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Como citar:

García, F. & Martínez, N. (en prensa). Terapia sistémica breve con adultos abusados en la infancia. En A.
Téllez (Ed), Hipnosis clínica y terapia breve en pacientes con abuso sexual. Monterrey, México: UANL.

TERAPIA SISTÉMICA BREVE CON ADULTOS ABUSADOS EN LA INFANCIA

Felipe E. García
Nicole Martínez-Bizama
Universidad Santo Tomás, Chile

ASPECTOS GENERALES DEL ABUSO SEXUAL EN LA ACTUALIDAD


Desde hace algunos años la violencia sexual ha sido un tema de interés político y de la
comunidad, debido a que con el tiempo la situación se ha tornado alarmante e inaceptable,
los denuncia y descripción de los hechos de violencia han aumentado en frecuencia y crudeza,
lo que ha llevado a que a nivel mundial se haya abordado fundamentalmente como una
violación de los derechos humanos. En Chile, así como en otros países, se ha establecido un
compromiso para acoger a la población afectada de manera temprana y así establecer una
intervención oportuna de los casos denunciados; el abuso sexual se considera actualmente
como un problema de salud pública por los efectos a nivel físico, emocional, psicológico y
social (Ministerio de Salud, Chile, 2011).
Con frecuencia los niños, niñas y adolescentes son considerados como población de alta
vulnerabilidad a sufrir abuso sexual. De la cantidad de menores que han sido víctimas de
abuso, el 75% de los casos corresponden a niñas y el otro 25% restante corresponde a niños.
En general las cifras de niños y niñas violentados son alarmantes, por lo que las instituciones
que velan por los derechos de la infancia han realizado diversos estudios en relación al
maltrato infantil determinando que el ser menor de edad es un factor de riesgo, así como
también los son un nivel socio económico bajo, la falta de educación sexual en los padres y
niños, patrones de violencia intrafamiliar o patrones desadaptativos de crianza, así como
también se menciona que existen rasgos que actúan como factores de riesgo, tales como
rasgos de personalidad dependiente, retraimiento y timidez (UNICEF, 2012).
Se considera que el porcentaje de mujeres que han sufrido abuso sexual en la infancia (ASI)
supera al doble al porcentaje de hombres, probablemente debido a que la relación de poder
está desbalanceada. Esto ocurre no solo porque socialmente los niños poseen un nivel
jerárquico más bajo que los adultos, sino que también obedece a aspectos culturales y
estereotipos asociados al género femenino, siendo éste un factor de riesgo a sufrir un abuso
sexual (Acuña, 2014).

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Las mujeres se han movilizado a nivel mundial, con el fin de velar por sus derechos y asegurar
que las leyes e instituciones del estado protejan a las víctimas de abuso sexual. Se busca
reivindicar y redefinir el rol de la mujer dentro de la sociedad así como también cambiar el
paradigma desde el cual se define el abuso sexual, se plantea que este debe de ser visto desde
una perspectiva sistémica, ya que el problema se da en un contexto relacional de asimetría y
desequilibrio en donde los estereotipos, prejuicios, creencias, cultura y antivalores enraízan
la violencia en la sociedad (Ubieto, 2018).
En el último tiempo se ha buscado un cambio social y cultural, acabar con los prejuicios y
estereotipos relacionados al abuso sexual, la mayoría de estas concepciones provienen de un
marco de referencia machista que solo genera efectos negativos en las víctimas. Es
importante considerar el abuso desde una perspectiva más humana y realista no solo para la
comprensión como fenómeno social, sino para la comprensión de quienes ejercen una labor
de apoyo profesional hacia las víctimas. Por tal motivo, desde la psicología es necesario
deconstruir los paradigmas machistas que ubican a la mujer por debajo del hombre, ya que
estas líneas no contribuyen a paliar los efectos del problema, entender que es necesario
establecer un enfoque de género a la hora de abordar a las víctimas, promover medidas
sociales oportunas, tratamientos integrales y efectivos que permitan un apoyo inmediato
(Paredes & Vazquez, 2019).

LA EXPERIENCIA DE ABUSO
Cada año más personas develan haber sufrido algún tipo de ASI. En tiempos anteriores el
tema era tabú y cuando al interior de una familia se descubría un acto de esta naturaleza, ésta
hacía lo posible para que el hecho no saliera a la luz, con la excusa de evitar la
desorganización familiar, en un contexto en el cual además los varones y adultos se sentían
respaldados en sus acciones por creencias culturalmente compartidas que lo ponían en una
posición de superioridad respecto a mujeres y niños.
Actualmente existen diversas explicaciones de por qué se genera un abuso, por ejemplo, se
ha señalado que la sexualidad está normada por lo que se denomina cultura de la violación
en donde la mujer desde épocas anteriores en el desarrollo de su sexualidad se le ha asociado
a un papel de sumisión y represión; ante esto, hombres y mujeres desarrollan su sexualidad
de acuerdo a estereotipos y roles culturalmente aprendidos y al existir una relación ésta se ve
marcada por el ejercicio del poder en donde se genera la violencia, se sostiene y se oculta
(Hermosa & Polo, 2018).
Las consecuencias negativas de un ASI se mantienen y empeoran a través del tiempo si el
abuso no es develado. Estas develaciones ocurren por lo general en la adultez y no en la
niñez, lo que quizás se deba a que el funcionamiento psicológico de los niños los lleva
muchas veces a disociarse del hecho traumático como forma de afrontamiento con el fin de
continuar con su funcionalidad. En la adultez, en cambio, contarlo a otros permite proteger
al sí mismo, siendo éste el primer paso para la reparación del hecho traumático. Por otra
parte, el proceso de psicoterapia que muchas veces se inicia tras la develación, al ser un

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espacio protegido, permite enfrentar de mejor manera los fragmentos o recuerdos disociados
de la situación y los sentimientos negativos asociados (Perada, 2018)
La mayoría de las personas que consultan y que refieren alguna experiencia de ASI llegan a
terapia por otros motivos, a veces problemas en sus relaciones de pareja, dificultades
sexuales, autoestima, depresión, ansiedad, sintomatología del cuerpo que no se explica por
una afección fisiológica entre otros, las que constituyen una puerta de entrada para que una
vez ganada la confianza del clínico, se atrevan a revelar este hecho, muchas veces por primera
vez. Algunas estadísticas muestran que las personas que han sufrido algún tipo de abuso
físico o sexual en la infancia tienen más probabilidades cuando adultos de desarrollar
problemas de salud mental tales como trastorno de personalidad limite, esquizofrenia,
trastorno bipolar, depresión, trastorno de ansiedad o abuso de sustancias, que las personas
que no cuentan con esta mala experiencia (Vitriol. 2005).
Una de las dificultades que tiene la terapia tradicional hacia las personas que han sufrido ASI
es que se olvidan del perpetrador (Kamsler, 1993). La terapia psicoanalítica orienta sus
esfuerzos a resolver patologías intrapsíquicas a través de la revelación de recuerdos
reprimidos, suprimiendo en su discurso al agente. El abuso lo ha cometido una persona que
muchas veces gozaba con la confianza absoluta del niño y la familia, en una gran proporción
un familiar directo; olvidar este hecho situando el problema exclusivamente en la psiquis del
consultante lo hace sentir culpable, responsable de la mala experiencia vivida. Las terapias
familiares tradicionales no lo hacen mejor, generalmente sus hipótesis trasladan la causa del
problema y su mantención a una disfunción familiar, considerando el abuso como un síntoma
de una problemática familiar cuya responsabilidad recae en una madre que no ha sabido
poner reglas y límites que hayan permitido proteger a su hijo o hija. Nuevamente el
perpetrador se invisibiliza, la culpa recae en el sistema o en dificultades en el cumplimiento
de su rol por parte de la madre.
La perspectiva que pretendemos mostrar en este espacio es el que ofrece la terapia narrativa
(White & Durrant, 1993). De acuerdo a este modelo, el ASI se presenta en un contexto
cultural dominado por creencias machistas que colocan al hombre o al adulto en una posición
de poder que le da derecho a imponerse sobre mujeres, niñas y niños. Una creencia del tipo
“la mujer dice no cuando quiere decir sí” o “él/ella se le insinuó pues usaba una ropa
provocativa”, están sostenidos por una cultura machista que termina justificando y
naturalizando el abuso.
Desde una perspectiva narrativa, las personas se cuentan historias a sí mismos y hacia los
demás que no solo representan su vida sino que también la constituyen. Las personas son las
historias que cuentan de sí mismos, historias que le confieren una identidad, que se
construyen desde las experiencias del pasado, que permiten comprender la experiencia
presente y posibilitan proyectar un futuro. En otras palabras, las historias que nos contamos
acerca de nuestras vidas organizan nuestra experiencia, le otorgan significado, y nos permiten
entender quiénes somos y hacia dónde vamos.
Un niño requiere de ciertas creencias básicas que le permiten entender y moverse en este
mundo, una de ellas es que hay personas ocupadas en protegerlos, en cuidarlos para que nada
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malo les pase. Cuando el abuso lo comete alguien que debía cuidado, quiebra esta creencia
fundamental y muchas veces no puede ser reemplazada por otra, constituyendo entonces una
experiencia traumática. Después de ello se hace muy difícil volver a confiar en nadie (García,
2013).
Por otro lado, el ASI socava la imagen de sí mismo, transforma la identidad aún en
conformación de los niños y niñas, en un conjunto de características negativas en las que
sobresalen aquellas derivadas de los intentos del abusador por lograr su silenciamiento: una
persona mala, una persona que merece ser castigada, una persona que no es capaz de cuidarse
ni cuidar a quienes quiere, como a su propia madre a quien dañaría si le contara lo que está
sucediendo. La imagen de sí mismo y la percepción del mundo quedan tan dañadas que
cuesta muchos años en recuperarse y es una de las manifestaciones más comunes que
plantean las personas cuando llegan a terapia, ya adultos.
En el momento que la persona es abusada, o cuando posteriormente entiende que eso que
sucedió era algo incorrecto, se siente mala, sucia o avergonzada, cualidades alentadas por un
agresor que busca el secreto. Ese secreto y esa vergüenza se seguirán manteniendo en el
futuro, incluso tras el cese de las agresiones. En su actuar, la persona modifica su
comportamiento de modo que su familia la ve como perturbada o perversa, tratándola como
tal, lo que refuerza su auto imagen negativa.
Posteriormente, si no se le cree o no se reacciona, la develación puede aumentar su
aislamiento, o por el contrario, si recibe apoyo de su familia puede corregir sus pautas de
interacción. Si el aislamiento y el daño a su auto imagen se mantienen, sus relaciones adultas
serán también afectadas. Por una u otra razón (daño en su auto-imagen o daño-en sus
relaciones, además de la presencia de emociones o pensamientos negativos) es posible que
termine pidiendo apoyo psicoterapéutico. Sin embargo, el clínico, al diagnosticarla
psicopatológicamente, podría confirmar su auto imagen de persona dañada, aumentando el
malestar y convirtiendo su problema en irresoluble (Kamsler, 2013).

LA TERAPIA: ASPECTOS GENERALES


Una primera distinción en la terapia del abuso es establecer sobre qué intervenimos: sobre
el acto abusivo mismo o sobre las consecuencias del abuso sobre la vida de las personas. La
primera opción es tradicionalmente asociada al trabajo de terapeutas psicodinámicos. Si
bien el tratamiento psicoanalítico está contraindicado para estos casos, las de origen
psicodinámico suelen ser utilizadas. Este tipo de terapias pone especial énfasis a los
elementos transferenciales y la resistencia que se generan en la relación terapéutica, en
donde el terapeuta debe promover un encuadre y alianza terapéutica que le permita obtener
información del hecho traumático sin preguntar directamente, en este caso la terapia debe
facilitar que el paciente haga un enlace entre los eventos ocurridos actualmente que le
provocan dificultad y el trauma, con el fin de que acceda a una nueva construcción del sí
mismo (Vallejo & Córdoba, 2012).

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También se orientan al acto abusivo mismo quienes entrevistan a la persona con la finalidad
de obtener antecedentes que permitan realizar una acusación penal al abusador. Los
problemas de esta opción son al menos dos: primero, no existe ninguna evidencia que el
recuerdo pormenorizado de los hechos lleva a algún tipo de resolución de las dificultades
emocionales actuales de los pacientes; segundo, el recuerdo de la experiencia traumática
pues ser re-traumatizador si al momento de hacerlo la persona no reconoce en sí misma
nuevas herramientas que le permitan lidiar con la emociones y pensamientos que se
suscitan en la rememoración, que para muchas personas resultan intolerables.
Nuestra opción es actuar sobre las consecuencias del abuso, que es la alternativa que
también toman los terapeutas cognitivo-conductuales, orientados principalmente a la
reducción de la sintomatología ansiosa o depresiva que presentan las personas o cambiar las
cogniciones asociadas. En nuestro caso, nuestra opción va por un lado en reducir estos
efectos negativos, pero también explorar las respuestas que las personas han realizado para
afrontar dichas consecuencias negativas, buscando la reconstrucción de aquellas creencias,
valores y relaciones que se han dañado producto del abuso, además de aumentar la agencia
personal, esto es la percepción que se controla la propia vida dirigiéndola hacia lugares
preferidos.
Y ya en eso, nos enfrentamos a un segundo dilema, que es casi el del huevo o la gallina.
¿Actuamos principalmente sobre los efectos del abuso en la vida de las personas? , ¿o
actuamos sobre las respuestas de las personas sobre dichos efectos? Considerando que
dichos efectos son las manifestaciones de malestar de las personas y la alteración de su vida
cotidiana, entonces privilegiamos claramente la indagación de las respuestas. Lo primero
no está vedado, pero seguimos una recomendación de Michael White que señala que si
logramos explorar estas respuesta y por lo tanto, escarbar y amplificar las acciones de las
personas, lo que han hecho para preservar su dignidad, para protegerse a sí mismo o a los
demás, para seguir adelante con sus vidas y cumplir con algunas de sus metas, entonces
será más fácil a continuación explorar y abordar los efectos. Utiliza para ello la metáfora de
un rio. Es muy difícil hablar del rio si me estoy ahogando en él; sin embargo, si esto parado
en terreno firme y seguro será más fácil contemplar el río y hablar de él. Ese terreno firme y
seguro son los recursos de los consultantes, el conjunto de experiencias y aprendizajes que
le permitieron seguir adelante con sus vidas y sobrevivir (ver Yuen, 2009).
La indagación psicopatológica constituye una exploración de los efectos, el trabajo
terapéutico narrativo corresponde una exploración de las respuestas. En el cuadro 1 se
puede ver una tabla comparativa de estos dos tipos de indagación. Es posible suponer que
un paciente atendido por el terapeuta centrado en el efecto salga de esta entrevista
sintiéndose incompetente, trastornado y necesitado de ayuda; en cambio el consultante
atendido por el terapeuta centrado en las respuestas termine esta conversación sintiéndose
competente, fuerte y con la convicción de que tiene las herramientas para salir adelante.

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Cuadro 1: terapeuta centrado en los efectos vs. terapeuta centrado en las respuestas

TERAPEUTA CENTRADO EN LOS TERAPEUTA CENTRADO EN LAS


EFECTOS RESPUESTAS

• ¿Qué le hicieron? • ¿En qué momentos de su vida ha


podido dejar de lado los efectos del
• ¿Qué siente/qué le pasa a usted
abuso?
cuando se acuerda del abuso que
vivió? • ¿Qué hizo usted para impedir que el
abuso que vivió lo/la afectara en sus
• ¿Qué otros síntomas experimenta
estudios/trabajo/vida de pareja/etc.?
actualmente como consecuencia del
abuso que vivió? • ¿Qué diferencia hace darse cuenta
que usted ha podido impedir la mala
influencia del abuso en aspectos
importantes de su vida?

Con esto no queremos decir que el primer terapeuta esté equivocado, pues en ciertos
contextos es útil esta exploración, como cuando se hace necesario hacer un diagnóstico
psicopatológico, cuando es necesario evaluar el nivel de daño o cuando se requiere realizar
un peritaje forense, fines necesarios, por ejemplo, en contextos judiciales. Sin embargo
hemos de coincidir que eso no es psicoterapia, definiendo psicoterapia como un contexto en
el cual se desarrollan conversaciones y acciones destinadas a producir un cambio, algo que
sí es posible observar en el segundo terapeuta.

A continuación expongo un cuadro comparativo entre dos tipos de abordajes en la


psicoterapia del abuso (basado en Durrant & Kowalski, 1993):
Cuadro 2: Comparación entre dos enfoques de la terapia del abuso
Una terapia Al/ a la consultante como víctima Al/a la consultante como persona
que competente
considera:
Rol del El terapeuta es el experto. Sabe lo El cliente es el experto y tiene la
terapeuta y que es mejor para la persona y posee capacidad de determinar qué es lo
cliente conocimientos exclusivos sobre el mejor para él, afirmando el camino de
abuso sexual, sobre los que el cliente la terapia.
debe someterse.

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Efectos del La persona está traumatizada, dañada La persona está oprimida por los
abuso por el abuso y muy sensible a efectos del abuso, haciendo lo mejor
desarrollar alguna característica que puede para salir adelante a pesar
“patológica” en sus relaciones. de este problema.
Supuestos Es un modelo que promueve la Promueve los recursos y habilidades.
deficiencia, desde el hecho de El foco de atención son las
llamar “paciente” a la persona hasta excepciones al problema, rearmando y
etiquetarla con un diagnóstico (estrés promoviendo una historia alternativa.
post-traumático, etc.).

Objetivos Explicar las causas del problema y la Que la persona sea capaz de controlar
dinámica del abuso. Revivir el trauma la influencia que tienen los efectos del
para poder curarlo, considerando que abuso en su vida y sus relaciones.
hay emociones (rabia, angustia) que
se encuentran reprimidas y deben
expresarse.

Psicoterapia De acuerdo con el punto anterior, hay Para producir el cambio, la persona
que promover una experiencia debe acomodar su vida ajustándose a
catártica, correctora y normativa. sus propios recursos y objetivos. Basta
producir un pequeño cambio para girar
la gran rueda.

Probablemente al lector se le haga fácil identificar los modelos terapéuticos que están
detrás de cada una de estas descripciones. Pero nos gustaría centrarnos más bien en
anticipar los efectos de estos modelos en la visión que tiene el consultante de sí mismo y de
su problema.
EL PROCESO DE PSICOTERAPIA
A continuación expondremos algunos elementos del proceso de psicoterapia que pueden
considerarse al momento de abordar la experiencia de abuso y sus consecuencias en las
personas que consultan por este motivo.
Estas partes del proceso implican incluir las acciones que se presentan en el cuadro 3.

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Cuadro 3. Primeras acciones en el trabajo terapéutico

1. FACILITAR LA EXPRESIÓN EMOCIONAL

COMPRENSIÓN CONTENCIÓN EXPRESIÓN ESCRITA

2. DECONSTRUIR LA EXPERIENCIA

FLEXIBILIDAD CREENCIAS

3. TRABAJAR CON LOS EFECTOS

NORMALIZAR VALIDAR AGENCIA PERSONAL

1. Facilitar la expresión emocional.


Muchos veces las personas que llegan a terapia develan ante nosotros por primera vez en
sus vidas detalles de la experiencia de abuso que no han contado a otros, ya sea por
vergüenza, por culpa o por soledad. Piensan que ninguna persona que no haya vivido lo
mismo será capaz de comprenderla, Piensan que develar los detalles de la experiencia de
abuso dañará a personas que quiere, incluyendo a su potencial oyente. Sn embargo,
desconfía que el psicoterapeuta sea la persona idónea para poder conversar de ello.
Por este motivo, se requiere por parte del terapeuta una actitud de comprensión respecto a
las dificultades para narrar su experiencia que presenta el consultante. Dar a entender por
un lado que se le quiere escuchar activamente para poder entender su experiencia, más allá
que no hayamos pasado por lo mismo; por otro lado, transmitir la confianza suficiente para
que las personas se atrevan.
Para ello, las actitudes planteados por Rogers para una adecuada relación terapéutica acá
son necesarias: la comprensión empática de su experiencia, la aceptación incondicional de
la persona y la transparencia y autenticidad necesaria para que el consultante advierta un
real interés por ser escuchada y apoyada.
La aceptación incondicional implica no forzar a la persona a narrar algo que no desea
narrar. Ya lo hará cuando se sienta preparada para ello. Ya contará lo que cree que es
necesario hablar. Ni siquiera es necesario para nosotros que la persona nos entregue un
detalle pormenorizado de su experiencia de abuso. Solo es necesario cuando para el cliente
es necesario, pero si no quiere contar nada de aquello, lo debemos respetar. Probablemente

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más adelante, cuando se sienta en suficiente confianza, podrá develar alguna de las historias
que quiere contar.
Para no forzar a la persona a hablar de algo que no desea, o no se siente preparada aun para
compartir, quizás pueda ser útil iniciar la conversación con una prescripción como ésta:
“cuénteme todo lo que usted cree que yo necesito saber para poder ayudarla”.
En el caso de que la persona cuente experiencias que le causen dolor, es probable que
presente llanto o angustia, que el clínico debe aceptar, validar y contener. Es decir, aceptar
esta expresión sin intentar frenarla de modo que la persona sienta que expresar estas
emociones es algo que puede hacer en terapia sin necesidad de guardar las apariencias
como probablemente ocurre en su medio social; sugerimos validar estas expresiones como
algo necesario y comprensible dada la experiencia que vivió, y luego proponemos contener
estas emociones con frases compasivas y una actitud corporal acogedora, que la haga sentir
que el terapeuta está dispuesto a escucharla y acompañarla.
Muchas veces la persona desea contar parte de su experiencia pero tiene tanto temor a
desarmarse, que prefiere callar. En estos casos sería útil darle la oportunidad de contar lo
que desea en forma escrita, a través de alguna carta o diario en la que pueda expresar todo
lo que desee sin restricción, sin importan la ortografía y redacción, y ya la próxima sesión
puede decidir si mostrar el escrito al clínico, hablar de lo que escribió o simplemente
describir como fue el proceso de escritura y lo que le fue sucediendo más allá del
contenido.
2. Deconstruir la experiencia
La persona que ha sufrido ASI nos va a entregar una narración de su experiencia abusiva o
de la vida que ha llevado desde entonces. Es muy probable que estas narraciones estén
saturadas por el problema, de tal modo que la idea central que nos transmita sea el daño
sufrido y sus negativos efectos en su auto-imagen y en el curso de su vida. Aparecerán
historias de rechazo, aislamiento, incomprensión, desconfianza, miedo y desesperación,
entre otras.
Esto se puede observar en el siguiente discurso “Durante muchos años creí que lo que me
había ocurrido había sido mentira, una ilusión o producto de mi imaginación, pero a medida
que fui creciendo muchas cosas me decían lo contrario, me sentía diferente, sentía que no
calzaba en el colegio, sentía que el resto de mis compañeras eran distintas a mí. En general,
yo lo atribuía a mi forma de ser, pero lo cierto es que jamás fue mi forma de ser, jamás fui
yo el problema. Por muchos años, debido a la anorexia y depresión, solo se me señalaba a
mi como única culpable, pero con todas las señales me fui dando cuenta de que yo no tenía
la culpa de la situación, de ese hecho que marcó mi vida para siempre.
Siempre me repetía una y otra vez ¿porque saliste de la casa ese día?, no debiste,
desobedeciste. Pasé 20 años de mi vida cargando con un abuso en silencio por temor, de
niña creía que había sido mi culpa, que era mala y por lo tanto merecía cargar con el daño,
además sentía miedo de decirlo, prefería morir con el secreto, ya de grande solo siento
vergüenza, vergüenza de mi cuerpo”

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El terapeuta ante esto debe deconstruir estas historias de modo que la persona sea capaz de
mirar cómo ha sido construida, qué ideas y mandatos culturales están a la base de dichas
ideas, tales como la posición de superioridad del hombre sobre la mujer, o del adulto sobre
el niño, la culpabilización de la víctima ante el abuso que sufrió, la estigmatización social
que lleva a su medio directo a esperar ciertas conductas de ella y luego confirmarlas. Al
deconstruir estas historias la persona tiene la opción de tomar una postura al respecto,
señalar si está de acuerdo o no con estas ideas y de algún modo decidir si desea o no
aceptar que esa influencia siga afectando su vida.
Al deconstruir le permitimos a la persona flexibilizar sus creencias, mirar aspectos de su
vida a los que no había prestado atención, y de ese modo descubrir que sí hubo gente que la
ayudó, que ella sí tomó decisiones, que sí logró preservar algunos espacios que le eran
valiosos y que sí ha podido cumplir con objetivos de vida que le eran preferidos. Resulta
extremadamente terapéutico percatarse que hay aspectos importantes de su vida en los que
no ha perdido su capacidad de control y que en el resto de cosas aún hay espacio para
actuar de manera distinta.
Una forma de conversación que aporta a esto son las preguntas de influencia relativa
(García & Schaefer, 2015), que indagan sobre cómo el problema ha influido en la vida de la
persona y cómo la persona ha influido en la vida del problema. La primera conversación es
la habitual, y está centrada en los efectos del abuso; la segunda conversación es la diferente
y con potencial terapéutica, pues indaga cómo la persona por un lado ha alimentado al
problema con algunas acciones, pero también cómo ha resistido esa influencia y respondido
a ella.
3. Trabajar con los efectos
La persona que ha sufrido ASI, puede presentar al momento de consultar una serie de
manifestaciones sintomatológicas asociadas a la depresión, ansiedad o estrés postraumático,
que le causan malestar y que desea que se detengan. Por tal razón, es necesario que el
terapeuta acoja estas manifestaciones y realice acciones destinadas a disminuir dicho
malestar.
Una de estas acciones es señalarle que estas manifestaciones (pensamientos negativos,
desconfianza, hiperactivación, problemas de sueño) son efectos que las personas sufren tras
vivir hechos como el abuso, y que quizás cualquier persona que pase por una experiencia de
ese tipo reaccionará de la misma manera, pero que eso no indica que la persona sea anormal
o esté enferma. Y recordarle que lo anormal no son por lo tanto estas manifestaciones, lo
anormal, lo que jamás debió ocurrir y que no tiene ninguna justificación, es el abuso que
sufrió. Lo que ella ha hecho tras esa experiencia de abuso son intentos de sobrevivir y
seguir adelante.
A esta acción terapéutica le llamamos normalización, pues permite comprender qué función
cumplen o cumplieron en su vida las distintas manifestaciones sintomatológicas que la
persona ha sufrido, dándoles un sentido que la persona no había considerado,
constituyéndose en verdaderos reencuadres. Los pensamientos negativos recurrentes son

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intentos de su mente por comprender aquello que no tiene ninguna explicación o
justificación. La desconfianza es un modo de protegerse ante la experiencia en la que
alguien en quien confiaba la dañó. La hiperactivación es una forma de estar alerta como
forma de protegerse si el peligro reaparece. Los problemas de sueño son una forma que
tiene su cuerpo de mantenerla activa para evitar ser nuevamente dañada. Por lo tanto, el
problema de estos efectos no es que hayan aparecido, sino que se mantengan en el presente
a pesar de que el peligro ya ha desaparecido. Y en eso, en disminuir ese malestar,
trabajaremos en las sesiones psicoterapéuticas con técnicas de manejo de pensamientos
negativos (como la detención del pensamiento, las auto-instrucciones, la prescripción de los
pensamientos negativos, entre otros), de regulación emocional (como el auto-
reconocimiento emocional, la distracción y la reevaluación cognitiva, entre otras) y de
desactivación (como la respiración, la relajación y la meditación, entre otras).
Otra acción necesaria es la validación, que consiste en que la persona se dé permiso a sí
misma para experimentar algunas de estas manifestaciones, como los deseos de llorar, los
pensamientos recurrentes, o emociones como la rabia. Validar es también aceptar esa
manifestación como algo que está presente, sin luchar contra ella, ya no se harán esfuerzos
para evitar pensar en una experiencia en particular, pues esos esfuerzos suelen ser inútiles.
No hay mejor manera de pensar en algo que hacer esfuerzos por no pensar en ello. Si no,
amable lector, trate ahora de No Pensar en un Oso Blanco. Sin embargo, hay que considerar
que aceptar no es resignarse, no es rendirse ante la tristeza o al deseo de estar solo, es
aceptarla como una experiencia que está hoy y que si realizo desde ahora algunas acciones
novedosas puede que estas experiencia se diluyan en el futuro.
Cuando aquello que hasta ahora he sentido como involuntario, intrusivo y no deseado,
desde ahora lo veo como algo voluntario, deliberado y aceptado, entonces se incrementa la
agencia personal, que ya hemos dicho que es la percepción de que controlo mi vida y la
dirijo hacia donde yo deseo. He recuperado mi capacidad de auto-eficacia.
Otras acciones terapéuticas, se pueden observar en el cuadro 4

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Cuadro 4. Siguientes acciones en el trabajo terapéutico

4. BUSCAR RECURSOS

QUÉ HIZO CÓMO SOBREVIVIÓ ÁREAS LIBRES

5. VINCULAR CON REDES

REPARAR LAZOS NUEVAS RELACIONES

6. REPARAR

TESTIMONIOS DENUNCIAS RITUALES

4. Buscar recursos.
Un aspecto esencial para ayudar a una persona que ha sufrido ASI para recuperar su
agencia personal es reconocer además que cuenta con recursos para enfrentar los desafíos
de su vida. Un principio fundamental de la terapia que llevamos a cabo es que todas las
personas tienen los recursos para solucionar sus problemas. Sin embargo cuando la persona
llega a terapia es poco probable que visibilice estos recursos, pues su narración está
saturada por el problema. Tal como señala Milton Erickson, las persona saben, solo que no
saben que saben. Es por esa razón que es el psicoterapeuta quien debe asumir la
responsabilidad de permitir que esos recursos afloren y que la persona logre asociar estos
recursos con acciones que puede emprender para mejorar su vida.
Una forma de hacer emerger recursos es explorar no lo que le sucedió sino qué hizo con lo
que le sucedió. De ese modo, la persona podrá reconocer que no fue pasiva ante las malas
experiencias de su vida, que siempre hizo algo incluso en los momentos en que al parecer
“no hizo nada” (una respuesta común es que reaccionaron ante el abuso paralizándose o
dejando actuar al agresor). Fue justamente el “no hacer nada” la acción que le permitió
sobrevivir ante la agresión y estar hoy contando esta mala experiencia ante el terapeuta.
Luego de ello, ya terminando las agresiones, la persona emprendió otras acciones para
sobrevivir y continuar con su vida, debiendo tomar decisiones respecto a sus relaciones, sus
estudios, su trabajo, que incluso la han llevado a formar pareja, construir una familia o
desarrollar una carrera profesional satisfactoria. ¿Qué hizo?, ¿cómo lo logró?, ¿en qué o
quienes se apoyó?, ¿de dónde sacó esa voluntad o esa fuerza?, ¿qué valores refleja?, ¿qué
cualidades suyas se lo permitieron?, ¿qué aprendizajes obtuvo?, son algunas de las

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preguntas que podemos formular para transformar dichas experiencias en recursos
personales significativos.
Por otro lado, esta misma indagación permite descubrir áreas de su vida que han estado
libres de la influencia del problema. A lo mejor ha sido la relación con algunos familiares, o
la capacidad de formar una relación de pareja sana y estable, o el desarrollo de una carrera
profesional que la ha brindado satisfacciones, Explorar cómo lo ha hecho para preservar esa
área libre del problema, permitirá que aparezcan nuevos recursos personales.
5. Vincular con redes
Una de las áreas más perjudicadas en las personas que han sufrido ASI es su capacidad para
conectarse con otras personas, recuerden que el ASI ha sido perpetrado por lo general con
alguna persona que gozaba de gran cercanía por su parte o por parte de su familia; en un
gran porcentaje, el ASI ha sido cometido por un familiar directo o alguien que cuenta con la
confianza de la familia, como el amigo, el sacerdote o el profesor. Es por ello que la
desconfianza hacia el otro se instala como una especie de esquema que lo lleva a valorar en
forma suspicaz cualquier relación cercana en el futuro.
Por otro lado, la persona vive la experiencia de abuso en forma tan privada y personal que
cree que nadie que haya vivido lo mismo la va a entender. Y como una de las maniobras del
agresor o de la familia tras la develación es guardar el secreto, entonces hablar de ello con
terceros le genera culpa, lo que la inhibe o cohíbe.
Por tal motivo, uno de los objetivos centrales de la intervención consiste en reconectarla
con sus redes sociales de apoyo directas, estos son familiares con los que pueda contar, que
se han mantenido cerca, que tienen disposición a apoyar y escuchar, o amigos significativos
con los que es posible desarrollar conversaciones íntimas. Incluso grupos de auto-ayuda
junto a otras personas que han vivido experiencias similares y que pueden compartir sus
vivencias y sus formas de afrontamiento, además de reconocer que no están solos, que otros
han vivido casi lo mismo que ellos, y que han podido salir adelante.
También se debe estimular a que las personas abran redes sociales alternativas,
integrándose a nuevos grupos, aceptando la cercanía de otros y tomando la iniciativa social.
Es probable que algunas de las restricciones que la persona ha construida para sí misma con
el fin de protegerse tras la experiencia de abusa, luego de la psicoterapia, y gracias a ella, se
flexibilicen.
6. Reparar
Otra acción necesaria para implementar con personas que han sufrido ASI es el desarrollo
de actividades cuyo fin es reparar el daño causado. Si bien existen críticas a utilizar la
palabra “reparar” aludiendo al trabajo psicológico con víctimas de ASI, debemos señalar
que lo que se repara no es a la persona (como si fuese un juguete defectuoso) sino la
injusticia que ha vivido quizás por largos años, en los cuales el perpetrador no ha sido
acusado ni condenado y las instituciones se han comportado lejos de lo que una espera en
su obligación de amparar y proteger a las personas que han sido vulneradas.

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Debo insistir que una terapia del abuso no puede olvidarse del perpetrador. Se trata de una
persona que causó daño aprovechando su condición de hombre o de adulto, y que requiere
al menos ser denunciado para que su agresión sea conocida por la sociedad. El fin de esto
no es la venganza, sino compensar el dolor que la persona ha sufrido y evitar que otras
personas sigan sufriendo. Esto último debido a la alta probabilidad de que esta persona siga
aprovechándose hasta la actualidad de otros niños, niñas y adolescentes cuya condición de
desprotección los hace presa fácil del abuso.
No toda reparación implica realizar una denuncia formal a la justicia, pues puede que el
delito haya prescrito, o que el victimario haya muerto o desaparecido. De ese modo, cuando
la denuncia no es posible, podemos promover la elaboración de testimonios públicos o
íntimos que den cuenta de la situación, de modo que otras personas puedan estar advertidas
de las tácticas y maniobras utilizadas por los perpetradores en general o de quien les hizo
daño en particular. Estos testimonios pueden representarse en una carta abierta, una
publicación o página en redes sociales, un cartel de denuncia, entre otras modalidades.
El desarrollo de rituales que le permitan dar significado al cambio entre una persona
dominada por el abuso y una persona que ha retomado el control de su propia vida, también
es una acción recomendable para representar los avances que ha mostrado el consultante a
lo largo del proceso terapéutico y que hoy le permiten verse a sí mismo de una forma más
amable. Estos rituales pueden ser, por ejemplo, el dibujo, desarrollo y entrega final del
árbol de la vida, la escritura, entrega y/o destrucción de una carta de finalización, la
recepción de un certificado o diploma que dé cuenta de su trabajo o de sus competencias
recién recuperadas, entre otras (García & Schaefer, 2018).
CONCLUSIÓN
El trabajo terapéutico con personas que han sufrido ASI no solo debe considerar la
reducción del malestar asociado a dicha experiencia, sino que además debe orientarse a que
la persona se fortalezca y recupere su agencia personal. Creemos que una psicoterapia
centrada exclusivamente en el individuo terminará patologizando comportamientos
esperables dada las circunstancias vividas, y desarrollando estrategias que apuntan a
fenómenos intrapsíquicos, olvidándose del perpetrador. Lo mismo ocurre con una terapia
centrada en dinámicas familiares disfuncionales que traslada la responsabilidad del abuso
ya no al individuo sino al sistema familiar, olvidándose nuevamente de quien lo cometió.
De ese modo, la presente propuesta incorpora el trabajo clínico ya no solo hacia la
reducción de los síntomas presentados por la persona, sino también a la actualización de sus
recursos personales, a la reconexión con sus redes de apoyo y a la reparación a través de la
denuncia y los testimonios, finalizando con un ritual que representa el tránsito de la persona
desde alguien dominado por el abuso a alguien que ha retomado el control de su vida y la
dirige a lugares preferidos.

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