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El caso Unidos
Podemos
Manuel Garí
09/12/2016
Entre las gentes que luchan por una sociedad justa, solidaria y sostenible es posible que haya
acuerdo sobre tres cuestiones:
Antonis Ntavanellos en un artículo sobre el reciente congreso de Syriza hace un análisis que
comparto totalmente: “Este panorama es una pesadilla política. Sin embargo no es
inevitable. Va a depender de las iniciativas de la izquierda radical a nivel del movimiento
social y de su expresión política. Iniciativas que podrían suscitar esperanzas de nuevo”.
Ahora nos corresponde acertar en los primeros pasos a dar. Diagnosticar los problemas es el
primer paso. Por eso tenemos que analizar el estado de salud y energía de la izquierda -de la
clásica y de la radical- para buscar soluciones a su crisis como sujeto político.
Entiendo por izquierda clásica a las organizaciones, las prácticas y el pensamiento que lejos
de subvertir el sistema económico y social depredador, el capitalismo, y los modelos
políticos que lo sustentan, ayudan a mantenerlos y legitimarlos por no tener un proyecto
propio independiente del de la clase dominante. En el plano de los modelos políticos, la
izquierda clásica en general no ha apoyado e incluso en muchos casos ha combatido a los que
encarnan directamente dictaduras. Sin embargo no es esa su actitud frente a la creciente
tendencia de constitución de Estados autoritarios con democracia parlamentaria; Estados
que enajenan el poder de las masas reduciendo su participación a la mera designación de su
representación mediante delegación en los parlamentos, práctica siempre necesaria pero
insuficiente para lograr el empoderamiento popular y la participación activa y continua del
conjunto de la sociedad en los asuntos de su propio gobierno. Estados que recortan las
libertades y los derechos. Por ello no es una hipérbole afirmar que esa izquierda clásica en
las democracias occidentales ha pasado a convertirse en uno de los elementos de
legitimación del régimen capitalista y un factor que asegura la gobernabilidad oligárquica.
Entiendo por izquierda radical no aquella que interesada y despectivamente se asocia por
parte de los voceros de la burguesía –sean conservadores o social liberales- con extremismo
vocinglero, sino con la izquierda que trabaja por un cambio que permita solucionar los
problemas de fondo que aquejan a nuestra sociedad yendo a la raíz misma de sus causas.
¿Cómo lo hace? Esa es la cuestión central del debate a realizar.
1. Construir y tener un proyecto de sociedad para el siglo XXI y un diseño estratégico para
impulsar la conciencia y la acción de la mayoría social contra el capital. Dicho de otra
manera necesitamos un proyecto socialista y unas propuesta de transición a la altura de los
retos de la crisis civilizatoria, ecológica y social del capitalismo globalizado.
2. Desplegar una nueva pedagogía. De nada vale elaborar una propuesta si no se parte de la
necesidad y la percepción social; hay que partir de las necesidades de las masas y de su nivel
real de conciencia para elevarlo y hacerlo transcrecer, para crear un nuevo “sentido común”
popular clasista no subordinado al pensamiento hegemónico de la clase dominante. En ese
camino por construir un pensamiento colectivo alternativo prefiero la “fórmula” de Ortí:
dialogar con el sentido común instalado en las masas para cambiarlo, en lugar de la vía que
propone Bourdieu, combatir el sentido común vulgar.
Para avanzar en este camino tenemos que trabajar por convertir la humillación y dolor de las
masas en rebeldía y la sumisión en acción antagonista. Nuestro objetivo debe ser
transformar la indignación social en acción política contra el capital.
Ello implica que la izquierda supere dos falsas concepciones: “la ilusión de lo social” (la
sola acción del movimiento social es suficiente) y una variante de la actitud politicista, la
“ilusión electoral-institucional” (desde una mayoría parlamentaria y gubernamental se
puede lograr todo). Se trata de establecer la relación dialéctica –no exenta de
contradicciones- entre el movimiento social y la lucha electoral y ello solo realizar en el
plano de un proyecto político emancipador. Solo así podrán realimentarse mutuamente el
trabajo en las empresas y en las calles y el trabajo en las instituciones, solo así podrá
encontrarse un equilibrio entre el discurso y el programa, solo así podrá poner se en pie una
estrategia hacia el poder popular y la transición ecosocialista. Podemos nació gracias al 15
M, el 15 M y las mareas sociales necesitaban diversos correlatos políticos y hoy la galaxia
Unidos Podemos y las confluencias en Cataluña o las Mareas de Galicia, necesitan un nuevo
aliento en las calles, en las plazas y en los centros de trabajo y estudio.
La Constitución española aprobada hace 38 años fue fruto de un pacto entre la burguesía
franquista y los partidos mayoritarios de la izquierda en el marco de una operación de
reforma que supuso una amnistía para el franquismo, el reconocimiento de una parte de las
libertades y aspiraciones populares y la negación de importantes derechos democráticos
reivindicados por el movimiento de masas. El 15 M, el movimiento de las y los indignados,
treinta y tres años después, rompieron el consenso sobre el “régimen de la
reforma” (especialmente legitimado por el Partido Socialista Obrero Español, PSOE) e
impugnaron las políticas de austeridad anti social. El grito del 15 M “no nos representan”
denunciaba la corrupción del derechista Partido Popular (PP) pero sobre todo impugnaba a la
izquierda clásica como representante político de las aspiraciones de cambio.
Lo importante en este momento es cómo son percibidas las nuevas fuerzas políticas del
cambio por los sectores populares que demandan alternativas y también por el enemigo de
clase. La burguesía, sus medios de comunicación y los partidos del régimen califican a
Podemos y por extensión al resto de fuerzas del cambio como el mayor peligro para la
gobernabilidad política y el crecimiento económico . Pero por el contrario, los sectores
populares de izquierda, sobre todo la juventud, los ven como una herramienta, aunque la
critiquen.
En el Estado español nadie de los que en su día apoyaron a Tsipras, tras su traición a la
voluntad popular, lo defiende hoy. Poco a poco se ha abierto camino el discurso de quienes
apoyamos sin vacilar la defensa del “No” a la Troika, aprendimos la palabra “Oxi” y la
hicimos nuestra. Algunas cuestiones han ido quedando claras.
En la Unión Europea no se ganan las batallas frente a los hombres de negro con habilidad
negociadora, sólo se pueden ganar manteniendo la firmeza hasta la ruptura si fuera
necesario. Se ganan tomando medidas preventivas. Se ganan impulsando una correlación de
fuerzas más favorable a los intereses populares y en el ámbito internacional. Tsipras se plegó
a la Troika en el primer round. Teresa Rodríguez en un mitin en 2015 en la Universidad de
Verano de Anticapitalistas, planteó un deseo a la vista de la experiencia ajena: que en caso
de gobernar no nos tiemblen nunca las piernas ante el enemigo. Más aún, podemos concluir
que una fuerza de izquierdas no puede ser el verdugo popular gestionando un memorándum
y relegando la voluntad expresada por la mayoría.
Hubo poca solidaridad internacional con el pueblo griego y ello pesa en el pasivo de las
fuerzas de izquierda y populares europeas. Pero si el gobierno griego hubiera mostrado que
tenía voluntad de lucha, habría abierto la posibilidad de la creación y extensión de un
movimiento solidario con su resistencia.
Lograr ganar el gobierno es una condición necesaria para impulsar el cambio, pero no
suficiente. Debe ser un gobierno valiente y consciente. Estar preparado para aplicar medidas
anticapitalistas que limiten la capacidad de reacción de la oligarquía y del viejo aparato de
estado, medidas que aseguren los derechos adquiridos y promuevan nuevas conquistas
sociales y democráticas. Esa es la forma reafirmar la legitimidad del gobierno y de dar pasos
hacia un nuevo poder popular basado en la autorganización del movimiento social.
Hemos aprendido estos años que no basta elaborar un programa, que es necesario articular
el discurso político y avanzar en la comunicación, pero discurso y comunicación son puro
vacío si no se dispone de un proyecto de país, de un proyecto de sociedad alternativo y de
una estrategia de transición hacia ese objetivo.
Unidos Podemos y las confluencias deben crecer y transcrecer para avanzar más allá de la
coalición electoral hacia una nueva fuerza política anti neoliberal, hacia un nuevo partido
movimiento con estructura confederal. Para ello será necesario construir un modelo de
democracia interna participativo, eficaz y no caudillista, que permita la formación de
equipos, la deliberación pluralista antes de la votación para que esta no quede en mero
plebiscito. En las nuevas formaciones se vota mucho y se debate poco en las bases de las
organizaciones en las que quedan rémoras de las viejas formas de hacer política:
hiperliderazgo individual y escaso trabajo en equipos colectivos.
Las nuevas formaciones y la que surja de su acuerdo, deberán desarrollar un programa de las
transiciones necesarias (política, social, económica, ecológica y energética) con una
orientación ecosocialista, feminista y radicalmente democrática. Y hacerlo superando dos
riesgos: quedar reducidas al “extremismo” de la gesticulación simbólico verbalista por un
lado, o por otro, ceñirse al único objetivo de atraer votos sin propuesta política mediante un
programa ambiguo, “atrapalotodo”, típico del peronismo “kichnerista”. Tan importante es
ganar el gobierno cómo saber y anunciar para qué se gana.
La acción política de Unidos Podemos deberá superar cinco pruebas. En primer lugar dar
soluciones estratégicas alternativas al imposible restauracionismo keynesiano, lo que
comporta ahondar en la respuesta ecosocialista. En segundo lugar no caer en la trampa de
procurar una regeneración del régimen de 1978 mediante el juego de las meras reformas
constitucionales de aspectos parciales y sin participación popular, lo que nos lleva a seguir
luchando en clave de ruptura democrática para posibilitar la apertura de procesos
constituyentes. Cierto es que actualmente no existe la correlación de fuerzas para lograr esa
apertura, a no ser que se inicie en Cataluña y se contagie el resto, pero sí que existen
posibilidades de continuar la labor destituyente para crear las condiciones de la ruptura
democrática.
En tercer lugar las nuevas fuerzas no deben intentar sustituir al viejo PSOE mediante la
creación de un “partido socialista 2.0” y posmoderno mediante la mera renovación
generacional de las élites y de sus métodos de comunicación en las redes sociales; por
cierto, renovación generacional necesaria de arriba abajo en los partidos y redes más que
útiles e imprescindibles para las batallas políticas. El objetivo debe ser superar al PSOE y
construir una nueva dirección política referente de la mayoría y con una orientación
antineoliberal y ¿por qué no? socialista. Ello implica hacer frente a las políticas de
austeridad impulsando un discurso alternativo al neoliberal en el parlamento y en los medios
de comunicación e impulsar la organización de la resistencia popular en las calles, ayudando
y codo con codo con las organizaciones sociales y sindicales en lucha.
¿Es fácil realizar esto? Nadie nos aseguró que lo fuera. Precisamente por eso estamos aquí,
nos organizamos y unimos esfuerzos: para intentarlo.
09/12/2016
Notas: