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Daniel 1

En el año noveno del reinado de Sedequías, “Nabucodonosor rey


de Babilonia vino con todo su ejército contra Jerusalem” para asediar la
ciudad. (2 Reyes 25: 1)
“Y derramaré sobre ti mi ira: el fuego de mi enojo haré encender sobre ti,
y te entregaré en mano de hombres temerarios, artífices de
destrucción.”. Vers. 5-7, 31
Los egipcios procuraron acudir en auxilio de la ciudad sitiada; y los caldeos, a
fin de impedírselo, levantaron por un tiempo el sitio de la capital judía. Renació
la esperanza en el corazón de Sedequías, y envió un mensajero a Jeremías,
para pedirle que orase a Dios en favor de la nación hebrea. (PP 293)

“He aquí que estoy yo contra ti, Faraón rey de Egipto.” Ezequie
“He aquí que estoy yo contra ti, Faraón rey de Egipto.” Ezequiel
29:3 (VM). El poderío de Egipto no era sino una caña cascada.
La Inspiración había declarado: “Sabrán todos los moradores
de Egipto que yo soy Jehová, por cuanto fueron bordón de
caña a la casa de Israel.” “Fortificaré pues los brazos del rey de
Babilonia, y los brazos de Faraón caerán; y sabrán que yo soy
Jehová, cuando yo pusiere mi espada en la mano del rey de
Babilonia, y él la extendiere sobre la tierra de Egipto.” Ezequiel
29:6; 30:25. (PP 294)
Entre los justos que estaban todavía en Jerusalén y para quienes había sido
aclarado el propósito divino, se contaban algunos que estaban resueltos a
poner fuera del alcance de manos brutales el arca sagrada que contenía las
tablas de piedra sobre las cuales habían sido escritos los preceptos del
Decálogo. Así lo hicieron. Con lamentos y pesadumbre, escondieron el arca en
una cueva, donde había de quedar oculta del pueblo de Israel y de Judá por
causa de sus pecados, para no serles ya devuelta. Esa arca sagrada está
todavía escondida. No ha sido tocada desde que fué puesta en recaudo. (PP
293, 294).
El rey tenía todavía oportunidad de revelar si quería escuchar las advertencias
de Jehová, y así atemperar con misericordia los castigos que estaban cayendo
ya sobre la ciudad y la nación. El mensaje que se le dió al rey fué: “Si salieres
luego a los príncipes del rey de Babilonia, tu alma vivirá, y esta ciudad no será
puesta a fuego; y vivirás tú y tu casa: Mas si no salieres a los príncipes del rey
de Babilonia, esta ciudad será entregada en mano de los Caldeos, y la
pondrán a fuego, y tú no escaparás de sus manos.” Vers. 17-20. (PP 29seis)

Con lágrimas, rogó Jeremías a Sedequías que se salvase a sí mismo y a su


pueblo. Con espíritu angustiado, le aseguró que a menos que escuchase el
consejo de Dios, no escaparía con la vida, y todos sus bienes caerían en
manos de los babilonios. Pero el rey se había encaminado erróneamente, y no
quería retroceder. Decidió seguir el consejo de los falsos profetas y de los
hombres a quienes despreciaba en realidad, y que ridiculizaban su debilidad al
ceder con tanta facilidad a sus deseos. Sacrificó la noble libertad de su
virilidad, y se transformó en abyecto esclavo de la opinión pública. (PP 29seis)

Temía a los judíos y al ridículo; hasta temblaba por su vida. Después de


haberse rebelado durante años contra Dios, Sedequías consideró demasiado
humillante decir a su pueblo: “Acepto la palabra de Jehová, según la ha
expresado por el profeta Jeremías; no me atrevo a guerrear contra el enemigo
frente a todas estas advertencias.” (PP29seis)
Los ejércitos de Nabucodonosor estaban a punto de tomar por asalto los
muros de Sión. Miles estaban pereciendo en la última defensa desesperada de
la ciudad. Muchos otros millares estaban muriendo de hambre y enfermedad.
La suerte de Jerusalén estaba ya sellada. Las torres de asedio de las fuerzas
enemigas dominaban ya las murallas. El profeta continuó diciendo en su
oración a Dios: “He aquí que con arietes han acometido la ciudad para tomarla;
y la ciudad va a ser entregada en mano de los Caldeos que pelean contra ella,
a causa de la espada, y del hambre y de la pestilencia: ha pues venido a ser lo
que tú dijiste, y he aquí tú lo estás viendo. (PP 304).
Los ejércitos hebreos fueron rechazados en confusión. La nación fué vencida.
Sedequías fué tomado prisionero y sus hijos fueron muertos delante de sus ojos.
El rey fué sacado de Jerusalén cautivo, se le sacaron los ojos, y después de
llegar a Babilonia pereció miserablemente. El hermoso templo que durante más
de cuatro siglos había coronado la cumbre del monte Sión, no fué preservado
por los caldeos. “Quemaron la casa de Dios, y rompieron el muro de Jerusalem,
y consumieron al fuego todos sus palacios, y destruyeron todos sus vasos
deseables.” 2 Crónicas 36:19.
¨….Nabucodonosor llevó parte de los utensilios de la casa de Dios. Los llevó a la
tierra de Sinar, a la casa de su dios y guardó los utensilios en la casa del tesoro
de su dios” (Daniel 1:2)
¨Entonces, el rey dijo a Aspenaz, jefe de los eunucos, que trajese de los
israelitas, del linaje real de los príncipes, jóvenes sin defecto, de buen parecer,
entendidos en toda sabiduría, cultos e inteligentes y aptos para seguir en el
palacio del rey y que se les enseñara las letras y la lengua de los caldeos”
(Daniel 1:3; 4)
En el momento de la destrucción final de Jerusalén por Nabucodonosor,
muchos fueron los que, habiendo escapado a los horrores del largo sitio,
perecieron por la espada. De entre los que todavía quedaban, algunos,
notablemente los principales sacerdotes, oficiales y príncipes del reino, fueron
llevados a Babilonia y allí ejecutados como traidores. Otros fueron llevados
cautivos, para vivir en servidumbre de Nabucodonosor y de sus hijos “hasta
que vino el reino de los Persas; para que se cumpliese la palabra de Jehová
por la boca de Jeremías.” Vers. 20, 21. (PP 297)
(PP 304)
“He aquí que yo los juntaré de todas las tierras a las cuales los eché con mi
furor, y con mi enojo y saña grande; y los haré tornar a este lugar, y harélos
habitar seguramente; y me serán por pueblo, y yo seré a ellos por Dios. Y
daréles un corazón, y un camino, para que me teman perpetuamente, para que
hayan bien ellos, y sus hijos después de ellos. Y haré con ellos pacto eterno,
que no tornaré atrás de hacerles bien, y pondré mi temor en el corazón de
ellos, para que no se aparten de mí. Y alegraréme con ellos haciéndoles bien,
y los plantaré en esta tierra en verdad, de todo mi corazón y de toda mi alma.

“Porque así ha dicho Jehová: Como traje sobre este pueblo todo este grande
mal, así traeré sobre ellos todo el bien que acerca de ellos hablo. (PP 304)
¨…. el rey dijo a Aspenaz, jefe de los eunucos, que trajese de los israelitas, del
linaje real de los príncipes, jóvenes sin defecto, de buen parecer, entendidos en
toda sabiduría, cultos e inteligentes y aptos para seguir en el palacio del rey y
que se les enseñara las letras y la lengua de los caldeos” (Daniel 1:3; 4)
Entre los cautivos de Israel que fueron llevados cautivos a Babilonia se

encontraban Daniel y sus 3 amigos, hombres tan fieles a Dios que no se
corromperían por el egoísmo si no que honrarían a Dios en la prosperidad y en
la adversidad así como también Dios los honraría a ellos y que en Babilonia
ejecutarían el propósito divino.
Nabucodonosor ordenó que los cautivos sean educados (que se les enseñe la
lengua de los caldeos, etc.) durante 3 años y además, el rey les señaló la
porción diaria de comida y del vino que el bebía…. (Daniel 1:V)
PUESTOS A PRUEBA

El rey no obligo a los jóvenes hebreos a renunciar a su fe sino que esperaba


obtener eso gradualmente:

1) Les dio nombres con un significado idólatra:


2) El rey los inducía poniéndoles en
contacto con costumbres y ritos
seductores paganos a fin de que se
aparten de Dios y que participen en el
culto a sus dioses babilónicos.
3) El rey había provisto que comiesen del alimento y bebiesen del vino que
provenía de la mesa real pero “Daniel propuso en su corazón no contaminarse
con la comida ni con el vino del rey….” (Daniel 1:8)
RAZONES POR LAS QUE DANIEL Y SUS AMIGOS NO QUERIAN CONTAMINARSE

1) Una porción de la comida real estaba consagrada a la idolatría.

2) No querían deshonrar los principios de la ley de Dios porque sabían que su


cuerpo era templo del Espíritu Santo por lo que deseaban cuidarlo y a su salud

3) Los padres de Daniel y sus compañeros les habían inculcado hábitos de


estricta temperancia y les enseñaron que Dios los tendría por responsables de
sus actos. Nada podía apartarlos de los principios que habían aprendido desde
la niñez a través del estudio de la Palabra y las obras de Dios.
¨Y Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la comida ni con el vino
del rey. Por eso pidió al jefe de los eunucos para no contaminarse” (Daniel 1:8)

La petición de Daniel de que se le permitiera no contaminarse fue recibida con


respeto. Sin embargo, el príncipe vacilaba antes de acceder pues dijo: “Temo a
mi señor el rey, que señaló vuestra comida y vuestra bebida; pues luego que él
vea vuestros rostros más pálidos que los de los muchachos que son semejantes
a vosotros, condenareis para con el rey mi cabeza” (Dan. 1:10) (PR 3V4)
Daniel apeló a Melsar, oficial encargado de la juventud hebrea, y solicitó que
se les excuse de comer la comida y beber el vino del rey.
¨Prueba te ruego a tus siervos durante 10 días, danos legumbres a comer y agua
a beber. Después compara nuestros rostros con el de los jóvenes que comen la
comida del rey. Y según veas, has después con tus siervos.” (Daniel 1:12,13)

Melsar consintió en ello, aunque con temor de que eso desagradara al rey pero
al fin de los 10 días el resultado era opuesto a lo que temía:

¨al cabo de 10 días, el rostro de ellos se veía mejor y más nutrido que el de los
otros jóvenes que comían la comida del rey. (Daniel 1:1V)
El Señor miró con aprobación la firmeza y abnegación de los jóvenes hebreos,
así como la pureza de sus motivos; y su bendición los acompañó “A estos 4
muchachos Dios les dio conocimiento e inteligencia en todas las letras y
ciencias; y Daniel tuvo entendimiento en toda visión y sueños” (Daniel 1:17)
Los jóvenes hebreos no tenían comparación. En fuerza y belleza física, en
vigor mental y realizaciones literarias, no tenían rivales. El porte erguido, el
paso firme y elástico, el rostro hermoso, los sentidos agudos, el aliento no
contaminado, todas esas cosas eran certificados de sus buenos hábitos,
insignias de la nobleza con que la naturaleza honra a quienes obedecen sus
leyes.
Hicieron del conocimiento de Dios el fundamento de su educación. Con fe
oraron por sabiduría y vivieron según sus oraciones. Siguieron las reglas de la
vida que no podían menos que darles fuerza intelectual. Procuraron adquirir
conocimiento con un solo propósito: poder honrar a Dios. Comprendieron que
para ser representantes de la religión verdadera en medio de las falsas
religiones, necesitaban tener un intelecto claro y perfeccionar un carácter
cristiano. Y Dios mismo fue su maestro. Orando constantemente, estudiando
concienzudamente y manteniéndose en relación con el Invisible, anduvieron
con Dios como lo hizo Enoc. (PR 3VVI)

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