ocasión, cuando empezó la revolución
bolchevique, un periodista americano le pregunto a Lenin algo así como “que sí, que todo
aquello, el reparto de la riqueza y todo aquello estaba muy pero ¿qué pasaba con la
libertad? La respuesta de Lenin fue “Libertad ¿para qué?” Ya se que está sacado un poco
fuera de su contexto, pero cuando lo leí, hace ya mucho, a mí me impacto y es una
pregunta que siempre tengo presente, “libertad ¿para qué?” Nosotros vivimos creyendo
que somos libres, y no somos libres en absoluto. También me impacto la respuesta de
Mandela cuando estaba en la cárcel, desde su celda, cuando dijo “Lo único que no
pueden quitarme es la libertad”.

La libertad es un estado interior, no es una hacer, la libertad no es tanto hacer lo que


quiero, sino más bien poder querer lo que hago y, para poder saber qué es lo que quiero,
para poder querer lo que hago, tengo que conocerme a mí mismo. Si no me conozco, no
puedo querer lo que hago, lo que necesito, porque no lo conozco.

Libertad es la capacidad de poder movernos emocional e intelectualmente, de poder dar


respuestas espontáneamente creativas, de poder relacionarnos sin quedarnos apegados a
determinados estados emocionales o a determinados pensamientos, más o menos fijos.
Poder relacionarme en cualquier situación sin sentirme prisionero de mis prejuicios, sin
ignorancia, sin apego y, una vez que ha pasado la situación, dejar pasar ese estado
emocional, dejar pasar ese pensamiento y poder abrirme espontáneamente a otro tipo de
relación. Moverme entre los estados emocionales sin que me quede atrapado en ninguno
de ellos. Esa es, no toda, pero si el inicio de la verdadera libertad.

Si viviésemos así, no daríamos respuestas reactivas, no responderíamos siempre de


una manera automática ante determinadas exigencias o ante determinadas
manifestaciones del mundo externo, sino que responderíamos de una manera creativa, de
una manera original, de una manera adecuada a cada una de las demandas que recibimos
del mundo externo, no mecánicamente.

Para que haya libertad, tanto individual, como colectiva, es necesario el conocimiento.
Para que haya libertad colectiva es necesario que haya una información objetiva para que
se pueda conocer qué es lo que ocurre, qué es lo que pasa. Para que haya libertad
individual es necesario que tengamos una información objetiva sobre nosotros mismos
para que podamos llegar a conocernos. Si no hay verdadero conocimiento, no puede haber
libertad, eso es algo obvio.

Las respuestas reactivas son propias en la época más florida de la adolescencia. Se


responde impulsivamente, se responde de una manera fija a cualquier tipo de frustración,
por pequeña que sea, de una manera impulsiva, bien yendo hacia, bien respondiendo
rebeldemente, o bien inhibiendo; estas respuestas son por desconocimiento y miedo. En
la adolescencia ocurre así, porque el adolescente vive en un estado de inseguridad, esta
pasando por una crisis de identidad, es cierto. En este estado de inseguridad se responde
de esta manera, generalmente reactiva por miedo. Respuestas con las que intentamos
ocultar nuestro miedo a lanzarnos a la vida y reafirmarnos, precisamente por esa falta de
contacto íntimo con nosotros mismos.

Entonces, la libertad consiste en dar una respuesta adecuada, creativa a las demandas del
medio externo, siempre teniéndome en cuenta a mí, en primer lugar, que luego ese primer
lugar lo ceda, vale, pero lo cedo porque quiero, no “porque tengo qué”, “no porque debo
de”, sino porque quiero, porque siento que es bueno ceder ese primer lugar, pero
en primer lugar considerarme a mí mismo y desde ahí podemos partir.

Bien, a grandes rasgos, esto es así. Pero para hacer este camino de autoconocimiento es
necesario tener en cuenta que vivimos en un sistema, en el que estamos todos inmersos
formando parte de él, que, como en todos los sistemas institucionalizados, su principal y
con frecuencia único interés es conservar el poder. Una manera más fácil de conservar el
poder no es hacer las cosas bien, como sería lo lógico, sino mantener a la gente en el
miedo y la ignorancia. Ir socavando la capacidad de pensamiento crítico de las personas,
eso lo tenemos que tener en cuenta. Esta es una norma que se cumple en casi todos los
sistemas institucionalizados, tanto políticos, como religiosos o económicos.

Es esfuerzo va dirigido a mantener a las personas con poca capacidad crítica, sumidas en
un sueño de libertad, “usted es libre” ¿para qué?, “es libre para hacer lo que yo quiero
que haga que es lo que yo le vendo”, pero no es libre para relacionarse consigo mismo,
porque no hay conocimiento de sí mismo.

Hemos ido perdiendo a lo largo de la historia, de los siglos, esto no es nuevo, la confianza
en nuestra capacidad humanística, que es la esencia del ser humano; por eso se está
frenando el desarrollo evolutivo de la especie. Por ejemplo, los estudios de medicina se
imparte en una facultad, la enfermería se imparte en una facultad, educación se imparte
en una facultad, filosofía se imparte en una facultad; pero ya no deberían de llamarse
facultades. En las universidades, tradicionalmente hemos considerado que en las
Facultades se daba primacía al estudio dentro de una concepción humanística de lo
enseñado; ello ante las Escuelas donde se daba primacía a la técnica. Así, considerábamos
que en las Facultad se desarrollaba sobre todo saber estar humanístico, la consideración
del hombre y de la mujer como un ser humano sobre todas las cosas. Ahora ya, sonde se
enseña Medicina, se debería llamar también escuela, escuela técnica cuando el
humanismo no se ve por ningún lado. En la educación también es así, solo se potencian
son los conocimientos técnicos, no el desarrollo humanístico de los alumnos; y luego se
nos viene a decir que hay que desarrollar las emociones, una contradicción importante.
Vivimos, pues, en un estado ficticio de libertad, en algo que nos venden para beneficio
de unos pocos. Vale, pues así las cosas ¿cómo podemos obtener libertad personal?,
porque si no obtenemos libertad personal, no puede haber libertad colectiva, eso es algo
también obvio.

Como vengo repitiendo de manera casi obsesiva a lo largo de esta charla, para tener
libertad personal es necesario conocernos. Es a través del autoconocimiento como
podemos ir obteniendo parcelas de libertad, porque ser más libre es ser más objetivo. Ser
totalmente objetivo y sería ser santo y no vamos a expirar a esas alturas. Pero podemos ir
obteniendo parcelas de libertad a través de potenciar y de ocuparnos del conocimiento de
nosotros mismos, de eso que se llama el autoconocimiento. Tener información veraz, real
de nosotros mismos, para poder ir conociendo cómo funcionamos. Cómo somos, bueno,
no es de difícil acceso si uno tiene un poco de perspicacia sobre sí mismo.

Llegar a darnos cuenta de cómo funcionamos, exige un esfuerzo de atención en el


presente, en el aquí y el ahora. El estar aquí y ahora: el aquí y el ahora. El aquí es
esencialmente físico, esencialmente corporal. Es decir, yo estoy aquí, vale, todos estáis
aquí, pero ¿estamos en contacto con nuestras sensaciones?, ¿estamos sintiendo como se
expresa nuestro cuerpo, nuestro organismo?, ¿estamos relajados, estamos tensos?
Primero tener conciencia de cómo estoy cuando estoy aquí. Y estamos ahora, bueno si,
estamos ahora, pero ¿estamos ahora libres, no teniendo pensamiento fijo en qué es lo que
pasó ayer o qué es lo que pasará dentro de un rato? Si, estamos aquí, pero estamos todavía
apegados a que fue lo que paso ayer o qué es lo que pasara mañana, entonces no estamos
en el ahora, estamos en el ayer o en el mañana, estamos fuera del presente y estamos fuera
de la realidad, porque la realidad ocurre en el presente. Lo que está pasando ahora, está
pasando ahora y no está pasando hace media hora, ni dentro de dos horas, eso no existe,
solo existe lo que está pasando ahora. Si nos perdemos el momento del ahora nos
perdemos una parte de nuestra vida.

Entonces, para ir desarrollando la capacidad de autoconocimiento, es necesario hacer un


esfuerzo de atención, porque vivimos con una atención mecánica, con una atención que
no exige esfuerzo, con una atención semejante a la que tienen los animales, sin una
conciencia discriminatoria adecuada; vivimos distraídos por un montón de cosas que,
realmente, no tiene muy poca importancia, que están puestas ahí precisamente para
distraernos de nosotros mismos. No disponemos de energía suficiente para mantener la
atención en tantas cosas a la vez. Hace falta hacer un esfuerzo para centrar la atención en
uno mismo y tratar de percibir y de llegar a darme cuenta de “cómo hablo, qué es lo que
hablo, cómo me comporto, cómo pienso, cómo siento”. Lo que en la tradición budista se
llama desarrollar el “recto obrar, el recto decir, el recto pensar, el recto sentir”. Porque,
si somos conscientes de cómo estamos funcionando en cada momento de nuestra vida,
eso mismo ya proporciona autoconocimiento, ya proporciona corrección porque el
organismo siempre tiende a ir hacia el placer o la evitación del displacer; si nos vamos
dando cuenta de cómo funcionamos, el propio organismo ira eligiendo aquello que más
nos aporta, aquello que más nos ayuda. Si conseguimos ir quitando los obstáculos de la
ignorancia, el organismo se autorregula hacía la sanación.

Algo que tenemos que aceptar de entrada es que la inmensa mayoría de los humanos, por
lo menos en nuestra sociedad, en nuestra cultura occidental, ni somos libres, ni podemos
hacer. Estamos condicionados por una estructura caracterial inconsciente que nos hace
vivir de una manera más o menos mecánica y, desde este funcionamiento, más o menos
inconsciente, no podemos hacer sino que funcionamos de una determinada manera fijada
a nuestro carácter. Ir dándonos cuenta de cómo funcionamos nos va proporcionando
conocimiento sobre nosotros mismos y este conocimiento sobre nosotros mismos nos va
a ir dando la posibilidad de buscar alternativas correctoras que, en vez de procurarnos
respuestas automáticas, reactivas, nos dé la posibilidad de responder de una manera
creativa, de una manera más sana.

Es una aventura apasionante. La aventura de descubrirse uno a sí mismo es apasionante.


El ir dándonos cuenta de que no somos cómo creemos que somos; el ir dándonos cuenta
de que realmente somos mucho mejores, tenemos muchas más capacidades, podemos
mucho más de lo que creemos que podemos…, es apasionante. Cuando uno se da cuenta
de que “ah, yo hago esto pero hago esto porque tengo miedo a que me digan que sí, a que
me digan que no, a que me rechacen, a que es que a mi imagen…” Porque, como ya dije,
en el proceso de identificación lo que creamos es una imagen de nosotros mismos ala que
nos apegamos, y esa imagen la defendemos con uñas y dientes, a costa de nuestra propia
vida.

Lo que más tememos los humanos es que la imagen se nos tambalee, no tanto la imagen
cara al exterior, sino la imagen que nosotros tenemos de nosotros mismos, y por esa
imagen nos vendemos, vendemos el alma al diablo, literalmente. Cuando nos movemos,
no nos movemos tanto por nuestras necesidades, por nuestros deseos, sino por la
necesidad de proteger esta imagen que creemos que nos defiende, con la que estamos
identificados y en la que ponemos nuestra creencia y sentimos que somos así, pero eso
no es cierto, esa es la primera cosa que nos tiene que quedar clara: “yo no soy como creo
que soy”. Esto puede dar un poco vértigo “si no soy como creo que soy, ¿quién soy?”,
cuando uno se hace esta pregunta ya está bien encaminado.

Este autoconocimiento no puede ser algo teórico. Hay gente, mucha gente que se lee
libros para llegar a conocerse, eso no es posible, muchas veces incluso es perjudicial
porque nos afianza más en lo que “creemos y queremos ser”. El autoconocimiento tiene
que pasar a través de la experiencia, tenemos que experimentarnos. Podemos saber un
poco de nosotros mismos, saber un poco de nuestro carácter si leemos algunos libros,
pero si no nos experimentamos no hay paso adelante, no cambia nada, estamos ahí en un
circuito cerrado, en una rueda de hámster que no cambia nada. De manera que no se trata
de saber, sino de conocernos, y conocernos a través de tomar conciencia de la experiencia,
y la experiencia, como decía antes, ocurre en el presente, en el aquí y el ahora, no en el
antes ni en el después, sino ahora mismo.

Y dentro de esto, de este experimentarnos en el presente, hay una parte muy importante
que es la re-experimentación, es decir, volvernos a experimentar en la historia de nuestra
vida. ¿Cómo es esto? Bueno, como dije al principio, el carácter se forma en los primeros
años de vida cuando el individuo, el niño, tiene que protegerse; tiene que adaptarse con
los recursos infantiles de que dispone, tiene que adecuarse, tiene que velar por su
seguridad y crear una imagen de sí mismo, identificarse con ella y funcionar de esta
manera, porque es como ha sentido más seguridad, o menos angustia. Todo ello está
filtrado por un pensamiento fijo, por una historia que me cuento, a cerca de que la mejor
manera de estar en el mundo, la mejor manera de vivir es de esta y no otra de manera.

Un pensamiento fijo, es una especie de idea loca que elaboramos por la distorsión de la
percepción infantil de indefensión el medio. El re-conocernos es volver a experimentar la
historia de nuestra vida, es decir, tratar de hacer conscientes aquellas cosas que están
todavía en el inconsciente; traerlas al presente, que es lo único que realmente existe y, en
este presente, volver a tomar contacto con ellas, y volver a experimentarlas desde una
posición de adulto, con una capacidad de asimilación, con una capacidad cognitiva y con
una capacidad de defensa incomparablemente mayor a la que teníamos desde niños. En
este proceso de autoconocimiento se trata un poquito, en cierto modo, de desandar el
camino andado, de recuperar esa parte de la historia de nuestra vida que ha quedado
inconsciente, pero que desde el inconsciente nos rige.

Entiendo que haya muchas personas que lo no tomen en cuenta, pero la existencia del
inconsciente es algo aceptado totalmente, así como que el inconsciente gobierna sobre el
consciente en la mayoría de ocasiones, sobre todo en las situaciones de estrés, es algo
también que en este momento está totalmente aceptado. No es fácil de aceptara que
nuestra voluntad no gobierna nuestras vidas, sino que estamos regidos por la historia de
nuestro pasado, y que este pasado permanece mayoritariamente inconsciente sobre todo
de los hechos emocionalmente traumáticos.

¿Qué es lo que nos va a proporcionar este re-encuentro con nosotros mismos? Bueno, nos
va a proporcionar sentido de existencia ¿Qué es la existencia? La existencia es la memoria
de vida, no tanto la memoria lineal y racional que reside en la corteza cerebral, sino la
memoria que está impresa, que está grabada en cada una de las células de nuestro cuerpo,
esa es la memoria de vida. Todo nuestro cuerpo tiene memoria de vida, recuperar esa
memoria de vida es lo que nos va a dar sentido de existencia. Ese es el drama de las
demencias, de cualquier tipo de demencia. Personas que viven en un riguroso presente
casi minuto a minuto sin consciencia de su existencia, y todavía, cuando se dan cuenta de
que esto es así, les ocasiona una intensa angustia. Es una situación muy angustiosa,
porque se pierde el sentido de la existencia, se pierde la continuidad.

De manera que nosotros vivimos X años, pero tenemos conciencia de existencia de poco
tiempo, porque cada vez que nos desconectamos del presente, cada vez que nos
desconectamos del momento presente, del aquí y el ahora, el sentido de la existencia
queda cortado y vivimos a trozos, con espacios vacíos; es como si viésemos una película
montada a trozos, saltando secuencias, no entenderíamos el argumento.

El sentido de continuidad de nuestra vida, nuestra existencia, lo vamos perdiendo en el


“olvido de sí” pero lo podemos retomar a través del autoconocimiento y el re-encuentro
objetivo con la historia de nuestra vida, por que todo lo que hemos vivido, absolutamente
todo, está en nuestra memoria organísmica, no hay nada que se pierda, está en el
inconsciente, está impreso en la memoria celular, está impreso en la memoria emocional
y desde ahí lo podemos ir recuperando. Eso exige un esfuerzo, pero merece mucho la
pena.

Nosotros somos los que investimos a la vida de existencia, o sea, esta mesa es una mesa
que está aquí, pero que para mí no tiene existencia en tanto que yo no la invista, en tanto
que yo no la reconozca, en tanto que yo no me relacione con ella es como si no existiera,
no es como si no existiera, es que no existe, para mí no existe en absoluto.

La importancia, lo que nosotros hacemos, la función que nosotros desempeñamos en la


vida, es proporcionar conciencia a la Vida, somos los sentidos de Dios, somos los sentidos
de la Vida, somos los seres a través de los cuales la Vida toma conciencia de sí misma.
La Vida no es gratis, la Vida necesita alimentarse y la Vida se alimenta a través de
nosotros, nosotros somos los seres que alimentamos la Vida. Si tenemos conciencia de
nosotros mismos, si tenemos conciencia de la Vida, vamos a dar buen alimento a la Vida
y nuestra vida va a ir cada vez mejor. Si vivimos mecánicamente, si vivimos apartados
de la Vida, no la vamos a alimentar, y la Vida y nuestra vida va a quedar anoréxica, va ir
cada vez peor, que es lo que está ocurriendo en este momento.

En cierta ocasión, hablando de la Vida, decía, bueno, en el mundo de los animales, los
gusanos, por ejemplo, se alimentan de la organicidad de la tierra, las plantas se alimentan
de lo que producen las lombrices, la vaca se come a las plantas, el hombre se come a la
vaca y, siguiendo esta regla, ¿quién se come al hombre? Se abría ahí una pregunta muy
importante. Al hombre se lo come la propia Vida. La vida necesita ser experimentada y
que nuestra experiencia sea devuelta de nuevo a la vida, si no, la vida se queda raquítica,
se queda en una vida deshumanizada, mecánica, absurda, falta de sentido, que es lo en
este momento, de una manera llamativa estamos viviendo.

Bien, viendo así las cosas, parece esto muy pesimista, no es en absoluto pesimista. En
este momento existe un movimiento importante de interés en las personas hacia el
desarrollo humanístico, hacia el conocimiento de sí mismos y, afortunadamente hoy,
frente a este sistema que nos tiene tan alienados, ofrece muchas posibilidades de ayuda,
y muchas posibilidades para que las personas que se interesen puedan desarrollar esta
capacidad de conocimiento. Este desarrollo no pasa tanto por ese movimiento
de desarrollo emocional, porque las emociones están, las cualidades y las capacidades
propias de la especie humana están siempre, no se pierden nunca, pero están oscurecidas
y están oscurecidas por esta función, por esta estructura a la hemos llamado carácter;
entonces, este autoconocimiento, este desarrollo personal pasa, no tanto por intentar
potenciar emociones positivas voluntariamente, lo cual es poco probable que sea eficaz,
sino por ir descubriendo cuales son los obstáculos que a lo largo de nuestro desarrollo
hemos creado para que estas capacidades emocionales, intelectuales, sensoriales y
sensitivas, no puedan expresarse libremente. No es tanto potenciar determinadas
actitudes, potenciar determinados sentimientos, sino ver cuáles son los obstáculos que
impiden que se manifiesten libremente, para que se manifiesten tal y como son, sin ningún
esfuerzo; simplemente para que el ser humano se experimente a sí mismo y a los demás
como ser humano.

¿Cuál sería el punto, un punto importante a alcanzar? Llegar a querernos a nosotros


mismos, por cómo somos, no por lo que hacemos, llegar a ese punto de satisfacción en
que los demás nos quieran por cómo somos, que no nos sintamos obligados a hacer o no
hacer cosas para que nos quieran; para que nos respeten, para que nos acepten. Ese sería
el punto, aceptarme yo a mi mismo en cómo soy y manifestarme así y quererme yo por
cómo soy para que los demás me puedan querer también por como soy, no buscar en otro
sitio.

Hay un cuento de un personaje que se llama Nasrudin, que es un personaje de la tradición


sufí, cómico, serio, sabio, tonto… un personaje muy divertido. “Es un Mula, una especie
de sacerdote del Islam que un día está en la plaza del pueblo buscando, buscando,
buscando por el suelo… y la gente del pueblo que le conoce le dice: – Nasrudín ¿qué es
lo que buscas? Y Nasrudín contesta: – Pues mira, busco la llave de mi casa. Así que
contestan: -Ah, pues vamos ayudarte. Ya después de tiempo buscando las llaves, le
vuelven a preguntar: -Pero bueno, Nasrudín ¿tú estás seguro de que las llaves las perdiste
aquí? Y dice él: -No, probablemente las perdí en la puerta de mi casa, pero como aquí
hay más luz me he puesto a buscarlas aquí”.

Esto es importante, buscar donde no hemos perdido las cosas. Nuestras capacidades no
las hemos perdido en el mundo exterior. Los obstáculos no están en el mundo exterior,
los obstáculos los ponemos nosotros en el mundo exterior, porque creamos un mundo
exterior representacional de acuerdo a nuestro mundo interior. El mundo exterior que
nosotros vivimos no es real, es una proyección de nuestras propias vivencias. Entonces,
tenemos la tendencia a buscar fuera cosas que nos satisfagan, del tipo que sean, desde
cosas materiales a cosas emocionales, incluso espirituales, y ahí no lo hemos perdido, no
lo hemos perdido en ningún sitio, lo tenemos en nosotros mismos, solo que está
oscurecido, y ahí es donde tenemos que encontrarlas, ahí es donde tenemos que buscar.
Y esa es la gran dificultad, porque, para poder buscar y encontrar dentro de nosotros esas
cosas que están pero que no somos conscientes de que están porque están oscurecidas,
hace falta coraje, hace falta desapegarnos un poco de esa idea que tenemos de que “yo
soy así” y empezar a pensar “yo no soy así, yo funciono así, sé que mi carácter se formó
de esta manera, que yo me identifique con ello y creo que soy así pero realmente…”

Podemos crecer a partir de que pongamos en duda esa identificación que no tuvimos más
remedio que asumir. Nadie es culpable de tener un determinado carácter u otro. El
organismo forma el carácter de la mejor manera posible y la prueba está en que nos
mantiene vivos hasta llegar hasta aquí, y mantiene vivo nuestro deseo de mejorar. Pero
llega un momento en que eso se convierte en una rémora porque son anclajes infantiles,
porque son respuestas infantiles, porque son deseos infantiles, que no han podido
madurar suficientemente para acompañarnos en una vida de adultos. Es como
la necesidad de cambiar de coche, bueno, me serviste pero ya eres un coche viejo, ya no
te adaptas a las nuevas demandas de las carreteras, te agradezco que me hayas servido
hasta este momento, pero tengo que ir cambiando de coche. Bien, nosotros mismos
también tenemos que ir cambiando con respecto a nosotros mismos y no es una cuestión
de poner el esfuerzo en cambiar, no podemos cambiar por fuerza de voluntad. Eso es
producir mucho sufrimiento. El no querer ser como somos, es producir mucho
sufrimiento. El primer paso es aceptar que somos como somos y que realmente no
podemos hacer nada por cambiar, que lo único que podemos hacer es observarnos y el
cambio es algo que se produce sólo a través de este mecanismo de auto-observación.
Claro, pero la auto-observación tiene que ser algo acompañado porque los humanos
somos expertos en el autoengaño, en eso somos maestros, en engañarnos a nosotros
mismos, en darnos excusas, justificaciones, etc.

Vale, entonces, aceptando que somos así, que somos como somos y observando como
funcionamos, es como podemos ir dándonos cuenta de cual es nuestra verdadera realidad
y de cuál es nuestra verdadera identidad. El darnos cuenta de aquellas cosas que nos
dañan, que a lo largo de nuestra vida, de una manera repetitiva, nos produce sufrimiento,
va haciendo que el propio organismo vaya tomando otras actitudes, porque el movimiento
natural de la vida, el movimiento natural del organismo siempre es a evitar el displacer,
en la medida en la que podemos ser conscientes de ello.

En este camino de autoconocimiento, de darnos cuenta de quienes somos realmente, es


importante confiar en la capacidad de autorregulación organísmica, de nuestro
organismo. El organismo siempre va a tender a vivir mejor, a vivir relajadamente, a
buscar el placer, no el displacer y toda la historia de la vida, como he comentado antes,
está impresa en nuestro organismo, por tanto, es muy importante que empecemos a
confiar en nuestras sensaciones, en cuáles son las sensaciones que nos trasmite
nuestro organismo total, nuestro cuerpo, más que en lo que pensamos, porque a través de
esta confianza en la información que recibimos de nuestro organismo, vamos a ir
volviendo a desarrollar algo que también perdimos en estos años infantiles que es el
sentimiento básico de confianza, la confianza en nosotros mismos, la confianza en el
mundo y la confianza en que la Vida es un sostén adecuado.

Bien, hasta aquí he hablado un poco de cuál es el estado de condicionamiento en el que


vivimos, que tenemos que ser conscientes de ellos, no podemos pensarnos como “yo soy
dueño de mi vida”, en absoluto, tu inconsciente es dueño de tu vida y esto es así y es lo
que hay. Entonces en determinadas profesiones como las profesiones de
ayuda, enfermería, docencia, etc., sobre todo hay una disposición emocional que es
necesaria, yo creo que es imprescindible, que es la empatía.

La empatía es la capacidad de ponernos en contacto, desde el amor generoso, con el


sentir de otra persona. Sentir lo que la otra persona puede estar sintiendo, respetar lo que
la otra persona puede estar pensando, considerando. Si hay sufrimiento, acompañar el
sufrimiento, si hay alegría, acompañar en la alegría. Entonces, se trata de estar desde mi
Verdad, desde el contacto con mi auténtico sentir, que me lo va a proporcionar la
capacidad de autoconocimiento, con la verdad del otro, con ser capaces de ver un poquito
más allá de lo que el carácter del otro señala, ver qué hay detrás de eso, saber que el otro
es un ser sensible como yo, y lo que yo no quiero para mí, no quererlo tampoco para el
otro; y lo que quiero para mi quererlo también para el otro. Esto es bendecir. Eso es la
empatía. Pero la empatía no se puede desarrollar con fuerza de voluntad, uno no puede
ser empático, uno puede hacer como si fuese empático pero eso sirve para bien poco.

No es una cuestión de esfuerzo de voluntad, no es una cuestión de información de la


empatía, sino de experiencia, y es una experiencia que solo podemos alcanzar a través de
la capacidad de experimentarnos a nosotros mismos. Todo empieza, todo termina por el
contacto con nosotros mismos. Entonces, cuando yo me estoy relacionando con otra
persona, generalmente, lo más corriente es que esté relacionándome con lo que yo pienso
del otro, con lo que yo creo del otro o que esté relacionándome a través de lo que yo creo
que el otro piensa sobre mí y que esté fuera del contacto con lo que esa persona, en
realidad, está sintiendo y con lo que yo, en verdad, estoy sintiendo. Por ejemplo, cuando
hablamos, cuando tenemos una conversación, sobre todo cuando hay una discusión,
cuando hay una polémica, en el buen sentido de la palabra discusión, estamos oyendo a
la otra persona, pero al mismo tiempo que la oímos, estamos rebatiendo, con lo cual, no
la estamos escuchando o, al mismo tiempo, que estamos recibiendo su información,
estamos pensando “es que este es así, este, claro, por qué este tal, y tal…”, entonces, no
estamos recibiendo esa información, no estamos en el contacto real. Tenemos que
procurar ser capaces de parar ese pensamiento automático, ese prejuicio, eso a lo que
estamos acostumbrados y tratar de dejar llegar la información que viene de la otra
persona. La información que viene de la otra persona, sobre todo es gestual, el cincuenta
por ciento de la comunicación está basada en lo gestual, aproximadamente un veinte por
ciento en la palabra y el resto un poco en la entonación, en el modo en el que hablamos,
pero lo gestual es lo verdaderamente importante.

Si la empatía se sustenta sobre el amor generoso, entonces es el poder estar frente otro un
poco distanciado de mis propios pensamientos, de mis propios prejuicios, de mi propia
mecanicidad, se hace necesario. Para que la empatía pueda ir desarrollándose es necesario
que haya, por lo menos, algo de distanciamiento de mí mismo, algo de ese saber que yo
no soy, lo que creo que soy, que en mi hay cosas que desconozco, poder distanciarse un
poquito de uno mismo. Si estamos apegados al pasado, a lo que ocurrió o a lo que ocurrirá
es difícil que estemos en lo que está ocurriendo, nos estamos perdiendo el momento
presente y es lo único que hay real; ni el pasado ya es real, ni el futuro tampoco, entonces,
el estar frente a alguien, en comunicación con alguien, pero estar con lo que nos pasó
o con lo que nos puede pasar y no con lo que está pasando, ahí no puede haber empatía,
puede haber un “como si” pero verdadera empatía no hay.

Nos dicen las tradiciones espirituales, de una manera o de otra “deja de ser tú”. Y aquí,
cuando hablamos de espiritual, hacemos un enlace con lo religioso. Lo religioso puede
no tener mucho que ver con lo espiritual; lo religioso es un modo de canalizar hacia lo
espiritual, pero de hecho todas las religiones institucionalizadas obstruyen el desarrollo
espiritual. El desarrollo espiritual es un desarrollo individual, espontáneo y creativo y eso
puede que vaya contra del orden establecido, sea cual sea. Es muy revulsivo permitir que
las personas se expresen espontáneamente, sean libres y se adecuen a sus verdaderas
necesidades, es algo verdaderamente revolucionario, por ello puede no estar permitido en
la ortodoxia de las tradiciones. Entonces, las religiones pueden ahogan el desarrollo
espiritual, de ahí las persecuciones de la heterodoxia hereje, esa es la historia. Las
personas que son capaces de sustraerse a esta jaula institucional, se desarrollan
espiritualmente a través de la religión, la que sea, pero marginalmente. De aquí viene que
existan en todas las tradiciones una rama mística, una rama esotérica, como he dicho
antes. Dentro del Islam el sufismo; dentro del Catolicismo el cristianismo de base…
Siempre son tendencias marginales a lo ortodoxo.

Todas las tradiciones nos dicen “deja de ser tú, ponte en duda, cuestiónate, piensa que
no eres como crees que eres”, eso, desde las tradiciones espirituales. Desde las enseñanzas
y desde la Psicología: “ten en cuenta que hay un inconsciente, ten en cuenta que lo que
ves es la punta del iceberg, que la vida, tu vida está regida por tu inconsciente. Haz
consciente ese inconsciente, recupera la historia de tu vida, recupera tu presente y eso
hará que haya un cambio”.

Entonces, para que se desarrolle la empatía es necesario un poquito, por lo menos un


poquito, de distanciamiento de este “yo soy” y, este “yo soy”, implica no somos de la
misma camada. Es algo así, uno tiene que estar dispuesto a esta renuncia de lo que
estamos seguros, de lo que creemos seguro, en segundo lugar, es importante
comprender cabalmente de que todos formamos parte de una unidad superior, esa unidad
superior es la propia Vida.

Yo no soy teista, en el sentido del dios común y corriente, sea de la religión que sea, pero
yo creo en la Divinidad de la Vida, creo que no hace falta que haya un dios, que la Vida
en sí misma es Divina y que, nosotros, somos la vida y, por lo tanto, nosotros, somos
divinos y, desde ese punto de vista, debemos de considerar que todos formamos parte de
esta comunidad que es la Vida, como las células de nuestro cuerpo forman parte de
nuestro cuerpo. Cada célula sabe cuál es su misión, conoce cuál es su misión y todas,
todas, constituyen un organismo, una unidad funcional a la que llamamos ser humano, en
este momento, o cualquier otro ser vivo. Ser conscientes de esto, ser conscientes de que
no nos podemos separar de la Vida, que no nos podemos separar del otro; la vida de cada
uno de nosotros es imprescindible y tenemos la obligación de cuidarla. Tomar
conciencia de esto, de que todos formamos parte de los mismo, cada gota forma parte del
océano, cada gota es imprescindible para el océano, cada uno de nosotros somos
imprescindibles para la Vida y nuestro deber es cuidar a la Vida y, cuidar a la Vida, pasa
por cuidarnos a nosotros mismos, cuidarnos a nosotros mismos, pasa por conocernos,
conocer nuestros deseos, conocer nuestros sentimientos, conocer nuestras emociones y
tratar en lo posible de satisfacerlas.

Esto en relación con los demás, con cada uno de los demás. Por lo tanto, la empatía es
una respuesta verdadera a lo que de verdad hay, libre, lo más libre posible, de los
prejuicios. Para que haya una respuesta verdadera yo tengo que estar en contacto con mis
verdaderos sentimientos, con mis verdaderas emociones y ser capaz de percibir lo que de
verdad hay en el otro, lo que hay por detrás de lo que aparenta, porque, detrás de lo que
aparenta, hay un ser que es semejante a mí, que tiene los mismos deseos, las mismas
necesidades, los mismos sufrimientos que yo, en tanto que yo sea capaz de colocarme,
de ayudar, de ponerme en su lugar, estoy haciendo por la Vida en sí.

Todo lo anterior, requiere tener una atención abierta, una actitud y una atención abierta,
no estar cerrados completamente, apegados a nuestros procesos mentales, apegados a
nuestros procesos emocionales, queriendo que las cosas sean de otra manera de como son
en realidad. Eso es necesario, es distinto lo que es real, de lo que imagino que es real.
Nosotros imaginamos, a veces imaginamos situaciones tremendamente catastróficas y
nos inhibimos, otras veces, imaginamos situaciones maravillosas, y nos lanzamos, y
resulta que la realidad no es ninguna de las dos cosas, porque tenemos la atención puesta
en nuestros propios procesos, no en lo que de verdad hay.

Y ¿cómo hago esto?, bueno, hay una brújula, una brújula que es muy fiable, no infalible,
pero muy fiable que es la brújula organísmica. Es fiarnos de nuestras propias
sensaciones, de lo que el cuerpo nos dice, de lo que el cuerpo nos hace sentir. En
cualquier tipo de situación es mucho más fiable el tomar contacto con cómo me siento y
cómo siento que queda la situación, que lo que pienso de ella, muchísimo más fiable. Lo
que pienso de ella siempre va a estar condicionado por esta estructura caracterial.

Las estructuras caracteriales no son infinitas, es decir, cada uno de los que estamos aquí
no tenemos un carácter diferente, hay un determinado número, unos determinados tipos
de carácter y todos estamos ahí. No somos tan maravillosos como creemos que somos,
tan individuales. Entonces, funcionamos desde esa fijación, ese pensamiento que tenemos
del mundo “las cosas deben ser como tienen que ser”, “el mundo tiene que satisfacer mis
demandas” o “a mí nunca me salen las cosas bien”, “tengo que ser brillante para ser
aceptado”, “no puedo manifestarme porque tengo miedo a que me den el coscorrón”, en
fin, o “no puedo hablar porque lo que yo tengo que decir no es muy importante” Estamos
fijados ahí y, no lo podemos evitar, de momento, entonces, lo que no va a fallar es la
sensación: ¿cómo me quedo sensorialmente? ¿Cómo me percibo en esta situación?
¿Cómo percibo que la situación queda? Y… fiarnos, fiarnos de esta información
organísmica. Esa es una brújula que generalmente da buena información. Bien, así son
las cosas, más o menos. En este momento, extenderme más por este sendero no creo que
sea posible.

Dentro de esto, tenemos que considerar y echar un vistazo a lo que llamamos


responsabilidad. Responsabilidad es una palabra muy bonita. Si la diseccionamos un
poco podemos ver que es: “responder con sabiduría y habilidad a cualquier momento
(Pedro de Casso)”. Este juego de palabras es bonito. Responsabilidad es hacernos cargo
de nosotros mismos, para poder tener una respuesta creativa y adecuada al momento. Ser
libres para decir lo que sí y lo que no, sin esperar a que se me complazca. Yo tengo
derecho a pedir y el otro tiene derecho a dar o no dar, pero yo tengo que
hacerme responsable de lo que siento, de lo que pienso, de lo que digo, de lo que hago y
no hablar, no decir, no pensar creyendo que mi decir, mi pensar, mi hacer no tiene
consecuencias. La palabra crea y la palabra destruye. Lo que decimos, lo que pensamos,
lo que hacemos tiene consecuencias y debemos de responsabilizarnos de esas
consecuencias y es una responsabilidad individual, y a la vez colectiva, pero, primero,
individual. Cada uno tiene que responsabilizarse, debe responsabilizarse de su propia
salud, de su propio crecimiento personal para poder llegar a desarrollar una sociedad más
sana. No podemos esperar, de ninguna de las maneras, que nos salven desde arriba, nunca
ha ocurrido así. Si echáis un vistazo a las revoluciones y todas estas cosas, incluso a
aquella revolución romántica en la que muchos creímos en una determinada época que
fue la revolución cubana, vemos que no podemos esperar que desde arriba venga un
cambio social; eso, hasta ahora no ha ocurrido, eso ocurrirá si individualmente vamos
desarrollando nuestra conciencia de ser, vamos desarrollando nuestras capacidades
humanísticas y vamos formando una masa crítica, como se la llama, capaz de hacer una
demanda de cambio, capaz de procurarnos el cambio. Si estamos esperando que el cambio
venga de arriba, no va a ocurrir, sino todo lo contrario, hay una enorme resistencia al
cambio social, al cambio político, al cambio institucional. También hay una resistencia al
cambio individual, porque dejar de funcionar como estamos acostumbrados a funcionar
para intentar funcionar de otra manera, aunque se nos asegure que sera mejor para
nosotros, puede producir un poco de miedo, hay una resistencia a ello, tenemos que contar
con eso, hay una resistencia siempre.

Responder con responsabilidad a las demandas de una sociedad sana, pasa por saber
responder con responsabilidad a las demandas individuales de cada uno de nosotros.
Poder satisfacer las demandas individuales de cada uno de nosotros, pasa por conocernos.
Entonces, el autoconocimiento es imprescindible para que pueda haber crecimiento,
maduración, desarrollo y libertad. Es necesario que uno ponga un interrogante a “yo soy
así y fui así desde que nací” “pobrecito, no ha cambiado nada a lo largo de tu vida”. Vale,
poner ahí el interrogante. Entonces, además es la obligación, es el deber que los jóvenes
“tenemos” con la vida. La vida no es gratis, el deber que tenemos con la vida es devolver
más vida.

El ser humano tiene sentido de la trascendencia, creemos que es el único mamífero que
la tiene, a lo mejor si, a lo mejor no, no lo sé. No es tanto en la trascendencia hacia otra
vida después de la muerte ¿quién sabe? Para mí la trascendencia de cada uno de nosotros
está en la propia especie, en hacer que la especie humana sea cada vez mejor, y no que
sea tecnológicamente mejor, no que tenga más chismes, más aparatos, más tecnología,
que eso está muy bien, si se usa bien, si se usa mal como se está usando, pues un desastre.
La trascendencia está en que la humanidad vaya recuperando su sentido de humanidad,
su sentido humanístico, vaya siendo cada vez más consciente de sí misma, esa es la
trascendencia inmediata que nosotros tenemos, y esa es la obligación que nosotros
tenemos para con la Vida. Si tratamos bien a la Vida, la Vida nos tratara bien a nosotros.

Yo creo que esta es una misión, sobre todo, de los jóvenes, que sois los inconformistas,
heterodoxos, portadores de nuevas, ideas de nuevos cambios. Nosotros, bueno, no
nosotros, los que son mayores, tenemos que sustentar lo que hemos conseguido, pero lo
que tenga que venir, el cambio, los cambios, la mejoría, eso tiene que venir de mano de
los jóvenes. Yo siento que eso es un deber que tenemos para con la Vida, pero si queremos
propiciar un cambio tiene que ser a través de un cambio de conciencia, de un cambio en
el darnos cuenta de cómo vivimos, de un cambio en la capacidad de autoconocimiento,
de tener conciencia de qué es lo que hacemos aquí. ¿Vosotros habéis pensado alguna vez
qué es lo que hacemos aquí, en este planeta tierra? ¿Cuál es nuestra misión? Es un poco,
no sé… ¿Qué hacemos aquí? Somos un experimento yo creo, un experimento capaz de
tener conciencia de sí mismo, capaz de mejorarse a sí mismo, capaz de evolucionar
emocional, intelectualmente y experiencialmente y, eso, va a propiciar un mejor vivir,
pero no un mejor vivir desde el punto de vista tecnológico, sino un mejor vivir desde el
punto de vista humanístico, llegar a concienciarnos de que la vida de cada uno de nosotros
es imprescindible para la vida de los demás, ese sería el cambio de conciencia por el que
es necesario pasar.

Si alcanzásemos este nivel de conciencia, es decir, yo formo parte, tengo mi


individualidad, pero formo parte de la conciencia universal de la Vida y confío en ella,
que la Vida está ahí con una actitud amorosa para recogerme, entonces, podríamos ser
libres de entregarnos a su flujo, esa es la verdadera libertad: el no estar condicionados
a la defensa de una imagen que yo he estructurado sobre mí en dependencia de lo que el
medio externo puede darme o quitarme, ser capaz de auto-reconocerme, auto-valorarme,
auto-sostenerme, a través del conocimiento de sí, para no estar dependiendo de que los
otros me lo den, los otros me lo darán si, neuróticamente, a ellos les conviene o no, pero
yo no puedo estar esperando a que venga la teta de fuera, tengo que darme yo mi propia
teta, tengo que desarrollar mi propio amor, tengo que aprender a quererme como soy,
tengo que aprender a amarme como soy. En la medida en la que yo sea capaz de amarme
a mí mismo y aceptarme como soy, en esa misma medida, podré amar a los demás
y aceptar a los demás como son. Nadie puede querer lo que no conoce y nadie puede dar
lo que no tiene, entonces, tenemos que adquirirlo en nosotros mismos y sabemos que lo
tenemos, pero que está oscurecido por esta estructura fija a la que llamamos carácter,
entonces, atravesarlo, irlo conociendo, irlo desgranando, es lo fundamental, básico.

Aquí, creo que estáis reunidos estudiantes de enfermería y de educación. Para mí son las
dos piedras angulares, son los dos pilares básicos del desarrollo sano de una sociedad,
desde luego. La salud, y no me refiero solo a la salud física, la salud física es básica, claro,
pero también la salud emocional. Y en educación, no me refiero tanto a la información,
como a la formación y desde la posición de autoridad que da el ser profesional, el ser un
enfermero que se acerca a un paciente. Ahora he tenido yo ocasión de pasar por un
hospital durante un tiempo, desde la posición de enfermo. El enfermero es el ángel de la
guarda, mucho más que el médico. El médico cumple una misión tecnológica, más que
otra cosa. El enfermero cumple una misión humanística. Desde esa posición de autoridad
que da el ser un profesional, tanto de la enfermería, tanto de la salud, como de la
educación, dar testimonio con la actitud. Un educador es una persona que trasmite
humanidad. Eso no es cuestión de información, no es cuestión de palabras, sino es
cuestión de actitud. Si nos acercamos a la otra persona desde la salud a un paciente, desde
la educación a un niño, un adolescente, hagámoslo con una actitud verdadera, con una
actitud en la que hay contacto con uno mismo. La otra persona lo va a percibir, más allá
de las palabras. Y eso es ser educador: trasmitir humanismo. Luego, la información que
haya que transmitir, se trasmite, pero desde ese contacto verdadero, des ese verdadero
contacto humano.
La importancia fundamental de esta manera de entrar en contacto de este modo, es
intentar apoyar el que la persona confíe en sí misma: que el niño o el paciente confíe en
sus propias capacidades de desarrollo o en sus propias capacidades
de sanación. Trasmitir esto: tú puedes. Apoyar el desarrollo de todo lo que sea el
autocuidado, todo lo que sea el auto-amor, esa sería la misión fundamental de
un educador. No podemos separar el oficio de enfermero o el oficio de maestro, de ser
un educador. En esa posición de autoridad profesional, todos somos educadores y, ese,
es el quid de la cuestión: ayudar a confiar en sí mismo. Si una persona no confía en sí
mismo, no puede amarse, no puede quererse y, si no puede quererse, tampoco puede
querer a los demás, eso no tiene vuelta de hoja, no conoce lo que es eso.

Entonces, es necesario, es imprescindible, sé que todos lo sabéis, sé que todos


tenéis conciencia de ello, aunque metemos la cabeza debajo del ala. Sabéis que es
necesario propiciar un cambio, no podemos seguir viviendo como estamos viviendo hasta
ahora. Estamos destruyendo, no solo el planeta, no solo la sociedad, sino algo más,
estamos destruyendo la esencia de nuestra vida: el humanismo, no podemos seguir así.

Yo estoy por eso, desde aquí doy testimonio y vosotros desde ahí debéis de darlo, porque
el futuro es vuestro. Entonces, si tenemos que propiciar un cambio, no podemos esperar
que el cambio venga desde arriba, es necesario un cambio de actitud desde dentro, es
decir, cumplir lo que tenemos que cumplir con una actitud amorosa, con una actitud
diferente, sin tener en cuenta a la autoridad. No es una cuestión de se rebeldes a la
autoridad, sino aceptar la autoridad, pero no aceptarla tal y como ellos la imponen, sino
con un cambio en nuestra actitud. Eso es ser antisistema, sin ir contra el sistema, ser
operativos desde dentro del sistema y tener en cuenta que el sistema lo formamos todos.
El sistema no son los políticos, los políticos es el pus del sistema, digamos que son el
deshecho del sistema, es la consecuencia del sistema, pero el sistema somos todos
nosotros. Nosotros somos los que, con nuestra actitud, apoyamos al sistema. Es necesario
que cambiemos nuestra actitud para que podamos manifestarnos dentro del sistema de
otra manera. Eso es necesario, eso es imprescindible. Cambiar la manera de trasmitir la
cultura, porque la cultura nuestra no nos enseña a amar la vida, lo sabéis muy bien, y,
además, lo sabéis por vuestra propia experiencia. A lo que nos han adiestrado es a
explotar la vida, a usar la vida, pero no a amar la Vida. Esos elementos que surgen de vez
en cuando que aman la vida son los que propician los cambios, pero eso no es general. Es
el cambio de conciencia, ese es el cambio de conciencia, trasmitir ese amor a la vida para
poder amarnos a nosotros mismos como la vida que somos y poder amar a los demás
como la vida que son.

Si conocemos la Vida, si llegamos a poder conocerla, nos damos cuenta de que es


amorosa, de que nos sostiene, de que no tenemos que temer nada de Ella y eso va a ayudar
a que podamos entregarnos libremente a su flujo. Esa es la verdadera libertad, la
capacidad de renunciar a mi miserable, pero valiosa, libertad individual y entregarme
libremente al gran flujo de la Vida.

Bueno, pues ya; ¿para qué más?


La sazón
30 julio de 2013

Hace pocos días estuve en un lugar, un lugar con pinos, algarrobos, olivos y algunos
viejos almendros a los que les llegó el tiempo de secarse, dejando en ofrenda sus secas
ramas al fuego de un antiguo hogar. También hay romero, tomillo, pitas, atochas,
carrascas… Olores de monte y vida.

Desde pequeño aprendí a buscar la sazón húmeda en la tierra; lo aprendí de mi padre.


Hacíamos pequeños hoyitos mientras, charlando, íbamos de paseo por los bancales de
viñas y almendros, después de que alguna lluvia, por ligera que hubiese sido, mojase la
tierra. Me quedó esa costumbre hasta el día de hoy.

Recuerdo que yo casi siempre veía buena sazón, y así se lo decía. Su respuesta, la más de
las veces, era: no hijo, esta lluvia no ha llegado hasta las raíces, sólo ha servido para
refrescar la tierra; en cuanto caliente el sol se evaporara.
Secano. Siempre pendientes de una lluvia a tiempo que la más de las veces no llegaba, o
no llegaba la suficiente para una buena sazón.

Ese día, sentado a la sombra de un pino, me puse a escarbar con una rama seca que por
allí estaba, por ver si la tierra guardaba sazón después de las pocas lluvias de primavera.
Sólo por costumbre.

El sol seguía su camino, siempre de este a oeste, siempre aparentemente el mismo pero
cada día distinto. Mi hoyo cada vez más profundo, mi rama seca cada vez más pequeña,
gastada del esfuerzo contra la tierra también seca; yo, distraídamente tenaz, encontraba
tierra fresca pero no húmeda.

En su caminar el sol se me llevó la sombra del pino y el frescor de la tierra, pero al poco
me trajo otra que fue abrigándome de su calor, aun fuerte al inicio del atardecer.

Levanté la vista. Al fondo las colinas limitaban el valle sin ahogar el horizonte. Un valle
de tierra seca, pero cuajado de almendros, viñas y algarrobos, que se ofrecía inundándose
de esa luz ocre que va tomando el atardecer y que no he visto en ningún otro lugar, o que
no me llega al corazón de la misma manera.

¡Para qué más!, sentí. Elegí dejar caer el día tranquilamente.

¿Para qué más?

De regreso a lo cotidiano, miré alrededor y me vino otro sentimiento: ¡para que tanto!

¿Para qué?
¡CHE!: ¿QUÉ PASA CON MI VIDA?
2 mayo de 2011

A la gente no le gusta que le enseñen.


A la gente le gusta aprender.

Hace ya algún año, durante una entrevista con una persona joven con la que hablaba
acerca de su dificultad para abrirse emocionalmente, relacionarse y disfrutar, me dijo:
“tengo mucho miedo a la muerte-nada; por eso he elegido vivir menos, para así morir
menos”.

No hice ningún comentario, ni me lo pidió. Lo que yo sentí fue que llegar a la muerte
con las manos medio vacías de vida, debe ser muy triste; debe crear un anhelo
incontenible de desear haber vivido más en la vida. Imagino que este anhelo puede que
se manifieste como un gran apego a la vida en el momento final y culminante de ella.
En ese momento en que debe darse la ocasión de paladearla toda de una vez. Imagino
que este apego dificultará el tránsito, restándole gozo y añadiendo sufrimiento al hecho
cierto de tener que soltar, y de que nos suelten.

Al correr del tiempo, esta persona reconoció que su sistema para “vivir menos” había
consistido en poner todo su esfuerzo en no querer ser como era. De este modo, estando
en guerra contra lo que no le gustaba de sí mismo, generando ansiedad, culpa,
sentimientos de abandono, de descalificación, etc…, como daños directos de estas
batallas, se entretenía y daba cierto sentido a su vida a costa de sufrirla; con esta actitud
“no perdía vida, sólo sufrimiento”.

Sin ser muy conscientes y sin saber muy bien por qué, generalmente ponemos
demasiado esfuerzo en no querer ser como no tenemos más remedio que ser, porque así
ha sido la historia de nuestra vida. Esta falta de aceptación, ocasiona la mayor parte de
nuestros sufrimientos. Distraemos la atención del hecho de que la vida esta llena de
dicha y disfrute; más aún, distraemos nuestra atención del hecho de que a lo largo de la
vida de cada uno hay más momentos de disfrute, relajación y placer, que de sufrimiento.

Nos criticamos, nos ponemos prejuicios y se los ponemos a la vida: “Yo y mi vida
tenemos que ser como…”. De este modo poco disfrutamos de nuestra vida real. No
tenemos ni la energía ni el hábito necesarios para permitir que nuestras experiencias
vitales se desarrollen con plena consciencia en el aquí y el ahora, dejándonos nutrir por
ellas. Les ponemos dificultades con nuestras “pensamientos sobre…”. Prejuicios y
comparaciones; al fin y al cabo fantasías más o menos locas para distraernos de
nosotros mismos. Del hecho obvio, oculto de puro obvio, de que es nuestra interacción
con la vida lo que de ella nos nutre.

Es esta una actitud inconsciente, compulsiva y generalizada que nos mantiene alejados y
distraídos de nuestro ser original. Alienados del origen y del ser, es complicado disfrutar
de la vida. A pesar de que las cosas son así, y muy a pesar nuestro, nos mantenemos con
el esfuerzo (y el sufrimiento) puesto en seguir viviendo para “ser como aprendimos que
debíamos ser”. A esta compulsión la llamo la rueda del hámster.
Para dejar discurrir la vida con verdadero disfrute, para acercarnos al gozo de ser, es
necesario salir de esta inercia. Pero lo que hemos aprendido no es posible disolverlo
tratando de que alguien nos enseñe a ser de otra manera. Es necesario que cada uno
volvamos a aprender y aprehender de nuestra vida. Pero ahora, ya más consciente, con
la intención de poner la atención en quién soy, no en cómo soy yo.
Es necesario propiciar un cambio en el conocimiento y en el sentimiento que tenemos
de nosotros mismos para poder llegar a la convicción de que la vida nos proporciona
sostén. Sin embargo, no puede haber cambio si no hay experiencias correctoras,
experiencias sanadoras que ayuden a airear los dolores y disolver los juicios, prejuicios,
resentimientos, quejas, rencores…, que tenemos grabados rígidamente en nuestro
organismo, sobre todo en nuestro intelecto.
Las experiencias correctoras que necesitamos para reaprender de nuestras vidas están al
alcance de la mano; en cada momento del presente. Bastaría, casi, con ir variando el
punto de atención, no tomándonos tan en cuenta, (aun siéndolo, nadie somos el centro
del Universo). No poniendo tanta energía en cómo nos pensamos y nos piensan,
podremos dirigir la atención al momento presente para poner la consciencia en cómo
nos sentimos: sensarnos, sentirnos, experimentarnos, en vez de pensarnos.

Poner la atención consciente en cómo nos sentimos ampliamente. No solamente en las


sensaciones y sentimientos que rechazamos, – a los que responsabilizamos vanamente
de nuestros sufrimientos -, sino y sobre todo en las sensaciones y sentimientos que sí
valoramos; en las situaciones donde sí nos reconocemos disfrutando. Valorar como
fuente de vida las experiencias que sabemos que nos nutren y nos ayudan a crecer como
seres humanos, aunque pensemos que “no está bien disfrutar tanto”.

Ambos sentimientos -placer y displacer- conviven en el mismo instante del aquí y


ahora, pues no existe otra realidad más que la que uno esta viviendo en cada momento.
Así las cosas, resulta bastante claro que, de una manera decisiva, todo depende de donde
pongamos la energía de nuestra atención. O dicho con otras palabras: la sensación que
recibimos de nuestras vidas depende, en gran parte, de elegir a qué vivencias le damos
más importancia de entre las muchas experiencias que nos ocurren cada día.

La mayor parte de las vivencias diarias son agradables o neutras, raramente


displacenteras. Sin embargo, parece que atraen especialmente nuestra atención, y se
fijan más persistentemente en la memoria, aquellas que originan u originaron displacer,
que, mire usted por dónde, generalmente coinciden con las que no cumplieron o
cumplen con nuestras fantaseadas expectativas. Como en los medios de comunicación,
lo dramático vende, atrapa y da poder para atemorizar.
Aunque no tengamos plena consciencia del sistema de vida en el que estamos inmersos,
lo cierto es que nuestras capacidades para tener un pensamiento crítico; para ser libres y
poder elegir tomar el riesgo de lo nuevo frente a lo acomodaticio; para tener la osadía de
pensar por uno mismo frente al eslogan vendido, están siendo cada vez más obnubiladas
y oprimidas. En esta época esta siendo verdaderamente difícil ser libre y poder elegir
nuestra vida. Aun así, no podemos permitir que se vaya drenando nuestra Humanidad en
el sumidero de un sistema de palabrería manipuladora y hueca.

Frente al sistema del miedo, la Vida continua siendo benevolente y protectora. Su


naturaleza es fluir con la Realidad creando más vida desde el mayor bienestar posible.
La naturaleza de la Vida es, pues, expandirse y disfrutar de sí misma, incluso aunque se
le ponga obstáculos. Abrirnos a la idea de que cada uno de nosotros somos la Vida, es el
pórtico de la Paz. El camino discurre a través del aprendizaje desde la propia
experiencia en el dejarse fluir, sin apegarnos a lo que nos gustaría ni rechazar lo que no
nos gustaría. Aprender de cada vida que la Vida en sí, es acogedora, amorosa e
impermanente.

Cuando nos vamos abriendo a la vida y dejándonos fluir con ella, la Vida nos atraviesa,
nos limpia y nos despierta a la vivencia corporal, emocional, intelectual y espiritual de
que podemos generar Esperanza; y, quizás de repente, descubrimos asombrados que
siempre ha estado en nuestra naturaleza, y sentimos que la Realidad está ahí
precisamente para apoyarnos y sostenernos.

Descubrimos también que tenemos Fe –más o menos enjaulada-. Nos damos cuenta de
que siendo una expresión más de vida, tenemos la innata capacidad, y la necesidad, de
dejarnos fuir con ella; de hacer mi vida a mi manera, de cometer mis errores y aprender
de ellos. Que no es necesario cumplir el mandato de cómo se debe ser o hacer. Que
podemos estar aquí sin buscar el aplauso o temer la censura.
Este dejarse fluir es, sobre todo, disfrute de nuestra vida. Disfrute del solo hecho de
conocer que aquí estamos, que sí podemos y que sí somos insustituibles para la Vida, de
ahí que su naturaleza, -y nuestra responsabilidad-, sea cuidarnos mutuamente.
¡Dejémonos en paz, no nos lo pongamos difícil! Utilicemos la intención de nuestro
esfuerzo para desarrollar y mantener la atención consciente en el sentimiento que nos
proporciona la vida en el presente. Viviremos, y viviremos mejor, podremos conocernos
y conocer, y desde el conocimiento tendremos un pensamiento crítico y creativo ante
tanto lema y eslogan alienante, manipulador, vacío de contenido humanista. Podemos
ser libres y elegir.

Si es necesario busquemos ayuda en personas que nos faciliten aprender, que nos
apoyen para ir disolviendo las trabas que nos impiden dejarnos estar y aprender de
nuestra propia experiencia. Aprehender nuestra experiencia y compartirla, hacerla real,
ya que es al tiempo única y común.

No nos ayudarán mucho quienes pretendan enseñarnos cómo debemos vivir nuestras
vidas o cual es el camino correcto. El camino correcto siempre pasa por el corazón de
cada persona. Confiemos en la intrínseca bondad de la Vida, de la Realidad y del Ser
Humano, aunque a veces sus expresiones adopten una forma dolorosa e incomprensible;
incluso aterradora. Esta comprensión está más allá de nuestra capacidad de pensamiento
lógico. No obstante, como no somos sólo pensamiento lógico, si observamos y sentimos
ampliamente la realidad de la vida, no este o aquel detalle, no tenemos más remedio que
aceptar que la Vida y la Realidad son bondadosas.

Nosotros, cada uno de nosotros, existimos no como una parte de la Vida, sino que
somos la propia expresión de Sí Misma: En la Vida, entre yo, el otro (lo demás) y la
Divinidad no hay separación real ninguna.
TENER O NO TENER MEMORIA: ¿ES
ESTA LA CUESTIÓN?
15 octubre 2010

La memoria organísmica es una propiedad y una función inherente al organismo humano


que, para hacerse consciente, necesita de la atención. La atención es otra función propia
de lo humano, pero necesita ser desarrollada para alcanzar toda su potencialidad y, así,
poder llegar a tener completa consciencia de nuestra existencia.

Durante los primeros tiempos de la vida, estamos en contando armónico con


nosotros mismos percibiendo organísmicamente todas las sensaciones por las que
pasamos – y más adelante las emociones – idealmente en un estado de relajada armonía
que irá facilitando el desarrollo de la atención sobre nosotros y sobre el medio. Dichas
vivencias quedan fijadas automática y fielmente en nuestra memoria de vida; memoria
que reside en todas y cada una de las células de nuestro organismo. De procesar y poner
orden en la memoria de vida se encarga posteriormente el cerebro con sus diferentes
estructuras.

Cuando esta armonía se pierde porque aparezcan estados displacenteros, más o menos
mantenidos, dichos estados quedan igualmente fijados en nuestra memoria organísmica,
pero sus contenidos son relegados a una parte inconsciente de dicha memoria. Este
movimiento hacía la inconsciencia, responde a la necesidad natural de autorregulación
del organismo; autorregulación adaptativa al medio en el que tiene que desarrollarse
siguiendo la Ley del menor displacer posible.

La mayoría de las personas sólo tenemos recuerdos parciales de nuestras vidas a


partir de que alcanzamos capacidad para el lenguaje y la reflexión, entre los tres y cinco
años. Lo cual no quiere decir que la memoria sensorial y emocional no haya registrado
todas y cada una de las experiencias por las que hemos ido pasando, vivencias que
resultan fundamentales para el desarrollo ulterior de la persona hacía el ser adulto.

Cuando alcanzamos la capacidad para el lenguaje y la reflexión,


reconceptualizamos todas estas experiencias tan básicas para el desarrollo posterior – y
que han quedado fielmente guardadas en nuestra memoria organísmica – pero lo hacemos
de una manera distorsionada respondiendo a la necesidad natural de autorregulación hacía
el menor displacer posible, aunque éste sea fantaseado. Esta capacidad de fantasear
nuestro pasado es exclusivamente humana.

Dicha reconceptualización, por distorsionada, distorsiona también nuestra memoria de


vida, dejando en el inconsciente de la memoria experiencias importantes, o dándoles un
significado que no responde a la verdadera causa original. Los eventos displacenteros
son, generalmente, relegados a lo inconsciente de la memoria – pero ahí quedan, no se
pierden – produciéndose una disociación entre sensaciones, emociones y recuerdos en
relación a la percepción de la realidad, sin conocer cual es la verdadera causa. Es decir,
tendremos una percepción distorsionada de nuestra historia de vida.
Esta percepción distorsionada dará lugar a que se vayan estructurando unos patrones de
respuestas sensoriales, emocionales y cognitivos automáticos evitativos y adictivos – la
compulsión a la repetición – desligados del contacto objetivo con la realidad.
Precisamente por esta ruptura del contacto interno y externo con la realidad, en su
momento fueron útiles para evitar sufrimiento en el movimiento emocional y conductual
adaptativo al medio.

Es decir, ante un evento real, objetivamente neutro, que nos causa un determinado tipo
de frustración emocional, unas personas pueden reaccionar con furia, otras con sumisión,
con depresión, etc. Pero siempre reaccionamos de modo semejante ante el mismo tipo de
frustración, según la distorsión del patrón que hemos desarrollado. Perdemos buena parte
de nuestra capacidad de adaptación creativa como adultos y continuamos fijados en
respuestas infantiles que ya no nos son útiles. Esta es la base de la estructuración del
carácter.

Así pues, el carácter se estructura sobre la base de una memoria distorsionada en cuanto
al origen de las sensaciones y emociones, ocasionada por un déficit en la calidad y
dirección de la atención durante su desarrollo. De este modo queda, en más o en menos,
bloqueada la capacidad de tener consciencia objetiva de nosotros mismos y, por tanto, de
la realidad.

Posteriormente, a lo largo del desarrollo, a medida que el niño va alcanzando la capacidad


para el lenguaje y la reflexión, necesita darse una explicación racional para los estados
por los que ha transitado y transitará, creándose un mundo imaginario que le de, al menos
en parte, una comprensión suficientemente tranquilizadora sobre las emociones y
sensaciones que siente de sí mismo y sobre el mundo. Este es el cuento que nos contamos
acerca de nosotros mismos y de nuestra relación con la vida, y en el que creemos sin
cuestionarlo.

Aunque podamos pasar toda o buena parte de nuestra vida inmersos en un mundo
imaginario, desconectados de nuestra realidad interior, de nuestro origen, y de la realidad
del mundo donde vivimos, el hecho es que todas nuestras vivencias han quedado fijadas
en nuestra memoria organísmica con exacta fidelidad, aunque no tengamos consciencia
de ellas.

Lo que si experimentamos es una vivencia distorsionada de ellas, y focalizamos nuestra


capacidad de atención solamente en función de mantenerlas tal y como creemos que las
conocemos, lo cual nos da un falso sentido de identidad junto con un sentimiento de
insatisfacción que con frecuencia origina sufrimiento. Re-actualizamos nuestro pasado,
pero no actualizamos nuestro presente: no crecemos emocionalmente.

La vida en sí misma es sabia y benévola. El hecho transcendente de que toda las


experiencias de nuestra vida estén guardadas fielmente en nuestra memoria organísmica,
nos da la posibilidad de recuperarlas sensorial y emocionalmente, y de procesarlas
cognitivamente sin distorsiones desde una posición de adultos. Está abierta, pues, la
posibilidad de llegar a restablecer la relación armónica y placentera con nuestra realidad
interior y en la interacción con la realidad de la vida.

No olvidemos que, por un déficit en la dirección de la atención, buena parte de los


contenidos de nuestra memoria de vida está relegada al inconsciente, y con ellos
precisamente los contenidos donde residen muchas de las experiencias originales, los
pilares de nuestro desarrollo como personas adultas. Es decir, el contacto íntimo con la
experiencia de nuestro ser original está mayoritariamente inmerso en el inconsciente de
la memoria, y guardamos de él, como mucho, una percepción distorsionada.

Recuperarlas de este olvido va a depender de las posibilidades que tengamos de reactivar


esta memoria latente y poder tomar consciencia de sus contenidos sin distorsiones. Re-
conocer conscientemente el camino por el que transitamos en muestro pasado, nos puede
conducir a dejar de estar condicionados por él; es decir, a ser más libres por tener más
amplia y objetiva consciencia de nuestra existencia.

Para este rescate de nuestro pasado, no sirve solamente que sepamos de nosotros y sobre
nuestras vidas recordándonos intelectual y racionalmente, puesto que los recuerdos
estarán así mismo distorsionados. Es necesario que volvamos a reactivar nuestras
experiencias sensoriales y emocionales para, una vez que se hagan presentes, poder tomar
consciencia de ellas aquí y ahora como adultos.

Se hace necesario, pues, volver a re-experimentarnos con la atención puesta en


nosotros mismos y en la realidad, para poder tomar contacto con nuestras experiencias
sin distorsiones. Es decir, re-conocerlas tal y como fueron para atravesar y vaciar ese
mundo imaginario en el que vivimos, y poder llenarlo de realidad.

El conocimiento de la experiencia de nuestra vida es lo que nos da sentido de existencia.


Este conocernos se sustente sobre la memoria organísmica, y se enriquece por el saber
acerca de uno mismo. La sabiduría surge de tener consciencia de este equilibrio
complementario entre conocer y saber. Este es el equilibrio que da acceso a la objetividad
sobre nosotros y sobre la realidad. En definitiva, se trata de rescatar nuestro pasado para
rescatarnos en el presente y re-conocernos en la realidad de nuestro origen.

El Recuerdo de Sí (al que se refiere Gurdjieff, y en el nosotros insistimos tanto) es un


buen camino hacia la salud, pero no desarrolla toda su capacidad sanadora si se limita
solamente a un recuerdo intelectualmente racionalizado. Es necesario que se reactive la
memoria de las vivencias con la mayor discriminación que podamos alcanzar. Y esto no
es posible si la atención consciente no está centrada en la experiencia real.

Cuestión siempre difícil y más en estos momentos, cuando el aparato social a nuestro
alrededor está montado para procurarnos distracción constante; montado para que
olvidemos quienes somos y nos dediquemos a funcionar como una productiva y
silenciosa pieza más de la gran maquina de alienación individual y colectiva. Matrix no
es sólo una ficción, también es una manera de narrar lo que realmente está ocurriendo.
Vivimos inmersos en el aire; sin embargo sólo somos conscientes de él cuando hay viento.
De igual manera, tampoco somos plenamente conscientes de la alienación en la que
estamos inmersos al menos que ocurra un movimiento.

Es conveniente propiciar este movimiento sin esperar a que venga el huracán; hacer un
esfuerzo de atención consciente para sacar la cabeza y tomar consciencia de la realidad
de nuestra situación. Este movimiento es realmente subversivo; de ahí el interés en
mantenernos distraídos, dormidos y alienados de nuestro ser original, aunque sea a costa
de provocar crisis mundiales.
La atención consciente debe llevarnos a cuestionar nuestras reacciones emocionales ante
los eventos de la vida, detectar aquellas que son mecánicamente repetitivas y, así, poder
observarlas con algo más de objetividad, y poder relativizarlas distanciándonos
emocionalmente de las provocaciones que consideramos como causa indiscutible,
“culpables” de nuestras reacciones emocionales: “¿Cómo me siento ahora?; ¿qué me está
pasando a mí?; ¿cómo es que me está pasando esto y no otra cosa?; ¿tal vez no esté así
por culpa de…? Tal vez lo que está ocurriendo-me aquí, me guste o no, lo esté facilitando
e incluso provocando yo, ¿cómo lo hago?”

Estás y otras cuestiones, planteadas con consciencia, honestidad, coraje y método nos
pueden conducir a cambiar una vida predeterminada por nuestro carácter en una vida llena
de probabilidades, aunque también de incertidumbres, e ir asumiendo la responsabilidad
que implica la libertad de crear nuestra propia vida. Se trata pues, de restablecer nuestra
innata capacidad organísmica de adaptación a la realidad de una manera creativa
armónica y saludablemente.

Una canción, de la que no conozco el titulo, el autor ni los interpretes, expresa este
movimiento frente a la inercia de la alienación de una manera clara y sencilla, al modo
de las buenas canciones:

Tal vez el mundo no sea tan pequeño,

Ni sea la vida un hecho consumado.

Quiero inventar mi propio pecado,

Quiero morir de mi propio veneno.

Si queremos, en definitiva, inventar nuestra propia vida, la cuestión no se puede plantear


como tener o no tener memoria, puesto que tenerla la tenemos. La verdadera cuestión es:
tener o no tener consciencia de nuestra memoria de vida. Tener plena y clara
consciencia de la línea de nuestra existencia o tener una consciencia fragmentada y
distorsionada de ella.

Es necesario elegir y responsabilizarse de la elección. La inhibición también es una


elección y no exime de responsabilidad.
IN MEMORIAM
3 junio 2010

Tu ausencia se funde con el sudor de mi intimidad y ahí se queda, sin querer salir a la
realidad del compartir. Aun no es tiempo. Que eche raíces en este invierno húmedo es
promesa de primavera florida.

Cuando las emociones están en carne viva, cuando duelen las pérdidas y uno transita por
ellas como puede; cuando duele una nueva pérdida y se evocan todas las pérdidas de la
vida, las propias y las ajenas que también duelen, el refugio en el silencio de la intimidad
es el bálsamo del dolor pacientemente aceptado, sin rebeldía, sin negación. Ya no puede
haber olvido. ¿Para qué las palabras habladas o escritas?

Ya no hay recuerdo, sólo memoria de una experiencia de vida compartida desde la verdad
de un vivir así y no de otra manera. La pérdida está incluida. Tu ausencia es tan
vívidamente dolorosa, tan exquisitamente amorosa que no quiero pasarla por el filtro
distorsionante del recuerdo.

No es bloqueo, es el simple deseo de no poner palabras a una vivencia a la que no le


quiero poner palabras. Aunque le ponga estas pocas.

Gustavo Adolfo Farías de la Torre, jodido gaucho, burlaste a la muerte, cuando te la


deseaban los facinerosos de tu otra patria, para venir aquí y darnos lo mejor de ti: tu
experiencia de vida más que tu saber ilustrado, que no fue poco. No quiero hacer otra
cosa que llevarte en mi corazón con admiración y gratitud; con un amor destinado a ser
compartido amando, pero aún no. Sigo haciendo mi tránsito contigo en mi memoria, no
en mi recuerdo. Quien puede saber si, en algún momento, memoria y memoria se re-
conozcan en lo insondable del Misterio…
DESCUBRIENDO A “EL OTRO”
15 febrero de 2009

En los humanos, por ser humanos y no ángeles, todo cuanto nos acontece tiene un sustento
corporal; es decir, ocurre a través de nuestro cuerpo y mediante la percepción de nuestras
sensaciones, emociones y pensamientos tomamos consciencia de nosotros mismos y de
nuestra vida.

Aunque la memoria de nuestra vida reside en todas y cada una de las células de
nuestro organismo, es misión del cerebro coordinar todos estos procesos. El cerebro es
como una central que procesa impresiones (datos) y establece conexiones entre ellos, con
la particularidad de que el órgano en sí es ilimitadamente plástico en el desempeño de sus
funciones. Pero, obviamente, en el cerebro no reside el yo, sino que esa falacia a la que
llamamos YO es coordinada y se expresa a través de él, según las improntas que han
dejado marcadas la historia de nuestra vida.

En la evolución de las especies, el cerebro no va perdiendo algunas de sus


funciones para adquirir otras nuevas sino que al ir ascendiendo en la escala biológica
incorpora nuevas capacidades sin perder las adquiridas (aunque sí pueden quedar en
estado latente) hasta el momento en que da el salto evolutivo a una forma de vida más
desarrollada.

La neurofisiología y la química molecular están precisando minuciosamente las


áreas del cerebro humano que se activan ante determinadas sensaciones, emociones y
pensamientos, y el cómo se articulan entre sí estableciendo circuitos de conexiones
interneuronales. Estas conexiones, que se establecen durante nuestros primeros años de
vida dependiendo de las vivencias de cada persona, son plásticas y pueden ir cambiando
a lo largo de nuestro desarrollo como personas adultas.

Pero también pueden quedar rígidamente fijados en unos patrones que, quedando como
predeterminados, nos limitan en nuestras capacidades de percepción objetiva, ya que las
filtramos según dichos patrones. Es decir, nos percibimos y percibimos la vida según la
idea subjetiva que se ha fijado en cada uno de nosotros a partir de las experiencias vividas,
las cuales crean sus propios circuitos; lo que dista mucho de una percepción abierta y
objetiva, o sea, real.

Estos circuitos rígidamente fijados son el sustento neurofisiológico del carácter, de la


fantasía de ser YO. Pero esta rigidez puede ser sólo relativa, por cuanto que a medida que
el carácter va modificándose también se modifican dichas estructuras neurológicas
estableciendo nuevas conexiones entre sí. Tanto sea esta modificación hacia una relación
más armónica con nosotros mismos, o más disarmonica y disfuncional. Es decir,
acercándonos a un vivir más saludable o alejándonos de él.

Sin embargo, lejos de ser el cerebro el que determina nuestras reacciones y percepciones
emocionales e intelectuales, somos nosotros los que determinamos su funcionamiento, su
plasticidad. Por ello dichas redes neurofisiológicas pueden modificarse si somos capaces
de modificar nuestro carácter, no al contrario, mediante experiencias correctoras, bien sea
a través de una psicoterapia o de cualquier otro modo (sobre todo si va acompañada de la
práctica de meditación) siempre que se encamine a tener un conocimiento mas objetivo
de nuestra historia y de su acción sobre nuestro presente. Digo conocimiento (quizás
mejor re-conocimiento), pues no se trata sólo de limitarnos a saber más a cerca de
nosotros. Saber y conocer, prosa y emoción, deben estar equilibrados para que surja la
poesía de la vida.

Los humanos, en nuestra evolución filogenética, hemos llegado a ser mamíferos


tricerebrados; es decir, hemos desarrollado tres tipos estructura cerebral que, aunque
interconectados, son sustento de diferentes funciones y manifestaciones, no sólo a nivel
de las funciones básicas (las cuales, por decirlo de una manera sencilla, son automáticas,
fuera de nuestra percepción consciente) sino también en cuanto a los sentimientos más
humanos, como puede ser el deleite, la generosidad y la admiración.

Mantenemos un cerebro primitivo, reptiliano, cuya función es sobre todo la de la


supervivencia y satisfacción del individuo, que está orientado al placer individual, y que
en el humano tiende hacia el amor erótico, a dar pasión y disfrute a la vida; es el amor-
placer, tan penalizado a lo largo de nuestra educación infantil. Sobre esta estructura se
desarrolló el cerebro medio, común al resto de los mamíferos, del cual depende el cuidado
y protección de la descendencia, y que en nosotros sustenta el amor a la familia y a las
demás personas de nuestro entorno, conservando el afecto más allá de la presencia física
de los seres queridos; es una forma de amor duradero y generoso que podemos ir
desarrollando hacia lo humanamente transcendente.

Finalmente se comenzó a desarrollar una estructura específicamente humana, el


neocortex, la parte del cerebro más moderna y evolucionada de la que no disponen el
resto de los mamíferos. En el momento del nacimiento, el neocortex es una estructura
vacía, que por su plasticidad es potencialmente capaz de desarrollarse ilimitadamente. En
ella se van diseñando circuitos neuronales de acuerdo a nuestras experiencias sensitivas,
sensoriales, emocionales y cognitivas durante los primeros años de nuestra vida;
podríamos decir que es la estructura que sostiene las normas mediante las que somos
educados. Pero nuestras primeras experiencias son procesadas primariamente en los dos
cerebros inferiores, de modo que se establecen circuitos de retroalimentación activadora,
inhibitoria o distorsionante entre estas tres funciones cerebrales.

Por ejemplo, si durante nuestra infancia se nos ha penalizado el placer y el disfrute a los
que naturalmente estamos abocados, el neocortex establecerá una conexión de inhibición
sobre el cerebro reptiliano, distorsionando su función natural, el amor por uno mismo y
la capacidad de entrega al placer individual. Si se nos ha penalizado el altruismo, la
camaradería, la importancia del otro, de cualquier otro, el neocortex establecerá
conexiones que distorsionaran la capacidad natural de amor generoso y entrega, propia
del cerebro medio o mamífero.

El neocortex pues, registra y fija nuestras experiencias, y a partir de ellas va estableciendo


las interconexiones con las otras dos estructuras cerebrales. Esta interconexiones entre la
tres estructuras cerebrales sustentarán las actitudes y conductas que mantendremos como
predeterminadas y que se manifiestan a través del carácter.

Siguiendo la enseñanza del Dr. Claudio Naranjo sobre los Tres Amores que los humanos
somos capaces de desarrollar, en el cerebro reptiliano se sustenta el amor infantil, el
“amor de hijo”, el amor necesitado del placer de las caricias, ternura y erotismo; el amor
de autocuidado tierno hacía el niño interior. En el cerebro medio, el cerebro mamífero, se
sustenta el “amor materno”, el amor compasión, el amor que da generosa e
incondicionalmente. El amor empático que tiene en cuenta que además de un yo, hay un
tú; el amor que nace de descubrir al otro como individuo con la misma dignidad que uno
mismo. Es la forma de amor que nos lleva a conocer el dolor y sufrimiento del otro como
mi propio dolor, mi propio sufrimiento.

Finalmente el neocortex, estructura que, como he dicho anteriormente, en el momento del


nacimiento está vacía, sustenta el “amor paterno”, el amor admirativo, exclusivamente
humano, amor que apunta hacia los ideales, hacia la trascendencia, hacia la realización
de las potencialidades dadas. Es el amor que dando valor al otro, lo inviste de respeto y
de autoridad, incluso de veneración; es el amor que, apreciando al otro, “apunta hacia el
cielo, hacia la divinidad”. Es la forma de amor que puede evolucionar hacia la
espiritualidad.

Continuando con la enseñaza del Dr. Naranjo, el problema de la neurosis radica, en


definitiva, en una disfuncionalidad entre estos tres amores. Según sus palabras, en “un
quedarnos cortos en el abrazo a uno mismo desde los tres amores”. El problema es, pues,
que uno de estos tres amores queda interferido a lo largo de nuestra maduración personal;
y la sanación está en conseguir integrarlos y armonizarlos. Esta armonización pasa
necesariamente por reconocernos como deficitarios en alguno de ellos y en reconocer la
manipulación que hacemos sobre el otro para conseguir el que nos falta sin mostrar
nuestra carencia.

Sin embargo, siendo las tres formas de amor igualmente importantes y necesarias para
una buena salud individual y colectiva, yo quiero poner el acento en el amor materno, en
el amor que reconoce al otro como sujeto y no como objeto de complacencia. Pienso que
si el homo sapiens ha dado el salto cualitativo que ha dado hacia la humanización es,
precisamente, gracias al desarrollo de esta forma de amor protectora, generosa y
desinteresada.

El Sentimiento Básico de Confianza en el medio al que venimos al mundo y en el que nos


desarrollamos, sentimiento que depende sobre todo de la función materna durante
nuestros primeros años, se desarrolla gracias a la seguridad que proporciona el
establecimiento de vínculos a largo plazo, mediante los cuales podemos esperar ser
cuidados durante nuestra vida y recibir protección en los momentos difíciles, (no
solamente mientras somos seres inmaduros como ocurre en el resto de los mamíferos).
Al respecto, son clarividentes las palabras de Batty, el replicante de Blade Runner, en sus
últimos momentos: “Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad?…Eso es lo que
significa ser esclavo”.

En la medida en que históricamente se ha ido dando esta seguridad en poder ser aceptados
y cuidados, en ir perdiendo el miedo a la precariedad de la supervivencia (pasando de
hordas a tribus, de tribus a poblados, de poblados a ciudades, a estados, etc.…), nos hemos
podido ir permitiendo no tener que dirigir gran parte de nuestra energía a la
autoprotección desde la desconfianza en el medio, sino que hemos podido dirigirla hacia
el disfrute de nuestra capacidad de amor placentero con nosotros mismos y con los demás.
Más aún, es lo que ha hecho posible el desarrollo del neocortex, y es lo que hará posible
que podamos desarrollar plenamente todas sus potenciales, es decir, el respeto, la
admiración, la creatividad y la espiritualidad; en definitiva, la capacidad de reconocer lo
divino en lo humano.

Así pues, pienso que es a través del cuidado y apoyo mutuo generoso y desinteresado
como la humanidad puede desarrollar su capacidad de evolucionar hacia lo divino. De lo
contrario seguiremos estancados en nuestra evolución natural; o como hasta ahora,
avanzando a un ritmo tan lento que, tal vez, inhabilitemos el Planeta para nuestro propio
sustento, y para algunas otras especies, antes de haber desarrollado todo nuestro potencial
como especie, antes de haber concluido el experimento para el que estamos en este
planeta; y, por tanto, podemos haber desperdiciado el sentido de nuestra vida como
individuos.

Pero para que nuestra especie pueda seguir la evolución natural que le es propia, es
condición básica que podamos reconocer al otro como un ser tan digno de amor y
consideración como uno mismo, y no sólo con la palabra; en teoría sabemos que todos
somos iguales, pero en la practica… Cuestión no fácil puesto que estamos habituados a
reconocerlo no como sujeto de igual a igual, sino como objeto para la satisfacción
personal y narcisista.

Al fin y al cabo tan solo se trata de aplicar la Regla de Oro de todas las tradiciones
espirituales: ama al otro como a ti mismo. Lo que ocurre es que amarse a sí mismo
armónica y equilibradamente desde los tres amores, es verdaderamente difícil,
simplemente por desconocimiento de nosotros mismos. Confundimos el propio amor con
el amor propio y nos metemos en el puro y duro narcisismo, y mientras no nos vaciemos
de narcisismo, mientras no podamos hacernos pequeños para que el otro y el mundo se
hagan grandes, el amor compasivo y generoso es difícil que tenga cabida en nosotros.

Se nos dice: “Ama a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo”. Sin
embargo creo que es mucho más fácil amar a Dios que al prójimo, y también más fácil
amar al prójimo que a uno mismo. Por ello la alternativa sería: aprende a reconocerte
para poder amarte y cuidarte primeramente a ti mismo, luego desarrolla este amor hacia
tu prójimo y él te llevará a la divinidad.
¿Quiénes somos?
15 ocrubre 2006

A través del hecho misterioso de la Encarnación pasamos de una existencia en el nivel de


las no manifestaciones fenomenológicas, en el que hay identidad con la Unidad, al nivel
de las manifestaciones fenomenológicas aprehensibles por los sentidos. Todo el proceso
del devenir evolutivo, a partir del nacimiento, es un tránsito que implicará una pérdida de
nuestra identidad original, un oscurecimiento óntico -como lo define Claudio Naranjo-
que deviene en una experiencia de vacío esencial por la pérdida del contacto con nuestro
origen. Nos distanciamos, pues, de lo más valioso que tenemos: de nuestra identidad
esencial y del poder del yo Real.

Intentamos llenar el vacío esencial, en el que quedamos tras esta pérdida de identidad,
elaborando una pseudo-identidad a través de identificarnos con la imagen especular en la
que nos vemos reflejados, y que recibimos sobre nosotros desde el medio en el que hemos
nacido, esencialmente y en primer lugar con la imagen que nos devuelve nuestro medio
familiar, nuestros progenitores. El proceso de desarrollo que sigue esta identificación
sustitutoria se estructura y cristaliza en el aparato defensivo y relacional que conocemos
cómo el carácter.

De la dolorosa travesía por la desconexión de nuestra esencia, permanece la experiencia


de vacío, de falsedad y de anhelo por lo perdido, sensación arraigada en la memoria
sensitiva, sensorial y emocional de nuestra propia vida individual -aunque no a nivel
consciente-, dejándonos en un estado de desasosiego que percibimos como insatisfacción,
tristeza e inseguridad. Identificarnos con el carácter es un intento de evitar el contacto
con el vacío, la tristeza y el miedo esenciales, así cómo de llenar el anhelo por el estado
de identidad que perdimos y del que solamente guardamos, si acaso, memoria intuitiva e
inconsciente.

Pero este proceso de identificación defensiva lleva implícito que se establezca el


oscurecimiento óntico, el olvido de sí, como la estrategia defensiva energéticamente más
económica. Necesariamente tiene que ser así, puesto que no disponemos de energía
suficiente para mantener el esfuerzo de permanecer con la atención en nuestro propio ser,
y a la vez tratar de evitar el displacer que nos causa la no aceptación de sus
manifestaciones espontáneas, consecuencia de la escasa comprensión y tolerancia del
medio que nos rodea. Causa de esta distracción de la atención hacia la propia esencia,
caemos en la mecanicidad compulsiva del hacer como sentimos que se nos pide que
seamos. Condiciones que nos desconectan de nuestra consciencia y nos proporciona falsa
sensación de identidad. Sucumbimos en un estado de pereza a la introspección y al
desarrollo personal, ya que dicha estrategia entraña la inhibición del fluir del Impulso de
Vida, del impulso hacia la búsqueda de sí, de la Voluntad de Ser en definitiva.

Ante la impuesta necesidad de inhibir parte del Impulso de Vida a lo largo del proceso de
desarrrollo y maduración, mantenemos dicha estrategia defensiva identificándonos cada
vez más con la imagen que percibimos de nosotros, quedando así apegados a ella.
Identificación mediante la cual se hace cada vez más profunda la ignorancia sobre nuestro
Ser Original, puesto que con ella profundizamos en la desconexión que nos aboca a
permanecer en un estado de anhelo, insatisfacción, tristeza y miedo, cuyo origen
permanece inconsciente y del que sólo percibimos sus manifestaciones defensivas, sean
éstas los rasgos del carácter y su mecanicidad compulsiva o los síntomas clínicos. Con
este apego a la imagen, a la vez, tratamos de evitar el contacto emocional con la ansiedad,
la angustia y la depresión resultado del vacío existencial en que hemos quedado.

Nuestro miedo más profundo, lo que nos inmoviliza, lo que más tememos todos es la
pérdida de la imagen de identificación, precisamente porque no tiene identidad real,
porque es una mera especulación imaginativa. De la inexistencia real de esta distorsión
cognitiva y emocional que hemos elaborado sobre nosotros mismos, del cuento que nos
hemos contado y creído, tenemos noticias sensitiva e intuitivamente, lo conocemos puesto
que está arraigado en nuestra memoria de vida, pero no sabemos de él.

El estado de temor y desconfianza esencial en el que vivimos deriva precisamente del


miedo inconsciente a que se descubra la falsedad en la que estamos inmersos, puesto que,
teniendo noticias de ella, ignoramos cómo es. Así, nos mantenemos en el temor por la
ignorancia de su origen y porque, al estar arraigado en la memoria de nuestra experiencia,
queda superpuesto al dolor infantil provocado por la pérdida de nuestra identidad; un
dolor que esencialmente es de desamor hacía nosotros mismos, atravesado por el dolor
del desamor que percibimos de nuestros progenitores y, como consecuencia, por la
desconfianza en el mundo que nos recibe.

Nuestros progenitores nos acogen con un amor ya condicionado y escaso en ternura y


tolerancia, pero sobretodo nos reciben en un estado de profunda ignorancia acerca de
quién es el que nace, y de cuál es su naturaleza esencial. Por su ignorancia, y por la
nuestra sobre el propio devenir histórico individual, acabamos desconectados y teniendo
miedo de lo único real y, por ello, de lo más valioso del ser humano.

Tenemos miedo de que se descubra la falsedad e inexistencia de nuestra imagen


protectora ante un mundo que hemos percibido como hostil. De que se descubra no
solamente ante los demás, sino y sobre todo ante nosotros mismos, ya que la falta de
hospitalidad amorosa con que nos recibió el mundo en que hemos aterrizado, ha lesionado
gravemente nuestro Sentimiento Básico de Seguridad, y nuestra capacidad para
relacionarnos amorosamente con nosotros mismos y, por ende, con la propia Vida. No se
puede amar lo que se desconoce.

El proceso de socialización implica, pues, que devenimos en seres deficitarios en Amor


Esencial por la pérdida del contacto con la esencia de nuestro ser; y deficitarios también
en amor humano, puesto que no recibimos la calidad del contacto tierno y amoroso que
necesitamos durante el proceso de paternalización. Es precisamente esta falta de
aceptación y de contacto tierno y amoroso lo que propicia la inmovilización de la energía
que necesitaríamos para mantener la atención en nuestro ser esencial y unívoco. La
consecuencia es que a lo largo del proceso de desarrollo, maduración y socialización
vamos perdiéndonos de nuestro contacto íntimo amoroso y, por ello, dejamos de
reconocernos en nosotros mismos. Será, pues, a través de hacernos conscientes y de
reconocernos en nuestra Esencia Original, más allá de la imagen con la estamos
identificados, cómo podemos alcanzar la salud y abrirnos a la vida y a la espiritualidad.
En definitiva se trata de atravesar el miedo a apartar el velo de la ignorancia sobre quienes
somos realmente, para poder recuperar nuestra unidad esencial y, con ella, la armonía en
nuestras vidas.
¡ DIOSES !
15 enero 2005

Voy a relatar una historia intima que Zeus me contó ayer, o antes de ayer, o hace un par
de eones, ( no creo que la fecha tenga mayor importancia ), mientras tomábamos unos
vinos añejos en la taberna de la esquina, la que está justo a la izquierda de allí, junto con
otros dioses de otras farándulas. Si he de ser sincero, incluso a riesgo de parecer un poco
marujon, creo que me hizo tan intima confidencia porque, aunque ebrio, también estaba
un poco apesadumbrado por el escándalo de su chiquillería. Lo comprendo.

Esta fue la confidencia que me hizo, quedamente, cómo hacen los íntimos cuando están
de copas. Yo la relato tal cual me la contó, sólo me he tomada la licencia de novelarla un
poco para que quede mejor, y añadir algunas aclaraciones para los que no estén
acostumbrados al trato divino:

Era un día claro, más bien luminoso. Por tanto, lucía un sol espléndido y por el
firmamento volaban algunas nubes, justamente las necesarias, ni una más, para tratar de
emular un plató de Holywood, sin pretender alcanzar igual sumo de belleza. En el Olimpo
son más modestos y con menos necesidades de vestir sus desnudeces.

Por allí andaba Zeus de paseo. En realidad, como quien no quiere la cosa, se
ocupaba de controlar a sus dioses muy dados al desmadre, cómo bien sabemos. Para
disimular se tocaba los rayos, solo la punta, de tal modo que, sin aspavientos, mostraba
cuan grandes eran y la inmensidad de su poder. Al fin y al cabo ese es el trabajo de un
dios padre, y Zeus, ante todo, es un buen profesional.

Allá estaba también Dionisos, bien relajado sobre su eterna poltrona observando los ires
y venires del afanado Apolo. No tenía otra cosa que hacer. No sabemos muy bien la
motivación real, pero probablemente movido por algún ligero cosquilleo de un pequeñito
sentimiento de culpa que le incomodó, se sintió perplejo, una vez más, ante tanta e
incomprensible actividad[1].

Así pues, Dionisos, irritado como sólo los dioses se irritan, pero sólo cuando ellos
deciden irritarse[2], salió de su segura y profunda convicción de que es mejor dejar que
cada cual haga con su vida lo que le rote[3], y de este modo se dirigió a Apolo:

- — Apolo, tú que has sido dotado por el cónclave de los dioses de toda la
armonía del orden de la belleza. Tú, cuyo equilibrio de formas es envidiado por todo el
Panteón. Tú dueño de todos los éxitos, ¿ por qué andas afanándote tras esto y aquello?.
¿No tienes suficiente que pretendes perfeccionar lo perfecto, mejorar el logro,
engrandecer lo grande, satisfacer lo que debe permanecer insatisfecho?[4]. ¿Acaso
pretendes que nadie comparta contigo?. ¿Dudas de tu belleza, o es que esperas algo aún
más magnifico, o de un resplandor de tal intensidad que nos deslumbre a todos?. ¿Es que
confundes con desidia el quedarte quieto y dejar que los demás nos contemplemos en
ti?[5].

Apolo, ¿qué tiempo te queda para disfrutar de lo que te concedimos por nuestra
benevolencia y magnanimidad?. ¿No dispones de tiempo para disfrutar con nosotros de
ti?. Apolo, mira que incluso el tiempo de los dioses es limitado, y tú andas haciendo el
capullo. Además, resultas un poco coñazo. Me disgustaría tener que chivarme a
Hera….,aunque, bien pensado, a tu madre le tienes sorbido el seso, tal vez también el
sexo….., así que no voy a molestarme para nada. Pero, ¡ quédate quieto de una vez, so
asno, émulo de Narciso ¡[6].

Fastidiado por haber sido interrumpido en su afanoso laborar, Apolo respondió un tanto
airado, lo justo solamente para no perder la compostura:

- — Mira Dionisos, bien harías en seguir ocuparte sólo de lo tuyo. Porque tú, que
no tienes nada porque dices que las cosas de la vida hay que soltarlas, no agarrarlas, y así
justificas estar permanentemente ocioso y sólo te ocupas de disfrutar de lo que hay a tu
alrededor, no puedes comprender que el tiempo juega en contra, y que os es preciso a
todos mantener mi belleza, mis éxitos y mi perfección[7]. Mejor harías en colaborar en
vez de criticar. ¿Acaso tu no podrías entender, entre goce y goce, que sólo lo que se
consigue con esfuerzo se disfruta con satisfacción?[8]. ¿Cómo puedes estar seguro de
conservar lo que tienes si no te esfuerzas por defenderlo, mantenerlo y engrandecerlo?.
Dionisos, así, desde tu poltrona, sólo disfrutarás de lo que otros, o tu imaginación, te
proporcionen. Dejas correr el tiempo sobre ti con la ilusión de que él te embriagará igual
que el vino que viertes en tu boca. Tu “dolce fer niente” me saca de quicio y, sobre todo,
de mi tarea. Me haces perder el tiempo. ¡Cállate![9].

- Apolo, Apolo…..,no me toques los racimos porque……[10]

Pero por allí andaba Cronos que, con el fino oído de todo paranoico, habiendo escuchado
mentar su nombre varias veces, y bien dispuesto a cabrearse por un quítame allá esas
pajas, dejó en cualquier sitio la mitad sobrante del hijo que se andaba comiendo, y decidió
averiguar quien estaba malediciendo sobre él, o tal vez intentando aprovecharse.

En tono francamente airado, ( Cronos no es de los que guardan las formas ), dejó salir su
enorme vozarrón:

- – ¿Que andáis con mi nombre en vuestra sucia boca?. Id con cuidado porque
si dejo de comer, con sólo quererlo, puedo detener vuestras propias y estúpidas vidas[11].
El uno con su constante pulir el espejo; pasota el otro, venga chupar del frasco y con
ganas de más. ¡ Así estropeáis la digestión de lo mío !. Andad con ojo, porque
últimamente se me está abriendo un buen apetito de dioses y los hijos andan escasos[12].

Tal alboroto organizó Cronos gritando y esparciendo restos de otro hijo que había
comenzado a saborear, que Hermes desvió la atención de sí mismo y, no sin esfuerzo,
decidió intervenir para que el respetable silencio volviese a reinar en el Olimpo:

- — ¡Ignorantes dioses entre todos los dioses![13].

Luego, se dirigió a Cronos y sentenció:

- ¿ No comprendes que bastaría con que nos detuviésemos un instante en el espacio que
hay entre dos respiraciones, en el espacio que hay entre dos pensamientos, para que tú,
omnipotente señor del tiempo, desaparecieses y tu lugar fuese ocupado por la vertical de
Eternidad?[14]. No pretendas, pues, imponer tan débil tiranía frente a la propia Vida. Ya
sabes, quien mucho ladra poco muerde[15]. Y, ¡ límpiate los morros, sucio envejecedor
de mortales ¡[16].

Una vez tomada carrerilla, con impresionante seriedad, continuó Hermes con el repaso:

- Y a vosotros, en permanente lucha, sólo tengo que deciros que estoy harto de escuchar
como discutís sobre la razón de cada cual. Harto de que perturbéis la paz del Olimpo sin
que ninguno de los dos aporte nada a nadie. Que cada cual reine sobre su propia
ignorancia, pero no me distraigáis más de mí mismo. Mejor haríais en llegar a un acuerdo
los tres a fin de que hubiese paz para todos[17].

Por lo bajinis se oyó: “¡ Que plasta el tío, se raya un mazo ¡”. Probablemente era una
ninfa[18].

- — De cualquier manera, aún no lo han conseguido, concluyo Zeus.

Así andan las cosas por el reino de los dioses.

Claro que, los humanos somos otra cosa.

Juan José Albert

[1] Cómo sabemos, los actos de los dioses se repiten cíclicamente por una eternidad, pero ellos los viven
como nuevos cada vez. Si no fuese así, su hastío sería también infinito. Por esta razón, “una vez más”
debe interpretarse en su contexto adecuado una vez más.
[2] Bueno, “deciden” tiene connotaciones subinconscientes: ellos creen que deciden cuando en realidad se
ven impelidos al acto. Por son dioses, que no se enteren.
[3] El lector avispado se dará cuenta enseguida que Dionisos fue el inventor de la actitud zen del no-
hacer.
[4] Obviamente, aquí se refiere sólo a los humanos, sino de que iban a existir ellos.
[5] Aquí se evidencia la tendencia mirona de Dionisos. Pero él aun no lo sabe, es dios.
[6] Evidentemente estas expresiones son un insulto. Por ellas podemos interpretar que Dionisos también
tiene mala uva.
[7] Ya sabemos que Apolo es algo manipulador, pero controlado. Al fin y al cabo está de parte de su
propia razón.
[8] También los dioses tienen necesidad de justificarse. Además infinitamente.
[9] Comprendamos que la vida de Apolo es realmente esforzada, cansada. Disculpemos el vislumbre de
cierta envidia que sus palabras implican.
[10] Aquí podemos observar la tendencia de Dionisos al disimulo.
[11] Démonos cuenta de lo antigua que es la estrategia del ataque preventivo. No se si Cronos es
etiológicamente el primer paranoico, si devino paranoico por aprendizaje, o como mecanismo de defensa.
[12] Dicen que, de tanto enfadarse, padecía de impotentia coeundi. No obstante, aclaro que aquí se refiere
a los minutos y segundos: estaba a punto de comprender que el tiempo es determinado por el espacio. Es
decir, a punto de sufrir lo que llamamos la castración simbólica.
[13] Bueno, Hermes padecía de un poco de complejo de superioridad, pero con razón.
[14] Aquí se refiere a un estado que dicen que ocurre cuando se entra a un nivel alterado de consciencia, y
que demuestra el chasco que estaba a punto de llevarse Cronos.
[15] De esta frase de Hermes deriva el homónimo refrán castellano. Lo que demuestra que los castellanos
habitualmente tratamos con dioses.
[16] Evidentemente Hermes también tiene malas ideas. Y es que el cuelgue es el cuelgue, y cuesta
dejarlo. De Hermes deriva hermético, es decir, que no suda nada.
[17] La irritación le hace perder el control de sí y se le ve el plumero de su vena moralista, pero con
buena intención. Al fin y al cabo, ¡ es un dios ¡.
[18] Ya se sabe, las ninfas siempre han sido díscolas, mal educadas e irrespetuosas. También sexis,
divertidas y traviesas. ¡ Benditas sean¡. Hay tan pocas…….
LAS FUNCIONES BASICAS DE LOS
PADRES
junio 20, 2004
by Juan José Albert
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El año pasado escribía, en estas mismas paginas, sobre los diferentes aspectos del
Sentimiento Básico de Confianza, de su sano desarrollo y arraigamiento, como sustento
de una saludable evolución, a lo largo de las diferentes etapas de la maduración infantil.
Hoy voy a escribir algo sobre las dos funciones que hacen posible y condicionan su
devenir evolutivo: la función madre y la función padre.

Posiblemente llame la atención el que las denominemos “funciones”. Es así puesto


que están marcadas por las necesidades del niño en las diferentes etapas de su
maduración, y de ambas dependen los cuidados específicos que necesita recibir para
progresar sanamente en sus diferentes momentos evolutivos. Es decir, los padres, además
de padres, cumplen las funciones de madre y de padre, y ambas funciones tienen unas
características propias y diferentes para cada uno. Son funciones también porque, aunque
principal e idealmente están desempeñadas por la madre y el padre reales, no son
exclusivas de ellos sino que también están en ellas cualquier otras personas de su entorno
ya que es la necesidad del niño quien impone sucesivamente la función: demanda lo que
él necesita recibir. Lo cual no quiere decir que dichas personas, incluso la madre y el
padre, no puedan sustraerse a dicha función, aunque el niño las seguirá percibiendo y
necesitando como tales, pero ello ocasionará una disfunción en la armonía de su
desarrollo organísmico.

El hecho de que cada una de ambas funciones tome protagonismo en una


determinado etapa del crecimiento, no quiere decir que cada una de ellas comience en un
momento y acabe en el siguiente. Ambas están presentes e imbricadas como una unidad
funcional, la pareja, desde el mismo nacimiento y, probablemente, a lo largo de toda la
vida de la persona más allá de la vida física de los padres reales. Sin embargo, en las
diferentes etapas por las que transita el devenir madurativo del ser humano, cada una
tendrá diferente importancia como ayuda necesaria para la maduración psicoemocional
del hijo, estando la otra función también presente aunque en segundo plano. Con mucha
frecuencia, las relaciones con la madre o con el padre entran en conflicto precisamente
por la dificultad propia de cada uno de ellos para cumplir con su función, porque origina
en el hijo confusión en su propia consideración y sentimientos hacía ambos. Con mucha
frecuencia también, lo que se hace significativo y da presencia disfuncional a la madre o
al padre es, precisamente, su “ausencia” como función.

La relación de una madre con su hijo es muy especial, incluso desde antes de
quedar embarazada, puesto que responde a una necesidad básica – ni más ni menos que
a la necesidad de conservación de la especie – junto con un sentimiento de anhelo por
satisfacerla. Es decir, se experimenta como necesidad y se siente emocionalmente como
deseo; deseo del que se disfruta durante todo el embarazo. Ambos, necesidad y deseo,
pulsan hasta que se satisfacen tras el trance del parto, cuando la madre obtiene el objeto
de su deseo y se siente profunda y plácidamente satisfecha. Esta satisfacción posibilita
que la carencia y la falta (necesidad y deseo) puedan dejar paso a la entrega y el amor, y
concluya con el desapego del deseo.

Durante el embarazo la madre siente al hijo como suyo, como parte de su propio
organismo, y en el parto lo entrega al mundo, pero bajo su cuidado y protección. En éste
momento pasa por un proceso de duelo, ya que pierde algo de sí misma. Pero este duelo
debe quedar compensado tanto por la imperiosa pulsión de la necesidad y el deseo de
parir, cómo por la satisfacción de conocer a su hijo real. A través de este proceso de duelo
la madre queda en disposición para la entrega amorosa, porque dicha entrega implica
necesariamente el desapego del deseo. Es decir, la renuncia a la posesión del objeto del
deseo, el hijo.

Que con frecuencia no ocurra así depende de la madurez psicoemocional de la madre, del
contacto que tenga con su propia ternura, de su capacidad de tolerancia e independencia,
de la confianza que tenga en su propio sentir como madre, así como del momento de su
historia personal en el que queda embarazada y da a luz, momento en el que es
determinante la relación de pareja, y que seguirá siéndolo como unidad funcional que es.
El que la madre se de cuenta de que sus estados emocionales no dependen de su hijo, sino
que éste es el depositario de aquellos, es de trascendental importancia para ambos.

Después de pasar por todo este proceso, que debe iniciarse con la decisión
consciente de satisfacer su necesidad–deseo de tener un hijo, y acabar con la renuncia
consciente a su posesión, creo que se comprenderá fácilmente que la cualidad más
importante de la madre y de la función madre sea su naturaleza tierna. El sentimiento
tierno es la base de la relación madre-hijo, y también de la relación hijo-madre. Cuando
un niño se siente tratado con ternura, crece en un medio que le hace sentir confiado y no
necesita interrumpir el contacto tierno y amoroso consigo mismo. Si se desarrolla desde
éste sentimiento básico se relacionará desde la ternura consigo mismo, será capaz de
cuidarse y atender a sus necesidades y deseos reales. Y desde este mismo sentimiento se
relacionara con los demás, sobre todo con su madre, sin perder el contacto consigo
mismo.

La madre, desde el sentimiento de ternura puede completar este proceso saludablemente


y abrirse a la entrega necesaria para conocer a “su” hijo y sus necesidades, para cuidarlo,
acompañarlo y satisfacer las demandas que responden a las necesidades básicas y reales
de su proceso evolutivo, de aquellas sobre las que escribí el año pasado. Así se facilita el
desarrollo espontaneo de un contacto tierno y amoroso. No es lo mismo poner límites,
necesarios e inevitables, desde la ternura que desde la exigencia, aunque nos mostremos
igualmente disgustados. Desde la ternura no se interrumpe el contacto amoroso, desde los
sentimientos hostiles si.

Así pues, la madre y, obviamente, la función madre posibilita que se desarrolle y arraigue
el impulso tierno en el hijo hacía si mismo, y de ahí hacía la vida, en la medida en que
dicha función se cumpla. Este es el pilar básico del desarrollo porque posibilita que el
individuo crezca sabiendo de sí, conociéndose sin distorsiones.

La relación del padre con el hijo es de otra naturaleza. Pulsa también la necesidad
de la especie y el deseo, pero no los experimenta con la inmediatez sensorial de la madre.
Por eso es la madre, la función madre, quien hace deseable al hijo para el padre ( y
viceversa, aunque no es éste el caso ni el lugar para escribir sobre ello. Tal vez pal´otro
año). Primeramente es a través del deseo de la madre por “su” hijo y del amor por el hijo
después, como el padre alcanza a desear y a amar como propio a “su” hijo.

Como el padre no parte de un estado fusional con el hijo, estado del que si parte la madre,
no tiene que hacer ningún proceso de duelo, sino de bienvenida y agradecimiento. Por
ello está más desapegado y, aunque el sentimiento de ternura puede estar presente desde
el primer momento, los sentimientos de entrega y amor se irán desarrollando a medida y
del modo en que se relacione con el recién nacido. Es decir, a lo largo de más tiempo. De
ahí que la función madre sea necesaria primordialmente.

La renuncia del padre es también de otra índole. El padre deberá renunciar a una
parte de la madre, a la parte que ella necesita para atender adecuadamente al hijo, dejando
espacio y tiempo suficiente para que ésta relación se dé plenamente. Es más, como
durante los tres primeros años, más o menos, lo prioritario y necesario para el niño es la
función madre, él la demanda, el padre también esta en dicha función, no sólo apoyando
y ayudando a la madre, sino cumpliéndola como tal a través de su contacto tierno con la
madre y con el hijo.

Partiendo del desapego inicial, del contacto tierno y del desarrollo del amor y la
entrega a lo largo del tiempo en la relación con el hijo, es como el padre se va disponiendo
para poder cumplir con la función padre.

La función padre se va haciendo cada vez más importante a partir de los dos años
y medio o tres aproximadamente. Dicha función es la que posibilita, prepara, ayuda y
acompaña al niño en su necesidad de ir saliendo del estado fusional con la madre para ir
individualizándose de ella, adquiriendo cada vez más autonomía. Es decir, propicia el
desarrollo y arraigamiento del impulso agresivo del hijo.

Este impulso agresivo nada tiene que ver con la violencia en ningún aspecto, sino con la
capacidad de obtener satisfacción para sus necesidades y deseos autónomamente, para ir
hacía donde a él le interese ir, para ser independiente en las relaciones con sus diferentes
entornos durante las diferentes edades de la vida. Agresión significa capacidad de ir hacía
adelante. El contacto distorsionado con la propia agresividad, aboca en la sumisión, en la
rebeldía o en la violencia, porque implica miedo vital.

Obviamente, que la función padre ponga los límites adecuados y necesarios desde la
comprensión y el apoyo con tolerancia y ternura, desde la renuncia – el desapego — a
que el hijo satisfaga los insatisfechos deseos de cualquiera de los dos padres, será
diferente y condicionará un desarrollo diferente en el niño, que cuando ésta función se
limita a limitar inadecuadamente el espontaneo desarrollo del hijo desde la imposición,
la exigencia y la coacción. Incluso desde el miedo, que sólo generarán sumisión o
rebeldía, dependencia en ambos casos.

Desde hace mucho tiempo pienso que uno de los mayores errores de los padres es “querer
educar” a sus hijos. Lo verdaderamente importante y saludablemente operativo es el
testimonio que los padres dan de sí mismos con su presencia, porque los hijos aprenden
de lo que ellos mismos sienten, no de lo que se les dice. A los hijos solamente se les ama
o no. De ahí deriva todo lo demás: del buen querer, buen vivir.
Como en el caso de la madre, que el padre pueda cumplir con su función de una manera
saludable para ambos, dependerá de su madurez psicoemocional, del contacto que
mantenga con su propia ternura, de su disposición a la tolerancia, de su capacidad de
independencia y de la confianza en su autoridad, no en su autoritarismo, así como del
momento de su historia personal en el que esté inmerso y, por supuesto, de la relación de
pareja.

La función padre es necesaria porque a partir de esta edad, los dos años y medio
aproximadamente, el niño comienza a sentir la necesidad de alejarse de la madre junto
con intensa curiosidad por explorar el entorno. Primeramente curiosidad por explorar el
entorno más cercano, su propio cuerpo y el cuerpo de las personas cercanas, explorar los
entornos de la familia ampliamente considerada, explorar junto a otros niños y, más
delante, explorar los mundos exteriores a la familia. Y en estos viajes de exploración
necesita estar acompañado por el padre en función de tal, confiando en que la madre
estará incondicionalmente para recibirle amorosamente cuando sea necesario, que será.

Para que ésta función pueda cumplirse adecuadamente es imprescindible que la madre,
como función madre, inicie un movimiento de retirada con respecto al hijo, facilitando el
espacio para que el padre sobre todo, pero también las demás personas del entorno que
en este momento estarán en función padre, pueda cumplir su cometido. Es así porque
quien tiene el poder afectivo real en la familia es la madre como función madre, y, en su
defecto, la persona más tierna del entorno familiar. Aunque el padre sea quien represente
el poder en nuestra sociedad patriarcal, éste sólo será afectivamente real si la función
madre permite este espacio. Es la madre quién inviste de poder afectivo al padre que, en
definitiva, es el que el hijo necesita introyectar para su sano desarrollo.

Como resumen, la función padre, a través de propiciar el sano desarrollo y arraigamiento


del impulso agresivo, posibilita y ayuda a que el hijo se socialice con autonomía e
independencia, más tarde con libertad, y si es ejercida desde la ternura el niño tampoco
interrumpirá el contacto amoroso consigo mismo, aunque tenga que aceptar límites y
renuncias, ni con el entorno, sobre todo con el padre. De éste modo posibilita que se
establezca una relación con la vida desde la comprensión y la tolerancia, porque se
apoyará en la confianza en sí mismo y en su capacidad para tomar de la vida lo que
realmente necesite. Este es el otro pilar básico del desarrollo, porque implica capacidad
de autonomía, de independencia y de libertad en la relaciones con los demás, incluidos
los padres.

De cada una de estas funciones básicas y de la relación dinámica entre ellas, es decir
fundamentalmente de la madre y del padre, inmersos en la unidad funcional que es la
pareja y la familia, dependerá básicamente que el hijo desarrolle un tipo u otro de carácter,
y que éste sea más o menos sano, es decir, más o menos armónico y satisfactorio para él.

Bien. Pero como dice Elena, “los ideales son ideales, pero son ideales”. He expuesto lo
utópicamente sano, hoy por hoy en relación con ambas funciones, para un desarrollo
saludable del hijo. ( Mañana ya veremos, porque estas relaciones están cambiando mucho
y muy rápidamente). Obviamente se que frecuentemente no es así, pero creo que
solamente persiguiendo algunas utopías, con los píes bien arraigados en la realidad,
podemos contribuir al desarrollo emocional y espiritual de la humanidad. Otros se ocupan
de utopías científicas y tecnológicas, y lo van consiguiendo. ¿ Por qué nosotros no?. Si el
único límite real es la muerte, es mi deseo, y me agrada, esperarla persiguiendo ésta
saludable utopía. ¿Me acompañan?.

De momento es suficiente con que cada madre y cada padre, cada familia, se den cuenta
de lo que no hacen a favor del desarrollo armónico de su hijo, aunque parezca que no lo
pueden evitar, y que no saben hacerlo de otro modo. Paciencia, ya llegará, no
necesariamente ahora. Ahora sólo es importante tomar conciencia de las limitaciones
imaginarias que nos impone nuestro propio carácter, y de que éstas limitaciones no son
por culpa de nuestros hijos. Ellos sólo son receptores de la historia personal de sus padres.

Cada madre y cada padre desean lo mejor para su hijo, sin duda. Pero esto sólo se puede
alcanzar realmente si primeramente cada madre y cada padre conocen y desean lo mejor
para ellos mismos, como seres individuales y como pareja. ¿ A ustedes no les parece que
aunque sólo fuese esto, en si mismo ya da sentido a una vida?. Ea pues!, estemos
agradecidos a lo que se nos ha dado como un espléndido y único regalo.
EL SENTIMIENTO BÁSICO DE
SEGURIDAD
septiembre 15, 2003
by Juan José Albert

En cierta ocasión, hace ya algunos años, conversando sobre el desarrollo de los caracteres
expresaba mi interés a cerca de la conveniencia de cuidar más el desarrollo del carácter
de nuestros hijos. Mi interlocutor mantenía la idea de que esta preocupación era
irrelevante puesto que necesariamente desarrollarían uno u otro tipo de carácter. Cierto –
fue mi respuesta – pero el asunto en el que yo estaba no era tanto favorecer el desarrollo
de un tipo u otro de carácter, lo cual, ciertamente, es irrelevante y quizás poco posible,
sino facilitar que el desarrollo del carácter, sea cual fuere, ocurra del modo más natural y
saludable posible.

Y en ello persisto. Si la motivación de la que partimos generalmente para buscar


afanosamente la salud, y algunos el crecimiento personal, es el cese de nuestro
sufrimiento y, más adelante, la apertura de la conciencia y, más delante aún, el desarrollo
de la espiritualidad como punto culminante en la obtención de Salud, el carácter es,
precisamente, el principal obstáculo pero también nuestra principal herramienta. No
parece, por tanto, mala idea el cuidarlo desde el principio. Es decir, ayudar a que nuestros
hijos desarrollen SU carácter proporcionándoles los apoyos que ELLOS necesitan en cada
momento.

Tengo la sensación de que la actitud más común ante el proceso que implica el
desarrollo de la salud es algo así como que tenemos que “fabricárnosla”, con cierta
tendencia a olvidarnos de que la palabra desarrollo se refiere a potenciar algo que ya
existe en cada uno, porque si no existiese no podría existir. Es más, de que tenemos que
conseguirla en algún sitio donde alguien nos la proporcionará, nos sanará. Nada más
errado del blanco.

Es evidentemente cierto que hay determinados lugares donde se propician estos procesos
y determinadas personas que ayudan a ello, pero en definitiva sólo se trata de encontrar
lo que siempre ha estado en nosotros, en algún rincón oscuro de nuestra consciencia:
nuestro propio origen. Si bien lo intuimos, nos resulta bastante desconocido, (y lo
desconocido infunde cierto temor), aunque permanentemente se haya mantenido en el
mismo sitio, en el núcleo de nuestro propio Ser. Ciertamente vamos a necesitar un guía,
pero nadie nos lo va a proporcionar sin nuestro compromiso y esfuerzo personal, y es
perdida de tiempo y origen de sufrimiento buscarlo fuera de cada uno de nosotros. Otra
cosa es que nos ayuden a hacer el camino exploradores que disponen de mapas porque
conocen los territorios. Hacer el Camino depende de cada uno. Esta es la ineludible
responsabilidad individual.

El proceso de maduración evolutiva de niño a adulto en nuestras actuales


condiciones socioculturales conlleva, en mayor o menor medida, cierto oscurecimiento
del contacto con nuestro núcleo espiritual y amoroso, con nuestro ser original,
precisamente como consecuencia del inevitable desarrollo del carácter. Buscar la Salud
es hacer un viaje de retorno hacía nuestro reencuentro a través del carácter, una acción
tan inevitable como heroica que precisa de intención, voluntad y confianza, además de
guías conocedores de algunas, excepcionalmente de todas, las etapas del Camino del
Viaje.

Cuanto más sano es el desarrollo de nuestro carácter menos nos apartamos de nuestro
núcleo amoroso y menos dificultades encontraremos para el camino, siempre y cuando
no olvidemos que el carácter, por muy sano que parezca, mientras permanece anclado y
condicionado por el inconsciente oscurece y distorsiona las percepciones de nuestra
conciencia sobre nosotros mismos y sobre el mundo, precisamente por los puntos que por
no ser conscientes son ciegos.

Para iniciar el Viaje ayuda saber que la perdida de Confianza en la Vida y en


nosotros mismos es la base sobre la que se desarrollan las distorsiones perceptivas
sensoriales, emocionales e intelectuales del carácter (o de la neurosis, tanto da), y que
éste sólo nos proporciona una fantasía de seguridad con la que suplir la perdida de
confianza. Y ayuda más conocer que la perdida de confianza además de ser el origen es,
también, un artefacto del desarrollo del carácter, una vivencia distorsionada y reactiva a
nuestra dolorosa realidad infantil, una fantasía más en definitiva que refuerza
neuróticamente la estructura defensiva caracterial. No hay nada que nos atemorice más
que las fantasías de abandono, falta de apoyo y soledad, y el carácter viene a tapar estos
“agujeros” por los que alguna vez en nuestras vidas tuvimos que pasar y quedamos
maltrechos.

Hacer actos de confianza a partir de tener fe en la idea de que la vida es lo suficientemente


sólida y segura como para sustentarnos, aunque nuestra percepción distorsionada no nos
lo muestre así, es esencial para el Viaje. Ayuda a traspasar el miedo que podemos sentir
ante la dolorosa sensación de vacío que queda al disolver las estructuras caracteriales por
las que nos sentimos protegidos, a pesar de que, (o precisamente porque), realmente nos
están alienando.

Nuestra salud psicoemocional se apoya sobre el Sentimiento Básico de


Confianza. Este Sentimiento se desarrolla paralelamente, y en una relación de
retroalimentación reciproca, a la maduración somática y psicoemocional del niño durante
los primeros años de vida. Favorecer su desarrollo y arraigamiento es favorecer un
crecimiento saludable y minimizar la posible, e indudable, distorsión perceptiva del
carácter.

Aunque el Sentimiento de Confianza Básico es unívoco, por tanto sólo divisible


artificiosamente con fines didácticos, el hecho de que se vaya estructurando a lo largo del
desarrollo infantil nos permite considerar varias fases o etapas en su devenir histórico,
comunes a todos nosotros. Dichas fases se dan en el tiempo cronológico, pero como éste
es diferente al tiempo emocional y al tiempo inconsciente, resulta que éstas fases son
activas en nuestra vida adulta en un presente continuo sea éste consciente o no. Por ello,
tener en cuenta éstas etapas, sin que nos distraigamos de su esencia unitaria y unívoca,
nos sirve de ayuda para comprender y apoyar en su transito al niño y para reparar sus
posibles deficiencias en el adulto a partir de su expresión como manifestaciones
caracteriales.

Desde mi punto de vista ( tal y como lo tengo didácticamente estructurado para


los cursos de formación ), el primero de estos sentimientos comienza a desarrollarse en
la fase preoral, es decir durante los tres primeros meses de edad, cuando el niño sólo se
percibe a partir de las sensaciones originadas por las necesidades más básicas y
elementales. Si éstas necesidades son adecuada y tiernamente satisfechas, el bebé tiene
una percepción sensorial de sí placentera, sin que sufra ninguna interrupción el continuo
de atención en sí mismo. Así de desarrolla y arraiga el Sentimiento Básico de Seguridad
en la existencia, el cual quedará interrumpido tan pronto como la atención sensorial del
bebé en sí mismo quede interrumpida por sensaciones displacenteras. Su desarrollo
deficiente y distorsionado es el punto de anclaje del carácter esquizoide: una
autopercepción fragmentada de la existencia de ser.

Seguidamente y sobre el anterior, durante la fase oral que viene a durar hasta el
año y medio aproximadamente, se desarrolla y arraiga el Sentimiento Básico de
Seguridad en si mismo y en el entorno inmediato fundamentalmente propiciado por la
función madre. Dicho sentimiento proporciona confianza necesaria para que pueda
expresarse cómo se siente, en un entorno (el otro-madre) suficientemente sustentador y
seguro, tan facilitador como para que pueda ir adecuando sus impulsos al medio sin
necesidad de inhibirlos o distorsionarlos. De este modo se desarrolla sin perder la
confianza en que la expresión espontanea de la demanda de satisfacción de sus
necesidades y de sus incipientes emociones y sentimientos será bien acogida. Su
desarrollo insuficiente será la base para el arraigamiento del carácter oral : una
autopercepción carencial y de inseguridad en la autosatisfacción de ser.

Durante la fase siguiente, a la que llamamos fase anal y que dura hasta los dos
años y medio aproximadamente, se desarrolla y arraiga el Sentimiento Básico de
Seguridad en la individualización o diferenciación del otro, fundamentalmente del otro-
madre, apoyado en el desarrollo suficiente de las capacidades cognitivas que ya le
permiten decir NO con intención e introyectar las normas. Mediante el uso de ésta
maravillosa y recién adquirida palabra, NO, el niño expresa su sentir: “ Yo soy yo y tu
eres tu. No soy una prolongación de ti. Cuídame y respétame”. Es mucho más que una
terca y cabezota oposición, aunque a veces también lo sea. Si se entiende y se cumple su
significado real el niño va adquiriendo su propia identidad si tener que renunciar al
contacto consigo mismo, sin tener que evolucionar confundido con la necesidades del
otro-madre. Su lesión será la base para el arraigamiento del carácter masoquista : una
autopercepción de inseguridad ante la autonomía de ser.

Durante la fase fálica, hasta los tres años y medio más o menos, se desarrolla y
arraiga el Sentimiento Básico Seguridad en la socialización, apoyado en el mayor
desarrollo de las capacidades musculares para el movimiento en el espacio, en la intensa
e incipiente curiosidad y en la puesta en practica de la necesidad psicoemocional de
exploración del entorno próximo y lejano, propio y ajeno, más amplio que el familiar pero
con la garantía de ésta está. El niño espera que la manifestación espontánea de sus
necesidades e incipientes deseos sea bien acogida por el entorno social, sin tener
necesariamente que cumplir con la imposición de las expectativas del otro-madre, del
otro-padre, del otro-colegio…….., únicamente las suyas propias dentro de los límites que
puede ya ir asumiendo. De esta manera irá explorando paulatinamente la adecuación, el
desarrollo y las limitaciones de sus posibilidades y capacidades sociales según sus propios
deseos. Su desarrollo condicionado dará lugar al carácter psicopático (nada que ver con
psicópata, terminología en desuso): una autopercepción de inseguridad en la expresión de
ser en el mundo.

Finalmente, a partir de que las terminaciones nerviosas sensitivas de toda la


superficie corporal maduran, el niño puede ir adquiriendo por primera vez la noción de
integridad y unidad corporal, y la capacidad para experimentar placer erótico. Esto ocurre
a partir de los tres años y medio, aproximadamente, durante la fase evolutiva genital. Este
nivel de maduración biológica y psicoemocional posibilita que vaya integrando sus
afectos tiernos con su necesidad y deseo de experimentar placer sensorial, y que desee
entregarse y ser aceptado tal y como él se siente, íntegramente, sin tener que disociarse
del placer para poder expresar el amor. Es el momento de desarrollo y arraigamiento del
Sentimiento Básico Seguridad en el compromiso y entrega a sí mismo y, de ahí, de
compromiso y entrega al Otro. El desarrollo y arraigamiento disociado de ambos
sentimientos, placer y amor, dará lugar a la estructuración de los caracteres rígidos, (el
histérico, el pasivo-femenino, el fálico narcisista obsesivo y el fálico narcisista
compulsivo, según el modo y manera en que cada uno de ellos encuentra su lugar en la
familia y en la sociedad, a lo largo del desarrollo del conflicto edípico): una
autopercepción de inseguridad en el ser con otro.

Todas estas fases evolutivas, básicas para el desarrollo sano, no se dan como
compartimentos estancos, no se acaba una y comienza la siguiente, sino que se desarrollan
a modo de espiral, imbricadas unas en otras hasta que el carácter queda cerrado, durante
la fase de latencia, iniciada alrededor de los siete años de edad. Después, el estar en la
vida adulta estará condicionado por la compulsión inconsciente a la repetición de las
estrategias adquiridas para defendernos del dolor y la angustia originados por la
desconfianza surgida de la perdida de contacto con nuestro núcleo de Ser Amoroso, con
nuestra Esencia. Encontrar, reconocer y conocer este dolor, y nuestras estrategias de
evitación, es doloroso. Pero suprime el sufrimiento y la angustia, y nos hace mejores
personas. Todos nos beneficiamos de cualquier proceso individual puesto que la Salud,
si bien puede tener un inicio individual, es un bien colectivo que impulsa naturalmente a
ser compartido para su realización completa.

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