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LENGUA Y DIALECTO.

ZABALTZA
El concepto de lengua no es un concepto que sea fácilmente aprehensible. De hecho,
una edición reciente del Diccionario de la Real Academia contenía dos definiciones
opuestas entre sí, aunque estas han sido modificadas en la edición actual.
La primera de ellas define lengua como “sistema de comunicación y expresión verbal
propio de un pueblo o nación, o común a varios” ; y la segunda la define como “sistema
lingüístico que se caracteriza por estar plenamente definido, poseer un alto grado de
nivelación, ser vehículo de una cultura diferenciada y, en ocasiones, por haberse
impuesto a otros sistemas lingüísticos”.
El aragonés y el asturiano-leonés, cabrían por ejemplo en la primera pero no en la
segunda, entre otras razones por no haberse impuesto a otros sistemas lingüísticos. De la
segunda podemos deducir que para que una variedad lingüística sea considerada una
lengua, precisa de un cultivo literario y de un uso administrativo. Podríamos decir que,
según la Academia, una lengua sin Estado no es tal.
La Academia, en las definiciones que da de dialecto, da por bueno tanto su sentido
diacrónico como el sincrónico. El castellano se considera un dialecto respecto al latín,
según la primera definición de dialecto definido como: “cualquier lengua en cuanto se la
considera con relación al grupo de las varias derivadas de un tronco común”. Pero, el
asturiano-leonés y el aragonés podrían considerarse como dialectos del castellano
porque “no alcanzan la categoría de lengua” (tercera definición que da la Academia de
dialecto)
Es un axioma de la lingüística que el estado natural de toda lengua es estar dividida en
dialectos y que, por lo tanto, todas las lenguas “cultas” del mundo han sufrido un
proceso de elaboración, de transformación. Es decir, un lenguaje es, en cierta manera,
una creación artificial, no es algo objetivo.
Heinz Kloss distinguía en un artículo entre Abstandsprachen y Ausbausprachen, es
decir, entre lenguas en estado más o menos natural y lenguas elaboradas.
Con la tendencia a identificar lengua y nación, para negar el carácter nacional de un
grupo humano basta con negar a su habla el carácter de lengua.
Pero también encontramos el ejemplo contrario: denominar lengua al habla particular de
un grupo humano concreto para afirmar su nacionalidad.
La existencia de las lenguas, por tanto, es un producto de la historia (y de intereses
políticos).
La jerarquización entre lenguas es ajena a la lingüística y solo se puede entender desde
una perspectiva histórica. En un principio, la palabra “dialecto” no poseía ningún
sentido despectivo, pero cuando se reintroduce este vocablo en las lenguas modernas
éste incorpora un sentido claramente despectivo y clasista.
A partir del siglo XVI, en la mayoría de los Estados europeos el dialecto cortesano se
alza como norma lingüística. El dialecto del rey y de los nobles se convierte en Lengua
por excelencia y la palabra “dialecto” se reservará para las formas no cultivadas por
escrito, consideradas como degeneraciones de la Lengua.
Al concepto de dialecto está muy ligado el concepto de “diglosia”, inventado por los
reformadores griegos de finales del siglo XIX y difundido por Marçais y Ferguson sobre
todo, quien la define como “un tipo particular de estandarización en el que dos
variedades de una lengua coexisten a través de la comunidad, desempeñando cada una
de ellas un papel diferente”. Una de las variedades, de menor prestigio, la utilizará toda
la población, mientras que la variante respetable solo la empleará un grupo selecto de
personas y no en todas las situaciones.
La diglosia es la que ha determinado la convivencia durante siglos del gallego, el
asturiano-leonés, el aragonés, el vascuence y el catalán con el castellano.
Saussure sostiene que la lengua solo conoce dialectos, ninguno de los cuales se impone
a los demás, y con ello está destinada a un fraccionamiento indefinido. Pero como la
población al desarrollarse multiplica las comunicaciones, se elige por una especie de
convención tácita, uno de los dialectos existentes. Esta elección puede ser por varios
motivos: unas veces se da preferencia al dialecto de la región donde la civilización está
más avanzada; otras al de la provincia que tiene la hegemonía política y la sede del
poder central; y otras porque es una corte la que impone su habla a la nación. Una vez
se implanta como lengua oficial y común, el dialecto pocas veces sigue siendo como
había sido, ya que se vuelve más complejo y se le mezclan elementos dialectales de
otras regiones, pero sin perder del todo su carácter original.
Por tanto, un dialecto deja de serlo en la medida en que se convierte en lengua nacional.
Es difícil decir la diferencia existente entre una lengua y un dialecto. A veces, un
dialecto lleva el nombre de lengua porque ha producido una literatura, como es el caso
por ejemplo del portugués.
A la hora de establecer fronteras entre lenguas, no se pueden establecer mejor que entre
dialectos; la extensión del territorio es indiferente. Así como los dialectos solo son
subdivisones arbitrarias de la superficie total de la lengua, el límite que se cree que
separa dos lenguas solo puede ser convencional.
Las lenguas dejan de ser una emanación del “espíritu del pueblo” para ser simples
producciones de las administraciones estatales, que son las que elevan una variedad
dialectal a la categoría de lengua nacional.
Una lengua que no haya tenido un cultivo literario y administrativo no puede ser
considerada tal; además de que un grupo que habla un mero dialecto no puede ser
considerado una nación.
La conclusión a la que llegamos es que no existe ninguna diferencia objetiva entre
“lengua” y “dialecto” y que el estatus lingüístico depende de los propios poderes
políticos y de los propios hablantes.
Vemos como la distinción entre lengua y dialecto es una artificialidad. Ha habido
intentos, exitosos o frustrados, de convertir en lenguas independientes variantes
lingüísticas cuyo estatus es cuando menos discutible. Pero también encontramos el
fenómeno contario: el intento de fundir lenguas emparentadas en neolenguas de difusión
mayor.

Nerea Herreros Morales. 1º Periodismo. Grupo 32.

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