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MINISTERIO DE EDUCACIÓN NACIONAL

INSTITUCIÓN EDUCATIVA LICEO NACIONAL


ACTIVIDADES DE APOYO
2020

ÁREA: Castellano Grado: Sexto PERIODO: I

NOMBRE DEL DOCENTE: Rodrigo Alape

FECHA DE ENTREGA: 27 de Marzo

NOMBRE DE LA ESTUDIANTE: _____________________

FECHA DE SUSTENTACIÓN: 27 de abril

APRENDIZAJE (DBA):

 Produce diversos tipos de texto atendiendo a los destinatarios, al medio en que se


escribirá y a los propósitos comunicativos.
 Utiliza la información ofrecida por los medios de comunicación, teniendo en cuenta el
mensaje, los interlocutores, la intencionalidad y el contexto de producción, para participar
en los procesos comunicativos de su entorno.

NIEVEL DE DESEMPEÑO:

Superior: Frente a hechos de actualidad formula puntos de vista propios, dando cuenta de
un análisis apropiado de la situación por medio de un texto escrito.
Alto:
Frente a hechos de actualidad formula puntos de vista propios, dando cuenta de un
análisis apropiado de la situación.

TEMÁTICAS RELACIONADAS:
Texto de opinión.
Lectura crítica.
ANEXOS: Talleres

N° PERIODO ACTIVIDADES A DESARROLLAR CRITERIOR DE EVALUACIÓN


El plan de apoyo refleja el proceso integral del estudiante,
desarrollando actividades del Saber, Saber hacer y Ser

1 Saber: Análisis textual.


1. El resumen.
2. Análisis de textos.
3. El texto de opinión.

Saber hacer: Producción de textos de diversa índole.


1. Teniendo en cuenta el artículo “Un mar de envolturas”
que se adjunta con este documento, responder y
realizar las siguientes actividades.
 Breve resumen del texto.
 ¿Cuál es la opinión que defiende la autora?
 Nombre tres argumentos que emplea la
autora para sustentar la opinión.
 En un párrafo, sustente cuál es su opinión
frente al texto de la autora.
2. Teniendo presente la situación actual frente al Covid-
19 y el cuento trabajado en clase “Algo muy grave va a
suceder en este pueblo” de Gabriel García Márquez,
realice un texto de opinión cuyo tema sea “¿qué tanto
nos dejamos asustar por noticias falsas?”. El texto
debe tener la siguiente estructura:
 Introducción: resumen de lo que está
pasando. Relación con el cuento.
Planteamiento de la opinión.
 Desarrollo: Ampliar y dar argumentos que
sustenten la opinión.
 Conclusión: Cierre del texto mediante un
resumen, con otras palabras, de lo dicho en
su texto.
Nota: Recuerde que la anterior estructura ya se trabajó en
clase, por lo cual no se deben presentar confusiones sobre
cómo aplicarla.

Ser: Argumentación oral.


1. Discutir con familiares o personas cercanas, sobre la Recopilación de información.
pregunta de “¿qué tanto nos dejamos asustar por
noticias falsas?”, de modo que se tenga un punto de
base antes de elaborar el texto y pueda así
enriquecerlo.

Firma docente: Firma estudiante: Firma acudiente: Firma coordinador:


____________ ________________ __________________ _________________
“Un mar de envolturas”: una
crítica de Netflix por Diana
Bustamante
POR DIANA BUSTAMANTE*

En tiempos de corrección política y de una economía que viste de colores, es


cauto analizar las cifras del “exitoso” y sin duda impresionante crecimiento
de Netflix en el mundo, en particular en América Latina. Las ganancias de la
compañía pasaron de 3,5 millones de dólares en 2008 a 6631 millones en 2018
(aun sin terminar el año y sin ser esas las cifras oficiales). Sin embargo, y
mucho más allá de los números, no puedo evitar preguntarme cuáles son las
primeras imágenes que vienen a la mente cuando aparece la palabra “Netflix”.
Pueden ser de tan diversa índole, que me permito compartir acá la mía:
veo/imagino una caneca de basura inmensa de esas que, cuando éramos
niños, estaban en los parques. Sí, esas que tenían cara de payaso. Eran
coloridas, intensas, con pretensiones de hacer “agradable” algo que apestaba,
pero que podría albergar uno que otro tesorillo para el pescador/reciclador
que se atreviera a navegar entre trozos de banano y envolturas sin relleno. Al
fondo, en el límite de la escafandra, habría quizá una lata intacta. Daría lo
mismo que fuera atún o caviar, si al menos no estuviera descompuesto.

Me sentí haciendo un ejercicio similar durante los últimos meses, cuando mis
permanentes preguntas me llevaron a escudriñar en Netflix, donde una de las
películas que he producido, La tierra y la sombra (2015), hace parte del menú.
Cuando existían las puntuaciones, era de las peores valoradas en la media;
pero, discriminados, los puntajes eran o bien altísimos o bien bajísimos. Esto
no se debía a que la película fuera mala o buena. Era, en realidad, desconocida
porque nada direccionaba hacia ella; en suma, estaba invisibilizada por el
mismo medio que la hacía “exclusiva”, pues solo se podía acceder a ella a
través de esta plataforma.

¿Debería hacer yo, como productora, otro tipo de películas? En el ejercicio de


sumergirme en ese menú me asaltaron, además de esa, otras preguntas: ¿de
dónde se nutre el “algoritmo” para determinar la creciente llegada de
productos de bajísimos costos de producción, como los 42 formatos de Stand-
up comedy ofertados tan solo en Colombia? ¿Qué otras plataformas conocen,
usan y pagan los colombianos? ¿Dónde están las películas que se produjeron
antes del año 2000? ¿En dónde se podrá acceder a lo que no corresponda, en
un futuro cercano, con los patrones de consumo algorítmico? Ante esta nueva
navegación me embarco pensando obsesivamente en mi nueva caneca de
basura favorita.  

Autonomía: la falsa premisa


Desde su llegada en los años noventa con el alquiler de DVD vía e-mail, una de
las premisas de Netflix ha sido la autonomía del espectador (o “consumidor”,
aunque se evite el término sistemáticamente porque suena a “consumir”, y
consumo tiene que ver con publicidad, esa misma que se quería evitar). Dicha
autonomía estaba basada en poder decidir cómo, cuándo y dónde se accedía a
los contenidos.

Sin embargo, parecería necesario detenernos en algunos de esos términos,


como la palabra “contenidos”. Este nuevo denominador casi plenamente
aceptado engloba, en la comunicación pública, la idea de “todo lo audiovisual
que está en la pantalla”. Contenido en la RAE es: “(del participio de contener);
1. Adj. Que se conduce con moderación y templanza. 2. M. Cosa que se
contiene dentro de otra. 3. Tabla de materiales, a modo de índice. 4. M. En una
obra literaria, tema o idea tratados”. Y de manera bellamente casual, esta
palabra se encuentra, en el diccionario, entre las palabras “contenible” (que se
puede contener) y “contenta”; ambas muy al caso.

Pero volvamos a los “contenidos”, esos que se dejan contener en el gran


recipiente, y que en aras de la autonomía corresponde, según lo promociona
Netflix, con los parámetros que su sofisticado algoritmo muestra como
tendencia de consumo. Sin embargo, si enciendo mi TV o accedo a mi cuenta
(que uso con fines investigativos, sin exceder mis propios límites del pudor),
me aparece un banner muy llamativo de uno de sus contenidos
exclusivos: Alejandro Riaño, especial de Stand-up, y un “escalofrío
epistemológico” me recorre. No puede haber ninguna conexión entre mis
búsquedas, muchas infructuosas, y este “contenido” que emerge de las
tinieblas, sugerido por mi algoritmo.

El espejismo de autonomía y libertad, que en 2009 contaba con diez millones


suscriptores y que para 2018 superará los 125 millones alrededor del mundo,
se ha construido, de manera sistemática, sobre algo que definitivamente no es
el poder del consumidor. Si bien este no ve publicidad mientras CONSUME
muy CONTENTO sus CONTENIDOS dentro del CONTENEDOR, siempre es
conducido hacia un determinado tipo de productos, con un determinado
“estándar”. Este consumidor construye, a través de eso que está viendo, una
narrativa en la que se definen parámetros muy concretos: Narcos,  Nicky Jam: el
ganador, El Chapo, Indomable, American Vandal, La Casa de las Flores y otros,
son, al menos en Colombia, los contenidos más vistos.

Hoy el 60 % del mercado de la plataforma está en América Latina, por lo que


no es de extrañar que su inversión en contenido exclusivo en estos territorios
vaya en aumento y que, en países como México, se haya pasado de tres series
con contenidos exclusivos al anuncio de dos temporadas más de  La Casa de
las Flores y un par de decenas de producciones para los próximos dos años.
Esa premisa de autonomía hoy se traduce en un browser cuyas líneas iniciales,
dependiendo del dispositivo de acceso, corresponden a contenido exclusivo de
Netflix, que ha sido una de sus claves de crecimiento y en lo que la empresa
invirtió alrededor de 8000 millones de dólares tan solo en 2018.

El valor de lo exclusivo
Netflix pasó de los DVD vía correo electrónico a ser una plataforma que en
2010 contaba con un total de 7285 títulos en Estados Unidos, de los cuales el
93 % eran películas (6755) y solo un 7 % (530) series. En 2018, la cifra cambió
de manera importante: 72 % (4010 títulos) corresponde a películas y 28 %
(1569 títulos) a series, de las cuales el 60 % es contenido exclusivo de la
plataforma.

Estos números no dicen nada por sí solos, porque en el aumento de


producciones propias surge una importante variable: la calidad. En cada nueva
temporada de House of Cards, serie emblemática en que se invirtieron 100
millones de dólares en sus dos primeras temporadas, se empezaron a bajar
los costos. Si The Crown o  Stranger Thingsconsumían once y ocho millones de
dólares por capítulo, respectivamente, las grandes producciones de la
plataforma en América Latina (recordemos que es el 60 % de su mercado) no
superan los 800.000 dólares en promedio por capítulo, con excepción
de Narcos que se encuentra entre los 2,8 y los 3 millones de dólares por
episodio.

Vistos así, esos números muestran una competencia desigual, en que el


modelo parece reproducir los esquemas de producción a gran escala en
nuestro continente: producción y mano de obra barata, latas que se mueven
en múltiples territorios y una seductora pero engañosa idea de progreso de la
industria audiovisual local. Más compleja aún es la idea de que existe un único
y omnipresente jugador en esta cancha del streaming, término que por cierto
ha permanecido ausente de la terminología del consumidor nacional, porque
para el grueso del público streaming se llama Netflix, así como por años el
jabón de lavar se llamó Fab o el dentífrico Colgate. ¡La marca sustituye el
sustantivo!

En la plataforma, al menos en nuestro país, de 2013 a la fecha las películas


exclusivas pasaron de cero a setenta. Mi preocupación, sin duda, son las
películas, reconociendo el potencial que existiría en formatos más largos y
diversos, construir tramas y tiempos más complejos, y moverse y
experimentar con el lenguaje cinematográfico. No puedo evitar ver un modelo
que se repite una y otra vez en la mayoría de las series, independientemente
de su factura (por cierto, la tecnología nos trajo una “belleza” de la imagen que
a muy bajo costo logra disimular sus más profundas suciedades), donde lo
plano se impone a lo curvo, lo fácil y las respuestas se anteponen a las
preguntas. Entretenimiento, en suma, con un vestido un poco más elaborado
que el de la televisión abierta que históricamente conocíamos, lo cual es
totalmente válido y lícito hasta donde sé, pero no deja de generar dudas. En el
mar de las cosas que se parecen unas a otras, que se dejan contener
contentas en el contenedor, desparecen las películas –no todas, claro, pero sí
las que están fuera del esquema–.

En agosto de 2018, después de un tuit en el que el director y guionista John


August se preguntaba cuántas y qué otras películas “no estaban disponibles”
en las plataformas de streaming, el blog de data Stephen Folows tomó como
muestra 4000 películas en habla inglesa, producidas y estrenadas entre 1998 y
2017: las más taquilleras, las de mejor puntaje de audiencia en IMDB y las 100
mejor ranqueadas por la crítica especializada. La presencia de esas películas
en las plataformas de streaming no supera el 50 %. Pero nos encontramos con
otro señuelo: no el de la (pseudo)exclusividad, sino el de la decisión del
consumidor, el lugar donde “por una pequeña cuota mensual tiene un
universo”. Paradójicamente, esas 2000 películas del estudio mencionado no
están allí, porque se consideran no prioritarias, no necesarias para el
espectador-consumidor.

Es así como el contenido “exclusivo” marca un diferencial con respecto a otras


plataformas y ha sido la vía para superar a futuras plataformas de que
eventualmente crearán los estudios y cadenas (caso Disney), dueñas de
grandes catálogos. Ese ha sido el camino para formar un tipo de gusto, para
estandarizar la mirada, pero más aún, homogeneizar la narrativa. Ese mismo
espectador-consumidor que en promedio invierte cinco dólares al mes para
acceder a ese mar de opciones se aleja cada vez más, estadísticamente
hablando, de otras búsquedas.

Si caminamos un poco más allá, descubrimos plataformas de renta y compra


de títulos como Google Play, YouTube (plataforma paga), Vudu, iTunes y
Amazon video; los espectadores encontrarán que tienen otras opciones,
siendo la más importante de ellas un poder verdadero a decidir. Pues bien, de
esas mismas 4000 películas mencionadas arriba, al menos un 90 % está
disponible en otras plataformas de compra y renta. No estamos hablando del
“sabor de la temporada”, sino de lo que los consumidores-espectadores
deciden pagar de manera individual por cada contenido que decide tener, ver
o atesorar. No solo devorar y seguir.

El modelo de SVOD (Subscription Video On Demand, o Streaming Video On


Demand) corresponde a las formas de comercialización y transmisión de
contenidos en que, por una tasa mensual de suscripción, los usuarios pueden
tener acceso a un paquete determinado de películas, series, etc. Ejemplos de
ello son HBO Go, MUBI, Amazon Prime Video, entre otras. Una vez pasado el
lapso de suscripción, el usuario deja de tener acceso a la plataforma. Esa es sin
duda una revolución en la estructura de negocio, pero no puede verse bajo la
óptica simplista de los números y la cantidad como un sinónimo de calidad –
confuso concepto en medio de máscaras de gran casting, números inflados y
publicidad imposible de evitar–.

Habría que preguntarse también qué pasa, como en casi todo, con las
pequeñas joyas que se pierden en ese mar de envolturas: las películas, o
incluso las series, muchas de ellas documentales, que sin la fuerza de la
publicidad se ven abocadas al desvanecimiento, a una suerte de ostracismo
que las hace inalcanzables para el público. (El primer semestre de 2018, Netflix
de hecho invirtió cerca de 1000 millones de dólares en publicidad, pero para
promocionar prioritariamente su contenido exclusivo.)

Consumir y acceder son entonces cosas opuestas: accede quien conoce otras
rutas, quien posee o intuye otras búsquedas; consume quien se sujeta al
menú sin indagar en él, sin ver a los costados las otras múltiples opciones.

Entonces, ¿qué nos queda? ¿Gran cantidad de muchas cosas parecidas y poca
calidad? Reitero: la calidad es sin duda la gran ausente, y aunque ese concepto
puede relativizarse, es en realidad muy simple: tiene que ver no solo con las
condiciones de fabricación-producción de algo, sino con que las partes que le
componen lleguen o busquen llegar a la excelencia, sacar lo mejor de sí. La
calidad no necesariamente está ligada a los presupuestos, sino a la coherencia,
a la búsqueda, a la ética con que se produce, se narra y se transmite.

Prevalecen sin embargo los números, los resultados, la facilidad y la banalidad,


aunque bien empaquetados con envoltorios vistosos, sin riesgo, sin mayores
propuestas y en ocasiones rozando la pobreza. Pero como en todo, hay una
joya (unas cuantas a decir verdad) de esas al final de la escafandra, y acá
estoy ad portas de repetir Lazzaro felice.

Pero una golondrina no hace verano, y la sobreexposición de Roma tampoco


ayuda a preguntarse por el futuro no del cine, sino de cualquier forma
narrativa que esté fuera del esquema Netflix: “Solo en mi plataforma, bajo mis
condiciones y mis formas”, sin contribución a las formas creativas locales, sin
impuestos y sin competencia.

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