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TEYUNA O CIUDAD PERDIDA

PRESENTADO A:
ARQUTECTO
JULIAN ZULUAGA

PRESENTADO POR:
ANDRES RENGIFO
DIEGO URBANO
JEFERSON CASTAÑEDA
GIANCARLO RIVEROS

FUNDACION UNIVERSITARIA DE POPAYAN


DEPARTAMENTO DE ARQUITECTURA
PATRIMONIO
POPAYAN CAUCA
2020
La Sierra Nevada de Santa Marta, con un área de 21.158 kilómetros, es un
macizo montañoso de origen Ígneo-lnetamórfico cuya formación geológica es
independiente de la Cordillera de los Andes, tiene forma piramidal yen tan sólo
42 kilómetros alcanza alturas de 5,775 y 5,770 m,s.n.m, en los picos nevados
Colón y Bolívar. Está situada entre los 10° 03' y 11 20' de latitud norte y 72° 03'
y 74° 15' de longitud oeste. Esta montaña de litoral, con una base triangular de
120 Km de lado desde el nivel del mar hasta los picos nevados, posee un relieve
muy quebrado y de pendientes fuertes, cuenta con un sinnúmero de ríos y
quebradas que bañan en su recorrido una variedad de climas y suelos,
favoreciendo la existencia de una serie de ecosistemas, que fueron en la
antigüedad por grupos humanos que por allí transitaron y que a la llegada de
los españoles se conocieron con el nombre genérico de Taironas.

TEYUNA O CIUDAD PERDIDAD

Teyuna, conocido como Ciudad Perdida, está ubicado sobre el lado norte de la
Sierra Nevada de Santa Marta, en la cuenca del rio Buritaca. Declarada Reserva
de la Biósfera de la Humanidad, la Sierra Nevada de Santa Marta es un macizo
montañoso que alcanza los 5,780 metros sobre el nivel del mar. Se destaca por
la majestuosidad de sus paisajes, ecosistemas y biodiversidad. Las
características geográficas de la zona proveen una variedad de pisos térmicos
que van desde las cálidas arenas del mar Caribe hasta las nieves perpetuas de
los picos más altos de Colombia.
La Sierra Nevada de Santa Marta es la cuna de los Tayrona, cultura
precolombina que data desde 100 d.C. a 1700 d.C. A la llegada de los españoles
la cultura Tayrona contaba con niveles tecnológicos poco comunes y un
desarrollo social y político complejo. La introducción de nuevas enfermedades
traídas del occidente ocasiono epidemias que mermaron la población. A pesar
del despliegue de fuerza, los colonos españoles nunca lograron establecer
pueblos permanentes en la Sierra Nevada ni dominar su población. Actualmente
viven alrededor de 30,000 indígenas de las etnias Kogui, Arhuaco, Kankuamo y
Wiwa (Arsarios).
ARQUITECTURA
Dadas las características del terreno de la Sierra Nevada de Santa Marta, la
construcción de grandes aterrazamientos fue fundamental para poder erigir
templos, residencias, plazoletas y sitios de reunión. Para propósitos de defensa,
la localización de la gran mayoría de los poblados sobre la cima de colinas
escarpadas y de difícil acceso hacía innecesario construir fortificaciones. Si
además tenemos en cuenta que la única manera de llegar a los poblados es a
través de escaleras emplazadas sobre pendientes con hasta un 60 por ciento de
inclinación, en las que sólo es posible desplazarse en fila india, podemos
entender por qué fue tan difícil para los españoles atacar y dominar estas
poblaciones. A su vez, se aprovecharon las laderas menos pronunciadas y áreas
planas como espacios de cultivo.
Las terrazas que se observan en Ciudad Perdida son de dos tipos, pero en
general se utiliza la técnica conocida como “tierra armada”. Las más sencillas
comenzaron como cortes sobre una ladera a la que se le agregaron hiladas de
piedra en la parte baja para crear un muro de contención y en la parte alta para
recubrir el talud.
La superficie plana que queda es reforzada mediante compactación, en algunos
casos agregándole más piedra de tamaño mediano. Para elevar el muro por
encima de un metro de altura, es usual que se agregue una hilada de lajas más
largas y anchas sobre las que se eleva otro muro escalonado.
El peso del muro sobre las lajas más anchas actúa de amarre sobre la estructura,
impidiendo su deformación o deslizamiento. Una vez terminada la terraza, se
recubrían las superficies expuestas al agua con losas de piedra para evacuar el
agua rápidamente, evitando así la erosión por saturación de agua. Se emplazaba
entonces el anillo en piedra cortada y pulida, elevado de la superficie que servía
de base a la vivienda o estructura a ser construida sobre esa terraza.
A medida que creció la población y la necesidad de espacios planos, se fueron
agregando cortes cercanos, empatando unos muros con otros hasta crear
grandes superficies aterrazadas de manera escalonada que superan los tres mil
metros cuadrados de superficie utilizable.
Por otro lado, las terrazas construidas sobre la colina principal que constituye la
base del Eje central, implicaron la construcción de muros de contención a ambos
lados de afloramientos rocosos superficiales y el relleno y nivelación progresiva.
Una vez se completaba una plataforma, era posible construir la siguiente, puesto
que la primera se usaba como base para el muro. En los bordes de los muros
también se pueden observar puntales verticales hincados en la tierra que sirven
para evitar el desplazamiento de las hiladas de piedra.
Dado que se trata de un lugar en donde se llevan a cabo las actividades de un
poblado, discernir los lugares de culto, siembra, habitación, etc. Supone un
amplio conocimiento del lugar, así como de los materiales y tipo de construcción
a emplear en cada caso.
DETALLES DE LOS MUROS

Extrapolando datos de los pocos asentamientos estudiados, se calcula,


conservadora mente, que pudieron albergar una población de alrededor de
medio millón de habitantes, entre los que se hablaban varias lenguas (de las que
hoy sobreviven tres), organizados en lo que los europeos caracterizaron como
una federación de “provincias” con autoridades centrales.
Al recorrerlo, lo primero que salta a la vista es la dificultad para identificar sus
límites, pues el entramado de terrazas, muros de contención y caminos en piedra
con los que se entreteje va perdiendo densidad, pero no desaparece del todo,
hasta que va aumentando nuevamente para configurar un nuevo “sitio” o
asentamiento.
Terrazas y basamentos de las construcciones principales en Teyuna.
Quizás lo más impactante es cómo este vasto continuo de basamentos líticos se
abraza a la abrupta topografía siguiendo la forma misma de las laderas y creando
una segunda geomorfología que manteniendo el mismo lenguaje de formas
sinuosas se superpone a las agudas pendientes y los angostos filos.
Este tejido de piedra narra, ante todo, una relación con el paisaje. Primero, es
evidencia del manejo de la topografía a partir del cual se organizó el poblamiento.
Da cuenta de lo que hoy podríamos considerar un “ordenamiento territorial”
(seguramente sin el carácter obsesivo e instrumental del sentido de “orden”
moderno). Así, en la parte media y alta de las cuencas de los ríos de la Sierra
Nevada, donde el relieve es más abrupto y los valles más profundos, se
privilegian los filos y las zonas de pendientes medias para la construcción de los
poblados.
Las vegas y las planadas no presentan evidencia de terrazas habitacionales ni
de equipamiento urbano, allí se encuentran vestigios de canalización o de
drenaje lo que indica que en la parte alta de las cuencas las escasas áreas
planas se usaban para cultivo, no para vivienda. Por su parte, las laderas de
mayores pendientes tuvieron usos forestales y estaban, como las describe
Simón, recubiertas de “arboledas, casi todas frutales y de madera…” protegiendo
así las vegas fértiles y los deslizamiento y erosión.
CALZADA PRINCIPAL EN TEYUNA.

En la parte baja de las cuencas y en la zona costera, donde el relieve es más


suave, se observa otro patrón. Aquí los asentamientos abandonan los filos y se
emplazan en los planos, dejando de todas maneras las vegas fértiles de los ríos
como zonas de cultivo. Según las prospecciones arqueológicas preliminares, en
la parte media-baja y baja de las cuencas, donde la topografía es más favorable,
aparecen los asentamientos más importantes: los “más principales de aquella
provincia” como Pocigueica o Tairona, éste último situado, de acuerdo con
Simón5, no lejos de la desembocadura del río Don Diego. Es posible, así, que el
sitio conocido como “Ciudad Perdida”, sin duda el de mayor importancia en el
alto Buritaca, haya estado conectado con sitios de mayor envergadura en la
cuenca media-baja del mismo río.
Además de establecer esta relación con la tierra y la topografía, la infraestructura
lítica configura una relación particular con el agua. Primero, con los ríos, en la
medida en que la red de asentamientos se entreteje a lado y lado de los cauces,
con numerosos puntos de cruce, donde, seguramente, hubo puentes construidos
con materiales perecederos (cuya tecnología subsiste en alguna medida en los
puentes de madera y liana tejidos por indígenas actuales). Las cuencas de los
ríos, seguramente fueron, como siguen siendo hoy, eje de la vida social y
simbólica de las poblaciones. A lo largo del continuo cultural chibcha, del que
hacen parte los pueblos históricos de la Sierra Nevada de Santa Marta, el cauce
de cada río es un distintivo central de pertenencia que organiza los territorios
verticalmente, aprovechando la multiplicidad de climas y ecosistemas resultantes
de la variación altitudinal en las cordilleras tropicales. La tecnología lítica
evidencia también el manejo de escorrentías, pues los caminos y muros de
contención tienen además como función canalizar, y mediante giros en la
topografía, drenar y dirigir las aguas lluvias. Su funcionalidad, así como la de los
canales de desagüe, se basa, no en el principio de contener la fuerza del agua
sino en el de jugar con ella y reorientarla, evitando la erosión.
DETALLE DE LOS ‘PATIOS ENLOSADOS’.

Esta infraestructura atestigua, sobre todo, una relación especial con la piedra
misma. La “roca madre” se aprovecha muchas veces, dándole forma, para los
muros de contención, los pasos de los puentes y caminos y para conformar
escaleras, puentes y canales. La piedra en bloques de diversos tipos fue la clave
para construir los muros a la manera de gaviones dinámicos de “tierra armada”,
con los que se construyen las terrazas y contenciones.
Pulida en lajas, sirvió para adoquinar plazas con “limpieza y curiosidad como la
tenían en los patios enlosados de grandísimas y pulidas piedras, con sus
asientos en lo mismo, como también los caminos de lajas de a tercia” como los
describe Simón6. Las rocas, talladas y a veces inscritas, se usan además para
indicar sitios de importancia (como la llamada “piedra del mapa” en Teyuna).
Evocan el uso de las piedras entre los actuales pueblos de la sierra, con las que
señalan los sitios de observación astronómica, los de meditación y “adivinación”
o los que conectan visualmente los lugares de la vida cotidiana con los picos y
los filos que configuran los hitos sagrados del territorio.
La urdimbre de terrazas y asentamientos esta entretejida por caminos de piedra,
que presentan características diversas en cuanto a su ancho, la calidad de su
cimentación en piedra, el terminado de las lajas y escalones y lo que hoy
llamaríamos las “obras de arte”: las canalizaciones, drenajes, elevaciones,
puentes de lajas de piedra. Nos hablan así de una jerarquía de rutas que se
puede leer tanto a nivel del asentamiento como del conjunto. El sector central de
Teyuna se desarrolla linealmente sobre el filo teniendo como eje una calzada
escalonada de tres metros de ancho. De allí, una serie de caminos principales
interconectan el sitio y lo comunican con el páramo y la nieve, con las cabeceras
del río, con las cuencas afluentes, con el bajo Buritaca y con los cerca de 30
sitios que se funden –precisamente por medio de la red de caminos– en una
suerte de conurbación en el alto Buritaca y sus afluentes.
A continuación, expondremos los elementos que, a través de las categorías de
análisis, escogimos como patrones dentro del asentamiento Buritaca 200 o
Ciudad Perdida.

Terrazas
Con el fin de conseguir áreas planas que sirvieran para la habitación y
localización de la comunidad se estableció un elemento que es característico en
todo el asentamiento: las terrazas. Para su construcción se optó por la
excavación hasta dar con la roca que sirviera como lugar de cimentación. Son
construcciones en piedra que se apoyan en muros de contención.
Terrazas sin construcciones, con un camino o espacio de circulación y una o más
áreas de actividad.
Terrazas con un solo basamento tipo anillo, irregular, asociado a una toma de
agua. Tiene una frecuencia de 1.4%.
Terraza sin elementos funcionales, donde hay solo una estructura anillada, de
entre 4 y 8 m., de diámetro, que ocupa la totalidad del espacio. Las circulaciones
están tangenciales a ella. Frecuencia del 2.7%.
Terrazas con un anillo de entre 4 y 8 m., de diámetro y un área anexa de
circulación con descanso.
Frecuencia del 6.8%.
Terraza con un anillo de entre 4 y más de 8 m., y un área anexa cubierta que
podría ser una zona de trabajo, independiente del anillo. Este es el tipo de terraza
más frecuente con 27.7% del total.
Terrazas con anillo de entre 4 y más de 8 m., de diámetro con área de trabajo
independiente con un área anexa de forma semioval. Es el segundo tipo más
común de terrazas con un 21.6% del total de terrazas.
Terrazas con dos anillos de entre 4 y 8 m., de diámetro que comparten un
espacio de la terraza.
Terrazas con dos anillos de entre 4 y 8 m., de diámetro claramente separados
por la diferencia de altura entre los anillos y la orientación de los accesos a cada
uno de ellos. Presenta una frecuencia de 6.1%.
Terrazas alineadas con 3 o 4 anillos circulares, no comparten espacios comunes
y están separadas por alturas y accesos diferenciados. Frecuencia del 6.8%
Terrazas que conforman unidades constructivas con más de cuatro anillos con
dimensiones que van de los 8 a los 12 m., de diámetro. Su porcentaje es de 10%.
De la anterior clasificación hay que resaltar dos aspectos. De una parte, los
distintos usos que se le dieron a las terrazas, lo que estaría mostrando que se
trata de una solución adaptable a distintas exigencias de aplicación o topografía,
esto es que, así como hay terrazas para habitación, las hay también asociadas
al agua a manera de albercas; de otra, las dinámicas mismas de su construcción
basada en anillos debido al tipo de material que se usaba (la piedra) el cual
provenía del lugar, no hay evidencias de actividad de cantera en la zona.

Muros
Los muros se constituyen en otro elemento característico de la arquitectura
Tairona. Su estructura dependía de la configuración del terreno, así como de la
magnitud del aterraza-miento. (Serje M., Arquitectura para ciudad perdida: un
modelo de asentamiento para la nueva población de la Sierra Nevada de Santa
Marta, 1987). De acuerdo con lo anterior se evidencia la presencia de muros
dobles, algunos con escalonamientos y siempre considerando el relleno
apisonado que da soporte a la terraza.
Con respecto a los muros y la función, el trabajo de Cadavid y Herrera (1977)
Arqueología en la Sierra Nevada de Santa Marta hace una clasificación de los
muros, así como una breve descripción sobre su conformación.
Muro tipo A
Estructura de poca altura que apenas llegan a los 1,20m elaborados en pizarra
cuya propiedad principal es el ajuste que proporciona solidez al muro.
Muro tipo B Su altura máxima es de 1,50m construidos con piedra arenisca
acomodada mediante cuñas de pequeñas piedras. Su inclinación alcanza los 70°
y se soportaba sobre piedras de mayor tamaño que estaban presentes en el
lugar de construcción del muro.
Muro tipo C
Elaborados por cantos rodados de forma y tamaño similar y con altura no mayor
a 1,50m se trata de un muro poco frecuente en el área de Buritaca.
Muro tipo D
Son grandes estructuras con alturas hasta de 7m cuya estructura fue utilizada
para dar estabilidad en el sistema de escalonamiento. En cada tramo se usaron
lajas delgadas que sirven de goteras para el control de la lluvia.
Muro tipo E
Es el más elaborado de todos y puede alcanzar alturas hasta de 9m siendo
usado para proteger las terrazas. Se construyó con lajas de forma rectangular
que se trababan haciendo que los bordes de una laja reposaran sobre el centro
de la siguiente consiguiendo así un muro de gran estabilidad.
Hemos considerado los muros como un Patrón porque es un ejemplo perfecto
de solución que se repite ante distintos problemas. La clasificación anterior da
cuenta de lo que mencionamos y además, por su originalidad y complejidad,
representan uno de los aportes más significativos de la arquitectura Tairona.
Caminos
Considerar el camino como un patrón requiere de una explicación breve pero
necesaria. Dadas las dificultades que presenta la geografía de la Sierra, así
como las exigencias derivadas de la cosmogonía tairona, los caminos en la sierra
muestran la importancia de la comunicación entre los pueblos nativos. De igual
manera, y como en el caso de los muros, las diversidades de tipos de caminos
presentes en el lugar son también una muestra de adaptabilidad.
Camino tipo A
Corredor transitable con ancho entre 0,80m y 3,0m que dependía de la
importancia del mismo; con pendiente suave y sin enlosado.
Camino tipo B
Banqueo elaborado con relleno de rocas que se cubrían con tierra y que se
construía en un terreno con topografía suave. El banqueo generalmente es de
0,8m de alto y 2,0m de ancho. Sin lajas en la parte superior del relleno
PAISAJE URBANISMO
Para las culturas indígenas de la Sierra Nevada y en general para el continuo
cultural chibcha en los Andes colombianos el flujo del agua es espejo de la vida
social e histórica de las poblaciones: es eje tanto de la memoria histórico
territorial (Loochkartt y Avila 2004) como de la movilidad de la gente.
La laguna es hija de la madre, quien la puso en los cerros porque desde allí
nacen los ríos y las quebradas. Esta laguna fue puesta por la madre para tener
contacto con el mar, fue puesta para comunicarse por medio del río. El mar
recoge todo lo que el río le lleva. Y desde el mar se levantan el vapor y la espuma,
las nubes que van otra vez hacia la nevada y las lagunas, donde llueve. Así, hay
una comunicación continua entre ellos. (Palabras de Máma Inkímaku de
Makotama, OGT, 1997)
la arquitectura tairona y la construcción de estos poblados transformó
completamente el paisaje de la Sierra Nevada de Santa Marta entre los siglos
XII y XV, uno de los aspectos más interesantes es que las formas utilizadas
siguen y resaltan las formas topográficas y el paisaje mismo. Esto implica un
patrón de baja densidad constructiva en comparación con el área total ocupada,
la cual pudo ser mucho más extensa.
Por otro lado, y debido a este patrón, los poblados tairona no tienen bordes bien
definidos que nos permitan determinar con claridad dónde comienza o termina
un pueblo. A diferencia de muchas otras sociedades precolombinas y
preindustriales, los taironas no hicieron uso de muros, fortificaciones o paredes
defensivas perimétricas para delimitar y encerrar sus poblados. Si a esto le
agregamos la existencia de un sinnúmero de caminos que comunican los
poblados entre sí, lo que emerge es un patrón de poblamiento caracterizado por
la conurbación. Esto significa que, en un área determinada, como puede ser una
cuenca de un río y sus afluentes principales, se encuentran una serie de
poblados, cada uno con sus características, que hacen parte de un mismo
sistema. A grandes rasgos, esto es lo que ocurre en la cuenca del río Buritaca y
otras zonas de la Sierra que en tiempos precolombinos parecen haber estado
densamente habitadas.
SECTORES DE TEYUNA O CIUDAD PERDIDA
SECTOR: EJE CENTRAL
En esta zona se encuentran aquellas estructuras donde probablemente se
concentraba el poder político y social del asentamiento. Desde la primera terraza,
que converge con la escalera central, fueron construidas de manera ascendente
en un breve periodo de tiempo después de 1200 d.C. En esta zona se encuentra
el trabajo en piedra más elaborado y complejo del sitio arqueológico, que requirió
de considerables cantidades de piedra y horas de trabajo para la realización de
las estructuras.
La terraza más grande y la estructura ovalada que le sigue hacia el norte
conocida como La Capilla, dados su gran tamaño, elaboración arquitectónica y
localización central, fueron utilizadas como sitios de reunión para la realización
de festines y rituales. Los anillos más pequeños seguramente fueron estructuras
residenciales y de almacenamiento utilizadas por la élite del poblado. A lado y
lado del Eje central se encuentran más terrazas residenciales a las que se llega
por caminos y escaleras que se desprenden del Eje central. En total ocupa un
área de unos cuarenta y ocho mil metros cuadrados.
• Número de terrazas: 46.
• Número de anillos: 60.
SECTOR: PIEDRAS
Éste es uno de los sectores con mayor densidad de construcción del poblado y
en el que mejor se observa el aprovechamiento y uso de grandes rocas como
base para las terrazas, secciones de los muros, e incluso como mobiliario. Aquí
también se puede observar el cuidadoso trabajo de canalización de aguas en los
desagües de algunas terrazas y anillos.
En este sector también se han encontrado zonas de canteras que probablemente
fueron utilizadas en las construcciones. De aquí se desprende el otro camino de
acceso al poblado que baja hasta el río Buritaca y conduce hacia asentamientos
ubicados más arriba en la cuenca. Es una zona eminentemente residencial. Las
construcciones se extienden a lo largo de unos veintiocho mil metros cuadrados.
• Número de terrazas: 38.
• Número de anillos: 51.
SECTOR: EL CANAL O MAHECHA
Algunas de las excavaciones realizadas en este sector hacen pensar que fue
uno de los últimos en ser construido, posiblemente entre los siglos XV y XVI.
Aquí se pueden observar terrazas bastante complejas, con múltiples escaleras y
muros de contención, además de un canal para conducción de aguas. Es
también uno de los sectores más hermosos por la manera en que las distintas
terrazas siguen la pendiente de manera escalonada. Las construcciones ocupan
un área de dieciséis mil metros cuadrados. Al igual que el sector Piedras, es un
lugar residencial.
• Número de terrazas: 22.
• Número de anillos: 28.
SECTOR: NORTE O LA GALLERA
Éste es el primer grupo de terrazas al que se llega al ascender por la escalera
que viene del río Buritaca. Es el sector residencial más antiguo, puesto que fue
aquí donde se encontraron la mayoría de las estructuras sepultadas que
corresponden al periodo temprano o Neguanje. También se pueden observar
algunos de los anillos y terrazas más amplios. Se cree que un pequeño anillo
encontrado en este sector servía de base para una estructura de
almacenamiento. De este sector se desprenden caminos hacia la quebrada
Quiebrapatas, el Eje central, el sector El Canal y el río Buritaca. Las
construcciones ocupan un área de veintiocho mil metros cuadrados.
• Número de terrazas: 19.
• Número de anillos: 32.
La invención de la sierra nevada
Margarita Serje.
Hace varios años, hice parte de un experimento utópico inspirado en la magia
que la Sierra Nevada de Santa Marta tiene en Colombia. Sus cumbres nevadas,
que se erigen a tan solo 45 Km del litoral en medio de áridas planicies del Caribe
colombiano, marcan el ápice de esta cordillera, que tiene la forma de una
pirámide de base triangular. Allí se encuentra la casi totalidad del espectro de
ecosistemas tropicales americanos y una gran cantidad de especies endémicas
por lo que fue declarada “Reserva del Hombre y la Biosfera” por la Unesco en
1979. Para el momento de la Conquista, la sierra estaba habitada por una
numerosa población organizada y asentada en múltiples poblados de diversos
tamaños que los europeos consideraron “provincias”: “Los pueblos pasaban de
mil, con caminos enlosados de cuatro y seis leguas; las lenguas muchas” (Simón,
1982 vol. VI:272). La sociedad que habitó esta región, conocida como Tairona
se considera, junto con la Muisca, como una de las grandes civilizaciones
precoloniales colombianas. Hoy, las tierras altas de la sierra están habitadas por
cuatro grupos indígenas, descendientes de estos constructores de ciudades y
caminos de piedra y han sido objeto de una seductora representación que
enfatiza el hecho de que se piensan a sí mismos como los “hermanos mayores”,
protectores de la Ley de la Madre que tienen a su cargo el equilibrio del mundo.
Así, aparecen impecablemente vestidos de blanco, adivinando, pensando y
haciendo “pagamento”. Esta imagen ha sido nutrida, sin duda, por etnógrafos y
arqueólogos, periodistas y viajeros. La Sierra Nevada, rodeada por el halo de
estos indígenas que se dirigen a los blancos con un lenguaje a la vez poético y
esotérico, aparece como un lugar mágico desde donde nos hablan con “voces
de sabiduría ancestral”1. En la cara de la sierra que mira al mar se comenzaron
a estudiar a mediados de la década de los setenta los vestigios de las antiguas
ciudades tairona, entre los que sobresalió el sitio conocido como “Ciudad
Perdida”. Allí se puso en marcha una estación de investigación del Instituto
Colombiano de Antropología [ican].
Yo hacía parte del equipo que llegó a vivir al sitio en 1980, cuando éste ya había
sido guaqueado, excavado y estaba en buena parte restaurado. Para ese
entonces esa vertiente estaba en su mayor parte cubierta por bosques húmedos
tropicales de montaña. La belleza y profusión de estos boques en medio de los
cuales aparecían las estructuras líticas hizo que, para nosotros, el recuperar los
sitios arqueológicos no solo debía tener como objetivo estudiar la organización
social de los taironas, sino también su organización para manejar el ambiente.
Consideramos que además de los vestigios que se recuperaban en las
excavaciones y del conjunto de la infraestructura lítica, debíamos entender como
información arqueológica la cultura y el modo de vida de los indígenas que
habitan hoy la región, así como el bosque mismo en la medida en que su historia
se relaciona necesariamente con la ocupación tairona. Nos preguntábamos
cómo un poblamiento tan denso no comprometió la potencialidad de
regeneración de estos bosques: ¿Cómo había sido posible que tras la ocupación
intensiva que evidencia la infraestructura lítica pudieran resurgir bosques cuando
la ocupación reciente en menos de 30 años ya dejaba tras de sí laderas cubiertas
por potreros donde la erosión es irreversible? Para esos años estaba en pleno
auge la bonanza de la marihuana (cannabis sativa). El cultivo de la Santa Marta
Golden avanzaba como una sombra que iba talando a su paso miles de
hectáreas de bosque. Con ella penetraron aguas arriba contingentes de
campesinos-colonos que venían empujando a los indígenas a las tierras más
altas. Frente a esta situación nos propusimos establecernos de manera
permanente en el terreno, con el reto de convivir con los vecinos tanto colonos
como indígenas. Para nosotros no se trataba ya solamente de estudiar los
vestigios arqueológicos, sino de que ese conocimiento y nuestra presencia en el
lugar tuvieran una función explícita en la región. Resolvimos asumir que la
presencia de etnógrafos o de arqueólogos necesariamente transforma la vida de
las localidades donde trabajan. Así, la idea de estudiar “el pasado para el futuro”
se convirtió en uno de nuestros principales objetivos. Delimitamos entonces un
área para constituirla en “Parque Histórico y Reserva Natural del Alto Río
Buritaca”, donde fuera posible cumplir dos grandes objetivos. El primero era
proteger —al menos en esa zona— la integridad del territorio indígena frente a
la violenta embestida de los cultivos de marihuana; y el segundo, proteger tanto
los sitios arqueológicos como el bosque, ambos igualmente valiosos como
evidencia del poblamiento antiguo y como paisaje del poblamiento indígena
actual. Para lograrlo, decidimos construir “estaciones” en sitios estratégicos.
Conscientes de que la forma física que asumiera nuestra presencia institucional
iba a expresar un tipo de relación con el entorno, decidimos que los lugares
habitados por nosotros debían enunciar en su arquitectura y paisajismo lo que el
poblamiento indígena (tanto el actual como el antiguo) enseña en cuanto a uso
de materiales, manejo del agua y la vegetación e implantación topográfica. Las
autoridades indígenas venían con frecuencia a ver qué estábamos haciendo con
los sitios donde sus “antiguos se volvieron piedra” y explícitamente nos
solicitaron no excavar. Los vestigios arqueológicos son para ellos lugares donde
se guardan las “madres” de muchos saberes rituales, rituales y curaciones.
Aunque obviamente, ni para nosotros ni para el ican estuviera en cuestión el
derecho a permanecer en el sitio, convinimos no hacer excavaciones
arqueológicas, dedicándonos a estudiar lo ya guaqueado y a hacer
prospecciones regionales. Buscamos establecer con ellos una relación de
intercambio y amistad, o por lo menos de la amistad que puede ofrecer quien
usurpa un territorio, así sea a nombre del patrimonio nacional. En nuestro afán
por proteger la zona, comenzamos también a conocer y a acercarnos a los
colonos. Nos encontramos con gentes que venían de las regiones del país más
azotadas por la violencia. Los “más antiguos” habían llegado en la década de La
Violencia (1948-1958) y habían subido atraídos por la guaquería. Para esa
época, nos contaban, el oro salía a montones. Detrás de los guaqueros, los
campesinos-colonos se fueron asentando sobre la infraestructura de piedra del
antiguo poblamiento tairona que parece cubrir la esquina nor-occidental de la
serranía. Estando en pleno auge la guaquería, apareció la marimba. Atraído por
esta nueva bonanza llegó un segundo contingente de colonos. La marihuana era
imbatible. Las ganancias eran tales que cuando se “coronaba” un negocio, se
prendían los cigarrillos con billetes de cien pesos. Cuando establecimos el
Parque Histórico el negocio estaba en su cúspide. Desde el punto de vista
institucional, nuestro proyecto estaba administrado por una ONG creada para
agilizar su financiación: la Fundación Cultura Tairona. Este esquema fue objeto
de un gran debate público que no viene al caso tratar aquí que culminó a
mediados de la década de 1980 con el cierre del proyecto y la expulsión de la
zona de quienes trabajábamos allí. Para entonces ya comenzaba a entrar en
decadencia la marihuana, y la violencia y la pobreza eran evidentes en la zona
de colonización. El cierre del proyecto no iba, sin embargo, a detener el
compromiso que nuestro grupo sentía con los amigos y vecinos, tanto indígenas
como colonos. Resolvimos entonces crear una fundación a imagen y semejanza
de la que para este momento se disolvía que tuviera la capacidad de recibir
financiación tanto del sector público como del privado, con el fin de continuar con
nuestro cometido. Creamos entonces en 1986 la Fundación Pro Sierra Nevada
de Santa Marta [fps]. Siguiendo los parámetros de nuestras estaciones de
investigación en el Buritaca, uno de los primeros proyectos fue el establecimiento
en plena zona de colonización de un “centro de apoyo a la comunidad” para
trabajar directamente con la población de campesinos. La premisa era que
fortaleciendo este grupo y proponiéndole una fórmula de habitación, acorde con
los principios de sostenibilidad aprendidos del manejo del paisaje indígena y de
la ocupación tairona, era posible lograr al mismo tiempo su bienestar y reducir la
presión sobre el territorio indígena y sus bosques. Comenzamos entonces a
trabajar con los colonos en las líneas en las que normalmente se trabaja para el
Desarrollo: infraestructura, salud, educación, pequeños proyectos productivos,
formación de líderes comunitarios y acompañamiento en las gestiones ante las
instituciones estatales. Entonces llegó la guerrilla a la sierra. Al principio solo
hacían apariciones esporádicas hasta que finalmente llegaron a quedarse en la
región. Comenzaron haciendo reuniones con “la comunidad” y visitando finca por
finca. Advirtieron que quienes robaran, incumplieran los compromisos, les
pegaran a sus mujeres o se comportaran de manera dudosa iban a ser
severamente castigados. Entraron a planear los trabajos colectivos comunitarios
y a intervenir y dirimir conflictos cotidianos. Al indagar con una de las vecinas
campesinas cómo veía ella la intervención de la guerrilla, me la describió con
una sola frase: “Los de la guerrilla hacen lo mismo que ustedes, pero con armas”.
Estaba todavía desconcertada por el choque que me produjeron estas palabras,
dándoles vueltas y tratando de descifrar qué demonios querían decir, cuando
unos días más tarde, por el camino nos alcanzó una recua de mulas cargadas
que venía sin arriero. Cada mula traía un cuerpo a medio amarrar,
ensangrentado, sobre el lomo: eran todos vecinos campesinos de la vereda.
Según lo reconoció unos días más tarde la guerrilla en una reunión comunitaria,
se trataba de “hacer limpieza” en la región y para ello habían ajusticiado a todos
aquellos que consideraban “problemáticos”. El pensar que nosotros hacíamos
“lo mismo que la guerrilla, pero sin armas”, hizo que para mí terminara el idilio
del Parque Histórico y me confrontó a una serie de preguntas que me han
asaltado permanentemente desde entonces. El tratar de descifrar esa afirmación
que me hizo la mujer campesina me obligó a mirar con extrañeza lo que significa
tratar de impulsar propuestas de Orden en la vida de una población y sus
paisajes. Comencé a darme cuenta de que nuestro grupo de trabajo había
transformado este lugar en un proyecto que necesariamente surgía de nuestra
manera de conceptualizar la Sierra como paisaje, como región de planificación,
como territorio étnico. Mi objetivo en este artículo es el de discutir e ilustrar, a
través del itinerario de esta experiencia que se inicia en un sitio arqueológico y
lleva a la invención de una región de planificación, una serie de problemas clave
relacionados con la dimensión espacial de este proceso. Me interesa poner en
evidencia la producción de conocimiento antropológico como una “práctica
espacial”. es decir, como una estrategia y/o técnica por medio de la cual se
configura una realidad espacial al tiempo que se opacan las condiciones sociales
de su producción. Para ello, me centraré en una serie de prácticas constitutivas
de la etnografía, la arqueología y la antropología aplicada a través de las cuales
se crea una geografía imaginativa (Said 1979) que, como campo discursivo, va
de la mano y es condición de posibilidad de una geografía de la gestión y de la
intervención (Trouillot 2003). Este trabajo es también una etnografía que busca
repetir las rutas tanto concretas como metafóricas que recorrió nuestro grupo de
trabajo, a través de las cuales se establecieron nuevas conexiones entre la sierra
y el mundo. Me voy a centrar en el proceso que tiene lugar en la década de los
ochenta cuando el grupo del Buritaca, a partir de un “relato de origen” crea la
Fundación pro Sierra y se inventa la Sierra Nevada como región objeto de su
intervención. Además de poner en evidencia el itinerario de la invención del
macizo como proyecto y como relato cultural, este trabajo pretende contribuir a
la visualización y legitimación de las nociones de territorialidad de las
poblaciones que lo habitan. Desde ese punto de vista, intento aquí hacer un
aporte a la etnografía del lugar, a “las formas en que los ciudadanos del mundo
constituyen sus paisajes y en que se consideran conectados con ellos […] la
forma en que los hombres y las mujeres habitan” (Basso 1996: 54). A pesar de
que se ha señalado que este tipo de trabajos no son abundantes (Hirsch, 1995,
Feld y Basso 1996), la antropología se ha preocupado siempre por el “aura” del
lugar, por las formas que asume la experiencia de la geografía y se da significado
al entorno en que se vive. La etnografía, al sumergirse en la textura de la
cotidianidad ha tratado de “ver un mundo en un grano de arena” prestando el
famoso verso de William Blake; o como lo pone Basso, “en unos granos de arena
cuidadosamente interpretados” (Basso 1996:57), entendiendo así los lugares
habitados por la gente como espacios llenos por mundos, por mundos sociales
y culturales.

CONCLUSIÓNES
 la arquitectura tairona representa un claro ejemplo del desarrollo de
patrones constructivos completamente diferentes a la experiencia urbana
moderna en donde predomina la línea recta, la subdivisión espacial en
cajas y el uso de ángulos rectos. Incluso con los patrones constructivos
de otras sociedades precolombinas.
 la arquitectura tairona resalta la sinuosidad, el uso del círculo como
elemento formal, los espacios abiertos entre construcciones y el manejo
constante de la circulación y el movimiento en los poblados.
 Pienso que esta arquitectura tan sensible se ha perdido en cuanto a la
contemporaneidad de la vida, pueden existir conceptos que representen
esa conectividad, también es claro que las necesidades de ese entonces
no son las mismas de la arquitectura de hoy en día, pero estas
manifestaciones estructurales tan en función, tan orgánico con lo que a
ellos los representa, ese arduo trabajo de posicionar cada elemento como
una determinante a funcionar es majestuosa y espectacular, adaptarse a
una topografía y además usarla para su utilidad, es por eso que hace parte
de la historia.
BIBLIOGRAFIA
. Serje, M. (2008). La invención de la Sierra Nevada. Antípoda. Revista de
Antropología y Arqueología, (7), 197-229.
. www.google.com

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