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Items de género para valorar situaciones de violencia de pareja

Lic. Comba, Sandro


Lic. Gandolfo Mariana
Córdoba, Abril 2018
Resumen
La violencia de pareja es una problemática social compleja, atravesada por
múltiples factores que la influyen. La criminología clínica, la psiquiatría dinámica
y la psicología clínica son las disciplinas que históricamente se atribuyeron este
campo de intervención, realizando aportes fundamentales para su comprensión.
En estos últimos años, un nuevo cuerpo de conocimiento surge contribuyendo e
intentado explicarlo desde una posición diferente a las disciplinas tradicionales.
Los aspectos socioculturales estarían influyendo a las personas (varones) para
que en cierto momentos decidan ejercer violencia al interior de su familia (pareja
e hijos) constituyendo lo que se conoce como la Perspectiva de Género,
ingresando al acervo práxico de esta problemática. Tal conocimiento ha logrado
aportar a diferentes estrategias de abordajes, dirigidos a varones, mujeres y
niños u otros integrantes de la familia. Las entrevistas, los dispositivos
individuales y grupales, las posturas profesionales, incluyen en sus abordajes los
contenidos de este aún nuevo conocimiento. Sin embargo, una de las tareas de
quien trabaja en violencia familiar en general y de pareja en particular es la
valoración de riesgo de la situación planteada. En esta etapa fundamental del
proceso de abordaje se continúan utilizando los instrumentos tradicionales de
valoración, construidos por las disciplinas tradicionales, marginando la
perspectiva de género a la intervención y técnicas del proceso terapéutico. Para
subsanar este inconveniente se construye un instrumento para valorar riesgo,
teniendo en cuenta los contenidos psicosocioculturales. En él se incluyen
categorías teóricas que conforman las distorsiones cognitivas que poseen los
varones que ejercen violencia. Tales categorías están organizadas de acuerdo
a los mitos, concepción clásica de la familia y rol de la mujer en la sociedad,
como los componentes más importantes que surgen de la intervención
profesional y de la bibliografía en relación a esta problemática.

A modo introductorio

"(...), la antropología afirma que hasta las prácticas más irracionales


tienen sentido para sus agentes, obedecen a lógicas situadas que
deben ser entendidas a partir del punto de vista de los actores sociales
que las ejecutan, y es mi convicción que sólo mediante la
identificación de ese núcleo de sentido -siempre, en algún punto,
colectivo, siempre anclado en un horizonte común de ideas
socialmente compartidas, comunitarias- podemos actuar sobre esos
actores y sus prácticas, aplicar con éxito nuestras acciones
transformadoras, sean ellas jurídico-policiales, pedagógicas,
publicitarias o de cualquier otro tipo. Entonces, si, por ejemplo, el
trabajo hermenéutico de comprender los significados de la violencia
de género parece un trabajo perdido, demorado, bizantino, impráctico,
creo yo que el reiterado fracaso de métodos supuestos como más
eficientes y pragmáticos que la comprensión demorada de los hechos
prueba lo contrario" (Segato, 2010).

La violencia hacia las mujeres es un tema de preocupación cada vez más


creciente, por las enormes consecuencias a que acarrea a nivel individual,
familiar, comunitario y social. Por ende las estrategias de intervención para
afrontarla deben estar pensadas atendiendo a la complejidad que trae aparejada.
En el párrafo inicial, Rita Segato nos invita a pensar, sobre la responsabilidad de
los profesionales que trabajamos con la mediación del discurso de los sujetos
que atendemos. Es así que comprender la problemática de la violencia a través
de la voz de los propios ejecutores nos convoca a pensar la escucha y la
obtención de información como herramienta de trabajo.

Algunos datos a tener en cuenta

En nuestro país, en el año 2017 se produjeron 254 femicidios (entendido éste


como la muerte de una mujer por su condición de género, como la forma más
extrema de violencia machista), según el Registro Nacional de Femicidios
(elaborado a partir de medios gráficos y digitales. Fuente Mumalá y Observatorio
"Ni Una Menos"), quienes vienen en los últimos años visibilizando la cantidad de
muertes de mujeres y/o niñas. Es así que en Argentina una mujer muere en un
femicidio cada 30 horas. En el año 2016, se contabilizaron 290 femicidios
(Fuente Casa de Encuentro). En Córdoba se registraron 23 femicidios en 2017.
En función de los datos registrados, el desafío de las políticas públicas
destinadas a la atención de la violencia hacia las mujeres debe redoblar los
esfuerzos a fin de atender la problemática.
En la ciudad de Córdoba la Secretaría de Violencia hacia las Mujeres y Trata de
Personas amplió considerablemente su área de incidencia (ampliación edilicia,
contratación de personal, apertura de centros de atención en el interior de la
provincia, apertura del Centro Integral para Varones, etc.).
En lo que respecta a la atención de la Justicia, se crearon fiscalías específicas
de atención a la violencia de género y se realizaron modificaciones considerables
en los Juzgados de Violencia (nuevo edificio, ampliación de equipos técnicos,
apertura de nuevos a Juzgados, etc.).
El Centro Integral para Varones, es una institución con un año y medio de
funcionamiento, creada con la intención de responder a la problemática de la
violencia en sus dos caras. La atención a varones se presentó entonces como
un desafío para los equipos de intervención que afrontaron la acogida de éstos
en una institución perteneciente al Estado provincial.
La apertura de esta institución tuvo resistencias evidentes por parte de los
movimientos feministas locales, quienes cuestionaron la inversión de fondos
públicos en la atención a agresores y el descuido por otro lado, de las
condiciones de atención del "Polo de la Mujer". Sin embargo, quienes formamos
parte de ésta nueva política pública, consideramos que es necesario el
alojamiento de los varones que se encuentran involucrados en situaciones de
violencia. Se apuesta a la responsabilización de éstos en el ejercicio de la
violencia.
Desde Junio de 2016, al momento de la inauguración del Centro Integral para
Varones, hasta la actualidad se han atendido aproximadamente 2600 varones.
Para algunos de los profesionales que allí trabajamos, la preocupación creciente
por generar cambios se instala en el cotidiano y nos desafía a proponer nuevos
modos de intervención y de sistematización de las prácticas. Dicha
sistematización nos convoca también a retomar los antecedentes de atención en
varones de otros países del mundo y revisarlos a fin de encontrar insumos que
nos contribuyan a entender la complejidad de la violencia y específicamente los
modos de funcionamiento de los varones con los que trabajamos en lo cotidiano.
Uno de los temas de interés que pretendemos poner en cuestión aquí, son las
concepciones que traen los varones con los que trabajamos. Para ello
comenzamos por sistematizar las distorsiones cognitivas asociadas a reforzar la
desigualdad de género.

Algunos breves conceptos para entender la violencia hacia las


mujeres

"(...), Butler concluye que ´las prohibiciones variablemente producen


y hacen proliferar las representaciones que procuran controlar; por lo
tanto, la tarea política consiste en promover la proliferación de las
representaciones, los espacios de producción de discursos que
puedan, a la sazón, cuestionar la producción autoritaria resultante de
la prohibición legal´. Para la autora, la prohibición produce
pornografía, ya que la reconoce pero impide la circulación de
discursos y formas de representación que permitan su superación
reflexiva. Del mismo modo, la verdadera causa de la violencia sería
entonces la que impide y obstaculiza el movimiento de los discursos
e imágenes que hacen posible una reflexión sobre ella.
A mi juicio, lo fundamental es advertir que el tiempo de reflexión y la
abundancia de los recursos discursivos a su disposición son
inversamente proporcionales al tiempo y los medios de la violencia.
En una sociedad en la cual el tiempo de la reflexión y los medios
discursivos que la posibilitan disminuyen día a día, la violencia
aumenta a un ritmo proporcional. En la sociedad moderna, el
problema de la prevención de la violación es el problema del
autoconocimiento: poner al alcance de las personas un vocabulario
que permita un camino de interiorización, exponer y hacer accesibles
a la mirada y la comprensión las estructuras que movilizan nuestro
deseo y nos hacen actuar, significa, estoy segura, abrir y mantener en
buen estado las vías de acceso al bien. Nada menos radical que esto
podrá garantizar una prevención eficaz en términos duraderos.
Aquí es importante comprender la separación, pero también las
asociaciones, entre el sexo biológico, en cuanto lectura de la
naturaleza, por un lado, y la posición señalada a cada uno de ellos en
una estructura de sentidos eminentemente abstracta, que se
encuentra por detrás de toda organización social, por otro; y, aún, la
construcción variable, cultural e histórica, del conjunto de
comportamientos y predisposiciones ideológicamente asociados con
la dualidad de géneros por las representaciones dominantes. A cada
uno de los términos de la clasificación dimórfica del mundo biológico
macho-hembra se agrega un conjunto de significados distribuidos en
la matriz binaria masculino-femenino, que configura la dualidad de los
géneros en la cultura y en la historia. Esta dualidad simultáneamente
encubre y traduce una estructura que, más que empírica, es cognitiva
-denominada ´matriz heterosexual´ por autoras como Rubin y, más
recientemente, por Judith Butler (1990)-" (Segato, 2010).

Distorsiones cognitivas asociadas a reforzar la desigualdad de


género y provocar violencia masculina

Antecedentes acerca del significado de las distorsiones cognitivas en general

Los procesos cognitivos pueden dar lugar a sesgos. Cuando son negativos
hacen referencia a problemas emocionales, Beck los llamó distorsiones
cognitivas. La primera enunciación de las distorsiones fue propuesta por Albert
Ellis (1913- 2007, psicoterapeuta cognitivo estadounidense, que en 1955
desarrolló la terapia racional emotiva conductual) y ampliada después por Aaron
T. Beck (1921, psiquiatra estadounidense, desarrolló en 1960 el sistema de
psicoterapia cognitivo conductual).
Las distorsiones cognitivas son esquemas equivocados de interpretación de los
hechos que generan múltiples consecuencias negativas, provocando
alteraciones emocionales como consecuencia de la creencia en los
pensamientos negativos. Se presentan muchas veces como pensamientos
automáticos, que surgen de forma espontánea, son breves y hasta pueden no
reconocerse.
Éstas percepciones y pensamientos distorsionados que posee el sujeto acerca
de sí mismo, del mundo y del futuro, lo llevan a desarrollar estados de ánimo
como: enojos, decepciones, frustraciones, ira, fobias, tristezas, depresión,
problemas de autoestima, obsesividad, etc. Se presentan como fallas del
pensamiento que el ser humano utiliza constantemente para interpretar la
realidad en la que vive y que generalmente se convierten en verdades absolutas
e inmodificables.
Las distorsiones cognitivas pueden entenderse como pensamientos
disfuncionales, pensamientos negativos automáticos o como creencias
irracionales.
Los autores de la escuela del cognitivismo describen una serie de creencias
irracionales, que aquí desarrollaremos algunas brevemente, pero que son de
suma utilidad para luego retomarlas en nuestro análisis acerca de las
distorsiones cognitivas de género. Entre las más comunes:

1- Las exigencias y el perfeccionismo. Concentrarse en lo que uno piensa que


debería ser en lugar de ver las cosas como son y tener reglas rígidas que piensa
que deberían aplicarse sin importar el contexto situacional. Son creencias
mantenidas en forma rígida e inflexible acerca de cómo debería ser uno y los
demás. Las exigencias hacia uno mismo se convierten en autocríticas y llevan
generalmente a la inhibición del comportamiento, Las exigencias hacia los
demás favorecen la ira, la rabia, y la agresividad.
2- El catastrofismo (magnificación y minimización). Imaginar, especular y rumiar
el peor resultado posible, sin importar lo improbable de su ocurrencia. Es la
tendencia a percibir o esperar catástrofes sin tener motivos razonables para ello.
Estas distorsiones son el mejor camino para desarrollar ansiedad, preocupación
y miedo.
3- La negación (magnificación y minimización). Es la distorsión opuesta al
catastrofismo. Es la tendencia a negar nuestros problemas, debilidades o errores
(no me importa, me da igual, no me ocurre nada).
4- La sobregeneralización. Tomar casos aislados y generalizar una conclusión
válida para todo. Es la tendencia a creer que sí ha ocurrido algo una vez, ocurrirá
otras muchas veces (nadie, nunca, siempre, jamás, todos o ninguno).
5- Las etiquetas globales. Relacionada con la sobregeneralización. La etiqueta
asignada por lo común es en términos absolutos, inalterables o bien con fuertes
connotaciones prejuiciosas. Se extrae uno o dos rasgos de la personalidad y se
etiqueta a la persona (o a uno mismo). Por ejemplo: es tacaño, es una mala
persona, es un aburrido.
6- El negativismo. Descalificar lo positivo. Se agrandan las cosas negativas y no
se perciben o desvalorizan las positivas en uno o en los demás. Una forma
característica del negativismo es la realización de presagios y predicciones
negativas.
7- El pensamiento polarizado, blanco o negro, o dicotómico (todo o nada).
Interpretar los eventos y personas en términos absolutos. No se ven los términos
medios, la realidad se percibe de una manera polarizada y extremista, o se es
maravilloso, o se es horrible, o se es fuerte o se es débil. El mundo es en blanco
y negro.
8- El razonamiento emocional. Formular argumentos basados en cómo se siente
la persona, en lugar de la realidad objetiva. Las cosas son tal y como nos hacen
sentir (si me siento un perdedor es lo que soy).
9- El sesgo confirmatorio. Tendencia a sesgar la realidad, tanto en la percepción
como en la valoración para que encajen con ideas preconcebidas. Se perciben
y se recuerdan las cosas sesgadamente para que "encajen" con las ideas
preconcebidas. Así si pienso que alguien es torpe, tenderé a acordarme de
aquellos hechos que me confirman este juicio.
10- La lectura del pensamiento (proyección o interpretación del pensamiento
ajeno). Sacar conclusiones precipitadas. Asumir algo negativo cuando no hay
apoyo empírico para ello. Adivinación: predecir o profetizar el resultado de
eventos antes de que sucedan. Proyección: proyectar en otros pensamientos o
sentimientos que no son aceptados como propios. Creer saber lo que piensan
los demás y porque se comportan de la forma en que lo hacen: "ella está contigo
por tu dinero", "piensa que soy un inmaduro", "lo que quiere es ponerme
nervioso", "piensa que soy estúpido", "lo que quiere es reírse de mí".
11- La personalización: También conocida como falsa atribución. Consiste en
asumir que uno mismo u otros han causado cosas directamente. Para uno
genera ansiedad y culpa, y aplicado a otros produce enojo exacerbado y
ansiedad de persecución. Pensar que todo lo que la gente hace o dice tiene que
ver de alguna manera, para bien o para mal, con uno (si vemos a alguien con
mala cara pensamos que está enojado con uno).
12- El Filtraje (o atención selectiva, enfocar exclusivamente en ciertos aspectos,
usualmente negativos y perturbadores). Se escoge algo negativo de uno, de los
demás o de las circunstancias y se excluye el resto. El filtraje es una distorsión
con la que el mundo toma el aspecto de justamente aquello que más tenemos.
13- Culpabilidad. Culpabilizar a los demás de los problemas propios o por el
contrario culparse a sí de los problemas ajenos (complejo de mártir).
14- Falacias.
Falacia de control: presuponer que se tiene que tener un control y una
responsabilidad excesiva sobre lo que ocurre a su alrededor, con cierto
sentimiento de omnipotencia, o por el contrario puede verse como incompetente
e impotente en grado extremo para manejar los propios problemas, o sentirse
extremadamente controlada por otros o por las circunstancias.
Falacia de justicia: enjuiciar como injusticia aquello no coincidente con los
deseos, necesidades, creencias y expectativas personales. Consiste en una
visión de la vida con normas y criterios estrictos donde otras opiniones o
alternativas se descartan.
Falacia de cambio: presuponen que la felicidad de uno depende exclusivamente
de los actos y conductas de los demás o de las circunstancias externas, exige
cierta condicionalidad; se espera que la actitud de cambio venga de los demás
en vez de responsabilizarse de sí.
Falacia de razón: presuponer ser poseedores de la verdad absoluta obviando
opiniones ajenas, creen que sus opiniones y acciones son las correctas y válidas
e intentarán continuamente demostrarlo a sí mismos o a los demás con
argumentos elaborados pero falaces, no toleran equivocarse y harán todo lo
posible para evitarlo.
Falacia de recompensa divina: se espera que en un futuro los problemas mejoren
por sí solos sin tomar una actitud proactiva, o que seremos recompensados de
alguna forma.

En función de las distorsiones que la teoría cognitivista nos propone,


consideramos como siguiente paso reconocer a algunos investigadores que han
utilizado la teoría precedente para la construcción de instrumentos valiosos para
pensar la violencia de género asociada a las concepciones que los ejecutores
tienen. Este maridaje entre las distorsiones cognitivas y la violencia de género,
es de fundamental importancia para entender por qué los varones con los que
trabajamos actúan como actúan y de este modo comenzar a entender algunas
acciones que dañan a otras/os.

Dos instrumentos de medición de distorsiones cognitivas

Inventario de Pensamientos Distorsionados sobre la Mujer y el Uso de la


Violencia-Revisado (IPDMUV-R). Enrique Echeburrúa, Pedro Amor, Belén
Sarasúa, Irene Zubizarreta y Fransisco Pablo Holgado-Tello.

"Los hombres violentos contra la pareja muestran numerosos sesgos


cognitivos relacionados con los roles de género y la legitimación de la
violencia.
Los hombres agresores contra la pareja suelen estar afectados por
numerosos sesgos cognitivos, relacionados, por una parte, con
creencias distorsionadas sobre los roles de género y la inferioridad de
la mujer y, por otra, con ideas distorsionadas sobre la legitimación de
la violencia como forma de resolver los conflictos” (Fernández-
Montalvo y Echeburúa, 1997).
En concreto, el sexismo consta de varios componentes (Díaz-Aguado, 2006): 1)
el componente cognitivo, que consiste en confundir las diferencias sociales o
psicológicas existentes entre hombres y mujeres con las diferencias biológicas
ligadas al sexo, con la creencia errónea de que las primeras surgen automática
e inevitablemente como consecuencia de las segundas; 2) el componente
afectivo, que gira en torno a la forma sexista de construir la identidad y que
explica la relación entre la identidad masculina y la violencia que ejercen los
hombres, así como la tendencia de las mujeres a sentirse culpables y/o
deprimidas; 3) el componente conductual, que consiste en la tendencia a llevar
a la práctica el sexismo a través de la discriminación y la violencia.
La detección de los sesgos cognitivos específicos sirve para orientar los
programas terapéuticos con hombres maltratadores.
El IPDMUV-R es una herramienta de evaluación de 29 ítems dicotómicos (13
sobre los roles de género e inferioridad de la mujer y 16 sobre la legitimación de
la violencia para solucionar problemas).
El rango de la prueba oscila entre 0 y 29 puntos. Cuando mayor es la puntuación,
mayor es el número de distorsiones cognitivas sobre la mujer y el uso de la
violencia.
Los autores plantean una discusión que es central. Si hay una relación entre las
actitudes sexistas y la violencia en las relaciones de pareja (León-Ramírez y
Ferrando, 2014), detectar los sesgos cognitivos en relación con los estereotipos
de género y la justificación de la violencia machista desempeña un papel muy
importante en el ámbito de la prevención primaria y de la intervención con
hombres violentos contra la pareja. En éste último caso se trata de adaptar los
programas de tratamiento a las características específicas de éstos hombres.
En este sentido la escala puede ser de gran ayuda para predecir la conducta
violenta de las personas con estas distorsiones cognitivas, para proteger a las
víctimas (Echeburrúa, Corral y Amor, 2002) y para individualizar el tratamiento
en aquellos hombres que buscan ayuda para este problema.
Si bien se requiere más investigación al respecto, hay bases teóricas y empíricas
sólidas para considerar que la reducción o desaparición de la violencia contra la
pareja está asociada a la modificación de las distorsiones cognitivas en relación
con la mujer y la violencia (Carbajosa, Boira y Tomás-Aragonés, 2013;
Echeburrúa, Fernández-Montalvo y Amor, 2006; Lila, Oliver, Galiana y Gracia,
2013).
Este estudio presenta algunas limitaciones. Teniendo en cuenta que existen
diversos tipos de hombres violentos (Amor, Echeburrúa y Loinaz, 2009), la
muestra de agresores, aun siendo amplia, está constituida por hombres que
acuden voluntariamente a un programa de tratamiento, pero no es representativa
de los maltratadores que, en función del reproche social hacia estas conductas,
minimizan el problema y no acuden a un dispositivo asistencial".

"Sexismo Ambivalente: medición y correlatos”. Francisca Expósito, Miguel


C. Moya y Peter Glick. Facultad de Psicología. Universidad de Granada. En
Revista de Psicología Social, 1998.

Inventario de Sexismo Ambivalente ASI 1996. Peter Glick y Fiske S.


"En los países occidentales las formas tradicionales de sexismo son
cada vez más minoritarias, de manera que solo un sector muy
reducido de la población manifiesta una actitud basada en la supuesta
inferioridad de las mujeres como grupo. Sin embargo, diversos índices
sugieren que la igualdad entre hombres y mujeres dista mucho de ser
una realidad. Esta situación contradictoria ha llevado a formular la
existencia de formas más sutiles o encubiertas de sexismo. Según
Glick y Fiske (1996), el sexismo conjuga las formas tradicionales con
formas ´benévolas´, que si bien tienen un componente afectivo y
conductual positivo siguen considerando a la mujer de forma
estereotipada y limitada a ciertos roles".
Por sexismo se entiende una actitud dirigida hacia las personas en virtud de su
pertenencia a los grupos basados en el sexo biológico, hombres o mujeres. No
obstante en el campo de la psicología social ha sido asociada la tendencia a
circunscribir el sexismo a la actitud negativa hacia las mujeres. Razón por la que
se supone que la situación de discriminación que viven las mujeres está
relacionada con la existencia de estereotipos y actitudes (negativas) hacia ellas.
Los autores diferencian entonces dos tipos de sexismos:
Viejo sexismo o tradicional: actitud de prejuicio o conducta discriminatoria
basada en la supuesta inferioridad o diferencia de las mujeres como grupo.
Tres ideas lo sustentan
a) Paternalismo dominador: las mujeres son más débiles e inferiores a los
hombres, legitimando la necesidad de la figura dominante masculina.
b) La diferenciación de género competitiva: las mujeres son diferentes y no
poseen las características necesarias para gobernar las instituciones sociales,
siendo su ámbito la familia y el hogar.
c) La hostilidad heterosexual: las mujeres debido a su "poder sexual", son
peligrosas y manipuladoras de los hombres.
Nuevo sexismo o sexismo ambivalente: coincidente con el sexismo benévolo,
definido como el conjunto de actitudes hacia las mujeres que son sexistas en
cuanto las considera de forma estereotipada y limitadas a ciertos roles, pero que
tiene un tono afectivo positivo (para el perceptor) y tiende a suscitar en éste
conductas prosociales (por ejemplo de ayuda) o de búsqueda de intimidad.
Tres ideas lo sustentan
a) Paternalismo protector: el hombre cuida y protege a la mujer como un padre
cuida a sus hijos.
b) Diferenciación de género complementaria: la visión de que las mujeres tienen
muchas características positivas, que complementan a las características que
tienen los hombres.
c) Identidad heterosexual: la dependencia diádica de los hombres respecto a las
mujeres crea una situación bastante inusual en la que los miembros del grupo
dominante son dependientes de los miembros del grupo subordinado.
Tanto el sexismo benévolo como el hostil tienen sus raíces en las condiciones
biológicas y sociales comunes a todos los grupos humanos donde, por una parte,
los hombres poseen el control estructural de las instituciones económicas,
legales y políticas pero, por otra parte, la reproducción sexual proporciona a las
mujeres "poder diádico" (esto es el poder que procede de la dependencia en las
relaciones entre dos personas), en cuanto que los hombres tienen que depender
de las mujeres para criar a sus hijos y generalmente para la satisfacción de sus
necesidades sexuales. El poder diádico de la mujer en casi todas las sociedades
se refleja en formas de ideología: actitudes protectoras hacia las mujeres,
reverencias por su rol de esposas y madres, y una idealización de las mujeres
como objetos amorosos. Dispositivo articulado de castigos y recompensas que
permite sostener y reforzar la subordinación de la mujer.
Según Glick y Fisk el sexismo benévolo sigue siendo sexismo a pesar de los
sentimientos positivos que tenga el perceptor, porque descansa en la
dominación tradicional del varón. Puede ser incluso más perjudicial que el hostil,
pues puede utilizarse para compensar o legitimar el sexismo hostil, dificultando
la intervención en su contra.
Claramente los dos sexismos sirven para justificar el poder estructural del varón.
El sexismo se basa en el mantenimiento del poder y una identidad distinta y
positiva por parte de los hombres respecto de las mujeres, junto a deseos
ambivalentes de intimidad y dominación sexual.
El instrumento consta de 22 ítems que evalúan dos dimensiones: 11 ítems con
un rango de 0 a 55 puntos para el sexismo hostil, que se caracteriza por actitudes
prejuiciosas y conductas discriminatorias basadas en la supuesta inferioridad de
las mujeres respecto de los hombres y 11 ítems con un rango de 0 a 55 puntos
para el sexismo benévolo caracterizado por una actitud aparentemente no
prejuiciosa que describe a las mujeres como personas frágiles que necesitan
cuidado y protección.
Cada ítems se responde con una escala de tipo Likert (el más usado en las
muestras de investigaciones cualitativas, que a diferencia de respuestas o
opciones dicotómicas, nos permite medir actitudes: 1- totalmente en desacuerdo,
2- en desacuerdo, 3- neutral, 4- de acuerdo y 5- totalmente de acuerdo) que
oscila entre o y 5. Cuanto mayor es la puntuación, mayor es la cantidad de
sexismo.

La propuesta de trabajo que nos convocó

Las distorsiones cognitivas entonces son esquemas o modelos aprendidos y


adquiridos por una persona que vive en una cultura determinada, donde se
producen, circulan y distribuyen valores. Se presentan como ideas y/o creencias
a las que se le asignan categorías o cualidades diferentes y desiguales al hecho
de ser varón y mujer. Se pone en juego la construcción de la masculinidad y la
femineidad en una sociedad y tiempo determinado.
La persona piensa, siente y actúa de acuerdo a tales modelos, los que se
presentan como naturales, invariables y universales, siendo una construcción
sociocultural que se produce y reproduce desde el inicio y evolución de nuestra
sociedad organizada. Es necesario su reconocimiento ya que dichas creencias,
ideas, representaciones, etc. se traducen en actos dañinos para las personas
que conviven o rodean a éstos varones.
Además es necesario entender para los procesos de trabajo, que la simple
exposición en contrario de esas creencias irracionales y/o distorsionadas, no
modifica los comportamientos. El principal impedimento es el arraigo de esas
creencias que cobran fuerza de verdad y que son el sustento de la construcción
de la realidad en la que los varones viven. Estas creencias además tienen la
particularidad de ser compartidas por la sociedad en donde se consensúan y se
instituyen. Se conforman representaciones sociales como modos de entender
algunos aspectos de la realidad.

“La búsqueda de una comprensión adecuada del término representación, se ha


enfocado hacia la revisión de diferentes teorías del conocimiento. En esta forma,
Ibarra (2000) hace alusión a este concepto, tomando como referencia las
interpretaciones del mismo a lo largo de la edad media y el renacimiento, para luego
centrarse en la época moderna, en la que se asume, la representación como
sustitución. Este significado de representación se corresponde con la Teoría de las
Representaciones Sociales postulada por Moscovici. Así, la representación social
corresponde a un acto del pensamiento en el cual el sujeto se relaciona con un
objeto y mediante diversos mecanismos ese objeto es sustituido por un símbolo
(León, 2002). El objeto queda representado simbólicamente en la mente del sujeto.
A decir de Jodelet (1984), esa representación social concebida como sustituto no
requiere concebir al objeto representante como una mera adecuación, pintura o
copia del objeto representado. Esa representación social implica la transformación
o construcción, porque en el proceso de representación, los sujetos interpretan la
realidad y esa interpretación está mediada por los valores, religión, necesidades,
roles sociales, y otros aspectos socioculturales. Al interpretar esa realidad, no se
copia sino que se transforma y se construye. Por tanto, la representación está
asociada al lenguaje y a las prácticas sociales de determinado grupo cultural. Aquí
subyace uno de los aspectos fundamentales de esta teoría y es que las
representaciones no sólo están en la subjetividad, sino en la cultura, en la sociedad,
en el mundo. En consecuencia, la información, las ideas que circulan en las
comunicaciones interpersonales y mediantes los medios de comunicación van
moldeando y conformando nuestros modos de pensar y actuar. Las posiciones
sociales, los valores, creencias y actitudes y otras categorías sociales actúan como
principios organizadores de la representación del objeto social.”1

1 Materán, Angie. “Las representaciones sociales: un referente teórico para la investigación


educativa” Geoenseñanza, vol. 13, núm. 2, julio-diciembre, 2008, pp. 243-248 Universidad de
los Andes. San Cristóbal, Venezuela. Ver en: http://www.redalyc.org/pdf/360/36021230010.pdf
Entonces se conforman creencias, actitudes y estereotipos difíciles de identificar
y de problematizar, por lo tanto difíciles de modificar.
Insistimos en que consideramos importante la incorporación de los conceptos
acerca de las representaciones sociales y las distorsiones cognitivas asociadas
a la desigualdad de género en las intervenciones profesionales (entrevista o
proceso grupal) con hombres que ejercen violencia, debido a que:

● Amplía el conocimiento y reconocimiento sobre el sistema de creencias


que posee la persona entrevistada, para interpretar la realidad que le
rodea.
● Contextualiza, enmarca y complementa los indicadores clásicos de
valoración de violencia, elaborados por las corrientes de la criminología y
la psiquiatría.
● Ofrece una primera confrontación de ideas y creencias de la persona,
previo a avanzar en la propuesta terapéutica.
● Permite una primera aproximación a un diagnóstico diferencial sobre las
causas de los comportamientos violentos y los factores que influyen en su
desencadenamiento.
● Permite observar la capacidad de reflexión de la persona que ejerce
violencia en relación a la situación en la que se encuentra inmersa.
● Valorar el riesgo de nuevos actos de violencia fundados en sus
distorsiones cognitivas.
● Permite incorporar y concebir a la violencia, como una problemática
compleja e integral, entendiéndose desde una perspectiva de género.

Lo que nos ocupa es la construcción de la masculinidad enmarcada en un


sistema patriarcal y machista que tiene directa incidencia en las situaciones de
violencia. Como profesionales nos encontramos en nuestro ejercicio cotidiano
con varones que han incorporado un modo de ser en el mundo que los compele
a ejercer violencia. El varón que asiste a los centros de atención posee
determinadas características que lo ubican en una coyuntura particular,
habiendo incorporado modalidades vinculares atravesadas por la violencia. Es
importante destacar que los varones que asisten a las instituciones públicas de
atención en su gran mayoría se encuentran denunciados por algún miembro del
grupo familiar. Por ello el modo de llegar a las instituciones posee la
característica de estar enmarcada por la justicia y la obligatoriedad en la
asistencia.
Comenzamos a preguntamos entonces, por qué la masculinidad (y su
interiorización) se convierte en un instrumento de ejercicio de violencia. Los
varones socializados con la necesidad de reforzar su virilidad para estrechar
lazos, incorporan modalidades vinculares en las que la imposición y el control se
convierte en esos modos de ser.
Entonces, la masculinidad cordobesa adquiere características que le son
propias, las que vamos reconociendo en un marco general del prototipo de varón
en otros contextos, pero que aquí poseen particularidades a observar.
Las primeras aproximaciones que realizamos de las distorsiones que los varones
tienen asociadas a la desigualdad de género, están mediadas por el análisis de
sus discursos. Mediación que ejercitamos los profesionales que escuchamos a
los varones que han ejercido violencia. Nuestro trabajo consiste en una
interpretación de los sentidos que los sujetos le atribuyen a su cotidiano.

Estructura de documento propuesto

La estructura del documento se divide en tres ejes analíticos que nos permiten
observar las características que asumen esas distorsiones:

✓ Mitos en torno a las causas que generan violencia de pareja y familiar

- Consideración que el consumo de sustancias psicoactivas y ciertos


trastornos mentales causan la violencia del varón a la mujer
- Creencia que las mujeres poseen un trastorno específico que
conducen a magnificar y justificar los comportamientos del varón
- Creencias que la mujer provoca las conductas violentas en el varón
- Creencia omnipotente sobre su propio cambio de comportamiento
- Concepción de que los comportamientos violentos son un modo de
abordar situaciones conflictivas familiares

✓ Concepción clásica o tradicional de la familia

- Consideración de que las situaciones de violencia pertenecen


exclusivamente al ámbito familiar privado
- El varón como jefe hegemónico del hogar
- La persona proviene de una familia con estructura y mandato patriarcal
- Imposición del modelo familiar de origen

✓ Rol de género asignado a la mujer en la sociedad y la familia

- Rol femenino, como satisfactor de las necesidades de los otros


- Desvalorización de las capacidades, recursos y potencialidades de la
mujer
- Concepción de que la mujer debe ser necesariamente sobreprotegida
- Ideas y acciones que consisten en concebir a la pareja como
propiedad personal o privada

Es necesario aclarar que los “dichos” referenciados en cada uno de los ítems, de
lo que lo varones relatan en entrevista o en el espacio grupal, son una
construcción analítica, a modo de ejemplo para poder operacionalizarlos.
Entonces creemos que esa construcción de los “dichos” tiene correlación con lo
escuchado en lo cotidiano.

MITOS EN TORNO A LAS CAUSAS QUE GENERAN VIOLENCIA DE PAREJA


Y FAMILIAR

Los mitos son construcciones sociales que prescriben patrones de conductas,


conforman valores y ofician de soporte de lo instituido, obstaculizando el
desarrollo de ideas y prácticas diferentes o alternativas, favoreciendo así la
repetición de las creencias, estereotipos y prácticas, sin posibilidades de
cuestionamiento de eso que viene dado. Por ende, poseen fuerza instituyente,
en la medida en que se conforman, según Bourdieu, como parte del habitus
(como esquemas de obrar, pensar y sentir según la posición social del sujeto).
Para la sociedad que los produce, los mitos no cumplen un rol de ficción, ilusión
o simple distorsión, por el contrario son formas de interpretar la realidad, de
manera absoluta, adquiriendo fuerza de verdad. Para Eliade (1973): “Los mitos
son producciones y creaciones del pensamiento, que justifican los
comportamientos y la actividad humana de quienes viven en la sociedad donde
circulan esos mitos. En este sentido conducirían a generar comportamientos
humanos imprescindibles para reproducir y transmitir la cultura (p. 14)”.
A lo largo de nuestra historia se fueron construyendo numerosos mitos que
intentan ocultar, explicar, justificar y legitimar la desigualdad de género y el
ejercicio de la violencia contra las mujeres. Algunos de los mitos más comunes
suelen aparecer claramente en una entrevista o en el espacio grupal, y ello se
convierte en una oportunidad para transformarlos en insumos de la intervención
profesional.
Las consecuencias directas de la incorporación de los mitos en las personas que
ejercen violencia es que no registran las necesidades de modificar sus creencias,
actitudes y comportamientos, porque las causas de ello están fuera de su
alcance. Consideran que, lo que se debería modificar es su entorno, desde las
supuestas esencias de las mujeres, hasta el contexto social que las rodea, pero
no su posición al respecto, por no problematizarla como dañina. Aquí la persona
suele negar o reconocer la violencia, pero enfatizando que son factores externos
que le exceden, o que están fuera de su capacidad para cambiarlo. El resultado
pareciera ser siempre el mismo, la creencia que quien debe modificar las
conductas son los otros, particularmente las mujeres.
Los mitos provocan una distorsión cognitiva referidas a la ausencia de
reflexión sobre sus comportamientos, a la necesidad de modificar
creencias y conductas para establecer vínculos saludables, a la necesidad
de realizar algún tipo de abordaje profesional. Se manifiestan directamente
en la negación, minimización y justificación de la violencia y ausencia de
demanda o motivación al cambio a través de algún tipo de proceso
terapéutico.

● Consideración que el consumo de sustancias psicoactivas y ciertos


trastornos mentales causan la violencia

Tales factores (consumo de sustancias psicoactivas y algunas psicopatologías


mentales y/o psiquiátricas) que muchas veces inciden en los comportamientos
violentos de una persona, son elevados a una categoría determinante en el
desencadenamiento de la violencia contra algún integrante de la familia,
particularmente las mujeres, utilizándolo como medida de la justificación de sus
conductas. De esta manera el entrevistado racionaliza y justifica el uso de la
violencia, enfatizando en factores externos a su voluntad, evitando hacerse
responsable de sus actos y de los daños ocasionados. El comportamiento
violento se habría producido porque la persona se encontraría alcoholizada,
drogada, cursando una psicopatología y/o trastorno, o por la medicación
prescrita por algunos de los tratamientos realizados para tales problemáticas.
En algunos casos explican que los comportamientos violentos se produjeron por
la ausencia de un medicamento en el momento de la crisis. El varón que ejerce
violencia se presenta como “víctima” de tales agentes externos, no
pudiendo realizar una reflexión de sus actos, condición necesaria para
posibilitar el reconocimiento primero y así iniciar una intervención
concreta que tenga como objetivo, la modificación de esas conductas. Si
los comportamientos violentos están puestos fuera de la persona, se
debería atacar a las verdaderas causas y no insistir en una necesidad de
cambios en su persona. Una enfermedad mal diagnosticada, una medicación
prescrita incorrectamente, una psicopatología incurable o la misma sociedad que
seduce para que los sujetos consuman drogas y/o alcohol, se transforman en los
factores causales de las conductas violentas y por ende el objeto de intervención
profesional.
Lo que suelen manifestar los entrevistados: “Estaba alcoholizado, no me
acuerdo lo que dije”, “creo que mandé un mensaje o un whatsapp, ya no me
acuerdo, estaba chupado”, “los dos estábamos drogados, ella tampoco se
acuerda de nada”, “En una fiesta me pusieron una pastilla en el vaso, y no me
acuerdo de lo que hice después”, “Tengo Bipolaridad, así me dijeron, se me
terminó la medicación y me puse loco, aunque no fue tanto como dijo en la
denuncia”, “Me fui al médico y no estaba, no tenía remedios, de esos que tomo
yo para la locura, me volví loco, volví a mi casa y pasó lo de la denuncia”, “A mí
me dijo el médico, que con lo que tengo es normal reaccionar así”, “La droga me
lleva a la perdición, yo no sé qué hacer”, “Había consumido un montón”, “Fui a
un montón de psiquiatras, no dan con la tecla, que se yo lo que tengo”, “En el
Neuro me doparon, salí y no me acuerdo lo que hice”, “Mi mujer no me entiende
que estoy enfermo y me empieza a insultar, me provoca y yo reacciono”, “Los
medicamentos tienen efectos colaterales, eso nadie los ve, con la denuncia
arreglan todo”, “Creo que estoy medio loco, tengo una enfermedad (intervención
profesional sobre el dx), no tengo diagnóstico, pero creo que es así”.

● Creencia que las mujeres poseen un trastorno específico que


conducen a magnificar los comportamientos del varón

El que las mujeres posean algún trastorno psicopatológico o debilidad mental


que las lleva a comportarse de manera desatinada no es nuevo en nuestra
cultura occidental. La mujer fallada, incompleta, con útero migrador, que
provocaba manipulación, mentiras y enloquecía a los varones, era una certeza
en la antigüedad. La mujer sin alma del medioevo que no podía acceder a ciertos
conocimientos, transformándose en alguien sin personalidad, era un
conocimiento verdadero, enviado por Dios. A ello se le agregaba la noción de las
mujeres como brujas, que tanto se insiste en la actualidad, referenciadas así por
el machismo. La mujer sin el raciocinio necesario para ejercer sus derechos en
la modernidad, eran los planteos de los teóricos que diseñaron la política
moderna. Finalmente el psicoanálisis contribuyó, insistiendo en que la Histeria
es la principal enfermedad de las mujeres, de allí que se naturalizaron ciertas
categorías transformándose en estereotipos y en usos comunes para referirse a
la mujer en términos despectivos. Todo lo expuesto anteriormente ha construido
un caldo de cultivo para ésta concepción en la que las mujeres, poseen “algo”,
distinto y complicado para vincularse, entre sí y los demás. Esto funda el mito
del sustancialismo, que consiste en que la mujer posee una sustancia especial,
natural, maliciosa que la hace diferente al varón y por ende subjetivada. Es
común la consideración de que las mujeres magnifican los hechos o
comportamientos del varón en el vínculo cotidiano. Que denuncian sin motivo,
inventando, manipulando la situación o como producto de su “mitomanía”.
También porque poseerían algún trastorno mental, psicopatología y/o influidas
por el consumo de sustancias psicoactivas. En este sentido, palabras como
Histeria, Bipolaridad, enfermedad mental, descerebrada, loca, tonta, psiquiátrica,
drogadicta, son las más comunes en los discursos de los varones. Las mujeres
poseen alguna sustancia física o simbólica que las haría ser como son. En este
sentido los entrevistados no logran percibir y registrar el alcance de sus
comportamientos violentos, responsabilizando a la pareja, esposa o sistema
judicial sobre sus pérdidas, tanto materiales como vinculares. Si la
responsabilidad está en terceros, no hay necesidad de modificar creencias
y comportamientos. Son los demás quienes deberían cambiar,
estableciéndose una posición similar a la anterior. La actitud más común
es negar el comportamiento violento, considerando que no habría realizado
ninguna acción violenta y todo sería una magnificación de la persona
denunciante, generalmente la mujer. Su “reacción” está respaldada por las
conductas de las mujeres y ellos solo responden a ello, “defendiéndose”.
Lo manifestado por los entrevistados: “Está psiquiátrica, por eso denuncia
todo el tiempo”, “Esta re-loca, la tienen que llevar a un psiquiátrico, no está nada
bien”, “Tiene bipolaridad, lo veo, no me hace falta el diagnóstico”, “Consume
drogas y alcohol todos los días, se pone loca y me agrede”, “Yo solo reacciono
y me defiendo”, “Es histérica, es igual que su madre, se enloquece y es violenta”,
“Miente todo el tiempo, y ustedes, y la justicia le creen”, “Estaba rara desde unos
días, vio cómo son las mujeres, y después me encontré con la denuncia, no
tengo ni idea de que se trata”, “Yo esperaba que ustedes me digan de que me
denunciaron, yo no sé, las mujeres denuncian cualquier cosa”, “Es bipolar, la
mandaron al psiquiatra y no quiso ir”, “Yo ya sabía que esto iba a llegar, estaba
menstruando, y cuando ella menstrua se pone insoportable”, “Siempre nos
peleamos cuando ella menstrua, se pone loca, le cambia el humor”, “Que se yo
porque me denunció, es mujer y cuando algo no le sale bien, se la agarra
conmigo”.

● Creencias que la mujer provoca las conductas violentas en el varón

Es frecuente que durante la entrevista la persona que ejerce violencia insista en


la descripción minuciosa de todos los comportamientos violentos que tuvo la
mujer, durante la convivencia y que condujeron a responder violentamente. En
esta categoría también deben incluirse las manifestaciones de que la pareja
denunciante posee algún trastorno, no diagnosticado, que la lleva a cometer
acciones violentas. Se enfatiza que por tal situación no hubo otra posibilidad o
estrategia de resolución de los conflictos o tensiones en la relación, que no fuera
el uso de la violencia. Como si hubiera una condición o predisposición (esencia
o sustancia) de la mujer para desencadenar la furia del varón. Aquí también la
persona se presenta como víctima de su pareja, definiéndola como agresiva y
con necesidad de hacer tratamientos psicológicos, neurológicos y/o
psiquiátricos. A diferencia del mito anterior que no reconocía el uso de
conductas violentas, en este caso lo reconoce, pero lo justifica,
considerándolo como un mecanismo de sobrevivencia. El agresor suele
magnificar los supuestos comportamientos agresivos de sus parejas o
esposas. Invierte los papeles, caratulando de violenta a su pareja y él como
víctima.
En este ítem hay que establecer la diferencia entre violencia y resistencia, a fin
de considerarlo como un insumo a tener en cuenta para la valoración de riesgo
de nuevas situaciones de violencia y los mecanismos de justificación que los
hombres utilizan en sus argumentos en las entrevistas o espacios grupales.
Tomamos, para establecer las diferencias entre ambos conceptos, la
contextualización que Roberto Garda Salas, en su Manual “Caminando hacia la
Equidad” establece (la concepción entre corchetes es para reemplazar la palabra
“víctima” del texto original).
“Violencia: Actos de abuso de poder que surgen de un conflicto y
tienen el objetivo final de controlar o someter la voluntad y el cuerpo
de una persona(s) en una relación de dominación. Tienen diferentes
justificaciones y estrategias, desde el abandono, hasta un ataque
físico directo, pasando por una mirada amenazante, la manipulación
y la victimización. Tienen la intención de ´enseñar´, es decir, dar un
mensaje pedagógico para que [la persona objeto de violencia]
´aprenda´ que ante diversos actos el agresor responderá con
violencia. Con ello [la persona objeto de violencia] comienza a
disminuir el ejercicio de derechos por temor a recibir más violencia.
De esta forma, los valores, creencias, necesidades, dinámicas,
hábitos, etc., del agresor terminan imponiéndose, y [la persona objeto
de violencia] asimila la concepción del mundo del agresor. La
violencia aumenta en frecuencia e intensidad muchas veces y una vez
logrado el nuevo nivel de control, se disminuye hasta una nueva
situación de conflicto. La violencia usualmente es negada por el
agresor, y puede aumentar hasta el asesinato.
Resistencia: actos que se oponen a las acciones violentas; las
presentan las personas que se encuentran dominadas por otras o en
riesgo de serlo. Cada forma de violencia genera actos de resistencia
que usualmente son agresivos pues son respuestas de supervivencia.
Las resistencias pueden ser varias: el silencio, el tratar de convencer
al agresor, el llanto, tratar de escapar, la agresión física, la agresión
emocional, tratar de desconcentrar a la persona que ataca, e incluso
la autoagresión, entre otras. A diferencia de la violencia, la resistencia
no busca controlar a la otra persona, sino salir de su abuso y control.
Usualmente el daño que genera es menor a la violencia, pero el
agresor tiende a magnificarlo y generalmente la sociedad denomina a
quien resiste como ´violento/a´ y a quien violenta como la ´víctima´,
con la cual invierte los papeles, y refuerza el control sobre la persona
que resiste.”2
Es importante aclarar que en una situación de violencia, la imposición y control
de uno sobre el otro es la clave para su identificación. Se debe considerar a la
asimetría de poder como un factor estructural de su condición de posibilidad.
Lo manifestado por los entrevistados: “Me insulta y me grita, la agarré del
brazo para frenarla y le quedó marcado”, “Tiene la piel muy delicada y sensible,
se marca enseguida”, “Sale los fines de semana con la ropa nueva, me enojé, la
insulté y la amenacé”, “Ella sabe que me enfurece que use ropa ajustada o
transparente y polleras cortas, lo hizo una vez y se lo dije bien, lo volvió hacer
varias veces, me hartó y reaccioné”, “Me amenazó de denunciarme, no me
permitía ver a los hijos, me sacó”, “Sale con las amigas, vuelve tarde y ella sabe
que eso me revienta, y no me da bola, solo le pegué una cachetada”, “Sabes las
veces que la tenía que haber denunciado y no lo hice, las cosas que me hizo”,
“Yo solo me defendí, se me venía encima, la agarré del cuello, despacito y se
marcó”, “Usted como hombre que habría hecho en ese caso, la habría dejado,
las mujeres son todas iguales”, “Ella empezó, me fue infiel, un montón de veces”,
“Llegaba a casa cansado del trabajo y no estaba la comida lista, que querés que
le haga”.

● Creencia omnipotente sobre su propio cambio de comportamiento

El entrevistado insiste de que más allá de la situación de conflicto, tensión y


violencia experimentado, no volverá a pasar al acto y agredir a su pareja.
Generalmente se observa un discurso omnipotente para persuadir al
entrevistador que en las próximas situaciones logrará controlar su conducta, no
reconociendo la necesidad de asistencia psicológica, psiquiátrica o socio
educativa. En ésta situación se puede observar la negativa a iniciar
procesos de cambio, ya que fue un error o acto indebido que no sucederá
nuevamente. Sin embargo no propone estrategias de cambio concretas o

2Garda Salas, Roberto y Fernando Bolaños Ceballos. “Caminando hacia la Equidad. Programa
Multidimensional y Multicomponente para detener la Violencia de Género de los Hombres en las
Familias”
viables para evitarlos. Su discurso se transforma en una proposición
mágica que culminará en un cambio repentino del comportamiento
violento, ésta magia suele estar apadrinada en lo espiritual-religioso o por
el voluntarismo. Aquí se repiten mayoritariamente dos frases: “no va a pasar
más” y “es la primera vez que me pasó”, con un esfuerzo la conducta
desaparecerá; transformándose ello en un pensamiento mágico. En algunas
oportunidades se reconoce la necesidad de un cambio, pero debería ser por
algún factor externo: cambio de pareja, la iglesia, la separación, una mudanza,
etc. Si bien la persona reconoce su comportamiento violento, lo justifica,
aislándolo de sus ideas, creencias y costumbres, apareciendo como un hecho
único y aislado. Éste mito tiene mecanismos similares al anterior, a veces se
reconoce el uso de la violencia, pero insistiendo que no volverá a suceder, por
ende el cambio ya está iniciado, cerrando la posibilidad de nuevas
intervenciones.
La omnipotencia es parte de la construcción o representación social que
acompaña a los varones en nuestra cultura, idea reforzada por su creencia de
control y poder sobre todas las situaciones que los atraviesan. Creer, que todo
lo pueden resolver sin ayuda o soporte, es una forma de sentirse superiores en
relación a los demás y particularmente comparados con las mujeres. No suelen
receptar las intervenciones de los profesionales, haciendo hincapié en su
capacidad para modificar sin ayuda sus acciones. Otra de las razones que
interponen a su negativa de realizar tratamiento, tiene que ver con la falta de
tiempo para asistir a los centros de atención, ya sea por sus horarios de trabajo
o por cuestiones económicas; aun ofreciéndole las alternativas para su
resolución.
Lo relatado por entrevistados: “Yo puedo cambiar solo, no necesito tratamiento
médico o psicológico, no estoy loco para eso”, “ La iglesia me va ayudar, ahí me
siento cómodo, Dios es el único que me va a comprender”, “Cuando estuve mal
otras veces, cambié, lo logré solo sin ninguna ayuda”, “No estoy loco para ir al
psicólogo y menos al psiquiatra”, “Ningún juez, policía o médico me va a decir a
mi si necesito tratamiento, yo puede solo con mi problema”, “ Si realmente
necesito cambiar, lo voy hacer solo, no porque alguien me lo diga”, “Ya sé cuál
es mi problema, no va a volver a pasar, nunca más”, “Le prometo doctor que no
va a suceder más”, “Es la primera vez que me pasa, no va a pasar más”, “Yo no
estoy enfermo, para que voy a hacer tratamiento, fue una vez nomas”, “ Le pegué
una vez nomas, para que voy a venir acá, ya sé que no lo tengo que hacer más”,
“ Nunca fui denunciado, no tengo antecedentes, nunca tuve preso por nada, fue
la primera vez que me pasó y tenga confianza doctor, que no va a pasar más”,
“Si yo ya empecé el cambio, desde la denuncia, ya no soy el mismo”, “No le
puede decir ahora que tendría que hacer en ese momento, pero estoy seguro
que no me voy a sacar más”.

● Concepción de que los comportamientos violentos son un modo de


abordar situaciones conflictivas familiares

Se concibe que los comportamientos violentos son una vía posible de


interacción, comunicación o resolución de conflictos, tensiones y agresiones en
la sociedad y particularmente en el interior de la familia. Este ítems se encuentra
asociado a las modalidades de resolución de conflicto en la familia de origen y
habrían dado resultados para el entrevistado en algunos ámbitos de la vida por
donde transcurre, por ello continúa instrumentándolo. En otros casos, los
avatares de la vida, lo llevó a comportarse de manera violento con un cierto
resultado que la persona lo interpreta como positivos. Aquí suele establecerse
una distinción entre violencia y conflicto, y que una situación de tensión o
problema, no necesariamente debe resolverse con violencia. El entrevistado
suele justificar que no hubo otro modo de resolverlo, no registrando o
encontrando otra manera más saludable de abordarlo. El entrevistador utiliza
diferentes estrategias para avanzar en la reflexión con el entrevistado, en
relación a pensar otras maneras de vincularse sin agresiones. Sin embargo la
persona que ejerce violencia insiste que en ciertos momentos, necesita
imponerse, agredir o violentar a su compañera de relación. Insisten en
ejemplificar de que en la sociedad, el barrio o en las familias resuelven los
problemas con violencia y en la mayoría de los casos no son denunciados. Aquí
juegan también los demás mitos en relación a la violencia, particularmente que
la mujer tiene algún trastorno, ha consumido o provoca la violencia; o que el
varón poseería una condición natural que predispone a la agresión.
Lo relatado por los entrevistados: “Todo el mundo se pelea, en la calle, la
cancha, la familia y a mí me vienen hacer problema por un insulto”, “Todas las
familias tienen problemas, normales de pareja, esta es una más, nada más”,
“Dígame usted que ha estudiado tanto, que familia no tiene problemas en esta
vida”, “Mi familia era así, cualquier problema se resolvía a las trompadas, que se
yo, gritos, insultos”, “Y los conflictos y problemas se resuelven así, que se yo”,
“Mi viejo me pedía las cosas una sola vez, a la segunda me cagaba a palos”, “Yo
me crié en la calle, quilombos todos los días, a mí me sirvió ser así, ¿porque
tendría que cambiar a esta altura?”.
CONCEPCIÓN CLÁSICA O TRADICIONAL DE LA FAMILIA

Toda persona necesita identificarse con su familia de origen para adquirir


estrategias de adaptación al medio durante el proceso de crecimiento,
maduración y desarrollo. Sin embargo, cuando tales aprendizajes se rigidizan y
se transforman en modelos inmodificables, obstaculizan las interacciones con
los nuevos escenarios sociales y culturales que van surgiendo. Ello se agudiza
cuando la familia de origen presenta una fuerte estructura y dinámica patriarcal,
la distorsión cognitiva puede transformarse en comportamientos violentos. En
estos casos la persona utiliza diferentes tipos de ejercicio de violencia para
imponerse, desde la violencia simbólica hasta la física.
La concepción conservadora de la familia provoca distorsiones cognitivas
referidas a la naturalización de la violencia, al desconocimiento de leyes en
el ámbito público que legislan el ámbito “privado” de la familia, el
posicionamiento del varón en relación al resto de los integrantes de la
familia, la imposición de modelos de familia. También el grado de rigidez
en su posicionamiento debido a la exposición por un tiempo prolongado
de tales concepciones en el seno de su familia de origen.

● Consideración de que las situaciones de violencia pertenecen


exclusivamente al ámbito familiar privado

El entrevistado (de manera manifiesta o velada) suele mantener una actitud


negativa a responder o ampliar el relato sobre sus comportamientos en el ámbito
familiar, con largos silencios para pensar una respuesta acorde a la situación,
pero sin develar el “secreto familiar”. En otras oportunidades su relato lo hace de
manera general, pero sin puntualizar comportamientos concretos. Ello es debido
a que considera que los problemas, conflictos, tensiones y agresiones, deben
resolverse exclusivamente en el ámbito doméstico. Generalmente desconocen
la legislación actual en términos de derechos de las mujeres y los niño/as y la
consideración de que la violencia en un problema público y estatal. El aspecto
más grave de ellos es el desconocimiento de las medidas judiciales
implementadas, con clara intención de quebrantarlas, incluso la negativa a
realizar algún tipo de asistencia o a ser más permeables a la intervención
profesional. En el aspecto más positivo, esperará a que las medidas caduquen,
para retornar a la familia e intentar resolver los conflictos en ese ámbito, pero sin
ningún intento de modificar su comportamiento.
Lo manifestado por los entrevistados: “Es un problema de pareja, no creo
tener que hablarlo acá”, “Son cosas que pasan en la relación nada más que eso”,
“No le tengo confianza a los psicólogos para hablar de mis problemas de pareja,
que son de pareja y nada más que de pareja”, “Los problemas de pareja son
privados, no es para andar ventilándolos en cualquier lado”, “No me va a decir
un juez o fiscal que tengo que hacer con mi familia o mi casa, son cosas que
tenemos que arreglar nosotros”, “No me interesa la ley, a mí no me van a prohibir
ver a mi hijo o entrar a mi casa, es mi hijo y mi casa, solo fue una discusión de
familia, nada más”, “Voy a esperar que termine la medida, yo ya hable con ella y
está arrepentida, cuando termine la medida, volveré a mi casa”

● El varón como jefe hegemónico del hogar

Los filósofos griegos insistieron en considerar y establecer la distinción entre lo


público y lo privado, con sus respectivos roles asignados en cada uno de estos
espacios. El derecho romano consideró que el varón por sus cualidades
naturales debía hacerse cargo del estado, la familia y la propiedad, fue la época
donde el patriarcado se fortaleció, creando la noción del Pater Familia. En el
“Emilio” de Jean Jaques Rousseau, el libro pedagógico que propicia el ingreso a
la modernidad, considera que la mujer debe realizar tareas domésticas y el varón
proveer lo material a la familia.
El entrevistado insiste en la creencia naturalizada que la producción,
distribución y circulación de los bienes materiales y simbólicos de los
integrantes de la familia son actividades exclusivas del varón, único jefe
posible del hogar. Suele aparecer con fuerza la violencia simbólica o
imposición de los modelos patriarcales sin lograr reflexionar sobre tal
distorsión cognitiva. El mantener tal idea lleva a la persona a ir
escalonando la violencia en frecuencia y gravedad. Aquí se establece el
pensamiento único sobre las cosas, donde todos los integrantes de la
familia deberían subordinarse a los mandatos del jefe de hogar-varón. Es
común el uso de la fuerza para que las mujeres de la familia cumplan el rol
que deben cumplir de acuerdo a los designios naturales.
Lo manifestado por los entrevistados: “El que trae la plata a la casa es el que
tiene que mandar, a mí me parece que es así, que se yo”, “Se tiene que hacer lo
que yo digo, por eso soy el hombre de la casa”, “En la casa es el hombre que
tiene mandar ¿o no?”, “El hombre es el que tiene que trabajar afuera y traer la
plata, la mujer tiene que cuidar a los hijos”, “Yo no quiero que trabaje, tiene que
cuidar a los hijos”, “Es mi mujer me tiene que obedecer, así era mi vieja con mi
papá”, “Yo le dije que no trabaje, que cuide los niños, el hombre tiene que
trabajar, pero ella lo acepto así, no me dijo que no, en ese momento no estaba
en contra de eso”, “Yo no quise, ni quiero que trabaje, no le hace falta nada,
nunca le hice faltar nada, le di todo”, “Yo le enseñe todo lo que sabe”.
● La persona proviene de una familia con estructura y mandato
patriarcal

La persona entrevistada ha crecido y se ha desarrollado en familias donde se


acentuaba la importancia de la figura masculina como el padre, abuelo, tío o
algún integrante varón. De esta manera se justificaba la violencia como una
manera correctiva o educativa hacia los niño/as y también hacia las mujeres de
la familia. Se concibe al varón como una persona con atributos tales como
dominio, honores, superioridad, rol de proveedor y educador, en relación al resto
de los miembros de la familia. Es común observar a los entrevistados
posicionarse como “padre” de las parejas o esposas actuales, sin cuestionarse
tales actitudes. El hecho de ser varón lo transforma en modelo a seguir.
Lo manifestado por los entrevistados: “En mi casa mandaba mi papá y nos
daba cuando no hacíamos caso”, “Mi padre nos pegaba y nos gritaba sino le
hacíamos caso”, “Mi viejo nos manejaba con la mirada, pero así salimos
personas de bien, no nos drogamos, no robamos, nunca tuvimos preso por
nada”, “Se hacía lo que mi padre decía”, “En mi familia las mujeres, mi mamá,
mis hermanas, tías, no tenían ni voz ni voto”, “Mi abuelo era el que ponía las
reglas en mi casa, cuando murió pasó mi padre a ocupar ese lugar, yo me
acuerdo bien”.

● Imposición del modelo familiar de origen

Es esperable que la persona, cuando establece una relación de pareja, intente


en los primeros tiempos, reproducir ideas, creencias, proyectos y aprendizajes
transmitidos por su familia de origen. Sin embargo cuando el vínculo avanza la
interacción permite el acuerdo de nuevos criterios de relación y el nacimiento de
una nueva forma de familia. Aquellas personas que idealizan en exceso su
familia de origen, (con o sin dinámica patriarcal) intentan imponer estilos
de relación, crianza de los hijos, determinado orden en el hogar,
distribución de roles a los miembros, etc. En caso de no cumplimentarse
de acuerdo a ese modelo o sistemas de creencias se recurre a la violencia
psicológica y/o física para imponerlo. Se observa un comportamiento
rígido que exige un continuo de adaptación, sumisión y violencia hacia la
pareja, más que una interacción saludables de modelos diversos.
Lo manifestado por los entrevistados: “Mi madre tenía la comida y nosotros
limpios cuando mi viejo volvía de trabajar”, “No atiende los niños, no los lleva a
la escuela a horario, no les da de comer, los tiene sucios siempre”, “Yo tenía algo
en la cabeza, que se yo un proyecto o comprar algo y que me quería seguir que
me siga, sino que se quede afuera, a mi viejo siempre le gusto eso”, “Me hartó,
no puede hacer la comida de esa manera, yo le dije que mi vieja le hacía de una
manera que todo nos gustaba”.

ROL DE GÉNERO ASIGNADO A LA MUJER EN LA SOCIEDAD Y LA FAMILIA

Nuestra cultura ha logrado por diferentes mecanismos, producir y reproducir de


manera constante roles, posiciones y tareas, diferentes y desiguales en relación
al hecho de ser varón o mujer. La mujer debe destacarse en el ámbito familiar
privado y dedicarse exclusivamente a reproducir las tareas domésticas. El varón
se destaca en el ámbito público y debe dedicarse a tareas de alta complejidad,
con la máxima instrumentación de sus recursos, siempre ligados a la
productividad. Desde este posicionamiento, las capacidades, potencialidades y
habilidades son diferentes y desiguales para ambos géneros. En el ejercicio de
tales mandatos surgen las situaciones de dominación-subordinación, que
culminan en el ejercicio de la violencia.
De este modo la división sexual del trabajo en las sociedades capitalistas
determinó la asignación del rol de cuidadora a la mujer, de reproducción biológica
y la destinó a las actividades domésticas. Este devenir va acompañado de los
sistemas de simbolización que las sociedades van construyendo en relación al
concepto de género y sin duda a los roles para las mujeres y para los hombres.
El rol de género asignado tradicionalmente construye distorsiones
cognitivas que provocan celos y control de quien lo ostenta, concepción
que la mujer es un objeto material que debe satisfacer necesidades,
incumplimientos de medidas judiciales, tipo restricción de contacto por
considerar a la pareja como algo de su propiedad junto a otros bienes como
auto o casa, etc.

● Rol femenino, como satisfactor de las necesidades de los otros

El entrevistado considera que la mujer debe dedicarse exclusivamente a las


tareas asignadas social y culturalmente, cubriendo necesidades biológicas,
afectivas-emocionales y materiales a todos los integrantes de la familia. Se
observa como la mujer fue abandonando y/o postergando proyectos personales
(laborales, educativos, recreativos, etc.) para cumplimentar las tareas del hogar.
También incluye el impacto objetivo y subjetivo que la sociedad industrial impuso
a la mujer, trabajar fuera de la casa y retornar a reproducir su tarea al hogar, sin
reconocimiento y salario; por lo tanto la asignación laboral en estas situaciones
ha sido doble, con las implicancias y sobrecarga. Aquí solo se reconoce el trabajo
en relación de dependencia, el que genera ingresos monetarios. Para pensar el
presente indicador es necesario identificar cuando suelen aparecer
algunos de los servicios que los hombres les piden a las mujeres: que los
entiendan, que los atiendan, que dependan económicamente de sus
ingresos, etc. Las mujeres están compelidas a la comprensión y a dar
respuestas no solo a los varones con los que se vinculan, sino además a
los otros miembros del grupo familiar. En caso que la mujer no responda o
satisfaga las necesidades del varón, aparece la violencia, primero
psicológica y luego avanza hacia la física.
Lo manifestado por los entrevistados: “Vengo con un montón de problemas
de la calle y mi mujer ni siquiera me pregunta cómo me fue”, “Me siento mal y no
me escucha, tiene corazón de piedra”, “No comprende que tengo otra familia,
hijos, ex pareja, padres que tengo que atender, no le importa nada de nada”, “No
me entiende la situación que estoy viviendo en este momento”, “Está siempre
con el celular, mandando whatsapp, no me atiende, no me hace la comida, no
me ceba mates, no hace nada”, “Llego de trabajar y está en la casa de la madre,
los chicos solos, la casa desordenada”.

● Desvalorización de las capacidades, recursos y potencialidades de


la mujer

La persona entrevistada concibe que las mujeres en general o su pareja en


particular son incapaces de establecer estrategias para entablar un proyecto
personal, familiar, laboral o social de manera independiente. En el caso de
lograrlo se considera que fue como resultado de abandonar o postergar las
tareas domésticas naturalmente asignada. Un intento de subordinar a la mujer y
transformarla en una persona dependiente, afectiva, económica y
cognitivamente. Aquí los varones hacen hincapié en la impericia de sus
parejas para tomar decisiones por sí, las muestran influenciables por las
personas que las rodean (amigas, familiares, compañeras de trabajo, etc.),
incapacitadas para resolver problemas sin la presencia de ellos. Alude
además, a que sin la ayuda que les brindaron, no hubieran logrado
determinados propósitos.
Lo manifestado por los entrevistados: “Esa no puede emprender ningún
proyecto personal, sin que yo la ayude”, “Desde que yo no estoy se rompen las
cosas y no sabe cómo arreglarlas, no puede”, “No sabe hacer nada, no sabe
hacer nada en la casa, mira si va hacer algo afuera”, “No cuida bien a los hijos,
no sabe atenderlos, no les da de comer cuando tienen hambre”, “no cuida bien
a los hijos, siempre fue así, por eso la quiero denunciar”, “Mi mujer no trabaja,
no hubiera podido”, “no, ella no trabaja, no hace nada”, “Nunca trabajo, solo fue
ama de casa”, “Ahora después de vieja, quiere estudiar”, “Nunca hizo nada, mira
si va conseguir trabajo ahora”, “Le llenaron la cabeza para que me denuncie”,
“Esto es culpa de la madre y las amigas, que le hablan mal de mí”, “Yo le pagué
los estudios”, “Yo le puse un kiosco y no lo supo administrar”.

● Concepción de que la mujer debe ser necesariamente


sobreprotegida

Adherencia a la creencia de que ciertas conductas machistas, tales como celos,


control, posesión, persecución y manipulación son una manera de demostrar
afecto, contención o protección a las mujeres, que consideran parte de su
propiedad. Esta noción arraigada proviene de la concepción de que las mujeres
son débiles, vulnerables e inferiores. Es uno de los puntos más dificultosos a
trabajar en una terapia o proceso grupal, ya que casi todas las corrientes de
pensamientos en nuestra cultura lo han producido y reproducido,
constituyéndose como parte del imaginario social. Tales pensamientos y
actitudes quedan debidamente naturalizadas y son partes de la dinámica de la
persona.
Por otro lado, y fuertemente asociado a lo descrito anteriormente, la concepción
del amor romántico ha impactado en la conformación de los vínculos de pareja.
Allí, las demandas sacrificiales hacia las mujeres son parte de la “demostración”
de amor. Entonces también la asociación directa de los celos y el control como
constitutivos y normalizados.
Lo manifestado por los entrevistados: “Yo la busco al trabajo, porque tengo
miedo que le pase algo, hay tantos degenerados por la calle”, “Yo la he cuidado
siempre a mi mujer, creo que la mal acostumbre, ahora me denuncia, no entiendo
nada”, “Mira si le voy a pegar, son frágiles”, “No sé por qué denuncia, a las
mujeres yo la tengo en una cajita de cristal, no le haría mal”, “Si soy celoso
porque la quiero, que ¿usted no es celoso?”, “Yo le miro el celular porque hay
muchos degenerados que insisten por teléfono y ella no sabe defenderse”, “Nos
revisamos el celular, nos tenemos confianza”, “Ud. no sabe las malas influencias
que tiene pobre, ella no sabe, siempre vivió en una burbuja, yo la protegí de
todos los males, siempre”, “Si, la seguía porque quería saber dónde iba, porque
se mete en cada quilombo”, “soy celoso normal, como cualquier pareja”, “Soy
celoso porque la amo”, “Ella es muy celosa, porque yo me las mandé”, “Al
principio de la relación estaba todo bien con ella, después empezó a cambiar, ya
no me prestaba tanta atención”.

● Ideas y acciones que consisten en concebir a la pareja como


propiedad personal o privada
Se tiende a la apropiación del cuerpo y la subjetividad de la mujer, con posibilidad
de tomar posesión de la misma. El mayor riesgo de esta posición, consiste en no
registrar las medidas judiciales, ya que la mujer es una cosa u objeto personal.
La cosificación de la mujer es una producción cultural sostenida desde hace
muchos siglos y reproducidas por el capitalismo. Esta situación se agudiza
cuando la mujer constituye una nueva pareja, el objeto personal preciado se ha
perdido (factor que mayoritariamente aparece en los Femicidios investigados).
Se debe prestar especial atención a este ítem cuando la persona posee botón
antipánico y suele comentar que su pareja le habría manifestado que “si no sos
mía, no sos de nadie”, o cuando existen amenazas reiteradas de muerte o de
hacerles daño.
Se debe tener en cuenta la noción de poder de los varones sobre las mujeres,
considerándolas como parte de sus bienes, objetivándolas. Así se incorporan al
listado de “cosas” de las que los hombres son dueños. No se puede pensar a la
mujer despejada de la idea de la propiedad privada y sus orígenes históricos. El
patriarcado y el capitalismo han impuesto a los varones la necesidad
(necesidades creadas según Nancy Fraser) de acumular bienes, entre ellos a las
mujeres y a los hijos.
Lo manifestado por los entrevistados: “Es mi mujer, mi esposa, y de nadie
más”, “Yo la amo porque es mía, no la quiero perder”, “Nos casamos para toda
la vida”, “Ahora está de novio, se olvidó de todas las cosas que pasamos juntos
y de nuestros hijos”, “Está en pareja de nuevo, se olvida que estamos casados”,
“Estuvimos casados muchos años, tengo derecho, no puede olvidarse tan rápido
de todo, voy a cagarlo a trompadas a ese hijo de puta”, “Me tiene que hacer caso,
ella depende económicamente de mí”, “Me engañó, me puso los cuernos, ella es
mi esposa, no puede hacerme esto”.

Codificación

Codificaci 0 No/ ausencia total de tales cogniciones


ón
1 Parcialmente/ posiblemente presencia de tales
cogniciones

2 Si/ Definitivamente presencia total de tales


cogniciones
En cuanto al proceso de codificación, es importante tener en cuenta la
puntuación individual de cada uno de los ítems, pero una vez realizado ese
proceso, es necesario realizar una evaluación integral final que contemple al
sujeto, historizándolo y que se piensen los ítems colectivamente.
Es también necesario contextualizar la evaluación donde la valoración de riesgo
de nuevas episodios de violencia es el objetivo.
Los ítems se valoran con una escala de tres puntos, un punto 0 en el que el
indicador está totalmente ausente o cuando no hay información necesaria para
determinar si existe; un punto 1 que indica que el indicador está posiblemente
presente o parcialmente presente y que la información que se recaudada en
entrevista permite considerar su presencia; y el punto 2 donde el indicador está
definitivamente presente, donde las cogniciones distorsionadas están totalmente
presentes y la información es precisa para definirlo .

Comentarios finales

El presente instructivo está pensado para poder incorporar la perspectiva de


género y las distorsiones cognitivas que los varones poseen como una
herramienta que permitan valorar el riesgo de nuevos episodios de violencia.
Fundamentalmente para entender que las distorsiones cognitivas no son
modificables fácilmente y que esa raigambre de ideas, creencias y pensamientos
son la mayoría de las veces el fundamento del ejercicio de la violencia.
Consideramos a la violencia como una construcción social y por ende de
complejo abordaje para los equipos de profesionales que trabajan a diario con la
problemática. Pretendemos que el instructivo sirva de aporte para ese trabajo y
para dar sustento a lo escuchado en las entrevistas y los espacios grupales.
Entonces podemos decir que la utilidad del instrumento de evaluación de las
distorsiones cognitivas de los hombres con los que trabajamos tiene algunas
ventajas para:

- servir de insumo para la entrevista, orientando a los profesionales en que


indagar
- para determinar el riesgo de nuevos episodios de violencia en base a las
creencias arraigadas de los sujetos, y en base a cuan legitimado este el
uso de la violencia en ese varón
- para orientar a los hombres que atendemos en programas terapéuticos
acordes a sus necesidades.

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