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Rodolfo Contreras

Literatura Latinoamericana Contemporánea

Réquiem por la juventud


La escritura como vehículo del tiempo y de la (des)esperanza en Amuleto

Morituri te salutant. Not many of


those she looked at ever saw her
again – not half, by a long way.

JOSEPH CONRAD

De la niñez y de la juventud, de esos años veloces que


volverán en la invocación de la nostalgia, sólo podemos escribir en la madurez, cuando ya el
cúmulo de experiencias puede recorrerse por completo. Hacerlo antes sería un sinsentido, pues
carecemos precisamente del juicio oportuno y de la sensatez necesaria para evaluar cada
momento grato. ¿Para qué se escribe? ¿Para hilar, acaso, esos chispazos de instantes pretéritos
que, en cierto modo, nos dan la identidad? El mero acto de poner la punta del bolígrafo sobre el
papel o de teclear un puñado de frases encadenadas supone una consciencia invisible, aquélla que
manipula ya no sólo el soporte y el instrumento, sino la palabra. Y esta palabra, ¿de dónde
proviene y por qué se instala ahora en este acomodo orientado y lógico? Meditar sobre la
escritura a través de ella se ha vuelto un ejercicio paradigmático de la literatura finisecular en el
que resulta vital el papel del escribiente, el del lector y el de la sustancia que está siendo
transcripta. La última en buena parte compuesta por las fulguraciones personales de alguna
vivencia que, en retrospectiva, adquiere el máximo significado en cuanto se le observa cuán
tupida es la interrelación de acaeceres para los cuales aquella experiencia vendría a ser, si no un
punto de partida, sí un parteaguas en la constitución de quien ahora recuerda. Memoria se siente
como una palabra inconmensurable que salpica cuanto objeto la rodee. En especial, la literatura.
Roberto Bolaño, que ha pasado a la posteridad como una figura icónica de las letras, ha sido
preservado incluso en el sosia narrativo que Javier Cercas elabora para darle luz a su “doble”

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novelesco en aquella reflexión sobre la literatura, la Historia y la memoria que es Soldados de
Salamina.
Si tomamos en cuenta la obra de Bolaño, no es coincidencia que el personaje exprese en la
novela: “Para escribir novelas no hace falta imaginación. […] Sólo memoria. Las novelas se
escriben combinando recuerdos” (342). La mayoría de la narrativa del autor chileno está
cimentada por el pesado tabique de la anécdota, la historia dentro de la Historia. De entre sus
novelas tan paradigmáticas, Amuleto antepone a la temporalidad “oficial” la que bate Auxilio
Lacouture, encerrada en aquel baño de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM durante la
violación a la autonomía universitaria por parte del ejército mexicano. Anécdota verídica y
corroborable por los anales del plantel y por las mil voces que dieron fe de la hazaña de la
uruguaya, llamada, en la “realidad”, Alcira Soust Scaffo. He aquí la anécdota, pero, como hemos
señalado, es tan sólo la base.
Y así como preguntábamos al comienzo de este ensayo, cabría preguntar, dado el vínculo tan
estrecho que lentamente vamos atisbando: ¿Por qué se recuerda? Dentro del curso de la Historia,
hubo tantas atrocidades justificadas por el bien de las naciones que pronto empezaron a delinear
un ciclo de impulso, de vencimiento sobre el otro, que se catalizaba en aquella mirada hacia
adelante que llamamos progreso. Walter Benjamin cuestiona esta mirada en sus tesis de filosofía
de la historia; a continuación, enuncia que la mirada “sólo está dispuesta a percibir los progresos
del dominio sobre la naturaleza, no los retrocesos de la sociedad. Muestra ya los rasgos
tecnocráticos con los que nos toparemos más tarde en el fascismo” (Tesis XI). Agrega Jürgen
Habermas en El discurso filosófico de la modernidad: “Cuando el progreso se coagula en norma
histórica, queda eliminada la referencia al futuro, propia de la actualidad, la cualidad de lo nuevo,
el énfasis de la impredecibilidad de todo comienzo” (24). Pues, además de instaurar un
“horizonte de expectativas” que garanticen el provenir, el predominio de la tecnología sobre lo
humano y las consecuencias que acarrea esta relación le motivan al filósofo alemán una revisión
de la Historia y de quien vela por ella.
Así, por ejemplo, Benjamin postula: “El cronista que hace la relación de los acontecimientos
sin distinguir entre los grandes y los pequeños responde con ello a la verdad de que nada de lo
que tuvo lugar alguna vez debe darse por perdido para la historia” (Tesis III). Y en verdad que la
lucha del historiador ha de ser por recuperar cada momento, en especial aquél en el cual ha visto
su fin un pensamiento lejano. Y aunque Auxilio Lacouture no sea una historiadora al cien por

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ciento, la singladura que emprenda da fe del horror que ha colmado no sólo México, sino
Latinoamérica. Cada época pasada (en este caso, el macabro año de 1968) tiene “su horizonte de
expectativas no satisfechas y es tarea de la actualidad hacia el futuro revivir de tal suerte en el
recuerdo un pasado que en cada caso se corresponda con ella, que podamos satisfacer las
expectativas de ese pasado con nuestra fuerza mesiánica débil” (Habermas 26). Entonces, se
recuerda porque es necesaria la redención que asegure cierta plenitud en el futuro.
Con esto en mente, el papel de Auxilio, quien se declara como “la madre de la poesía
mexicana”, no es sólo el de mantener “intacta” la autonomía de la máxima casa de estudios. Ya
su antropónimo da los indicios de “amparo” y de “costura”. En otras palabras, presta ayuda al
coser, al subsanar “una generación salida directamente de la herida abierta de Tlatelolco, como
hormigas o como cigarras o como pus” (Bolaño 60). A caballo entre el ahora, el entonces y el
mañana, en la prosa del fundador del infrarrealismo cuaja el pensamiento benjamineano: “La
historia es objeto de una construcción cuyo lugar no es el tiempo homogéneo y vacío, sino el que
está lleno de ‘tiempo del ahora’” (Tesis XIV). Conque Auxilio percibe “un tiempo puro, ni verbal
ni compuesto de gestos o acciones” (Bolaño 29) que partiendo desde 1968 retrocede hacia 1963 e
incluso el exilio español de los 30’, pero que también avanza hacia 1973, año del golpe de estado
chileno, y desemboca en las predicciones que Auxilio le hace a su angel de la guarda en el
treceavo capítulo. El encierro en el baño anula las temporalidades “corroborables” (la Historia
está allá afuera, teniendo lugar durante esos trece días), y dispara los resortes más imaginativos
de la narración en una madeja cuyo recorrido es hecho por Auxilio con la paciencia de su delirio
moroso.
Así como “las huellas de la violencia en América Latina exigen nuevos modos de abordar lo
‘real’, porque la experiencia adquirió dimensiones inefables” (Aguilar 2), la protagonista evoca
sueños que se precipitan hacia recuerdos empañados por el olvido o manipulados por la voluntad,
como ocurre en el encuentro con Remedios Varo. Estos detalles fantasmagóricos aplanan toda la
narración a las leyes oníricas, lo cual le confiere un realismo salpicado por tintes fantásticos que
debilitan la certidumbre del relato (5-6). Certidumbre, por decirlo de un modo, encarada con la
histórica. En el caso de Lacouture se manifiesta una preocupación que halla su paralelismo en el
símbolo del Ángel de la Historia que Benjamin describe:

Su rostro está vuelto hacia el pasado. En lo que para nosotros aparece como una cadena de acontecimientos, él ve
una catástrofe única, que arroja a sus pies ruina sobre ruina, amontonándolas sin cesar. El ángel quisiera

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detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo destruido. Pero un huracán sopla desde el Paraíso y se
arremolina en sus alas, y es tan fuerte que el ángel ya no puede plegarlas. Este huracán lo arrastra
irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las espaldas, mientras el cúmulo de ruinas crece ante él hasta el
cielo. Este huracán es lo que nosotros llamamos progreso (Tesis IX).

En Amuleto aparece una escena que tiene resonancias con el modelo angélico de Benjamin:

Luego miré el abismo. Se me encogió el corazón. Ese abismo marcaba el final del valle. […] Luego miré la
sombra que se esparcía y avanzaba por el otro extremo, como si también hubiera salido ella de la zona nevada,
sólo que por otro sitio que yo. […] supe que la sombra que se deslizaba por el gran prado era una multitud de
jóvenes, una inacabable legión de jóvenes que se dirigía a alguna parte. […] Supe también que pese a caminar
juntos no constituían lo que comúnmente se llama una masa: sus destinos no estaban imbricados en una idea
común. […] Caminaban hacia el abismo. Creo que eso lo supe desde que los vi. Sombra o masa de niños,
caminaban indefectiblemente hacia el abismo. […] Extendí ambas manos, como si pidiera al cielo poder
abrazarlos, y grité, pero mi grito se perdió en las alturas donde aún me encontraba y no llegó al valle (Bolaño
126-127).

Como testigo privilegiado, Auxilio Lacouture oye el canto de esos jóvenes, “nuestro amuleto”,
el cual, en lugar de irse perfilando hacia el barranco, barrunta “sólo su generosidad y valentía” y
promete conservarlas en la memoria, aunque sean “bueyes” (como El rey de los putos tilda a
Arturo Belano) destinados para la hecatombe. A todos ellos ampara la uruguaya; Pedro Maino
Swinburn descubre en aquel gesto de compromiso que “sólo la voz de Auxilio fue capaz de
recuperar la gestación de una generación que parecía obstinada en inmolarse, en borrar toda
huella de su paso, perderse para siempre en el laberinto de Latinoamérica” (4). El embrollo
temporal de Auxilio opera entonces como un dispositivo de recuperación de todos los escenarios
del horror, constatables y virtuales, que sumió al continente entero: “Pues es una imagen
irrecuperable del pasado la que amenaza con desaparecen con toda actualidad que no se vea
aludida por ella” (Tesis V). La heroína narra para no olvidar, y también para advertir. Si “el relato
es un elemento de prueba para establecer una verdad a contrapelo de la historia oficial” y “es la
voz de los vencidos que […] no han incorporado una reflexión sobre la derrota” (Aguilar 7),
entonces la injustica, a todas luces irreparable, “puede reconciliarse virtualmente mediante el
recuerdo, liga la actualidad a la trama comunicativa de una solidaridad histórica universal”
(Habermas 27). Y, desde la voz ajena, delinea el sentir ajeno.

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Un sentir pleno en su momento y con miras en un futuro prometedor. Pero ese ardoroso
entusiasmo juvenil pronto se quema, dejando las cenizas para que el polvo del D.F. las engulla.
El recuerdo de estos ideales tempranos sólo se plasma en la esperanza de la escritura. El futuro de
ésta, no sólo el de la década posterior, sino el de las centurias y los eones del porvenir, tan sólo es
comprensible con el pliegue que enmarca la brutalidad del pasado. Por esta razón la novela
acumula experiencias hiladas por la asociación libre y sensorial. Esta realidad, retratada por la
novela, que mutilaron, crueles granaderos, y ahora no podrá andar sin la intervención quirúrgica
que le dará una memorable cara de abyección. Amuleto es la costura de los retazos dispersos: “En
ella, apreciamos cómo, de manera fragmentaria, la poesía se enfrenta a la violencia y resiste a la
construcción del discurso político que se empecina en ocultar los hechos” (Ferrer 14). La palabra
testimonial, el “yo vi”, cicatriza hasta cierto grado la herida abierta.
La escritura del realismo visceral (bautizada así en Los detectives salvajes) está “para hurgar
en las vísceras de la historia” (Aguilar 5). La novela que busque la estética de esta brutalidad
latinoamericana la ensaya Bolaño para indicar que, pese a las adversidades, la memoria todavía
contiene inmortal aquella juventud que el tiempo ha disuelto. La narrativa opera en virtud de
ella: “Bolaño se corre de los géneros canónicos que han vehiculizado la cuestión de la memoria a
partir de las posdictaduras en el Cono Sur; es decir, el testimonio y la novela histórica como
géneros orgánicos a la reconstrucción y las significaciones de la memoria” (Aguilar 7). Si Auxilio
resguarda desde el bastión sanitario la autonomía de la universitaria, preserva, asimismo, las
voces presentes, pasadas y futuras de los avasallados por la Historia. Por lo menos, así lo advierte
la Dra. López Badano en Auxilio Lacouture: Angelus Novus mesiánico (Una lectura de Amuleto
desde las Tesis de Filosofía de la Historia de Walter Benjamin):

La narradora teje, a manera de una crónica informal y caótica que toma de la Historia (entonces futura), una
trama de memorias con la cual liga, desde su vivencia, a las tres generaciones, para darles un valor significativo,
en el tiempo histórico contrastivo y desencantando desde el que escribe el autor; su voz es la fuerza mesiánica –
según el decir de Walter Benjamin y lo que él entiende como “mesiánico”– necesaria para unir un pasado que
exige derechos al presente en el que se sitúa. Por último, esos devenires íntimos de una uruguaya que ha llegado a
México “sin saber muy bien por qué, ni a qué, ni cómo, ni cuándo” (Bolaño: 12) hacen de Auxilio no una
exiliada, sino una espectadora mesiánica encargada de recuperar el pasado con el que –siguiendo nuevamente a
Benjamin–, el presente tiene una deuda (4).

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Primero, sus ojos ancilares se posan sobre al agobio silencioso de los poetas León Felipe y
Pedro Garfias; después, se detienen sobre las azoteas del D.F. que el viento cargado de su polvo.
No sólo quedan retenidas para la prosperidad las obras de estos poetas, sino que su vida cotidiana
queda plasmada por el testimonio asimétrico de Auxilio (en tanto rehúye del orden cronológico)
que una novela condensa en sus páginas. Rodeada de poetas e intelectuales, en incluso descrita
como “una versión femenina del Quijote” (Bolaño 26), con su “corte de pelo Príncipe Valiente”
(37), e incluso “idéntica a Borola Tacuche” (93), Auxilio es uno de esos personajes que respiran
el oxígeno puro de la Literatura. Así como Roberto Bolaño, los dos lectomaníacos se obstinan en
dar constancia de lo que ha ocurrido a través del incierto fulgor de la palabra. (Un ficcional
Bolaño confiesa: “Yo leo hasta los papeles que encuentro por las calles” [Cercas 336].)
En Amuleto percibimos un correlato simultáneo al discurso de la historia, no subsecuente ni
inferior; la literatura subsume lo que este conjunto de asertividad factual mantiene en la periferia.
Porque si le esperanza es lo último que muere, la escritura literaria preserva su flama mortecina
como de antorcha olímpica dirigida al pebetero. Podría decirse que, de fondo, silenciado por las
fuerzas mediáticas como una tara incómoda, el movimiento del ’68; en el papel estelar, el empleo
de recursos, la ceremonia y el apretar de manos entre naciones que representó el magno evento
deportivo de aquel año. En la llama que lo inauguró ardieron mil “bueyes” que, sin saberlo,
avanzaban hacia el derrotero.

Bibliografía:

1. Aguilar, Paula. “Amuleto: Hacia una poética de la memoria latinoamericana.” Memoria


académica. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (FaHCE) de la
Universidad Nacional de La Plata. 2009. Web. 20-5-20.
http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.3497/ev.3497.pdf
2. Badano, Cecilia López. “Auxilio Lacouture: Angelus Novus mesiánico (Una lectura de
Amuleto desde las Tesis de Filosofía de la Historia de Walter Benjamin)” Paper.
Universidad Autónoma de Querétaro. 2013.
3. Benjamin, Walter. “Tesis sobre la historia” La mirada del ángel. Traducción e
introducción de Bolívar Echeverría. D.F: ERA/UNAM, 2005. Google Books. Web. 21-5-
20.
4. Bolaño, Roberto. Amuleto. México: Debolsillo, 2017. Impreso.

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5. Cercas, Javier. Soldados de Salamina. Edit. Domingo Ródenas de Moya. Madrid:
Cátedra, 2017. Impreso.
6. Ferrer, Carolina. “Crímenes para armar: Amuleto de Roberto Bolaño.” Belphégor. 2010.
Web. 21-5-20.
https://dalspace.library.dal.ca/bitstream/handle/10222/47794/09_03_ferrer_crimen_es_co
nt.pdf?sequence=1&isAllowed=y
7. Habermas, Jürgen. El discurso filosófico de la modernidad. Madrid: Taurus, 1993.
Impreso.
8. Swinburn, Pedro Maino. “Amuleto: la voz de Auxilio.” Biblioteca Virtual Universal.
Universidad Complutense de Madird. 2010. Web. 21-5-20.
https://www.biblioteca.org.ar/libros/150573.pdf

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