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el ágape.

Interesa subrayar y meditar las notas más


características, según Juan, de este amor.

1. El amor cristiano nace y empieza en Dios.


Originariamente es cosa de Dios y no nuestra, la iniciativa
es suya. Dios es amor, origen y motor del amor. El Hijo,
Jesús, se origina del Padre en un proceso de Amor, que es
el Espíritu. Este amor en Dios es comunidad, trinidad. Y
este amor se va manifestando en la creación, en la
encarnación, en filiación, en la amistad, en la alegría
definitiva del encuentro final. Pero siempre el origen y el
término es Dios.

2. El signo más claro, la encarnación de ese amor, es


Jesús. Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su
propio Hijo. Tanto nos amó Jesús que se entregó a la
muerte por nosotros. Jesús es la medida del amor de Dios
y el ejemplo a seguir. Todas las palabras de Jesús, todos
los hechos de su vida tienen este sentido. Jesús es el amor
de Dios hecho rostro humano.

3. Este amor que nace en el Padre y pasa por Jesús


termina necesariamente en los hermanos. Esto, para Juan,
está bien claro y lo repite mil veces en su Evangelio y en
sus cartas. El amor cristiano es ambivalente, tiene dos
polos: Dios y los hermanos (el hombre). Quien no ama al
hermano no conoce a Dios, no conoce a Jesús, no ha
entendido lo que es la fe cristiana. Sin amor a Dios y a los
hermanos no hay fe cristiana. Y un amor que tiene que
concretarse en frutos, en obras.

4. Juan nos indica, también, algunos de los frutos del


amor, como son la amistad, la gracia, la oración, las obras
y la alegría. En el ambiente pascual en que estamos habría
que destacar la alegría. "Que mi alegría esté en vosotros y
vuestra alegría llegue a plenitud" (/Jn/15/13).

Con frecuencia apelamos a ciertas razones para no seguir


este camino del amor. "Si tratamos, decimos, con amor a
los demás, si dialogamos con todos, si nos abrimos sin
prejuicios, los demás se aprovecharán y sacarán ventaja,
o serán unos desagradecidos, o nos harán perder
inútilmente el tiempo... Por eso, se sigue razonando, es
mucho más práctico una buena disciplina, una mano dura,
una cierta dosis de castigos, una prudente distancia, un
cubrirse las espaldas, etc." (Santos Benetti).

Estos criterios los puede dictar la prudencia humana, pero


no el amor cristiano.

(_DABAR/79/32)

2.

Comenzando por la primera lectura vemos que el mensaje


de la liturgia de la palabra de este domingo hace relación
a un hecho bien conocido: la catolicidad del evangelio, la
universalidad de la Nueva Alianza sellada en Jesucristo.
Este fue un problema muy concreto de la primera
comunidad cristiana. La tradición veterostestamentaria les
hizo sentir un especial estremecimiento cuando vieron
abrirse las puertas del Evangelio a los gentiles.

"Ya no hay gentil ni judío". El "tertium genus


christianorum" hizo estallar aquella frontera. Pero hay
más. Leamos el episodio completo de Cornelio, del que la
primera lectura de hoy es sólo una selección. San Lucas,
que pone el episodio en relación con las decisiones del
concilio de Jerusalén (cfr. Hech. 15, 7-11, 14), da por
sentado en la redacción que hay fuera del cristianismo y
del judaísmo "hombres piadosos y temerosos de Dios".
Esto rebasa la problemática referente a la frontera entre
judíos y gentiles, y apunta a un problema que no es sólo
de la primera comunidad cristiana, sino que es también de
la Iglesia actual. Hay hombres piadosos y temerosos de
Dios que, de hecho, reciben el Espíritu Santo
independientemente del bautismo sacramental. El Espíritu
obraba en ellos al margen del cristianismo y del judaísmo.
Por eso Pedro no tuvo escrúpulos de otorgarles el
bautismo.

SV/EXTRA-I: Esto es también un problema de la Iglesia


actual, decimos. Es una invitación a una comprensión más
seria y profunda del viejo adagio: "extra Ecclesiam nulla
salus". Con bastante frecuencia lo hemos entendido a lo
largo de la historia con excesiva estrechez.

Pedro, sin embargo, porque fue revelado, lo entendió con


un corazón más amplio: "Verdaderamente comprendo que
Dios no hace acepción de personas, sino que en cualquier
nación el que le teme y practica la justicia le es grato"
(Hch/10/34-35). Digamos, en primer lugar, que el "temer
a Dios y practicar la justicia" es ahí un concepto bíblico
técnico, igual que el concepto de "hombre piadoso y
temeroso de Dios"; tecnicismo en el que no podemos
entrar ahora. Pero aparte del tecnicismo la lección general
es permanente e importante: lo que a Dios agrada en el
hombre está por encima de que éste pertenezca a una
nación o a otra. Y lo que se dice de nación, lógicamente
hay que ampliarlo: es indiferente la nación, el color, la
ideología, el grupo político, el grupo religioso (?), la iglesia
(?)... Esto es muy importante y necesita que extraigamos
de ello conclusiones:

-No tenemos en la Iglesia el monopolio de la salvación. Ya


decía Santo Tomás que la Gracia no está atada a los
sacramentos. La Gracia y lo grato a Dios en el hombre son
más amplios que las fronteras de la Iglesia explícita.

-Hay, pues, una Iglesia que salva. E igualmente podemos


hablar de una fe implícita salvífica. Estaríamos aludiendo
ahora al viejo tema del "cristianismo anónimo":

CR/ANONIMO (/Mt/25/37-40). San Francisco Javier


marchó a evangelizar las Indias pensando que quienes no
oyesen el evangelio estaban condenados
irremediablemente al infierno. A tal santo se le puede
perdonar aquéllo por el siglo en que vivió.

Pero hoy hay en la Iglesia muchos cristianos que piensan -


es sólo un ejemplo- que los marxistas, o los "rojos" están
todos condenados, o que no tienen posibilidad de un
mínimo de honestidad simplemente humana, que no
pueden ser tomados siquiera como ejemplo de una
situación de "error invencible..."
-Esta fe e Iglesia implícitas no salvan ante Dios al hombre
más o menos según su explicitud, sino según sus
contenidos. Es decir, el hombre no se salva ante Dios
según que esté más o menos explícitamente incorporado a
la fe y a la Iglesia explícitas, sino según que esté más o
menos en la línea de lo que a Dios le agrada.

-La explicitud de la fe y de los sacramentos no son el


principal criterio de incorporación a la Iglesia salvífica.
Esto estaba ya aludido en la Mystici Corporis. No entramos
en profundidad o matizaciones. Ponemos sólo un ejemplo:
está más profundamente arraigado en la verdadera Iglesia
(=los que en cualquier nación temen a Dios y practican la
justicia y por eso agradan a Dios) el hombre que tiene una
caridad activa sin fe explícita (?) que el que tiene una fe
explícita sin caridad activa.

-El Espíritu de Dios obra también fuera de la Iglesia. Juan


bautizaba con agua; vosotros seréis bautizados con el
Espíritu Santo, recordaba Pedro que había dicho el Señor.
Es decir, el bautismo del Espíritu Santo, su acción, rebasa
la de los sacramento. Por eso podemos estar atentos a los
signos de los tiempos, a la historia, a las realizaciones de
todos los hombres "de buena voluntad".

La segunda lectura precisará más todavía qué contenido


tiene ese temer a Dios y practicar la justicia: lo que salva
es el amor.

Porque todo el que ama ha nacido de Dios. No se dice que


el que ha nacido de Dios ama, sino que el que ama, si
ama, ha nacido de Dios. Porque no nos lo creemos es por
lo que ponemos dificultades ("pero si éste es de otra
ideología, si éste es de los otros..."). Es la misma
extrañeza que resonará en labios de ellos mismos el día
final: "¿Cuando te dimos de comer, de beber...? En verdad
os digo que cuantas veces lo hicisteis con estos hermanos
míos pequeños...".

A-H/SER-CR: Y la lectura volverá a insistir más. Sois mis


discípulos no cuando os afiliais a... y os apuntáis en... o
recibís tal sacramento, sino cuando cumplís mis
mandamientos. Y mi mandamiento es que os améis los
unos a los otros. Un discípulo avispado tendría que haber
interrumpido el discurso de la cena y haberle preguntado a
Jesús: "Pero, Señor, ¿y esos que aman sin que sepan que
lo mandas tú?" Hubiera sido la pregunta sobre las
relaciones del cristianismo y los" hombres piadosos y
temerosos de Dios". La respuesta de Jesús ya en el
discurso de la cena hubiera ahorrado a Pedro el episodio
de Cornelio. Las conclusiones son muchas. El cristiano no
puede anatematizar a los no cristianos. Hay muchos no
cristianos que "temen a Dios y practican la justicia".
Muchos de éstos pueden estar más cerca de Dios que yo.
El cristiano debe colaborar con todos esos no cristianos
que practican la justicia. El cristiano debe leer los signos
de los tiempos, la acción del Espíritu a través de ellos.

Entonces, ¿para qué la Iglesia? Para mucho. Es el


problema de la identidad cristiana. Todo esto no desplaza
a la Iglesia explícita, que sigue teniendo una misión y una
aportación inconfundible e irremplazable. Pero ya
desborda nuestro tema.

DABAR 1976/32

3.

-"Esto os mando: que os améis". Con estas precisas y


preciosas palabras termina el evangelio, que acabamos de
escuchar esta mañana. Con esas mismas palabras se
despidió Jesús de sus discípulos durante la última cena,
momentos antes de subir a la cruz para resucitar. La
solemnidad del momento en que nos dio Jesús su
mandamiento de amarnos, demuestra bien a las claras
que es su última voluntad, la misión que nos encomienda
con urgencia y con todas las prioridades. Por eso insiste
una y otra vez, como para que no pase inadvertido ni sea
relegado a segundo plano.

Para mayor abundamiento, el mismo evangelista, que nos


ha transmitido ese mandamiento de Jesús, hace suya la
orden del Maestro y nos insta a que nos amemos los unos
a los otros, ya que el amor es de Dios.
-"Que os améis unos a otros como yo os he amado". El
amor que Jesús nos encomienda no es una simple
corriente de simpatía. No se trata sólo ni precisamente de
mirar a todo el mundo con una sonrisa en la boca o
prodigando buenas palabras a diestro y siniestro. Tampoco
se trata de la caridad, con minúscula y caricaturesca, a
que frecuentemente reducimos el mandamiento de Jesús.
El evangelio no da pie para que evaluemos el amor en
donativos de caridad, en limosnas, en desprendimiento de
lo que nos sobra y vamos a tirar.

El amor que Jesús nos manda es simplemente el amor. Un


amor afectivo y de amistad, de compañerismo, fraternal.
Pero un amor también efectivo y operativo. Es el amor que
arraiga en el corazón y produce sentimientos de
aceptación, de respeto y estima, al tiempo que da frutos
de justicia, de solidaridad y de fraternidad entre todos los
hombres. Porque lo que Jesús nos propone es que nos
amemos los unos a los otros como él nos ha amado. ¿Que
cómo nos ha amado Jesús?

-"Nadie tiene mayor amor que el que da la vida". Ese es el


límite del amor cristiano, a él debemos tender y aspirar,
no podemos conformarnos con un amor menor, no
seríamos buenos seguidores de Jesús. Jesús ha puesto tan
alta la cota, para que no caigamos en lo que tantas veces
caemos, en las ridículas prácticas de tantas caridades
vergonzantes. Jesús pudo poner bien alta la mira, porque
él mismo estaba a punto de hacer lo que nos mandaba
hacer.

Al día siguiente de darnos el mandamiento del amor,


moría en la cruz víctima del amor a los hermanos. Así
quedaba patente el modo del amor de Dios, manifestado
en su Hijo. Así quedaba meridianamente claro el modo del
amor cristiano.

Y si el récord del amor cristiano está en dar la vida, parece


claro que no será mucho exigirnos el dar todo lo que vale
mucho menos que la vida, como es nuestro tiempo,
nuestro trabajo, nuestra dedicación, nuestras cosas,
nuestro dinero.
-"Si guardáis mi mandamiento, permaneceréis en mi
amor". Somos cristianos, amamos a Cristo, si y sólo si
amamos al prójimo como Dios nos ama en su Hijo
Jesucristo. Ahí podría estar, si la hay, la diferencia entre el
amor cristiano y todas las formas del altruismo, en ese
"como Dios nos ama". Esa medida, única capaz de
acreditar nuestra fe, ha sido frecuentemente rebajada por
los seguidores de Jesús. La historia de la Iglesia está
salpicada de luces y sombras en este sentido. Pero hay
luces suficientes para que pueda ser tenida como maestra.
Durante toda su larga historia ha estado siempre
pendiente de las necesidades y de los sufrimientos de los
hombres: los pobres, las viudas, los huérfanos, los
enfermos, los abandonados, los moribundos, los
perseguidos han sido acogidos en la iglesia. El calendario
de los santos es un inmenso listado de hermosas obras del
amor cristiano. Y ese listado aún no se ha cerrado. Muchas
de las miserias del hombre se van resolviendo en la
creciente acción social de los Estados. Pero ninguna
política social puede alcanzar todas las miserias de todos
los hombres ni podrá dar respuesta a todos los
sufrimientos humanos. Por eso queda siempre un espacio
abierto al amor de los creyentes y a la solidaridad de
todos.

-"Permaneced en mi amor". Permanecer en el amor a Dios


es permanecer en el mandamiento de Jesús, o sea, en el
amor al prójimo. Hoy precisamente la iglesia, haciéndose
eco del mandamiento de Jesús, nos insta a volcar nuestro
amor en nuevas situaciones de sufrimiento y de dolor de
los hombres, como es el caso de ciertos enfermos
abandonados, desasistidos y rechazados a causa de su
enfermedad. "Si las comunidades cristianas quieren ser
fieles a la persona y al mensaje de Jesús, han de atender
a los enfermos más desasistidos y necesitados con la
misma solicitud con que él lo hizo... Jesús no pasó de
largo ante los enfermos, el sector más desamparado y
despreciado en la sociedad de su tiempo. Se acercó a
ellos, se conmovió ante su situación, les dedicó una
atención preferente, buscó el contacto humano con ellos,
por encima, de las normas que lo prohibían, y les libró de
la soledad y abandono en que se encontraban,
reintegrándolos a la comunidad".

Así como Jesús amó a los hombres, a los enfermos y


necesitados, así es como debemos amar. Recordemos su
mandamiento.Practiquémoslo. DIA-ENFERMO ENFERMOS:

EUCARISTÍA 1988/23

4. A/SUCEDANEOS.

-Gran oferta de sucedáneos

Como el amor es una necesidad fundamental de todo ser


humano, y como no hay abundancia de amor genuino, han
surgido en nuestro mundo (¡cómo no!) una amplia gama
de sucedáneos del amor: amor de consumo, amor
profesional, amor por ordenador, píldoras del amor, amor
de eslogan, amor de usar y tirar, amor "pret-a-porter",
amor de equipo, amor de camaradas, amor a la
naturaleza, amor a los animales, amor al hobbie, amor
hinchable, amor telefónico...

El que quiera, puede dejarse engañar en un momento


dado, en una situación desesperada. Pero, a la hora de la
verdad, son perfectamente inútiles, no llenan, no
satisfacen... Y entonces empieza un nuevo camino:
pérdida del sentido de la vida, amargura, desesperación,
incapacidad para buscar un nuevo horizonte..., quizá la
droga, la delincuencia, el suicidio.

-Un amor "light"

Uno de los últimos sucedáneos es el amor "light"; para


hablar correctamente, el "amor suave" o "liviano, de poca
monta, vacío", que son otras traducciones también válidas
del término inglés.

Es increíble comprobar la cantidad de cosas "light" que


hay hoy día en nuestro mundo: casi todos los productos
comestibles tienen su versión de "poca monta" (lo último,
las hamburguesas "light").
Nadie ha comercializado (de momento) un amor "liviano",
pero es de uso frecuente: un amor que no cree problemas,
que no implique compromisos serios o duraderos, que
reporte beneficios o comodidades (a la hora de realizar
determinadas tareas domésticas, por ejemplo), que
posibilite buenas ganancias, que se pueda eliminar al
primer conflicto, a la primera dificultad. Un amor, en
definitiva, que exija poco y rinda lo más posible. Puede
que esta nueva modalidad de sucedáneo dure más que
otras, pero tampoco satisface las necesidades del hombre.
Y así, vuelve a surgir la oportunidad para buscar (y
encontrar) un amor verdadero.

-Un amor genuino

A/4-NOTAS: Erich ·Fromm-E, en su ya clásico libro "El arte


de amar", señala estas cuatro características del amor que
recordamos ahora una vez más:

-Cuidado del otro, preocupación activa por la vida y el


crecimiento del otro; la esencia del amor es trabajar por
alguien y hacerle crecer.

-Responsabilidad: no como un "cargar con el otro", sino


estar dispuesto a responder a las necesidades, expresadas
o no, del otro; la vida de las personas a las que se ama no
es sólo cosa suya, sino también propia.

-Respeto: que no es temor, ni reverencia sumisa, sino ver


a la otra persona tal y como es, no como yo quisiera que
fuese; eso sí, ayudándola a superar sus fallos y a
desarrollar sus cualidades.

-Conocimiento: para que exista ese respeto, tiene que


haber conocimiento: profundo, real, total; no por la
fuerza, sino por el diálogo.

No es fácil un amor así, pero la dificultad no nos debe


echar atrás; no es frecuente, pero la infrecuencia no nos
debe volver conformistas con la situación.

-El ideal de Jesús


Jesús, en esta misma línea, propone un ideal de amor,
exigente, pero no imposible: "amaos unos a otros como yo
os he amado"; ahí está la novedad, una novedad que no
nos pone en la pista de una clase de amor diferente,
sofisticado, sino en la pista del único amor que merece el
nombre de tal, que no es ni sucedáneo ni light, que es
cien por cien puro, auténtico.

El cristiano no tiene otra posibilidad de amor que el AMOR


de Jesús, no puede amar de otra manera que como ama y
amó Jesús.

Por otra parte, amar así es el único aval, la única garantía


que los discípulos tienen para saber que se encuentran
dentro de la línea marcada por Jesús, para saber que
realmente están trabajando por el Reino, para saber que
realmente viven, aunque pueda ser con deficiencias, como
discípulos del Señor.

-La última voluntad de Jesús

La última voluntad de Jesús, el único mandato que deja a


los suyos en la cena de despedida, es que se amen, y que
lo hagan así. No les pide otra cosa, no les da otra consigna
ni otra seña de identificación que ésa: amarse como El.

Amar así es asomarse al misterio de amor de Dios, ser


testigos de que Dios es misterio, pero misterio de amor,
misterio ante el que no hay que temer, sino confiar;
misterio, que no nos va a destruir, sino a revitalizar, a
resucitar.

Hoy, la última voluntad de Jesús está de plena actualidad;


hoy se necesitan más que nunca hombres y mujeres
dispuestos a pasar de sucedáneos y a cumplir con ese
mandato de amar como El nos amó.

Hoy, nuestro mundo está urgentemente necesitado de


más y más testigos veraces del amor, testigos que sean,
en última instancia, reflejo del amor de Dios, mensajeros y
reveladores de ese amor. A nosotros, a la Comunidad de
seguidores de Jesús, a la Iglesia, se nos ha encomendado
especialmente esta tarea. ¿Qué hemos hecho de nuestra
misión?

LUIS GRACIETA
DABAR 1991/26

5. MDT/LEY-O-EV

-El nuevo mandamiento, ¿ley o evangelio?

Lo que Jesús llama "mi mandamiento" no tiene el sentido


de lo legal que unívocamente se ha de cumplir. Es más
bien un contenido de vida y un objetivo al que se tiende y
al que siempre parece no estarse del todo orientado. Su
grandeza y, con ella, su lejanía será tanto más
experimentadas cuanto más esfuerzo se ponga en su
consecución. ¿Es que acaso sólo se da la alternativa de, o
bien medir la distancia para adecuar a ella nuestras
posibilidades, o bien tener que vivir siempre bajo el peso
de una opresora exigencia que nos crea un continuo e
infeliz malestar, arrebatándonos la libertad y el gozo del
Evangelio? El mandato nuevo no es una ley que sólo
exige, sino un testamento que se nos lega. Las palabras
"como yo a vosotros, así entre vosotros" contiene la gran
medida y también el precioso don: inmerecidamente
habéis sido amados. El "así entre vosotros" es respuesta a
un amor de iniciativa que pretende ser transmitido para
acoger a otros dentro de él. Que nosotros, pues, nos
encontremos en esta tensión entre "la gran medida" y
nuestra "pequeña realidad" no quiere decir que nos
hallemos bajo el peso de una exigencia que no podemos
cumplir o bajo la opresión continua de una mala
conciencia. Porque no se trata tanto de una exigencia
moral, cuanto de la realidad de un amor que ha sido el
primero en amar.

-Que os améis los unos a los otros como yo os he amado

Sólo cuando sabemos lo que significa "como yo a


vosotros..." es cuando podemos también atisbar
sobrecogidos y felices lo que quiere decir "sea así entre
vosotros". El origen del amor no está en que hayamos
amado a Dios, sino en que El nos ama y ha enviado a su
Hijo como víctima de reconciliación. Este amor no es
respuesta alguna a méritos, sino libre don de Dios que da
su primer paso. Su amor se revela en su Hijo que busca a
los extraviados, cura a los enfermos, hace mesa común
con pecadores y publicanos y se solidariza con ellos hasta
el rebajamiento de la cruz. "Como yo os amo, amaos entre
vosotros" quiere decir perdonar de nuevo, porque nosotros
mismos vivimos siempre en renovada paciencia y perdón;
quiere decir que no hay que preguntar lo que el otro
merece, sino lo que el otro necesita; quiere decir vencer
siempre la estrechez de corazón que se cierra ante
cualquier sombra de agravio, mientras que a mi mismo
me es regalada de continuo toda una vida de perdón.

J/A-H: El amor del Hijo -ésta es la gran medida- se da


siempre sin límites ni retención alguna. Cuando él dice que
"nadie tiene más amor que el que da la vida por sus
amigos", él mismo se está desbordando, porque no está
restringiendo su entrega al círculo de sus amigos, sino
expandiéndola más allá de cualesquiera fronteras hasta no
quedar nadie excluido.

Y su forma de amar es la soberanía en la libertad. Su


amor no depende del valor del otro, de la complacencia
que el otro le produce o de lo que el otro ha hecho o
dejado de hacer. El amor no está en dependencia de
respuesta o de éxito. El amor no es impositivo porque
respeta la libertad. Y no espera nada a cambio, porque no
pretende fuerza alguna para ganarse o retener al otro.

No es un amor sentimental; quiere sencillamente lo que


para el otro es bueno y recto. Por eso tiene libertad,
riqueza y amplitud hasta el punto de abarcar al enemigo.

-La gran medida y la pequeña realidad

Esta palabra que el Señor acuña con su sangre como "su


mandato" y como fundamento de su nueva alianza, y que
entrega como testamento a los Apóstoles en la hora
suprema y decisiva, es la palabra que verdaderamente
podemos escuchar y tomar profundamente en serio, sin
asustarnos ante ella. Esa alta y "gran medida" de amor no
tenemos por qué intentar de pronto hacerla totalmente
nuestra, en toda su dimensión. Pero de la altura y
grandeza de tal exigencia sí debemos proponemos el
mandato como un fin al que tender, algo de lo que somos
aprendices y ante lo que estamos situados como en un
examen último. Es muy importante, eso sí, que no
perdamos la orientación a tal fin y que no nos detengamos
en el recorrido. Las inevitables dificultades que aparecen
en cualquier ámbito de la vida en común son sólo
ejercicios de aprendizaje que han de ser resueltos, con el
ánimo de entrega que precisan.

Quizá nunca se presente el caso serio de tener que


entregar la vida por los hermanos o por un hermano, pero
lo que sí se da con seguridad en cada momento es que un
poco de mí y de mi vida sea preciso entregar por un
cualquiera. Y lo más importante -de acuerdo con la "gran
medida" de amor dentro de nuestra pequeña realidad- es
que ese cualquiera puede ser de todo tipo y condición
humana imaginables, pero acaso también inimaginables.

EUCARISTÍA 1985/22

6. A/MANDAMIENTO.

-ARTICULO PRIMERO: EL AMOR

La palabra "amor" está muy gastada. Pero a la vez


constatamos que un buen tanto por ciento de veces la
Palabra de Dios nos enfrenta a este aspecto de nuestra
vida: ¿amamos o no amamos? Y ahora, en Pascua, como
hoy en el evangelio y en la otra lectura de Juan, se nos
presenta el amor como la clave central de nuestra vida
pascual. Es "el mandamiento" por excelencia.

Podríamos decir que en la "Constitución" de nuestra fe


cristiana el primer artículo es claramente el amor: la
prueba de que somos cristianos, o de que hemos
entendido a Cristo Jesús en su nueva vida de Resucitado.

-LA "LÓGICA" DEL MANDAMIENTO


La homilía no se estructura normalmente como una
argumentación filosófica o de apologética. Pero hay que
reconocer que, tal como hoy nos propone el tema del
amor la Palabra de Dios, tiene su "lógica", y no estaría mal
que la resaltáramos, como la motivación básica de nuestra
ley cristiana de amor.

a) Ante todo, "Dios es amor": La iniciativa no es nuestra,


sino de El. El ha amado primero. Y lo ha demostrado en
toda su historia, sobre todo en su momento central,
enviándonos a Cristo su Hijo; también Cristo razona así, a
partir del amor que le ha tenido su Padre: "como el Padre
me ha amado...". La mejor prueba del amor que Dios
Padre nos tiene la tenemos precisamente en la Pascua que
estamos celebrando desde hace cinco semanas: ha
resucitado a Jesús y en él a todos nosotros,
comunicándonos su misma Vida. De Dios podemos hablar
resaltando su sabiduría, su poder, su santidad... Pero hoy
hemos escuchado una definición sorprendente: "Dios es
Amor". Y ahí está el punto de partida de todo lo que se
nos pide después.

b) Cristo Jesús es la realización perfecta del amor. "Como


el Padre me ha amado, así os he amado yo". En El hemos
visto el amor de Dios en acción. El es el que mejor ha
respondido al amor del Padre, con su propio amor de hijo.
Y también el que nos ha mostrado a nosotros este mismo
amor: "ya no os llamo siervos, os llamo amigos". Y lo
puede decir con pleno derecho, porque es el que mejor ha
hecho realidad esa palabra: "nadie tiene amor más grande
que el que da la vida por sus amigos". Cristo Pascual,
entregado a la muerte y resucitado a la vida, es el que
puede hablar de amor. En la misma escena en que dice
estas palabras -su cena de despedida- hará con ellos un
adelanto simbólico de su entrega: se ceñirá la toalla y les
lavará los pies... El amor del que sirve, del que se entrega
hasta el final, del que no se busca a sí mismo.

c)"Amaos unos a otros": A/PROJIMO:. Es el tercer


momento de este "silogismo", que parece en rigor que
rompe la lógica, porque se podría suponer que terminara
en otra dirección: si Dios os ama, si yo os he amado,
responded vosotros (a Dios y a mí) con vuestro amor. Y
sin embargo la conclusión es otra: "amaos unos a otros".
Es una lógica sorprendente, pero repetidamente
subrayada en el evangelio y en la segunda lectura. Sólo el
que ama "ha nacido de Dios"; sólo el que ama "conoce a
Dios"; sólo el que ama es "amigo: porque el mandamiento
de Cristo es "que os améis unos a otros", y "vosotros sois
mis amigos si hacéis lo que yo os mando"...

El que se siente amado por Dios, el que tiene conciencia


de "hijo" de "Dios y de "hermano" de Cristo, tiene un
programa de vida clarísimo: amar a su hermano. Un
programa que le ofrece los mejores ideales y a la vez la
más auténtica alegría ("os he hablado de esto para que mi
alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a
plenitud").

Una vez más, pues, la homilía debe ayudar a la comunidad


a que se deje interpelar por este "mandamiento" primero:
el amor. Para que logre superar las mil excusas que
solemos poner en la práctica para no amar, o para amar
con distinción de personas, o para amar cuando no cuesta
sacrifico... Presentar este programa de vida como la mejor
prueba de vida pascual, o el mejor testimonio de que
Cristo sigue viviendo entre nosotros...

-AMOR UNIVERSAL: CORNELIO

También deberíamos completar el mensaje bíblico con el


otro matiz que ha aparecido en la primera lectura: la
apertura de la comunidad de Jerusalén a la familia pagana
de Cornelio. También aquí aleccionados por el mismo
Espíritu, que es Espíritu universal, Dios no hace "acepción
de personas". Y la Iglesia -aunque le costó- aprendió la
actitud de apertura.

Hoy esto sigue costándonos, tanto a nivel comunitario


como personal. Aceptar diversas culturas, caracteres,
ideologías políticas, carismas, lenguajes. No cerrarse, no
medir la entrega del amor según la medida de las
simpatías o de los méritos...

También aquí funciona la misma lógica: Dios quiere a


todos, Cristo se ha entregado por todos: luego nosotros
debemos amar con corazón universal, como prueba de que
hemos "conocido" a Dios y de que somos "amigos" de
Cristo...

Y de ello nos hace tomar conciencia cada Eucaristía: con


esa paz que nos damos, con ese Pan que partimos, con
toda la actitud de la celebración, que nos provoca a una
opción de amor también para el resto de nuestra vida
cristiana.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1982/10

7.

-PRIMERA LECTURA: LA FE UNIVERSAL

La escena de la conversión de Cornelio: la Iglesia salta la


cerca de la comunidad judía y admite a los paganos. Costó
mucho que los cristianos judíos aceptasen que se podía
ser cristiano sin tener que convertirse previamente a la
religión y a las practicas judías. Es una larga historia de
fricciones, desconfianzas y pactos más o menos logrados
(cf. el pacto del concilio de Jerusalén: Hechos 15,28-29;
cf. también muchos momentos de la vida y las cartas de
Pablo).

Por eso la escena de hoy resulta emblemática: Pedro, el


máximo representante de la comunidad, se encuentra con
que el Espíritu decide antes de que él haya tomado
ninguna decisión, y le "obliga" a aceptar a un pagano
dentro de la comunidad. Pedro veía a Cornelio con buenos
ojos, pero el golpe definitivo lo da el Espíritu.

Esto tiene una aplicación bastante clara: ¿cuántas


"prácticas judías" consideramos nosotros "imprescindibles"
para ser cristiano, sin que lo sean realmente? Normas
morales, planteamientos políticos, cuestiones disciplinares,
o incluso normas de urbanidad. En un mundo tan
cambiante, sería necesaria mucha mayor flexibilidad, en
nosotros y en los organismos oficiales de la Iglesia, para
no cerrar el paso innecesariamente a gente que querría
creer...

Y otra aplicación: más fuerte que todo, está siempre la


fuerza del Espíritu del Resucitado, que actúa más allá de
todo esquema.

¡Demos gracias!

-SEGUNDA LECTURA: DIOS ES AMOR

El domingo pasado, en el evangelio, salía ya el tema del


mandamiento nuevo; hoy, la segunda lectura se centra en
este tema, con la gran afirmación: Dios es amor. Y la
segunda gran afirmación: todo el que ama ha nacido de
Dios.

En las pocas frases de esta lectura se encuentra una


síntesis teórico- práctica de lo que es la vida cristiana y,
más aún, de lo que es la vida, sin adjetivos.

Y la vida, y la historia, es eso: una fuerza de amor que es


la fuente y el fundamento de todo; una presencia palpable
de este amor, Jesucristo fiel hasta la muerte; y una
finalidad última de todo, un amor absoluto, Dios.

Y eso, que puede parecer muy abstracto, no lo es en


absoluto: hay alguien que ha derramado su sangre, y esto
no es nada abstracto, y hay una manera muy concreta de
entrar en este mundo de la plenitud gozosa del amor:
amando, simplemente amando. Una manera tan concreta
que llega a un criterio de unión con Dios realmente muy
secularizado: "todo el que ama ha nacido de Dios y conoce
a Dios".

-EVANGELIO: LA UNIÓN EN TORNO A JESÚS Y AL PADRE

La plegaria-meditación de Jesús puede ser también


nuestra-plegaria-meditación pascual. Una plegaria-
meditación que nos lleva a pensar y orar sobre nuestra
vida como comunidad de creyentes. Y a destacar algo que
resulta básico: el fundamento, el sentido, el punto de
referencia de la comunidad de los creyentes es la unión en
torno a Jesús y al Padre: -Una unión que transforma por
dentro, que "santifica" y "consagra".

-Una unión que hace vivir, dentro de la comunidad, una


unidad y un amor verdaderos, en el que cada persona es
valorada en cuanto persona, y no por su prestigio y poder,
sino precisamente al revés: el pobre y el que sufre tienen
más valor.

-Una unión que hace que uno no se trague todos los falsos
valores de este mundo, y se enfrente a ellos si es
necesario.

-Una unión que, sin embargo, no lleva a querer retirarse


del mundo, sino más bien a estar de lleno en él, pero sin
dejarse ganar por el mal.

-Una unión que implica misión, la misma misión que el


Padre ha confiado a JC.

-Una unión que, finalmente, tiene como objetivo que


tengamos "su alegría cumplida".

JOSÉ LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1988/10

8.

Las palabras de Cristo en el domingo anterior subrayaban


la exigencia de "dar fruto". La viña de Dios no puede ser
una viña decorativa, un elemento ornamental del paisaje,
bella para la vista, puesta allí como objeto de admiración.
Debe "dar mucho fruto".

La iglesia, viña de Dios, no posee en sí misma la propia


justificación. Su razón de ser son esos frutos que el
propietario espera de ella. Su justificación está en la
ventaja que el hombre saca de ella.

Hoy se precisa en qué consiste exactamente el "dar fruto".


En el lenguaje de Juan, "fruto" no significa genéricamente
"obras buenas". La palabra tiene aquí una significación
bien definida: son los frutos de amor, de caridad.

O sea, quien vive en Cristo debe producir frutos de


bondad, justicia, paz. El amor constituye la tarea
fundamental del cristiano.

Si el cristiano se revela incapaz de amar es un fracaso.

Si la Iglesia no aparece como un testigo creíble de caridad,


justicia, atención a los pobres, es una viña estéril.

La presencia en nosotros de las palabras de Cristo ("Si


permanecéis en mí y mis palabras permanecen en
vosotros...") se traduce en amor fraterno. "Dar fruto" es
precisamente esto.

La palabra de Dios, es como una semilla que, penetrando


en el corazón del hombre, está destinada a germinar,
crecer, y "dar fruto, el ciento por uno" (Mc/04/20). Frutos
de misericordia, perdón, generosidad, abnegación,
compresión, compromiso a favor de los hermanos,
capacidad de arriesgarse por los débiles, los oprimidos, los
marginados.

En el evangelio que se nos propone en este domingo -


también tomado del "discurso de despedida" de Jesús- hay
un martilleo inquietante de frases que precisan el deber
fundamental del cristiano.

"Como el Padre me ha amado, así os he amado yo:


permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos,
permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo he guardado
los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor"
(v. 9-10).

Cada una de las frases -como dice M. E. Boismard-


establece un paralelismo entre el Padre y Jesús por una
parte, entre Jesús y sus discípulos por otra. La primera
frase nombra, sucesivamente, al Padre, a Jesús y
finalmente a los discípulos. La segunda sigue un
movimiento inverso.
Tenemos, pues, como una parábola que parte del Padre y
vuelve al Padre.

El amor encuentra la propia fuente en el Padre, pasa del


Padre a Cristo, y de Cristo a los discípulos.

La condición para "permanecer en el amor" consiste en


observar los mandamientos de Jesús, como Jesús ha
observado los mandamientos del Padre. Los
mandamientos, después, se reducen a un mandamiento
único, el que encierra a todos y representa la síntesis y el
espíritu de la ley: el amor.

Consiguientemente los lazos que unen a los discípulos con


Jesús son análogos a los que unen a Jesús al Padre. Los
discípulos "guardan" los mandamientos de Jesús y son
amados por él, así como Jesús "guarda" los mandamientos
del Padre y es amado por él.

En el centro, Juan coloca el tema de la alegría: "Os he


hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y
vuestra alegría llegue a plenitud".

La alegría, pues, como fruto de la obediencia y del amor.

El discípulo se caracteriza por la alegría, no por otra cosa.

Su alegría no es una alegría cualquiera o una alegría


disminuida.

Es una alegría "plena", completa, la misma del Maestro,


que se adueña de su vida y que irradia de toda su
persona.

Pero no basta. Jesús se propone como modelo del deber


de amarse unos a otros: "...como yo os he amado".

Y él nos ha amado "hasta el extremo" (/Jn/13/01). Que


hay que entender no sólo en sentido de fidelidad temporal,
sino en términos de intensidad, radicalismo, incluso
exceso: hasta el extremo, hasta el máximo, hasta "dar la
vida" por los amigos.
Su amor ha sido un amor sin medida "loco". He hablado
de "martilleo inquietante" de estas frases.

En efecto, personalmente no me siento de ninguna


manera confortado, tranquilo. Mi posición, entre esas dos
realidades implacables -"como el Padre me ha amado" y
"como yo os he amado"- está muy lejos de ser cómoda.
Me siento como aplastado por estas exigencias que me
quitan el aliento.

Quisiera amar como yo quiero, cuando yo determino, y


cuando yo decido. Sin embargo esos dos "como" me
proyectan hacia una medida divina, lejanísima de mis
horizontes habituales, me desinstalan de mis programas
de equilibrio para imponerme un estilo de locura,
caracterizado por excesos increíbles.

Me hago ilusiones de que sé amar y de que no tengo


necesidad de aprender. Creo que el amor es algo natural,
y que funciona sin más.

Pero cuando soy alcanzado por esa provocación "como yo


os he amado", empiezo a sospechar que el amor es una
materia más bien difícil de aprender, una posibilidad que
aún he de explorar por completo. Y cuando caemos en la
escuela de tal Maestro, se llega a negarse a sí mismo, a
olvidarse, a perderse.

Cristo nos ha amado no quedándose en su sitio, sino


abajándose, "anonadándose", haciéndose siervo de todos.

Yo, por el contrario, prefiero que no me cueste demasiado


en materia de sacrificios, renuncias, despojo.

Quisiera amar quedándome en mi sitio, sin molestarme


excesivamente, sin privarme de aquello a lo que estoy
apegado. Me resulta extremadamente duro "salir" de mí
mismo, de mi egoísmo, de mis cálculos, de mi confort, de
mis programas, de mis intereses, para llegar hasta el otro,
caer en la cuenta de su presencia, entrar en su problema,
penetrar en su sufrimiento.
Quiero ser yo quien decida a quién debo amar, quien
establezca quién es digno y quién no merece mi interés.

Y Cristo me hace entender que no debo excluir a nadie, ni


a los antipáticos, ni siquiera a quien me ha hecho algún
mal.

El maestro insiste en machacar sobre el clavo fastidioso de


que no debo ser yo quien "elija" al prójimo. El prójimo se
presenta como quiere, en el momento menos oportuno, de
la manera menos elegante; con las pretensiones menos
discretas, muchas veces con una cara repugnante.

Bah, sí estoy dispuesto a dar algo, especialmente de los


superfluo, después de haber hecho bien las cuentas de
caja.

Y Cristo me explica que no hay amor verdadero si no se


llega a "darse", o sea, a darse a sí mismo más que las
cosas.

Y este darse, en ciertas circunstancias, puede significar


"dar la vida por los amigos". Entonces me viene la duda de
que soy un analfabeto en cuestión de amor, aunque tenga
la palabra a todas horas en los labios. Bien lejos de ese
"no tengo nada que aprender". Soy un principiante que he
llamado amor a lo que era un simple egoísmo barnizado
de buenos sentimientos.

La cruz de Cristo. La señal de los clavos. La traición.


Frente a tales "ilustraciones", mi amor se pone en crisis,
ya no me atrevo a pronunciar esa palabra.

"...Todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a


conocer". Menos mal, una frase que me tranquiliza,
después de esas precedentes que quemaban. Este Cristo
revelador de los secretos celestiales me gusta más que
ese Cristo que pretende que yo ame a mis semejantes
como él nos ha amado. En el fondo, Jesús viene de lo alto.
Su condición de Hijo hace que esté al corriente de los
secretos del Padre.
La idea de una religión "privilegiada" con Cristo, que me
admite en el ámbito restringido de los "iniciados", en la
élite de los elegidos para revelaciones sensacionales.
Señor, aquí estoy para escuchar tu Palabra. Estoy atento
para no dejar escapar ni siquiera una tilde de tus
confidencias.

Adelante, Señor, habla. Estoy dispuesto a acoger y a


custodiar todos los secretos que quieras desvelarme.

No me tengas más en suspenso. Estamos entre amigos, lo


has dicho tú. "Ya no os llamo siervos, porque el siervo no
sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos,
porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a
conocer".

Espero con ansia este todo. Todo lo que has captado de


labios del Padre.

"...Esto os mando: que os améis unos a otros". Ahí está


todo el secreto. Todos los secretos reducidos a éste. Todas
las cosas son una única cosa. Del Padre ha oído todo esto.
Nada más. He entendido, Señor. Tu tarea de Maestro
termina al revelarme, al enseñarme una sola cosa. La
única cosa que no sé. La única cosa que no hago. Sin
embargo, la única cosa por la que vale la pena
comenzar...

ALESSANDRO PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO B
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1987.Pág. 99

9. ES/CV APOSTOLADO/EVON/ES

A través del episodio del centurión Cornelio y de Pedro, el


Espíritu Santo me enseña cuáles son las disposiciones
interiores del verdadero discípulo si quiere ser testigo y
sólo testigo de Dios. No testigo de sí mismo sino sólo
testigo de Dios. ¿De dónde viene, en efecto, la conversión
del centurión Cornelio? ¿De dónde viene que acepte la
revelación de Jesucristo? El texto nos lo revela
claramente: el Espíritu Santo estaba ya en acción en ese
hombre "temeroso de Dios". Ya sea sueño, visión, moción
interior, meditación orante, el mismo Espíritu Santo había
hallado el medio adecuado para hacer franquear a la
Iglesia del Cristo una etapa determinante. Porque todo
acto apostólico, y por consiguiente provocado por el
Espíritu Santo, no hace nunca más que encontrar la acción
del mismo Espíritu Santo en nuestro interlocutor. No es
Pedro quien convierte, por grande que sea el valor de su
testimonio y por alta que sea su autoridad, es el Espíritu
Santo. Del mismo modo, no es mi testimonio, tan modesto
y tan limitado, el que convertirá el corazón de quien tengo
ante mí; el Espíritu Santo se encargará de eso. Nosotros
mismos, cristianos, nada tenemos que enseñar a los
hombres: todo lo más, hemos de aceptar ayudarles a
reconocer la verdad de lo que el propio Dios ha inscrito en
el fondo de su corazón. Yo mismo tengo que aprender a
reconocerme humildemente como la respuesta que Dios
inspira al que está frente a mí. En su amor, el Espíritu
Santo se encarga de la libertad del otro -y en
consecuencia la respeta- infinitamente mejor de lo que yo
sabría hacer. Si fuese yo quien tuviera que convertir, no
sabría lograr la adhesión sin coaccionar un poco. Por el
contrario nada hay que temer del Dios Amor que creó al
hombre libre para hacerle participar libremente en su
propia libertad divina.

El único que convierte es, pues, el Espíritu Santo y debo


extraer de ello las consecuencias. En primer lugar, una
gran paz. No indiferencia, pues tengo que ser flexible en
las manos del Espíritu de amor. Tengo que obedecer, en
mi propia libertad, las mociones que procedan de él. Pero
en paz. Si la conversión procediera de mí, me provocaría
una gran agitación: unas veces sobrestimándome, estaría
afectado de una fútil vanagloria; otras veces
subestimándome, me inquietaría mi incapacidad para dar
dignamente testimonio e invocaría la mediocridad de mi
propia vida, la debilidad de mis conocimientos, la dificultad
de comunicarme o la falta de tiempo. Pero si el Espíritu
Santo convierte, no importan mis límites, mis debilidades
o mi pecado. A él solo corresponde la gloria y yo no soy
más que el instrumento -que él ha querido indispensable-
para su servicio. ¿No he tenido múltiples veces esa
experiencia? ¿En cuántas ocasiones, en los años pasados,
no he advertido con sorpresa que una palabra que yo
había pronunciado, tal acto que había realizado -muy a
menudo sin darme cuenta- se había trocado en llamada o
signo para uno de mis hermanos? Por ti, Espíritu de Dios,
esa palabra, ese acto, habían cobrado una significación
personal para alguien y permanecerían insignificantes para
los demás.

ALAIN GRZYBOWSKI
BAJO EL SIGNO DE LA ALIANZA
NARCEA/MADRID 1988.Pág. 150ss

10. GLORIA-DEI/QUE-ES:

Lo que Dios quiere de los hombres no es que le demos


gloria (además, ¿qué es lo que nosotros podemos darle a
Dios? ¿Qué es lo que Dios puede necesitar de nosotros?).
Lo que Dios quiere es que seamos felices y que nuestra
alegría llegue al colmo .

A MAYOR GLORIA DE DIOS

Dar gloria a Dios es la razón de nuestra existencia. Esto


nos han dicho durante mucho tiempo. Y es verdad. Lo que
pasa es que lo que se nos decía que era dar gloria a Dios
(organizar ceremonias muy solemnes, aumentar cada vez
más el número de afiliados a las organizaciones religiosas,
a las cofradías..., dar mucho prestigio a las instituciones
eclesiásticas...) todo eso no es seguro que coincida con la
gloria que Dios quiere que se le dé y se le reconozca.

En el evangelio de Juan, la gloria de Dios no es ni más ni


menos que el amor de Dios que se ve y se reconoce, el
amor leal que se puede experimentar y contemplar en
Jesús de Nazaret. Ya desde el principio del evangelio
queda claro en qué consiste esta gloria de Dios: "Así que
la palabra se hizo hombre, acampó entre nosotros y
hemos contemplado su gloria -la gloria que un hijo único
recibe de su padre-: plenitud de amor y lealtad" (Jn 1,
14). Y cuando está para consumarse su entrega, al final
del largo discurso con el que Jesús se despide de sus
discípulos después de la última cena, Jesús hace una
oración dirigida al Padre que empieza con estas palabras:
"Padre, ha llegado la hora: manifiesta la gloria de tu Hijo
para que el Hijo manifieste la tuya... Yo he manifestado tu
gloria en la tierra dando remate a la obra que me
encargaste realizar" (Jn 17, 1.4). Esta es la gloria de Dios;
ésta es la gloria que Dios quiere que se le reconozca: su
amor sin límite manifestado en el amor sin límite de Jesús
de Nazaret, el Hijo de Dios que entrega su vida por amor a
los hombres, para que los hombres aprendan a hacerse
hijos de Dios entregando su vida por amor a los hombres.

"MANTENEOS EN MI AMOR"

Igual que el Padre me demostró su amor, os he


demostrado yo el mío. Manteneos en ese amor mío. Si
cumplís mis mandamientos, os mantendréis en mi amor,
como yo vengo cumpliendo los mandamientos de mi Padre
y me mantengo en su amor".

La frase inmediatamente anterior al evangelio de este


domingo es ésta: "En esto se ha manifestado la gloria de
mi Padre, en que hayáis comenzado a producir mucho
fruto por haberos hecho discípulos míos" (Jn 15, 8). Esta
es la gloria que Dios quiere que le demos: que nos
quedemos siempre dentro del ámbito de su amor y que
actuemos en consecuencia; que demos fruto, como
decíamos el domingo pasado, practicando el amor fraterno
y agrandando cada vez más el espacio donde se practica
el amor.

Por eso el evangelista repite dos veces más el


mandamiento nuevo, el que sustituye a todos los demás
mandamientos: "Este es el mandamiento mío: que os
améis unos a otros como yo os he amado". Este es el fruto
que Dios quiere. Esa es la gloria que Dios quiere recibir de
nosotros.

Si realmente queremos darle gloria a Dios, como Dios


quiere que se la demos, no tenemos otro camino que éste:
amar a nuestros hermanos con el amor que, a través de
Jesús, recibimos del Padre.
Es importante destacar que, al formular este
mandamiento, Jesús se olvida de Dios. No nos exige que
amemos a Dios, sino que nos dejemos querer por él, que
permitamos que su amor fluya a través de nosotros y se
comunique a nuestros hermanos; de esta manera, brilla,
se manifiesta y puede ser contemplado la gloria de Dios.

EL COLMO DE ALEGRÍA

"Os dejo dicho esto para que llevéis dentro mi propia


alegría y así vuestra alegría llegue a su colmo. Este es el
mandamiento mío: que os améis unos a otros igual que yo
os he amado".

Pero lo que Dios quiere no es la gloria para sí; el


mandamiento de Jesús no está orientado a mayor gloria
de Dios. Lo que Dios quiere no es mostrar a los hombres
que es infinitamente bueno; esto es algo que se producirá
de una manera indirecta. Lo que Dios quiere, lo que Dios
busca, lo que Dios pretende -porque él es infinitamente
bueno-, es el bien del hombre, la felicidad del hombre:
"Os dejo dicho esto para que llevéis dentro mi propia
alegría y así vuestra alegría llegue a su colmo". El sabe
que sólo el amor puede dar a los hombres la felicidad y,
primero, nos muestra su amor en el amor de Jesús, para
después decirnos que sólo en la medida en que seamos
capaces de amar al estilo de Jesús, la felicidad podrá ir
adueñándose de este mundo en el que hemos dejado que
eche raíces tanto odio, tanto egoísmo, tanta violencia,
tanto sufrimiento, tanta muerte y, por eso, tanta tristeza.

Si le hacemos caso, por supuesto que en el mundo


resplandecerá la gloria de Dio. Pero ese resplandor no será
otra cosa que la alegría de los hombres, la profunda
felicidad que se encuentra en la gozosa experiencia del
amor compartido.

RAFAEL J. GARCIA AVILES


LLAMADOS A SER LIBRES. CICLO B
EDIC. EL ALMENDRO/MADRID 1990.Pág. 96ss.
11.

-Dar la vida por los propios amigos

El tema de este domingo es el amor. Permanecer en el


amor de Cristo, amarse los unos a los otros y dar la vida
por los propios amigos son las expresiones más notables
de la lectura evangélica de este domingo. Revela todo el
proceso de la salvación, el del amor: "Como el Padre me
ha amado, así os he amado yo... Este es mi
mandamiento: que os améis unos a otros": pro- ceso del
amor, proceso de la salvación.

Toda la lectura evangélica de este día está bajo el signo


del amor. "Como el Padre me ha amado, así os he amado
yo". Ahora se trata de "permanecer en el amor". Este
amor nos ha sido comunicado y sabemos en qué consiste:
"En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos
amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su
Hijo, como propiciación por nuestros pecados". Es deseo
imperioso de Cristo que los discípulos y nosotros mismos
permanezcamos en su amor. Jesús nos indica lo que esto
quiere decir concretamente: Cristo guardó fielmente los
mandamientos de su Padre y permanece en su amor. Otro
tanto sucederá con nosotros, si guardamos con fidelidad
los mandamientos de Cristo. Es preciso subrayar cómo
Juan nunca deja lugar a lo que podría ser una
metamorfosis abstracta del amor; rápidamente lo coloca
en su contexto concreto y realista.

Para hablar Jesús de nuestra unión con él, se sirve de los


mismos términos que emplea para describir sus relaciones
con su Padre. Si se trata de una analogía. ésta indica
vigorosamente la intimidad de nuestras posibles relaciones
con Dios. El amor entre las Personas divinas, Padre e Hijo,
se les comunica a los hombres. Cristo señala la calidad de
este amor: "Nadie tiene amor más grande que el que da la
vida por sus amigos". Y Jesús identifica entonces a sus
amigos: son sus discípulos. La alusión a la Pasión es
manifiesta. Pero el don de la vida por parte del amigo sólo
tiene sentido si se guardan sus mandamientos, pues sólo a
este precio se es amigo. Cualidad de la amistad es no
ocultar nada, sino comunicarlo todo. Y eso es lo que hace
Jesús: todo lo que ha oído al Padre lo da a conocer.
Estamos, pues, en intimidad con las Personas divinas, por
eso ya no somos siervos sino amigos. La calidad de esta
amistad proviene del hecho de haber sido elegidos por
Cristo. Se trata, efectivamente, no de una posible amistad
entre seres humanos, sino de unas relaciones de amistad
entre Dios y el hombre pecador. Dios es, por lo tanto,
quien tiene toda la iniciativa en el llamamiento a la
amistad. Había dicho Jesús en otra parte: "Nadie puede
venir a mí si no lo trae el Padre que me ha enviado" (Jn 6,
44). Esta amistad, respuesta a la elección hecha por Dios,
no es posible si no nos amamos unos a otros. Cristo
vuelve a insistir en ello.

Consecuencia de este amor es "ir y dar fruto". Podría


discutirse sobre la manera de entender el texto: "Ir",
como traduce el misal español, y "dar fruto", son dos
expresiones separadas, lo cual legitima estar atentos a
ambas expresiones. La primera indicaría una misión, y la
segunda el resultado de esa misión y de ese amor: dar
fruto. La Biblia de Jerusalén da una traducción semejante
a la anterior: "...que vayáis y deis fruto". Otros prefieren
unir las dos expresiones: id a dar fruto. De todos modos
se presenta al amor como observancia de los
mandamientos indispensables para dar fruto. Estamos
siempre en la imagen de la vid, cuyos sarmientos sólo dan
fruto a condición de permanecer unidos a la vid.

Otra consecuencia de este amor de unión con el Padre y


con el Hijo en el Espíritu es que podemos pedirle todo al
Padre en nombre de Cristo, y se nos concederá.

Al final de este pasaje del evangelio, vuelve a florecer de


nuevo en labios de Cristo su insistente recomendación:
"Esto os mando: que os améis unos a otros".

-Dios nos amó y nos envió a su Hijo

La segunda lectura repite el tema del amor, tan querido


para san Juan. Amarse unos a otros, ya que el amor viene
de Dios. El amor que nos hace hijos de Dios y capaces de
"conocerle" son expresiones típicas de san Juan: el amor,
el conocimiento, la cualidad de hijo adoptivo. Pero el amor
de Dios no se queda nunca en lo abstracto; se ha
manifestado por el envío del Hijo para darnos la vida. Esa
es la señal del amor: Dios tomó la iniciativa de enviarnos a
su Hijo, como propiciación por nuestros pecados.

Decir que Dios es amor podría quedar reducido a una


proposición abstracta, pues el amor no existe si no se
manifiesta. Ahora bien, el amor se manifestó en Jesús. La
encarnación del Verbo es la manifestación más
esplendorosa que puede darse del amor de Dios hacia
nosotros. No obstante, este mismo envío del Hijo podría
ser entendido, en absoluto, como un gran gesto de amor,
pero como un gesto aislado. Pero no cabe entender así el
envío del Hijo por ir unido a toda la historia de la
salvación. Por lo tanto, al enviar Dios a su Hijo unigénito,
no realiza un gesto que podría ser una mera actitud
pasajera y aislada, a pesar de su grandeza y su
generosidad; sino que toda la historia de la salvación
prepara y completa el envío del Hijo. Hay que subrayar
también la gratuidad de este amor. Dios que tomó la
iniciativa amó el primero; él eligió. Se comprende, pues,
por qué el texto griego de la Escritura ha preferido, entre
otras expresiones similares para expresar el amor de Dios
hacia nosotros, la de agapé y no la de eros, amor de
deseo que ha de satisfacerse, amor pasional, como
tampoco la de filia que significa la amistad recíproca de
igual a igual. El agapé de Dios expresaba excelentemente
la divina benevolencia y su iniciativa. La preocupación de
Juan por la joven Iglesia es la de la caridad que debe
reinar entre sus miembros para que se manifieste el agapé
de Dios mismo, centrado en el envío del Hijo. Si la
expansión de la Iglesia está condicionada por la revelación
del amor de Dios hecha a los hombres, esta revelación se
realiza mediante la señal del amor fraterno: nos es dado
revelar el amor de Dios y el envío del Hijo, como se nos da
transmitir el "conocimiento" de Dios; pero sólo podemos
hacerlo a través de una comunidad que sea señal del
agapé de Dios, es decir, que viva en la unidad de la
caridad.

-El espíritu dado sin acepción de personas


Este amor que se manifiesta por el envío del Hijo y el don
del Espíritu quiere abarcar a todos los hombres:
universalidad de la salvación y del amor del Padre. Así
reconoce Pedro que el Espíritu sopla donde quiere (Jn 3,
8). Es ése un momento importante para la Iglesia; hubiera
podido quedar cautiva de una nación o de una raza. Aquí
el Espíritu se manifiesta incluso a los gentiles. Adorar a
Dios y practicar la justicia es suficiente para determinar el
don del Espíritu y provocar la fe.

El salmo responsorial canta con entusiasmo esta


maravilla:

"el Señor revela a las naciones su justicia" es el estribillo


elegido para el salmo 97:

El Señor da a conocer su victoria,


revela a las naciones su justicia...
Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.

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