Esta obra tiene, a su vez, una pertinencia política: si algo han mostrado algunos fenómenos
políticos recientes (Podemos, el Brexit, etc.) es la irreductibilidad del campo político a mero
efecto de la sociedad civil. Pero la coyuntura actual también prescribe la importancia de
discutir contra un desequilibrado politicismo,discursivista, que aspira a emancipar
completamente la lucha política de toda determinación estructural. Si algo muestra, por
ejemplo, el techo que alcanzaron los gobiernos "progresistas" latinoamericanos es la "sobre-
determinación" que imponen a la acción política tanto las correlaciones de fuerza sociales
como las limitaciones objetivas de la dinámica del capital.
Introducción
Desde los años setenta se ha consolidado un bloque de autores para los cuales la aparente
ausencia de una teoría específica y positiva del Estado es consustancial a la perspectiva
marxista. Para ellos, el marxismo habría entendido al Estado como un “teatro de sombras”
que proyecta los movimientos de las fuerzas productivas o de la estructura económica. Es
paradigmática al respecto la crítica de Bobbio, que se inicia con su texto polémico ¿Existe
una teoría marxista del Estado? (1978). Para Bobbio es metodológicamente inviable formular
una teoría marxista del Estado, lo que conduce, en la cultura de izquierda y en el marxismo
en particular, a una subestimación del derecho en tanto conjunto de límites y controles al
poder político (Bobbio, 1978: 39-51). Esto conduce, según el autor, a una concepción
meramente negativa de la política y el Estado, reducido a epifenómeno de los movimientos
de la base económica. "Marx considera al Estado (...) pura y simplemente como una
superestructura respecto a la sociedad prestatal, que es el lugar donde se forman y se
desarrollan las relaciones materiales de existencia y, en cuanto superestructura, destinado a
desparecer a su vez en la futura sociedad sin clases" (Bobbio, 1999: 137-138).
Otra referencia que ha devenido clásica es la crítica formulada por Claude Lefort a Sobre la
cuestión judía en “Derechos del hombre y política” (2007). El autor francés formula una
crítica a la interpretación de Marx de los derechos humanos y a la supuesta incomprensión y
subestimación del rol y la naturaleza de la “emancipación política” que es correlativa a la
emergencia del Estado moderno. Lefort considera que Marx reduce los derechos humanos a
una simple cobertura ilusoria de la dominación: una “igualdad” formal que disimula la
desigualdad económica real. Para Lefort, en cambio, la "emancipación política" sanciona
"una separación entre el derecho y el poder" sintetizada en la emergencia de derechos
universales e irreductibles al poder político. El poder, para ser legítimo "debe de estar
conforme en lo sucesivo con el derecho " (Lefort, 1991: 43).
En su obra madura (Grundrisse, El capital), Marx no desarrolla una teoría del Estado
capitalista comparable con su investigación de la mercancía, el valor o el capital. Ante la
ausencia de un tratamiento sistemático sobre la cuestión, el texto que se convirtió en el
“clásico” del marxismo sobre el tema y que funda una tradición duradera (Lenin, Althusser,
Miliband) es El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado de Engels. Allí se
formula una teoría transhistórica del Estado en todas las sociedades de clase, visto como una
institución de carácter instrumental que atravesaría de manera indiferenciada las diversas
sociedades clasistas. El Estado sería producto de que la sociedad "está dividida por
antagonismos irreconciliables (…) [en virtud de los cuales] se hace necesario un poder
situado aparentemente por encima de la sociedad" (Engels, 1981: 98).
En el marxismo de posguerra surgen dos corrientes de análisis del Estado que introducen
rupturas con la concepción tradicional formulada por Engels. En primer lugar, el
pensamiento del último Poulantzas, que va a definir al Estado como "la condensación
material de una relación de fuerza entre clases y fracciones de clase, tal como se expresa,
siempre de manera específica, en el seno del Estado” (1980: 154). Con él llega a su punto
más alto una perspectiva de análisis que hace énfasis en la autonomía relativa del Estado es
decir, la independencia parcial que el Estado puede adquirir respecto a su base económica, y
que tiene un antecedente en los análisis de Gramsci.
En debate con este contexto teórico, intentaremos resumir el planteo de Antoine Artous y su
aporte original a la teoría marxista del Estado y el derecho.
Luego Artous agrega que el valor de la fuerza de trabajo no es fijado por el proceso de
reproducción automatizada del capital, sino que en él está implícito un aspecto político
ligado a la lucha de clases. “[El salario] es determinado por las relaciones de fuerza entre el
capital y el trabajo” (Artous, 2016b: 30). La relación de fuerza entre clases que incide en el
salario no es un vínculo privado entre un capitalista y un trabajador individuales, sino que
supone la presencia del Estado “en cuyo seno se cristaliza un nivel dado de relaciones de
fuerza entre dos clases, bajo la forma de leyes, reglamentaciones, etc.” (Artous, 2016b: 31).
Luego, “el Estado ocupa un lugar constitutivo en la relación salarial” (Artous, 2016b: 31). En
la forma de leyes y regulaciones, el Estado participa en la fijación del valor de la fuerza de
trabajo. La correlación de fuerzas entre clases se cristaliza en forma jurídica, cuando es
plasmada a través de la institución estatal. Eso significa que las relaciones jurídicas no son
el reflejo pasivo de la economía. Por el contrario, las propias relaciones económicas están
constituidas jurídicamente (Artous, 2016b: 37).
En primer lugar, el análisis sobre la ruptura introducida por la emergencia del Estado
capitalista y sobre la naturaleza del derecho moderno nos permite superar una concepción a
la vez ingenua y peligrosa de la emancipación social. Esta concepción piensa que la sociedad
que se asome luego de superada la explotación capitalista será la asociación de productores
libres que reducen el “poder público” a una mera administración técnica de los procesos
productivos, eliminando toda superestructura política en sentido fuerte (Estado, derecho).
Por el contrario, creemos que la emancipación exige radicalizar las potencialidades
presentes en la emergencia de esa práctica social inédita consistente en valorar en común el
porvenir común, por fuera de todo orden y jerarquía divina o cósmica. No se trata de abolir
la política en lo social sino de extender el campo democrático de la política (el ámbito de lo
que se puede decidir colectivamente, de lo que puede ser de otra manera) contra y más allá
del automatismo ciego del capital. No se trata de licuar las instituciones en beneficio de “la
sociedad” concebida como totalidad auto-generada, sino de crear las “mil y una
instituciones” que permitan el protagonismo y la participación social sobre los asuntos
públicos. No se trata de fusionar al individuo en una colectividad totalizante, sino de
radicalizar la autonomía personal y colectiva y el marco de interrogación democrática de la
modernidad.
La categoría de "poder público" conlleva una doble ruptura en relación a las sociedades
precapitalistas y sus formas de poder. En primer lugar, introduce una ruptura con las formas
patrimoniales del poder político y una autonomización de las relaciones políticas respecto de
las relaciones de propiedad que, por ejemplo, no existía en la democracia de la Ciudad
Antigua. El “poder público” es entonces un poder que no pertenece a una persona –ni
individuo ni grupo social– porque es expresión de la soberanía popular, en el sentido
moderno; es decir se apoya sobre una ciudadanía no atada a las relaciones de propiedad ni
segmentada en estamentos o castas. En segundo lugar, este poder, porque justamente se
reconoce como un poder consabidamente instituido, como un poder “humano”, rompe con
toda problemática de inscripción o legitimación en un orden sobrenatural o teológico.
Debemos concluir que la erección del Estado moderno es concomitante a la emergencia de
un nivel de la práctica social históricamente inédito:
El de un “poder público” a través del cual los hombres organizan su vida y su porvenir por
fuera de toda intervención divina y de toda relación de dominación. La historia del siglo ha
mostrado que todo proyecto de emancipación, de transformación radical de la sociedad, no
pasaba por una disolución de esta dimensión política del vínculo social, sino, al contrario,
suponía una reactivación, una reformulación de la democracia como principio de
organización de lo social. (Artous, 2016a: 403).
Por lo tanto, todo poder público será, hasta cierto punto, un poder político separado (lo que
no significa totalmente exterior) de la producción social. Incluso en una hipotética sociedad
emancipada del capital, el poder público discurrirá sobre la base de ciudadanía "abstracta"
(esto es, será un poder independiente de las posiciones económicas determinadas ocupadas
por los individuos y a la vez relativamente independiente de la vida social inmediata); no de
su anulación a partir de una fusión del lugar del ciudadano y el productor (que es la idea
presente, por ejemplo, en las propuestas consejistas y en el “soviet” como instrumento
exclusivo para un Estado de transición). En la medida, entonces, en que el poder público no
está fusionado enteramente con la producción, la perspectiva histórica de la apropiación
colectiva de los medios de producción por los trabajadores debe desdoblarse en, lo que
podemos denominar, apropiación pública y apropiación social. La socialización de los medios
de producción se manifiesta, entonces, tanto por formas de apropiación pública, por medio
de un poder político democratizado, como por formas de apropiación social (cooperativas,
empresas autogestionadas) relativamente independientes del poder público.
Estas conclusiones permiten renovar la reflexión sobre las categorías políticas y jurídicas
desde las que pensar una futura democracia no capitalista. Dice Bensaïd al respecto:
Bibliografía
Bensaïd, Daniel (2010b). "El escándalo permanente" en VVAA, Democracia, ¿en cuál Estado?,
Buenos Aires, Argentina: Prometeo.
Bobbio, Norberto (1978). ¿Existe una teoría marxista del Estado? (Vol. 5). Puebla, México:
Universidad Autónoma de Puebla.
Bobbio, Norberto (1999). Ni con Marx ni contra Marx. México D. F., México: Fondo de Cultura
Económica.
Engels, Friedrich (1981). Origen de la familia, de la propiedad privada y del estado. Moscú,
URSS: Editorial Progreso.
Hirsch, J. (1978) “The state apparatus and social reproduction: elements of a theory of the
bourgeois state”. en Holloway, John y Piccioto, Sol (1978). State and Capital: A Marxist
debate (pp. 57-107). Londres, Inglaterra: Edward Arnold.
Holloway, John y Piccioto, Sol (1978). State and Capital: A Marxist debate (pp. 57-107).
Londres, Inglaterra: Edward Arnold.
Marx, Karl (2002). Crítica de la filosofía del Estado de Hegel. Madrid, España: Biblioteca
nueva.
Marx, Karl (2003). Sobre la cuestión judía. Buenos Aires, Argentina: Prometeo.
Poulantzas, Nicos (1980). Estado, poder y socialismo. México D. F., México, Siglo XXI.
Notas
1/ De forma más concreta afirma Bensaïd en una de sus últimas entrevistas: "De ahí viene la
extraña idea, que resulta asombrosa hoy, y completamente leninista, que gira en torno a la
democracia mixta. Una idea que ya fue propuesta en su época por los austro-marxistas, que
contemplaban la posibilidad de dos asambleas, poniendo el acento en el dominio de una de
ellas: o los soviets, o una forma parlamentaria. Es posible imaginar una forma de equilibrio
duradero del poder, al menos una forma territorial, en todo caso por sufragio universal. Ya
entonces propusieron un principio de ponderación de voto, para sobrerrepresentar al obrero
respecto a la masa campesina. Hoy día, en las sociedades modernas, no se plantea este
problema. Habría por tanto una ciudadanía y un sufragio universal, que no se libra de la
representación territorial, pero que puede tener una forma de contra-poder, en lugar de las
actuales formas senatoriales de notables, que sería una especie de “Cámara social”. Algo así
existió en Nicaragua, aunque no pueda servir de modelo, al ser un país tan pequeño. Lo que
los sandinistas denominaban el “Consejo de Estado” se parecía algo a este orden" (Bensaïd,
2010b).
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