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Rodolfo Contreras

20-5-20
Literatura Mexicana Contemporánea

Las palabras ajenas en nuestros labios

Apunta Kenneth Goldsmith que es El libro de los pasajes, monumental obra póstuma de
Walter Benjamin, acaso el mayor tratado acerca de la escritura no creativa. Desde el inicio, el
pasaje emerge de la exposición y lo acompañan sus múltiples acepciones: extracto, fragmento,
cita; pero también pasillo, corredor, tránsito y vaso comunicante. Es decir: un puente que enlaza
dos o más sitios. De la obra de Benjamin Goldsmith expresa que “copió textos escritos por otros
y algunas de las citas se extienden a lo largo de varias páginas. Aun así, las convenciones
persisten: cada fragmento se cita apropiadamente y la “voz de Benjamin se hace presente a través
de notas y comentarios brillantes sobre las citas copiadas” (123). Es de sumo valor subrayar la
parte hegemónica del autor, que a miras del tema que se trata podría resultar en una contradicción
sin precedentes; aquí, sin embargo, recalca el poder benjaminiano que cuestiona la anquilosada
institución del autor, la cual lo enaltecía como decidor absoluto, el custodio del lenguaje.
De aquí el deliberado atentado contra el frontispicio del monumento al autor plantea otras
dudas de severa relevancia contemporánea: ¿cuáles juegos contribuyen al deterioro de la autoría?
En sí, las citas del coloso textual pertenecen a otras plumas: Benjamin, habiéndolas leído,
digerido e interpretado, las extrae para comentarlas y evaluarlas; es entonces el gesto más
creativo del filósofo alemán la elección de los fragmentos. Goldsmith se pregunta si la materia
cultural (en este caso, de la escritura) no es compartida. Técnicas como el pastiche y el collage le
llaman la atención a Goldsmith; para él está claro que la apropiación, pese a las semejanzas y
conexiones, no es lo mismo que estas técnicas.
Ejemplifica con la incursión en las obras visuales y metaforiza obras memorables de Picasso y
Duchamp que se enfrentaron a los cambios de una incipiente era industrial: “Una analogía útil es
pensar en Picasso como una vela y en Duchamp como un espejo. La luz tenue de la vela nos atrae
y fascina por su resplandor cálido. El frío reflejo del espejo nos aleja del objeto y nos devuelve a
nosotros mismos” (124). La obra de Picasso integra elementos que, reunidos y conjuntados,
además de revitalizados por la alquimia del pintor español, remueven su antigua utilidad y
armonizan un todo. La composición absorbe las particularidades de las cosas físicas para
presentarse como un objeto estético, tal como el óleo rechaza la química aceitosa y la planicie
textil con su urdimbre y trama, con el fin de concentrarse en la ejecución de los cromatismos, del
trazado, etcétera.
Por otra parte, la Fuente de Duchamp repele por tratarse de un mingitorio; al mismo tiempo,
sin embargo, instala la duda de por qué hay uno en la galería de arte. Es claro que Duchamp se
“apropia” por completo de una pieza previamente manufacturada para desfamiliarizarla, volverla
extraña al ojo y al entendimiento. Este objeto “no requiere de un público espectador, sino de un
público pensante” (Goldsmith 125). El éxito del experimento de Duchamp radica en la
presentación de una idea. El poeta estadounidense escribe que la acción del dadaísta es
generativa (crea mundos de ideas) y la del cubista peninsular es absorbente (acerca al objeto).
Esta distancia es particular, pues hablamos del paso de lo que está en la obra a lo que merodea
más allá; salto, para elegir un sustantivo más arriesgado, que es del contenido al contexto. En
literatura, Goldsmith compara la obra de Pound con el ya discutido de Benjamin. Para el
ensayista, Pound absorbe, en lo que Benjamin genera; Pound sintetiza material en un todo
coherente, pero no lo deja intacto. El poeta modernista entreteje citas o pasajes establecidos en
otros textos, los pule según su criterio, su voluntad; el filtro reintroduce las lecturas de Pound y
las resignifica.
En el caso de Walter Benjamin, arma una “obra de montaje” literario, influido por aquello que
expone sin mácula en su libro La obra de arte en su época de reproductibilidad técnica. Acosado
por el monstruo cinematográfico, así como el montaje se compone de una pasarela de
fotogramas, la intención de Benjamin es una colección acaso privada del lenguaje, pues
transcribiendo citas o párrafos enteros de numerosas y dispares fuentes bibliográficas, las tarjetas
daban la posibilidad de ser barajeadas, de tomarlas como naipes de un mazo y cederle un papel
protagónico al azar. (El ensayo no lo resuelve, pero sin duda vislumbra el modo de lectura que
tuvo su crisol narrativo en la denominada Nouveau Roman, que más tarde se vertió sobre la
antinovela.) “La obra [El libro de los pasajes] nos lleva a reflexionar sobre la excelsa calidad de
las elecciones de Benjamin, sobre su gusto. Lo que elige copiar es lo que hace que su obra sea
exitosa” (Goldsmith 127). La fragmentación del texto nos aleja del objeto a través del poder del
espejo.
La fragmentación y aun el “orden” no responden, empero, a las veleidades de la Fortuna: el
autor pretenda una maquinaria anticipada, una serie de principios a los que se atenga. Benjamin
encauza el lenguaje. “La presentación de la confusión no es lo mismo que una presentación
confusa” (127). La palabra, el verbo, ha de reorganizarse; como es, carente de forma fija, imita
las fluctuaciones del agua sobre un río; la presa que es la obra de Benjamin da la ilusión de un
caudal intempestivo, pero hasta los ríos más bravos tienen cauce.
Obra en proceso continuo, inacabada, como la Biblioteca de Babel que soñó Borges, la palabra
empieza a repetirse: la cita tiende un puente entre el aquí y el ahora, y el allá y el entonces, con
lo que da una imagen constelada. En una obra en la que se deambula, en la que el lector se
extravía al tomar los “hipervínculos” que lo llevan de un fajo de extractos y reflexiones a otros
inexistentes; la obra incompleta de esta índole da la sensación de un centro comercial en perenne
estado de construcción. Un poder ver la palabra como mercancía es necesario, para apropiársela
en una colección íntima y obsesiva de las palabras ya dichas.
Para Benjamin, la figura que expresa esta estructura de cambiantes asociaciones es la
constelación. Un molde que, como señala Goldsmith, prefigura el modo de acercamiento a la
lectura que permite el internet. Ahí ocurre lo que para Benjamin es la imagen antes señalada, la
cual es dialéctica; se da, por añadidura, en el lenguaje. Que éste sea fragmentario influye en la
duda que Goldsmith se plantea a fondo al preguntarse si el que Benjamin no se abocara por
apropiarse de una totalidad ya no recibiese el nombre de “apropiación”. ¿Es lo mismo si se toma
la obra completa o si sólo se escoge un pedazo?
El autor responde a la cuestión con el ejemplo de Day, obra colosal y experimental en la que,
como hizo Joyce en su momento, pretende capturar el día a través del texto. Transcripción precisa
y minuciosa del New York Times, el autor descubre, como el filósofo alemán, la exigencia de
una rigurosa reglamentación, que ha de seguir al pie de la letra. De modo que, pese a todo, el
gesto creativo acaso disminuya, pero se anida en el criterio y en el “ordenamiento” del material
ya dado. Las estrellas ya están dadas, pero el escritor escoge cómo trazar líneas entre ellas, cuáles
comunicar y cuáles dejar de lado.
Recreando la obra dada, ésta se expande y renueva; llega hasta el punto de Issue I, proyecto
tan célere como polémico, una antología desordenada que pone en tela de juicio la autoría del
escritor. Un servidor reorganiza con criterios preprogamados la pluma de diversos poetas, les
asigna poemas que nos les pertenecen y pregunta por qué tal texto no puede de ser de alguien
más. Esta problemática que enfrenta la literatura con la tecnología ya la habían vivido los artistas
que saltaron del siglo diecinueve al veinte, que vio nacer una era donde el arte se masificó y
distribuyó gracias a los beneficios tecnológicos.
Y como en aquella época, ahora estos poetas han colocado la mecánica sobre la estética, pero
con el objeto de generar un mundo de ideas, una discusión pertinente acerca de la figura autoral.
De nuevo, cambian el enfoque del contenido al contexto, so pretexto de resignificar lo visible, la
materia que, en este caso, es la escritura. La letra sugestiona tantos mundos de ideas como un
urinal.

Bibliografía:

Goldsmith, Kenneth. Escritura no-creativa: la gestión del lenguaje en la era digital. D.F:
Tumbona ediciones, 2015. PDF.

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