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Cuatro obras del alfarero divino

060 Cuatro obras del alfarero divino Descendí a


casa del alfarero, y he aquí que él trabajaba sobre la
rueda. Y la vasija de barro que él hacía se echó a
perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija,
según le pareció mejor hacerla. Entonces vino a mí
palabra de Jehová diciendo: “¿No podré yo hacer de
vosotros como este alfarero ...?” Jer_18:3-6 Adán
Una de las obras sublimes de Dios, el alfarero
divino, fue la del primer hombre, Adán. “Hagamos al
hombre a nuestra imagen”, Gén_1:26. Sólo en este
versículo hay la referencia en el capítulo a Dios en el
plural. Al decir hagamos, la referencia es al Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo, indicando que ésta es la
obra insigne de la creación. Causa en nuestros
corazones admiración el pensar que para formar al
hombre el Dios del alto cielo bajó hasta el polvo de
la tierra. El pudiera haber usado el oro más famoso
del universo pero tuvo a bien emplear material
abundante y poco estimado. Es humillante
reconocer nuestro origen, pero aun así el hombre es
la obra maestra de la creación. Desde el polvo Dios
le ensalzó a tener señorío sobre los peces del mar,
las aves del cielo y las bestias del campo. Sopló en
su nariz aliento de vida, una palabra que figura en el
plural en el texto hebreo, por cuanto (i) Dios le dio la
vida física, la cual acaba cuando uno muere, y (ii) la
vida del alma que es para la eternidad. En esto
vemos una distinción entre el hombre y todas las
demás criaturas. “Te alabaré, porque formidables y
maravillosas son tus obras”, dijo el salmista en el
Sal_139:14 al referirse al ser humano. Pero, “el vaso
de barro que él hizo se echó a perder en su mano”.
El primer hombre, tan pronto que salió de la mano
del Hacedor, se echó a perder a causa del pecado.
El Alfarero hizo otro según mejor le pareció. La
calamidad que sucedió con el primer Adán parecía
no admitir remedio, pero en su sabiduría infinita
Dios ha podido producir una vasija nueva: “De modo
que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las
cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas
nuevas”, 2Co_5:17. Cristo “Me preparaste cuerpo”,
Heb_10:5. Cristo, llamado el postrer Adán en
1Co_15:45, es “espíritu vivificante”. El primer Adán
fracasó pero el postrero fue engendrado del Espíritu
Santo, y de una virgen El nació inmaculado y sin
naturaleza pecaminosa. Esta sí es la obra
trascendental de Dios. Las excelencias del postrer
Adán son innumerables y quedan más allá de
nuestra comprensión. El profeta Isaías dio
testimonio de él unos setecientos años antes de su
nacimiento, diciendo: “Se llamará su nombre
Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno,
Príncipe de paz”. El sería impecable, la
personificación de amor puro, la plenitud de gracia y
la preeminencia sobre todas las cosas. Adán perdió
su señorío sobre las criaturas, pero Cristo tuvo un
dominio supremo, inclusive sobre los demonios. Al
recibirle como Salvador, le entregamos sin reserva
todo lo que tenemos y somos. Finalizada la Batalla
de Trafalgar, el almirante francés abordó la fragata
del almirante Nelson y extendió la mano para
saludarle. Nelson no la recibió, sino dijo: “Su espada
primeramente, y la mano después”. La rendición
nuestra debe ser absoluta; nada de espada en
mano; el lenguaje debe ser, “Dejo el mundo y sigo a
Cristo”. En cuanto al postrer Adán, podemos decir
que El también se quebró en la mano del Alfarero.
En el Calvario, en cumplimiento de los propósitos
del Padre, aquella vida hermosa fue quebrada por
un acto de violencia de parte de la criatura y por la
justicia divina a la vez. “Se asombraron de ti
muchos, de tal manera fue desfigurado de los
hombres su parecer, y su hermosura más que la de
los hijos de los hombres”, Isa_52:14. En Flp_2:6-8
vemos sus siete pasos hacia abajo: > no estimó el
ser igual a Dios como cosa a que aferrarse > se
despojó a sí mismo > tomando forma de siervo >
hecho semejante a los hombres > se humilló a sí
mismo > haciéndose obediente hasta la muerte > y
muerte de cruz Desde allí, la cruz, el Alfarero le hizo
“otra vasija, según le pareció mejor hacerla:” > le
exaltó hasta lo sumo > le dio un nombre que es
sobre todo nombre para que - se doble toda rodilla >
en los cielos > en la tierra > debajo de la tierra > toda
lengua confiese que es Señor > para gloria de Dios
Padre. En el Calvario, “toda la multitud de los que
estaban presentes en este espectáculo, viendo lo
que había acontecido, se volvían golpeándose el
pecho”, Lucas 23:48. Pero habrá otro “espectáculo”,
y de éste leemos en Apocalipsis 5. La multitud será
de millones y millones. Cristo, el Cordero inmolado,
habrá sido resucitado y será ensalzado a lo sumo;
en medio del trono de Dios, El será digno de recibir
la plenitud de bendición, honra, gloria y poder para
siempre, no sólo de los ángeles sino también de los
“ancianos”, los representantes de la Iglesia. La
humilde vasija de barro de tierra habrá sido
transformada en Rey de reyes y Señor de señores,
llenando las alturas de la gloria celestial con la
fragancia de su presencia y la memoria de su
triunfo en la Cruz. Israel Dios en su gracia soberana
escogió a Israel de entre todas las naciones del
mundo. La promesa a Abraham, por ejemplo, fue:
“Pondré mi pacto entre mí y ti, y te multiplicaré en
gran manera”, Génesis 17:2. De un solo hijo, Isaac,
Dios le prometió al patriarca hacer una nación tan
numerosa como la arena del mar y las estrellas del
cielo. El libro del Éxodo empieza con el espectáculo
triste de Israel como esclavos, como el polvo de la
tierra en la estimación de Faraón. Ese pueblo tuvo
que trabajar sin remuneración, y luego fue levantado
otro rey todavía más cruel, quien quería matar a
cada niño varón en Israel. Así fue la situación con
Israel cuando Dios descendió del cielo para ver su
miseria y oir sus gemidos. Eran como barro en
manos del gran Alfarero, y El empezó a obrar por
Moisés y Aarón, quebrantando la resistencia de
Faraón para sacar a su pueblo con triunfo y cargado
con muchas riquezas que los egipcios les dieron
para apurar su salida. Ese pueblo pasó cuarenta
años en el desierto, aprendiendo la lección
importante que Dios vale para todo y ellos no valían
para nada. Una vez en Canaán, les fue dada su
herencia e Israel prosperó y se hizo grande. Pero
sería cumplida la figura: El vaso que él hacía sería
roto en la mano del alfarero. Israel disfrutó de la
gracia de Dios pero le dio las espaldas,
entregándose a la idolatría y las demás
abominaciones de los paganos. La nación
despreció los esfuerzos de Jeremías y otros siervos
de Dios que querían conducirles al arrepentimiento.
Por fin Dios tuvo que traer a Nabucodonosor con
sus ejércitos, los cuales matarían a miles. Además,
llevaron los tesoros a Babilonia, prendiendo fuego a
la ciudad de Jerusalén, la cual quedaría en ruinas
por setenta años. Efectivamente, “la vasija de barro
que él hacía se echó a perder en su mano”. Luego
hubo una restauración parcial por medio del
ministerio de Esdras, Nehemías y otros fieles
hombres de Dios, hasta aquel acontecimiento
insigne del nacimiento de nuestro glorioso Salvador.
“En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho”,
pero, “el mundo no le conoció”, Jua_1:10. Las
gentes despreciaron todo su amor y las bendiciones
que El trajo, y al final gritaron, “¡Crucifícale!”, y, “Su
sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos”.
Le escupieron en el rostro, le insultaron y le
abofetearon. Hasta el día de hoy el pueblo judío en
general le tiene por impostor. Unos 36 años más
tarde, el ejército romano bajo el mando de Tito sitió
la ciudad. Tras largos y costosos esfuerzos, penetró
en Jerusalén y efectuó una matanza terrible, sin
respetar ni ancianos ni niños. Se llevó a cabo lo
pedido: la sangre fue sobre los hijos de la
generación anterior. Pero los propósitos de Dios se
cumplirán todavía más. El gran Alfarero hará otra
vasija, y será una mejor. La palabra profética nos
enseña que después de tres años y medio de la
Gran Tribulación, habrá una nación nueva
compuesta de judíos fieles que no habrán aceptado
la marca de la bestia. Muchos miles, mártires de la
fe y fieles al Señor JesuCristo, serán resucitados
para ocupar un puesto de honor y dignidad en el
reinado de nuestro Señor que durará mil años sobre
la tierra. La Iglesia ¿No tiene potestad el alfarero
sobre el barro, para hacer de la misma masa un
vaso para honra y otro para deshonra? ¿Y qué, si
Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su
poder, soportó con mucha paciencia los vasos de
ira preparados para destrucción, y para hacer
notorias las riquezas de su gloria, las mostró para
con los vasos de misericordia que él preparó de
antemano para gloria, a los cuales también ha
llamado, esto es, a nosotros ...? Rom_9:22-24 La
Iglesia de Dios estaba en sus pensamientos y
propósitos desde antes de la fundación del mundo;
El “nos escogió en él [Cristo] antes de la fundación
del mundo, para que fuésemos santos”, Efe_1:4.
Nos amó cuando éramos extraños y enemigos de
ánimo, y por medio de la redención nos ha hecho
irreprensibles delante de él. Así fue la Iglesia como
barro en manos del Alfarero desde su inauguración
el día de Pentecostés. Empezó con tres mil
creyentes, dirigida por el Espíritu Santo, y creció
hasta contar con cinco mil varones, con los
esfuerzos de los apóstoles y los diáconos como
Esteban y los evangelistas como Felipe. Había los
que fueron hasta Antioquía, donde se formó la
primera iglesia misionera y donde los creyentes
fueron llamados por vez primera cristianos. Hasta
aquí esta obra hermosa de Dios iba adelante. Pero
“la vasija de barro ... se echó a perder”. Con
Pérgamo, nombre que significa casado, empieza
una época nueva; “Tienes ahí a los que retienen la
doctrina de Balaam ... también tienes a los que
retienen la doctrina de los nicolaítas”, Apo_2:12-17.
Es la Iglesia de Cristo casada con el mundo,
resultado de que el emperador Constantino haya
adoptado literalmente al cristianismo como la
religión del Estado, con la mundanalidad que esto
traía. Luego aparece la Iglesia de Roma, apoyada
por las potestades políticas, usurpando el poder
religioso hasta gozar de monopolio y aplicando toda
forma de tortura cruel para acabar con los
cristianos fieles. Empiezan los llamados “siglos
oscuros”, cuando la Biblia era prohibida
terminantemente por los papa de Roma. La historia
se vuelve triste. Pero, “volvió y la hizo otra vasija,
según le pareció mejor hacerla”. En el transcurso del
tiempo Dios levantó a los grandes reformadores:
Lutero, Zwingli, Wycliffe y muchos hombres de Dios
y siervos del Señor JesuCristo. Su gran admiración
por las Sagradas Escrituras les impulsó a
traducirlas en los idiomas del vulgo, y la luz de la
Palabra disipó las tinieblas de ignorancia espiritual.
Creemos que el cuadro profético de la carta a
Filadelfia, Apo_3:7-13, tuvo su cumplimiento pleno
hace 150 años, cuando en varios países el Espíritu
Santo comenzó a obrar en individuos doctos en la
Palabra y espirituales en su modo de ser. Ellos
fueron convencidos que debían volver a la sencillez
del Nuevo Testamento y rechazar los nombres
sectarios y el clericalismo. Se congregaban en
grupos pequeños que tomaban sólo el nombre del
Señor JesuCristo y celebraban cada primer día de la
semana la Cena del Señor. Cristo se presentará para
sí una Iglesia sin arruga, santa y sin mancha. No
habrá más barro; participaremos de la naturaleza
celestial de nuestro Señor. En Apocalipsis 19, donde
leemos de las Bodas del Cordero, dice que su
esposa se ha preparado, vistiéndose de lino fino,
limpio y resplandeciente, porque “el lino fino es las
acciones justas de los santos”. La Iglesia de Cristo
ha fracasado muchas veces, pero “el fin del negocio
es mejor que su principio”, y por eso no debemos
descuidarnos. En vista de la pronta venida de Cristo
al aire en busca de su esposa, cuánto ejercicio
debemos tener, para entonces decir, “Amén; sí, ven,
Señor Jesús”. Supongamos unas bodas de alto
rango donde la novia se presenta con una mancha
fea en su costoso vestido. ¡Qué humillación para el
novio! ¡Qué reacción de parte de los convidados!
Acordémonos de aquellas bodas donde el hombre
se metió en la cena sin haberse vestido para la
ocasión. Fue una falta imperdonable, y el rey mandó
a echarle en las tinieblas de afuera. Dijo Juan: “Vi la
santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del
cielo, de Dios, dispuesta como una esposa, ataviada
para su marido”, Apo_21:2. Que sea, pues, nuestro
sentir el del himno que cantamos: Haz lo que
quieras de mí, Señor; Tú el Alfarero, yo el barro soy.
Dócil y humilde anhelo ser; cúmplase siempre en mí
tu querer.

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