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EL ZORRO Y EL TIGRE

por Susana C. Otero (adaptaciones)

   Que el tigre es un animal feroz todo el mundo lo sabe, y que podemos decir del zorro, el zorro, que es astuto, pícaro
y muy ingenioso.
  Dicen que dicen … que era aquel un hermoso día de primavera, el sol brillaba en el cielo sin nubes y el clima era
ideal.
   El zorro disfrutaba del día, allí estaba el zorro, de lo más tranquilo, tirado sobre la hierba, patas para arriba, apoyadas
sobre un lapacho.
   El zorro miraba los brotes de los árboles que tenían nuevas hojitas verdes y observaba los tucanes que florecían
alocadamente, sus flores blancas y rosadas cubríanlo todo y él, suspiraba pensando en una zorrita, que había visto en
el monte
   El zorro no hacía más que suspirar ya que se sentía muy enamorado, mientras tanto observaba unas cotorritas que
construían su nido.
   En eso estaba, cuando de repente lo pilló desprevenido un enorme tigre, su enemigo apareció como si nada, sigiloso
y cuando estuvo cerca dio un feroz rugido, que el zorro pensó que el monte se abría en dos. Sin más, el tigre dio un
enorme salto que fue a dar justo sobre el despistado zorro.
   -¡Atrapado maldito zorro!, ya no puedes evitarlo, has caído en mis garras-, dijo el tigre.
   El zorro pensó, estoy en un gravísimo problema, yo aquí, patas para arriba totalmente despreocupado y justo viene
este tigre inoportuno, vamos zorro pensá se dijo para sí.
   Si algo tenía el zorro, eran los pensamientos rápidos, así que increpó a su atacante diciéndole: -¡ayyy, amigo Tigre!,
menos mal que llega a tiempo, ¿se ha enterado que el mundo está a punto de desaparecer?-
   -¿Qué dice usted señor Zorro?-     
   -¡Por favor, dijo el zorro, ayúdeme a sostener el lapacho, hace horas que estoy aquí patas para arriba y no aguanto
más, las fuerzas me flaquean!-
   -¿No ve usted lo torcido que está, si este árbol cae nos morimos todos porque este lapacho es el que sostiene a todos
los árboles del monte y si se desprende, arrastra a todos los árboles con él y ¡uuufff!,¡apure Don Tigre, voy a soltar, no
tengo más fuerza!-
   -¡Aguante amigo!, ¿qué puedo hacer para ayudarlo?-, dijo el Tigre.
   -¡Ay!,¡ay!-, gemía el zorro como el mejor artista de melodrama.
   -¡Vaya a buscar un tronco!, uno grande que sirva para apuntalar este árbol, dese prisa, ya no puedo más.  
   Entonces el tigre miró al zorro que ponía cara de moribundo y titubeaba que hacer, fue así que el zorro aprovechó la
situación.
   -¡Apúrese Don Tigre!, mis fuerzas flaquean , ya no soporto más y poniendo cara de desfalleciente agregó:-Tengo
una genial idea, se ve usted tan fuerte, si a su lado soy insignificante, mire usted que cuerpo atlético luce, deme una
manito, sostenga usted por un ratito éste árbol y yo me encargo de buscar el tronco, uno fuerte y grande que nos ayude
a sostener el lapacho y así asegurarlo.
   El tigre ante tantos halagos no dudo que él podría sostener el árbol y allá se dirigió gustoso,
   -¡Vaya no más amigo, yo con gusto lo reemplazo dijo el tigre y acostándose al lado del zorro, levantó sus enormes
patazas y haciendo una fuerza suprema, las apoyó contra el árbol.
   Una suave brisa hacía flamear los pelos de las patas del tigre y él se sentía un super héroe.
   El zorro, ya de pie, fingía y se frotaba las patas, las rodillas y luego suspirando, con cara de gozo le dijo al tigre:-
¡Menos mal que usted llegó en mi ayuda, casi estaba por darme por vencido y sacudiendo un poco el lomo, como
dando alivio a su entumecido cuerpo, agregó: -Sostenga ese árbol mi amigo, no afloje, quédese allí que yo lo hice por
horas y  si usted no hubiese llegado estaríamos en el horno, porque todo el monte se habría venido abajo, por favor
sostenga que ya vuelvo.
   -¡Dese prisa, apúrese, usted sabe mejor que yo que la posición es incómoda y el árbol pesado!- dijo el tigre.
   -¡Enseguida vuelvo!, y diciendo esto el zorro salió despedido como una bala, corrió y corrió hasta desaparecer en la
espesura del monte, cuando estuvo seguro de encontrarse a salvo de las garras del tigre, disminuyo el paso y riendo a
carcajadas, disminuyó el paso y se dispuso a disfrutar del día primaveral, observó los pájaros haciendo sus nidos y los
nuevos brotecitos de los árboles reverdecidos y a los florecidos tucanes cubiertos de rosa y blanco, respiró profundo,
absorbió goloso el aroma del monte, buscó con la mirada la zorrita que le gustaba y pensó de lo que se había salvado,
se preguntó cuántas horas pasarían para que el tigre se percatara del engaño y siguió buscando a su amorcito.
   Muchas horas después, un rugido atronador hizo trepidar el monte, entonces el zorro jubiloso, dio una carcajada,
total qué le importaba, si él ya estaba bien lejos de sus garras.
Leer cuento:    El zorro y la perdiz

Adaptación de un cuento popular de Chile

El pueblo mapuche que habitaba el sur de Chile hace muchos años, contaba un cuento sobre un zorro y una

perdiz que ha llegado a nuestros días.

Parece ser que había un zorro que vivía por aquellas tierras que cantaba tan mal, que nadie quería casarse con

él. El animal lo pasaba fatal porque no quería pasarse el resto de su vida solo, sin una compañera con quien

compartir sus alegrías y sus penas.

 Día tras día ocupaba las horas pensando en una posible solución al problema, pero todas las ideas que venían a

su cabeza eran demasiado disparatadas. Una mañana, se le ocurrió que lo más sensato era pedir ayuda a alguien

que supiera cantar mejor que él.

– ¡Decidido! Necesito urgentemente un experto en el tema, pero… ¿Quién podría echarme una mano?

Descartados los ciervos, los insectos y las comadrejas ¡Todos esos cantan peor que yo! A ver… ¡Ya lo tengo, la

perdiz!

Contentísimo porque creía haber encontrado al animal adecuado, salió corriendo a casa de la perdiz moteada.

Estaba lejos, muy lejos,  y cuando llamó tres veces a su puerta, el sudor le caía a chorros por la frente y tenía las

patas doloridas y húmedas por los nervios.

La perdiz, que estaba preparando la comida, oyó los golpes y salió. Como es lógico, se asustó mucho al ver la

cara colorada del zorro a través de la mirilla.

– ¿Qué viene a buscar a mi casa?

– Señora, no quiero molestarla. Tan sólo vengo a pedirle un favor. Hay algo que me preocupa y no sé a quién

recurrir. La aseguro que no tengo intención de hacerle ningún daño.

La perdiz no sabía si fiarse de él, pero como tenía un carácter confiado por naturaleza, decidió quitar el cerrojo

y escuchar lo que tenía que contarle ese zorro tan atrevido.

– ¡Venga, desembuche, que me tiene en ascuas!

– Verá, estoy deseando casarme pero no encuentro novia. Todas las hembras que me gustan dicen que canto

fatal y no quieren saber nada de mí.

– ¡No me extraña! Tiene una boca enorme y así es imposible entonar algo bonito y afinado.

– Vaya… ¡Pues no me había dado cuenta! Desgraciadamente, eso no tiene solución…

– El zorro bajó la cabeza y una lágrima rodó por su mejilla hasta llegar a la punta de su respingona  nariz.
– ¡Se me ocurre algo que puede funcionar! Pero claro… Eso no te saldrá gratis ¡Mi trabajo tiene un precio!

– Señora, prometo darle todo lo que quiera si consigue que yo pueda cantar bien. Puedo traerle joyas, lindos

sombreros y zapatitos de cristal para que vaya bien guapa todos los días.

La perdiz confió en él.

– ¡Está bien, trato hecho! Pase y siéntese. Voy a buscar todo lo que necesito para que pueda cantar.

El zorro entró en la casa. Era pequeña pero muy coqueta: tenía mantelitos de encaje en  el  salón, cajas de

semillas organizadas por tamaños en la despensa y las habitaciones decoradas con jarroncitos repletos de flores

¡Desde luego la perdiz era una dama con muy buen gusto!

En unos minutos, la amable anfitriona apareció en el salón con una enorme aguja y un carrete de hilo negro tan

gordo, que más bien parecía sedal para pescar. El zorro puso cara de pánico.

– ¡Pero señora! ¿Qué va a hacer usted?

– No se preocupe, confíe en mí ¿Acaso no se ha dado cuenta de que los animales que mejor cantan, tienen

boquitas pequeñas? ¡Pues eso es lo que voy a hacer! Coseré su boca para que sea chiquitita como la de un

jilguero ¡Ya verá qué voz de barítono va a tener de aquí a un rato!

Al zorro le temblaba todo. Le costó mucho estar quieto mientras la perdiz enhebraba la aguja,  y para qué

contar cuando le propinó el primer pinchazo en el labio.

– ¡Ay! ¡Ay! ¡Esto duele!

– Aguante un poco, hombre, que ya sabe que el refrán dice que para presumir, hay que sufrir.

El zorro aguantó estoicamente la operación de reducción de boca y, cuando hubo terminado, se miró al espejo.

Ya no tenía el hocico como un buzón, sino una boquita de piñón de lo más mona ¡Hasta se veía bastante más

atractivo!

– A ver, amigo… Es evidente que está más guapo que antes. Ahora comprobemos si ya puede cantar mejor.

El zorro se aclaró la garganta con unos sorbos de agua y empezó a tararear una linda balada. Su voz era dulce y

armoniosa, capaz de enamorar a cualquiera. De hecho, podría decirse que era casi como la de un ruiseñor. La

perdiz sonrió y le miró con satisfacción.

– ¡Bueno, pues ya está! ¡Objetivo cumplido! Ya tiene usted una boca bonita y una voz hermosa como ninguna.

Ahora, cumpla su parte del trato.

El zorro, que ya tenía lo que quería, comenzó a negar todo lo que había prometido.

– ¿Yo, pagarle a usted? ¡Con el daño que me ha hecho! Además, yo no le he ofrecido nada.
– ¿Cómo qué no? ¿Qué hay de los sombreros, las joyas  y los zapatitos de cristal? ¡Mala memoria tiene usted!

– ¡Mire, no me enfade! ¡Aunque ahora tengo la boca más pequeña, sigo siendo un zorro y puedo comérmela en

cualquier momento!

Al escuchar esas palabras, la pobre perdiz sintió terror y salió volando por la ventana de su casita. El zorro,

satisfecho, se fue a la suya de lo más contento con su nuevo aspecto.

Un par de días después, dormía el zorro profundamente sobre una  piedra grande del camino,  cuando pasó por

allí la perdiz, deseando vengarse. Se acercó a él y puso su pico casi pegado a su oreja peluda. Cogió aire

hinchando el pecho y pegó un grito muy fuerte. El zorro se llevó tal susto que dio un bote y abrió la boca de par

en par. Todas las costuras saltaron y, del tirón del hilo, se le quedó todavía más grande que antes.

La perdiz comenzó a reírse en su cara y el zorro se arrepintió de haber sido tan desagradecido. Por supuesto, las

posibilidades de encontrar esposa se desvanecieron para siempre y sólo consiguió una cicatriz para toda la vida.

 
El Zorro Glotón

Un buen día, un zorro encontró una cesta de comida que unos granjeros habían dejado en el hueco de un árbol.
Haciéndose tan pequeño como pudo, pasó por el estrecho agujero para que los demás animales no le vieran
zampándose aquel rico banquete.

El zorro comió, comió, comió… y comió todavía un poco más. ¡No había comido tanto en toda su vida! Pero cuando
terminó todo y quiso salir del árbol, no pudo moverse ni un centímetro. ¡Se había vuelto demasiado gordo para salir
por el hueco! Pero el zorro glotón no cayó en la cuenta de que había comido demasiado y pensó que el árbol se había
hecho más pequeño. Asomó la cabeza por el agujero y gritó:

-ISocorrooo! iSocorrooo! Sacadme de esta horrible trampa.

En ese mismo momento, una comadreja pasó por allí y, al verla, el zorro exclamó:

-Oye, comadreja, ayúdame a salir. El árbol está encogiendo y me está aplastando.

-A mí no me lo parece - rió la pequeña comadreja- El árbol es igual de grande que cuando lo he visto esta mañana.
Quizá tú hayas engordado.

-¡No digas tonterías y sácame de aquí! -le chilló el zorro— Me muero, en serio.

A esto la comadreja replicó: -Lo tienes bien merecido por comer demasiado. Lo malo es que tienes los ojos más
grandes que el estómago. Tendrás que quedarte ahí hasta que adelgaces… y entonces podrás salir. Así aprenderás a no
ser tan glotón.

El pobre zorro tuvo que quedarse dos días y dos noches en su triste encierro. ¡Nunca jamás volvería a comer tanto!
El zorro y el quirquincho

El zorro tenía su chacra sin sembrar desde hacía varios años. Era mal labrador y nunca le
había atraído el trabajo de la tierra. Esa tarea sedentaria y sucia le parecía indigna de él, tan
apuesto, tan movedizo, tan amante de los largos viajes y de la buena cacería. Pero cada día
que pasaba sentía con mayor apremio la necesidad de hacer producir esa chacra inútil, pues
no siempre andaban bien sus negocios y pasaba hambre con frecuencia. La solución estaba
en encontrar un socio que trabajara por los dos. Pensó en seguida en el quirquincho que es un
buen labrador y que como tiene fama de ser poco inteligente, fácilmente podría aprovecharse
de su trabajo. Y así fue como buscó al quirquincho y le propuso formar una sociedad. El
quirquincho pondría la semilla y el trabajo; el zorro la tierra, y estipularía la forma de repartir
el producto. El quirquincho aceptó y dispuso todo lo necesario para dar cumplimiento a lo
pactado. El zorro dio entonces sus instrucciones con toda la mala intención.

- Este año, compadre, será para mí lo que den las plantas de la siembra arriba de la tierra, y
para usted lo que den abajo.

El quirquincho meditó en el escondido propósito del zorro, el de aprovecharse de su trabajo y


de sus bienes, y sembró papas. Cuando llegó la época de la cosecha, a él le correspondieron
las papas y al zorro las hojas inútiles que las plantas dan fuera de la tierra.

Al año siguiente, el zorro, molesto por el mal negocio, dijo a su socio:

- Este año, compadre, como es justo, será para mí lo que den las plantas bajo tierra y para
usted lo que den arriba.

- Bien, compadre, será como usted dice- replicó el quirquincho.

El quirquincho sembró, entonces trigo. Cuando estuvo maduro lo segó, llenó su granero de
espigas, y le entregó al zorro una carga de raíces sin ninguna utilidad.

No me dejaré burlar más, pensó, y le dijo al compadre:

- Este año, ya que usted ha sido tan afortunado con las cosechas anteriores, será para mí lo
que den las plantas arriba y debajo de la tierra, y para usted lo que den en el medio.

- Bien, compadre, ya sabe que respeto su opinión- dijo el quirquincho. El quirquincho sembró
maíz. En la época precisa levantó la cosecha y llenó su granero de magníficas mazorcas. Al
zorro le entregó una parva hecha con las cañas, los penachos y las raíces del maizal.

El zorro quedó así, en tres años, reducido a la mitad de la miseria y el quirquincho progresó
gracias a su trabajo honrado.

Y ese fue el castigo a la mala fe del socio tramposo.

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