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“He aquí que estoy yo contra ti, Faraón rey de Egipto.” Ezequie
“He aquí que estoy yo contra ti, Faraón rey de Egipto.” Ezequiel
29:3 (VM). El poderío de Egipto no era sino una caña cascada.
La Inspiración había declarado: “Sabrán todos los moradores
de Egipto que yo soy Jehová, por cuanto fueron bordón de
caña a la casa de Israel.” “Fortificaré pues los brazos del rey de
Babilonia, y los brazos de Faraón caerán; y sabrán que yo soy
Jehová, cuando yo pusiere mi espada en la mano del rey de
Babilonia, y él la extendiere sobre la tierra de Egipto.” Ezequiel
29:6; 30:25. (PP 294)
Entre los justos que estaban todavía en Jerusalén y para quienes había sido
aclarado el propósito divino, se contaban algunos que estaban resueltos a
poner fuera del alcance de manos brutales el arca sagrada que contenía las
tablas de piedra sobre las cuales habían sido escritos los preceptos del
Decálogo. Así lo hicieron. Con lamentos y pesadumbre, escondieron el arca en
una cueva, donde había de quedar oculta del pueblo de Israel y de Judá por
causa de sus pecados, para no serles ya devuelta. Esa arca sagrada está
todavía escondida. No ha sido tocada desde que fué puesta en recaudo. (PP
293, 294).
El rey tenía todavía oportunidad de revelar si quería escuchar las advertencias
de Jehová, y así atemperar con misericordia los castigos que estaban cayendo
ya sobre la ciudad y la nación. El mensaje que se le dió al rey fué: “Si salieres
luego a los príncipes del rey de Babilonia, tu alma vivirá, y esta ciudad no será
puesta a fuego; y vivirás tú y tu casa: Mas si no salieres a los príncipes del rey
de Babilonia, esta ciudad será entregada en mano de los Caldeos, y la
pondrán a fuego, y tú no escaparás de sus manos.” Vers. 17-20. (PP 29seis)
“Porque así ha dicho Jehová: Como traje sobre este pueblo todo este grande
mal, así traeré sobre ellos todo el bien que acerca de ellos hablo. (PP 304)
¨…. el rey dijo a Aspenaz, jefe de los eunucos, que trajese de los israelitas, del
linaje real de los príncipes, jóvenes sin defecto, de buen parecer, entendidos en
toda sabiduría, cultos e inteligentes y aptos para seguir en el palacio del rey y
que se les enseñara las letras y la lengua de los caldeos” (Daniel 1:3; 4)
Entre los cautivos de Israel que fueron llevados cautivos a Babilonia se
“
encontraban Daniel y sus 3 amigos, hombres tan fieles a Dios que no se
corromperían por el egoísmo si no que honrarían a Dios en la prosperidad y en
la adversidad así como también Dios los honraría a ellos y que en Babilonia
ejecutarían el propósito divino.
Nabucodonosor ordenó que los cautivos sean educados (que se les enseñe la
lengua de los caldeos, etc.) durante 3 años y además, el rey les señaló la
porción diaria de comida y del vino que el bebía…. (Daniel 1:V)
PUESTOS A PRUEBA
Melsar consintió en ello, aunque con temor de que eso desagradara al rey pero
al fin de los 10 días el resultado era opuesto a lo que temía:
¨al cabo de 10 días, el rostro de ellos se veía mejor y más nutrido que el de los
otros jóvenes que comían la comida del rey. (Daniel 1:1V)
El Señor miró con aprobación la firmeza y abnegación de los jóvenes hebreos,
así como la pureza de sus motivos; y su bendición los acompañó “A estos 4
muchachos Dios les dio conocimiento e inteligencia en todas las letras y
ciencias; y Daniel tuvo entendimiento en toda visión y sueños” (Daniel 1:17)
Los jóvenes hebreos no tenían comparación. En fuerza y belleza física, en
vigor mental y realizaciones literarias, no tenían rivales. El porte erguido, el
paso firme y elástico, el rostro hermoso, los sentidos agudos, el aliento no
contaminado, todas esas cosas eran certificados de sus buenos hábitos,
insignias de la nobleza con que la naturaleza honra a quienes obedecen sus
leyes.
Hicieron del conocimiento de Dios el fundamento de su educación. Con fe
oraron por sabiduría y vivieron según sus oraciones. Siguieron las reglas de la
vida que no podían menos que darles fuerza intelectual. Procuraron adquirir
conocimiento con un solo propósito: poder honrar a Dios. Comprendieron que
para ser representantes de la religión verdadera en medio de las falsas
religiones, necesitaban tener un intelecto claro y perfeccionar un carácter
cristiano. Y Dios mismo fue su maestro. Orando constantemente, estudiando
concienzudamente y manteniéndose en relación con el Invisible, anduvieron
con Dios como lo hizo Enoc. (PR 3VVI)