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Por Eva Giberti
La autora se propone “desocultar el conjunto de los dispositivos sociales y económicos
que acompañan la construcción de las currículas universitarias destinadas a formar
psicólogos/as”.
¿Por qué elegí hablar de este tema? Porque doy por aceptado que cuando l@s colegas
envían sus curriculii a los ámbitos públicos, oficiales, se debe a que están solicitando
trabajo. Ya sea para ofrecerse como psicoterapeutas –aun sabiendo que no se solicita
dicha especialidad– o como psicólog@s. Se trata de poner en marcha el ejercicio de una
vocación y de un entrenamiento universitario.
También lo elegí debido a mi experiencia durante los últimos ocho años formando parte
de instituciones estatales con calidad de funcionaria que tiene a su cargo la contratación
de colegas.
Sabemos que los denominados problemas sociales forman parte de una construcción
tanto simbólica cuanto derivada de las intervenciones de distintos actores sociales (1) y
existe una compleja relación entre producción de conocimientos y resolución de
problemas sociales. La evidencia muestra la distancia entre la producción de
conocimientos y sus posibilidades de aplicación concreta.
Del enorme caudal de prácticas psicológicas actuales, desde las psicoterapias on line
hasta las técnicas de marketing, todas ellas comprometidas con la esfera pública, yo sólo
seleccionaré el trabajo con víctimas, porque es allí donde dispongo de experiencia y de
conceptualizaciones propias. Veamos qué encuentro entonces cuando convoco a partir
de la lectura de las currículas: colegas que llegan pensando incorporarse a equipos de
adopción sin la menor idea acerca de la Convención de los Derechos del Niño,
convencidas de que se trata de aportar una criatura a una familia o persona que no ha
podido engendrar, es decir, desconociendo el lugar del niño necesitado de una familia,
tal como la Convención lo enseña, pensando solamente en la pareja que padece
castración. Lo cual implica transgredir la Constitución Nacional, ya que la Convención
de los Derechos del Niño tiene ese rango constitucional. Así se seleccionan parejas que
padecen apetito de hijo, pero no deseo de niño adoptivo al que deberán filiar como hijo.
Ajenos a la pulsión de poder que se juega en toda adopción por parte de los
preadoptantes y que se resignifica como dato político y económico.
Otro ejemplo; intervenir con mujeres recientemente violadas. Se carece de registro del
derecho que tienen para demandarle al Estado que localice al violador sosteniendo su
denuncia; se intentan técnicas de reparación que sólo constituyen un segmento de este
abordaje renunciando a reconocerlas como ciudadanas a las que es preciso acompañar
hasta que se encuentren en condiciones de reconocer al violador.
Estas son las diferencias en las retóricas elegidas que constituyen la idea de un problema
público; en el primer discurso la responsable por la violación es la víctima, por lo tanto
el problema no es público –detención de violadores– sino privado, empieza y termina en
la víctima.
Tesis
Esta acumulación reiterativa arriesga esconder la creatividad de los colegas y nos coloca
de frente a lo que actualmente se conoce como capitalismo cognitivo –que no tiene cosa
alguna que ver con la psicología cognitiva– y que está orientado hacia las teorías
tradicionales impuestas por los dispositivos sociales que rigieron y rigen nuestras
universidades. Así como actualmente esos dispositivos conducen a suponer que todo el
mundo debe conducir sus vidas desde las psicoterapias y el psicoanálisis, anteriormente,
en tiempos de la creación de la carrera, otros dispositivos dispusieron que l@s
psicólog@s fuésemos auxiliares de la medicina preferentemente testistas. La
corporación médica en plano se opuso al ejercicio de la riqueza de nuestras prácticas.
Ahora esos dispositivos, hijos de una política neoliberal, eluden reconocer la alternativa
de la profesión cuando sea posible reconocer que es la vida de la gente la que aporta “el
caso” que se expone y se analiza. Es el capital nómade de la vida –que describí en
trabajos anteriores– capturado por este capitalismo cognitivo que entre nosotros circula
privilegiando un solo sentido: el del consultorio privado. Dispositivos que provienen de
quienes redactan las currículas y de su época, y que se mantienen ocultos en las
asignaturas y entrenamientos en el brutal ejercicio del neoliberalismo individualista,
ajeno a la responsabilidad social de los psicólogos.
El capitalismo cognitivo conduce a que tanto lo estudiado cuanto sus prácticas obturen u
omitan la comprensión política de nuestras intervenciones. Afirmación arriesgada,
porque parecería que los psicólogos fueran meros repetidores de lo aprendido sin
capacidad discriminatoria para cernir y filtrar lo escuchado. No es eso lo que sostengo
sino la ausencia de registro de los dispositivos sociales ocultos en los contenidos de las
asignaturas.
La esfera pública
Precisamos una estrategia para producir los propios dispositivos, es decir, incluirse
como productores de esfera pública. Recordemos que ella, a diferencia del concepto de
espacio público, incluye constitutivamente la información y la comunicación. Es un
concepto más amplio que incluye conexiones, imágenes, representaciones y
semantizaciones propias de cada cultura. La disonancia con la carrera de psicología
aparece cuando se habla de interés público, principio que tanto el espacio cuanto la
esfera pública incluyen.
Comienzos de la carrera
Recordemos, para empezar, una época y unos debates en los cuales los protagonistas se
llamaban Enrique Pichon-Rivière, José Bleger, Antonio Caparrós, Mauricio
Goldenberg, Fernando Ulloa, Marie Langer o Hernán Kesselman. Cualquiera de ellos,
sensibles a las problemáticas que la vida social suscita. No sería razonable hablar de
nuestro tema sin acordarnos de ellos.
Entonces las víctimas quedan fuera del sistema de salud, no sólo porque no alcanzan los
colegas contratados en los hospitales sino porque el cuadro que muestran no coincide
con lo que los profesionales saben y recomiendan. La responsabilidad es entonces de la
víctima por serlo.
Salud mental
Este congreso incluye en su título salud mental. A pesar de las críticas que desde
distintas perspectivas ideológicas pueden hacerse acerca de la Ley 448, la simple puesta
en práctica de sus prerrogativas implicaría una mejora considerable en el ámbito de la
SM de la ciudad de Buenos Aires.
Referente a políticas públicas conviene contrastar dos criterios que el anterior ministro
de Salud, Ginés González García –a quien l@s psicólog@s tuvimos que esclarecer–,
adscribió al modelo de participación comunitaria e impulsó varios proyectos tendientes
a superar el modelo hospitalocéntrico.
Compárese con las declaraciones del actual secretario de Salud Pública del gobierno de
la ciudad de Buenos Aires: respecto del rol de las familias, señala que los hospitales de
día permitirán un abordaje grupal e individual del paciente, y “posibilitarán la inclusión
de las familias en el proceso terapéutico”. Es decir, el paciente permanece en el ámbito
terapéutico del hospital y es la familia la que es incluida, cuando en un modelo basado
en la comunidad, la versión sería opuesta: el hospital como soporte para el proceso
terapéutico en el ámbito familiar.
En aquella nota, González García llamaba a “recuperar el tiempo y el protagonismo
perdido”. Nos preguntamos quiénes perdieron protagonismo frente a quiénes. Y en
términos de protagonismo es difícil buscar una salida comunitaria, excepto en el
contexto histórico del silenciamiento de quienes no cuentan como consumidores.
Porque, en tal instancia, no es posible considerar valores como la equidad. Es en este
ámbito donde las políticas sociales deben inscribirse. Es responsabilidad del Estado,
pero no solamente de éste ir creando las condiciones que generen un cambio en las
representaciones sociales acerca de la locura, los manicomios, el poder médico y la
importancia de la inserción social de quienes padecen diferencias mentales.
Aquí y ahora
Es en el aquí y ahora donde los y las profesionales, antes personas que licenciados,
llamados a “posibilitar la emergencia de la palabra en todas sus formas”, como prescribe
la Ley Básica de Salud de nuestra ciudad, topamos con el silencio como efecto de la
sobremedicación; es en el aquí y ahora donde los efectos de la psicosis se pierden ya
con los del encierro crónico; donde la reinserción social se encuentra con la falta de
trabajo y de lazos también entre los neuróticos; donde más allá o más acá de una
interpretación acerca de su inconsciente, una mujer golpeada debe ser acompañada y
sostenida para lograr hacer la denuncia y muchos otros ejemplos en los que el aquí y
ahora sobrepasa al “como si”, para reflejarnos dentro de la comunidad, con la
posibilidad de actuar como agentes de cambio. El modelo neoliberal globalizado
fagocita las actitudes neutrales, vistiéndolas de un “como si” de resignación o callada
aceptación. A los psicólogos, una lectura cuidadosa de la Ley 448 les confiere la
responsabilidad –junto a otros profesionales– de asegurar espacios adecuados que
posibiliten la emergencia de la palabra, como enuncia la Ley 153 de Salud, pero no
solamente como dispositivo terapéutico sino una palabra que pueda ser enarbolada por
un sujeto de derechos, que es más que un diagnóstico en un hospital o consultorio, es
alguien inmerso en su comunidad. Y desafía a hacer emerger una palabra que ligue
subjetividades donde hasta ahora hay silencio.
Debo finalizar aclarando: compuse este trabajo con dos colaborador@s: el de mi hijo,
Hernán Inverni- zzi, que fue estudiante de psicología en la década del ’70 en la UBA e
interrumpió sus estudios por razones políticas (quien escribió un segmento de la historia
de la carrera) y de mi hija, Vita Escardó, actual estudiante de psicología en una
universidad privada (UCES) con cuyo texto dedicado a la Salud Mental –como alumna
de Silvia Chiarvetti– cierra estas páginas.