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Páginas 217-224
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Arquitectónicaespacial
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!bid. p. 36 y SS.
s La dis<:usión re alizada por H. Wcyl a par t ir de las tesis «clásicas» de Leibniz,
Newton y Kant (pp. 26 -34) le lleva a formular algunas reservas sobre la posición teórica
de E. Mach. JSignifica esto que da la razón a Lenin en su A1atérialisme et empiriocriticis-
me? No exac tam ente. Sin duda, diría que Lenin pla 1.1tea mejor la cuest ión, pero pone la
mira y dispara fuera del blanco.
6 H. Wcy !, op. cit., p. 4 4.
o el Dios matemático de Leibniz la habrían planeado. Descartes y
su escuela encuentran difícil creer en semejante operación, con una
atribución del cálculo al «espíritu», humano o no, sin preguntarse
demasiado cómo la finalidad puede realizarse de otro modo que
por la acción providencial o trascendente de la Idea (en sentido
hegeliano) . Cómo y en qué sentido la naturaleza corno tal puede
«ser» matemática es una cuestión que los filósofos, con sus recortes
científico-ideológicos, han hecho incomprensible. El observador
queda perplejo ante la belleza de una concha, de una aldea, de una
catedral, incluso cuando quizá no se trata sino de modalidades
materiales de una «ocupación» activa -la espedfica ocupación del
espacio-. Podemos preguntarnos si las <<integrons» propuestas por
F. fc\cob,7introducidas para explicar la unidad orgánica, no son un
mero exped iente filosófico-ideológico-científico, un sustituto de la
providencia divina.
Al tomar otro punto de partida para abordar la cuestión, pode-
mos concebir cómo la génesis en la naturaleza obedece a las leyes
del espacio, en la medida en que éstas son también leyes de la natu -
raleza. El espacio en tanto que tal (ocupante-ocupado, conjunto de
lugares) puede ser concebido desde una perspectiva mate.riaJista.
Un espacio así concebido, en tanto que tal, implica diferencias por
definición, lo que evita ciertas dificultades relativas a la génesis de
dichas variaciones (bien recurrir a la originalidad o a los orígenes
como fuente de esas diferencias, bien caer bajo la crítica materia-
lista del empiro-criticismo). Desde esa perspectiva, la forma de una
concha no es el resultado de una finalidad, ni de un pensa miento
«inconsciente» ni de una decisión superior. La poesía de una con-
cha y de los caparazones, su rol metafórico,8 no remitiría n a una
misteriosa potencia creadora, sino al modo en que se distribuyen
inmediatamente las energías bajo ciertas condiciones (en una
escala concreta, en un medio material determinado, etc.). La rela-
ción naturaleza~espacio no implicaría, pues, la mediación de una
potenci a externa, naturalizada o divinizada. La ley del espacio
resid e en el mismo espacio y no puede resolverse en una relación
falsamente clara «dentro-fuera», que es una mera representacióndel
espacio.Marx se preguntaba si la araña trabajaba. ¿Acaso obedece a
impulsos ciegos? ¿Posee o, más bien, es una inteligencia ? ¿Es cons-
ciente de lo que hace? La araña produce, segrega, ocupa un espacio
y a su manera lo engendra: el espacio de su tela, de sus estrategias y
de sus necesidades . ¿Podemos pensar este espacio de la arat'ia como