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El castigo de lo verdugos

En el capítulo anterior se concretaban las grandes abominaciones de los habitantes de


Jerusalén, que llegaron hasta contaminar el recinto sagrado del templo con infiltraciones
idolátricas de todo género. El castigo de Dios no podía dejarse esperar. En este capítulo,
dramáticamente se describe la ejecución del terrible castigo. Las expresiones son radicales e
hiperbólicas.

Ezequiel 9:1 Visión de la muerte de los culpables: Entonces clamó en mis oídos con gran
voz, diciendo: «¡Los verdugos de la ciudad han llegado y cada uno trae en su mano su
instrumento para destruir!».

Este capítulo presenta una descripción del castigo venidero. Después que Ezequiel había
visto lo corrupto que se había vuelto Jerusalén, Dios llamó a un hombre para salvar a la
pequeña minoría que había sido fiel. Después llamó a seis hombres para masacrar a los
malvados de la ciudad. Este castigo había sido ordenado por Dios mismo

Ezequiel 9:2 Y seis hombres venían del camino de la puerta de arriba que mira hacia el norte
y cada uno traía en su mano su instrumento para destruir. Entre ellos había un varón vestido
de lino, el cual traía a su cintura un tintero de escribano. Al entrar, se detuvieron junto al altar
de bronce.

El tintero del escribano era un objeto común en los días de Ezequiel. Incluía un tablero largo y
angosto con una ranura que contenía el pincel de carrizo utilizado para escribir sobre
pergamino, papiro o arcilla seca. El tablero tenía huecos que contenían capas de tinta negra y
roja que debía ser humedecida antes de usarse.

Ezequiel 9:3 La gloria del Dios de Israel se elevó de encima del querubín, sobre el cual había
estado, hacia el umbral de la casa. Y llamó Jehová al hombre vestido de lino que tenía a su
cintura el tintero de escribano,

¿Qué es la gloria de Dios? Es la manifestación del carácter de Dios: su poder máximo,


trascendencia y perfección moral. El está totalmente por encima del hombre y de sus
limitaciones. Y aun así se revela así mismo a la gente para que pueda adorarlo y seguirlo.

“Querubines” son una orden de seres angelicales poderosos creados para glorificar a Dios. Se
asocian con la absoluta santidad y perfección moral de Dios. El colocó querubines en la
entrada del Edén para mantener a Adán y a Eva afuera después de que pecaron.
Representaciones de querubines fueron utilizadas para decorar el tabernáculo y el templo. La
tapa del arca del pacto estaba adornada con dos querubines de oro. Eran un símbolo de la
misma presencia de Dios. Los querubines vistos por Ezequiel abandonaron el templo junto
con la gloria de Dios. Entonces Ezequiel los reconoció como los seres divinos que había visto
en su primera visión

Ezequiel 9:4 y le dijo Jehová: «Pasa por en medio de la ciudad, por en medio de Jerusalén, y
ponles una señal en la frente a los hombres que gimen y claman a causa de todas las
abominaciones que se hacen en medio de ella».

Dios le dijo al hombre, con el tintero de escribano, que tenía que poner una marca en aquellos
que fueron fieles a Dios. Su fidelidad fue determinada por su sensibilidad y dolor por el pecado
de la nación. Aquellos que tuvieran la marca serían salvos cuando los seis hombres
comenzaran a destruir a los malvados. Durante el éxodo los israelitas pusieron una marca de
sangre en su puerta para que los salvara del ángel de la muerte. En los días finales, Dios
marcará la frente de aquellos destinados a la salvació y Satanás marcará a sus seguidores,
quienes como él serán destinados a la destrucción. La promesa de Dios de salvar a su pueblo
no queda olvidada en medio del castigo.

Ezequiel 9:5 A los otros dijo, oyéndolo yo: «Pasad por la ciudad en pos de él, y matad; no
miren con piedad vuestros ojos, no tengáis compasión.

La matanza debía empezar en el santuario para que todos vean y sepan que el Señor odia el
pecado en forma suma en los que están más cerca de Él. El que fue nombrado para proteger,
informa el asunto. Cristo es fiel al cometido que se le encargó. ¿Le manda su Padre asegurar
la vida eterna del remanente escogido? Dice: A los que me diste, ninguno de ellos se perdió.
Si los demás perecen y nosotros somos salvados, debemos atribuir la diferencia por completo
a la misericordia de nuestro Dios, porque nosotros también merecimos la ira. Sigamos aún
pidiendo en favor de los demás. Pero el Señor no hace injusticia si no muestra misericordia; Él
sólo recompensa los caminos del hombre.

Ezequiel 9:6 Matad a viejos, a jóvenes y a vírgenes, a niños y a mujeres, hasta que no quede
ninguno. Pero a todo aquel sobre el cual esté la señal, no os acercaréis; y comenzaréis por mi
santuario». Comenzaron, pues, desde los hombres ancianos que estaban delante del Templo.

Los líderes espirituales (“varones ancianos”) de Israel promovieron en forma flagrante sus
creencias idólatras, y el pueblo abandonó a Dios y los siguió. Los líderes espirituales son
especialmente responsables ante Dios porque se les ha encomendado la tarea de enseñar la
verdad. Cuando pervierten la misma, pueden apartar a un sinnúmero de personas de Dios e
incluso originar la caída de una nación. Por lo tanto, no es de sorprenderse, que cuando Dios
comenzó a juzgar a la nación, comenzó en el templo y siguió hacia afuera. Qué triste que en
el templo, el único lugar en donde no se debía dejar de enseñar la verdad, se enseñaba la
mentira.

Ezequiel 9:7 Les dijo: «Contaminad la casa, llenad los atrios de muertos y salid». Y salieron a
matar en la ciudad.

La visión se continúa. El profeta ve a cuatro instrumentos de la justicia divina, a los que llama
los que habéis de castigar. Son seis hombres (ángeles en forma humana), cada uno con un
instrumento mortífero en su mano. En medio de ellos había uno vestido de lino como los
sacerdotes, con los enseres de escriba: un recipiente de bronce con departamentos para la
pluma, la tinta y el raspador. Todo colgando de la cintura. Los mensajeros de la justicia vienen
del lado del septentrión, porque del norte vendría el invasor caldeo, instrumento de la ira
divina. Dios, que estaba asentado en su gloria en el atrio interno, sale al umbral del santuario.
La expresión gloria de Dios equivale a Dios en su majestad, tal como era presentado en 8:35
sobre los querubines refulgentes y radiantes como bronce.

Dios ordena al que lleva los instrumentos de escriba que haga una señal en forma de tau
sobre la población fiel, que no se ha contaminado en las abominaciones. En cambio, a los
otros, culpables, deben exterminarlos sin distinción de edades ni sexo. La tau que se ordena
poner sobre los buenos puede ser una pequeña cruz o equis de la antigua escritura fenicio-
samaritana. También con ocasión del éxodo un signo especial sirvió para proteger a los
israelitas contra el ángel exterminador. Los Padres han visto en esta señal un tipo del carácter
bautismal del cristiano, destinado por vocación a la vida eterna. La orden de exterminio es
total, y no deben sus ministros pararse ante la profanación del santuario con los cadáveres:
profanad el santuario, henchid de muertos los atrios. Los cadáveres contaminaban legalmente
todo lo que tocaban, y por eso su presencia en el santuario suscitaba particular aversión en
los israelitas. Pero ahora ha llegado la hora del castigo y nada debe ser preservado, aunque
se comprometa su santidad local. Las frases no han de entenderse necesariamente al pie de
la letra, pues se trata de una dramatización literaria de la invasión caldea. Los soldados de
Nabucodonosor no perdonarán realmente nada, y hasta en el santuario derramarán sangre
humana. Son los instrumentos de la justicia divina, representados en estos destructores de
que habla el profeta.

Ezequiel 9:8 Aconteció que cuando ellos iban matando y quedé yo solo, me postré sobre mi
rostro, y clamé diciendo: «¡Ah, Señor Jehová!, ¿destruirás a todo el resto de Israel
derramando tu furor sobre Jerusalén?».

Ezequiel 9:9 Me dijo: «La maldad de la casa de Israel y de Judá es sobremanera grande,
pues la tierra está llena de sangre y la ciudad está llena de perversidad; porque han dicho: “Ha
abandonado Jehová la tierra, y Jehová no ve”.

Ezequiel 9:10 Así, pues, haré yo: mis ojos no mirarán con piedad, no tendré compasión; haré
recaer la conducta de ellos sobre sus propias cabezas».

El pueblo dijo que el Señor se había marchado y no podría ver su pecado. La gente tiene
muchas explicaciones convenientes para facilitar su pecado: “no importa”, “todo el mundo lo
hace” o “nadie lo sabrá”. ¿Se ha visto dando excusas por el pecado? Buscar explicaciones
racionales para el pecado hace que sea más fácil cometerlo, pero no convence ni cancela el
castigo de Dios.

Ezequiel 9:11 Y el hombre vestido de lino, que tenía el tintero a su cintura, respondió una
palabra, diciendo: «He hecho conforme a todo lo que me mandaste».

El profeta queda horrorizado al ver cumplirse la orden de Dios. Son tan pocos los justos, que
Israel va a quedar despoblada, y por eso intercede ante El. La respuesta es tajante: la
violencia y la injusticia han llenado la ciudad, y ha llegado al límite, pues, además, han sido
presuntuosos, creyendo que Yahvé ya no vigilaba sus acciones: Yahvé se ha alejado de la
tierra y no ve nada. Esto es un insulto a su omnipotencia, y por eso no puede reprimir su ira.
El jefe de los ministros de la justicia divina, el hombre vestido de lino, viene a decir que su
orden ha sido ya puntualmente cumplimentada. Con esto quiere recalcar Ezequiel que su
visión se cumplirá sin falta. Los exilados debían, pues, dejar la ilusión de que Jerusalén no
caería en manos de los babilonios. Por otra parte, deben considerarse agraciados, ya que su
suerte es menos penosa que la de los que quedaron en Judá.

En el capítulo anterior se concretaban las grandes abominaciones de los habitantes de


Jerusalén, que llegaron hasta contaminar el recinto sagrado del templo con infiltraciones
idolátricas de todo género. El castigo de Dios no podía dejarse esperar. En este capítulo,
dramáticamente se describe la ejecución del terrible castigo. Las expresiones son radicales e
hiperbólicas.

Ezequiel 9:1 Visión de la muerte de los culpables: Entonces clamó en mis oídos con gran
voz, diciendo: «¡Los verdugos de la ciudad han llegado y cada uno trae en su mano su
instrumento para destruir!».

Este capítulo presenta una descripción del castigo venidero. Después que Ezequiel había
visto lo corrupto que se había vuelto Jerusalén, Dios llamó a un hombre para salvar a la
pequeña minoría que había sido fiel. Después llamó a seis hombres para masacrar a los
malvados de la ciudad. Este castigo había sido ordenado por Dios mismo
Ezequiel 9:2 Y seis hombres venían del camino de la puerta de arriba que mira hacia el norte
y cada uno traía en su mano su instrumento para destruir. Entre ellos había un varón vestido
de lino, el cual traía a su cintura un tintero de escribano. Al entrar, se detuvieron junto al altar
de bronce.

El tintero del escribano era un objeto común en los días de Ezequiel. Incluía un tablero largo y
angosto con una ranura que contenía el pincel de carrizo utilizado para escribir sobre
pergamino, papiro o arcilla seca. El tablero tenía huecos que contenían capas de tinta negra y
roja que debía ser humedecida antes de usarse.

Ezequiel 9:3 La gloria del Dios de Israel se elevó de encima del querubín, sobre el cual había
estado, hacia el umbral de la casa. Y llamó Jehová al hombre vestido de lino que tenía a su
cintura el tintero de escribano,

¿Qué es la gloria de Dios? Es la manifestación del carácter de Dios: su poder máximo,


trascendencia y perfección moral. El está totalmente por encima del hombre y de sus
limitaciones. Y aun así se revela así mismo a la gente para que pueda adorarlo y seguirlo.

“Querubines” son una orden de seres angelicales poderosos creados para glorificar a Dios. Se
asocian con la absoluta santidad y perfección moral de Dios. El colocó querubines en la
entrada del Edén para mantener a Adán y a Eva afuera después de que pecaron.
Representaciones de querubines fueron utilizadas para decorar el tabernáculo y el templo. La
tapa del arca del pacto estaba adornada con dos querubines de oro. Eran un símbolo de la
misma presencia de Dios. Los querubines vistos por Ezequiel abandonaron el templo junto
con la gloria de Dios. Entonces Ezequiel los reconoció como los seres divinos que había visto
en su primera visión

Ezequiel 9:4 y le dijo Jehová: «Pasa por en medio de la ciudad, por en medio de Jerusalén, y
ponles una señal en la frente a los hombres que gimen y claman a causa de todas las
abominaciones que se hacen en medio de ella».

Dios le dijo al hombre, con el tintero de escribano, que tenía que poner una marca en aquellos
que fueron fieles a Dios. Su fidelidad fue determinada por su sensibilidad y dolor por el pecado
de la nación. Aquellos que tuvieran la marca serían salvos cuando los seis hombres
comenzaran a destruir a los malvados. Durante el éxodo los israelitas pusieron una marca de
sangre en su puerta para que los salvara del ángel de la muerte. En los días finales, Dios
marcará la frente de aquellos destinados a la salvació y Satanás marcará a sus seguidores,
quienes como él serán destinados a la destrucción. La promesa de Dios de salvar a su pueblo
no queda olvidada en medio del castigo.

Ezequiel 9:5 A los otros dijo, oyéndolo yo: «Pasad por la ciudad en pos de él, y matad; no
miren con piedad vuestros ojos, no tengáis compasión.

La matanza debía empezar en el santuario para que todos vean y sepan que el Señor odia el
pecado en forma suma en los que están más cerca de Él. El que fue nombrado para proteger,
informa el asunto. Cristo es fiel al cometido que se le encargó. ¿Le manda su Padre asegurar
la vida eterna del remanente escogido? Dice: A los que me diste, ninguno de ellos se perdió.
Si los demás perecen y nosotros somos salvados, debemos atribuir la diferencia por completo
a la misericordia de nuestro Dios, porque nosotros también merecimos la ira. Sigamos aún
pidiendo en favor de los demás. Pero el Señor no hace injusticia si no muestra misericordia; Él
sólo recompensa los caminos del hombre.
Ezequiel 9:6 Matad a viejos, a jóvenes y a vírgenes, a niños y a mujeres, hasta que no quede
ninguno. Pero a todo aquel sobre el cual esté la señal, no os acercaréis; y comenzaréis por mi
santuario». Comenzaron, pues, desde los hombres ancianos que estaban delante del Templo.

Los líderes espirituales (“varones ancianos”) de Israel promovieron en forma flagrante sus
creencias idólatras, y el pueblo abandonó a Dios y los siguió. Los líderes espirituales son
especialmente responsables ante Dios porque se les ha encomendado la tarea de enseñar la
verdad. Cuando pervierten la misma, pueden apartar a un sinnúmero de personas de Dios e
incluso originar la caída de una nación. Por lo tanto, no es de sorprenderse, que cuando Dios
comenzó a juzgar a la nación, comenzó en el templo y siguió hacia afuera. Qué triste que en
el templo, el único lugar en donde no se debía dejar de enseñar la verdad, se enseñaba la
mentira.

Ezequiel 9:7 Les dijo: «Contaminad la casa, llenad los atrios de muertos y salid». Y salieron a
matar en la ciudad.

La visión se continúa. El profeta ve a cuatro instrumentos de la justicia divina, a los que llama
los que habéis de castigar. Son seis hombres (ángeles en forma humana), cada uno con un
instrumento mortífero en su mano. En medio de ellos había uno vestido de lino como los
sacerdotes, con los enseres de escriba: un recipiente de bronce con departamentos para la
pluma, la tinta y el raspador. Todo colgando de la cintura. Los mensajeros de la justicia vienen
del lado del septentrión, porque del norte vendría el invasor caldeo, instrumento de la ira
divina. Dios, que estaba asentado en su gloria en el atrio interno, sale al umbral del santuario.
La expresión gloria de Dios equivale a Dios en su majestad, tal como era presentado en 8:35
sobre los querubines refulgentes y radiantes como bronce.

Dios ordena al que lleva los instrumentos de escriba que haga una señal en forma de tau
sobre la población fiel, que no se ha contaminado en las abominaciones. En cambio, a los
otros, culpables, deben exterminarlos sin distinción de edades ni sexo. La tau que se ordena
poner sobre los buenos puede ser una pequeña cruz o equis de la antigua escritura fenicio-
samaritana. También con ocasión del éxodo un signo especial sirvió para proteger a los
israelitas contra el ángel exterminador. Los Padres han visto en esta señal un tipo del carácter
bautismal del cristiano, destinado por vocación a la vida eterna. La orden de exterminio es
total, y no deben sus ministros pararse ante la profanación del santuario con los cadáveres:
profanad el santuario, henchid de muertos los atrios. Los cadáveres contaminaban legalmente
todo lo que tocaban, y por eso su presencia en el santuario suscitaba particular aversión en
los israelitas. Pero ahora ha llegado la hora del castigo y nada debe ser preservado, aunque
se comprometa su santidad local. Las frases no han de entenderse necesariamente al pie de
la letra, pues se trata de una dramatización literaria de la invasión caldea. Los soldados de
Nabucodonosor no perdonarán realmente nada, y hasta en el santuario derramarán sangre
humana. Son los instrumentos de la justicia divina, representados en estos destructores de
que habla el profeta.

Ezequiel 9:8 Aconteció que cuando ellos iban matando y quedé yo solo, me postré sobre mi
rostro, y clamé diciendo: «¡Ah, Señor Jehová!, ¿destruirás a todo el resto de Israel
derramando tu furor sobre Jerusalén?».

Ezequiel 9:9 Me dijo: «La maldad de la casa de Israel y de Judá es sobremanera grande,
pues la tierra está llena de sangre y la ciudad está llena de perversidad; porque han dicho: “Ha
abandonado Jehová la tierra, y Jehová no ve”.

Ezequiel 9:10 Así, pues, haré yo: mis ojos no mirarán con piedad, no tendré compasión; haré
recaer la conducta de ellos sobre sus propias cabezas».
El pueblo dijo que el Señor se había marchado y no podría ver su pecado. La gente tiene
muchas explicaciones convenientes para facilitar su pecado: “no importa”, “todo el mundo lo
hace” o “nadie lo sabrá”. ¿Se ha visto dando excusas por el pecado? Buscar explicaciones
racionales para el pecado hace que sea más fácil cometerlo, pero no convence ni cancela el
castigo de Dios.

Ezequiel 9:11 Y el hombre vestido de lino, que tenía el tintero a su cintura, respondió una
palabra, diciendo: «He hecho conforme a todo lo que me mandaste».

El profeta queda horrorizado al ver cumplirse la orden de Dios. Son tan pocos los justos, que
Israel va a quedar despoblada, y por eso intercede ante El. La respuesta es tajante: la
violencia y la injusticia han llenado la ciudad, y ha llegado al límite, pues, además, han sido
presuntuosos, creyendo que Yahvé ya no vigilaba sus acciones: Yahvé se ha alejado de la
tierra y no ve nada. Esto es un insulto a su omnipotencia, y por eso no puede reprimir su ira.
El jefe de los ministros de la justicia divina, el hombre vestido de lino, viene a decir que su
orden ha sido ya puntualmente cumplimentada. Con esto quiere recalcar Ezequiel que su
visión se cumplirá sin falta. Los exilados debían, pues, dejar la ilusión de que Jerusalén no
caería en manos de los babilonios. Por otra parte, deben considerarse agraciados, ya que su
suerte es menos penosa que la de los que quedaron en Judá.

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