Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
DOCUMENTO FINAL
INTRODUCCIÓN
I. UN DESAFÍO CRUCIAL
La Plenaria del 2002, sobre el tema «Trasmitir la fe al corazón de las
culturas, novo millennio ineunte»[2], y la del 2004 sobre «La fe cristiana al
alba del nuevo milenio y el desafío de la increencia y de la indiferencia
religiosa »[3], destacaron la urgencia de un nuevo impulso apostólico en la
Iglesia para evangelizar las culturas mediante una inculturación efectiva del
Evangelio.
1. La cultura marcada por una visión materialista y atea, característica de
las sociedades secularizadas, provoca un verdadero alejamiento, más aún,
una acusación de la religión en general, y del cristianismo en particular, así
como un nuevo anti-catolicismo[4]. Muchos viven como si Dios no
existiera (etsi Deus non daretur), como si su presencia y su palabra no
pudieran influir de ninguna manera en la vida concreta de las personas y las
sociedades. Éstas, por su parte, encuentran difícil afirmar claramente su
pertenencia religiosa, como si fuera algo propio y exclusivo del ámbito
privado. La experiencia religiosa, consecuentemente, se ve disociada de
una clara pertenencia a la institución eclesial: algunos creen sin pertenecer,
mientras que otros pertenecen sin dar signos visibles de su creencia.
2. El fenómeno de la nueva religiosidad y las espiritualidades
emergentes, que se difunden por todo el mundo, se yerguen como un
enorme desafío a la nueva evangelización. Éstas pretenden responder mejor
que la Iglesia, —o, en cualquier caso, mejor que las formas religiosas
tradicionales— a las expectativas espirituales, emotivas y psicológicas de
nuestros contemporáneos. Mediante ritos sincretistas y prácticas esotéricas,
apelan directamente a la emotividad de las personas, en una dinámica
comunitaria pseudo-religiosa que con frecuencia las asfixia, privándolas
incluso de su libertad y dignidad[5].
3. En algunos países de antigua tradición cristiana, los practicantes han
dejado de constituir la mayoría, como sucedía en el reciente pasado; sin
embargo, siguen siendo una fuerza viva capaz de dar testimonio, con
discernimiento y valentía, en el corazón de una cultura neopagana. No
faltan tampoco signos de esperanza: las Jornadas Mundiales de la Juventud,
los grandes encuentros durante los Congresos eucarísticos o en los
santuarios marianos, la proliferación de lugares de crecimiento espiritual y
la necesidad, cada vez más fuerte, de transcurrir un período de tiempo en el
silencio de la hospedería de un monasterio, el redescubrimiento de las
antiguas vías de peregrinación, el florecimiento de una multitud de nuevos
movimientos religiosos que incluyen a jóvenes y adultos, las multitudes
inmensas que se congregaron en Roma durante la muerte de Juan Pablo II y
la elección de Benedicto XVI, son signos de esperanza.
Sí, la Iglesia está viva; ésta es la maravillosa experiencia de estos días.
Precisamente en los tristes días de la enfermedad y la muerte del Papa, algo
se ha manifestado de modo maravilloso ante nuestros ojos: que la Iglesia
está viva. Y la Iglesia es joven. Ella lleva en sí misma el futuro del mundo
y, por tanto, indica también a cada uno de nosotros la vía hacia el futuro.
La Iglesia está viva y nosotros lo vemos: experimentamos la alegría que el
Resucitado ha prometido a los suyos[6] .
II. LA IGLESIA PROPONE UNA RESPUESTA:
LA VIA PULCHRITUDINIS
1. ACEPTAR EL DESAFÍO
Frente a los desafíos históricos, sociales, culturales y religiosos recogidos
en las dos precedentes Asambleas Plenarias, ¿qué aspectos de la pastoral
tendría que privilegiar la Iglesia en su diálogo apostólico con los hombres y
mujeres de nuestro tiempo, especialmente con los no creyentes y los
indiferentes?
La Iglesia lleva a cabo su misión, que consiste en llevar a los hombres a
Cristo Salvador, compartiendo la Palabra de Dios y el don de los
Sacramentos de la Gracia. Para llegar mejor a ellos, a través de
una pastoral de la cultura adaptada a la luz de Cristo, contemplado en el
misterio de su encarnación (cf. Gaudium et spes, n. 22), escruta los signos
de los tiempos y descubre en ellos preciosas indicaciones para tender
puentes que permitan encontrar al Dios de Jesucristo a través de un
itinerario de amistad en un diálogo de verdad.
En esta perspectiva, la Via pulchritudinis se presenta como un itinerario
privilegiado para llegar a muchos que experimentan grandes dificultades
para acoger la enseñanza, sobre todo moral, de la Iglesia. Con demasiada
frecuencia, en estos últimos decenios, la verdad se ha resentido de la
instrumentalización a que la han sometido las ideologías y la bondad se ha
visto reducida a su dimensión horizontal, a mero acto social, como si la
caridad hacia el prójimo pudiese vivir sin extraer su propia fuerza de Dios.
El relativismo, que halla en el pensamiento débil una de sus expresiones
más claras, contribuye, por lo demás, a dificultar un debate auténtico, serio
y razonable.
La Vía de la belleza, a partir de la experiencia simple del encuentro con la
belleza que suscita admiración, puede abrir el camino a la búsqueda de
Dios y disponer el corazón y la mente al encuentro con Cristo, Belleza de
la santidad encarnada, ofrecida por Dios a los hombres paras su salvación.
Esta belleza sigue invitando hoy a los Agustines de nuestro tiempo,
buscadores incansables de amor, de verdad y de belleza, a elevarse desde la
belleza sensible a la Belleza eterna y a descubrir con fervor al Dios santo,
artífice de toda belleza.
No todas las culturas están abiertas en la misma medida a lo trascendente o
a acoger la revelación cristiana. De la misma manera, hay expresiones de lo
bello —o que creen serlo— que se hallan bien lejos de favorecer la acogida
del mensaje de Cristo y la intuición de su divina belleza. Las culturas,
como las expresiones artísticas y las manifestaciones estéticas, están
marcadas por el pecado y pueden atraer, incluso capturar la atención, hasta
hacerla replegarse sobre sí misma, dando lugar a nuevas formas de
idolatría. Con frecuencia nos hallamos ante fenómenos de auténtica
decadencia, en los que el arte y la cultura se adulteran hasta herir al hombre
en su dignidad. Lo bello no puede reducirse a un simple placer de los
sentidos: ello significaría negarse a tomar plenamente conciencia de su
universalidad, de su valor supremo, altamente trascendente. Su percepción
requiere una educación, porque la belleza no es auténtica si no es en su
relación con la verdad —pues, ¿de qué podría ser el esplendor, sino de la
verdad?— y ella es, al mismo tiempo, «la expresión visible del bien, como
el bien es la condición metafísica de la belleza»[7]. «¿No es lo bello el
camino más seguro para alcanzar el bien?», se preguntaba Max Jacob.
La Vía de la belleza, fácilmente accesible a todos, no está, sin embargo,
priva de ambigüedades desviaciones. Puesto que siempre depende de la
subjetividad humana, puede verse reducida a un estetismo efímero o
dejarse instrumentalizar y esclavizar por las modas fascinantes de la
sociedad de consumo. De ahí nace la urgente misión de educar a discernir
entre el «uti» y el «frui», es decir, entre una relación con las cosas y las
personas fundada únicamente sobre la funcionalidad —uti—, y una
relación creíble y confiable, firmemente enraizada en la belleza de la
gratuidad, recordando cuanto dice Agustín en su De catechizandis rudibus:
«Nulla est enim maior ad amorem invitatio quam praevenire amando —
No hay mayor invitación a amar que adelantarse amando»[8].
Por ello, es necesario aclarar qué es y en qué consiste la Via pulchritudinis:
cuál es la belleza que, mediante su capacidad para llegar al corazón de la
gente, permite transmitir la fe, expresar el misterio de Dios y del hombre,
presentarse como un auténtico puente, espacio libre para caminar con los
hombres y las mujeres de nuestro tiempo que ya conocen o que comienzan
a apreciar lo bello, y ayudarles a encontrar la belleza del Evangelio de
Cristo que la Iglesia, en virtud de su misión, debe anunciar a todos los
hombres de buena voluntad.
3. LA VIA PULCHRITUDINIS,
1. LA BELLEZA DE LA CREACIÓN
La Escritura destaca el valor simbólico de la belleza del mundo que nos
rodea: «Sí, vanos por naturaleza todos los hombres en quienes había
ignorancia de Dios y no fueron capaces de conocer por las cosas buenas
que se ven a Aquel que es… Si, cautivados por su belleza los tomaron por
dioses, sepan cuánto les aventaja el Señor de estos, pues fue el Autor
mismo de la belleza quien los creó» (Sab 13, 1.3). Aun cuando existe un
abismo entre la belleza inefable de Dios y sus huellas en la creación, sin
embargo, el autor sagrado no considera inútil precisar el cuadro de esta
«dialéctica ascendente»: «pues de la grandeza y hermosura de las criaturas
se llega, por analogía, a contemplar a su Autor» (v. 5). Es necesario, por
ello, superar las formas visibles de las cosas naturales para elevarse hasta
su autor invisible, el totalmente Otro, que profesamos en el Credo: «Creo
en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la terra».
B) DE LA CREACIÓN A LA RECREACIÓN
Entre las criaturas, hay una que presenta una cierta semejanza con Dios: el
hombre, creado «a su imagen y semejanza». En su alma espiritual lleva una
«semilla de eternidad... irreductible a la sola materia» (Gaudium et spes,
18). El pecado, veneno que debilita la voluntad en su orientación al bien,
ofusca la inteligencia y vicia la sensibilidad, alteró está primera imagen. La
belleza del alma, sedienta de verdad e impulso hacia el amado, pierde su
esplendor y se vuelve capaz de obrar el mal: un niño testigo de una mala
acción espontáneamente dice: «Eso no es bonito». Así, la fealdad,—y, por
tanto, a fortori, el bien— aparece en el campo de la moral y se refleja sobre
el hombre, que es su sujeto. Con el pecado, éste pierde su belleza y se ve
desnudo hasta la vergüenza. La venida del Redentor lo devuelve a su
belleza originaria, lo reviste de una belleza nueva: la belleza inimaginable
de la criatura elevada a la filiación divina, la promesa de una
transfiguración del alma redimida y elevada por la gracia, el resplandor en
todas las fibras de su cuerpo llamado a resucitar.
Si Cristo, Nuevo Adán, «manifiesta plenamente el hombre al propio
hombre y le descubre la sublimidad de su vocación» (Gaudium et spes,
22), la mirada cristiana sobre la belleza de la creación encuentra su
cumplimiento en la sorprendente noticia de la recreación: Cristo,
representación perfecta de la gloria del Padre, comunica al hombre su
plenitud de gracia y así lo hace «gracioso», es decir, hermoso y agradable a
Dios. La encarnación es el centro focal, la perspectiva justa en la que la
belleza adquiere su significado último:
El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15) es también el hombre
perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina,
deformada por el primer pecado. En él, la naturaleza humana asumida, no
absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El
Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo
hombre[22].
Como se verá más adelante, la belleza de la santidad que emana del
hombre configurado con Cristo bajo el impulso del Espíritu Santo, es uno
de los más hermosos testimonios, capaces de sacudir aun a los más
indiferentes y de hacerles sentir el paso de Dios en la vida de los hombres.
En una continua acción de gracias, el cristiano alaba a Cristo que le ha
devuelvo la vida, y se deja transfigurar por este don glorioso de que es
objeto. Nuestros ojos, ávidos de belleza, se dejan atraer por el Nuevo Adán,
verdadero icono del Padre eterno, «reflejo de su gloria e impronta de su
sustancia» (Heb 1,3). A los «puros de corazón», a quienes se ha prometido
ver a Dios cara a cara, Cristo concede ya entrever la luz de la gloria en el
corazón de la noche de la fe.
PROPUESTAS PASTORALES
Una atención especial a la naturaleza ayuda a descubrir en ella el espejo de
la belleza de Dios. Por ello, es urgente promover una mayor atención hacia
la creación y su belleza en la formación humana y cristiana, evitando
reducirla a simple ecologismo o incluso a una visione panteísta. Algunos
movimientos, —escultismo, Acción Católica Juvenil, etc.— trabajan
activamente en la educación a la observación y respecto de la naturaleza.
Ayudan a los jóvenes a descubrir el proyecto creador de Dios despertando
los sentimientos vinculados al asombro, a la adoración y a la acción de
gracias. Se deberá prestar atención a destacar la doble dimensión de la
escucha:
- Escucha de la creación que narra la gloria de Dios,
- Escucha de Dios que nos habla a través de su creación y se vuelve
accesible a la razón, según la enseñanza del Concilio Vaticano I[23].
La catequesis, en su esfuerzo de formación de los niños y jóvenes, puede
servirse con provecho de una pedagogía desarrollada a partir de la
observación de la belleza de la naturaleza y de las actitudes humanas
fundamentales ligadas a aquélla: silencio, escucha, admiración,
interiorización, paciencia en la espera, descubrimiento de la armonía,
respeto del equilibrio natural, sentido de la gratuidad, adoración y
contemplación.
La enseñanza de una auténtica filosofía de la naturaleza y de una teología
de la creación, merecen un nuevo impulso en una cultura en la que el
diálogo entre la ciencia y la fe es de la máxima importancia y para el que
los clérigos deben poseer un mínimo de conocimientos de epistemología y
los científicos, de la sabiduría cristiana, cuyo inmenso caudal con
demasiada frecuencia ignoran[24]. Los prejuicios cientificistas y fideístas
todavía están demasiado presentes en la mentalidad común. Por ello, es de
la máxima importancia suscitar en todos los niveles, —instituciones
escolares, institutos de formación, universidades, centros culturales
católicos, etc.— ocasiones de encuentro y diálogo entre hombres de ciencia
y de fe. En este marco, el Jubileo del Mundo de la Investigación y la
Ciencia, celebrado durante el Gran Jubileo del 2000, ha hecho nacer nuevas
iniciativas culturales destinadas a renovar el diálogo entre ciencia y fe[25].
Entre estas se halla el proyecto STOQ (Science, Theology and Ontological
Quest— Ciencia, Teología y Filosofía), promovido por el Consejo
Pontificio de la Cultura en colaboración con diversas universidades
pontificias. Por lo demás, toda rama del saber —filosofía, teología, ciencias
humanas y sociales, psicología— puede contribuir a desvelar la belleza de
Dio y de su creación.
Las acciones en defensa de la naturaleza organizadas por comunidades
cristianas o familias religiosas, inspirándose en el ejemplo de san
Francisco, que «contemplaba al más Bello en las cosas bellas»[26], tienen
un cierto eco y contribuyen a desarrollar una visión menos idolátrica de la
naturaleza. La Carta pastoral de los obispos australianos del Queensland en
defensa de la gran barrera coralina, titulada Que se alegren las costas
innumerables, es un ejemplo de ello[27]. Es importante multiplicar
iniciativas para transmitir, en la cultura contemporánea, el sentido del valor
auténtico de la naturaleza, de su belleza y su potencial simbólico, y de su
capacidad para hacer descubrir la obra creadora de Dios.
2. LA BELLEZA DE LAS ARTES
Si la naturaleza y el cosmos son expresión de la belleza del Creador e
introducen en el umbral de un silencio contemplativo, la creación artística
posee la capacidad de evocar el inefable del misterio de Dios. La obra de
arte no es «la belleza», pero sí su expresión y, si bien obedece a cánones
fluctuantes, posee un carácter intrínseco de universalidad. La belleza
artística suscita emoción interior, provoca en el silencio un arrebatamiento
que lleva a salir de sí, al «ex-tasis».
Para el creyente, la belleza trasciende la estética y lo bello encuentra su
arquetipo e Dios. La contemplación de Cristo en su misterio de
Encarnación y Redención es la fuente viva de la que el artista cristiano
extrae la propia inspiración para expresar el misterio de Dios y el misterio
del hombre salvado en Jesucristo. Toda obra de arte cristiana tiene un
sentido: es, por naturaleza, un «símbolo», una realidad que remite más allá
de sí misma y ayuda a avanzar por el camino que revela el sentido, el
origen y la meta de nuestro camino terreno. Su belleza está caracterizada
por su capacidad de provocar el paso de lo que es «para sí» a lo «más
grande que sí». Este paso se realiza en Jesucristo, que es «el camino, la
verdad y la vida» (Jn 14, 6), la «Verdad toda entera» (Jn 16,13).
PROPUESTAS PASTORALES
La Carta a los artistas del papa Juan Pablo II, que constituye una
referencia fundamental al respecto, encuentra su eco en el documento del
Pontificio Consejo de la Cultura Para una pastoral de la cultura[36]. Las
conferencias episcopales pueden tomar estos dos textos como punto de
partida para iniciativas concretas[37].
Mediante una educación apropiada, es necesario introducir al lenguaje de la
belleza y desarrollar la capacidad de captar el mensaje del arte cristiano: lo
que hace que las obras sean bellas y, sobre todo, lo que en ellas favorece un
encuentro con el misterio de Cristo. En este campo, se manifiesta una toma
de conciencia y se asiste a un significativa recuperación de los estudios de
arte sacro cristiano, hoy día mejor conocido por aquellos que tienen la
misión de ofrecer una formación cristiana[38]. Un trabajo importante de
reformulación teórica de la enseñanza del arte sacro a partir de una
auténtica visión cristiana parece especialmente necesario frente a las
interpretaciones ideológicas y ateas ampliamente difundidas.
Hay que crear, además, las condiciones para renovar la creación artística en
la comunidad cristiana y, por tanto, establecer lazos personales con los
artistas y ayudarles a captar lo que permite a una obra de arte ser
verdaderamente religiosa y digna del arte sacro. Si bien se ha hecho mucho
en estos últimos decenios en numeras diócesis, todavía queda mucho por
hacer para valorizar el riquísimo patrimonio cultural y artístico de la
Iglesia, nacido de la fe cristiana y utilizarlo como instrumento de
evangelización, de catequesis y de diálogo. No basta construir museos, es
necesario que este patrimonio pueda expresar el contenido de su mensaje.
Una liturgia verdaderamente bella ayuda a entrar en este particular lenguaje
de la fe, hecho de símbolos y de evocaciones del misterio celebrado.
Algunas iniciativas, ya experimentadas y por tanto, merecedoras de
particular atención:
– Diálogo con artistas, pintores, escultores, arquitectos de iglesias,
restauradores, músicos, poetas dramaturgos, etc., para que puedan, a partir
de la fe, alimentar su universo simbólico, permaneciendo al mismo tiempo
profundamente radicados en las diversas culturas, para permitir nuevas
relaciones entre lo que la Iglesia comisiona y la producción de los artitas.
El analfabetismo litúrgico de algunos artistas escogidos para la
construcción de iglesias es un verdadero drama, ampliamente difundido.
– Formar a la belleza del misterio cristiano que se expresa en el arte,
con ocasión de la inauguración de una nueva iglesia, de una obra de arte,
de un concierto, de una liturgia particular.
– Organizar eventos culturales y artísticos —exposiciones, concursos,
conciertos, conferencias, festivales, etc.—, para valorizar el inmenso
patrimonio de la Iglesia y su mensaje, así como para favorecer una nueva
creatividad, especialmente en el campo del arte y del canto litúrgico.
– Publicaciones locales, en forma de prospectos turísticos, páginas web
o revistas especializadas sobre el patrimonio, con la intención pedagógica
de resaltar el alma, la inspiración y el mensaje de estas obras, y con un
análisis científico que mira a la comprensión profunda de la obra.
– Sensibilizar a los agentes pastorales, catequistas y profesores de
religión, así como seminaristas y clero, a través de cursos de formación,
talleres, encuentros temáticos, visitas guiadas. Los museos diocesanos y los
centros culturales católicos pueden desempeñar un papel importante,
proponiendo el estudio de obras de arte locales o regionales y favorecer su
empleo en la catequesis.
– Formar guías turísticos informados acerca de lo específico del arte de
inspiración cristiana; crear grupos especializados en la valorización de las
obras y de centros culturales que comparten estos mismos fines.
– Estudio y profundización de la problemática en los niveles
escolástico y universitario, con programas de post-grado, masters,
seminarios, talleres, etc. Bolsas de estudio y ayudas para sensibilizar los
organismos educativos. Desarrollar, a nivel regional y nacional, Institutos
de Música sacra, de Liturgia, de Arqueología, etc. y crear bibliotecas
especializadas en este campo.
C) LA BELLEZA DE LA LITURGIA
La belleza del amor de Cristo nos viene cada día al encuentro no sólo a
través del ejemplo de los santos, sino también en la sacra liturgia, sobre
todo en la celebración de la Eucaristía, en la que el Misterio se hace
presente y llena de sentido y de belleza toda nuestra existencia. Es el medio
sorprendente mediante el cual Nuestro Señor, muerto y resucitado, nos
transmite su vida, nos une a su Cuerpo como miembros vivos y de este
modo, nos hace partícipes de su belleza.
Florenski describe la belleza de la liturgia, símbolo de los símbolos del
mundo, como aquello que permite la transformación del tiempo y del
espacio «en el templo santo, misterioso, que resplandece con una belleza
celeste».
En una conferencia en el XXIII Congreso Eucarístico Nacional italiano, el
entonces Cardenal Ratzinger se sirvió como motivo introductorio de la
conocida antigua leyenda relativa a los orígenes del cristianismo en la
Rus’, según la cual el príncipe Vladimiro de Kiev se decidió a adherirse a
la Iglesia Ortodoxa de Constantinopla tras haber escuchado a los emisarios
que había mandado a aquella ciudad, donde habían asistido a una solemne
liturgia en la basílica de Santa Sofía. Estos hablaron así al Príncipe: «No
sabemos si estábamos en el cielo o en la tierra… Allí experimentamos que
Dios habita entre los hombres». El cardenal teólogo extraía de este relato
su fondo de verdad:
En efecto, la fuerza interior de la liturgia ha desempeñado sin duda un
papel esencial en la difusión del cristianismo... Lo que convenció a los
enviados del príncipe ruso sobre la verdad de la fe celebrada en la liturgia
ortodoxa, no fue una especie de argumentación misionera, cuyos motivos
les habrían resultado más esclarecedores que los de otras religiones. Lo que
les maravilló, en cambio, fue el misterio como tal, que precisamente por ir
más allá de la discusión, hizo resplandecer a la razón la potencia de la
verdad[44].
Cómo no subrayar la importancia del arte de los iconos, maravillosa
herencia del Oriente cristiano, que permite experimentar todavía hoy algo
de la liturgia de la Iglesia indivisa: su lenguaje, de gran riqueza y
profundidad, hunde sus raíces en la experiencia de la Iglesia indivisa, de las
catacumbas romanas a los mosaicos de Roma, como de Rávena o Bizancio.
Para el creyente, la belleza trasciende la estética. Esta permite el paso del
«para sí» a lo que es «mayor que sí». La liturgia no es bella, y por tanto
verdadera, si no es desinteresada, priva de otro motivo que no sea el de la
celebración de Dios, para Él, por medio de Él, con Él y en Él. Es
«desinteresada»: se trata de estar ante Dios y dirigir la propia mirada sobre
Él, que ilumina con su divina luz todo lo que acontece. En esta austera
simplicidad, la liturgia se vuelve misionera, es decir, capaz de dar
testimonio a los observadores que se dejen arrebatar por su dinamismo, de
las realidades invisibles que hace pregustar.
El poeta y dramaturgo francés Paul Claudel da testimonio de la íntima
fuerza de la liturgia cuando narra su conversión durante las Vísperas,
mientras se entonaba el Magníficat de la noche de Navidad, en Notre-
Dame de París:
Fue entonces cuando se produjo el acontecimiento que domina toda mi
vida. De repente, mi corazón se sintió tocado y creí. Creí con tal fuerza de
adhesión, con tal arrebatamiento de todo mi ser, con una convicción tan
poderosa, con tal certeza, que no me quedaba la menor duda, y que,
después todos los libros, todos los razonamientos, todos los azares de una
vida agitada no podrían quebrantar mi fe, ni a decir verdad, tocarla
siquiera[45].
La belleza de la liturgia, momento esencial de la experiencia de fe y del
camino hacia una fe adulta, no puede reducirse únicamente a la mera
belleza formal. Es, ante todo, la belleza profunda del encuentro con el
misterio de Dios, presente en medio de los hombres a través de su Hijo, «el
más bello de los hijos de los hombres» (Sal 45,2), que renueva
continuamente por nosotros su sacrificio de amor. La liturgia expresa la
belleza de la comunión con Él y con nuestros hermanos, la belleza de una
armonía que se traduce en gestos, símbolos, palabras, imágenes y melodías
que tocan el corazón y el espíritu y despiertan el encanto y el deseo de
encontrarse con el Señor resucitado, que es la «Puerta de la Belleza».
La superficialidad, la banalidad, a veces incluso la negligencia de algunas
celebraciones litúrgicas, no sólo no ayudan al creyente a progresar en su
camino de fe, sino, sobre todo, ofenden a los que regresan a las
celebraciones cristianas y, en particular, a la Eucaristía dominical. En estos
últimos decenios algunos han llegado a dar excesiva importancia a la
dimensión pedagógica y a la voluntad de hacer la liturgia comprensible
incluso a los observadores externos, y han minimizado su función
principal, que es introducirnos con todo nuestro ser en un misterio que nos
supera totalmente. En tanto que celebración de la fe en la acción salvífica
de Dios en su Hijo Jesús, en esto es misionera. Esencialmente dirigida a
Dios, la liturgia es hermosa cuando deja que se manifieste el misterio de
amor y comunión en toda su belleza[46]. La liturgia es hermosa cuando es
«agradable a Dios» y nos introduce en el gozo divino[47] .
PROPUESTAS PASTORALES
Es necesario proponer el mensaje de Cristo en toda su belleza, de modo
que pueda atraer las mentes y los corazones mediante lazos de amor. Al
mismo tiempo, hay que vivir y dar testimonio de la belleza de la comunión
en un mundo con frecuencia marcado por la desarmonía y la división. Se
trata de transformar en «acontecimientos de belleza» los gestos de caridad
cotidiana y el conjunto de las actividades pastorales ordinarias de las
iglesias locales. La belleza salvadora de Cristo exige ser presentada de
modo nuevo para poder ser acogida y contemplada, no sólo por los
creyentes, sino también por aquellos que se declaran poco comprometidos
o incluso indiferentes. Se trata, sobre todo, de sensibilizar a los pastores y
catequistas para que su predicación y enseñanza lleven a la belleza de
Cristo. Los cristianos están llamados a dar testimonio del gozo de saberse
amados por Dios y de la belleza de una vida transformada por este amor
que viene de lo alto.
Con motivo de la clausura del Gran Jubileo del año 2000, Juan Pablo II
dirigió a toda la Iglesia una carta apostólica, Novo millennio ineunte, en la
que invitaba expresamente a caminar desde Cristo y a aprender a
contemplar su rostro. De esta contemplación nace el deseo, la necesidad y
la urgencia de redescubrir el sentido auténtico del misterio y de la liturgia
cristiana, en la que se vive concretamente el encuentro con el Señor muerto
y resucitado[48].
Para responder a esta invitación, numerosos obispos han dirigido a sus
fieles Cartas pastorales sobre la belleza de la salvación y el sentido de la
celebración litúrgica, subrayando al mismo tiempo la belleza del encuentro
con Cristo en el domingo, día consagrado a Él, que permite una pausa en el
ritmo frenético de nuestra sociedad[49]. Por otra parte, en el curso de los
últimos decenios y, sobre todo, a partir del discurso de Pablo VI al
Congreso Internacional de Mariología del 16 de mayo de 1975, la Iglesia
ha recorrido ampliamente la Via pulchritudinis en mariología, con
resultados positivos y prometedores[50].
Es importante presentar los testimonios preciosos que ofrecen la Madre de
Dios, los mártires y los santos, y todos aquellos que, de manera
particularmente atractiva, original y creativa, han seguido a Cristo, y
hacerlo con un lenguaje que hable a nuestros contemporáneos, utilizando
para ello los medios idóneos. Es mucho lo que se hace en el campo de la
catequesis, con cómics, teatro, publicaciones, películas, conciertos y
musicales para ayudar a descubrir figuras extraordinarias de santos como
Francisco de Asís, Teresa de Jesús, Francisco Javier, Juan Diego, Teresa de
Lisieux, Rosa de Lima, Josefina Bakhita, Kisito, María Goretti, Padre
Kolbe, Madre Teresa, etc., que, como se puede constatar, siguen
fascinando a los jóvenes. Sus ejemplos nos recuerdan que todo cristiano es
un verdadero peregrino sobre la vía de la belleza, de la verdad, de la
bondad, en camino hacia la Jerusalén celestial, donde contemplaremos la
belleza de Dios en una intensa relación de amor, «cara a cara». «Allí
descansaremos y veremos; veremos y amaremos; amaremos y alabaremos.
Ese será el fin sin fin»[51].
Una formación apropiada ayudará a los fieles a progresar hacia la oración
de adoración y de alabanza para participar de verdad en una liturgia vivida
en plenitud de belleza, que nos introduce al misterio de fe. Por tanto, hay
que devolver a la liturgia su verdadero «esplendor» mediante el
redescubrimiento del auténtico sentido del misterio cristiano. También es
necesario, al mismo tiempo, volver a enseñar a los fieles a maravillarse
ante la obra que Dios realiza en nuestras vidas, restituir a la liturgia su
verdadero esplendor, toda su dignidad y su incontaminada belleza,
redescubriendo el significado auténtico del misterio cristiano, y formar a
los fieles para hacerles capaces de entrar en el significado y en la belleza
del misterio celebrado y vivirlo de manera creíble.
La liturgia no es un facere del hombre, sino obra divina. Es importante
ayudar a los fieles a percibir que el acto de culto no es el fruto de una
actividad —un «producto», un «mérito», una «ganancia»—, sino expresión
de un misterio, de algo que no puede ser comprendido totalmente sino que
pide ser acogido, más que racionalizado. Se trata de un acto libre por
completo de cualquier aspecto de eficiencia. La actitud del creyente en la
liturgia se caracteriza por su capacidad de recibir, condición de progreso en
la vida espiritual. Esta actitud fundamental ha dejado de ser espontánea en
una cultura en la que el racionalismo pretende dirigir todo hasta los
sentimientos más íntimos.
No es menos urgente favorecer la creación artística, un arte sacro idóneo
para acompañar y sostener la celebración de los misterios de la fe, para
devolver a los edificios de culto y a los ornamentos litúrgicos toda su
belleza. De este modo, la celebración litúrgica serán acogedoras, pero sobre
todo, capaces de comunicar el significado auténtico de la liturgia cristiana,
favoreciendo la plena participación de los fieles en los misterios, según el
deseo expresado en diversas ocasiones por los Padres del Sínodo sobre la
Eucaristía.
Ciertamente, los templos han de ser estéticamente bellos y bien decorados,
la liturgia acompañada por cantos y obras musicales de calidad, las
celebraciones dignas y la predicación cuidada, pero, a fin de cuentas, no
consiste en esto la via pulchritudinis, ni es esto lo que nos cambia. Todo lo
anterior no son más que condiciones que facilitan la acción de la gracia de
Dios. Hay que educar, por tanto, a los fieles a no dejar espacio únicamente
a la dimensión estética, por muy sugestiva que sea, y ayudarles a
comprender que la Liturgia es un acto divino que no puede dejarse
condicionar por el ambiente, el clima, ni siquiera por las rúbricas, porque
es el misterio de la fe celebrado en la Iglesia.
CONCLUSIÓN
Proponer la via pulchritudinis como camino de evangelizazion y de
diálogo, implica partir de una pregunta apremiante, a veces latente, pero
siempre presente en el corazón del hombre: ¿Qué es la belleza?, para llevar
a todos los hombres de buena voluntad en los que, de modo invisible, actúa
la gracia hacia el hombre prefecto, que es «imagen del Dios invisible»
(Col. 1,15)[52].
Esta pregunta se remonta al alba de los tiempos, como si el hombre buscase
desesperadamente, tras la caída original, ese mundo de belleza que había
quedado lejos de su alcance. La pregunta atraviesa la historia bajo
múltiples formas y el gran número de obras, fruto de belleza en todas las
civilizaciones, no logra apagar su sed.
Pilatos plantea a Cristo la cuestión de la verdad. Cristo no responde; o
mejor, su respuesta es el silencio: esa verdad no se dice, sino que se une sin
palabras a la parte más íntima del ser. Jesús se había revelado a sus
discípulos: «Yo soy el camino, la verdad y la vida». Ahora calla. Poco
después, mostrará el camino de verdad que lleva a la Cruz, misterio de
sabiduría. Pilatos no comprende, sino que misteriosamente, ofrece la
respuesta a su pregunta «¿Qué es la verdad?», cuando ante el pueblo
exclama: «He aquí al hombre», es decir, a Cristo, que es la verdad.
Si la belleza es el esplendor de la verdad, entonces nuestra pregunta se
vincula a la de Pilato y la respuesta es idéntica: Jesús mismo es la Belleza.
Él se manifiesta, desde el Tabor a la Cruz, para iluminar el misterio del
hombre desfigurado por el pecado, pero purificado y recreado por el Amor
redentor. Jesús no es un camino entre otros muchos, una verdad entre otras,
una belleza entre otras. Él tampoco propone un camino entre otros muchos:
Él es la vía que conduce a la verdad viva que da la vida. Jesús, belleza
suprema, esplendor de Verdad, es la fuente de toda belleza, porque en
cuanto Verbo de Dios hecho carne, es la manifestación del Padre: «Quien
me ha visto a mí ha visto al Padre» (Jn 14, 9).
El culmen, el arquetipo de la belleza se manifiesta en el rostro del Hijo del
hombre crucificado en la cruz dolorosa, revelación del amor infinito de
dios que, en su misericordia hacia sus criaturas, restaura la belleza perdida
a causa del pecado original. «La belleza salvará el mundo», porque esta
belleza es Cristo, la única belleza que desafía el mal y triunfa sobre la
muerte. Por amor, el «más bello de los hijos de los hombres» se hizo
«varón de dolores», «sin apariencia ni belleza que atraiga nuestra
mirada» (Is 53, 2), y de este modo ha devuelvo al hombre, a todo hombre,
plenamente su belleza, su dignidad y su verdadera grandeza. En Cristo y
sólo en Él, nuestra via crucis se trasforma en via lucis y en via
pulchritudinis.
La Iglesia del tercer milenio busca continuamente esta belleza en el
encuentro con su Señor y, con Él, en el diálogo de amor de los hombres y
de las mujeres de nuestro tiempo. En el corazón de las culturas, para
responder a sus angustias, a sus gozos y esperanzas, no deja de afirmar con
el Papa Benedicto XVI:
quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada —absolutamente nada— de
lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se
abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las
grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad
experimentamos lo que es bello y lo que nos libera [53].
NOTAS
[1] Cf. Motu proprio Inde a Pontificatus, 25 de marzo de 1993.
[2] Cf. Culturas y fe, Ciudad del Vaticano, n° 2, 2002.
[3] Cf. Paul Poupard — Consejo Pontificio de la Cultura, ¿Donde está tu
Dios?, Edicep, Valencia 2005, publicado en diversas lenguas: Dov’è il tuo
Dio? Fede cristiana, non credenza e indifferenza religiosa, en Religioni e
sette nel mondo26 (2003-2004); Où est-il ton Dieu ? La foi chrétienne au
défi de l’indifférence religieuse, Salvator, Paris 2004 ; Where Is Your
God? Responding to the Challenge of Unbelief and Religious Indifference
Today — ¿Dónde está tu Dios? La fe cristiana ante la increencia religiosa,
LTP, Chicago 2004; Gdje je tvoj Bog? Kršćanska vjera pred izazovom
vjerske ravnodušnosti, Sarajevo 2005.
[4] Cf. R. Remond, Le Christianisme en accusation, Paris 2000; Id., Le
nouvel antichristianisme, Paris 2005.
[5] Además de los textos de la Plenaria 2004, cf. Consejos Pontificios de la
Cultura, Para la Unidad de los Cristianos, Para el Diálogo
Interreligioso, Jesucristo, portador del agua de la vida. Una reflexión
cristiana sobre la Nueva Era, Ciudad del Vaticano 2003; también en las
siguientes traducciones: Jésus, porteur d’eau vive. Une réflexion
chrétienne sur le « Nouvel Age»; Jesus Christ the Bearer of the Water of
Life. A Christian reflection on the «New Age»; Gesù Cristo, portatore
dell’acqua della vita. Una riflessione cristiana sul «New Age»; Jesus
Christus des Spender lebendigen Wassers. Überlegungen zu New Age aus
christlicher Sicht.
[6] Benedicto XVI, Homilía durante la S. Misa en el Solemne Inicio del
Ministerio Petrino, 24 abril 2005.
[7] Juan Pablo II, Carta a los artistas, 4 abril 1999, n. 3.
[8] San Agustín, De catechizandis rudibus, Lib. I, 4.7, 26.
[9] Juan Pablo II, Fides et ratio, 14 septiembre 1998, n. 103.
[10] Según Santo Tomás de Aquino, la claritas es una de las tres
condiciones de la belleza. En las cuestiones sobre la Trinidad de la Summa
Theologiae, al interrogarse sobre las propiedades de cada persona divina
atribuye la belleza a la persona del Hijo: «Pulchritudo habet similitudinem
cum propriis Filii — La belleza presenta una cierta semejanza con lo que
es propio del Hijo». E indica las tres condiciones de la belleza para
aplicarlas a Cristo: la integritas sive perfectio, la proportio sive
consonantia y la claritas, Summa Theologiae, I, q.39, art. 8.
[11] Para una reflexión sobre la filosofía de lo bello y sobre la actividad
artística, véase M.-D. Philippe, L’activité artistique. Philosophie du faire, 2
vol., Paris 1969-1970, con importante bibliografia. Para una reflexión
teológica, véase también B. Forte, La porta della Belleza. Per un’estetica
teologica, Brescia 1999; Inquietudini della trascendenza, cap. 3: La
Bellezza, Brescia 2005, p. 45-55; Id., La bellezza di Dio. Scritti e discorsi
2004-2005, Cinisello Balsamo (Milano) 2006.
[12] Juan Pablo II, Fides et ratio, n. 83. Y añade: «Un pensamiento
filosófico que rechazase cualquier apertura metafísica sería radicalmente
inadecuado para desempeñar un papel de mediación en la comprensión de
la Revelación».
[13] San AgustÍn, Confesiones, X, 27. Traducción Eugenio Ceballos,
Espasa-Calpe, Madrid 1983.
[14] San Agustín, De musica, VI,13,38.
[15] H. U. von Balthasar, Gloria. La percepción de la forma, Encuentro,
Madrid 1985, 22-23.
[16] «So perhaps that ancient trinity of Truth, Goodness and Beauty is not
simply an empty, faded formula as we thought in the days of our self-
confident, materialistic youth? If the tops of these three trees converge, as
the scholars maintained, but the too blatant, too direct stems of Truth and
Goodness are crushed, cut down, not allowed through - then perhaps the
fantastic, unpredictable, unexpected stems of Beauty will push through and
soar to that very same place, and in so doing will fulfil the work of all
three?», Lección con ocasión de la recepción del Premio Nobel, Sitio
Oficial de la Fundación Nobel:
Cfr. T. Frängsmyr- S. Allén, Eds., Nobel Lectures, Literature 1968-
1980, World Scientific Publishing Co., Singapore 1997.
[17] El Padre Davide Maria Turoldo (1916-1992), cantor de la belleza,
recoge esta significativa afirmación de don Divo Barsotti: «¡El misterio de
la belleza! Hasta que la verdad y el bien no se han convertido en belleza,
la a verdad y el bien parecen permanecer, de alguna manera, extraños al
hombre, se le imponen desde fuera. El hombre se adhiere a ellos, pero no
los posee; exigen de él una obediencia que, en cierto modo, lo mortifica».
De ahí la conclusión que extrae Turoldo: «La verdad y el bien no bastan
para crear una cultura, ya que no parecen suficientes por sí solos para
crear una comunión, una unidad de vida entre los hombres. Y puesto que
la cultura es expresión misma de un desarrollo individual, de una cierta
perfección ya alcanzada, se deduce que la cultura parece expresarse
eminentemente en la belleza. La belleza es el fin de todas las cosas»:
«Belleza», en Nuevo Diccionario de Mariología, Paulinas, Madrid 1988.
[18] El Papa Juan Pablo II ha recogido esta afirmación esencial en su Carta
a los artistas, n. 11.
[19] San Juan de la Cruz, Cántico espiritual, 5. Cf. también, de Baudelaire:
«La nature est un temple où de vivants piliers laissent parfois sortir de
confuses paroles… — La naturaleza es un templo, cuyas columnas
vivientes susurran a veces confusas palabras…», Ch. Baudelaire, Les
Fleurs du Mal, 1857; Gerard M. Hopkins: «The world is charged with the
grandeur of God — El mundo está cargado de la grandeza de Dios», G.
M. Hopkins (1844—89), Poems, 1918, n.7, God’s Grandeur.
[20] Aristóteles afirmaba que «en todas las cosas de la naturaleza hay algo
maravilloso» (Las partes de los animales, I, 5). El estudio de la naturaleza
y del cosmos ha desempeñado un papel esencial en la filosofía,
comenzando por la de la antigua Grecia. En teología, la cosmología
también ha constituido un elemento fundamental para comprender la obra
de Dios y su acción en la historia. Piénsese, por ejemplo, en la visión del
Pseudo-Dionisio Areopagita, con frecuencia recogida por la teología y la
mística cristianas, así como la cosmología aristotélica que se injerta en el
pensamiento tomista, hasta constituir una de las llamadas «pruebas de la
existencia de Dios». También Emmanuel Kant reconocía la belleza del
cosmos y su capacidad para provocar el asombro, cuando afirmaba, en
la Critica de la razón práctica: «Dos cosas colman el ánimo con una
admiración y una veneración siempre renovadas y crecientes...: el cielo
estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí».
[21] Cf. Juan Escoto Eriúgena, De divisione naturae 1.3; San
Buenaventura, Collationes in Hexaemeron II.27.
[22] Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 22.
[23] Concilio Vaticano I, Constitución Dei Filius, Ch. 2, can. 1.
[24] Cf. Consejo Pontificio de la Cultura, Para una pastoral de la cultura,
Ciudad del Vaticano 1999, n. 35.
[25] Cf. The Human Search for Truth: Philosophy, Science,
Theology. International Conference on Science and Faith.Vatican City, 23-
25 May 2000, Saint Joseph’s University Press, Philadelphia, USA, 2002; tr.
it. L’uomo alla ricerca della verità. Filosofia, scienza, teologia: prospettive
per il terzo millennio. Conferenza internazionale su scienza e fede, Città
del Vaticano, 23-25 maggio 2000, Vita e Pensiero, Milano, 2005.
[26] San Buenaventura, Legenda Maior, IX.
[27] Catholic Bishops of Queensland, Let the Many Coastlands be Glad! A
Pastoral Letter on the Great Barrier Reef, 8 de junio de 2006. El texto
original en
http://www.catholicearthcareoz.net/pdf/ReefFullBooklet.pdf
[28] Juan Pablo II, Carta a los artistas, n. 12-13.
[29] Cf. Associazione Arte e Spiritualità, Sulla via della Belleza. Paolo VI
e gli artisti, cuaderno n. 3, Brescia 2003, p. 71-76.
[30] Cf. D. Ponnau, in Forme et sens. Colloque de formation à la
dimension religieuse du patrimoine culturel, École du Louvre, Paris, 1997,
p. 20.
[31] Juan Pablo II, A los Obispos de Toscana, 11 marzo 1991.
[32] Catecismo de la Iglesia Católica. Compendio. Introducción. Libreria
Editrice Vaticana, 2005.
[33] Consejo Pontificio de la Cultura, Para una pastoral de la cultura, n.
36.
[34] Juan Pablo II, Lettera agli artisti, op. cit., n. 12 e 8.
[35] San Ireneo, Adversus haereses, IV, 20.7.
[36] Cf. n. 17: «Arte y tiempo libre» y sobre todo el n. 36: «El arte y los
artistas».
[37] Cf. La Carta circular de la Pontificia Comisión para los Bienes
Culturales de la Iglesia, La Formación de los futuros presbíteros en el
cuidado de los bienes culturales de la Iglesia, 15 octubre 1992; la Nota
pastoral de la Conferencia Episcopal Regional de Toscana, La vita si è fatta
visibile. La comunicazione della fede attraverso l’Arte (La vida se ha
hecho visible. La comunicación de la fe a través del arte), Nota pastoral del
23 de febrero de 1997, y Ufficio Nazionale per i Beni Culturali
Ecclesiastici - Conferencia Episcopal Italiana, Spirito Creatore, Nota
pastoral del 30 de noviembre de 1997.
[38] Se multiplican los cursos de formación en las universidades católicas,
como en la Facultad de Historia de la Iglesia y Bienes Culturales, de la
Pontificia Universidad Gregoriana, o el Istituto de Arte Sacro y Música
Litúrgica del Institut Catholique de París. Las revistas de inspiración
cristiana afrontan cada vez más frequentemente este tema, como por
ejemplo Arte Cristiana, de Milán, Humanitas, de Santiago de Chile.
Aumenta el número de museos diocesanos, concebidos como verdaderos
centros culturales católicos. Recientes publicaciones tratan de la via
pulchritudinis y ayudan al lector a familiarizarse con el lenguaje del arte
para una meditación espiritual: cf. M. G. Riva, Nell’arte lo stupore di una
Presenza, San Paolo, Milano 2004.
[39] Padre E. von Gemmingen, responsable de la sección alemana de la
Radio Vaticana, entrevista al Papa en su residencia estiva de
Castelgandolfo, 15 agosto 2005. E. Bianchi se hace eco de estas palabras
cuando exhorta a «saber anunciar la diferencia cristiana» como una
verdadera respuesta a la indiferencia: «¡O el cristianismo es filocalía, amor
a la belleza, via pulchritudinis, vía de la belleza, o no será! Y si es vía de
belleza, sabrá atraer a sí también a otros a este camino que lleva a la vida
que es más fuerte que la muerte, sabrá ser sequentia sancti Evangelii para
los hombres y mujeres de nuestro tiempo», «Perché e come evangelizzare
di fronte all’indifferentismo», in Vita e pensiero 2, 2005, p. 92-93.
[40] Juan Pablo II, Carta a los artistas, n. 5.
[41] Benedicto XVI, Homilía en la Solemne Conclusión de la XI Asamblea
General Ordinaria del Sínodo de los Obispos del Año de la Eucaristía y
Canonización de cinco beatos, 23 octubre 2005.
[42] Juan Pablo II, Vita consecrata, n. 109.
[43] P. Florenskij, Le porte regali. Saggio sull’icona, Milano 1999, p. 50.
[44] Card. J. Ratzinger, Eucaristia come genesi della
missione. Conferencia magistral en el XXIII Congreso Eucarístico de
Bolonia, 20-28 septiembre de 1997 en Il Regno, 1 nov. 1997, n° 19, p. 588-
589.
[45] P. Claudel, «Ma Conversion», en Contacts et Circonstances,
Gallimard, Paris, 11ss, apud L. Chaigne, Paul Claudel, poeta del
simbolismo católico, Rialp, Madrid 1963, p. 47.
[46] Cf. T. Verdon, Vedere il mistero. Il genio artistico della liturgia
cattolica, Mondadori 2003.
[47] H. U. von Balthasar ha percibido profundamente «en una paradoja
insoluble el misterio de la belleza. En efecto, siempre lo que se manifiesta
es, en su misma manifestación, lo que no se manifiesta... En la superficie
visible de la manifestación se capta la profundidad que no se manifiesta, y
sólo esto da a lo bello su carácter fascinante y subyugador, sólo esto
asegura al ser su verdad y su bondad», Gloria, op. cit., p. 373.
[48] Cf. anche la Exhortación Apostólica post-sinodal Ecclesia in Europa,
del 28 de junio 2003, n. 66-73; la Encíclica Ecclesia de Eucaristia, del 17
de aprile 2003; la Carta Apostólica Mane nobiscum, Domine, del 17 de
octubre de 2004. G. Vecerrica, Diamo forma alla bellezza della vita
cristiana. Lettera pastorale, Fabriano 2006.
[49] Cf., por ejemplo, C. M. Martini, Quale bellezza salverà il
mondo? Carta pastoral 1999-2000, Milano 1999; B. Forte, Perché andare a
messa la domenica. L’Eucaristia e la bellezza di Dio, Cinisello Balsamo
2004.
[50] Cf. Pontificia Academia Mariana Internacional, La madre del Signore.
Memoria, presenza, speranza, Ciudad del Vaticano, 2000, p. 40-42.
[51] San Agustín, La Ciudad de Dios, XXII, 30, 5.
[52] Cfr. Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 22.
[53] Benedicto XVI, Homilía durante la S. Misa en el Solemne Inicio del
Ministerio Petrino, 24 de abril de 2005.
PUBLICACIONES
HOME