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VOCABULARIO BÁSICO

DE ORIENTACIÓN Y TERAPIA
FAMILIAR
1.Discapacidades físicas y sensoriales. Alberto Espina/ Asunción Ortego

2.Vocabulario básico de orientación y terapia familiar. José A.Ríos (coord.)

3.Familia, evaluación e intervención. Silvia López / Valentín Escudero

4.La transmisión de modelos familiares. Adriana Wagner (coord.)

5.La adopción: situación y desafíos de futuro. Jesús García Alba (coord.)

6.Los ciclos vitales de la familia y la pareja. José A.Ríos

7.Psicoterapia de parejas. Pedro Jaen / Miguel Garrido

8.Terapia familiar breve. José L.Rodríguez-Arias / María Venero

9.La pareja: modelos de relación y estilos de terapia. José A.Ríos

10.Un modelo de intervención sistémica en la escuela. Ma del Pilar Berzosa

11.Instrumentos de evaluación familiar manual. Equipo EIF

12.Intervención psicoeducativa con familias. Félix Loizaga (coord.)

13.La relación familia-escuela. Silvia López

14.Manual de evaluación familiar y de pareja. Alberto Espina

José Antonio Ríos (coordinador)


(Prólogo de Alberto Espina Eizaguirre)
A Pilar y Marcos
que siempre me enseñan y apoyan
con su afecto y paciencia
Equipo de colaboradores
María Abad Álamo

Psicopedagoga. Terapeuta de Familia por «Stirpe». Perita por el Tribunal de


la Rota. Realiza su tesis doctoral sobre la familia. Colaboradora del Centro de
Psicología y Sofrología en el área de atención a familias y parejas (Pozuelo
de Alarcón. Madrid).

Isabel Ausucúa

Psicóloga. Terapeuta de Familia por «Stirpe». Del equipo psicológico de la


Fundación de Educación Especial «Gil Gayare» de Madrid.

María Dolores Baratas

Psicóloga y Terapeuta de Familia. Directora del CIFAT (Centro de


Investigación, Formación y Atención Terapéutica) de Madrid. Del equipo
docente de la Escuela de Formación en Terapia Familiar de «Stirpe»
(Madrid) y del Consejo Editorial de «Cuadernos de Terapia Familiar».

Sonia Beltrán

Psicopedagoga. Experta en Intervenciones Sistémicas por «Stirpe». Profesora


ayudante de la Facultad de Educación de la UNED. Realiza su tesis doctoral
sobre un tema de Orientación Educativa.

Virginia Cagigal San Gregorio

Psicóloga. Terapeuta de Familia. Profesora de la Universidad Pontificia de


Comillas. Directora del Centro de Atención a la Familia del Centro de
Formación P.Piquer (Madrid). Del equipo docente de la Escuela de
Formación en Terapia Familiar de «Stirpe» (Madrid) y miembro del Consejo
Editorial de «Cuadernos de Terapia Familiar».

Javier Cejalvo Blanco

Psicólogo y Experto en Intervenciones Sistémicas por «Stirpe».

Alberto Espina Eizaguirre

Psiquiatra y Terapeuta de Familia. Profesor Titular de Universidad.


Coordinador de la Unidad de Salud Mental Infanto-juvenil del Servicio
Andaluz de Salud de Torremolinos (Málaga) y Presidente de la Asociación
Española para la Investigación y Desarrollo de la Terapia Familiar. Del
equipo docente de la Escuela de Formación en Terapia Familiar de «Stirpe»
(Madrid) y del Consejo Asesor de «Cuadernos de Terapia Familiar».

Alfonso Fábregat

Orientador Familiar por la Universidad Pontificia de Salamanca y Experto en


Intervenciones Sistémicas por «Stirpe».

Teresina Féres Carneiro

Psicóloga. Profesora de Universidad en Río de Janeiro (Brasil).

Mar Gamella

Psicóloga. Experta en Intervenciones Sistémicas por «Stirpe». Colaboradora


y coordinadora de Investigaciones en el mismo Centro.

Miguel Garrido Fernández

Psicólogo. Profesor Titular de la Universidad de Sevilla. Director del Máster


de Terapia Relacional. Vicepresidente primero de la Asociación Española
para la Investigación y Desarrollo de la Terapia Familiar. Del equipo docente
de la Escuela de Formación en Terapia Familiar de «Stirpe» (Madrid) y del
Consejo asesor de «Cuadernos de Terapia Familiar».

Mireya Gómez Aparicio

Psicóloga. Experta en Intervenciones Sistémicas por «Stirpe». Del equipo


psicológico de la Fundación de Educación Especial «Gil Gayare» de Madrid.

Laura Gómez Rivas

Psicóloga. Experta en Intervenciones Sistémicas por «Stirpe». Colaboradora


del Centro Médico «Roltes» (Villaverde Alto. Madrid).

Elena López Santiago

Psicóloga. Experta en Intervenciones Sistémicas por «Stirpe». Colaboradora


y Coordinadora de actividades formativas de la Escuela de Formación en
Terapia Familiar de «Stirpe» (Madrid).

Asunción Ortego

Psicóloga y Terapeuta de Familia. Secretaria de la Asociación Española para


la Investigación y Desarrollo de la Terapia Familiar. Psicóloga de la Unidad
de Salud Mental Infanto-juvenil del Servicio Andaluz de Salud de
Torremolinos (Málaga.

Clarisse Pereira Mosmann

Psicóloga. Terapeuta de Familia por «Stirpe». Profesora de Universidad en


Porto Alegre (Brasil).

Francisco Petricone

Psicólogo y Terapeuta de Familia por «Stirpe». Director de CAIPES Centro


de Investigación Psicológico, Educativa (Madrid). Actualmente realiza su
tesis doctoral sobre un tema sistémico en la educación. Del equipo docente de
la Escuela de Formación en Terapia Familiar de «Stirpe» (Madrid) y
miembro del Consejo Asesor de «Cuadernos de Terapia Familiar».

Antonio Ríos Sarrió

Médico y Terapeuta de Familia por «Stirpe». Director del Centro FAYPA


(Familia y Pareja) de Alicante. Del equipo docente de la Escuela de
Formación en Terapia Familiar de «Stirpe» (Madrid) y miembro del Consejo
Asesor de «Cuadernos de Terapia Familiar».

Ángeles Soria

Psicóloga. Terapeuta de Familia por «Stirpe». Coordinadora del Servicio de


Orientación Familiar entre el Máster de la Facultad de Psicología de la
Universidad de Sevilla y los Centros de Servicios Sociales de Alcalá de
Guadaira y de Fremap. Del equipo docente de la Escuela de Formación en
Terapia Familiar de «Stirpe». Del Consejo Editorial de «Cuadernos de
Terapia Familiar».

Ana Uribarri Linares

Psicopedagoga. Orientadora Familiar por la Universidad Pontificia de


Salamanca y experta en Intervenciones Sistémicas por «Stirpe». Trabaja
como experta en familia y parejas en un gabinete privado en Burriana
(Castellón).

Zayda Villar

Psicóloga y Terapeuta Familiar en «Stirpe» (Madrid). Miembro del equipo


clínico y docente de la Escuela de Formación en Terapia Familiar de
«Stirpe». Del Consejo Editorial de «Cuadernos de Terapia Familiar».
Codirectora del Máster «Personalidad, Desarrollo Humano y Contexto
Familiar» del Instituto Virtual de Ciencias Humanas.
Prólogo
Los diccionarios profesionales sirven para definir el campo de investigación
y clarificar los conocimientos desgranados en los diferentes términos. Por
ello son una ayuda inestimable en cualquier disciplina. En la orientación y
terapia familiar hallamos un conjunto de profesionales de la salud, ciencias
sociales y educación que ayudan desde diferentes posiciones a las familias en
las dificultades que afrontan en la sociedad de hoy día.

El ya clásico Vocabulario de terapia familiar de Simon, Stierlin y Wynne


va a cumplir 20 años. En estas dos últimas décadas han sido importantes las
aportaciones realizadas en el campo de la terapia familiar y grandes los
cambios sociales que han obligado a fijar la atención de clínicos e
investigadores en nuevas áreas de la vida familiar, así como en nuevas formas
de funcionamiento y organización familiar.

Por ello, la aparición de un nuevo diccionario de orientación y terapia


familiar está no sólo justificada, sino que supone una actualización necesaria
en un campo tan dinámico y en continua evolución como es el de las terapias
familiares. La descripción de nuevas técnicas de intervención, conceptos,
teorías, focos de atención sociales y clínicos, y la oportunidad de repensar
antiguos conceptos a la luz de nuevas pers pectivas, hacen que un buen
diccionario de terapia familiar suponga una aportación imprescindible para
los que trabajamos con familias.

Es de agradecer que este grupo de profesionales liderados por José


Antonio Ríos haya asumido la ardua tarea de elaboración de este Vocabulario
básico de orientación y terapia familiar. No es casual que sea precisamente
José Antonio Ríos, pionero de la Orientación y Terapia Familiar en nuestro
país, el artífice de que este proyecto haya sido felizmente llevado a término.
Su amplio bagaje docente, clínico e investigador habrá sido, sin lugar a
dudas, la brújula que le ha guiado a la hora de elegir los conceptos a describir
(nunca pueden, ni deben, estar todos) y hacerlo de una forma concisa, sin
caer en farragosas descripciones que pueden enturbiar más que clarificar el
campo. Este vocabulario básico supone, en fin, una actualización necesaria y
de gran utilidad para los cada vez más numerosos estudiosos de la familia.

Alberto Espina
Presentación
Los años dedicados a la formación de Terapeutas Familiares desde la
creación en nuestro Centro «Stirpe» (1965) de un Programa formativo (1980)
que posteriormente se ha transformado en la «Escuela de Formación en
Terapia Familiar» avalada por la FEATF, han ido poniendo de relieve la
necesidad de contar con instrumentos adecuados para hacer llegar a los
alumnos el conjunto de teorías básicas que permitan orientar su trabajo al
tiempo que les familiariza con los conceptos básicos para ver el verdadero
fundamento de cuanto se hace en la práctica clínica y se amplía en el campo
de la investigación.

A ello se unen nuestros años de docencia universitaria como profesor de


la asignatura de «Orientación Familiar» impartida desde su implantación
como optativa en el Plan de estudios de la Facultad de Psicología de la
Universidad Complutense hasta mi jubilación en septiembre de 2001. La idea
prevalente durante esos años ha sido la de proporcionar a todos los alumnos
de una y otra institución lo que ahora aparece como un volumen que ofrece al
estudioso la facilidad de encontrar de manera rápida y clara los elementos
básicos para armar su estructura doctrinal desde el punto de vista del enfoque
sistémico en el trabajo con familias y parejas. Ese ha sido en definitiva, el
objetivo de nuestro quehacer terapéuti co y el deseo preferente en la búsqueda
de metas que introduzcan reestructuraciones y cambios enriquecedores en los
sistemas familiares afectados por disfunciones o conflictos.

Creemos que con ello ponemos en manos de terapeutas, orientadores,


asesores familiares, mediadores, psicólogos clínicos y de la educación, así
como de los trabajadores de las ciencias sociales que trabajan «a pie de obra»,
un bagaje doctrinal que les permitirá encontrar de modo fácil el respaldo que
da fundamento y raíz a su quehacer terapéutico. Quienes me han acogido en
Universidades e instituciones profesionales de Brasil, República Dominicana,
Bolivia y Perú y me han impulsado a trabajar con los procedentes de más de
15 países hispanoamericanos durante los años de mi codirección del Máster
de Orientación y Asesoramiento Familiar de la Universidad de Santiago de
Compostela junto al profesor Dosil, representan para mí el empuje de esos
países llenos de posibilidades y ansiosos de progreso.

No hemos querido abusar de las referencias bibliográficas que puedan


servir para ampliar los conceptos que se han seleccionado. Sin duda que
faltarán muchos, pero hemos tenido que optar por una selección. Los autores
citados en cada uno de los términos, aparecen en la bibliografía final. La
formación personal del especialista siempre es un trabajo arduo que no puede
resolverse con dar todo masticado y totalmente elaborado. Lo mismo
resultará para los más exigentes con respecto a la inclusión o no de nombres
que forman parte de la historia de la Orientación y la Terapia Familiar tanto
en España como a nivel internacional. Hoy día son muchísimos los dedicados
a este campo cada vez más demandado. Que nadie vea exclusión voluntaria
de nadie, sino simple tarea de seleccionar lo que nos parece más significativo.
Afortunadamente cualquier lector de habla hispana cuenta con colecciones y
series editadas por prestigiosas editoriales donde encontrará nuevos nombres
y numerosos títulos de obras importantes. Cualquier sugerencia posterior que
nos llegue la incorporaremos a nuevas ediciones, si la acogida lo hiciese
necesario.

El equipo encargado de la redacción de los distintos términos está


integrado en su mayor parte por profesionales jóvenes que se dedican al
campo que hemos elegido. Los responsables de cada término aparecen al pie
de ellos y de cada uno se da una breve referencia en el lugar oportuno. La
mayoría se han formado en nuestra Escuela y aunque en algún caso no
«agotan el tema», cosa que sería estúpida para lo que se ha ideado como un
vocabulario básico de manejo ágil y rápido que abra nuevos caminos al más
inquieto, lo hemos hecho así porque hemos preferido ganar en frescura y
fluidez aunque pueda sentirse algo herida la «solidez» que no siempre es
sinónimo de claridad didáctica y lectura atrayente.

A todos mi agradecimiento. A la Asociación Española para la


Investigación y Desarrollo de la Terapia Familiar que ha promovido durante
mi presidencia el nacimiento de esta Colección y ahora me encomienda la
dirección de la misma; a la Editorial CCS bajo cuyos auspicios se lanza para
llegar a España e Hispanoamérica; a los colaboradores que han hecho un
esfuerzo de síntesis ante lo pedido, y a Elena López Santiago, psicóloga y
terapeuta de familia que me acompaña en tareas de investigación y une a su
afecto y buen hacer el agradable talante de hacer todo sin impaciencias y con
meticulosidad.

Y a cuantos alumnos me han gratificado con sus exigencias para no


dormirme y sus demandas para no adocenarme.

José Antonio Ríos González

(Para manejar con utilidad este vocabulario, aconsejamos que cada vez que se
encuentre un asterisco (*) al lado de un término, se entienda que éste está
desarrollado en su correspondiente lugar alfabético.)
ABUELOS EN TERAPIA FAMILIAR

El planteamiento de la terapia familiar ha insistido siempre en la necesidad de


estudiar tres generaciones para poder adelantar hipótesis de cuanto sucede en
la dinámica de la familia. Cuando vemos a un «paciente designado» (*) nos
interesa saber qué está sucediendo en su vida y en sus interacciones. Pero
todo esto resultaría insuficiente si dejásemos a un lado el conocimiento de
cuanto tiene y ha tenido lugar en la generación de sus padres y en la de sus
abuelos. Este enfoque es el que ha facilitado dar forma al «modelo
trigeneracional» (*) estudiado por muchos autores y que en este volumen lo
condensamos al presentar el postulado por Canevaro.

En nuestra experiencia clínica hemos tenido ocasiones de poder trabajar


con las tres generaciones, no sólo sobre el papel con la construcción del
«genograma» (*), sino trabajando directamente sobre el sistema total
constituido por el paciente, los padres, hermanos y algún abuelo.

Creemos que actualmente se utiliza muy poco la incorporación de los


abuelos a las sesiones de terapia familiar, con lo que prescindimos de unos
agentes importantes para explicarnos lo que está sucediendo en el momento
en que vemos a la familia. Una prueba evidente de tal importancia se pone de
relieve cuando en la formación de terapeutas (y en el seno del análisis de la
Familia de Origen del Terapeuta [FOT] (*) la evocación de las relaciones con
los abuelos se muestra como eje fundamental de la constitución de la
personalidad. En un momento histórico en que los abuelos tienden a ser
«marginados» bajo máscaras más o menos culturizadas (residencia para
ancianos, hogares para la tercera edad, internados sofisticados llenos de
cuidados materiales, sanitarios y de otra índole) hay que recuperar a los
abuelos para el trabajo con la familia. Si en las culturas antiguas y primarias
el abuelo era el «senior» que con su experiencia y dotes de sabiduría ofrecía a
la comunidad criterios útiles para su funcionamiento y ejercicio de funciones
esenciales, en las actuales no se aprovecha este enorme caudal humano. Tal
vez sea necesario citar aquí la aportación que en este sentido hace Julián
Marías (1980) cuando habla del valor que supone que «alguien» en la familia
(él habla de los padres y yo lo amplío hasta el ámbito de los abuelos) sirva de
nexo con otras generaciones a través de esa «función narrativa» que consiste
en «contar cosas» que nos hacen tomar conciencia de dónde venimos y
quiénes son nuestros auténticos antepasados y raíces. Lo que se adquiere
como resultado de ese quehacer que se deposita en manos de los mayores es
lo que Marías denomina «espesor histórico»: algo que da solidez a la vida y
las experiencias, algo que presta fundamentación robusta a cuanto vendrá
después.

Lo que ha supuesto para todos la presencia de un abuelo o abuela cercano,


tierno, transmisor de experiencias, aunque haya sido mediante esa tarea tantas
veces criticada y menospreciada por ver sólo lo negativo que denominamos
«contar batallitas», es algo a recuperar. Si es verdad que los abuelos
contribuyen con alguna frecuencia a «corromper» a los nietos por un exceso
de indulgencia y la toma de una actitud excesivamente permisiva frente a los
modelos educativos que desean llevar a cabo los padres, hay que dar cabida a
su presencia porque del modo de admitirles y equilibrar sus funciones, va a
depender el futuro de una labor coordinada entre padres y abuelos.

En el momento actual se está dando un fenómeno que los orientadores y


terapeutas familiares han de tener en cuenta y es lo que llamaría «la segunda
paternidad de los abuelos». Se trata del papel que juegan los abuelos en las
familias de alguno de los hijos cuando, por razones de trabajo y tiempo fuera
de casa de éstos, tienen que hacerse cargo de la tutela y educación diaria de
los nietos. Metafóricamente podemos de cir que se trata de una situación en
la que lo que constituye el plano general de «cómo hay que educar»
pretenden trazarlo los padres porque manifiestan lo que desean los hijos y
desean conservar el poder en esta área de la vida de familia, pero el plano
concreto de la mayor parte de las horas del día está en manos de los abuelos
que son los que los tienen en su casa o se hacen cargo de ellos en el quehacer
ordinario. Los padres trazan las supuestas líneas maestras de lo que hay que
hacer, pero las líneas concretas de lo que se hace quedan totalmente en manos
de los abuelos. Al final, y en no pocos casos, lo que se lleva a la realidad es lo
que hacen los abuelos como figuras sustitutivas de los padres. El sentido de
lo metafórico se encierra en lo que puede ilustrar lo que acontece en el plano
general de la educación que se suministra en un país: quien traza las
directrices de lo que hay que conseguir es el ministro de educación; lo que se
logra es lo que hace cada profesor en el interior recoleto de su aula. Es ahí, en
lo microsistémico, donde triunfan o fracasan los planes de estudio y no en el
plano de lo macrosistémico que se traza desde las altas instancias educativas
de un país (J.A.Ríos).

ACCIDENTES EVOLUTIVOS

Son situaciones o hechos transitorios que «sirven de puente de entrada para


que el terapeuta intervenga en orden a reestructurar lo que está amenazado»
(Ríos, 1994a). Obedecen a leyes puramente evolutivas que son inevitables en
la vida de la persona, dado que la evolución acarrea desajustes que hay que
afrontar como normales por constituir pasos gracias a los que se hace posible
el crecimiento de la persona o los grupos.

La mayoría de las consultas están cargadas de «quejas» a través de las que


los padres o los cónyuges nos describen simples acontecimientos que
debieran esperarse porque sin ellos no hay maduración posible. La carga de
«negativismo» que le dan, constituye ya un foco sobre el que habrá que
intervenir redefiniendo (*) como puramente evolutivo lo que están viendo y
percibiendo como «anormal» o «patológico». En estas ocasiones se acude al
experto como a quien tiene que ha cer una «limpieza» general en muchos
aspectos de la vida familiar o conyugal. Convierten al especialista en un
«manguero» que simplemente usa la manga para arrojar agua y arrasar con la
suciedad acumulada (J.A.Ríos).

ACONTECIMIENTOS VITALES ESTRESANTES

Identificamos como tales aquellas encrucijadas vitales que afectan con mayor
o menor intensidad al desarrollo de la familia o sus miembros, reclamando un
nuevo modo de funcionar y el establecimiento de nuevas pautas o normas
para su superación. Se han descrito como «Aves» (Acontecimientos Vitales
Estresantes [*]) que, efectivamente, producen un verdadero estrés en la
familia y sus miembros.

Es tal el «destrozo» que producen en algunas ocasiones, que no hay más


remedio que utilizar estrategias de solución inmediata de los conflictos
desencadenados, aunque lo que interesa resaltar es que, de manera especial,
lo que sucede cuando se pide la ayuda del experto es intervenir para «apagar
el fuego» o para «limpiar la suciedad», en vez de solicitar de él un trabajo
más cuidadoso: el cultivo de los elementos que constituyen la estructura, las
funciones o el adecuado desarrollo del sistema afectado. Aquí se convierte al
especialista en «jardinero» que tiene que hacer un trabajo más complejo y
minucioso (J.A.Ríos).

ADOLESCENCIA Y AGRESIVIDAD

Podemos enfocar el análisis de la agresividad del adolescente teniendo en


cuenta lo que sigue.

Confusión de identidad y frustración

Conocidos los mecanismos de la construcción de la personalidad del


adolescente, podemos hablar del sentido sintomático de la «agresividad»
como patrón de conducta que utiliza la fuerza con intención de causar daño a
personas o bienes.

Es un patrón de conducta: repetitivo y persistente, un síntoma de algo que


sucede en niveles profundos, una respuesta defensiva ante «algo» que
amenaza y una adaptación inadecuada a situaciones frustrantes.

Frustración entendida como estado de ánimo producido por un problema


insoluble, privación de un deseo, fracaso en expectativas, pérdida de un
estímulo, aparición de un obstáculo, ya sea por factores externos al sujeto o
por factores derivados de las expectativas del sujeto ante sí mismo.

Ante la frustración, el sujeto reacciona violentamente ante el factor


causante de la misma que puede ser lo exterior o su mismo yo interno,
canalizando la dirección de la agresividad en una triple dirección: hacia el
exterior, ocasionando la conducta extrapunitiva, hacia sí mismo mediante la
conducta intrapunitiva o hacia el vacío al no dejarse afectar por el factor
frustrante, lo que origina la conducta impunitiva.

Relacionando los tres elementos - familia, frustración y agresividad -


podemos encontrarnos con familias que «hacen enfermar» (*) y a las que hay
que ayudar a afrontar las frustraciones inevitables, las evitables, y aprender a
poner en marcha el control de lo agresivo para evitarse a sí mismas dolor,
humillación y castigo.

En todas las familias hay tensiones inevitables, necesidad de límites,


jerarquización necesaria, modelos de autoridad, modelos de disciplina y
estilos educativos derivados de las familias de origen (*) de los padres,
poniendo todo ello al servicio de la consecución de lo que facilite conseguir
controlar «la anarquía de las tendencias» canalizando los impulsos
instintivos.

Todo eso lleva una carga inevitable de frustración de la que es con-causa


la familia.

Si la familia influye en la frustración y en su consecuente agresividad, el


manejo de la agresividad ha de tener en cuenta las potencialidades ocultas y
patentes de la familia.

Elementos a poner en juego para «manejar» terapéuticamente la agresividad

1.Descubrir las causas familiares de la frustración que desencadena la


agresividad.

2.Buscar soluciones mediante el conocimiento de «quién es» el que


adopta conductas agresivas.

3.Ver qué ha hecho la familia para llegar a esa situación de frustración, en


especial los relacionados con los posibles productores de miedo y
sentimiento de amenazas, los excesos de cólera y las carencias de
ternura.

4.Juego que se da en la familia entre «violencia» y «ternura» con


desajustes y desequilibrios.

5.Revisar los modelos de autoridad y disciplina para conseguir la


verdadera «auctoritas» y la sana disciplina que educa la elección del
bien.

6.Construir en la interacción familiar desde el nacimiento de los hijos la


«urdimbre afectiva» (*) de Rof Carballo que sirva de dique para la
descarga del componente agresivo.

7.Replantear el papel del padre en la «urdimbre» y educación de la


agresividad (función ordenadora, función vinculadora con el pasado [el
«espesor histórico» de Julián Marías], firmeza del padre para controlar
y canalizar hasta producir seguridad interior en el sujeto, confianza
para respaldar decisiones...).

8.Potenciar el papel de la madre en la «urdimbre» y educación de la


agresividad (función amparadora y tutelar, proporcionar confianza
básica que se transmite a través de ternura para querer, expresividad
para «saber dar», «saber recibir» y saber comunicarse profundamente).

Consecuencias de una inadecuada urdimbre afectiva derivada de la familia

Como puede deducirse de lo expuesto al hablar de la «urdimbre afectiva y


terapia familiar» (*), podemos concluir en lo relativo al tema que se trata
aquí:

1.Sin «confianza básica» (madre) el mundo se percibe como caótico,


confuso, laberíntico y amenazante.

2.Sin «seguridad interior» (padre) no hay posibilidad de estructurar un


código de referencia respecto a lo que debe hacerse y lo que no.

3.Sin padre y madre que integren firmeza y ternura, el sujeto buscará «en
el horizonte» lo que no tiene en casa (buscar) y lo que desea abandonar
(huir).

4.Sin «función ordenadora» no hay armonía interior que canalice las


fuerzas que pueden desviarse.

5.Sin «función integradora» todo queda anárquico, disperso, sometido al


impulso de cada momento.

6.Presencia física y emocional de las figuras parentales que facilite la


adquisición de «modelos a seguir» (identificaciones) y «modelo a
construir» (identidad) (J. A. Ríos).

ADOLESCENCIA Y TERAPIA FAMILIAR


Tema amplísimo para intentar resumir aquí. Y tema central en la mayoría de
las consultas necesitadas de Terapia Familiar ya que los adolescentes
acaparan el mayor número de éstas según algunos datos (Ríos, 1994b).

La adolescencia es una etapa de tránsito o «tierra de nadie» en la que se


dan cita las ambivalencias de ideales y metas. «Ya no es niño; aún no es
adulto» con un variado «despertar múltiple» que hay que abordar sin
suficientes rituales de tránsito, lo que sitúa al adolescente en una postura
caracterizada por estar ante su propia realidad «sin armas ni armaduras». Ese
es el «drama del adolescente»: se le trata como a un niño (y ya no lo es) y se
le exige como a un adulto (y aún no lo es).

Durante toda esa etapa evolutiva hay mucha confusión ante lo intelectual,
lo social, lo afectivo, lo ético y moral, lo vocacional y lo familiar, destacando
la «confusión de identidad» por la persistencia de los restos no integrados de
¡den tificaciones infantiles en el momento en que ha de definir con claridad la
propia identidad como resultado de la lucha entre un «yo diferenciado» y un
«yo identificado» que necesita ser superado (Ríos, 1994a).

La adolescencia, en efecto, es una etapa de obligatorio esfuerzo para


forjar la personalidad que cristaliza gracias a la identidad (*). En etapas
posteriores de la vida se realizará el esfuerzo de otro modo. Tal vez sirvan de
pauta los versos de san Juan de la Cruz cuando envía un mensaje al amado:
«Pastores, los que fuéredes/allá por las majadas del otero/si por ventura
viéredes/a aquel que yo más quiero/decidle que adolezco, peno y muero»

El terapeuta de familia ha de ayudar al adolescente a superar estas etapas


tras formularse y dar respuesta a tres preguntas claves para salir airoso de esta
encrucijada: ¿quién soy?, ¿qué quiero? y ¿de qué soy capaz?

Como objetivos fundamentales, y a la luz de cuanto enseña la psicología


evolutiva (Ríos, 1994c), parece oportuno destacar los siguientes: consolidar
la identidad personal (*), fomentar la autonomía, respetar la individuación,
respaldar la independencia, permitir la expresividad afectiva y equilibrar la
libertad.

Motivos frecuentes de consulta se presentan cuando la familia y el hijo


necesitan ayuda en:

-las dificultades de relación intrafamiliar;

-los trastornos de conducta;

-los trastornos de socialización;

-los trastornos escolares;

-los trastornos de alimentación y ante el tema de la adquisición,


aceptación y desarrollo del esquema corporal;

-las dificultades de adquisición de la identidad sexual.

Con los padres de los adolescentes en terapia:

-Haciendo que respondan, separadamente y después conjuntamente, a las


mismas preguntas que formulamos al hijo:

•Quién es este hijo o esta hija para mí.

•Qué creo que quiere y necesita profundamente.

•De qué creo que es capaz.

Teniendo tales metas muy presentes, 1) el terapeuta ha de adoptar


actitudes y estrategias que pueden integrarse en torno a saber esperar el
momento oportuno para intervenir eficazmente con el adolescente, dado que
en la mayoría de los casos es resistente y algo negativo a cualquier intento de
terapia que lo viva como amenaza a su independencia. 2) Para ello es
necesario redefinir la situación que le trae a la terapia como una situación
transitoria en la que hay que actuar más sobre los padres que sobre el propio
adolescente. 3) Hay que transmitirle que su «drama» no es más que una parte
de sí mismo que depende en gran parte de los otros. 4) El terapeuta, además,
tendrá que respetar la intimidad del adolescente, enfrentándolo consigo
mismo y con la propia realidad más que con los demás. Otras actitudes deben
tener presente la 5) necesidad de respetar su libertad, 6) potenciar la relación
padres-hijo, 7) eliminar mitos (*) y 8) no olvidar que lo evolutivo es siempre
transitorio, necesita una comprensión elevadora y requiere una aceptación
razonable desde la despsicopatologización y despsiquiatrización de muchos
comportamientos que son simplemente reactivos.

Pueden verse algunas características que predicen posibles trastornos de


su personalidad en Lomos, 1999 y 2003. (J. A.Ríos).

AGRESIVIDAD Y FAMILIA

En la terapia familiar hay necesidad de abordar el tema de la agresividad,


bien sea como motivo central de la consulta, bien sea como elemento
colateral que acompaña otros conflictos que aparecen en la conducta de niños
(*) o adolescentes (*).

El tema puede plantearse en torno a la pregunta ¿cómo manejar la


agresividad del adolescente en la familia?, cuestión que necesita ser
encuadrada en un contexto más amplio que permita dar sentido a cuanto hay
que comprender y, desde tal comprensión, plantear la intervención más
idónea.

Para ello creemos necesario relacionar tres términos de cuya confluencia


pueden derivarse las aplicaciones prácticas adecuadas para el trabajo del
terapeuta. Estos términos son: agresividad, adolescencia y familia:

-Agresividad entendida como patrón de conducta que utiliza la fuerza con


intención de causar daño a personas o bienes.

-Adolescencia vista como etapa evolutiva que sigue a la infancia y


precede a la adultez, comprendiendo las edades cronológicas que van
de los 12 a los 18 años saproximadamente, aunque como muy bien se
sabe, estas delimitaciones tienen que aceptarse como fronteras
flexibles y no rígidas.

-Familia (*), entendiendo por tal, aparte de la descripción dada en otro


lugar como unidad social formada por un grupo de individuos ligados
entre sí por vínculos de matrimonio, parentesco o adopción. La familia
brinda afecto y seguridad emocional mediante relaciones estables y
profundas.

La agresividad, como forma de conducta, se deriva de un estado afectivo


en el que intervienen, a su vez, otros más básicos que, integrados dentro de
una interacción, muestran una faceta específica a la conducta total. Estos
estados afectivos básicos son: miedo, cólera y ternura.

Cada uno de ellos, a su vez, se manifiesta de diferente modo en cada etapa


evolutiva:

MIEDO: En la infancia: a lo físico que amenaza; en la adolescencia, a lo


emocional que lo pone en ridículo; en la edad adulta: a lo que amenaza la
estabilidad y seguridad personal; y en la vejez: a lo que queda por vivir.

CÓLERA: En la infancia, ante la impotencia; en la adolescencia: ante lo


no dominado; en la edad adulta, ante lo imprevisto; y en la vejez, ante lo no
controlado.

TERNURA: En la infancia, ante los estímulos afectivos; en la


adolescencia, ante las emociones y sentimientos; en la edad adulta, ante la
aceptación afectiva y la pasión, y en la vejez; ante las pruebas de afecto.
La agresividad como resultado de la interacción de estados afectivos
básicos:

A)Como estado afectivo

-Con su componente emocional o estado afectivo intenso de corta


duración.

-Con su componente sentimental o estado afectivo no intenso y de


larga duración.

-Con su componente pulsional o estado afectivo intenso y de larga


duración.

B)Como respuesta a los estados afectivos básicos

-La respuesta al componente de miedo es emocional (intenso y corto)


(algo me «amenaza»).

-La respuesta al componente de cólera es sentimental (puede ser no


intenso y largo) (debo «defenderme» de algo).

-La respuesta al componente de ternura es pulsional (no intenso, pero


de larga duración) (puedo «defenderme» recibiendo y dando).

En estas situaciones aparecen tres elementos importantes:

-Amenaza ante el «miedo»: veo todo como obstáculo que me cierra el


avance y el progreso, poniendo al yo en peligro.

-Defensa ante la cólera: veo que debo poner en juego algo que me ayude a
controlar la amenaza, para lo cual el «yo» tiene que levantar murallas.

-Apertura hacia algo a través de la ternura: lo que puedo poner en juego


para no encerrarme, para abrir caminos de solución: el «yo» debe abrir
compuertas para no quedar encerrado y paralizado.

(J.A.Ríos)

AGUJEROS NEGROS DEL TERAPEUTA

La vida personal de cualquier terapeuta presenta siempre aspectos que no han


sido superados de una manera total y de finitiva. Su solución corresponde a lo
que el modelo psicoanalítico tiene afrontado en gran parte mediante el
establecimiento riguroso del «análisis didáctico» en el que el analista
profundiza en su vida para sentirse libre, en cuanto es posible, de las ataduras
conscientes e inconscientes de las vivencias de su pasado.

En Terapia Familiar nos hemos encontrado con que los terapeutas de las
primeras generaciones precedíamos en mayor o menor intensidad del modelo
psicoanalítico y esta tarea, aunque fuese parcialmente, estaba abordada con
resultados positivos. Las nuevas generaciones de terapeutas de familia han
sido «víctimas» de una idea bastante arraigada en amplios sectores de la
psicología y de la cual se ha concluido que no es necesario que el psicólogo
necesite algún tipo de terapia personal. Las primeras nuevas generaciones de
terapeutas familiares no escaparon a esta trampa hasta que la regulación de la
formación sistematizada de los mismos nos llevó a adoptar una forma
adecuada para cuanto puede resultar beneficioso para la maduración del
terapeuta. Es lo que denominamos FOT (Familia de Origen del Terapeuta [*])
que permite hacer un análisis que, aunque no sea exhaustivo, es lo
suficientemente amplio para que el futuro terapeuta tome conciencia del
fondo de sus experiencias y vivencias familiares. De este modo se adiestra en
el manejo de sus propios «conflictos» o «nudos relevantes» que son clave
para mejor comprenderse y conducirse.

En el modelo de FOT (*) que practicamos en nuestra Escuela de


Formación, un capítulo importante es el denominado «Agujeros Negros del
Terapeuta», aspecto que facilita descubrir aquellas áreas en las que la
incidencia de experiencias no integradas pudieran convertirse en un obstáculo
o estorbo para la libertad interior del terapeuta cuando trabaja con familias y
siente la resonancia de éstas en la conexión que se establece con la propia
(J.A.Ríos).

AJUSTE DIÁDICO EN LA PAREJA

(Cuestionario DAS, Spanier)

El ajuste diádico hace referencia a la medida en la que una pareja está


compenetrada en diferente áreas. El instrumento más utilizado para evaluarlo
es la Dyadic Adjustment Scale (DAS) de Spanier (1976, 1989). El DAS ha
sido reconocido como un instrumento válido para medir la calidad del ajuste
marital y otras díadas. Es una escala autoaplicada de 32 ítems y mide la
cantidad y la calidad de cualquier tipo de relación de pareja (ajuste marital) a
través de cuatro aspectos de las relaciones:

-CONSENSO (CO): Se refiere al grado de acuerdo entre los miembros de


la pareja en cuanto a las actividades domésticas, ocio, dinero, religión,
amistades...

-SATISFACCIÓN (SA): Mide la cantidad de tensión en la relación, como


la consideración del desenlace de la relación. Se refiere al grado de
satisfacción de cada miembro en la pareja. A mayor puntuación, menos
tensión o mayor satisfacción.

-EXPRESIÓN DE AFECTO (EA): Sería la satisfacción individual


respecto a la expresión de afecto y sexuales en la relación. Recoge
tanto aspectos sexuales como expresiones afectivas.

-COHESIÓN (CH): Se basa en la frecuencia con la que realizan


actividades en común.
La escala se acompaña de una hoja de corrección, en la que se reparten
los ítems en función de las subescalas que componen. Cada ítem corresponde
únicamente a una subescala, obteniendo una puntuación de cada subescala
sumando sus ítems. La puntuación total de la escala se calcula sumando las
puntuaciones de las cuatro subescalas (entre 0 y 151). Spanier propone la
transformación de las puntuaciones directas, tanto la total como la de cada
subescala, en puntuaciones T, en las que la media sería 50 y una desviación
típica de 10. El autor comenta que puntuaciones inferiores a 45, indicarían un
ligero empobrecimiento del ajuste marital (correspondería a una puntuación
directa de 105). Otra forma diferente de interpretar los resultados del DAS, es
la propuesta por autores como Burger y Jacobson (1979) que proponen
identificar las puntuaciones inferiores a 100 como indicadoras de un pobre
ajuste marital.

Crane et al. (1990) proponen la puntuación directa de 107 como un


indicador de estrés para los individuos casados; puntuaciones inferiores a esta
indicarían una peor calidad del ajuste marital para cada miembro. También se
puede evaluar la calidad del ajuste de la pareja, siguiendo el criterio de
promediar las puntuaciones individuales para determinar una puntuación de
la pareja (Crane et al., 2000).

Según diferentes autores (Spanier, 1976; Spanier y Thomson, 1982; Antill


y Cotton, 1982) los índices de fiabilidad están demostrados y son buenos. La
fidelidad de la escala total calculada a través del coeficiente alfa de Cronbach
es de 0,96, en consenso (á = 0,90), en satisfacción (á = 0,94), en Cohesión (á
= 0,86) y en expresión de afecto (á = 0,73). (Otros en la escala total
0.91,0.90). (A.Espina y A.Ortego).

ALIANZA EN EL SISTEMA

Como en todo grupo humano, en la familia se dan alianzas inevitables que se


derivan del tipo de interacción y afectividad que liga a unos miembros con
otros. Lo característico de toda alianza es que los miembros implicados en
ella se apoyan y respaldan mutuamente sin más exigencias. En las alianzas se
encuentra una gratificación que permite el crecimiento y desarrollo de las
personas, por lo que no sólo hay que respetarlas, sino que en muchos casos
debe ser fomentada por el terapeuta a fin de encontrar en esta dinámica
grupal un punto de apoyo para introducir cambios y reestructuraciones en la
interacción. Un ejemplo particularmente útil en nuestra experiencia clínica es
el de provocar la aparición de alianzas entre hermanos, haciendo que el
miembro «paciente» encuentre en alguno de sus hermanos el apoyo necesario
para su crecimiento armónico personal. En el «sistema terapéutico» -
generado de la interacción de familias y terapeutas- puede estimularse para
crear un vínculo que permita movilizar capacidades latentes que de otro
modo no aparecerían a lo largo del proceso terapéutico (J.A.Ríos).

AMIGOS EN TERAPIA FAMILIAR

Si la terapia familiar tiene como finalidad reestructurar las relaciones


amenazadas de la familia o la pareja en sus múltiples alternativas, y si, por
otra parte y como ha demostrado la terapia de redes, es necesario incorporar
al trabajo terapéutico a todos los agentes que rodean al que denominamos
«paciente designado» (*) (padres, hermanos, abuelos, familiares cercanos
significativos, profesores, educadores de cualquier otra institución no
escolar...), la vida del niño y del adolescente se mueve en un contexto social
en el que la amistad juega un papel preponderante. Muchas horas del día se
pasan con los amigos, infinidad de experiencias se comparten con ellos,
momentos de alegría o de tristeza se convierten en materia de
confidencialidad en la que brilla de modo especial el apoyo y la ayuda que
ofrecen éstos al sujeto que sabe aprovecharlo. De todo ello se deduce que es
imposible entender muchos comportamientos de un sujeto sin verlos a la luz
de lo que acontece en el mundo socio-amistoso del individuo. En nuestra
sociedad actual la presión del grupo ejerce un influjo mucho mayor que en
otras épocas. Y la realidad social nos muestra con excesiva frecuencia la
existencia de grupos patológicos que configuran no sólo la conducta, sino que
modelan rasgos de personalidad que no pueden eludirse. Las «tribus
sociales», la existencia de «infraestructuras en el mundo adolescente», los
compromisos que van adquiriéndose y la necesidad de mantener nexos de
identidad con amigos a los que se debe fidelidad y lealtad, son factores que el
terapeuta ha de tener presente.

Para aprovechar cuanto pueda desprenderse de lo anterior, creemos


necesario empezar a plantearse la posibilidad de incluir, aunque a sea a modo
de intervenciones esporádicas que no han de convertirse en sesiones
obligatorias y continuadas dentro del proceso de terapia familiar que se está
llevando a cabo, algunas sesiones en las que estén los amigos del paciente
cuando se trata de niños y adolescentes. Los amigos, por otra parte, poseen
información privilegiada que puede ser muy útil al terapeuta, al tiempo que
pueden convertirse en factores de apoyo para la superación de muchos
problemas. Creemos que este nuevo instrumento en el contexto de la terapia
familiar abrirá nuevas perspectivas (J.A.Ríos).

ASESORAMIENTO FAMILIAR

El asesoramiento familiar es una modalidad del trabajo con las familias que
ha ido adquiriendo distintos modelos y formas de aplicación.
Terminológicamente suelen identificarse con él el Consejo Familiar y
cualquier otra modalidad de seguimiento a través del que se ofrece a la
familia medios y recursos para iluminar la búsqueda de soluciones a sus
conflictos o incertidumbres. Para nosotros constituye una parcela de la
Orientación Familiar dado que ésta es más amplia tanto en sus objetivos
como en los contenidos y manejo de técnicas e instrumentos tendentes al
fortalecimiento del sistema familiar. El Asesor Familiar es una figura
necesaria en el equipo de orientación y su tarea fundamental puede centrarse
en la oferta de medios con los que ir dando respuestas válidas y eficaces a las
distintas encrucijadas que vive la familia en su camino de crecimiento y
desarrollo (J.A.Ríos).

ASOCIACIONES DE PSICOTERAPIA FAMILIAR

Aparte de las Asociaciones Autonómicas de Terapia Familiar integradas en la


FEATF (*) y de cuyas características puede encontrarse información
detallada en la propia Asociación o en la Federación que las cobija, y por no
formar parte de ésta ya que los Estatutos no admiten más que una Asociación
por Comunidad Autónoma, queremos indicar la existencia de las siguientes:

La ASOCIACIÓN ESPAÑOLA PARA LA INVESTIGACIÓN Y


DESARROLLO DE LA TERAPIA FAMILIAR, con sede en Madrid, fue
fundada en 1997 y sus presidentes han sido J. A. Ríos González (1997-2002)
y A.Espina Eizaguirre (2002-...). La Asociación está integrada en la
Federación Española de Asociaciones de Psicoterapeutas (FEAP).

La ASOCIACIÓN VASCA DE PSICOTERAPIAS DINÁMICA Y


SISTÉMICA (AVAPSI), con sede en San Sebastián. Es una asociación de
profesionales fundada en 1993 presidida por Alberto Espina y agrupa a
psicoterapeutas de orientación dinámica y sistémica. La Asociación está
integrada en la Federación Española de Asociaciones de Psicoterapeutas
(FEAP).

ATRIBUCIONES EN LA FAMILIA

Las atribuciones se derivan de la investidura que se hace a cada miembro en


función de tareas que se le asignan o papeles que se le encomiendan.

Muy vinculadas a los roles familiares (*), tienen un origen oscuro difícil
de descubrir en su totalidad. A través de ellas se decide que un miembro va a
jugar tal papel y la presión es tal que no es posible escaparse de ese rol. En
todas las familias hay quien queda «adornado» con la atribución de ser el
listo, el guapo, el simpático, el habilidoso, el mediador, el que mantiene
relaciones interesantes con el mundo externo. Los papeles de bueno,
acomplejado, equilibrado o conflictivo se reparten sin que nadie sepa muy
bien dónde se originó tal atribución. Lo cierto es que se asimila de tal modo
que desmontar estos mecanismos no es una tarea fácil.

Tras las respuestas a preguntas como «en mi familia yo soy...» y «esto me


obliga a...» se oculta la realidad desnuda derivada de todo lo anterior y que se
traduce en «esto me hace sentir...».

Muchas atribuciones van vinculadas a mitos (*) que ocasionan el


nacimiento de un verdadero sistema de papeles mutuamente acordados, pero
deformados, y que los miembros de la familia adoptan como postura
defensiva ante algo que no se pone en tela de juicio dentro del mismo
sistema. Las atribuciones, como los mitos, no se discuten y actúan como
tabúes intocables cuyo desafío se hace muy arduo. La experien cia clínica nos
muestra que algunas de estas atribuciones se convierten en un verdadero
emblema familiar de cuya pertenencia todos se sienten orgullosos, rehusando,
por el bien de la unidad familiar, cualquier intento de cambio, quedando
sometidos a las consecuencias de su despótica presencia.

Las atribuciones suponen una aportación fundamentalmente centrada en


la incorporación de nuevos modos de relación cuando sobre alguno o algunos
de los miembros se proyectan otras exigencias y expectativas que se
concretan en la formulación de cada atribución. Su influencia se traduce en
forma de aspiraciones y exigencias que provocan tensiones y conflictos, al no
poder ser cumplidas por aquellos en quienes se han depositado tales
esperanzas.

Las atribuciones poseen, por tanto, una carga negativa en cuanto


sobreañaden al sujeto la necesidad de dar respuestas en función de
cualidades, aptitudes, rasgos personales e intereses que no son propios, sino
simplemente añadidos por quienes han formulado la atribución concreta. A
quien se le atribuye que es el «inteligente» no tiene más remedio que
responder a ello en el caso que lo asuma o, en caso contrario, rechazarlo con
la descalificación de tal calificativo y el subsiguiente enfrentamiento con todo
el entorno que ha asimilado el apelativo.

La atribución implica un mandato camuflado: «tú tienes que ser así y


obrar así», «de lo contrario, nos defraudarás», lo que supone la necesidad de
elaborar la aceptación o el rechazo de una despótica fidelidad que le viene
impuesta desde fuera y, a veces, contra lo más radical del propio modo de ser
(J. A. Ríos).

AUTORIDAD EN LA FAMILIA: CONCEPTO

Por autoridad se entiende el derecho o poder de mandar, regir, gobernar,


jerarquizar... Esta definición se amplía en el marco familiar, al ser un sistema
más complejo. La autoridad en la familia tiene como único fin el de conseguir
seres equilibrados ante unos determinados valores, elaborando pautas,
normas y valores como consecuencia interna de la elaboración personal.

La autoridad en la familia corre el riesgo de producir «personalidades


autoritarias» caracterizadas por formarse en contextos familiares muy
estrictos y competitivos. Así, los sujetos autoritarios se caracterizan por
mantener actitudes positivas hacia su grupo (endogrupo) y negativas hacia los
otros grupos (exogrupos), sustentando la convicción de que estos últimos son,
en general, inferiores y desplazando, en consecuencia, la agresión hacia ellos.

Así, la autoridad de la figura paterna ha de enmarcarse en lo que


constituye el meollo de la transición de un respaldo que haga posible la
integración de todas las tendencias que laten en el fondo de la inicialmente
anárquica personalidad del hijo. Hay que ver qué tipo de autoridad suele
desarrollarse en el interior de la dinámica familiar y qué tipo de personalidad
provoca cada modelo. Por tanto, en numerosas ocasiones encontramos al
padre que usa sus poderes para aumentar las capacidades, las posibilidades, el
despertar de potencialidades latentes en el hijo. En tal caso tendremos un
padre sanamente adornado de la autoridad.

Pueden consultarse: Alcover de la Hera, C.; Gil Rodríguez, F. (1999);


Huici, C. (1985); Ríos González, J. A. (1980); Ríos González, J. A. (1994a)
(M.Gamella).

AUTORIDAD EN LA FAMILIA: TIPOS

Según Harvey, Hund y Schroeder (1961), citados por Ríos (1994), nos
encontramos con cuatro tipos:

a)Autoritarismo estable: Propio de los regímenes de tipo totalitario


estabilizado. Las pautas y metas de comportamiento vienen prescritas
desde arriba, verticalmente y de forma detallada por la autoridad de
manera que no dimanan de la base, sino de unos principios superiores,
inexpugnables y nunca discutidos. Desde ellos se estructura
descendentemente un clima de disciplina donde están claramente
especificadas las metas del comportamiento y los procedimientos
exactos o pautas que conducen a su consecución. Atenerse a este
sistema proporciona determinadas compensaciones y recompensas,
mientras que transgredirlo origina castigos bien determinados. Sus
consecuencias son una personalidad conformista, escasos conflictos y
escasa creatividad. La identidad personal se define en términos
externalistas. Ríos (1980) lo denomina como rigidez y dominio al
clasificar las actitudes educativas familiares, aunque algunas de sus
consecuencias se aprecian más en el tipo que ha denominado
infantilismo.

b)Autoritarismo inestable: Adopta el sujeto una postura negativista, con


oposición reactiva y hostil tanto a los otros como a la sociedad. El
sujeto posee una conciencia de identidad personal, pero define esta
autoimagen de forma negativa. El mantenimiento de su identidad
personal coincide con no ser invadido o conquistado por nadie. La
entrega amorosa a otra persona le resulta incompatible con la defensa
de su integridad y todo acercamiento lo vive como una amenaza. Su
ultima verdad es la negación. Aunque las pautas, premios y castigos
vienen definidas desde arriba, tales principios son reemplazados por la
imprevisible arbitrariedad del padre. Al niño se le premia hoy por lo
mismo que se le castiga mañana. Tal autoritarismo inestable configura
un encuentro negativo con el mundo y determina una demarcación
negativa y hostil de las fronteras personales. Los resultados son la
aparición de un yo como negación del otro y por la vía de
enfrentamiento, un proceso de autonomía individual que es el resultado
de la necesidad de defenderse de los ataques exteriores al mismo
tiempo que la identidad personal se define en términos de una
independencia negativa, socialmente destructiva e individualmente
estéril. Este sistema no atrofia las estructuras cognitivas del sujeto,
pero tampoco favorece un desarrollo intelectual creador. Pinillos
(1976, 1982) concluye que la mejor manera de que un padre desarrolle
ante él una actitud negativa por parte del hijo, así como ante la figura
de autoridad y la sociedad en general, es la de adoptar este rol
autoritario inestable, ya que con seguridad, los niños educados en tales
ambientes descubrirán su autonomía frente a la autoridad de sus padres
y no con ellos.

c)Sobreprotección: El padre o educadores se encargan de que el niño


consiga lo que desea, sin necesidad de luchar por ello, así facilitan el
incremento del nivel de aspiraciones sin esfuerzos. Son padres
caracterizados por la tolerancia para las transgresiones. Los hijos se
caracterizan porque las destrezas se montan sobre una personalidad
poco avezada a luchar con las dificultades, débil para afrontar los
obstáculos serios de la vida obteniendo así personas conformistas con
una definición de la propia identidad muy poco exigente consigo
misma y demasiado acogida a la protección del «establishment». La
capacidad creadora queda disminuida por virtud de lo que puede
considerar un déficit ético, una carencia de autodisciplina. Aunque el
rendimiento intelectual de tales sujetos es superior al que tienen los
sujetos de los niveles 1 y 2, no alcanza niveles creadores. Si las
circunstancias los enfrentan a situaciones difíciles, la respuesta que
estructuran es de evasión por la vía de las reacciones depresivas, la
droga o el suicidio. Los resultados más probables de esta educación
sobreprotectora son la evasión o la entrega servil y astuta al poder.
Utilizan cómodamente la ventaja de que disponen para conseguir lo
que desean, propiciando si es preciso la voluntad del poderoso a costa
de falsificarse y renunciar a sus convicciones. Es frecuente que este
nivel de autoridad se dé actualmente en las nuevas clases medias que
quieren ahorrar a sus hijos los esfuerzos y calamidades que ellos
tuvieron que afrontar. Ríos (1194a) lo define como «hiperprotección»
y distingue dos modalidades: la represiva que im pide la aceptación de
una recta y equilibrada aceptación de la libertad del hijo, y la
indulgente en cuanto que en ella se manifiesta una continua tendencia
a transigir con el hijo, a conceder todo capricho, a dejar hacer y a
evitar cualquier frustración. Tales hiperprotecciones provocan en el
hijo sentimientos de inferioridad e inseguridad, aparte de que el hijo se
ve privado de lo competitivo porque todo le viene resuelto de manera
inmediata. Con esta actitud se elimina la iniciativa y la
responsabilidad.

d)Independencia creadora: Se puede considerar una equilibrada forma de


ejercicio de la autoridad. Produce una autonomía responsable, una
conciencia liberal. Las estructuras cognitivas se estructuran en
interacción esforzada con el medio. Propicia el desarrollo de una
actitud resolutoria y animosa frente a los obstáculos y frustraciones
inevitables de la vida. El yo personal se define con firmeza de forma
flexible y abierta en interacción con el medio evaluado con realismo y
del que el sujeto se siente responsable. La verdad de este tipo de
personas es una verdad recíproca y creadora. El sujeto se sabe agente
libre, responsable de sus acciones pero todo ello en reciprocidad con la
sociedad de la que forma parte. La integración de los sentimientos de
autonomía y convivencia origina una libertad responsable que no
excluye la crítica. Su libertad no es libertad de o para, sino libertad
con, en solidaridad con la sociedad de que forma parte.

Pueden consultarse: Alcover de la Hora, C.; Gil Rodríguez, F. (1999);


Huici, C. (1985); Pinillos, J. L. (1982); Ríos González, J. A. (1994a)
(M.Gamella).
CALOR (C) EN EE

Se refiere a la simpatía, afecto, interés, empatía y comprensión expresados


por el familiar en la entrevista hacia el paciente. La espontaneidad y el tono
de voz son el fundamento de la evaluación de esta escala que se valora
teniendo en cuenta cinco categorías:

0 = Ausencia de Calor.

1 = Muy poco Calor.

2 = Algo de Calor.

3 = Moderado Calor.

4 = Calor moderadamente alto.

5 = Calor alto.

(A.Ortego).

CAMBIO-1

Dentro del contexto sistémico definimos como «cambio-1» todo intento


terapéutico de modificación de uno de los miembros del sistema que estamos
tratando, sin que por ello se vean alteradas o afectadas las interacciones de
ese miembro con el resto del sistema.
Aunque la teoría sistémica no guarde relación con el modelo
psiquiatricista de n=1, es útil aludirlo con objeto de ejemplificar en qué tipo
de prácticas funciona este tipo de cambio.

Efectivamente, al tratarse de un cambio en el plano individual, opera


eficazmente en las terapias centradas en el paciente que acude a consulta,
bien por su propia voluntad, bien por recomendación de sus allegados, y que
sigue las recomendaciones del profesional que trata su caso aisladamente.
Con este último adverbio no nos referimos a que el especia lista se olvide de
que el cliente vive en un contexto social más amplio que abarca a la familia,
su red social, el trabajo, etc., si no que se centra en el trabajo que pueda llevar
a cabo con el cliente-paciente para que éste pueda cambiar adaptándose a ese
entorno aparentemente estático.

Volviendo al modelo sistémico (el cliente-paciente ya no está solo en la


consulta y se trabaja con ese contexto que en el anterior modelo era virtual y
que ahora ya cobra vida), el cambio-1 implicaría un «cambio EN el sistema,
no DEL sistema». Esta diferencia que apuntan Watzlawick y sus
colaboradores en la obra de Navarro (Navarro, J., 1992), supone que
aplicando este tipo de cambio el sistema no varía.

En otras palabras: cuando en un sistema se intenta modificar la conducta


de uno de sus miembros (que suele coincidir con quien el resto del grupo
rápidamente ha etiquetado como «paciente» o «el que tiene el problema»), y
no el patrón que siguen las interacciones de sus componentes (los juegos) (*),
lo más probable es que la etiqueta de enfermo vaya pasando de unos a otros
pero el juego disfuncional o «sucio» se mantenga.

El cambio-1 es típico de sistemas cerrados (*) muy morfostáticos (*) que


tienden a mantener el precario equilibrio que los mantiene unidos a expensas
de ir localizando la atención en los miembros de ese sistema que por un
motivo u otro son más débiles y encajan mejor el papel de enfermos. Estos
sistemas se autoabastecen hasta que consumen sus reservas y se destruyen
porque no saben salir de sus dinámicas ineficaces o no se atreven a desafiar
sus pautas de interacción, y además no gustan de relacionarse con otros
sistemas.

En líneas generales, este término (junto con su inseparable pareja que


definiremos en breve, el cambio-2) (*) es fundamental para entender el
objetivo de cualquier modelo terapéutico, esto es: el cambio de las pautas de
interacción de los componentes de un sistema, o el cambio de sus miembros
por separado y sin influencia real en los demás.

Son muchos los autores que han trabajado este concepto, aunque cabría
destacar a Watzlawick y Sluzki como los me jores representantes de lo que
Navarro denomina «Escuela de los terapeutas del cambio» (Ríos, J. A.,
1994).

El primero de estos dos autores se valió junto con sus colaboradores


J.Weakland y R.Fisch, de la Teoría de Conjuntos y de los Tipos Lógicos para
definir cambio-1 y cambio-2 respectivamente. En su obra Cambio, el lector
podrá encontrar detallada información sobre estas teorías (J.Cejalvo).

CAMBIO-2

Dentro del contexto sistémico definimos «cambio-2» como todo intento


terapéutico de modificación del propio sistema que estamos tratando en su
conjunto, basado en la adecuada y estudiada alteración de las interacciones de
sus miembros o de las pautas comportamentales de uno o más de ellos,
siempre que no se consideren aisladamente como ocurría en el cambio-1.

En la Teoría General de Sistemas (*) de Von Bertalanffy, los sistemas


están sometidos a las leyes de la circularidad (*) y el cambio. Los miembros
de un sistema están obligados a influirse mutuamente de tal modo que lo que
le ocurre a un componente del círculo se acaba transmitiendo a todos los
demás. En cuanto sistema evolutivo, en él operan cambios, que serán de uno
u otro tipo en función de su grado de apertura y funcionalidad.

En el cambio-1 como ya apuntamos, esas influencias se mantienen y


acaban siendo disfuncionales porque no se adaptan a los cambios naturales de
sus miembros. Todo lo contrario que ocurre en el cambio-2, donde los
cambios de los componentes del sistema van acompañados de un cambio
adaptativo en las interacciones que mantiene entre ellos.

Si anteriormente mencionábamos que el cambio-1 era propio de sistemas


cerrados muy morfostáticos, ahora el cambio-2 es característica de sistemas
completamente opuestos a los primeros. Esto es, familias o grupos abiertos
que gustan de relacionarse con otros grupos introduciendo nuevas pau tas de
actuación que les ayuden a crecer y moverse en la dirección correcta. Son por
tanto muy morfogenéticos (*).

El cambio-2 es el objetivo básico de la Terapia de Familia de orientación


Sistémica, ya que es el cambio que realmente produce logros estables y
duraderos. En las sesiones clínicas sistémicas, al tratar presencialmente a
todos los miembros de la familia cada vez que intervenimos en uno de sus
miembros, podemos comprobar in situ cómo afecta esta intervención a sus
pautas de interacción con el resto de componentes. Y una vez identificadas
esas pautas, entonces pasar a modificarlas generando el cambio-2.

Watzlawick y sus colaboradores distinguían en la obra de Navarro entre


realizar «cambios EN el sistema, o cambios DEL sistema» (Navarro, J.,
1992). Con el cambio-2 ahora sí cambian los juegos entre las partes, y la
manera en que estos elementos interpretan esos juegos (pautas de
interacción), el sistema al completo es otro, se ha producido un cambio DEL
sistema.

La etiqueta de enfermo ya no va pasando de unos a otros porque, en


palabras de estos autores, «lo que se intenta cambiar es el modelo de solución
de problemas usado por el paciente designado y por su familia hasta ese
momento, que ha sido disfuncional». En otras palabras, lo que está
«enfermo» es la relación, el modo en que los componentes del sistema se
comunican y se afectan, y eso es lo que hay que sustituir.

Son muchos los autores que han trabajado este concepto, aunque como ya
ocurrió en el cambio - 1, volvemos a destacar a Watzlawick y Sluzki como
los mejores representantes de lo que Navarro denomina «Escuela de los
terapeutas del cambio» (Ríos, J. A., 1994).

El primero de los autores se valió junto con sus colaboradores J.Weakland


y R.Fisch, de la Teoría de Conjuntos y de los Tipos Lógicos para definir
cambio-1 y cambio-2 respectivamente. En su obra Cambio, el lector podrá
encontrar detallada información sobre estas teorías (J.Cejalvo).

CICLOS VITALES DE LA FAMILIA Y LA PAREJA (1)

Son «etapas, estadios o fases» por las que pasa la familia en su proceso
evolutivo.

Estas fases vienen determinadas por cada cultura, que define los roles y
tareas propias de cada etapa (criterio de elección de la pareja, duración del
noviazgo, edad para casarse, el tipo de contrato, el período de maternidad, la
responsabilidad de la crianza...) (A.Gimeno).

El paso de una etapa a otra suele ir marcado por un suceso relevante.


Estas transiciones, que siempre producen cambios, no se resuelven igual en
todas las familias (capacidad de resolución de conflictos, experiencias
previas...). Para algunas, constituyen una fuente de conflictos.

Minuchin y Fishman consideran a la familia como un sistema vivo, cuyo


desarrollo transcurre en etapas que siguen una progresión de complejidad
creciente. «Hay períodos de equilibrio y adaptación, caracterizados por el
dominio de las tareas y aptitudes pertinentes. Y hay también períodos de
desequilibrio, originados en el individuo o en el contexto. La consecuencia de
éstos es el salto a un estadio nuevo y más complejo, en que se elaboran tareas
y aptitudes también nuevas.» Este modelo describe cuatro etapas organizadas
en torno al crecimiento de los hijos:

1. La formación de la pareja

El matrimonio o la formación de la pareja supone dar entrada al SFC


(Sistema Familiar Creado) (*); en este momento cada uno de los miembros
de la pareja trae al nuevo sistema, valores, creencias y modos de actuar
propios de su familia de origen que se han de revisar y comentar, con el fin
de llegar a un acuerdo sobre lo que pretenden construir («identidad de
pareja»). «El SFC, por tanto, va a surgir como consecuencia de un acuerdo
entre los cónyuges, acuerdo que ha de ser lo más explícito posible por cuanto
en él van a tener una gran fuerza la presencia y la formulación de reglas de
comportamiento que van a diferenciarse de las anteriormente vividas» (Ríos,
1994a). Para él se trata de una tarea compleja en la que intervienen elementos
emocionales concretos que precisan de una orientación adecuada cuyos
objetivos a atender son los siguientes:

•Conseguir una adaptación de pareja.

•Establecer unos niveles de comunicación.

•Alcanzar unos cauces de encuentro y contacto.

•Fijar unas metas de relación.

•Crear unos confines respecto al SFO de cada cónyuge.

Para Minuchin, la tarea básica de esta etapa consiste en definir unos


límites adecuados con el exterior (familia de origen, amigos y trabajo) y unas
pautas de funcionamiento común en el interior de la pareja (reglas sobre
intimidad, jerarquización (*), expresión del afecto..., pautas para resolver
conflictos).

2. La familia con hijos pequeños

El nacimiento del primer hijo supone una reorganización del subsistema


conyugal. A partir de este momento se constituye el sistema parental, con la
creación de nuevas reglas y ejecución de nuevas tareas. Entre ellas
destacaríamos la diferenciación clara de los roles parentales/conyugales, la
creación de un espacio de intimidad para la pareja, la negociación de tareas y
tiempo dedicado a la crianza de los hijos, las relaciones con el exterior, etc.

Con el nacimiento de nuevos hijos se reformularán las reglas


anteriormente establecidas. En este momento, aparece el subsistema filial.

3. La familia con hijos adolescentes

En esta nueva etapa la familia se enfrenta a nuevos retos, crea nuevas reglas
de funcionamiento con el fin de mantener su equilibrio.

El hijo adolescente debe forjar su «identidad adolescente», tarea que


tendrá que realizar «solo», y para lo cual la familia puede ayudarle dando
respuesta a tres necesidades bá sicas (necesidad de independencia, necesidad
de autonomía y afirmación de la originalidad [Ríos, 1994a]).

Según Minuchin, los temas de la autonomía y el control tienen que


renegociarse en todos los niveles, especialmente cuando los padres se
enfrentan con la «crisis de la mitad de la vida», dado que en este momento
surgen tensiones ante la revisión que hacen de su vida personal, laboral y
matrimonial.

También en esta etapa surge un elemento de conflicto y presión debido a


las adaptaciones que debe realizar la familia al tener que hacerse cargo de los
abuelos (*).

4. La familia con hijos adultos

En esta etapa la familia vuelve al subsistema conyugal, enfrentándose con


nuevas tareas tales como el establecimiento de una nueva relación padres e
hijos como adultos y la creación de nuevas relaciones con sus nietos y con
sus padres.

A este período se le denomina el «nido vacío» (*), por el sentimiento de


vacío y depresión, que experimentan sobre todo las mujeres que han centrado
toda su vida en el cuidado de los hijos.

También es un período de crecimiento para la pareja que se ve libre de


tareas como la crianza de los hijos.

Cuando la familia llega a la Tercera Edad se ve ante nuevos


requerimientos como es la aceptación y adaptación a las pérdidas: familiares,
amigos, laborales, salud, así como la valoración de los logros alcanzados a lo
largo de la vida y la puesta en marcha de nuevas posibilidades.

Últimamente estamos viviendo una serie de cambios importantes respecto


a la definición clásica de cada etapa, como señala A.Gimeno (1999): «las
parejas se casan más mayores, se retrasa la edad de la maternidad, se reduce
el número de hijos, se comparten las tareas domésticas y se distribuye entre
ambos cónyuges la responsabilidad del aporte económico, los hijos adultos
permanecen más tiempo en la familia de origen, se prolonga la etapa de nido
vacío y la con vivencia de la pareja tras la jubilación, los ancianos se
acomodan en residencias geriátricas, etc.».

Históricamente, uno de los primeros trabajos sobre el ciclo evolutivo


familiar es el de Duval (1957), quien distingue tres etapas en el desarrollo
familiar (constitución, expansión y reducción).
R.Hill (1965) propone una clasificación similar, hablando de «estadios»
por los que pasa la familia, construyendo una teoría cíclica ya que se parte de
la pareja para terminar en ella.

Berman y Lief (1975) establecen una relación entre conflictos básicos de


la etapa de desarrollo vital con los problemas de familia, mientras que
Minuchin (1984) defiende una concepción dinámica de la familia, en
continuo desarrollo, adaptándose a las demandas tanto de dentro como de
fuera.

Falicov (1991) considera que la familia pasa por una secuencia más o
menos ordenada de etapas y para Cusinato (1992) el paso por las distintas
etapas conlleva la resolución de tareas evolutivas que favorecen al
crecimiento de la familia mientras que la no resolución de las mismas genera
crisis.

Con vistas a las aplicaciones clínicas de su utilización en terapia familiar


pueden utilizarse las fases del ciclo evolutivo familiar, de Carter y
McGoldrick (1980), de gran valor porque aportan información sobre la
transición emocional y cambios necesarios que se requieren en cada etapa.

Para Navarro Góngora (1992) hay cuatro temas a tener en cuenta de cara
a la terapia: la tarea evolutiva y recursos para cumplimentarla («en cada fase
ha de realizarse una tarea y cada tarea supone la necesidad de desarrollar una
serie de habilidades...»), los «ritos de paso», la definición de la relación
(«...contrato al que parece estar sujeto el vínculo...») y los momentos
centrípetos y centrífugos.

Ríos (1997) propone una nueva clasificación de los ciclos vitales de la


familia y la pareja, tal y como puede verse a continuación (I.Ausucúa).

CICLOS VITALES DE LA FAMILIA Y LA PAREJA (II)


(Hacia una nueva clasificación. J.A.Ríos, 1997)

A)CICLOS VITALES NORMATIVOS DE LA FAMILIA: (Explican las


crisis normativas de la familia)

1.Emancipación del joven adulto.

2.Noviazgo: formación de la pareja. Percepción y decisión:

-dónde queda la motivación para una decisión madura o cómo


construirse un divorcio perfecto.

3.La forja de la pareja: del Sistema Familiar de Origen (SFO) al


Sistema Familiar Creado (SFC): de la filiación a la conyugalidad.

4.De lo real a lo deseado: del SFC al Sistema Familiar Querido o


Deseado (SFQ/D).

5.De la conyugalidad a la genitorialidad: el nacimiento de los hijos o


de la díada a la tríada.

6.1 Período de expansión: la Familia con hijos niños.

6.1. Los hijos niños en edad preescolar.

6.2. Los hijos niños en edad escolar.

7.II Período de expansión: la Familia con hijos adolescentes

8.III Período de expansión: la Familia con hijos jóvenes.

9.Período de contracción: el «nido vacío»: cuando los hijos marchan


del hogar.

10.Contracción retenida: el «nido repleto»: cuando los hijos no rompen


la dependencia (consumismo protegido).

11.El envejecimiento evolutivo de la familia

B)CICLOS VITALES NORMATIVOS DE LA PAREJA: (Explican las


crisis normativas de la pareja)

1.Noviazgo: formación de la pareja.

2.La «forja» de la pareja: del SFO al SFC: de la filiación a la


conyugalidad.

3.De lo real a lo deseado: del SFC al SFQ/D.

4.La cohesión de la pareja.

5.El crecimiento interno de la pareja.

6.La estabilidad de la pareja.

7.La disolución evolutiva de la pareja.

C)CICLOS VITALES DE LA PAREJA POR CRISIS DE LO


NORMATIVO

1:POR REDUCCIÓN DEL SISTEMA FAMILIAR

1.Parejas sin hijos.

2.Familias monoparentales.

2.1. Monoparentalidad paterna.

2.2. Monoprentalidad materna.

II:POR SEPARACIÓN O DIVORCIO DE LA PAREJA (Ver Divorcio


[*] (J.A.Ríos).

CIRCULARIDAD DURANTE LA SESIÓN DE TERAPIA SISTÉMICA

Se entiende por circularidad la relación e interacción que se establece entre


los diferentes miembros (acciones, percepciones, ideas, sentimientos,
creencias) o eventos de un sistema a través de mensajes verbales y no
verbales de una manera continua y sucesiva. Concretando más el concepto,
podríamos decir que, mientras el sujeto 1 (estímulo) envía un mensaje al
sujeto 2, éste cuando lo reciba y elabore emitirá una repuesta que se
convertirá, a su vez, en estímulo-mensaje para el sujeto 1, repitiéndose dicho
ciclo sucesivamente.

Esta circularidad de relaciones que se establece en el seno de un sistema


familiar, subsistemas que lo integran, junto con otros sistemas contextuales,
son el objetivo de estudio y diagnóstico de la terapia sistémica. La
circularidad por tanto, también es «la capacidad del terapeuta para conducir
su evaluación del problema sobre la base de la respuesta de la familia a la
información que se les solicita. La información auténticamente relevante lo es
si se establece una diferencia y si la diferencia es una relación (o un cambio
de relación)» (S.Beltrán).

CIRCULARIDAD: CÓMO AGILIZARLA DURANTE LA SESIÓN

Para agilizar la circularidad dentro de las sesiones, obviamente el terapeuta y


coterapeuta deben partir de una hipótesis circular, es decir, partir de la
concepción de que el paciente designado o «problema» es una pieza más de
la cadena del sistema interactivo disfuncional. Por lo tanto, con el objetivo de
estudiar, diagnosticar y reestructurar ese círculo interaccional, el terapeuta
puede agilizar el proceso a través del uso de preguntas circulares. De esta
manera, el terapeuta ayudará a hacer consciente el sistema circular de
relaciones. Muchas veces la familia se queda en un enfoque unidireccional de
la situación (E - R), quedándose en la mitad del proceso. El trabajo del
terapeuta consistirá en explicitar lo que muchas veces queda en silencio, esto
es, R -* E, de algún miembro y connotar a los restantes miembros del
sistema, bajo preguntas circulares (y con las preescripciones precisas), que las
relaciones que se establecen no son unidireccionales, consiguiendo abarcar el
problema desde una nueva perspectiva (circularidad). Por lo tanto, el
terapeuta deberá otorgar «turnos de palabra», es decir, preguntar a los
componentes de la sesión con el fin de recoger información sobre la
repercusión de actos (conductas interactivas), cambios de conductas que
revelan un cambio en las relaciones antes o después de un acontecimiento,
planteamiento de situaciones hipotéticas y buscar diferencias o discrepancias
que se puedan dar, estableciendo clasificaciones de los miembros de la
familia en relación con una conducta específica, etc. Para agilizar la
circularidad, el terapeuta deberá cuidar su neutralidad (*) y no caer en
preguntas irrelevantes o que parezcan repetitivas y triviales a los ojos de la
familia.

Por último, considero importante que las preguntas circulares sean


captadas como tales por la familia (aunque no sea de un modo consciente)
reelaborándolas las veces que sea necesario por el terapeuta para resultar
comprensibles por la familia (S.Beltrán).

CLIMA EMOCIONAL DE LA FAMILIA

El concepto de clima emocional no se encuentra definido en la bibliografía de


la terapia familiar.

Sin embargo nos encontramos otros conceptos asociados que nos


permiten aproximarnos a la idea de clima emocional en la familia. Así Ríos
(1) habla de distancia emocional y mapa emocional de la familia, Bowen (2)
de pegoteo emocional y separación emocional. El concepto de emoción
expresada (3) ha sido trabajado en numerosas investigaciones de terapia
familiar. Salem (4) se refiere al clima afectivo de la siguiente forma: «El
clima afectivo que reina en el sistema familiar es una de las primeras
realidades con las que todo terapeuta se encuentra confrontado en cada
encuentro. Este clima es a menudo poderoso y puede influir fuertemente en la
conducta del terapeuta. Algunas familias imponen de entrada una atmósfera
de frialdad intimidatoria; otras demuestran un contacto caluroso y abierto, y
otras permiten un ambiente de cordialidad-vana y superficial. El clima
depende de una serie de factores que desafían toda evaluación precisa y sólo
permiten una evaluación intuitiva por parte del observador exterior».

Para definir el concepto de clima emocional es preciso delimitar las


emociones y distinguir éstas de los sentimientos y afectos, ya que los tres
términos son utilizados muchas veces como sinónimos y, como señalan
Greenberg y Paivio (5), «a lo largo de la historia académica no se ha
formulado una demarcación clara sobre el uso de los términos afecto,
emoción y sentimiento».

Marina y López Penas (6) establecen una taxonomía afectiva en la que


consideran que el afecto es un término más general, que incluye a los
sentimientos. Éstos son conceptualizados como «experiencias que integran
múltiples infornaciones y evaluaciones positivas o negativas, implican al
sujeto, le proporcionan un balance de la situación y provocan una
predisposicion a actuar. Podemos dividirlos en:

-Estado sentimental: Sentimiento duradero y estable.

-Emoción: Sentimiento breve, de aparición normalmente abrupta y


alteraciones físicas perceptibles (agitación, palpitaciones, palidez,
rubor, etc.).

-Pasión: Sentimientos intensos, vehementes, que ejercen un influjo


poderoso sobre el comportamiento».

Según Greenberg (5), el afecto se refiere a una respuesta biológica, no


consciente, ante cierta estimulación. Los afectos no suponen una evaluación
reflexiva, mientras que emociones y sentimientos son productos conscientes
de estos procesos afectivos no conscientes.

El sentimiento supone un darse cuenta de las sensaciones básicas del


afecto.

Las emociones dan significado personal a nuestra experiencia. Las


emociones emergen a la conciencia cuando se atiende a la sensación-sentida
corporalmente y ésta se simboliza en el darse cuenta.

Echevarría y Paez (7) distinguen entre:

-Afectividad: tonalidad o color emotivo que impregna la existencia del ser


humano y su relación con el mundo.

-Sentimiento: un tipo de afecto. Reacciones subjetivas de placer y


displacer. Son evaluaciones y estados de ánimo.

-Emociones: son un tipo de afecto, más intensas y complejas, que


implican manifestaciones expresivas, conductas, reacciones
fisiológicas y estados subjetivos. Son breves y están centradas en un
objeto.

-Estados de ánimo: son afectos de intensidad media, globales,


generalizados, sin objeto específico.

De estas clasificaciones nos interesa la diferencia entre emoción y estado


de ánimo. La duración es el elemento distintivo, ya que cuando una emoción
dura más de unas horas se convierte en un estado de ánimo (o estado
sentimental). Así, por ejemplo, la ira, el miedo, la tristeza, son emociones,
mientras que la irritabilidad, la ansiedad o la depresión son estados de ánimo.

Podemos decir que la emoción es la respuesta de una persona a una


situación o acontecimiento, que surge cuando el sujeto evalúa esa situación
como relevante para sus intereses. Esta reacción se caracteriza por ser una
respuesta global, intensa, breve y transitoria y que va acompañada de un
estado afectivo positivo (agradable) o negativo (desagradable).

La emoción es entendida como una respuesta individual a un hecho.


Greenberg (2000) da un paso que nos acerca más a la idea del clima
emocional familiar al afirmar que «las emociones son fundamentalmente
relacionales, proporcionan información acerca de los vínculos».

En las interacciones familiares se producen una serie de respuestas


emocionales en cada uno de sus miembros, que están estrechamente ligadas y
se influyen entre sí. La respuesta emocional de un miembro de la familia está
determinada y a su vez establece las reacciones emocionales de los otros
miembros.

La expresión y regulación de las emociones está sometida a las reglas de


funcionamiento familiar. La manera en que los padres expresan, demuestran
y resuelven sus emociones, determina sus relaciones emocionales y las de sus
hijos.

Bowen se refiere a los procesos emocionales que tienen lugar en las


interacciones familiares, cuando un miembro de la familia reacciona
automáticamente ante el estado emocional del otro, sin que ninguno de los
dos sea consciente del proceso.

El clima emocional de la familia está regulado por los procesos


emocionales y es el resultado de las emociones predominantes en las
interacciones del grupo familiar.

Así, el clima emocional es el estado resultante de los procesos


emocionales que tienen lugar como consecuencia de las reacciones
emocionales de cada miembro de la familia.
A diferencia de las emociones que son reacciones individuales y cortas, el
clima emocional familiar se corresponde a un estado de cierta estabilidad que
se produce, como cualidad emergente, a partir de las reacciones individuales.

El clima emocional de la familia se asemeja a un continuo, con dos polos


opuestos, uno positivo, que coincide con estados agradables, y otro negativo,
que corresponde a climas emocionales desagradables.

Greenberg señala que «la evolución ha preparado a las personas para


tener sentimientos agradables cuando están cerca de otras personas que les
cuidan y sentimientos desagradables cuando se les separa de ellos en contra
de su voluntad. Básicamente se siente alegría cuando se está con personas
amadas y miedo y ansiedad cuando se rompe ese vínculo».

Podemos identificar algunos climas emocionales en la familia,


entendiendo que este es un esquema orientativo, en el que se recogen los
estados emocionales que se presentan con cierta frecuencia en el grupo
familiar.
COALICIÓN EN EL SISTEMA

La coalición forma parte de uno de los elementos más importantes en el


funcionamiento del sistema familiar. Aunque alguna veces puede confundirse
con la «alianza», la diferencia es clara en cuanto que la alianza sirve de base
para la formación de la «coalición», pero se distingue esencialmente de ella.
Frente a lo peculiar de la alianza (*) la coalición se define como la
vinculación de dos miembros entre sí para estar en contra de un tercero. Esta
vinculación (mal llamada en este caso «alianza») puede darse entre miembros
de una misma generación (entre hermanos o entre padre y madre) para
«enfrentarse» a un tercero, dando lugar a una triangulación dentro de la
familia. Cuando la «coalición» se establece entre miembros de distintas
generaciones (padre e hija, por ejemplo) para estar «en contra» de cualquier
otro, recibe el nombre de «triángulo perverso» (*) (J.A.Ríos).

COMENTARIO CRÍTICO (CC) EN LA EMOCIÓN EXPRESADA (EE)

Comentario Crítico (CC) es aquél que, por la forma en que se expresa,


constituye un comentario desfavorable hacia la conducta o la forma de ser de
la persona a la que se refiere. Los Comentarios Críticos se hacen evidentes
por dos aspectos: el contenido del comentario y los aspectos vocales como es
el tono de voz. El contenido debe ser una observación sin ambigüedad que
exprese resentimiento, desaprobación o disgusto. Los aspectos vocales se
refieren a la intensidad, velocidad e inflexión de la comunicación, de manera
que un comentario sin contenido crítico puede ser Comentario Crítico
teniendo en cuenta estos aspectos. El punto de corte en esta escala,
perteneciente a las escalas de frecuencia, es 6.

Los criterios para establecer el límite entre Comentarios Críticos para su


cómputo son los siguientes:

a)Los CC referentes a distintos temas se contabilizan como diferentes


aunque se expresen seguidos.

b)Los CC que, aun refiriéndose a un mismo tema, estén separados por


preguntas del entrevistador (siempre que el fin de éstas no sea la
ampliación de información sobre un mismo aspecto) se cuentan como
diferentes CC (A.Espina y A.Ortego).

COMENTARIOS POSITIVOS (CP) EN LA EMOCIÓN EXPRESADA (EE)

Se considera Comentario Positivo aquel que expresa aprobación, aprecio o


valoración del paciente, de su conducta o de su personalidad. Se valora sobre
la base del contenido y al igual que en el caso de los comentarios críticos, se
hace un recuento numérico de los CP que aparecen durante la entrevista
(A.Espina y A.Ortego).
COMPORTAMIENTO SINTOMÁTICO

En el modelo sistémico el comportamiento no es simplemente el resultado de


un cuadro que puede quedar explicado con los criterios procedentes de la
psicopatología. Para el enfoque lineal de cualquier conducta, basta indagar la
etiología según los cánones de la medicina o la psicología tradicional
basadas, la mayoría de las veces, en la explicación de la aplicación del
esquema derivado del análisis de la relación «causa-efecto». Entre el estímulo
y la respuesta, en tal planteamiento, no hay ningún elemento intermedio. En
el enfoque sistémico, por el contrario, entre uno y otro extremo hay factores
que explican no sólo el «porqué» de una conducta, sino, lo que es más
importante de cara a una intervención terapéutica, el «para qué». Esto es lo
que hace posible hablar no sólo de «síntoma» (*), sino de «comportamiento
sintomático» que sitúa la conducta fuera de la clasificación psicopatológica,
aunque su apariencia dé la impresión de ser así. Desde este punto de vista no
es lo mismo una «histeria» que un «comportamiento histérico», ni una
«fobia» que un «comportamiento fóbico». Los primeros tienen su estructura
perfectamente descrita por las coordenadas que nos proporciona la
psicopatología y afecta a la estructura psí quica del individuo; los segundos
(comportamientos) tienen la apariencia de lo patológico, pero son respuestas
simplemente reactivas y, por ello, momentáneas y transitorias, ante ciertos
hechos o acontecimientos que obligan a reaccionar como meros actos de
ajuste o readaptación a la situación presentada. Diagnósticamente, y
consecuentemente terapéuticamente, son muy diferentes, lo que hace posible
abordar de manera igualmente distinta el tratamiento necesario para uno y
otro caso (J.A.Ríos).

COMUNICACIÓN ANALÓGICA O NO VERBAL

Término procedente de la Cibernética que hace alusión a la comunicación no


verbal.
Bühler (1980) en sus escritos, encuentra los orígenes del estudio de las
expresiones faciales en la cultura griega. A partir de los años cincuenta del
pasado siglo, la comunicación no verbal recobra una fuerte importancia en
virtud de los trabajos de Birdwhistell, Ekman, Hall, Kendon, Exline, etc.

Comunicación no verbal incluye un conjunto de comportamientos:


movimiento corporal, lenguaje del cuerpo, conducta no lingüística, kinesia,
etc.

Mehrabian (1972) señala dos formas diferenciadas a la hora de entender


la comunicación no verbal. En sentido restringido se refiere a un conjunto de
comportamientos no lingüísticos: movimientos corporales, gestos,
expresiones de la cara, posturas, etc. Mientras que en un sentido más amplio
connota aspectos más sutiles del propio lenguaje: errores lingüísticos, pausas,
entonación.

La comunicación analógica transmite sentimientos, siendo por ello más


fidedigna que la palabra del estado emocional del sujeto emisor del mensaje.
En este tipo de comunicación, el receptor tiene que traducir los mensajes
implícitos que produce el emisor, pudiendo dar lugar a errores en la
traducción por lo ambiguo que puede llegar a ser este lenguaje.

La información se transmite de modo inconsciente, por lo que es


difícilmente controlable. Resulta difícil mentir por que los gestos nos delatan.
Si mentimos, no acompañaremos con gestos lo que decimos, y si lo hacemos
serán gestos bruscos, rápidos y desorganizados.

Las conductas no lingüísticas apoyan, complementan y refuerzan la


comunicación verbal, pudiendo incluso llegar a sustituir a dicha
comunicación. Además proporcionan un feedback al interlocutor, que en
función de los mensajes no verbales que recibe, regula su discurso en una u
otra dirección. La comunicación es patológica cuando se produce una
incongruencia entre los dos niveles de comunicación (digital/analógico), es
decir, se da una disociación psicocomunicativa porque el receptor no sabe a
cuál de los dos mensajes atender (por ejemplo, decir «te quiero» con cara de
enfado). Bateson (1954) estudió este fenómeno con familias de
esquizofrénicos y observó que los mensajes duales contenían un antagonismo
paradójico que llevaba a confusiones en la comunicación, denominando a
este hecho «doble vínculo» (M. Gómez Aparicio).

COMUNICACIÓN ANALÓGICA O NO VERBAL EN LA COTERAPIA

Existe bibliografía abundante sobre la comunicación no verbal (Le Du, 1981;


Davis, 1982; Descamps, 1990; Whitaker, 1991; Ríos, 2000; Bruchon-
Schweitzer, 1992; Onnis, 1997; Buzzatti y Salvo, 1998) lo que ha demostrado
que el cuerpo se ha mostrado como vehículo de comunicación que enriquece
la interacción entre las personas. Sobre el cuerpo se ha podido constatar que
es una plataforma privilegiada para la construcción de lenguajes sintomáticos
que aunque puedan escapar a un observador superficial, resultando que
también en la terapia nos transmite muchas cosas que no debemos pasar por
alto.

En el caso de la terapia familiar y de parejas podemos ver que es menos


frecuente estar atentos al lenguaje corporal del terapeuta porque éste está
inmerso en un trabajo en el que la atención a lo que dicen y hacen los
pacientes se lleva toda su energía. Sólo mediante el registro que puede
proporcionar la grabación en vídeo puede analizarse el lenguaje analógico del
terapeuta y, lo que es más interesante, el lenguaje analógico con el que se
comunican entre sí los coterapeutas. Hemos desarrollado este tema y
expuesto lo que pueden ser los ejes de la técnica en un trabajo (Ríos, 2000)
en el que avanzamos un código comunicativo entre los terapeutas y tejido
sobre una doble línea: lo que deseo transmitir al otro terapeuta en el interior
de la misma sesión y la palabra o mensaje que encarno en un gesto que
hemos acordado previamente. Cada pareja de terapeutas podrá concordar
otros que le resulten más cómodos o fáciles (J.A.Ríos).
COMUNICACIÓN DIGITAL O VERBAL

Término procedente de la Cibernética, que hace referencia a la comunicación


verbal, esto es, a la transmisión de información oral, a través del lenguaje.

El lenguaje verbal es un medio de comunicación específicamente humano


que se basa en un sistema de palabras y estructuras gramaticales. Se cree que
el hombre Neandertal podía hablar, aunque su lenguaje fuera muy
rudimentario. Seguramente ya existía una forma de comunicación a través de
gestos y sonidos guturales que fue evolucionando hasta configurar el
lenguaje.

La palabra comunicación procede del latín comunicare que significa


poner en común, estar en relación con, compartir. Dicho término apareció por
primera vez en 1361 en el libro del obispo Oresme.

Desde la Cibernética, se concibe que el proceso de comunicación es


circular. Un sujeto A (emisor) produce una señal, que es captada por un
sujeto B (receptor) gracias a la percepción (imput). Seguidamente la señal es
procesada por este último sujeto mediante la memoria y el reconocimiento,
determinando la toma de decisiones (proceso de datos). Inmediatamente
después de esta decisión, se emite en forma de expresión (ouput) que actúa a
su vez como señal en el sujeto A iniciando un nuevo circuito similar.

El sistema digital, proporciona al receptor un conocimiento fiel de lo que


se quiere transmitir, es preciso, exacto y lógico. Utiliza signos arbitrarios
(palabras) para nombrar algo. Es una comunicación clara que no necesita
traducción porque siempre significa lo mismo.

El lenguaje verbal emplea conceptos comprensibles para transmitir ideas,


sentimientos y estados de ánimo diversos, facilitando «mensajes de
contenido» (*) (Ríos, 1994a). Constituye un nivel primario de comunicación,
centrado en «lo que se dice». Lo que se transmite se hace mediante palabras
inteligibles para el receptor (M.Gómez Aparicio).

COMUNICACIÓN DOBLEVINCULANTE O DE DOBLE VÍNCULO

Se trata de un tipo de comunicación disfuncional que consiste en la


contradicción o conflicto entre el lenguaje verbal y el no verbal en un mismo
mensaje.

El lenguaje verbal también llamado mensaje «de contenido» es lo que se


dice, no necesita ningún tipo de interpretación o traducción, el mensaje
directo.

El mensaje no verbal o «de relación» es aquel que se hace o cómo se dice


lo que se dice, por el contrario, sí necesita traducción, ya que depende del
contexto y son básicamente gestos, símbolos..., es decir, el tono, el volumen...

Ambos se matizan y modifican complementándose, sin embargo, en


ocasiones, estos dos mensajes, que siempre van unidos, se contradicen, de
modo que las dos vías de comunicación entran en profundo conflicto,
creando en el que lo recibe, confusión al no saber muy bien a cuál de ellos
atender.

Citando el ejemplo de Ríos (1994a), se da comunicación doblevinculante


cuando las palabras cariñosas o amistosas se acompañan de un tono lleno de
sarcasmo o rencor, o cuando una madre, cansada ya de advertir a su hijo que
está prohibido tocar su figura de cerámica preferida, le anima «hazlo otra
vez» con la mano levantada y amenazando un azote.

Anderson, Reiss y Hogarty apuntan ya en 1939 que la comunicación de


familias de esquizofrénicos es un punto fundamental en la terapia ya que ésta
no es clara, simple y honesta sino que más bien está plagada de
confrontaciones y de complicados y rebuscados mensajes.
Bateson, Jackson, Haley y Weakland (1956) apuntan la comunicación
doblevinculante como una de las posibles causas de esquizofrenia. Plantean
que los niños con este tipo de patología han recibido de sus progenitores
mensajes contradictorios relacionados con sus conductas, actitudes y
sentimientos, manteniendo un permanente estado de desorientación.

Tal y como postula la teoría de la comunicación, es imposible no


comunicarse; la comunicación constituye un elemento básico para la
interacción humana en el interior del núcleo familiar bien constituido, y este
tipo de comunicación es fuente de malos entendidos, sobre entendidos e
incluso factor fundamental en la génesis y mantenimiento de enfermedades.

Ríos (1994 a) resume esta teoría escribiendo que se da doble vínculo


cuando:

1. El sujeto queda envuelto en una situación que supone una gran


intensidad emocional, lo que significa la presencia de una relación en la que
es de importancia vital discriminar el tipo de mensaje que se recibe, para
poder dar una respuesta adecuada.

2. Al mismo tiempo, el sujeto se ve atrapado en una situación en la que la


otra persona expresa dos mensajes distintos: lo que uno afirma está negado
por el otro y el sujeto no está en condiciones de expresar su propia idea sobre
los mensajes transmitidos tanto por la incongruencia que se da en ésta como
por la manipulación afectiva que encierran (L.Gómez).

COMUNICACIÓN EMOCIONAL

(Ver COMUNICACIÓN PROFUNDA [*])

COMUNICACIÓN FORMATIVA

(Ver COMUNICACIÓN MANIPULATIVA [*])


COMUNICACIÓN INFORMATIVA

Es uno de los tres niveles de comunicación descrito por Ríos (1994a), a


través del cual los miembros de la pareja o familia exclusivamente se
«cuentan» lo que han hecho, visto u oído, se transmiten información de lo
acaecido durante la jornada sin incluir sentimientos o intenciones
secundarias. Es un tipo de comunicación muy fría donde predomina lo
rutinario, cotidiano, convencional, sólo lo externo a la persona (E. López).

COMUNICACIÓN MANIPULATIVA

Es uno de los tres niveles de comunicación también denominado «racional» o


«formativo» (Ríos, 1994a). Incluye la comunicación informativa (*) y el
mero hecho de transmitir información encierra la pretensión de actuar sobre
el otro de alguna forma, incluyendo consideraciones de tipo especulativo,
reflexivo o intelectual.

Parejas y familias utilizan este tipo de comunicación con la intención de


transmitir valores, normas y pautas que para ellos son importantes, sin
asomarse a los sentimientos del otro a nivel de comunicación profunda (*)
llegando a estructurar el sistema entorno a ellas (E.López).

COMUNICACIÓN NO VERBAL

(Ver COMUNICACIÓN ANALÓGICA [*])

COMUNICACIÓN PROFUNDA

Es uno de los tres niveles de comunicación también denominado


«emocional» porque a la vez que incluye la comunicación informativa (*) se
transmiten sentimientos, afectos, emociones y estados de ánimo de la persona
que la utiliza.
Es la comunicación óptima en el seno de las parejas y familias porque
manifiesta la intimidad del que habla, llegando a la perfección si además
transmite lo que el otro nos ha ce sentir en un momento determinado
gratificándole en lo intelectual, afectivo y en sus valores personales.

Suelen acompañar a este nivel las manifestaciones de la comunicación no-


verbal, matizando su contenido.

La ausencia de este nivel de comunicación en las parejas y familias


genera sentimientos de abandono afectivo y vivencias de pobreza emocional
dando lugar a que los miembros busquen en otra parte alguien que se
preocupe por lo que quieren, necesitan, y valoren de lo que son capaces
(E.López).

COMUNICACIÓN PROFUNDA: UN EJEMPLO DE PRESCRIPCIÓN


INVARIANTE

Hace años venimos utilizando en «Stirpe» una prescripción invariante que se


nos ha mostrado como altamente eficaz para conseguir romper esa barrera del
silencio que azota a muchas parejas y familias. Resulta particularmente útil
cuando se trata de combatir en las parejas esa actitud mezcla de pasotismo y
pesimismo a través de la que nos transmiten que es imposible comunicarse
profundamente. Evidentemente lo que nos están diciendo es que no son
capaces de «hablar» ya que, sabemos bien, «es imposible no comunicarse».
Para formular la prescripción formulamos una aceptación estratégica de
cuanto afirman y les hacemos ver que para hablar y hablar profundamente se
necesita un entrenamiento que debe realizarse a través de dar pasos pequeños.

La prescripción, en síntesis, se formula así: «Hasta la próxima sesión


(ordinariamente con intervalo mensual) y una vez a la semana, van a dedicar
solamente 10 minutos para hablar buscando el momento en que nada ni nadie
pueda interrumpirles. Esos 10 minutos los dividirán en dos partes de manera
que uno de ustedes en primer lugar (por ejemplo, el marido) empleará sus 5
minutos en transmitir al otro (la esposa) «cómo ha estado durante esos
últimos 8 días» verbalizando los sentimientos, tanto positivos o negativos,
que ha vivido a lo largo de ese período de tiempo. Sin ser interrumpido
deberá decir sin miedo cuáles han sido sus estados de ánimo (pesimismo,
pena, tristeza, rabia, alegría, satisfacción), lo que ha sentido, lo que le ha
llegado del otro, lo que le ha gustado de las actitudes, gestos o palabras del
otro y lo que le ha molestado en cualquiera de esos aspectos. Terminados sus
minutos, dejará hablar al otro del mismo modo. Ninguno de los dos ha de
estar «con la escopeta cargada» mientras el otro habla porque no se trata de
discutir sobre lo vivido, ni de demostrar que lo que sintió o vio el otro fue
erróneo y no lo interpretó bien. Eso no vale para nada porque «los
sentimientos no se discuten. Terminados los 10 minutos de "comunicación
profunda", que cada uno haga lo que corresponde a la vida ordinaria. Dentro
de 8 días volverán a repetir este tipo de comunicación».

En familia puede hacerse lo mismo, ampliando los minutos totales y


repartiéndolos equitativamente entre los miembros que la integran. El fondo
es el mismo: tener un espacio en que cada cual se sienta escuchado sin ser
interrumpido ni descalificado. Al mismo tiempo servirá para que todos tomen
conciencia de cómo se encuentran los demás, qué les llega y cómo les llega,
dado que en este laberinto de interacciones se generan muchos problemas
inútiles (J.A.Ríos).

COMUNICACIÓN RACIONAL

(Ver COMUNICACIÓN MANIPULATIVA [*])

COMUNICACIÓN VERBAL

(Ver COMUNICACIÓN DIGITAL [*])

CONNOTACIÓN POSITIVA
Las palabras no sólo denotan sino que connotan de forma que en el lenguaje
siempre hay una connotación.

La connotación positiva también puede ser definida como un cumplido


que el terapeuta hace a la familia independiente de lo que ocurra, siendo
positivo o negativo, enfatizando algunos aspectos, lo que ayudará en la
búsqueda de éxito en la terapia (Ríos, 1994a; Gomes,1997).

La idea original es promover en la familia una razón lógica para fomentar


el comportamiento sintomático con lo que estarán yendo en contra a la
causalidad lineal, de modo que la alternativa encontrada fue connotar
positivamente a todos los comportamientos de la familia que estén
relacionados al síntoma (Hoffman,1998).

Esto se relaciona con el hecho según el cual cada comportamiento de los


miembros de la familia está implicado en mantener el sistema mientras que a
través de la connotación positiva el terapeuta estimula el mantenimiento de
algunos comportamientos para no desestructurar el sistema familiar en el
momento inoportuno. Es un modo de edificar comportamientos para
mantener la homeostasis (*) del sistema familiar y no para proteger miembros
o relaciones (Nichols y Schwartz, 1998; Simon, Stierlin y Wynne, 1997).

Manteniendo la homeostasis a través de la connotación positiva es posible


abrir el sistema cerrado (*) lo que convierte a esta técnica en una herramienta
fundamental en la terapia al generar la aceptación de la familia por parte del
terapeuta. El terapeuta deja de asumir el rol amenazador y pasa a ser un
aliado de la familia que se siente aceptada como es. Una vez que el terapeuta
envía a la familia el mensaje de que no hay nada que cambiar, hace que
disminuyan las resistencias (Gomes, 1987).

Lo que puede variar es el tipo de connotación: neutra, negativa y positiva.

La connotación positiva ha sido propuesta y desarrollada por la escuela de


Milán de M.Selvini y fue creada para ejercer una función de protección para
la familia al tiempo que le sirve al terapeuta para apoyar los enfrentamientos
con la misma y hacer frente a su resistencia. Actualmente es una herramienta
utilizada para incentivar los aspectos positivos e instruir acerca de la
conducta recomendable de los miembros (Hoffman, 1998; Nichols y
Schwartz, 1998; Minuchin, Wai y Simon, 1998; Gomes, 1987).

La connotación positiva es una herramienta que debe utilizarse desde la


primera sesión de terapia familiar o de pareja y que consiste en aprobar o
reforzar lo que hace la familia tanto positivo como negativo. Con ella se
redefinen como positivos comportamientos familiares que son vividos como
negativos, de forma que lo que en un principio se presenta como un
problema, se transforme en resoluble, intentando despatologizarlo quitando
las etiquetas que progresivamente se hayan ido acumulando acerca del
problema.

Para todos los autores la técnica busca algunos objetivos terapéuticos tales
como definir el contexto de forma positiva, hacer consciente lo que se hace
sin conciencia e interferir directamente en relación a la conducta
recomendable para cada miembro de la familia (Minuchin, Wai y Simon,
1998; Ríos, 1994a; Gomes, 1987).

Se recomienda que antes de formular una prescripción se produzca el


elogio en forma de comentarios positivos sobre la familia o alguna de sus
características o formas de comportamiento.

La connotación positiva reorienta a la familia hacia maneras más positivas


de ver sus interacciones y permite abrir caminos al terapeuta para entrar en la
familia.

Hay dos tipos de connotación positiva: la ritualizada que intenta asegurar


que aparezca un cambio en el sistema, y la invariable que corresponde a
acciones que desencadenan cambios estructurales en el sistema y sirve para
delimitar los sistemas (Ríos, 1994a).

En relación a su utilización puede referirse tanto a la conducta de la


familia en la sesión como a toda su conducta sintomática, pero siempre con el
objetivo de transmitir a la familia la idea de que todo lo que hacen tiene una
razón y es comprendida por el terapeuta (Simon, Stierlin y Wynne, 1997;
Ríos, 1994a).

Debe relacionarse con la formulación de hipótesis (*) que comprenda


todas las configuraciones de interacción de la familia para que el terapeuta no
pierda su neutralidad (Simon, Stierlin y Wynne, 1997).

Se pueden hacer en la misma sesión tomando como contenido la conducta


de la familia o ciñéndose a la conducta sintomática (Ríos, 1994a) (E.López y
C.Pereira Mosmann).

CONTEXTO TERAPÉUTICO

Dentro del contexto sistémico definimos como «contexto terapéutico» el


substrato sobre el que la conjunción de esfuerzos de la familia y el equipo
terapéutico actúa para conseguir introducir en la dinámica familiar aquellos
cambios pertinentes para la mejora de su funcionamiento.

El contexto terapéutico (o sistema terapéutico según Minuchin) es el


catalizador del cambio; si no existe tal contexto, las intervenciones del equipo
terapéutico no calan en la familia y se vuelven yermas.

Al comienzo de una terapia, la familia se enfrenta a una persona (o dos si


se trabaja siguiendo el modelo de coterapia) totalmente ajena, que en algunos
casos ni siquiera goza para ellos de un prestigio reconocido, y en otros (la
mayoría) posee un halo de autoridad como experto en la materia pero carece
de confianza.
Es como si en las primeras sesiones la familia desplegase una coraza
impermeable que criba el tipo y la cantidad de información que la familia está
dispuesta a filtrar, y que el equipo terapéutico debe intentar traspasar.

Para tal cometido se recurre a las llamadas operaciones de asociación.


Siguiendo la propuesta de Minuchin, las principales operaciones de
asociación son la unión y el acomodamiento.

La unión es un proceso definido como «las acciones del terapeuta


tendentes directamente a relacionarse con los miembros de la familia», y el
acomodamiento es un proceso prácticamente idéntico pero que acentúa «las
adaptaciones del terapeuta tendentes a lograr la alianza» (Minuchin, 2001).

Con unas y otras los terapeutas se van mostrando cada vez más cercanos a
la familia, más empáticos y sobre todo más conocedores del mapa de
transacciones que maneja el sistema familiar. A medida que aumenta el
conocimiento de la familia en su conjunto y de sus componentes por
separado, los terapeutas pueden conectar más y mejor con cada miembro,
hasta ganarse la confianza de todo el grupo.

Es entonces cuando se crea el caldo de cultivo idóneo para que se


empiece a intervenir terapéuticamente, introduciendo las primeras tentativas
reestructurantes.

La familia ya no está a la defensiva, considera a los terapeutas como parte


integrante de su realidad, como seres mucho más cercanos, en algunas
ocasiones incluso como "parte de la familia", y aceptan que ellos dirijan sus
movimientos y les propongan retos y tareas que les van a resultar molestos y
complicados.

Se ha conseguido así el contexto terapéutico adecuado para que de un


lado la familia, y de otro los terapeutas, trabajen en sintonía en pos de la
consecución de los objetivos terapéuticos marcados por el equipo y
consensuados a modo de contrato (el contrato terapéutico) por toda la familia
(J.Cejalvo).

CONTRATO TERAPÉUTICO

Instrumento en el que se encuentran recogidas las reglas básicas que guiarán


el proceso terapéutico. Cuando se ponen de manifiesto las líneas generales
acerca del contenido y el proceso de la terapia, esto supone un acto de
compromiso por parte del terapeuta y de la familia hacia el cambio. Del
mismo modo, evita la aparición de malos entendidos y permite la evaluación
del éxito o fracaso de la terapia. Cuanto más claro y concreto sea este
contrato, más eficaz será la terapia.

Existen diferentes procedimientos para establecer el contrato. Algunos


terapeutas optan por la firma de un documento, otros lo transmiten oralmente.
Sea cual sea la forma que adquiera, debe plantearse con la suficiente
flexibilidad para que a lo largo del proceso pueda ser modificado, redefinido
o ampliado.

Las referencias al modelo sistémico, el secreto profesional, el coste


económico, la frecuencia de las sesiones y las técnicas específicas a emplear,
son los aspectos mínimos que ha de presentar.

1.Referencias al modelo sistémico: Conviene aclarar desde el primer


momento que desde el modelo sistémico se trabaja con toda la familia.
La línea de actuación está encaminada a reestablecer, reforzar y
mejorar las relaciones entre los diversos miembros de la misma. Es
necesario que a las sesiones acudan todos los miembros del sistema
familiar o, en función del juicio del terapeuta, una parte del mismo.

Puede ocurrir que la familia, o algún miembro de la misma, tenga


experiencia en otro tipo de terapia o bien que en el momento en el que
acuden a nuestra consulta se encuentren en tratamiento con otro
especialista. En el primer caso se deben evidenciar las diferencias y
similitudes con la experiencia terapéutica previa. En el segundo,
nuestro ámbito de actuación debe quedar bien delimitado para que no
se confunda la finalidad de cada una de las terapias. Aclarar que el otro
profesional debe conocer que están en terapia familiar.

2.Secreto profesional: En el contrato se ha de destacar que la información


recibida en cada una de las sesiones no será utilizada fuera de la sala
de terapia. Esto no quita que, previo aviso a la familia y con el fin de
mejorar la ayuda, el terapeuta pueda consultar el caso con otro
profesional.

También señalar que no se mantendrán contactos fuera de las sesiones


y si los hubiera, el terapeuta se reserva el derecho de trabajar la
información recogida en la próxima sesión.

3.Coste económico: Para dejar en evidencia que se trata de una relación


profesional, es necesario establecer el precio de cada sesión así como
las posibilidades de pago.

4.Número y frecuencia de las sesiones: Conviene indicar el número de


sesiones que se mantendrán a lo largo del proceso, dejando abierta la
posibilidad de redefinir el contrato en función de las necesidades que
presente la familia. Los autores no se ponen de acuerdo en señalar un
número determinado de sesiones. Éstas variarán en función del estilo
terapéutico adoptado y las necesidades de cada cliente. Sin embargo,
por lo general, oscilan entre las ocho y diez sesiones. Los diversos
autores consultados indican una frecuencia entre sesiones quincenal o
mensual. No obstante, no es una norma rígida, ya que dependiendo de
las necesidades de la familia puede ser más breve o distanciarse en el
tiempo, procurando devolverles su capacidad terapéutica.

5.Técnicas específicas: Hay que mencionar si el modo de trabajar es


individual o en coterapia; si existe un equipo que observa tras el espejo
unidireccional y la forma de participación que éstos desempeñan (por
ejemplo equipo reflexivo, uso del teléfono, etc.). También se indicará
si las sesiones serán o no registradas a través de medios audiovisuales
(filmación en vídeo [*] o cualquier otro tipo de grabación) con fines
terapéuticos o didácticos, ya que por razones éticas (*) se requiere la
autorización firmada de la familia para poder utilizarlos (A. de
Uribarri).

COTERAPIA: CONCEPTO

Se entiende por «coterapia» la intervención psicoterapéutica llevada a cabo


mediante la participación de dos terapeutas que atienden a la familia o la
pareja. Su realización práctica no es fácil, por lo que supone un
entrenamiento que permita el perfecto acoplamiento de la pareja de manera
que en ningún momento de la sesión la familia o pareja atendida tenga que
plantearse la necesidad de seleccionar a cual o cuáles de los mensajes de uno
y otro terapeuta debe responder. La comunicación y la interacción entre los
terapeutas ha de hacerse de tal manera que en todo momento se vea una única
línea de intervención aunque cada terapeuta pueda utilizar un «estilo
personal» (*) dentro de la misma línea de actuación. La coterapia lleva
implícito un modo de supervisión (*) toda vez que cada uno de los terapeutas
ha de estar permanentemente en observación por el otro. En nuestra
experiencia clínica se ha mostrado siempre como un instrumento válido que
amplía las posibilidades de intervención, dando variedad al trabajo,
intercalando variedades en los modelos de actuación y facili tando las
alianzas entre los miembros del sistema atendido y uno u otro de los
terapeutas. Por otra parte, desde la incorporación del «equipo reflexivo» (*) a
nuestra metodología, consideramos que los miembros de éste, tanto cuando
están siguiendo la sesión tras el espejo como cuando salen a la sala de
sesiones y dialogan sobre el contenido de lo llevado a cabo durante la sesión
celebrada, están trabajando en «coterapia» ya que sus aportaciones mediante
el uso del teléfono interno como en el intercambio de ideas con los dos
terapeutas que han seguido directamente la sesión, están trabajando
conjuntamente en la misma dirección (J.A.Ríos).

COTERAPIA: CÓMO MEJORARLA

Para mejorar el modelo actual de coterapia y, más aún, con el fin de no


aparecer ante la familia como un observador o elemento distante («auxiliar» o
«asistente» del terapeuta), considero muy importante la actitud del
coterapeuta en las sesiones. Esta actitud no se refiere tanto a las
intervenciones esporádicas verbales como a la actitud que transmite estando
en silencio, esto es: postura en la silla, acompañamiento con la cabeza y la
mirada, gestos faciales, etc. Sé que estos aspectos los debe cuidar todo
terapeuta que pretenda «vincularse» con el paciente o persona con quien se
establezca una relación, pero, en el caso del coterapeuta, esta actitud debe ser
aún más clara y explícita como consecuencia del tiempo que pasa sin
intervenir verbalmente.

Con el fin de contribuir a lo mismo, esto es, a reforzar el papel del


coterapeuta y ayudar en el proceso de situaciones de «dentro y fuera» por
parte de ambos (terapeuta y coterapeuta), independientemente de si se han
distribuido unos papeles entre ambos, creo que ayudaría aún más a
estructurar su perfil (sobre todo ante la familia y para las mismas terapias),
dándose unas pautas muy generales de actuación en cada sesión, esto es, el
coterapeuta (persona encargada de realizar la segunda llamada) puede
encargarse de abrir también las sesiones. A continuación, la sesión se llevaría
a cabo más desde el terapeuta, pero siempre completándose bajo las
aportaciones que considere adecuadas el coterapeuta o bajo las indicaciones
del Equipo Reflexivo (*). Por último, el coterapeuta también será el
encargado de cerrar la sesión, recogiendo una síntesis de los puntos más
importantes (redefiniciones y connotaciones claras, directas y explícitas)
junto con las prescripciones a realizar por cada miembro.
Desde lo leído y observado durante las sesiones, personalmente,
considero que estos dos aspectos son puntos de mejora (S.Beltrán).

COTERAPIA: ALGUNAS INDICACIONES PRÁCTICAS

Para llevar a cabo el trabajo en coterapia, pueden tenerse en cuenta algunas


indicaciones:

1.Distribución de tareas en la sesión:

1.1.Quién inicia la sesión.

1.2.Quién recoge la información entre ésta y la sesión anterior.

1.3.Quién controla las tareas dadas en la útima sesión.

1.4.Quién explora los cambios experimentados.

1.5.Quién formula una redefinición de la que poder partir para cambiar


los viejos registros.

1.6.Quién connota.

1.7.Quién prescribe indirectamente.

1.8.Quién prescribe directamente.

1.9.Quién cierra la sesión después del comentario del Equipo


Reflexivo (*).

2.Manejo del tiempo en la sesión:

2.1.Tiempo total sesión: 60/65 minutos aproximadamente.

2.2.Distribución del tiempo total en: parte informativa, redefiniciones,


connotaciones y prescripciones: 45 minutos aprox.

2.3.Participación del Equipo Reflexivo: 4/5 minutos aproximadamente.

2.4.Exploración de la resonancia en la familia o la pareja de los


comentarios del ER: 5 minutos.

2.5.Cierre de la sesión: 7/8 minutos (J.A.Ríos).

COTERAPIA COMO PROPUESTA DE FORMACIÓN

Basados en la experiencia de nuestra Escuela de Formación en Terapia


Familiar desde 1980-1981, la coterapia nos ha ofrecido modalidades que han
dado respuesta satisfactoria a algunos problemas relacionados con la
formación de terapeutas. Llevando a cabo cuanto se deriva del concepto
expuesto anteriormente, la coterapia acentúa el carácter activo de la
formación desde sus inicios. Siempre hemos defendido y llevado a cabo que
el alumno en formación no puede permanecer «pasivo» mientras dura su
capacitación. Entendemos por «actividad» en este sentido la posibilidad de
actuar durante las sesiones de terapia gracias a cuya observación está
realizando un verdadero aprendizaje. En muchos programas formativos lo
que comúnmente se entiende por «práctica» no aparece hasta el momento en
que el terapeuta en formación interviene directamente con la familia. Para
llegar a ello tales programas y formadores consideran imprescindible realizar
primera y exclusivamente un período de formación teórica en la que no se
participa para nada con familias o parejas «en vivo». A lo sumo, algunas
veces se contemplan vídeos de sesiones grabadas, pero en tales casos el
alumno en formación no establece un contacto directo con los miembros del
sistema atendido en terapia.

La coterapia, entendida como propuesta de formación, implica el


ofrecimiento de un cuadro de referencia teórico-práctico basado en un
modelo de aprendizaje íntimamente ligado a la intervención terapéutica desde
el inicio de la formación y en un contexto en el que el alumno empieza a
actuar.

Este sistema potencia la capacidad de entrar en interacción con la familia


o la pareja, de forma que practique la coparticipación con la familia,
incremente las relaciones interpersonales con el «equipo directo» (*), aporte
ideas para impulsar el cambio y aprenda a ser cálido y firme en sus
intervenciones. Sin asumir de manera total la responsabilidad del proceso
terapéutico, forma parte del equipo terapéutico. La obligación que nos hemos
impuesto de llevar a cabo la formación en grupos reducidos (no más de 7
personas), permite este tipo de trabajo con el enriquecimiento que acarrea
desde el momento en que quienes están en formación se constituyen, ya
desde el principio, en verdadero «equipo terapéutico» (*) que no se limita a
contemplar «pasivamente» las sesiones, sino que hace de ellas la base sobre
la que ir construyendo la «formación teórica» (*) y la capacitación o
«formación técnica» (*) del terapeuta.

Es evidente que la «coterapia» no es el procedimiento más económico ni


el más cómodo desde el punto de vista de la formación que hay que impartir.
El terapeuta más veterano tiene que enseñar y dar razón de cuanto hace en la
sesión o de cuanto incita a hacer al principiante. En la coterapia nos estamos
evaluando, simultáneamente, los dos terapeutas que intervenimos en la
sesión. Es verdad que uno de los dos terapeutas tiene la tarea de unificar e
integrar cuanto va saliendo de las aportaciones del otro o de los miembros del
equipo que está tras el espejo. Este modo de trabajar para formarse obliga a
desempeñar un papel de compromiso por parte de cuantos se están formando
al tiempo que imprime rigor, capacidad de síntesis, necesidad de integrar
distintas perspectivas y respaldar cuanto se hace en cada momento de la
sesión. Desde nuestro punto de vista, la idea de Whitaker (1992) según la
cual «el terapeuta novato primero aprende cosas sobre psicoterapia, después
cómo hacer psicoterapia, y a continuación, si todo va bien, da el paso de
convertirse en psicoterapeuta» necesita alguna matización importante: el
terapeuta novato empieza a convertirse en terapeuta desde la primera sesión
que contempla, ya que en nuestro modelo se ve obligado a aprender más
cosas (teoría, práctica, habilidades terapéuticas), porque tiene que hacer
psicoterapia aunque temporalmente esté protegido por el equipo y respaldado
por los terapeutas más veteranos. El paso de estar «tras el espejo» a estar
«cara a cara» con los pacientes es algo que se da desde el comienzo de la
formación. Somos conscientes del riesgo y el desafío que lleva consigo este
modo de proceder, cosas que nunca hemos temido: nos ponemos ante el más
novato y nos sometemos a su juicio y su crítica. Nos ven trabajar «a pelo».
Esto supone, por otra parte, situarse en el nivel de estar convencido que el
más veterano siempre puede aprender del más novato. La frescura y agilidad
del novato no puede despreciarse con la actitud omnipotente de creer que no
tenemos nada que aprender (J.A.Ríos y A.Ríos Sarrió).

CRISIS

Son acontecimientos repentinos e inesperados que alteran el normal


desarrollo y funcionamiento de la vida familiar o de alguno de sus miembros,
impidiendo su evolución hacia la estabilidad, la cohesión o la posibilidad de
progresos, pudiendo ver una revisión del concepto y evolución histórica del
mismo en Cancrini y Onnis (1979).

Ejemplos típicos de crisis son las situaciones que obligan a las familias y
parejas a acudir de manera urgente e inmediata a un especialista. Es curioso
observar que en tales circunstancias acuden al experto como quien acude a un
bombero.

Las crisis, dice Pittman (1991), se escriben en chino con dos caracteres
que significan «oportunidad» y «peligro», lo que equivale a describir las
crisis como «oportunidades peligrosas» (J.A.Ríos).

CRISIS EVOLUTIVAS
Son acontecimientos no repentinos ni inesperados, sino producto normal del
desarrollo de crecimiento del individuo, la familia o la pareja. Aparecen de
manera inevitable en las encrucijdas que suponen el paso o tránsito de un
ciclo vital (*) a otro o de una etapa evolutiva a otra. Estratégicamente son
válidas para asentar sobre ellas algunas «redefiniciones» (*) que permitan
contemplar lo que sucede y se vive como amenaza (J.A.Ríos).

CUESTIONARIO A-TF (Ríos, 1984)

La necesidad de realizar una evaluación de la situación de la familia en el


momento de iniciar el proceso de terapia familiar obliga a disponer de
instrumentos adecuados para medir los aspectos que sean imprescindibles
para saber «cómo está la familia» al pedir consulta. Esa es la razón de haber
construido un cuestionario que hemos denominado A-TF para indicar que
intentamos evaluar cómo está la familia «A»ntes de la TF.

Consta de seis ítems y ha de ser respondido, separadamente, por cada uno


de los miembros de la familia. En nuestra experiencia clínica hemos podido
constatar que es fácil de entender y ser contestado por los hijos a partir de los
10/11 años (J.A.Ríos).

CUESTIONARIO A-TP (Ríos, 1984)

Como en el caso anterior, éste mide la situación actual de la pareja «A»ntes


de empezar la terapia. Es similar al anterior aunque redactado de forma que
sean los cónyuges o miembros de la pareja los que respondan cómo ven su
momento cuando piden ser atendidos. Al ser idéntico al anterior, consta
igualmente de seis ítems y debe ser contestado por separado por cada uno de
los cónyuges (J.A.Ríos).

CUESTIONARIO DAS (Spaniers)

(Ver AJUSTE DIÁDICO [*])


CUESTIONARIO DAS VARIABLES

(Ver AJUSTE DIÁDICO [*], CONSENSO [*], SATISFACCIÓN [*],

EXPRESIÓN AFECTIVA [*], COHESIÓN [*] y AJUSTE TOTAL [*]).

CUESTIONARIO «D» DE CONTROL «D»URANTE LA TERAPIA


FAMILIAR Y DE PAREJA (Ríos, 1984)

Instrumento de evaluación que permite obtener datos acerca de los cambios


percibidos por los clientes así como la valoración que hacen de los servicios
prestados. Como en otros procesos de formación humana no podemos
limitarnos a evaluar los resultados finales. Realizar un control a medida que
avanza la terapia permite detectar aquellos aspectos que serán relevantes a la
hora de reformular, constituir y plantear intervenciones más eficaces.

El cuestionario «D» de control es un instrumento de fácil aplicación y


bajo coste. Se aplica entre la 5a y la 6a sesión y debe ser cumplimentado por
ambos cónyuges individualmente.

Consta de 16 preguntas, cuatro abiertas y 12 cerradas. Las posibilidades


de respuesta a las preguntas cerradas no es fija, varían entre tres y seis
alternativas de respuesta.

El contenido de las seis primeras preguntas hace referencia a la evolución


y cambios detectados en el transcurso de la terapia. De la séptima a la
decimoquinta pregunta se pretende evaluar el proceso terapéutico. Para ello,
el contenido de las diversas cuestiones va dirigido a conocer la percepción
acerca de los aspectos positivos y negativos de los terapeutas, su número, la
neutralidad y los cambios realizados. También se evalúa el número de
sesiones así como su ritmo y frecuencia.

Por último se plantea una pregunta abierta en la que los clientes pueden
añadir lo que deseen.

(Ríos, 1994a):

Cuestionario de control «D»

Contiene los siguientes aspectos:

Familia:..... Respuestas de:......... Fecha:.............

SITUACIÓN DURANTE EL PROCESO DE TERAPIA FAMILIAR


(Se han tenido..... sesiones)

D.1. Si ha faltado a alguna sesión, ¿cuál fue el motivo?

D.2. Según transcurren las sesiones de TF... (6 alternativas).

D.3. El verdadero problema de mi familia... (4 alternativas).

D.4. El verdadero problema de mi familia, según mi opinión, es... (respuesta


abierta).

D. 5. Durante el tiempo que está durando la TF... (4 alternativas).

D.6. Los cambios en el funcionamiento familiar durante la TF... (3


alternativas).

D.7. Durante las sesiones de TF tengo la impresión de que los terapeutas... (3


alternativas).

D.8. De los terapeutas destaco como positivo... (5 alternativas).

D.9. De ellos destaco como negativo... (5 alternativas).

D.10. En lo referente al número de terapeutas, que han tomado parte en las


sesiones, me parece... (5 alternativas).

D.11. Cuando se ha cambiado de terapeuta, me ha parecido... (5 alternativas).

D. 12. Si tales cambios han repercutido en Vd, en algún sentido, exponga sus
efectos, tanto positivos como negativos... (respuesta abierta).

D.13. Sobre el número de sesiones tenidas hasta ahora, me ha parecido... (3


alterativas).

D. 14. Sobre el ritmo/frecuencia de las sesiones tenidas, me ha parecido... (4


alternativas).

D.15. En el termómetro siguiente indique el grado de satisfacción/éxito o


insatisfacción/fracaso que atribuye Vd. a la TF hasta este momento:

D.16. Si desea añadir algo, puede hacerlo a continuación (respuesta abierta).

(A. de Uribarri).

CUESTIONARIO EDS (J.A.Ríos-Stirpe, 1992)

Evalúa y describe el proceso seguido por cualquier persona que atraviesa la


crisis consiguiente a una separación o divorcio por lo que le hemos dado el
nombre de Elaboración del Duelo de la Separación (EDS). Con él
pretendemos conocer las incidencias que atraviesan las parejas durante este
largo camino que casi nunca resulta fácil y cómodo, a fin de poder determinar
cuáles son los momentos y fenómenos especialmente importantes para
superar adecuadamente cuanto acarrea tal decisión. Desde su utilización,
cuyos resultados parciales hemos presentado en dos ocasiones (XIII Jornadas
Nacionales de Terapia Familiar, Cáceres-Trujillo, 1992; y II Congreso
Europeo de la EFTA, Sorrento [Italia], 1995), hemos podido enriquecernos
con observaciones en las que se detectan no sólo las «dificultades» para
conseguir equilibradamente la separación o el divorcio, sino la determinación
de los apoyos y agentes internos y externos que contribuyen a una mejor
disolución del vínculo para plantearse un nuevo futuro. Con otras palabras:
pretendemos tener información para proceder a la terapia de la pareja
«antes», «durante» y «después» de la separación o divorcio.

Las variables que hemos seleccionado para tal análisis son: datos de 1)
identificación (ítems 1.1 q 1.14), 2) antecedentes de la separación (2.1 a 2.9),
3) proceso de la decisión 3.1 a 3.11), 4) la separación real (4.1 a 4.11) y 5) la
elaboración de la separación (5.1 a 5.8), lo que completa un total de 53 ítems
(J.A.Ríos).

CUESTIONARIO «F» DE CONTROL «F»INAL DE LA TF (Ríos, 1984)

Instrumento para aplicar al final de la terapia con el fin de realizar una


evaluación de los resultados percibidos tanto por la familia o la pareja como
por los terapeutas. Consta de 10 ítems estructurados en torno a los siguientes
puntos:

F.SITUACIÓN FAMILIAR UNA VEZ TERMINADA LA TERAPIA


FAMILIAR

(Sesiones tenidas e interrupciones a lo largo del proceso.)

F. 1. Actualmente y una vez terminada o interrumpida la TF, la valoro


como... (5 alternativas).

F.2. La situación del problema/síntoma consultado que consultamos la veo...


(5 alternativas).
F.3. Los cambios que se han verificado durante la TF... (5 alternativas).

F.4. Actualmente, y tras la experiencia vivida en la TF... (3 alternativas).

F.S.La relación familiar, globalmente... (4 alternativas).

F.6. La situación familiar, globalmente... (4 alternativas).

F.7. Los resultados generales obtenidos, los valoro como... (3 alternativas).

F.B.Después de la TF tenida, ¿aconsejaría a otras familias con problemas


pasar por una experiencia de este tipo?

F.9. En el termómetro siguiente indique el grado de satisfacción/éxito o


insatisfacción/fracaso que atribuye Vd. a la TF hasta este momento:

F. 10. Si desea añadir algo, puede hacerlo a continuación (respuesta abierta).

(J.A.Ríos).

CUESTIONARIO «F» DE CONTROL «F»INAL DE LA TP (Ríos, 1984)

En su contenido es idéntico al anterior aunque con la redacción propia que


hace referencia a las situaciones de pareja que se han tenido en cuenta
durante el proceso terapéutico (J.A.Ríos).

CUESTIONARIO F.E.S.: VARIABLES: RELACIONES

(Cuestionario FES [Family Environment Scale] o Escala de Clima Social en


la Familia)
Constituye una de las Escalas de Clima Social específicamente destinada a
evaluar esta variable en la familia. Fue elaborada por Rudolf H.Moos,
Bernice S.Moos (1981) y posteriormente Edison Trickett, en el Laboratorio
de Ecología Social de la Universidad de Stanford, California, EE.UU. Su
adaptación española fue realizada en 1984 por dos profesores de la UAM
(R.Fernández-Ballesteros y B.Sierra) y publicada por TEA Ediciones, S.A. en
Madrid (1995). A medida que se ha venido aplicando, se han elaborado
varias versiones. Actualmente en Stirpe, bajo la dirección de José Antonio
Ríos, se está trabajando con la adaptación del uso del instrumento para la
evaluación de la situación o clima conflictivo del matrimonio o la pareja que
asiste a consulta para la terapia familiar (Ríos, 1994).

La adaptación estandarización española corresponde a la formada por 90


elementos (ítems o afirmaciones) a los que hay que contestar con un
«verdadero» o «falso», agrupados en tres dimensiones y 10 subescalas
repartidas como sigue: Relaciones (Cohesión, Expresividad y Conflicto),
Desarrollo (Autonomía, Actuación, Intelectual-Cultural, Social-Recreativo y
Moralidad-Religiosidad) y Estabilidad (Organización y Control).

Es un instrumento del tipo «cuestionarios auto-administrables» de fácil


contestación que ha sido utilizado para numerosos proyectos de investigación
y para la evaluación del tipo de conflictos que afectan a la familia cuando
solicita ayuda. Los estudios de su confiabilidad y validez, lo avalan como uno
de los mejores instrumentos de evaluación de la familia, cualquiera que sea
su tipo. Hasta el 2000 se registraron más de 200 reportes científicos con su
utilización.
CUESTIONARIO FQHE

(J.A.Ríos, V.Lara, C.López-Ibor y M.MayoraL-Stirpe, 1999)

La vieja cuestión acerca de la existencia o no de «familias sanas» y «familias


enfermas», evidentemente derivada de una rigurosa y lineal aplicación de los
modelos médicos que re gulan la clasificación de los supuestos «enfermos» o
«sanos», no parece poder mantenerse de manera tajante en el campo de la
terapia familiar. Es evidente que el concepto de «salud» y «enfermedad» ha
admitido a lo largo de los siglos diversas interpretaciones. Actualmente hay
una clara discrepancia con los establecidos y seguidos durante demasiado
tiempo. En el caso de las familias necesitadas de atención, apoyo o ayuda
terapéutica ha sucedido lo mismo, resultando incompleta la tipología «sana»
y «enferma» porque no hay ninguna que, clara y absolutamente, quede
descrita por los parámetros que pudieran tomarse en consideración para
marcar su perfil.

Este planteamiento, fundamentalmente basado en la realidad que ofrece la


clínica de la familia, nos ha llevado a plantear de manera tajante una pregunta
que nos parece clave: ¿Hay «enfermos» que nos traen las familias para ser
tratados o, por el contrario, hay «familias que hacen enfermar»?

Prácticamente, y basados en las teorías sistémicas y las distintas Escuelas


de Terapia Familiar (*) que podemos identificar como básicas que se
amparan bajo el gran paraguas del modelo sistémico, así como de la
observación de familias a lo largo de nuestros años de trabajo, nos inclinamos
por una respuesta afirmativa hacia la segunda parte del interrogante: hay
familias que hacen enfermar.

Medir esta hipotética realidad a fin de poder determinar cuáles son los
factores o variables que hacen posible tanto la aparición como el
mantenimiento de los dinamismos que contribuyen a ese modo de
«enfermar», ha sido la base de la construcción de este cuestionario que
venimos utilizando en la práctica de la Terapia de Familia desde 1999. La
fundamentación teórica del mismo la expusimos en un trabajo (Ríos, J. A.,
1999) en el que se plantean los presupuestos teóricos y los elementos que
según cada escuela contribuyen a la disfuncionalidad o enfermedad del
sistema familiar para, desde esas bases, perfilar las cuestiones que nos han
permitido darle forma de interrogantes a ser contestados por padres e hijos y
hacer una evaluación del nivel de «riesgo» que tienen para poder llegar a lo
que llamamos «enfermar del hijo». En ambos cuestionarios (forma para
padres y forma para el hijo supuestamente identificado como «paciente»),
medimos las siguientes variables: Estructura (E), Límites (L), Jerarquización
(J), Clima Educativo y Emocional (CEE), Autoridad (A), Cohesión (C),
Disciplina (A), Equilibrio homeostático (EH), Emoción Expresada (EE) y
Nivel de Comunicación (NC) que suponen un total de 42 ítems para cada una
de las formas del cuestionario (José A.Ríos).

CUESTIONARIO ICP

(J.A.Ríos y Elena López Santiago-Stirpe, 2002)

La necesidad de realizar una evaluación previa al trabajo terapéutico con


parejas obliga a contar con instrumentos adecuados para medir distintos
aspectos en los que teóricamente apoyamos la explicación de sus
disfunciones o dificultades.

Después de haber utilizado durante bastantes años el Cuestionario SF-82


(parejas) (*) construido por nosotros mismos, el DAS (*) de Spaniers y
aunque de manera muy transitoria que hemos abandonado al ser retirado del
mercado el FES de Familia de Moos y Moos, con el intento de adaptarlo para
su aplicación a la exploración del «clima emocional de la pareja», hemos
optado por la utilización de ICP (Clima interactivo amoroso de la pareja)
(J.A.Ríos González y E.López Santiago) construido para evaluar la situación
y capacidad o incapacidad de las parejas para establecer circuitos
suficientemente «eficaces» de interacción amorosa, así como la presencia de
factores que inciden en la aparición de «disfunciones» en la dinámica
conyugal.

Está preparado para ser respondido por los dos miembros de la pareja que
acuden a consulta y compuesto por siete variables que hemos denominado
Intimidad y Afectividad (IA), Interés y Compromiso (IC), Pasión (P),
Interacción con las respectivas familias de origen (FO), Expresividad (EX),
Conflictividad (CT) y Autonomía (AU).

Contiene 105 ítems que, dada su amplitud, se recomienda responder en


dos o tres momentos en que la persona que lo completa se encuentre en
condiciones para responder con tranquilidad y no deprisa y corriendo con el
riesgo de dejarse llevar por el cansancio (J.A.Ríos y E.López Santiago).

CUESTIONARIO MADRE-2002 (J.A.Ríos, 2002)

Dado que la Terapia Familiar trata de conocer, diagnosticar y plantear la


posibilidad de introducir cambios en la interacción del sistema interno de la
familia, es imprescindible contar con la información que permita tener un
buen conocimiento de las interacciones parciales que se encuentran en ella.
Entre éstas ocupa un lugar preferente la interacción «madre-hijo», por lo que
hemos construido un cuestionario a responder por el propio «paciente
designado» (*) y el resto de hermanos.

Este Cuestionario es una réplica del actualmente adaptado que utilizamos


en el estudio de la figura paterna y cuyos resultados fueron publicados en
1980 (Ríos González, 1980).

Consta de un apartado para datos de (0) clasificación y cinco que abordan


la recogida de 1) Datos familiares (11 aspectos), 2) datos sobre la vivienda (8
aspectos), 3) Ambiente familiar en relación con la madre (18 aspectos), 4)
Cómo veo la figura de mi madre (26 aspectos) y 5) Modo habitual de
comportarse en una serie de situaciones (8 aspectos) (J.A.Ríos).

CUESTIONARIO MADRE 77-2003 (J.A.Ríos, 2002)

Responde a la necesidad que planteamos al presentar el (*) Cuestionario


Padre 77-2003 (*) aunque, en este caso, referido a la figura materna (José
A.Ríos).

CUESTIONARIO PADRE-2002 (J.A.Ríos, 2002)

Como en el caso de la madre y dado que la Terapia Familiar trata de conocer,


diagnosticar y plantear la posibilidad de introducir cambios en la interacción
del sistema interno de la familia, es imprescindible contar con la información
que permita tener un buen conocimiento de las interacciones parciales que se
encuentran en ella. Entre éstas ocupa un lugar preferente la interacción
«padre-hijo» por lo que hemos cons truido un cuestionario a responder por el
propio «paciente designado» (*) y el resto de hermanos.

Este cuestionario es una réplica del actualmente adaptado desde la versión


del que denominamos AF-RP-JARG (1971) que utilizamos en el estudio de la
figura paterna como tema de nuestra Tesis Doctoral y cuyos resultados fueron
publicados en 1980 (Ríos González, 1980).

Igualmente que en el anteriormente presentado para la Madre-2000,


consta de un apartado para datos de (0) clasificación y cinco que abordan la
recogida de 1) Datos familiares (11 aspectos), 2) datos sobre la vivienda (8
aspectos), 3) Ambiente familiar en relación con la madre (18 aspectos), 4)
Cómo veo la figura de mi madre (26 aspectos) y 5) Modo habitual de
comportarse en una serie de situaciones (8 aspectos) (J.A.Ríos).

CUESTIONARIO PADRE 77-2003 (J.A.Ríos, 2002)

Aplicable a padres que tengan edades comprendidas entre 38 y 43 años por


las razones que se dan a continuación.

Actualmente en experimentación, se ha construido a partir de las


conclusiones sobre la figura paterna que obtuvimos en nuestra Tesis Doctoral
con la aplicación a 2.594 adolescentes de edades comprendidas entre 13 y 18
años y procedentes de todo el territorio nacional.

Sobre esos datos hemos planteado la hipótesis que nos permita evaluar la
evolución de la figura paterna percibida por aquellos adolescentes y la que
tenga esa misma generación en el momento actual (2003) en que son padres.
Tal generación está integrada por adultos con edades entre 38 y 43 años.
Intentamos evaluar la autoimagen paterna que poseen para compararla con lo
que «deseaban encontrar en la figura paterna» («el padre que yo quería ser»)
con el que actualmente perciben en sí mismos («el padre que soy en el
2003»).

Conserva la misma estructura del Padre-2002 a fin de poder comparar los


resultados de uno y otro con los obtenidos en 1977 (J.A.Ríos).

CUESTIONARIO SF-82 (Familia) (J.A.Ríos, 1982)

En la terapia ya sea familiar, pareja o individual, necesitamos información


previa, para analizarla y obtener así datos que nos faciliten posteriormente
fijar un objetivo pese al que ellos nos marcan, para lo cual nos valemos de
diversos cuestionarios, siendo el SF-82 uno de ellos.

Cuestionario empleado exclusivamente para familias.

Instrumento de evaluación que permite obtener datos acerca de la


dinámica familiar. Los contenidos se basan en la actitud ante el cambio,
alianzas, autonomía de los miembros, cohesión familiar, tipos y niveles de
comunicación, culpabilizaciones, etc.

Es un instrumento no comercializado, utilizado en «Stirpe» como fuente


de información sobre la que apoyar posteriormente las intervenciones
terapéuticas.

Consta de 100 ítems, es autoaplicado y deben responderlo separadamente


todos los miembros de la familia.

Tiene dos cuestionarios complementarios: el de parejas (SF-82 parejas) y


otro (SF-82 de autoevaluación personal) para evaluar el autoconcepto que
tiene el sujeto antes de ser tratado en terapia, ya sea familiar o de pareja
(Ríos, 1994a) (M. Gamella).

CUESTIONARIO SF-82 (Parejas) (J.A.Ríos, 1982)

Cuestionario empleado exclusivamente para parejas, utilizándolo como


fuente de información sobre la que apoyar posteriormente las intervenciones
terapéuticas.

Consta de 11 ítems y permite obtener datos acerca de los siguientes


aspectos de la pareja: unión ante las decisiones, áreas percibidas como
conflictivas, tipos y niveles de comunicación marital, tipología de pareja,
sexualidad (iniciativa, motivación, nivel de satisfacción y afectividad), poder
y áreas de poder de cada cónyuge.

Es un instrumento no comercializado.

El cuestionario SF-82 parejas deben responderlo de manera individual los


miembros la pareja (Ríos, 1994a) (M.Gamella).

CUESTIONARIO SF-82 VARIABLES

Abarca las siguientes variables: Unión ante decisiones, Áreas conflictivas,


Tipo de comunicación marital, Nivel de comunicación marital, Tipología de
la pareja, Sexualidad (iniciativa, motivación, nivel de satisfacción y
afectividad), Afectividad, Poder y áreas de poder de cada cónyuge (J.A.Ríos).

CUESTIONARIO SF-82 (Autoconcepto) (J.A.Ríos, 1982)

Instrumento de evaluación que permite obtener datos sobre el autoconcepto


que tiene un sujeto que va a ser tratado en terapia familiar o de pareja.

Es un instrumento no comercializado, utilizándolo como fuente de


información sobre la que apoyar las intervenciones terapéuticas.

El cuestionario SF-82 de autoconcepto consta de 40 frases, a las que el


sujeto debe responder si se ve reflejado en ellas, o completar las cuestiones
que son abiertas. Su contenido nos da pistas para destacar las áreas en las que
será conveniente insistir durante la terapia.

Su objetivo es poder relacionar la percepción de sí mismo con lo que se


obtiene sobre el contexto configurado de la personalidad tal y como se
aprecia a través de lo que haya respondido al cuestionario SF-82 general
cuando se trate de Terapia Familiar, y al cuestionario SF-82 de parejas
cuando se inicie una Terapia de Parejas (Ríos, 1994a) (M.Gamella).

CUESTIONARIO S-TF (J.A.Ríos, 1984)

Cuestionario empleado exclusivamente para familias que permite obtener


datos acerca de la visión y «actitud sistémica» que tiene cada miembro del
sistema ante el problema que plantean. Al realizar este cuestionario de
manera individual y antes de ser recibidos en consulta, nos facilitarán la labor
terapéutica, ya que no ofrece información para determinar quiénes van a estar
más inclinados a colaborar con los terapeutas y quienes serán más resistentes
por centrar el problema exclusivamente en el paciente.

Consta de cinco preguntas cerradas que han de ser respondidas con «sí» o
«no» (Ríos 1994a) (M.Gamella).

CUESTIONARIO S-TP (J.A.Ríos, 1984)

Cuestionario empleado para evaluar la «actitud sistémica» que tiene cada


miembro de la pareja ante la consulta que nos formulan.
Su estructura es la misma que la del S-TF empleado con familias y nos
ofrece información para determinar quién va a estar más inclinado a
colaborar con los terapeutas y quién será más resistente por centrar el
problema en el «otro» miembro de la pareja a quien identifica como único
paciente.

Consta de cinco preguntas cerradas que deben responderse con un «sí» o


un «no» (Ríos 1994a) (M.Gamella).
DESARROLLO DE LA FAMILIA

Es muy fácil encontrar bibliografía sobre la familia como contexto del


desarrollo humano, pero la literatura especializada en el desarrollo de la
familia unidad es verdaderamente escasa. Independientemente del concepto
de familia que se elabore, llevará implícito su naturaleza social y dinámica
reflejada en una serie de cambios a lo largo de su vida. Por lo tanto, desde
una perspectiva ontogénica, no es errado afirmar que nace, crece y se
transforma (muere).

Al igual que los científicos no se ponen de acuerdo sobre cuándo un


individuo, después de ser concebido, comienza a «ser persona», las
discusiones sobre la identificación del momento en que una familia comienza
a ser tal son prácticamente irreconciliables y sólo se ha logrado llegar a
«conveniencias». En el sentir y decir de las personas existen expresiones tales
como: «es hora de sentar cabeza y formar familia» o «quiero tener familia»,
que identifican el nacimiento de la familia particular con el cambio de estado
civil (matrimonio) y la concepción de los hijos.

Hecha esta introducción, describimos al «desarrollo de la familia» como


la evolución que ésta experimenta impulsada por una fuerza que demanda la
actualización de su propio potencial en circunstancias diversas y durante
distintos lapsos de tiempo. Parafraseando a Ortega y Gasset (con la necesaria
y restrictiva adaptación), diríamos que la familia llega a ser el resultado del
«nosotros familia y nuestras circunstancias».

Es costumbre de la Psicología Evolutiva dividir el desarrollo de los seres


en fases, etapas o períodos. Los estudiosos de la familia también han
adoptado esta forma de describir los cambios diferenciales experimentados
por el núcleo fa miliar haciendo referencia a distintos criterios. El más común
es el del número de miembros y la edad de los hijos (Ríos, 1994a). Nosotros
hemos venido utilizado la «función de los esposos o la pareja» como criterio
de identificación de los períodos y fases del desarrollo familiar. Así hablamos
de la fase «somos hijos y hermanos», la fase «somos novios», la fase «somos
esposos», la fase «somos padres» y la fase «somos abuelos» (Petricone,
1986). Se habla de fases porque son recurrentes, pero irrepetibles. Rodrigo y
Palacios (1998) han planteado en forma recapitulativa que los cambios
evolutivos de la familia están en función de tres planos distintos e
interactivos: el de las relaciones entre los padres (Cowan y Hetherington,
1991), el de la configuración familiar y el de la evolución de los hijos (E
Petricone).

DIAGNÓSTICO RELACIONAL EN TERAPIA FAMILIAR Y DE


PAREJAS

Frente a los modelos clásicos y lineales de diagnóstico en los que se pone


como unidad de observación el sujeto, en la terapia familiar y de pareja, lo
que importa es diagnosticar las relaciones, los modelos de interacción, los
tipos y niveles de comunicación, ya que lo que interesa de verdad es ver la
trama de relaciones que vincula a unos miembros de la familia con los demás.

Al comienzo de la terapia sistémica todo el trabajo del terapeuta se centra


en descubrir los circuitos de relación ya que en ellos se encierra la
explicación que da sentido a la aparición y mantenimiento de los síntomas.

Para llevar a cabo este objetivo contamos con cuestionarios* que miden
distintos aspectos de la relación y que ayudan a formar una idea objetiva de la
situación (J.A.Ríos).

DISCIPLINA FAMILIAR: CONCEPTO


Disciplina en general es la doctrina, la instrucción de la persona,
especialmente en lo moral. Junto a la autoridad (*) es una faceta de la misma
realidad educativa que tiende a conseguir un ser equilibrado ante los valores,
con una adecuada educación ética, como producto de la elaboración personal
de pautas, valores y normas. De todas las experiencias del niño, las que
surten efecto más decisivo sobre el desarrollo de la personalidad se llevan a
cabo en el hogar.

El ayudar al niño a comportarse de una manera aceptable es una parte


esencial de su crianza. El impacto que los padres ejercen sobre el
comportamiento de sus hijos difiere según la edad de éstos y el nivel
evolutivo, llegando un momento en que las influencias paternas dejan de ser
primordiales y exclusivas siendo entonces cuando otras personas de su
entorno influyen sobre su conducta comenzando aquí la lucha de los padres
por descubrir los elementos satisfactores que sus hijos han encontrado para
satisfacer sus necesidades convirtiéndose en nuevos modelos para ellos, con
el fin de seguir manteniendo un nivel de influencia sobre ellos y para seguir
conociéndoles.

Parece que el tipo de disciplina, llevada a efecto por la firmeza sin


ambivalencias del padre o figura de autoridad, que invada el ambiente
familiar es determinante en el aprendizaje que hacen los niños de la
agresividad y la masculinidad y el desarrollo de un comportamiento
equilibrado, coherente y estable.

Los hijos necesitan, aceptan y esperan firmeza en una adecuada medida y


respaldada por referencias afectuosas. Parece que cuando los hijos carecen de
esquemas disciplinares transmitidos, no tienen un modelo del que aprender a
retrasar impulsos agresivos y destructivos.

La verdadera disciplina se consigue cuando las figuras paternas integran


en su estilo educativo factores como afectividad, capacidad de decidir sin
miedo, firmeza y aceptación previa de limitaciones, posibles fallos y errores
(E.López).

DISCIPLINA FAMILIAR: TIPOS

Orio (1969) distingue cinco tipos de disciplina (*):

-Caprichosa: Cuando se alternan períodos de ternura con otros de


excesiva rigidez o indulgencia.

-Indiferente: Cuando los padres no se preocupan ni de castigar ni de


reforzar verbal o activamente al hijo.

-Rígida-severa: Cuando los padres se exceden prohibiendo, castigando o


corrigiendo comportamientos.

-Indulgente: Cuando todo lo que haga el hijo es merecedor de halagos,


aprobaciones y aceptación.

-Equilibrada y madura: Cuando se matiza una actitud firme y preocupada


por la formación hacia el hijo con ternura.

El tipo de ejercicio de disciplina que se haga en la familia será


fundamental en el desarrollo de la educación ética del hijo.

Existen una serie de pautas que colaboran con un tipo de disciplina


adecuada y funcional para el niño, siendo aquellas que permiten al niño
sentirse importante aumentando su autoestima; donde se le anima a iniciar
actividades desarrollando su sentido de la cooperación, aprendiendo a no
buscar culpables, sino asumiendo la propia responsabilidad de sus actos a
través de habilidades que han de ir adquiriendo poco a poco (E.López).

DIVERSIDAD Y FAMILIA

La cada vez mayor frecuencia con que se presentan situaciones catalogadas


dentro del campo psicoeducativo como integrantes de lo que viene
llamándose la «diversidad», obliga a que el orientador y el terapeuta de
familia tenga muy en cuenta los aspectos fundamentales que se refieren a este
sector de necesaria aplicación terapéutica.

Lo primero que hay que estudiar es lo que sucede en la familia cuando


toma conciencia de la presencia de un miembro afectado por alguna
discapacidad (mental, física o motriz) que obliga a la familia a reajustar
mecanismos que hasta ese momento funcionaron con suficiente eficacia.
Veamos a continuación algunos de los puntos fundamentales de esta
situación.

Qué pasa en la familia

Lo primero que aparece es una situación de confusión de la familia porque


ante un hecho tan inesperado se siente falta de recursos para buscar y poder
adquirir nuevos mecanismos de ajuste ante lo desconocido y nunca pensado.
El sentimiento más frecuente es el que aglutina tres que desencadenan una
actitud de verdadera desorientación: impotencia, inseguridad y pérdida de
confianza. Los tres se muestran como confabulados para sembrar el pánico en
la familia en estos primeros momentos y la presencia de un orientador que
ayude a colocar cada cosa en su sitio es una necesidad imperiosa.

Creemos que lo fundamental en este momento es proporcionar la


información necesaria para asimilar lo que sucede, así como hacerlo en un
clima en el que el profesional tome las riendas de la transmisión veraz y
objetiva de la realidad, sin dejar espacios vacíos en los que la fantasía, los
miedos y el pánico hagan demasiado daño de cara a la toma de una actitud
inteligente y no amenazante de cuanto les ha sobrevenido.

¿Qué hace la familia?

Inicialmente no sabe qué hacer respecto a la creación de conductas que han


de ser nuevas por la misma naturaleza de los hechos. Las reacciones
inmediatas de alarma y defensa ante la rotura del equilibrio que les amenaza,
así como las mediatas de agotamiento e inhibición, van a constituir el paquete
más fácil de tener que cargar sobre sí mismos sin apenas esperanzas de
sobrellevarlo y superarlo.

La ayuda en esta coyuntura ha de centrarse en el descubrimiento positivo


de las capacidades latentes que posee la familia y que ha de poner en juego en
una circunstancia como la que les afecta.

La unidad de observación para conseguir este fin puede estructurarse en


torno a cuanto ofrece el modelo basado en el estrés de Selye (1957) con sus
conocidos pasos en torno a la fase de reacción al choque, la defensa ante el
mismo y el desmoronamiento que aparece como consecuencia de los daños
sufridos por el sistema.

Ante la rotura del equilibrio aparecen las reacciones inmediatas de:

a)Alarma con las secuelas de conmoción, aturdimiento y dolor, así como


las posteriores de ansiedad, búsqueda caótica de calma y un clima muy
denso caracterizado por el horror.

b)Defensa en la que se entremezclan sentimientos de depresión, tristeza y


pena junto al temor a lo desconocido que vendrá en el futuro y una
solapada agresividad difícil de definir y delimitar.

Como reacciones mediatas en este momento quedan dos alternativas:

c)Agotamiento e inhibición junto a la sombra de una pegajosa sensación


de culpabilización no concretada y una mezcla de rechazo y negación
de la realidad. Ante tanto peso emocional surge la tentación de
renunciar a cualquier intento de readaptación con el riesgo de caer en
el aislamiento y el abandono del sistema familiar acercándose a la
estructuración de un «sistema cerrado» (*) como consecuencia del
predominio de lo morfostático (*) y la consiguiente pérdida
homeostática.

d)Utilización positiva de capacidades latentes que haga posible la


reorganización mediante un trabajo no fácil de readaptación y ajuste
que lleve a una salida y apertura positiva hacia un nuevo equilibrio
homeostático basado en la recuperación de lo morfogenético (*).

A todo esto hay que añadir las reacciones de la familia en forma de


trastornos de la interacción entre el «enfermo» y sus familiares, tanto a nivel
digital o verbal (*) como analógico o no verbal (*), que suelen ir
acompañados de sentimiento centrados en la sensación de desorientación por
búsqueda de contactos no siempre asequibles para descubrir cuanto pueda
disminuir la ansiedad ante lo inesperado.

Muchas familias se resienten de la percepción de cierto distanciamiento o


temida actitud de frialdad por parte del profesional y del experto cuando
buscan estos conocimientos y estos apoyos que, tal vez, desearían que fuesen
más allá de lo estrictamente profesional.

Estos sentimientos forman el tejido de la crisis familiar que


esquemáticamente se organiza en torno a la interacción trastornada, búsqueda
de equilibrio y disminución de potencialidades.

Como resultado de estos hechos, y tal como vemos en la consulta, estas


familias tienen algunas características que quedan perfiladas por una alta
cohesión que les sirve de refugio a las carencias y miedos que perciben,
necesidad de sobreprotección, rigidez en su estructura y en el ejercicio de sus
funciones educativas, resistencias a cambios interactivos y evitación de
conflictos con la construcción de mitos (*) y rituales que no dejan de ser
meramente defensivos.
Como elementos predominantes en la dinámica familiar destacan la
presencia de vínculos muy estrechos, la creación de un modelo educativo que
coincide con el que hemos descrito como «hiperprotección indulgente» (Ríos,
1994a), un pseudoaglutinamiento, relaciones de las denominadas por Onnis
como restrictivas, existencia de conflictos y tensiones latentes y disimuladas,
juntamente con una percepción alterada de los límites que aumenta la escasa
autonomía de las personas. Es frecuente encontrar en estas familias una
verdadera confusión entre el mito de la «unidad» que se construye como
defensa y la realidad que se vive como una verdadera «dispersión». Estas
modalidades en las relaciones hacen que en estos casos podamos hablar de
familias verdaderamente «alexitímicas».

Las necesidades en estas familias pueden agruparse en torno a las propias


de las que padecen:

a)Enfermedades físicas: Necesidad de determinar la naturaleza de la


enfermedad y sus efectos a corto, medio y largo plazo, seguridad del
diagnóstico emitido y carácter reversible o irreversible del mismo,
pronóstico que ofrece la enfermedad y tipo, consecuencias y nivel de
eficacia de los tratamientos alternativos que puedan ofrecerse, así
como querer tener el mayor número de conocimientos relativos a las
repercusiones familiares de la enfermedad.

b)Deficiencias físicas: Necesidad de tener un diagnóstico causal de la


deficiencia, de realizar una evaluación objetiva de los factores que
inciden en la acentuación de los elementos disfuncionales, de conocer
cuanto sea posible acerca del nuevo estilo de vida que hay que crear,
aparte de desear contar con un repertorio de respuestas y recursos que
ofrezcan algunas garantías de eficacia y calidad de vida.

Finalmente, estas familias precisan enfocar bien las relaciones que habrá
que mantener con instituciones y profesionales para lograr una mayor
asistencia y eficacia.
Todo este ámbito está fuertemente vinculado a la Terapia Familiar
Médica tal como ha sido presentada en el término «enfermedad y familia»
(*).

Reestructuraciones necesarias en el sistema familiar

Basado en el concepto de adaptación entendida como «proceso por el cual se


hace frente a las exigencias internas y externas, a los esfuerzos, conflictos,
frustraciones y situaciones problemáticas mediante una respuesta personal»
(Schneiders, 1955), teniendo en cuenta que «toda familia mantienen niveles
de estabilidad, cohesión y progreso en función de los elementos
estabilizadores que le facilitan conservar un cierto equilibrio en la realización
de sus tareas y funciones» (Ríos, 1989), puede presentarse un modelo de
reestructuraciones teniendo como ejes fundamentales los centrados en las
relaciones, el desarrollo y la estabilidad tal y como están descritos por Moos
en su Manual para el Estudio del Clima Social de la Familia (1984) (*).

Reestructuraciones necesarias en el subsistema conyugal

La incidencia de la enfermedad en el subsistema conyugal puede


reestructurarse teniendo en cuenta las variables de la Escala de Ajuste
Diádico de Spaniers (DAS, 1976) (*), ya que la intervención del orientador y
el terapeuta en estos casos no debe limitarse al trabajo con la familia como
totalidad, sino que debe llegar a incidir en cuanto puede repercutir en la vida
de la pareja a fin de evitar tensiones y hasta roturas que se producen en éstas
cuando nace un hijo afectado por cualquiera de las enfermedades o
discapacidades que hemos descrito.

Programas de Orientación y Terapia Familiar ante la diversidad

Señalaremos, finalmente, algunas líneas directrices para la confección de


programas dirigidos tanto a la familia como sistema total como a la pareja
como subsistema.
Como esquema útil de intervención puede adoptarse la intervención
centrada en el control y superación de los patrones de interacción que ha
identificado Minuchin en las familias que ha descrito como «familias
psicosomáticas»:

Los objetivos que conviene fijar para la confección particularizada de


estos programas estimamos pueden ser los siguientes:

a)Los que contribuyan a controlar la cohesión o forma extrema de


proximidad e intensidad de las interacciones y emociones de la familia
a partir del hecho «enfermedad/deficiencia».

b)Los encaminados a controlar la presencia de la sobreprotección o


excesiva preocupación por el bienestar del enfermo.

c)Aquellos que favorezcan la eliminación y reducción de la rigidez que


mantiene el statu quo y que les hace sentirse más vulnerables de lo
esperado.

d)Los que puedan ayudar a eliminar la falta de resolución de conflictos


que les conduce a conductas cargadas de mecanismos de evitación,
negación de la realidad y desviación del conflicto.

La no eliminación de estas actitudes erróneas conduce a la cronificación


de conductas intrafamiliares que hacen posible el mantenimiento del conflicto
ante la angustia.

El formato de lo que se ha denominado terapia familiar múltiple (varias


familias o parejas concurriendo a la misma sesión) tal y como se viene
utilizando en el trabajo terapéutico con familias de psicóticos, formato que
puede emplearse con los inevitables matices y adaptaciones a otras
situaciones de conflictividad familiar, posibilita de manera bastante eficaz la
utilización de los resortes técnicos anteriormente enumerados.
Como ampliación del mismo puede tenerse en cuenta el Programa para la
rehabilitación psicosocial de enfermos físicos crónicos (González, Steinglass
y Reiss, 1987), uno de cuyos objetivos principales reside en tratar las
repercusiones de la enfermedad física en la familia y cuya descripción puede
verse en Navarro (1992).

Por nuestra parte nos parece oportuno insistir en algunos elementos que se
presentan como especialmente adecuados para el trabajo con estas familias,
destacando tres puntos:

1.La Comunicación (*) dentro de la familia en todos sus tipos y niveles.

2.El aprendizaje de afrontamiento familiar de problemas mediante el uso


de la Emoción Expresada (*).

3.El mantenimiento y refuerzo de la Red social de la familia y la pareja.

Aparte de lo expuesto acerca de los puntos 1 y 2 en sus lugares


respectivos, creemos importante tener en cuenta lo que en relación con la Red
social han aportado algunos autores.

Sluzki (1994) destaca el carácter protector de las redes sociales en


distintos tipos de enfermedades así como los de Reed (1983), Medale, (1973),
Whitaker y Garbarino, (1983), Pilsuk y Hiller ParksI, (1986), sin olvidar los
trabajos de Onnis, (1992), Espina (1992, 1993, 1994) y Azpiri y De Nicolás
(1992) en los que pueden encontrarse innumerables pistas para la confección
de programas de prevención e intervenciones en el caso de familias afectadas
por la enfermedad.

La consideración de las funciones de la red que señala Sluzki (1994)


permiten ofrecer a la familia compañía social, apoyo emocional, guía
cognitiva y consejos, regulación social sin olvidar la prestación de ayuda
material y de servicios como colaboraciones específicas que crearán vínculos
con funciones prevalentes, multidimensionalidad, reciprocidad, intensidad y
frecuencia que reportarán grandes beneficios a las familias. Su actuación
«como agentes de ayuda y de derivación» que «afectan a la pertinencia y
rapidez de la utilización de los servicios de salud», hará posible que la
atención a la familia y la pareja necesitada amplíe los beneficios para la
mejora de la enfermedad y la potenciación de las posibilidades del sistema
que cobija al enfermo (J.A.Ríos).

DIVORCIO

Constituye en nuestros días uno de los fenómenos más frecuentes como crisis
que afecta a gran número de parejas. Durante los últimos años ha aumentado
su presencia en todas las culturas y obliga a indagar en sus causas más
profundas. Para los terapeutas de parejas constituye un problema que hay que
abordar desde la perspectiva de ver en él la manifestación externa de la falta
de ajuste y acomodación de la pareja a lo largo de sus ciclos vitales. Las
estadísticas nos muestran «fracasos» en el matrimonio que si fuesen
abordados precozmente pudieran ser superados con eficacia. La evolución
hacia el mantenimiento o no del vínculo depende en gran medida del «ciclo
vital» del mismo proceso de divorcio, lo que nos ha permitido establecer,
como hemos hecho al hablar de los ciclos vitales de la pareja (*), unos ciclos
propios de este fenómeno, clasificación que exponemos a continuación por
cuanto nos ayuda a situar a la pareja en crisis en un momento preciso sobre el
que habrá que actuar de manera muy diferente según sea uno u otro.

DIVORCIO: CICLOS

(Hacia una clasificación de los CICLOS VITALES DEL DIVORCIO COMO


CRISIS DE LO NORMATIVO) (J.A.Ríos, 1997)

A)POR SEPARACIÓN O DIVORCIO DE LA PAREJA

1.Período de litigio: parejas en crisis de cohesión y estabilidad: guerra


civil marital.

2.Período de tregua no agresiva: pre-disolución o «divorcio


emocional» o «bloqueado».

3.Período de latencia: la toma de conciencia sobre lo irreversible.

4.Período de deliberación: pros y contras de una «muerte anunciada»:


¿necesitamos terapia o mediación?

5.La pareja al consumar la decisión: «la maté porque era mía»;


percepción y decisión: ¿un nuevo fallo en la motivación?

6.Qué motivar en la terapia: saber por qué se sigue juntos o por qué
hay que separarse.

7.La pareja durante el proceso de disolución: el «divorcio en marcha»:


pasos, trámites y negociación: ¿buenos modos o aplicación fría y
contenciosa de la ley?

8.La pareja que se separa y los rituales de tránsito.

9.La elaboración del duelo en la separación y el divorcio.

10.La pareja en la post-separación o divorcio:

a)«Padre y madre hasta que la madurez de los hijos nos separe»:


el destete coparental.

b)Familia convivencial monoparental transitoria.

c)Hacia una Declaración de los Derechos del Hijo del Divorcio.

11.Caminando hacia un reequilibrio afectivo.


B)POR CRISIS DE LA NUEVA RECONSTRUCCIÓN MARITAL

1.El cortejo hacia una nueva pareja: nuevo noviazgo.

2.«Volver a empezar»: la forja de una nueva pareja.

3.La reconstrucción de lo inestable y la conquista de lo estable en el


segundo matrimonio.

4.Cuando vienen nuevos hijos: meta-familias por convivencia de hijos


biológicos y los nuevos hijos: «Dime niño de quién eres» (José
A.Ríos).

DOBLE VÍNCULO (DOBLE MENSAJE - MENSAJE


DOBLEVINCULANTE)

(Ver Comunicacion Doblevinculante [*])


EFTA (EUROPEAN FAMILY THERAPY ASSOCIATION)

Inicialmente agrupaba solamente a personas físicas en posesión de las


correspondientes acreditaciones como terapeutas de familia. En junio de 2001
se integraron las denominadas Organizaciones Nacionales de Terapia
Familiar (NFTO) en una nueva estructura asociativa europea que partió de la
antigua EFTA, terminando este proceso con la reestructuración de la nueva
EFTA en tres cámaras: la Cámara de individuos (socios individuales de
cualquier país europeo), la Cámara de Escuelas de Formación que está
formada por las escuelas que cumplen una serie de requisitos y que en el
momento de constituirse como tal alcanzaban el número de 80, de las que una
cuarta parte son españolas, y finalmente, la Cámara de Organizaciones
Nacionales, integrada por 23 asociaciones que representan a 19 países, lo que
significa que todos los miembros de las Asociaciones Miembros de la FEATF
(*) son tambiém miembros de la EFTA. Tras los muchos años de presidencia
de Mony Elkaim, el presidente actual de la nueva EFTA es Juan Luis Linares
(De Mosaico, 21, 2001).

EMOCIÓN EXPRESADA (EE): CONCEPTO

Numerosos estudios han demostrado el posible impacto negativo del


ambiente emocional familiar sobre el curso de la esquizofrenia. Los estudios
sobre Emoción Expresada (EE), que hace referencia a las actitudes de los
familiares hacia el paciente, indican que los pacientes que viven en un
ambiente familiar con alto nivel de criticismo, hostilidad e implicación
emocional tienen de tres a cuatro veces más probabilidades de recaída que los
que viven en ambientes menos negativos (Brown y Rutter, 1966; Rutter y
Brown, 1966; Par ker y Hadzi-Pavlovic, 1990; Vaughn, Snyder, Freeman,
Jones, Falloon y Liberman, 1984).

En 1972, Brown y sus colaboradores realizaron un estudio de seguimiento


en el que 101 familiares de esquizofrénicos fueron entrevistados durante la
hospitalización del paciente, dos semanas después del alta y a los nueve
meses después de volver al hogar. Encontraron que se podía predecir la
recaída del paciente esquizofrénico durante los nueve meses siguientes al alta
hospitalaria usando el constructo Emoción Expresada (EE). Dicho constructo
constituye uno de los intentos más serios de operativizar de forma empírica
las variables familiares y su relación con la enfermedad psíquica, pero es
puramente pragmático, con lo que no se le debe buscar un marco teórico
cerrado. En este estudio de 1972, se confirmaron los resultados obtenidos en
estudios anteriores que decían que los pacientes que al ser dados de alta
regresaban a hogares altos en EE recaían en mayor porcentaje que los que
volvían a hogares bajos en EE.

La toma regular de medicación neuroléptica, el contacto cara a cara con el


familiar y los acontecimientos vitales estresantes son variables que también
inciden en la recaída (Vaughn y Leff, 1976a; Leff y Vaughn, 1980; Leff y
Vaughn, 1981; Leff, Kuipers, Berkowitz, Vaughn y Sturgeon, 1983; Leff,
1985).

La Emoción Expresada es evaluada a través de una entrevista


semiestructurada, la Camberwell Family Interview (*) (CFI) (Brown y
Rutter, 1966; Rutter y Brown, 1966; Vaughn y Leff, 1976a). Esta entrevista
recoge información objetiva y subjetiva de la relación entre familiares y
paciente. La objetiva se refiere a acontecimientos observables, a la
distribución del tiempo por parte de los familiares y el paciente, a la
frecuencia e intensidad de la interacción mutua y al reparto de
responsabilidades y de las tareas domésticas. La información subjetiva
incluye sentimientos positivos y negativos, pasados o presentes y su
expresión en forma de conducta. Esta información se recoge a partir del
contenido del lenguaje y teniendo en cuenta el tono de voz, ritmo, volumen o
modulación, además del lenguaje no verbal.

El entrevistador recoge la información centrándose en el período de


tiempo correspondiente a los tres meses previos al ingreso del paciente en el
hospital o al mismo período de tiempo transcurrido antes del momento de la
evaluación en el caso de que el paciente no estuviera ingresado. Las
preguntas se centran en el inicio y desarrollo del episodio actual (o en su
defecto del anterior), su impacto en la vida familiar, frecuencia de episodios
de irritabilidad, cantidad de contacto entre el paciente y los miembros de la
familia y grado de control que el familiar cree que el paciente tiene sobre la
situación o sobre su conducta. El entrevistador tiene en cuenta la conducta del
familiar durante la entrevista, así como la conducta y los sentimientos
expresados hacia el paciente en los últimos meses. Los acontecimientos son
importantes, pero son los sentimientos lo más relevante para la Emoción
Expresada (Rutter y Brown, 1966).

Las entrevistas se graban en audio para su posterior evaluación, que se


realiza a partir de las cinco escalas que constituyen el constructo de Emoción
Expresada: Comentarios Críticos, Hostilidad, Sobreimplicación Emocional,
Calor y Comentarios Positivos. Se puntúan todas las escalas, pero sólo se
tiene en cuenta la puntuación de las tres primeras para la calificación de los
padres como altos o bajos en Emoción Expresada. La evaluación es realizada
por entrevistadores entrenados que han llevado a cabo un programa de
entrenamiento interjueces (A.Ortego y A.Espina).

EE VARIABLES: COMPONENTES DE LA EMOCIÓN EXPRESADA

Las escalas que forman el constructo Emoción Expresada son de dos tipos:

-Escalas de frecuencia: Dos de las escalas suponen la identificación de


comentarios concretos (críticos y positivos) y su valoración consiste en
el cómputo del número de dichos comentarios expresados por el
familiar durante la entrevista.

-Escalas globales: En estas escalas el evaluador debe realizar un juicio


general sobre el grado en que la Emoción Expresada es mostrada,
teniendo en cuenta la entrevista total. Sin embargo, debe tenerse en
cuenta que cada punto es una parte de un continuo por lo que es
posible que exista un rango de fenómenos incluidos en la misma
escala.

Según Leff y Vaughn (1985), las cinco escalas son: criticismo (CC) (*),
hostilidad (H) (*), sobreimplicacion emocional (SIE) (*), calor (C) (*),
comentarios positivos (CP) (*) (J. A.Ríos).

EMOCIÓN EXPRESADA (EE) EN PACIENTES ESQUIZOFRÉNICOS

Los estudios sobre familias con un miembro esquizofrénico que centraron la


atención de clínicos en EE.UU. en la década de los cincuenta del pasado
siglo, ofrecieron una excepción importante en los investigaciones de Winne
que con sus estudios sobre la Comunicación Desviada (CD) aportaron nuevas
ideas al estudio de las familias con un esquizofrénico y otras patologías.

En Inglaterra, Brown y col. (1962) observaron que los esquizofrénicos


dados de alta que iban a vivir a casa de sus padres, recaían en mayor
proporción que los que iban a vivir a hogares protegidos y, dentro de los
primeros, la tasa de recaídas era mayor en los hogares en los que la madre no
trabajaba. Esto les llevó a investigar las características de tales familias para
ver si éstas tenían algo que ver con las recaídas de los pacientes.

De tales estudios surgió la CFI (Camberwell Family Interview) aplicable


a los parientes cercanos al paciente (padres, cónyuges) y recoge información
objetiva y subjetiva para analizar la influencia en las recaídas (A.Espina,
CTF, 1993).
EMOCIÓN EXPRESADA (EE) EN PACIENTES NEURÓTICOS
DEPRESIVOS

La EE (Rutter y Brown, 1966) se ha revelado, a partir del trabajo de Vaughn


y Leff (1976), como un predictor en la recaída de pacientes depresivos
neuróticos. Ambos descubrieron que la actitud emocional de los familiares
medida con la Camberwel Family Interview (CFI), es decir la EE y más
concretamente la escala de criticismo, predecía la recaída a los nueve meses
del alta en pacientes depresivos neuróticos. Esta recaída era progresivamente
mayor en pacientes que convivían con un familiar, generalmente el cónyuge,
alto en criticismo (dos o más comentarios críticos en la CFI) (A.Espina y
B.Pumar, CTF, 1992).

ENFERMEDAD Y FAMILIA: MEDICINA FAMILIAR DESDE EL


ENFOQUE SISTÉMICO

Siguiendo a Navarro Góngora y Martínez Pampliega (1998) y a cuya


bibliografía nos remitimos para ampliar este tema, es un hecho que cada vez
se está desarrollando con mayor profundidad el modelo de medicina familiar
desde la perspectiva sistémica. El desarrollo histórico parte de Engel (1977)
con la presentación del Modelo biopsicosocial basado en experiencias de
terapia familiar y teniendo como base la «teoría general de sistemas» (*).
Posteriormente, Saultz (1988) ha puesto las bases de aproximación entre
familia y práctica clínica reconociendo como hitos la «estructura» de la
familia, comprendiendo su funcionamiento habitual y evaluando la estructura
y el funcionamiento en la práctica clínica. De este modo se llega a la
conclusión de que el individuo es la unidad de tratamiento y la familia la
unidad de intervención.

Con este enfoque se da un paso importante al realizar el paso del modelo


biomédico al modelo biopsicosocial de la enfermedad, ya que si el primero
identifica la salud con la ausencia de enfermedad y a ésta como el efecto de
una raíz biofísica, no deja ningún espacio para lo social y psicosocial. Por el
contrario, el modelo biopsicosocial y familiar de la enfermedad tiene muy en
cuenta los factores genéticos, pero interdisciplinar mente considera los
psíquicos, sociales, culturales y ecológicos que intervienen en la aparición de
la enfermedad.

De ello se concluye que tiene en cuenta el comportamiento del sujeto, su


estilo de vida y el ambiente institucional y social en relación con la
enfermedad. Paralelamente a ello ofrece claves para entender mejor el
«enfermar», dado que cada vez se demuestra con mayor claridad la
interacción existente entre ansiedad, estilo de vida e insatisfacción y
enfermedad, puesto que una misma sintomatología obedece a variaciones del
contexto.

La historia de la medicina familiar tiene sus orígenes en 1960 con los


preliminares que establecen la conexión entre sistema familiar y organismos
biológicos (Chen y Coob, 1960), siguiendo una sistematización sobre la base
de comprobaciones empíricas entre 1969 y 1990 con las aportaciones de
Doherty y Campbell (1969 y 1988) y las ampliaciones de perspectivas que
establece Taylor (1988): amplían el foco de mira. Otros hitos importantes son
los marcados por Campbell (1986) al analizar las dificultades de demostrar
empíricamente los mecanismos de influjo familiar sobre la enfermedad, los
trabajos de Campbell y Treat (1990) al mostrar cómo influye la familia en el
curso de la enfermedad y cuando Ramsey y Lewis (1990) ponen de relieve
que ya puede admitirse la relación entre familia y salud.

Estos son pasos transcendentales ya que a partir de estos estudios puede


hablarse del influjo de la familia en el origen de la enfermedad, en su curso y
desarrollo, así como en sus resultados. Hay un influjo directo que se traduce
en el modo que facilita o interfiere las funciones biológicas y un influjo
indirecto cuando la familia colabora positiva o negativamente aplicando o no
los tratamientos médicos.
En este desarrollo los caminos de influencia psicofisiológica se
encuentran cuando el estrés influye en la salud, hecho demostrado al
comprobar que la mayoría de los factores estresantes tienen lugar en la
familia y que los «acontecimientos vitales estresantes» (*) son sucesos
familiares tales como la enfermedad de otros familiares, muertes, paro, ruina
o divorcio.

Los conflictos, mala relación y la violencia desencadenan tensiones que


repercuten en el clima familiar haciendo que disminuya el apoyo social y
emocional de la familia como primera red social.

Desde el punto de vista conductual, existe una práctica de la salud


traducida en dietas, ejercicios, hábitos alimenticios, fumar o beber que se
transmiten juntamente con razones y actitudes ante la salud y la enfermedad y
a través de mitos, secretos, normas de lo que se entiende por salud (estar
gorditos, comer bien, o como dicen muchas madres: «mi niño me come muy
bien...») o enfermedad (estar delgado, estar pálido, comer mal...). Igualmente
en el contexto familiar se transmiten pautas de cómo y cuándo buscar
cuidados médicos o, por el contrario, de desconfianza hacia la medicina y los
tratamientos médicos.

Hasta el presente se han investigado las relaciones existentes entre familia


y enfermedad física en los siguientes casos: faringitis por estreptococos,
enfermedades cardiovasculares, hipertensión arterial, cáncer, otitis, obesidad,
asma, diabetes, enfermedades renales, fibrosis cística, artritis y lesiones de
médula espinal.

En el ámbito de las enfermedades mentales se han estudiado las


relaciones existentes entre familia y esquizofrenia, depresión, alcoholismo,
drogadicción, anorexia, enfermedades psicosomáticas e intentos de suicidio.

En ambas direcciones se han analizado variables como las desviaciones


de la comunicación, afrontamiento familiar (Emoción Expresada [*]), estilo
afectivo, ajuste familiar, problemas de estructuración familiar, modelos de
afrontamiento de problemas y modelos de impacto por la enfermedad.

A partir de estos presupuestos, y por nuestra parte, nos hemos planteado


la pregunta acerca de la existencia o no de ¿enfermos o «familias que hacen
enfermar» (FQHE) (*)?, llegando a estar convencidos de la necesidad de
crear un instrumento que evalúe esta realidad tal y como hemos señalado en
su lugar correspondiente.

Las bases teóricas de nuestro planteamiento pueden encontrarse en cuanto


exponemos en Modelos o Escuelas de Terapia Familiar (*) y en
«Cuestionario FQHE (familias que hacen enfermar)», dejando en un lugar
más secundario la vieja clasificación de las familias disfuncionales agrupadas
en torno a los dos tipos descritos como «familia sana» y «familia enferma»
para optar por la de «familia que hace enfermar».

En estos momentos (2003) estamos realizando una investigación


transcultural mediante la aplicación de nuestro cuestionario a enfermos
diagnosticados en alguna de las siguientes enfermedades: Diabéticos,
Oncología, Aparato digestivo, Diálisis-Riñón, Hipertensos, Trastornos de
alimentación y del esquema corporal (anorexia, bulimia, obesidad),
Trastornos pediátricos, Trastornos neurológicos y lesiones cerebrales y
enfermos psíquicos, psicóticos, depresivos y otros trastornos psicosomáticos
(asma, alergias...) (J.A.Ríos).

ENTREVISTA CFI

Se trata de una entrevista semiestructurada (Camberwell Family Interview)


desarrollada por Brown y Rutter (1966) y Rutter y Brown (1966) que se
aplica a los parientes cercanos del paciente (padres y cónyuge) para recoger
información objetiva (distribución del tiempo en la familia e interacción cara
a cara, conducta del paciente en casa, etc.) y subjetiva (sentimientos presentes
y pasados dirigidos al paciente expresados digital y analógicamente), y
mediante la evaluación que hacen de estos aspectos dos jueces entrenados.
Inicialmente duraba 3 o 4 horas, hasta que Vaughn y Leff (1976) la
abreviaron hasta una hora y media (A.Espina).

ENTREVISTA CONJUNTA FAMILIAR

Modelo sistémico de terapia familiar de Virginia Satir basado en el análisis


de la comunicación familiar y la exploración de las reglas familiares
interiorizadas. Los cambios funcionales introducidos en estas dos áreas
permitirían el desarrollo del sistema y de la autoestima individual.

Las técnicas del reencuadre (reframing), la Negociación por Partes


(Negotiating with Parts) y la igualación verbal de los Predicados de los
Sistemas Representacionales (Representational System Predicates) están
basadas en los procedimientos de este modelo.

Miembro del Mental Research Institute en Palo Alto, California, como


directora de formación en Terapia Familiar desarrolló una metodología
terapéutica para: descubrir patrones de comunicación, desarrollar el
autodescubrimiento y la asunción de responsabilidades, construir y
desarrollar el sistema a la vez que la autoestima, diagnosticar dinámicas
disfuncionales, enfrentar y solucionar conflictos interpersonales, remodelar
relaciones, identificar y transformar mecanismos de defensa, descubrir
creencias y patrones de afrontamiento de las familias de origen, aumentar la
congruencia, descubrir recursos personales que permitan el cambio y facilitar
los cambios positivos (Z.Villar).

ENTREVISTA FAMILIAR ESTRUCTURADA (EFE)

La EFE (Féres-Carneiro, Brasil, 1975) fue elaborada durante 1974 en el


Servicio de Psicología Aplicada del Departamento de Psicología de la
Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro, mostrándose como un
método adecuado para la realización del diagnóstico familiar. Se utiliza con
el fin de detectar en un corto tiempo los dinamismos del funcionamiento
familiar, posibilitando la realización de una evaluación de las relaciones
familiares. Está compuesta por seis tareas (cinco verbales y una no verbal), de
las cuales las tareas 1 y 4 se proponen a la familia en grupo y las otras tres,
individualmente a cada miembro. Todas pretenden evaluar de manera global
los patrones básicos del funcionamiento de la familia. Puede verse la Escala
completa en Cuadernos de Terapia Familiar, 37, 1998) (T Féres-Carneiro,
1998).

EQUIPO FIJO (TERAPÉUTICO) EN TERAPIA FAMILIAR

En el modelo sistémico se utiliza de manera más frecuente que en otros


modelos el «equipo» como instrumento de intervención terapéutica. Aunque
en casi todos los modelos hay un equipo tras el trabajo llevado a cabo de
manera individual por los terapeutas, en nuestro caso se trata de disponer y
poner en participación activa a varios terapeutas, con tareas bien
estructuradas, objetivos precisos y, a veces, momentos y modos de intervenir
que son peculiares de este modo de actuar. En términos generales hablamos
de «equipo fijo» cuando aludimos a los dos terapeutas que llevan a cabo la
dirección de la sesión terapéutica. Son, por decirlo de manera rápida, los
terapeutas que están físicamente presentes durante toda la sesión actuando
simultáneamente en «coterapia» (*) sobre el «sistema familiar» o el
«subsistema conyugal» (*). Como respaldo, complemento y ayuda a este
«equipo fijo», contamos con el «equipo reflexivo» (*) tal y como se expone
en su lugar, quien transmite, conforme a la metodología adecuada, cuanto va
elaborando a lo largo de la sesión y lo pone en común con el «equipo fijo»
para completar el trabajo ejecutado mientras se ha desarrollado la sesión. No
son, por ello, excluyentes, sino complementarios para la consecución de una
tarea terapéutica más completa y equilibrada (J.A.Ríos).

EQUIPO REFLEXIVO (ER) EN TERAPIA FAMILIAR


Si tuviese que recoger brevemente cuál es el objetivo del Equipo Reflexivo lo
resumiría en decir que es favorecer y potenciar el cambio en el sistema con el
que trabajamos. Cuando pensaba esta pregunta me he encontrado con la
dificultad de definir cuál es el objetivo del Equipo Reflexivo con respecto a
sus funciones y finalidades. Como considero que el objetivo anteriormente
enunciado me parece excesivamente general, quisiera enunciar otros más
específicos que lo clarifiquen. De esta manera, el Equipo Reflexivo deberá
favorecer el cambio otorgando al sistema familiar (y tera peutas) un feed-
back «objetivo» de lo observado durante la sesión, desbloquear alguna
situación en la que se congele la sesión... Es decir, el objetivo último del
Equipo Reflexivo es supervisar e intervenir de manera objetiva durante la
sesión con el fin de que ésta se desarrolle en la línea de hipótesis planteada,
consiguiendo favorecer y potenciar el cambio que se desea en el sistema
designado. Entre nosotros ha estudiado ampliamente el tema M.Garrido, a
cuya bibliografía nos remitimos.

Respecto a qué aportaciones hago para mejorar su funcionamiento, sí


quisiera comentar previamente algunos cambios que, personalmente,
considero que podrían ser positivos para el desarrollo de la sesión con
respecto al Equipo. Considero que quizá la mejor forma de distribuir el
espacio en la sala de trabajo del Equipo debería hacerse de manera que todos
los miembros tuviesen la oportunidad de verse la cara para facilitar las
interacciones y los cambios de información entre ellos. Sé que esto puede
resultar inviable por problemas de espacio, pero es una sugerencia personal
de cambio. Respecto a lo que hago en cada sesión, o por lo menos intento
hacer, es escuchar las sugerencias que van surgiendo en el equipo y
valorarlas, al igual que me gusta compartir con el resto del equipo mis ideas.
Algo muy personal con lo que he estado trabajando es la elaboración de la
ansiedad que he sentido al salir como «voz» del Equipo Reflexivo. La
primera vez que salí, me di cuenta de que estaba más atenta a lo que tenía que
decir, cómo tendría que hacerlo... que a lo que pasaba delante de mí. Me
molesté conmigo misma, ya que me parecía una falta de respeto tanto por las
personas que estaban detrás del espejo intentando solucionar sus problemas
como por los compañeros del Equipo. Contra eso decidí salir cuanto pudiese
para limar esta dificultad. Hasta la fecha me siento satisfecha porque voy
prosperando aunque, poco a poco (S.Beltrán).
ESCUDO DE ARMAS EN TERAPIA FAMILIAR Y DE PAREJA

(Ver VALORES: CÓMO TRABAJARLOS EN TERAPIA FAMILIAR)

ESCUELA DE PADRES

Desde nuestro punto de vista constituye el instrumento fundamental del


«nivel educativo de la Orientación Familiar» (*) tal y como se describe en su
lugar. En nuestro contexto cultural no podemos afirmar que hayan tenido una
clara y continua presencia en las instituciones educativas, ya que la mayoría
de las veces se han limitado a ciclos más o menos completos de conferencias
sobre temas muy dispersos casi siempre centrados en temas de actualidad por
demanda de los padres. Esto hace que la bibliografía sobre el particular sea
escasa (Moratinos, Ed. Narcea) y lo que personalmente llevamos a cabo
durante bastantes años (Ríos, entre 1963 y 1985) a través de la revista
Educadores que sirvió de respaldo para la puesta en marcha de algunas
Escuelas de Padres que funcionaron con mayor o menor éxito. Siempre
hemos defendido que toda Escuela de Padres necesita una estructura, un
programa, un cuadro de profesores estable y otro conjunto de especialistas
ocasionalmente invitados que sean capaces de proporcionar a los padres la
formación adecuada que necesitan para llevar a cabo su función educadora en
el seno de la familia. El modelo que más resultados nos dio fue el centrado en
un programa estructurado en torno a cuatro polos temáticos: padres con hijos
en la infancia, padres con hijos adolescentes, padres con hijos jóvenes y
padres en cuanto pa reja marital. El funcionamiento se organizó a base de
desarrollar en cada Escuela residente en una institución educativa (colegio,
instituto...) un tema semanal de cada uno de los programas parciales y
coloquio a la semana siguiente sobre el tema dado y sobre la base del material
escrito entregado en la charla o conferencia de la semana anterior. Desde el
contenido discutido en la sesión de «coloquio» era frecuente tener que pasar a
consultas más reservadas o particulares que dio origen a que en conexión con
la Escuela empezase a funcionar un Servicio de Orientación Familiar (*) con
las finalidades propias del mismo (J.A.Ríos).

ESCUELA-FAMILIA: RELACIONES

La escuela, como institución educativa, ocupa un lugar preferente en la red de


instituciones en las que sistémicamente tenemos que intervenir. La relación
con la familia es un factor crucial para conseguir una integración de
elementos de apoyo que colaboren a la mejor educación y maduración del
individuo. No siempre se cuenta de manera flexible con la colaboración de la
escuela cuando hay que intervenir con sujetos en edad evolutiva. La escuela,
como institución, es resistente a que alguien externo a la estructura de la
misma «entre» en ella, máxime cuando se trata de introducir cambios-2 (*)
que se presentan como necesarios para que el sujeto mejore, evoluciones y
resuelva sus conflictos. En la experiencia encontramos una paradoja y
contradicción que consiste en que cuando desde el centro educativo se envía
a un alumno para que sea atendido, ya sea personalmente o en familia, los
propios derivantes del caso se marginan totalmente de cualquier intento que
hagamos para incorporarlos en algún nivel de nuestras intervenciones
contando con su posible ayuda. Ellos, como agentes educativos, se aíslan y
no quieren saber nada del proceso que aconsejan. Una vez más se repite la
actitud de «ayúdennos a cambiar (al sujeto: cambio-1 [*]) sin que nosotros
tengamos que cambiar algo (cambio-2 [*]).

De este modo, lo que debiera ser una colaboración «escuela-familia» se


transforma en una relación de competitivi dad porque ambas instituciones se
creen omnipotentes y, por tanto, no necesitadas de ningún tipo de ayuda
mutua. Ahí crecen muchos problemas.

Durante años nos hemos dedicado a movilizar cuanto implica esta


relación y hemos hecho algunas aportaciones teóricas y prácticas para llevar a
cabo lo que sería necesario (Ríos, 1972 y 1986, 2a ed.) y desde la perspectiva
sistémica vamos contando con algunos trabajos que intentan abrir una brecha
en este campo (Selvini, 1988; Landaburu, 1994; Arguijo, 1998; Ríos, 2000;
Berzosa, Ríos y Rodríguez, 2001; Riera, 2001).

Para una mejor comprensión del tema creemos necesario partir del
concepto de educación como «encuentro perfectivo», «contacto permanente»
y «comunicación profunda», lo que abarca a la contemplación de la escuela
como uno de los polos de la relación «educador-educando» y en cuyo seno
deberá darse un triple plano de interacción: como colaboración, como
cogestión y como integración. Tras algunas experiencias realizadas en esta
dirección, estimamos que una clave explicativa de los posibles éxitos y
fracasos de esta realidad se sitúa en los obstáculos que ofrece la participación
no intrusiva de una institución en otra, para lo que no hay más remedio que
definir los objetivos y afinar las técnicas (Ríos, 1972 y 1986, 2a ed.)
(J.A.Ríos).

ESCUELAS DE TERAPIA FAMILIAR

(Ver MODELOS EN TERAPIA FAMILIAR [*])

ESCULTURA, TÉCNICA DE LA

Técnica proveniente del Psicodrama consistente en pedir a los miembros de


la familia o de la pareja que representen su situación relacional pasada,
presente, futura, deseada o temida de forma no verbal. A la pareja o familia
se le pide que imaginen que sus cuerpos son un trozo de barro al que deberán
moldear para representar mediante una escultura la relación. Mediante esta
técnica las personas expresan analógicamente lo oculto, desconocido o mítico
desbloqueando lo que no se puede o no se quiere expresar verbalmente
(Z.Villar).

ESCULTURA EN TERAPIA FAMILIAR Y DE PAREJA

Fundamentos teóricos de la técnica

A lo largo de muchos años las técnicas de psicoterapia han seguido utilizando


las técnicas inicialmente puestas en marcha por Freud y sus seguidores y en
las que ha predominado el uso de la palabra como instrumento básico para
transmitir el mundo interno que se convierte en objeto de análisis. Este
planteamiento, aun válido en muchos modelos de terapia, pone de relieve que
el «paciente» expone verbalmente cuanto percibe, conoce, sabe y hasta se ha
repetido una y mil veces en búsqueda de clarificación que le ayude a aliviar
sus malestares. Sabemos muy bien que una exposición de tal naturaleza se
queda en los arrabales de lo mas intrapsíquico porque el uso de la palabra
permite seleccionar con mayor o menor grado de conciencia lo que uno
quiere. Lo conocido mediante este procedimiento es lo «fenomenológico».

Pero en terapia lo que interesa es lo que se oculta detrás de lo conocido y


de cuanto se puede expresar y traducir en palabras. Lo escondido, lo oculto,
es lo «mítico», lo que no se expresa, lo que queda atrapado porque el mito
procede de una palabra griega que significa «boca cerrada». Lo mítico es la
almendra nuclear que explica la raíz de lo problemático y ahí es donde ha de
llegar el terapeuta.

Esa es la razón de que en las terapias clásicas el trabajo se circunscriba a


verbalizar el conflicto, analizar los contenidos, interpretar lo oculto y
reestructurar lo dañado.

En las terapias sistémicas debemos centrarnos en descubrir lo que Sanz ha


denominado el «pecado original» de las familias que las conduce a la
presencia de disfunciones interactivas, relaciones conflictivas y
comunicaciones perturbadoras.

Es cierto que en nuestra práctica clínica todavía existe un predominio de


lo verbal, porque aún pesa más lo que se habla, lo que se sabe, lo que se
conoce, quedando muy oculto lo no verbal que permanece bloqueado.

La escultura, como técnica corporal, tiende a desbloquear lo que no quiere


expresarse, convirtiéndose en un verdadero lenguaje no verbal que se
transforma en un valioso vehículo para transmitir información oculta.

La escultura, por todo ello, sirve:

1.Para conocer el modelo organizacional de la familia y la pareja.

2.Para que familia o pareja y terapeuta compartan cuanto que se pone en


juego en la terapia.

3.Para cambiar el poder fenomenológico removiendo el poder mítico.

4.Para que, eliminando parcialmente la palabra, simplifiquemos la


realidad haciéndola más «visible» e inteligible por traducirla en algo
que nos entra por los ojos.

5.Para no perdernos en el mar de las palabras, haciendo lo que se vive y


transformando en figura lo que se siente, necesita, desea o teme.

Si la palabra estabiliza y hasta cronifica lo que ya se sabe, la escultura


desestabiliza todo lo conocido gracias a que provoca crisis, destapa lo oculto,
sorprende por lo inesperado y rompe lo rutinario.

La escultura como técnica


Sus características principales pueden resumirse en que es una técnica
provocativa, produce curiosidad, lo que ayuda a superar en cierta medida el
sentimiento de ridículo que puede desencadenar al recibir la invitación a
realizar una escultura utilizándose a sí mismo y a los demás de la familia.

Por otra parte es una técnica que despierta lo «dormido» y desencadena el


desconcierto para, después, contribuir a la organización de lo anteriormente
desorganizado o convulsionado...

La escultura pasa de lo estático del sujeto a lo dinámico de la relación que


se plasma, coloca a la familia, la pareja y al terapeuta en una actitud
«creativa» y sirve de estímulo para sacar a la luz emociones, sentimientos,
deseos, fantasías, sueños, aspiraciones, temores, pasiones y pulsiones.

El terapeuta en la escultura

Aunque el papel activo corre a cargo de los «protagonistas» que modelan la


escultura por el orden de ejecución que vaya determinando el terapeuta, éste
tiene varias tareas que realizar para conducir discretamente el trabajo que se
está llevando a cabo mientras dura la ejecución de la consigna dada. Así,
entre otras funciones, el terapeuta ha de convertirse en «facilitador de la
dinámica», ya que ha de apoyar y guiar la ejecución de lo mandado de modo
que ninguno de los «escultores» se desvíe o altere lo que ha de hacer. Con sus
preguntas posteriores a la construcción de cualquiera de las esculturas que
luego describiremos, ha de convertirse en «desestabilizador de lo
morfostático» para que gracias al trabajo se introduzcan cambios en la
relación entre las figuras representadas.

Por otro lado es un auténtico «provocador de lo oculto», «creador de


nuevas perspectivas», «estimulador de lo que puede venir», «seleccionador
de lo prevalente», «desenterrador de cadáveres ocultos» en cuanto que va a
provocar la salida de lo convertido en secreto y en «desbloqueador de deseos
dormidos».
Una tarea importante en este juego es la de convertirse en «provocador de
la proyección de la fantasía en el futuro» ya que, en último término, lo que la
escultura ha de remover es el poder sacar a la luz cuanto se esconde en el
mundo de lo reprimido.

Una última función del terapeuta es la de «connotar» cuanto la escultura


haya sacado a la superficie y que pueda ser relevante para tomar conciencia
de lo positivo que se había tenido escondido hasta ese momento.

Qué hacer sobre la escultura

El terapeuta puede actuar como verdadero co-escultor ayudando al miembro


de la familia que ejecute la escultura para que verbalice lo que han hecho, qué
han vivido, qué ha sentido mientras la realizaba, qué le ha aportado y qué ha
podido crear al manejar esta técnica como medio de expresión. Igual mente
servirá para que pueda tomarse conciencia de cuanto conviene controlar a
partir de ese momento, lo que es necesario potenciar a partir de ahora y lo que
será oportuno eliminar a partir de ese mismo instante.

El terapeuta deberá conducir los contenidos de la verbalización que


desencadene lo representado de modo que pueda ir preguntando a cada uno
cómo están, cómo se sitúan, cómo se sienten al estar relacionados del modo
que ha modelado el responsable de la escultura concreta que se tiene delante
en ese momento, así como para que expresen estados de ánimo profundos en
el tipo de interacción esculpido, las emociones, las ansiedades, todo ello
situado en un ambiente concreto en el que pueda describirse el ambiente que
se capta, la luz, el momento del día o la noche en que se ven encuadrados.

Finalizada la tarea encomendada, terminar el trabajo repitiendo de nuevo


la escultura hecha al inicio del trabajo del mismo modo que empezó, a modo
de circularidad, para introducir una pregunta que nos está siendo muy útil
para movilizar a la acción directa y activa sobre la base de lo representado en
la escultura: «¿Qué está haciendo usted para que eso (lo representado aquí)
sea posible o llegue a realizarse?».

Tipos de esculturas

Los tipos de esculturas que solemos trabajar en la terapia de familia y pareja


son los siguientes:

1.La escultura del «presente». Se invita a los componentes a modelar una


escultura en la que representen, trabajando como si fuesen barro o
arcilla, todos y cada uno de los miembros de la familia, «cómo están
en este momento de su vida familiar o marital». La consigna o
mandato debe ser muy clara para que, uno a uno, haga la escultura que
crea representa mejor el momento actual del sistema o subsistema. No
pueden hablar mientras realizan la tarea, sino que todo lo que han de
llevar a cabo ha de hacerse en silencio, utilizando solamente el
«lenguaje no verbal» (*). Puede completarse lo que se les manda con
un comentario de este tipo: «Debe hacer una escultura de tal modo que
cuando alguien entre en esta sala y la vea capte de manera inmediata
cómo están ustedes en este momento de su vida familiar».

2.La escultura del «futuro». Con mandato semejante, se les invita a


esculpir la escultura que mejor represente cómo cree cada uno que van
a estar dentro de X tiempo (por ejemplo: dentro de 3, 4 o 7 años) de
manera que tengan que proyectar su imaginación en el futuro.

3.La escultura «deseada». En este tipo de escultura se trata de plasmar la


escultura de lo que desean ser en el futuro de acuerdo con sus
necesidades profundas y aspiraciones. La diferencia con la anterior
está en que en ésta se busca lo que desean mientras que en la otra se
pretende representar lo que va a suceder si las cosas siguen como están
y no en función de lo deseado o esperado.

4.La escultura «temida». Con ella buscamos que los componentes de la


familia se enfrenten con los temores reales o fanstasmáticos que tienen
ante lo que puede ser la evolución y situación futura de la pareja o la
familia si las cosas no avanzan positivamente. Se trata de marcar
límites bien precisos a los miedos que les asaltan ante las experiencias
vividas. Emocionalmente es importante que concreten al máximo
dónde residen los miedos, poniéndoles una cierta corporeidad que los
haga lo más reales posibles y, de este modo, poder fijar hacia dónde
van a canalizarse todas las energías que se quieren emplear en la
superación de los conflictos.

5.La escultura «en movimiento». A partir de la posición estática en que


queda representada cada una de las estatuas, podemos dar un paso para
convertirla en algo «dinámico» y «vivo» invitando a los integrantes de
las mismas a que inicien un movimiento que les haga manifestarse
como algo con vida propia. Puede acompañarse de una música de
fondo suave y estimulante (por ejemplo cualquier fragmento de las
Cuatro Estaciones de Vivaldi) para que el posible y positivo
crecimiento de la escultura transmita a todos lo que puede convertirse
en un impulso que incite y logre el verdadero cambio. Así la escultura
les comunicará hasta dónde necesita y puede crecer, desarrollarse y
evolucionar para romper con su resistencia al cambio.

6.En el caso de terapia de parejas, todos los aspectos puestos de relieve


por cualquiera de las esculturas descritas pueden relacionarse con los
tres vértices del «Triángulo del Amor de Stemberg» (1989) (*) de tal
modo que pueda centrarse el trabajo de modelaje en representar cómo
se ven, cómo ven su futuro, qué desean o qué temen en torno a la
pasión, la intimidad y el compromiso.

Posibles temas para esculturas

a) Esculturas de la situación de la familia o la pareja


La creatividad de cada terapeuta dará origen a multitud de temas y
situaciones que sirven de base para la realización del trabajo propuesto. De
entre los muchos que hemos utilizado en las terapias a lo largo de nuestra
experiencia, queremos señalar algunos por la potencialidad que nos han
demostrado.

1.Metáfora de planta a cuidar como recordatorio del cuidado que hay que
prestar al crecimiento de la pareja. Representar qué harán para cuidar
la pareja desde hoy. Usamos la metáfora de la planta que han de cuidar
alternativamente uno y otro miembro de la pareja para que cuando él
cuide la planta los lunes, miércoles y viernes, ella cuide la pareja y que
cuando ella se ocupe de la planta los martes, jueves y sábados, sea él
quien mime y «cultive» los aspectos fundamentales de la relación de
pareja.

2.Metáfora de lo que hay que enterrar del pasado doloroso de la familia o


la pareja. Para ello han de representar el acto de enterrar o incinerar
algún recuerdo molesto o traumático vivido en su pasado de tal modo
que se representen con el mayor número de detalles posibles lo que
sucedió, dónde tuvo lugar, las circunstancias particulares del episodio
y, a ser posible, la fecha en que tuvo lugar. La finalidad de esta
escultura es poder «borrar» cuanto el tiempo y la actitud inconsciente
de «apacentar rencores» (García Márquez) ha ido ahondando,
agrandando y hasta falseando en sus aristas más negativas lo que tuvo
lugar un día recordado con rabia y rechazo.

3.Ejercicio centrado en el tema «lo que hay que estimular para un futuro
gratificante». Igualmente que en los casos anteriores, representar lo
que desencadene la invitación a realizar esta tarea. De este modo se
contrarresta la tendencia rutinaria a repetir siempre lo acostumbrado y
monótono, dejando espacio a la recuperación de la espontaneidad que
van matando episodios y vivencias repetidas una y otra vez en la vida
de la familia y la pareja.

4.Escultura de «cómo reconstruir la relación y la convivencia» a partir de


la remodelación de los «escombros» que se han ido acumulando como
resultado de tantos mecanismos destructivos como se ponen en juego
en la vida de una familia y una pareja.

5.Aunque aparentemente más difícil y costoso por tener que «manejar» y


«modelar» vertientes que puedan representar lo pasional en la relación
de pareja, no debe eludirse, invitar a sus componentes a plasmar los
gastos y actitudes que puedan llevar a la reconstrucción de la pasión y
la intimidad de la pareja. Sin miedos al ridículo, sino como una tarea
en la que van a tocar fondo en temas de gran calado en la
estructuración de la verdadera relación de pareja.

6.Escultura de «cómo recuperar el compromiso», especialmente cuando


éste ha ido perdiendo fuerza motivadora y vigencia revitalizadora de la
cohesión y estabilidad de la pareja.

7.Esculturas de la cohesión y la coherencia de la pareja para que vean


«realmente» a qué conduce de manera concreta el deseo de conseguir
estas dos característi cas en el funcionamiento de la pareja. Puede
utilizarse en la terapia de familia dado que ambas características son
igualmente esenciales para el progreso y maduración del sistema
familiar.

8.Escultura del progreso de la pareja y la familia puede hacerse mediante


la incitación a representar los dinamismos de crecimiento que están
vigentes o muertos en la dinámica del respectivo sistema. Aquí es
donde puede resultar más estimulante el uso de un fondo musical tal y
como hemos indicado al describir la «escultura en movimiento» en el
punto 5 de los tipos de escultura.
b)Esculturas sobre el Proceso Terapéutico

Pueden elegirse varios momentos del proceso tales como:

1.La situación de la familia o la pareja al iniciar la terapia, ya sea en la


primera sesión o ya sea en una sesión avanzada para ver cómo se veían
en aquellos inicios.

2.Lo que esperaban o lo que siguen esperando de la terapia en función de


que ésta resulte eficaz o se muestre como inútil para la superación de
cuanto han consultado.

3.Cómo se ven en el caso de que la terapia fracase.

4.Cómo se ven cuando la terapia ha llegado al momento cercano a la


mitad del tiempo total previsto para el tratamiento.

5.Cómo se ven o creen que estarán al final de la terapia.

c) Otros posibles temas esporádicos

A partir de algunas ideas proporcionadas por V.Escudero en un Seminario de


formación impartido en «Stirpe» en 1997, hemos utilizado ocasionalmente
algún tema deducido de sus ideas. Son las que él ha generado al hablar de
«los cuatro jinetes del Apocalipsis de las Parejas» que, con alguna
matización, formulamos del modo siguiente:

1.La escultura del desprecio y la hostilidad oculta y latente.

2.La escultura del «muro de piedra» o incomunicación.

3.La escultura de la «actitud defensiva»: uno frente a otro con armas y


armaduras.
4.La escultura del «Yo sí..., pero anda que tú».

5.La «escultura de la falta de chispa»: Además de las anteriores,


reformuladas del modo que presentamos, y dada la reciente y repetida
frecuencia con que muchas parejas expresan lo que les sucede como
manifestación más evidente de su «desamor» o pérdida de vinculación
profunda como «falta de chispa», nos parece oportuno ofrecer este
estímulo como inicio de la construcción de una escultura donde pueda
verse «escenificado» este fenómeno al que estamos siguiendo la pista
para tratar de describir sus componentes, características y
manifestaciones más sobresalientes. Esta escultura sería para nosotros
«el 5° jinete del Apocalipsis de la Pareja en crisis» (J.A.Ríos).

ESTILO PERSONAL DEL TERAPEUTA EN LA TERAPIA FAMILIAR

Siempre que se habla de la formación de terapeutas se pone el acento en los


aspectos teóricos y prácticos de la misma. Uno y otro son esenciales para
poder adquirid un cuerpo doctrinal de referencias que permita saber qué hacer
y cómo hacer en el campo de la terapia concreta que se trate. Evidentemente
en teorías y experiencia práctica pueden coincidir muchos terapeutas, lo que
da lugar a la formación de escuelas o enfoques que tienen sus características
peculiares a partir de los elementos de identidad de cada modelo. No
obstante, es necesario abrir un espacio que haga posible que la puesta en
marcha de los saberes teóricos y las experiencias adquiridas se haga
respetando las peculiaridades personales del terapeuta. Este objetivo es el que
podemos formular en términos de potenciar la capacidad de filtrar la teoría y
la técnica a través de la personalidad del terapeuta, lo que supone tener en
cuenta la personalidad del mismo, sus postulados filosóficos y los prejuicios
personales que, de un modo u otro, van a incidir en el trabajo profesional.
Este trabajo formativo conducirá a conseguir la capacidad de utilizarse a sí
mismo como quien usa la mejor herramienta. La búsqueda del «sí mismo»
para utilizarlo como vehículo de interacción y comunicación con la familia y
la pareja, es la única forma de conseguir un estilo personal que potencia el
trabajo profesional que se lleva a cabo. Esta es la razón por la que en nuestros
programas de formación damos un valor central a la forja de la personalidad
del terapeuta, tanto en lo que se refiere al trabajo directo sobre su persona y
su contexto inmediato (FOT [*]) como a la preparación de cuanto en el orden
personal puede ser más útil para su utilización en el trabajo terapéutico
(rasgos personales, características y habilidades propias, espontaneidad,
capacidad de adaptación a las circunstancias, sentido del humor, etc.)
(J.A.Ríos).

ESTRUCTURA DE LA FAMILIA

«La familia es un grupo natural que en el curso del tiempo ha elaborado


pautas de interacción. Éstas constituyen la estructura familiar, que a su vez
rige el funcionamiento de los miembros de la familia, define su gama de
conductas y facilita su interacción recíproca. La familia necesita de una
estructura viable para desempeñar sus tareas esenciales, a saber, apoyar la
individuación al tiempo que proporciona un sentimiento de pertenencia. Los
miembros de la familia se suelen vivenciar a sí mismos como parte de esta
estructura familiar» (Minuchin y Fishman, 1984).

Tal como vemos definida la estructura familiar en este fragmento de


Minuchin y Fishman (1984), al hablar de la estructura familiar entendemos el
entramado de interacción que se produce dentro del sistema familiar. No
todos los autores tienen en cuenta las mismas variables al considerar la
estructura familiar, pero los elementos fundamentales de la misma sí son
compartidos por todos ellos. A continuación analizaremos este concepto
desde diversas perspectivas.

Para Midori y Brown (1998), para conocer la estructura familiar hemos de


considerar quién interactúa con quién, con qué fin y con qué frecuencia. Se
trata de observar las relaciones interpersonales (en cercanía y en flexibilidad),
así como contemplar los límites interpersonales y la distribución de roles en
la familia. Para estos autores, la organización familiar configura su estructura.

Para Ríos (1994a), al valorar la estructura familiar se han de considerar


los siguientes elementos: miembros que componen el sistema familiar; valor
dominante en la familia (meta, objetivo último de la familia); poder ostentado
(la persona que ostenta el poder matiza la vida familiar); mito fundamental
(creencia bien sistematizada y compartida por los miembros del sistema
respecto a la naturaleza de su relación); miembros sintomáticos del sistema
familiar y elementos del cisma familiar (miembros que hacen posible la
rotura de la estabilidad en la familia); actitudes educativas básicas y modelo
de autoridad y disciplina predominantes.

Para Beavers y Hampson (1995), la estructura de la familia viene definida


por las siguientes variables: poder manifiesto (quién se dirige a quién, y quién
de entre los miembros de la familia dirige los intercambios); coaliciones
paternas (fuerzo o calidad de la díada paterna) y cercanía (entendida como la
claridad de los límites interpersonales, así como la distribución relacionada
de poder, que afecta al potencial y a la manera en que las familias expresan la
cercanía, la comprensión y el respeto).

Minuchin y Fishman (1984) identifican una serie de células básicas u


holones, que conforman y organizan la estructura familiar:

-El holón individual: Incluye el concepto de sí mismo en contexto.


Contiene los determinantes personales e históricos del individuo. Pero
va más allá, hasta abarcar los aportes actuales del contexto social. De
este modo, se produce un intercambio recíproco, en el que los aspectos
de la personalidad más adecuados al contexto se ven reforzados, al
tiempo que el propio indi viduo influye sobre las personas de su
entorno y en el mismo. Tanto el individuo como el contexto son
capaces de flexibilidad y de cambio.
-El holón conyugal: «Cada cónyuge debe resignar una parte de sus ideas y
preferencias, esto es, perder individualidad, pero ganando en
pertenencia. En este proceso se forma un sistema nuevo» (p.30). En
este holón conyugal será vital establecer límites que lo protejan y
garanticen sus necesidades psicológicas y su intimidad. Por otra parte,
este subsistema conyugal es de vital importancia para el crecimiento de
los hijos, de modo que si en él existe disfunción, se verá afectada toda
la familia.

-El holón parental: Puede estar compuesto de formas muy diversas,


incluso puede incluir a otras personas del sistema familiar extenso o
excluir a uno de los padres. Las interacciones fundamentales tienen
que ver con la crianza y socialización de los hijos, y se irá modificando
a medida que los hijos crecen y surgen nuevas necesidades.

-El holón de los hermanos: «Los hermanos constituyen para un niño el


primer grupo de iguales en que participa. Elaboran sus propias pautas
de interacción para negociar, cooperar y competir».

El genograma (*) es el mapa que representa la estructura familiar,


contemplando la interacción entre al menos tres generaciones (McGoldrick y
Gerson, 1987) (V Cagigal).

ÉTICA EN TERAPIA FAMILIAR Y DE PAREJA

M.Abad (2001) en un interesante trabajo, ha realizado una breve historia de


la Ética en la Terapia Familiar, exponiendo la evolución, funciones y
contenidos de los distintos códigos éticos con que podemos contar en el
momento actual y del que se destacan los puntos siguientes.

Puede considerarse como código ético una iniciativa de los propios


profesionales que se comprometen a acoger y res petar una nueva normativa
que, sea cual fuere, siempre va a tener ventajas como documento que poseerá
un valor importante porque es creado desde la especificidad de la profesión
para evitar que la actuación profesional pueda causar perjuicios y contando
con un arbitraje para minimizarlos y evitarlos, realizando un control de los
profesionales sobre sus actuaciones, evitando desviaciones en los cánones de
calidad y de buen servicio y ofreciéndose como marco de referencia para la
toma de decisiones problemáticas.

Entre los elaborados por las principales organizaciones y asociaciones en


este ámbito se encuentran los siguientes:

Todos ellos abordan cuestiones como las relativas a los límites en la


relación terapéutica, el abandono del paciente, la mala práctica profesional, la
confidencialidad y la imperiosa necesidad de elaborar una guía práctica
cotidiana que oriente eficazmente a los terapeutas para no cometer
actuaciones que atenten contra los fines de competencia y honestidad de esta
profesión.

Los códigos citados son posteriores y derivados del primer intento por
definir unos principios éticos de comportamiento en el ámbito de la
psicología que corrió a cargo de la APA (American Psychological
Association) en 1952. Posteriormente, otras asociaciones más vinculadas a la
terapia conyugal y familiar, como la American Association for Marriage and
Family Therapy (AAMFT) diseñó un código ético, que se ha ido revisando y
ampliando, año tras año, según las necesidades que suscitaba la práctica
profesional. En él se incluyen aspectos éticos, legales y profesionales de la
terapia familiar.

La APA y la AAMFT han sido las que mayor preocupación han


demostrado respecto a este particular, destacando el esfuerzo de ambas
organizaciones para intentar adecuar tales códigos de conducta a la compleja
realidad de la práctica diaria del terapeuta.

La APA (1982) pasó de enfatizar los principios de aspiración deseables


del terapeuta a definir unos estándares éticos específicos, obligados y
vinculantes para con todos los profesionales (APA, 1992). De esta forma, el
código ético quedó formado por un preámbulo, seis principios generales
(integridad, respeto a la dignidad y derechos humanos, bienestar del paciente,
competencia, responsabilidad profesional y científica) y 102 estándares éticos
operativos agrupados en ocho áreas, que intentan definir la relación entre los
principios morales y el código de conducta de la APA (1992).

Los temas más abordados han sido los siguientes:


Estos temas constituyen los principales contenidos temáticos de los
Códigos de Conducta de la APA (1982 y 1992), y son temas recurrentes de
obligada referencia en cualquier otro código de conducta.

Una de las cuestiones acuciantes actualmente y no resuelta es la ausencia


de un modelo o guía práctica que puedan utilizar los profesionales para tomar
decisiones controvertidas en el escenario terapéutico cotidiano psicológico.

En la actualidad disponemos de guías de mayor o menor utilidad


terapéutica (Haas y Malouf, 1989), aunque no por ello ha quedado
establecida una «guía estándar» que sea asumida por todos y que esclarezca
aspectos tan esenciales de la práctica terapéutica como la medida, la
evaluación, la calidad del servicio ofrecido o la efectividad de los resultados
obtenidos en el tratamiento de los clientes.

Estas guías prácticas tratan numerosas y diferentes cuestiones, que no


tienen respaldo legal, ni son obligatorias para los psicólogos, aunque se
consideren como valores educativos necesarios a tener en cuenta (Gumaer,
1995).

En la tabla siguiente se citan algunos de los manuales que hoy siguen


vigentes y que, con frecuencia, son utilizados por los profesionales ante
situaciones más o menos controvertidas.

Así queda avalada la hipótesis de que los principios éticos son demasiado
generales e insuficientes, haciendo patente la necesidad de la aparición de
códigos concretos cada cierto período de tiempo y que satisfagan las nuevas
necesidades.

Hasta aquí nos hemos referido a la evolución de la ética en la terapia


familiar en Estados Unidos, puesto que fueron ellos los pioneros en estudiar
este particular.

Pero, ¿cuenta España con un código semejante a los descritos


anteriormente?

El Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid elaboró el primer código


deontológico en 1987 para su publicación, estudio y desarrollo. Este fue
elevado a norma de conducta profesional a todos sus colegiados y se extiende
a otras muchas asociaciones, como son la Sociedad Española de Psicología,
la Sociedad Española de Evaluación Psicológica, la Asociación Española de
Terapeutas del Comportamiento o la Sociedad Española para el Desarrollo
del Grupo, la Psicoterapia y el Psicoanálisis. Su Comisión deontológica
funciona desde 1991 y vela por el cumplimiento de dicha normativa.

Sin restar importancia al gran esfuerzo que hicieron el grupo de


psicólogos españoles por crear estas pautas de comportamiento, se hace
necesario señalar algunos puntos críticos que oscurecen y limitan su
adecuado desarrollo y crecimiento:

1.El Código permanece intacto desde 1987 y no se ha realizado ninguna


revisión, lo que cuestiona su aplicabilidad y refleja su falta de
operatividad.

2.Respecto a la resolución y tramitación de expedientes, basándonos en


los datos publicados (Clemente, 1995), se observa una lentitud
generalizada en el funcionamiento de la Comisión. El plazo máximo
para la resolución de ocho meses ofrecido por tal Organismo no es
respetado en ningún caso.

3.Destaca la escasa difusión y promoción del Código a la que se habían


comprometido. Sirva de ejemplo, que de 200 estudiantes universitarios
de Psicología de la Comunidad de Madrid, encuestados por la autora
de estas líneas, sólo tres habían consultado por alguna razón el Código
Deontológico del Psicólogo y apenas diez conocían la existencia de tal
normativa.

4.Finalmente, destacar que si la intención de consultar el Código


Deontológico, por parte del terapeuta es la de encontrar un marco o
guía para situaciones problemáticas, advertir que éste no cumple dicha
función, ya que no se detiene en casuísticas concretas.
El profesional se topará, solamente, con una visión generalizada de los
fines a los que debe aspirar el psicólogo, quedando avalada la hipótesis de
que los principios éticos sean demasiado generales e insuficientes.

Actualidad de la ética en la terapia familiar

Gracias al impulso de la terapia familiar, el ámbito de la ética ha ido


abordándose y ampliando su estudio desde diferentes enfoques. Aunque este
desarrollo no ha sido tan rápido, ni se le ha ofrecido la merecida importancia
ni el lugar privilegiado que debiera tener.

La terapia familiar se ha ido enfrentando cada vez más a mayores desafíos


sociales y personales, al tiempo que la ética no puede permitirse el lujo de
quedarse atrás.

Desgraciadamente, esto es lo que ha sucedido en España, donde la ética se


convirtió en un tema aparcado y de poco interés para su estudio. Sirva de
ejemplo la comparación con publicaciones anglosajonas halladas en Internet
sobre este tema en los últimos cinco años, donde la cifra asciende a más de
870 artículos sobre ética aplicada a problemas psicológicos, psiquiátricos,
profesionales y de investigación.

Llegados a este punto, se plantea en la actualidad, una contradicción,


respecto de la necesidad de un código o marco de referencia comportamental:
la mayor parte de los profesionales, cuando deben tomar una decisión
determinada ante el supuesto «dilema» problemático, suelen refutar ser
dirigidos y controlados.

Parece que lo que exhortan es que existan dichas guías - por el momento,
según parece, inexistentes - pero que los terapeutas tengan una relativa
libertad para acatarlas o no.

Es decir, tener claro qué es lo que habría que hacer en ese momento y ante
esas circunstancias, pero hacerlo si, y sólo si, el juicio personal de cada
terapeuta lo cree conveniente y adecuado para ese caso en concreto.

Imaginemos que vamos conduciendo y observamos señales de tráfico que


nos van indicando cuáles deben ser nuestras actuaciones al volante para no
salirnos de la carretera. Imaginemos también, que dichas señales sólo las
obedecemos o tenemos en cuenta si en ese momento lo creemos conveniente
o las enjuiciamos como oportunas. El mal producido y las consecuencias que
pudieran derivarse de la imprudencia personal y de hacer caso omiso a dichas
pautas pueden ser irremediables.

La «única» diferencia que se puede establecer entre este comportamiento


y el de los terapeutas ante los códigos de conducta es que en el primero,
seguramente, sólo nos haremos daño a nosotros mismos; pero en el segundo,
son otras personas - nuestros clientes - los que sufren las consecuencias de
una actuación negligente.

Podríamos plantearnos si actuar éticamente es un deber intrínseco a la


profesión del terapeuta o, por el contrario, depende de la persona que ejerce
dicha profesión. Que el paciente sea tratado dignamente, ¿es un derecho o un
privilegio?

Esta cuestión que, en mi opinión personal, es fundamental y básica para


llegar a comprender otras muchas que se derivan de aquella, es también
abordada por Gottlieb (1990) en su trabajo sobre los planteamientos éticos en
terapia familiar. Tal como se afirma en el código ético (APA 1981), este
autor destaca que «el cliente debe ser nuestra primera obligación». Pero, para
que pueda ser real este principio deseable por todos, habría que defender
«como primera obligación» la formación continua, profesional y ética del
terapeuta. De este modo, se conseguiría que el paciente nunca sufriera
menoscabo y fuera víctima de la mala práctica del profesional. Es decir, la
primera obligación del terapeuta, para que el cliente sea lo primero, debe
constituirse en salvaguardar su competencia y profesionalidad.
Si la formación profesional y ética del terapeuta parece tan fundamental,
podríamos plantearnos qué papel desempeñan aquellas Escuelas o Cursos de
Formación de futuros profesionales donde no se presta la más mínima
atención a la ética y a los códigos deontológicos profesionales.

Desde un punto de vista ético, el terapeuta debe ser capaz de ofrecer


respuestas eficaces a cuestiones, con frecuencia inquietantes, en consonancia
con los valores y normas que propugna esta profesión (Urraca, 1997) y debe
ser una persona técnicamente competente, lo que le obliga a considerar y
asumir la evolución de la ciencia y la práctica en el ámbito del que dice ser
experto.

El terapeuta, y en general el profesional de la psicoterapia, desarrollará un


cuerpo válido de conocimiento científico, basado en la investigación, tal y
como se reconoce en los «Principios éticos y Códigos de conducta de la
Asociación de Psicología Americana» (APA, 1992).

La condición básica y «sine qua non» para conseguir el bienestar del


paciente es la formación permanente y responsable del terapeuta a la que se
aludió con anterioridad.

Por otro lado, el terapeuta deberá ser moralmente responsable.

El terapeuta eficaz y técnicamente competente es aquel que se alía con su


equipo con el fin de actuar juntos en contra de toda la familia, para que los
miembros de dicha familia se alíen a su vez entre ellos para solucionar el
problema.

El terapeuta debe aparecer, evaluar, intervenir y desaparecer. Si esta


consecución no se da, el desarrollo de la terapia corre el riesgo de que se
convierta en una «historia interminable», donde se está dispuesto a que
siempre aparezcan nuevos problemas - puesto que en la familia siempre hay
aspectos mejorables - convirtiéndose, de este modo, la familia, no en un fin
en sí mismo, sino en un medio o fuente de ingresos cómodo y perdurable.
¿No es el terapeuta un simple mediador entre la familia y los problemas que
se plantean?, ¿qué función desempeña el terapeuta si la familia ya es
competente y dueña de sí misma?, ¿qué sentido se le encuentra a aquellas
terapias que duran cinco e incluso diez años?

Por último, destacar los tres principios en los que se podrían aglutinar las
cuestiones éticas actuales:

1.El principio de no maleficencia: Defiende el alivio al sufrimiento y no


hacer daño al paciente. Este principio respeta la dignidad de la persona
y los derechos humanos.

La terapia familiar debe ser una respuesta sincera y profunda a los


problemas de sus clientes.

2.El principio de beneficencia: Promociona el bienestar humano y la


preocupación por los intereses del paciente. Esto supone anteponer los
intereses de los clientes a los propios del terapeuta.

3.El principio de privacidad y confidencialidad: En este principio residen


los dilemas éticos más frecuentes y harto estudiados (Pope y Vetter,
1992). Se centra en satisfacer la privacidad de los clientes y la
intimidad de la persona porque nuestro secreto responde, a cuatro
causas:

-Se trata de un secreto natural: Puesto que al tratar con la vida personal
y privada de los pacientes, pueden salir a la luz datos o cuestiones
que, de ser reveladas, podrían dañar a la honra, estimación, fama
social o incluso a los bienes del paciente.

-Es también un secreto prometido: Porque cuando una familia decide


acudir en busca de ayuda a la terapia familiar, nos comprometemos
a no desvelar lo allí dicho. Lo decimos libremente - sin coacciones -
y en caso de no cumplirlo, estaríamos faltando a nuestro honor y
sinceridad.

-Además es un secreto pactado: Porque, de forma explícita,


recordamos a los pacientes que nada de lo que confidencien será,
por ningún motivo, revelado (ratificamos la confidencialidad de la
terapia) ni de forma directa, ni mediante grabaciones o vídeos (*)
(si no es con fines didácticos y dentro del equipo terapéutico),
respetando así la intimidad e identidad del cliente.

Entran aquí las situaciones que exponemos en nuestro trabajo y


referidas a si quisiéramos citar algún caso para consultarlo con otros
profesionales, si queremos, o publicar un libro de casos.

-Finalmente, por el secreto profesional: Puesto que nosotros, como


profesionales de la psicología, estamos obligados por dicha
profesión a guardar la confidencialidad de los datos a los que se nos
permite acceder, garantizando la intimidad y respeto al cliente.

Para reflexionar sobre el problema de fondo latente pero evidente que se


refiere a las limitaciones en los códigos éticos de la terapia familiar y su
implicación en la mala práctica del profesional, nos remitimos a nuestro
trabajo original.

Si todo lo expresado anteriormente es aceptado y asumido - por lo menos


en teoría - por los profesionales, ¿qué es entonces lo que no «funciona»?,
¿nos encontramos ante un mero problema de «dilemas» sobre conductas
concretas o es más bien un problema de base que se refleja continuamente en
la práctica cotidiana?, ¿es conveniente seguir poniendo «parches» a una ética
de mínimos o sería más acertado desplazarnos al principio más radical de lo
que es el comportamiento ético y moral, la libertad y la conciencia, el deber y
el derecho, la verdad y los valores; en definitiva, replantearse quién es y qué
significa ser persona?

Al igual que en otras ciencias, donde la investigación y el avance son


permanentes, en la terapia familiar diversos autores han llegado a definir las
que ellos consideran son las dos limitaciones básicas que debieran abordarse
de forma más radical, para evitar las citadas y continuas violaciones éticas en
este campo. Éstas son la cualificación profesional y los límites de
competencia, la falta de objetividad y el relativismo de los códigos éticos.

Respecto a la necesaria cualificación profesional, parece hacer necesaria


que la actividad profesional sea presidida por la objetividad científica y el
dominio técnico.

El código ético de la APA (1992) alude a la necesidad de luchar y


mantener altos estándares de competencia en el trabajo, para lo cual el
profesional debe reconocer los límites de su especialidad, con el fin de que
sea posible proporcionar los servicios en los que está cualificado y goza de
experiencia.

Pese a la claridad de este principio, se pone en tela de juicio si el terapeuta


descuida un razonable nivel de conocimientos actuales en su profesión
dedicando, por el contrario, todo el tiempo disponible a atender clientes.
¿Hay un verdadero «reciclaje» e inquietud intelectual para proporcionar el
bien del cliente?

El terapeuta debe asumir con honradez y humildad que, en ocasiones,


cuando una familia no es capaz de mejorar, a medida que avanza la terapia, se
debe posiblemente a su incompetencia.

Respecto a los límites de competencia entre profesionales, cabe señalar


únicamente que, una sana competencia, respetuosa de los demás y dentro de
un cuadro de obligaciones deontológicas, puede estimular la iniciativa
personal y la promoción profesional, al igual que el trabajo en equipo. De no
ser así, la terapia familiar se desvirtuaría con fines egoístas y, seguramente,
perturbaría gravemente el ejercicio responsable de la profesión, al desviar el
fin último deseable hacia otros no tan deseables.

De otro lado, se presenta el relativismo o la objetividad en los códigos de


conducta ética como la limitación más próxima que propicia la no
penalización de los comportamientos erróneos.

Siguiendo a Vásquez (1994), se critica fervorosamente la inclusión en los


códigos de términos cualificados del tipo «razonable», «si es factible», etc.,
lo que consigue disminuir la forzosidad del código y sitúa los intereses del
terapeuta por encima de los del paciente.

También Payton (1994), aunque desde una posición más radical y directa,
denuncia el relativismo ético que se detecta en el lenguaje subjetivo y
confuso de tales códigos.

Esta crítica se fundamenta en expresiones que se citan en el código de la


APA (1992), como «el psicólogo debe considerar estos códigos» o «el
terapeuta, si lo considera oportuno y conveniente», etc. En estos casos, el
término «considerar», ¿de qué es sinónimo?, ¿de acordarse?, ¿de tener en
mente pero no hacer nada al respecto?, ¿de no pasar por alto?, ¿hasta qué
punto es vinculante una expresión de este talante?

Es inevitable que ante este panorama se presente una cierta contradicción:


si los valores éticos que se defienden e intentan respetar, son verdaderos y
objetivos, ¿por qué entonces se pretende relativizarlos, mediante un lenguaje
subjetivo, ambiguo y no vinculante?; ¿se trata acaso de meras pautas de
comportamiento expresadas en condicional «deseable» o, por el contrario, el
criterio que debe presidir a toda acción terapéutica?

Las críticas referidas anteriormente al relativismo ético son consecuencia


de un mismo problema latente que permanece de fondo: ¿Cuál es la razón
última que «obliga» a atenerse a unas ciertas normas éticas?

Nos encontramos ante una sociedad que defiende el pluralismo moral, que
significa tolerarlo todo, es decir, «todo vale»; pero esta afirmación se
contradice cuando esa misma sociedad se percata de que no todo vale, porque
si no, nada vale. Por ejemplo, unánimemente se considera que no es aceptable
ni justificable la corrupción, la violación de los derechos humanos o la
injusticia. Es decir, existen unos valores morales compartidos que les permite
convivir juntos y que deben ser necesariamente respetados. Además es
posible buscar un fundamento de base que sostiene dichos valores.

Defender esto supone pasar de un pensamiento politeísta a uno pluralista.


Dado ese paso, cada persona respeta los proyectos de ser feliz de cada uno
(ética de máximos) y persigue los suyos, si bien respetando unos mínimos de
justicia (ética de mínimos). Es decir, se acepta que las diferentes jerarquías de
valores puedan superar ese subjetivismo, al no poder hacerlos intersubjetivos
racionalmente, pero a la vez, se comparten unos mínimos morales aunque no
se comparta la misma concepción completa de vida buena.

Un código ético profesional, cualquiera que sea, debe basarse en unos


«mínimos de justicia» que es lo que se llama «ética de mínimos». Por esto, su
meta última no debiera ser la de servir simplemente como guía «optativa» o
«consejera», sino que exige que se alcancen dichos hitos de conducta y
considera inmoral a todo aquel que no los alcanza; se habla de normas o
estándares, no de consejos; no se mueve en el campo de la prudencia, sino de
la razón práctica que exige intersubjetivamente acatar dichas normas. Esta
idea es la que se resume a continuación:
Si el terapeuta pretende ser responsable de sus acciones, tiene la
obligación de asumir e interiorizar los valores y principios éticos que son
verdaderos. Esta es una condición imprescindible para que los códigos
deontológicos cumplan su función de «educar y guiar las decisiones tomadas
por el terapeuta» (Fisher, 1997), pues no existirá verdadera educación si el
profesional no asume como propios e interioriza tales valores.

La conciencia humana es, de por sí, el primer principio ético por


excelencia. Sin ella, la ética no tendría razón de ser.

El terapeuta que quiere actuar «en conciencia» no puede autojustificarse


pensando que su forma de obrar responde al modelo que le fue enseñado y
que, por tanto, él es sólo un mero ejecutor. El hombre es libre y tiene
obligación de responsabilizarse de su forma de pensar y actuar.

Por tanto, si tener conciencia significa tener conocimiento de lo que se


está haciendo, el ejercicio profesional anético no es científico.

Otro aspecto que no se deja ver claramente, pero que por ello no deja de
existir, es que el perfil de hombre que hoy triunfa no es el que dominado por
unos ideales o valores lucha por conseguirlos, sino que el vencedor es aquel
que está dispuesto a olvidarse de todos ellos si con ello consigue dar una
mayor utilidad a su comportamiento. Es lo que se entiende por «persona
razonable».

De esa forma, frente a una ética de ideales deontológicos prima una ética
de la persona razonable que se preocupa por la utilidad teleológica de su
acción y de sus consecuencias.

Ese puede ser el fondo que subyace al comportamiento del terapeuta y


que desvirtúa la utilidad de unos códigos éticos. Si su actividad profesional
queda guiada sólo por sus técnicas, estrategias e instrumentos, prescindiendo
de unos ideales que le dirijan, y busca únicamente la máxima utilidad a
dichos medios (el éxito de la terapia), el terapeuta habrá sido presa de la
llamada tecnocracia, por la que convierte dichos medios en fines en sí
mismos.

Una vez defendida la necesidad de la actividad ética del profesional,


queda entonces justificar la validez de las normas concretas morales que
deben acatarse, en este caso los códigos de conducta. Si buscamos la
fundamentación de los juicios morales, sólo podremos hallar que una norma
debe respetarse si tiene la cualidad de la correctitud, ya que el que sea
«buena» o «no sea buena» queda en un campo difícil de acotar. Una norma
estará fundamentada si, como dice Tugendhat (1988), el individuo se
convenciese de que tuviera la posibilidad de decidir respecto de dicho sistema
normativo lo habría elegido con la misma libertad. Por otro lado, esa norma
estará moralmente justificada como norma social si es fruto de la deliberación
colectiva de las personas interesadas.

La ética no es una ciencia teórica. Todo lo contrario. Si la ética no fuese


práctica, no sería ética. Por eso, la ignorancia está reñida y, de hecho, es
incompatible con el comportamiento ético.

Un profesional que trabaja con la vida de sus clientes no puede estar


violando el derecho de su cliente y, simultáneamente, no sospechar, ni ser tan
siquiera consciente del mal - posiblemente irremediable - que está haciendo a
esa persona.

No se está juzgando la intencionalidad del terapeuta que, lógicamente, es


de suponer, lucha siempre por el bienestar de su cliente, sino que juzgamos
los hechos reales y evidentes; hechos que no surgen con independencia del
terapeuta, sino a través de las acciones de éste.

La ignorancia o dejadez del terapeuta, aunque no sea intencional, nunca


puede justificar una mala práctica profesional. Cada acción tiene siempre un
último responsable - más o menos directo - con nombre y apellidos, que
persigue consciente o inconscientemente un determinado fin.

Si tuviéramos que enumerar un elenco de las principales negligencias o


faltas profesionales que suelen cometerse y denunciarse, aparecerían las
siguientes:

1.Diagnóstico errado, como consecuencia de la falta de competencia


profesional, a nivel conceptual y práctico.

2.Tratamiento negligente e inapropiado del cliente, como la


confidencialidad, el consentimiento informado o la empatía y de
tratamiento delicado para con la familia.

3.Contacto físico o relación sexual con el cliente. Llama poderosamente la


atención el gran número de casos que se dan al respecto en este campo
y de la poderosa atención que recibe en artículos e incluso en libros.
En los últimos años, más del 50% del dinero que se gasta en acciones
legales contra la mala práctica profesional se debe a esta razón. No
podemos conformarnos en discutir sobre la conveniencia o no de las
relaciones sexuales entre terapeuta y paciente, o de delimitar a partir de
qué momento es o no lícito mantener dichas relaciones sexuales.
Según la APA (1992) y la AAMFT (1991) deben pasar dos años una
vez terminada la relación terapéutica entre ambos para que puedan
tener relaciones íntimas (Schoener y Thompson, 1997).

4.Fracaso en la supervisión de estudiantes o aprendices que provocan un


mal desarrollo de la terapia. Esta debiera contar para su formación con
una combinación de conocimientos teóricos y habilidades prácticas.
Existen en la actualidad numerosos «checklist» donde se especifican
qué habilidades son necesarias antes de comenzar, durante la
supervisión y una vez terminada. Sir va de ejemplo la que ofrece
Rudisill (1996) o el listado de destrezas de competencia publicadas por
Gumaer (1995).

También es importante plantearse a este respecto, si el terapeuta


principal tiene la obligación de informar al aprendiz en supervisión de
las suficientes capacidades o destrezas necesarias para ser un
profesional eficaz.

En el caso contrario de no tenerlas, ¿está obligado el supervisor, en


conciencia, a informar al supervisado o, por el contrario, toda persona
que realiza un curso de formación tiene derecho a ser terapeuta?,
¿debieran existir unos criterios mínimos requeridos y unificados?

5.Abandono de pacientes (APA, 1992). El terapeuta nunca debiera


abandonar al cliente. Sólo lo haría en el caso de que ya no necesite de
sus servicios o de que sea perjudicial para él continuar con la terapia.
Si no se percibe una solución posible, no son pocos los casos en que se
delega o renuncia, pues no conviene que se sepa que la terapia ha sido
un fracaso. En este caso, los terapeutas piensan que una «retirada a
tiempo, es una victoria». Esa estratagema les permite no ser ellos los
que sirven a los clientes, sino los clientes los que les sirven a ellos.

El buen terapeuta debe prevenir y tomar precauciones para después no


tener que lamentar consecuencias no deseadas. Así, no estaría de más que
tuviera en cuenta a la hora de actuar algunas recomendaciones como las que
siguen:

1.El terapeuta debe ser capaz de definir sus áreas de especialidad en las
que ha sido formado y en las que es capaz de actuar con seguridad y
profesionalidad.

2.El terapeuta debe mantener competencia y eficacia en su práctica


terapéutica dedicando el esfuerzo y tiempo necesario.

3.Tratar y atender prudentemente a la clientela. Trabajar en una profesión


basada en las relaciones interpersonales, nos hace conscientes de que a
las personas que piden estos servicios, les cuesta tomar tal decisión y
que la situación que están atravesando es dolorosa y provoca
sufrimiento.

4.Pedir apoyo o consultar a otros profesionales, cuando ello sea necesario.


El profesional debe ser exigente consigo mismo y luchar hasta que
consiga la solución a ese problema sin darse por vencido.

5.Finalizar la terapia progresivamente hasta que se hayan conseguido los


objetivos perseguidos.

6.La correcta utilización de la información de vídeos y la confidencialidad


que de éstos se supone (M.Abad).

EVALUACIÓN DE LA FAMILIA ANTES DE LA TERAPIA Y


ORIENTACIÓN

Todo proceso terapéutico necesita tener una finalidad y unos objetivos


concretos. No es válida la terapia que se inicia sin tener previstos puntos que
se consideren necesarios para la mejora de la situación que se consulta o para
la introducción de cambios en las interacciones que se estiman necesitadas de
modificación. El modelo sistémico parte de «hipótesis sistémicas» (*) que
hacen posible ir entrando en los dinamismos de la interacción familiar para
facilitar la introducción de reestructuraciones o elaboraciones que conduzcan
a una mejora global o pormenorizada de los aspectos constitutivos del
problema o del «síntoma» (*) sometido a tratamiento.

Si históricamente en los pioneros de la Terapia Familiar Sistémica no se


tuvo muy en cuenta cuanto ya era tradicional en el campo psicológico
respecto a evaluación previa para intervenir posteriormente, en la actualidad
se va extendiendo la necesidad de hacer una valoración de los aspectos que se
consideran más centrales o básicos como explicativos de cuanto está
aconteciendo en la vida del sistema que realiza una consulta. La explicación
de este fenómeno en el proceso, creemos encontrarla en una especie de
reacción pendular al período histórico en que el trabajo de los psicólogos se
basaba, tal vez con excesiva acentuación y peligro de convertirlo en mito, en
la acumulación de datos obtenidos a través de la aplicación de técnicas
(cuestionarios, tests, evaluaciones clínicas) que en la práctica no resultaban
totalmente necesarios.

En el momento actual, y en mayor o menor medida, los terapeutas de


familia y pareja utilizamos instrumentos de evaluación de la situación «antes»
de iniciar la terapia. Metodológicamente resulta imprescindible realizar este
tipo de trabajo. Como ha afirmado Yela Granizo (1994), «los sistemas
interhumanos son decisivos. Pero no todopoderosos. Tienen múltiples límites
biológicos, psicosomáticos, biográficos, históricos, políticos, étnicos,
culturales... Por eso, distingamos - y perdona la reiteración impertinente -
niveles y aspectos. La práctica de la psicología lo exige. Reclama arte
hermenéutica, técnica rigurosa y, por debajo de todo, teoría consistente,
predictiva y verificable». Desde ahí es desde donde hay que realizar una
adecuada evaluación del sistema familiar porque sólo así podrá tenerse un
plano bien diseñado de hacia dónde hay que caminar. Desde los datos de la
evaluación (ver «Cuestionarios» [*]) podemos plantear convenientemente la
verificación de las hipótesis formuladas.

Los instrumentos que habitualmente utilizamos para esta labor son los
registrados en su lugar correspondiente como Cuestionarios A-TF
(Cuestionrio antes de la Terapia Familiar), S-TF (Cuestionrio actitud
sistémica ante la Terapia Familiar), FES, Padre-2002, Madre-2002, Padre 77-
2002, Madre 77-202, FQHE (Familias que hacen enfermar) (J.A.Ríos).

EVALUACIÓN DE LA PAREJA ANTES DE LA TERAPIA Y


ORIENTACIÓN

Cuanto hemos expuesto acerca de la Evaluación de la Familia antes de la


Terapia y Orientación es válido para el caso de la pareja.

Los instrumentos que habitualmente utilizamos para esta labor son los
registrados en su lugar correspondiente como Cuestionarios A-TP
(Cuestionrio antes de la Terapia de Pareja), S-TP (Actitud Sistémica antes de
la Terapia de Pareja), Cuestionrio ICP (Clima Interactivo amoroso de la
Pareja), Cuestionrio EDS (Elaboración del Duelo en la Separación y el
divorcio) (J.A.Ríos).
FACTOR DESENCADENANTE DE UN SÍNTOMA

Se entiende por tal cualquier elemento personal, ambiental o de situación que


origina la aparición de un síntoma, de tal manera que entre ambos se
establece una relación de causaefecto que puede ser de utilidad para el
terapeuta en el sentido de descubrir cuanto incide en la creación de conductas
necesitadas de orientación o terapia. En el modelo sistémico no se insiste
tanto en este tipo de elementos como en otros modelos terapéuticos, pero no
conviene olvidar su realidad para mejor localizar las incidencias que pueden
provocar reapariciones cuando se haya logrado controlar su dinámica. Si
sabemos cuáles son los factores desencadenantes de síntomas, podremos, en
alguna medida, controlar su presión. Factores personales son los constituidos
por personas del ambiente cercano al sujeto; ambientales son los que por
estar presentes en el contexto inmediato, causan reacciones sintomáticas
como defensa ante ellos; los que denominamos de situación incluyen todos
los que por circunstancias especiales tienen que ver con la aparición del
síntoma (J.A.Ríos).

FACTOR DE MANTENIMIENTO DE UN SÍNTOMA

Frente al factor desencadenante de síntomas encontramos el o los factores


mantenedores del mismo. Sistémicamente tiene mayor importancia este tipo
ya que su presencia es la causante de los no-cambios y de las resistencias a la
introducción de modificaciones. La prevalencia de un factor mantenedor tiene
una influencia muy fuerte cuando se intenta trabajar la dinámica para
conseguir una mayor flexibilidad y morfogénesis (*) en el funcionamiento
del individuo dentro del sistema. Ciertas figuras parentales, algunos tipos de
interacciones, la presencia de conflictos más antiguos que los mismos
síntomas pertenecen a este tipo de factor (J.A.Ríos).

FAMILIA: CONCEPTO

Aunque las definiciones de familia son múltiples, dependiendo del enfoque


de cada autor, parece que, en el campo de la terapia y la orientación familiar
sistémica, y de acuerdo con lo que venimos viendo en la clínica con
problemas de familia, podemos entender por tal «el grupo humano integrado
por miembros relacionados por vínculos de afecto, sangre o adopción y en el
que se hace posible la maduración de la persona a través de encuentros
perfectivos, contactos continuos e interacciones comunicativas que hacen
posible la adquisición de una estabilidad personal, una cohesión interna y
unas posibilidades de progreso evolutivo según las necesidades profundas de
cada uno de sus miembros en función del ciclo evolutivo en que se
encuentren» (J.A.Ríos).

FAMILIA AGLUTINADA (Minuchin)

(Ver FAMILIA COHESIVA [*])

FAMILIA CENTRÍFUGA (Sterlin)

(Ver FAMILIA DISPERSIVA [*])

FAMILIA CENTRÍPETA (Sterlin)

(Ver FAMILIA COHESIVA [*])

FAMILIA COHESIVA (CCP) (Canevaro)

En el modelo trigeneracional de A.Canevaro (Macerata, Italia) se denomina


«familia cohesiva» a aquella que mantiene unos vínculos fuertes entre los
miembros y aglutina en torno a un eje común el comportamiento de los
mismos. Partiendo del intento de «definir el contexto familiar que privilegio,
to mando en cuenta a la familia de origen, sus distintos modos de
agrupamiento y al estilo de relación configurado»... «el cuadro que resulta de
la combinación entre dos personas que por el vínculo de alianza intercambian
y transmiten el bagaje genético y cultural de sus grupos familiares de origen
es obviamente multiforme y estará codeterminado por la influencia directa de
los grupos familiares en cuestión», añadiendo que «el conocimiento que el
psicoanálisis nos ha dado de las relaciones de objeto intrapsíquicas, o la
familia interna, nos permite afirmar que aun cuando ambos grupos familiares
no estén en contacto personalmente, serán recreados fantasmáticamente en la
relación, a través de la transferencia entre ambos cónyuges y también con su
descendencia y personajes significativos que convivan con ellos».

De este modo Canevaro afirma que «por su manera de agruparse,


podríamos diferenciar empíricamente dos tipos de grupos: la familia
cohesiva-centrípeta y la familia dispersiva-centrífuga. La combinación de
estos dos grupos familiares de origen a través de vínculos de alianza, crea un
nuevo campo psicológico».

Es el tipo de familia «aglutinada» de Minuchin y «centrípeta» de Sterling


que responden a la existencia de lazos familiares muy estrechos, ausencia de
límites entre los miembros del sistema familiar y unos límites muy rígidos de
cara al exterior con una escasa relación con el mundo circundante.

De ahí se deduce que estos conceptos «marcan a la vez un modo de


agruparse y un estilo de relación». Los límites o fronteras de la familia CCP
son muy fuertes y rígidos y los límites entre los individuos son difusos. Están
más orientadas hacia adentro que hacia fuera, ya que lo exterior lo ven como
amenazador al tiempo que destacan los valores de cariño y cercanía
impidiendo la facilidad para entrar y salir en el interior del sistema que
constituye, lo que hace que las personalidades que forja maduren lentamente,
se emancipen con mayor retraso y aparezcan con actitudes infantiles al
tiempo que encuentran dificultades para avanzar y progresar en el desarrollo
evolutivo adecuado a su edad cronológica (J.A.Ríos).

FAMILIA DE ORIGEN DEL TERAPEUTA

(Ver FOT [*])

FAMILIA DESESTRUCTURADA (Minuchin)

(Ver FAMILIA DISPERSIVA [*])

FAMILIA DISPERSIVA (DCF) (Canevaro)

Por contraposición a la familia «cohesiva», la «dispersiva» es la que establece


vínculos débiles entre sus miembros y no facilita la cohesión en torno a un
eje común que sirva de referencia. La orientación de este tipo de familia mira
más hacia fuera. Los límites o fronteras de la familia dispersiva son flexibles
y claros, facilitando la entrada y salida en el interior del sistema ayudando a
que la constitución de la personalidad se haga a su debido tiempo sin la
aparición de actitudes regresivas o infantilizantes. Los hijos, afirma
Canevaro, «se desprenden más tempranamente del tronco familiar». Sus
miembros, gracias a tan poderoso respaldo, crecen y avanzan de acuerdo con
los ciclos evolutivos normales. En este tipo de familia «hay mayor rechazo a
la cercanía física y a la expresión abierta de los sentimientos cariñosos».

Es el tipo de familia denominado por Minuchin como «desestructurada» y


por Sterling (1973) «centrífuga».

Las características son las de tener una escasa vinculación entre los
miembros del sistema familiar, debilidad y hasta rotura de los lazos
emocionales y una búsqueda de relaciones en el exterior de la familia.

La disfuncionalidad de la familia va a depender de la combinación


resultante de ambos tipos de familias de origen en los padres o en los
componentes de la pareja. Para él pueden encontrarse familias a) CCP+CC;
b) CCP+DCF; c) DCF+DCF.

El estilo de la relación, la expresión de la patología y la influencia


explícita o implícita de las familias de origen, serán diferentes en cada una de
las familias que atendamos en terapia familiar o de pareja.

La utilidad práctica de estos modelos va a depender de la elección de


estrategias y técnicas a utilizar para la reestructuración del sistema o
subsistema en tratamiento (J.A.Ríos).

FAMILIAS EN EL MUNDO

Cuadernos de Terapia Familiar ha dedicado algunos de sus números a


presentar las características fundamentales de las familias actuales en
distintos países del mundo. Nos remitimos a ellos: Alemania (31/1996),
Argentina (31/1996 y 38/1998), Azores (33), Brasil (38/1998), Colombia (47-
48), España (4849), Estados Unidos (48-49), Francia (31/1996), Italia
(31/1996), Méjico (38/1998), Perú (31/1996), Portugal (31/1996), República
Dominicana (42/1999), Venezuela (38/1998) (J.A.Ríos).

FAMILIA HOMOPARENTAL

Cada vez se habla más de este nuevo modelo de familia aunque ni el arco
temporal de las situaciones sociológicas que dan lugar a ello ni el número de
investigaciones llevadas a cabo en este ámbito, sean lo suficientemente
amplias para poder sacar conclusiones válidas que sirvan de referencia para
los posibles planteamientos de terapia familiar y de parejas en familias
homoparentales. Algunos estudios llevados a cabo han sido criticados desde
el punto de vista de su metodología que, según los críticos, han impuesto un
sesgo que ha afectado a las conclusiones que se han sacado. Un dato que
confirma la escasa atención prestada en nuestros contextos terapéuticos hasta
el momento al fenómeno que implica su realidad es la falta de abordajes del
tema en congresos, reuniones científicas, seminarios y publicaciones en que
pudieran tener cabida los aspectos más importantes del tema. Los intentos
que hemos hecho algunos terapeutas para plantear investigaciones que
permitan ir más allá de las simples hipótesis teóricas, se han visto
respondidas con el silencio. Personalmente opino que es necesario abordar el
tema desde postulados que transciendan los niveles reivindicativos que
socialmente provoca el tema. Invitamos a los jóvenes terapeutas y estudiosos
de la familia a no quedarse en lo que hasta ahora ha suscitado mayor número
de demandas tal y como viene sucediendo con la polémica en torno a las
ventajas e inconvenientes de la adopción por parte de homosexuales. Es
necesario someter a revisión las conclusiones de algunos estudios vinculados
a la relación entre homosexualidad y funciones parentales (Ríos González,
1994a) porque los estudios más avanzados sobre género y familia y género y
pareja pueden dar nuevas pistas a cuanto es necesario tener en cuenta en este
terreno (Fernández, 1988, 1993, 1996, 1998 y 2000). Nuestra experiencia
clínica en la terapia individual de conflictos vinculados a la identidad sexual
y cuanto hemos podido ver en casos en los que de manera colateral se han
planteado cuestiones cercanas a homosexualidad y familia y homosexualidad
y vida de pareja, no permiten poder sacar conclusiones fiables acerca de lo
que puede ser el futuro de las familias homoparentales (J.A.Ríos).

FAMILIA MATRIFOCAL

Descrita por Ríos (1994a) dentro del contexto sistémico y definida como
aquella familia que está aglutinada en torno a la figura materna.

En la mayoría de los casos esta figura hace referencia a la madre real


propiamente dicha, mas en otras ocasiones se trata de una figura femenina
sustituta de la madre, la cual, bien no está presente por motivos personales
(trabajo, trastornos comportamentales, rechazo de sus funciones, separación o
divorcio), bien por una precipitada defunción.
Esta «madre» sustituta suele ser un familiar cercano como una abuela, una
hija mayor (hija «genitorializada») o una tía, que adopta el rol de madre en la
familia. De uno u otro modo, este papel sustitutivo no debe recaer sobre el
paciente designado (recordamos que se trata del miembro de la familia
etiquetado como problemático), ya que entonces estaríamos hablando de
familias localizadas en el paciente, y no matrifocales o patrifocales.

Las familias matrifocales tienen una peculiaridad definitoria aparte de las


ya citadas, que restringe en cierto modo, el significado que tiene para
nosotros en la terapia. Se trata del rechazo a la masculinidad por parte de la
figura materna. Aunque no siempre ha de darse este rechazo, nosotros lo
consideramos típico de este tipo de familias, pues muchos estudios lo
confirman.

La clasificación de las familias en matrifocales, patrifocales o centradas


en otro miembro, nos resulta muy útil para identificar quién posee el poder en
el sistema familiar. Como acabamos de citar, en los sistemas matrifocales, la
madre vive negativamente la influencia masculina del padre, por lo que se
esfuerza en dominar coercitivamente a su pareja o familiar masculino
imponiendo sus normas y pareceres. El poder recae entonces en la figura
materna.

Investigadores como Frazier han encontrado que junto a la madre


dominante suele coexistir un padre sumiso «periférico» o «ausente» que
facilita el hecho de que la madre imponga sus principios. Hemos de entender
este último adjetivo del padre como una «presencia real que no se ve
correspondida por una presencia moral y activa en los niveles de cercanía
emocional con el hijo» (Ríos, J. A., 1994a).

Los estudios antropológicos identifican multitud de tribus que siguen este


esquema organizativo, pero no hace falta irse tan lejos para encontrar
ejemplos civilizados muy actuales que también son matrifocales. En la red de
redes se pueden hallar infinidad de artículos sobre comunidades
latinoamericanas y afroamericanas en su mayoría desfavorecidas
socioeconómicamente, en las que la figura materna se hace cargo de la
crianza de los hijos de modo exclusivo.

Este esquema puede resultar especialmente pernicioso para el adecuado


desarrollo psicoafectivo y psicosexual de los hijos, fundamentalmente en el
caso de los hijos varones, ya que tienden a evitar seguir un patrón de
comportamiento masculino muy desprestigiado por la madre y por la propia
conducta sumisa y despreocupada del padre.

En terapia debemos tratar de compensar esta situación consolidando la red


de amigos (*) del hijo afectado, para que a través de sus iguales incorpore su
componente masculino.

Y no es sólo útil para la compensación de este déficit en cuanto a género,


también para sobreponerse a la falta de autonomía a la que se ve sometido
por poseer una madre frecuentemente hiperprotectora. Esta hiperprotección
produce la aparición de la figura del «enfermo crónico» (Ríos, J. A., 1994a),
puesto que el hijo así catalogado encuentra serias dificultades para expresar
verbalmente sus necesidades (falta de asertividad y autonomía y exceso de
obediencia) y recurre al lenguaje sintomático.

Son muchos los autores que han trabajado este concepto, Frazier,
Pettigrew, Edmonson, Tiller, quedando todos recogidos en la obra del
profesor Ríos González (J.Cejalvo).

FAMILIA PATRIFOCAL

Descrita por Ríos (1994a) dentro del contexto sistémico y definida como
aquella familia que está aglutinada en torno a la figura paterna.

En la mayoría de los casos esta figura hace referencia al padre real


propiamente dicho, mas en otras ocasiones se trata de una figura masculina
sustituta del padre, el cual, al igual que señalamos en el caso de las familias
matrifocales, bien no está presente por motivos personales (trabajo, trastornos
comportamentales, rechazo de sus funciones, separación o divorcio), bien por
una precipitada defunción.

Este «padre» sustituto suele ser un familiar cercano como un abuelo, un


hijo mayor (hijo «genitorializado») o un tío, que adopta el rol de padre en la
familia. De uno u otro modo, este papel sustitutivo no debe recaer sobre el
paciente designado (recordamos que se trata del miembro de la familia
etiquetado como problemático), ya que entonces estaríamos hablando de
familias localizadas en el paciente, y no matrifocales o patrifocales.

En esta ocasión es el padre quien ostenta el poder, no tanto a costa de


anular la figura materna a consecuencia de un rechazo de esta figura, sino
más bien por el firme convencimiento del rol que debe desempeñar y que
tradicionalmente se le ha venido otorgando en anteriores generaciones, algo
cada vez más infrecuente en nuestros días.

En efecto, los casos de familias patrifocales son menos numerosos que los
casos de familias matrifocales, ya que hay más padres «periféricos» que
dominantes.

El modelo patrifocal no es mejor «per se» que el matrifocal, aunque


existen varias investigaciones coincidentes que encuentran mayor número de
individuos sanos cuando es el padre quien ostenta el poder, que cuando es la
madre. Son estudios de Schuham, Alkire, Leighton, Stollak y Ferguson (Ríos,
J. A., 1994a).

De hecho, lo habitual con este tipo de familias es la imposición de


esquemas, no a través del exceso de cariño como ocurría con las madres
hiperprotectoras, sino a través de la rigidez despótica del padre que ordena y
manda sin atender a los componentes afectivos de los hijos, lo cual puede
tener un efecto tanto o más pernicioso que el de una madre dominante, como
indican los estudios de Ferreira, Hoffman o Hutchinton entre otros (también
en Ríos, J. A., 1994a).

Así que la tarea terapéutica a desarrollar con estas familias consiste en


reestablecer un equilibrio entre la excesiva rigidez y la ausencia total de
límites que tienen otras familias de padres «ausentes», es decir, integrar «lo
firme y lo maleable en cuanto a la toma de actitudes educativas acordes con
lo que ha de ser el crecimiento de la personalidad en el interior del sistema»
(Ríos, J. A., 1994a).

Son muchos los autores que han trabajado este concepto, varios ya han
sido citados en párrafos anteriores. Las referencias de alguno de ellos quedan
recogidas en la bibliografía final (J.Cejalvo).

FAMILIA RECONSTITUIDA

Como se ha expuesto al hablar del nuevo ciclo vital del divorcio (*), la
familia y pareja reconstituida constituye uno de los temas de mayor
actualidad en el campo de la terapia familiar y de parejas. El aumento del
número de divorcios y separaciones no tramitadas por vía legal pero que
desencadenan idénticos fenómenos, nos ha obligado a plantear vías de
tratamiento y apoyo para ayudar a los implicados en la situación. Aunque el
tema es amplio y a él le dedicaremos una próxima publicación (Los ciclos
vitales de la familia y la pareja, en esta misma colección), queremos citar al
estudio de nuestras alumnas Goncálvez Boeckel, Torres de Carvalho y
Rangel Meneses (2003), quienes indican que en los países occidentales el
divorcio alcanza del 30 al 50% de las parejas, repitiéndose el hecho de nuevo
casamiento de la mayoría de los separados, aunque el 60% de los «recasados»
termina nuevamente en divorcio (Sanders, Beherens, Halford, 1999);
Waldeman, 1996; Wolfinger, 2000. Ellas mismas citan a Wagner y Féres-
Carneiro (1998) quienes afirman que el creciente número de divorcios «no
significa necesariamente que el matrimonio haya perdido importancia, sino
que refleja alta exigencia y expectativa con relación a la vida conyugal
futura» (J.A.Ríos).

FAMILIAS QUE HACEN ENFERMAR

(Ver CUESTIONARIO FQHE [*] y ENFERMEDAD Y FAMILIA [*])

FEDERACIÓN ESPAÑOLA DE ASOCIACIONES DE PSICOTERAPIA


(FEAP)

La Federación Española de Asociaciones de Psicoterapia es una organización


nacida para crear «un marco legal que regula de manera explícita y específica
los requisitos mínimos que debe reunir la formación especializada que
capacita para una práctica profesional de la Psicoterapia» (Presentación del
Registro Nacional de Psicoterapeutas de 1997). Fue fun dada en Madrid el 25
de septiembre de 1992 por iniciativa del Colegio Oficial de Psicólogos, la
Sociedad Española de Psiquiatría y la Asociación Española de
Neuropsiquiatría, convocando a tomar parte en la creación de la Federación a
todas las Asociaciones científico-profesionales que funcionaban dentro del
Estado Español y sus Comunidades Autónomas, cualquiera que fuera su
orientación científica y práctica de la psicoterapia.

Actualmente está integrada por 52 Asociaciones agrupadas en cinco


Secciones (Psicoterapia de Grupo, Psicoterapia de Niños y Adolescentes,
Psicoterapia Psicoanalítica, Psicoterapia Emocional y Corporal y Terapia
Familiar y de Parejas) con un total aproximado de 2.250 socios aunque hay
algunos que pertenecen simultáneamente a más de una Asociación.

Hasta la última Asamblea General celebrada el 7 de junio de 2003 ha


tenido dos Presidentes a lo largo de varios mandatos: Alejandro Ávila Espada
(con varios vicepresidentes: José Guimón, Esther Miralpeix, José Antonio
Ríos y José Antonio Espina Barrios) y Lucía Álvarez-Buylla Bustillo con las
vicepresidencias de Paz Flores y Elisa López-Barberá).
Sede: Cristóbal Bordiú, 35, of. 105. 28003 - Madrid. Tel.: (34)
91.554.35.88. E-mail: admón.@feap.es; Web: www.feap.es (J.A.Ríos).

FEDERACIÓN ESPAÑOLA DE ASOCIACIONES DE TERAPIA


FAMILIAR (FEATF)

La Federación Española de Asociaciones de Terapia Familiar fue constituida


con Acta fundacional y aprobación de Estatutos en Barcelona el 4 de mayo de
1991 con la presencia de los representantes de las Asociaciones entonces
existentes (Vasca, Catalana, Madrileña, Aragonesa, Valenciana y Andaluza)
que fueron designados como Comisión Gestora coordinada por J.A.Ríos y
encargada de redactar los Estatutos en las XI Jornadas nacionales de TF
(Toledo, 1990). Progresivamente han ido incorporándose otras nuevas
Asociaciones na cidas en las Comunidades Autónomas de Castilla y León,
Castilla-La Mancha, Galicia, Canarias, Cantabria, Baleares, Extremadura y
Principado de Asturias hasta un total de 14 en el momento actual. La la Junta
Directiva constituida con los Delegados de las Asociaciones fundadoras fue
presidida por José Antonio Ríos González hasta su dimisión en mayo de
1995, siendo vicepresidente Juan Luis Linares, habiendo sido presidentes
sucesivos hasta la fecha Juan Luis Linares (con Roberto Pereira como
vicepresidente) y Roberto Pereira (con Jorge de Vega como vicepresidente).

Actualmente edita la revista interna Mosaico. Dirección postal de la


Secretaría: Avda. de Blasco Ibáñez, 8, 30 B. 46019 - Valencia.

Pueden verse más datos en Ríos, J. A.: «Fechas de la Historia de la


Terapia Familiar (1965-1995)», en Cuadernos de Terapia Familiar, 1995, n°
30, XVII-XXIV (J.A.Ríos).

FORMACIÓN PARA LA INVESTIGACIÓN DEL TERAPEUTA


FAMILIAR

La formación integral del terapeuta familiar ha de cuidar un área que con


excesiva frecuencia se abandona. Aprender a investigar es imprescindible
para poder deducir de la práctica clínica cuanto tiene de válido para ser
repetido y utilizado en el futuro profesional del técnico. En muchos
programas de formación de terapeutas este ámbito queda totalmente
marginado. Supone la adquisición de conocimientos básicos de metodología
aplicada a las ciencias humanas y de la salud. Abarca la adquisición de
habilidades que permitan hacer diseños de investigación, programación de las
técnicas necesarias para el análisis estadístico de los datos que se obtengan en
la práctica clínica y los procedimientos para la deducción de conclusiones
válidas y significativas acerca de un fenómeno. En nuestra Escuela de
Formación en TF se aborda el nivel de su metodología, así como el de la
revisión y actualización de investigaciones relevantes que sirvan de apoyo
para la realización del trabajo de investigación personal que se requiere para
la obtención del Título correspondiente (J.A.Ríos).

FORMACIÓN PRÁCTICA DEL TERAPEUTA FAMILIAR

Responde al interrogante «qué saber» hacer. En nuestra Escuela de


Formación se realiza mediante el trabajo directo y activo con familias y
parejas desde el inicio de la formación y sólo excepcionalmente el estudio de
casos grabados en vídeo. Esta modalidad queda reservada para el área de
Entrenamiento o «formación técnica» (*) como apoyo complementario que
facilite la adquisición de las habilidades necesarias para trabajar como
terapeuta (J.A.Ríos).

FORMACIÓN TÉCNICA DEL TERAPEUTA FAMILIAR

Responde al interrogante «cómo hacer» a partir de los fundamentos


proporcionados por la formación teórica que ha de tener todo terapeuta
(J.A.Ríos).

FORMACIÓN TEÓRICA DEL TERAPEUTA FAMILIAR


Responde al interrogante «qué hacer» que nos ofrecen los distintos modelos o
«escuelas de terapia familiar» (*) (J.A.Ríos).

FOT (Familia de Origen del Terapeuta)

Recibe este nombre la técnica utilizada para realizar ejercicios encaminados a


identificar y manejar adecuadamente tanto la implicación personal como el
conjunto de cualidades y aptitudes personales que incidan en el trabajo
profesional. Constituye un medio que facilita la maduración emocional del
terapeuta de modo que a través del mejor conocimiento de los elementos y
factores que han contribuido a su modelaje personal en el contexto familiar,
puedan ajustarse los mecanismos que impidan convertirse en elementos
negativos para el buen desempeño del trabajo terapéutico con familias y
parejas. Abarca, dentro de las varias modalidades que cada escuela de
formación de terapeutas haya preferido, ejercicios de autorreflexión,
conocimiento de sí mismo, manejo de las interacciones emocionales en el
contexto familiar y descubrimiento de cuanto he mos denominado «agujeros
negros del terapeuta» (*) como síntesis de situaciones bloqueantes o
amenazantes de la estabilidad emocional, equilibrio psicoafectivo y
psicosexual del terapeuta. Dada la actitud ante este tema por parte de algunos
formadores de terapeutas, el alumno en formación podrá optar o no por su
realización. En el momento actual, la FEATF recomienda a todas las
Escuelas avaladas por la misma la realización del FOT durante el período de
formación de terapeutas. En nuestra Escuela lo llevamos a cabo hace muchos
años con gran utilidad y provecho personal para cuantos lo realizan de
acuerdo con la metodología que hemos adoptado. Próximamente daremos
cuenta de sus resultados en una obra actualmente en preparación (J.A.Ríos).

FUNCIONAMIENTO FAMILIAR

Al contemplar la familia desde una perspectiva sistémica, se evidencia una


serie de propiedades fundamentales de ésta: totalidad, morfostasis,
morfogénesis, causalidad circular, equifinalidad, equipotencialidad,
ordenación jerárquica (NavarroGóngora, 1992; Ochoa de Alda, 1995). Estas
propiedades rigen el funcionamiento del sistema que, si es adecuado,
garantiza el desarrollo global de cada individuo del sistema familiar, al
tiempo que se posibilita a todos el sentido de pertenencia al grupo.

A la hora de evaluar el funcionamiento familiar, las diversas escuelas han


puesto el énfasis en diferentes variables. Vamos a recorrer los aspectos
fundamentales señalados por cada una de ellas:

-Desde una perspectiva estructural, al evaluar el funcionamiento familiar


habrá de tenerse en cuenta el momento del ciclo evolutivo por el que
atraviesa la familia, las alianzas y coaliciones familiares, la
distribución jerárquica del poder, los límites intra y extrafamiliares,
flexibilidad para el cambio en las interacciones, fuentes de apoyo y de
estrés intra y extrafamiliares y papel homeostático del síntoma.

-Desde una perspectiva estratégica, las variables para analizar el


funcionamiento familiar son la organización jerárquica, la distribución
del poder, la organización y distribución del control y la
responsabilidad.

-Desde la perspectiva del MRI de Palo Alto, se hace especial énfasis en el


papel homeostático o equilibrador de la secuencia sintomática, de
modo que será de gran relevancia conocer ésta, para poder intervenir,
buscando las soluciones eficaces a través del análisis de las
excepciones.

-Desde la visión del Grupo de Milán, se ha de evaluar el juego familiar,


que viene definido por el mapa de relaciones familiares, las reglas de
interacción, la definición de la relación en presencia o ausencia de
síntomas y el sistema de creencias y valores familiares (contemplando
la perspectiva de las generaciones anteriores).
-Desde la terapia centrada en soluciones, para evaluar el funcionamiento
familiar se ha de comprender el problema, pero ampliando la
perspectiva del funcionamiento a aquellos aspectos en los que la
familia ya es exitosa, de modo que se pueda superar la conducta
problema.

En cualquier caso, el funcionamiento familiar no es algo estático, sino que


la familia permanentemente se encuentra sujeta a cambios, bien sea por la
transformación de sus miembros dentro del sistema, bien sea por los cambios
en el entorno (V Cagigal).
GENOGRAMA FAMILIAR

Tal y como explican McGoldrick, M. y Randy, G. (1993), el árbol


genealógico es un instrumento que se ha manejado desde hace años para
representar gráficamente la estructura de un familia y para mantener vivos los
orígenes de la misma. El genograma familiar, semejante al árbol genealógico,
nos ayuda a expresar de forma gráfica las relaciones, estructura y jerarquías
de la familia.

Se trata de un instrumento sobre todo utilizado desde lo sistémico, pero al


que se ha prestado atención desde todas las orientaciones y desde diferentes
profesiones. Incluso la escuela estratégica y estructuralista más interesada en
relaciones emocionales inmediatas se fija en jerarquías, especialmente en las
coaliciones que saltan límites generacionales. Médicos, psiquiatras,
sociólogos, antropólogos y por supuesto psicólogos utilizan el genograma
familiar para tener un resumen «gestalt» de toda la información que se puede
necesitar sobre una familia.

Se trata de un esquema fácil de revisar y corregir, pudiendo ser por ello


una fuente clara de hipótesis sobre cómo un conflicto o problema clínico se
ha originado, relacionado con el contexto familiar, desarrollado y
evolucionado a lo largo del tiempo y los diferentes miembros.

Nos permite aclarar de un solo vistazo enfermedades previas y posibles


fuentes de cambio, conexiones entre sucesos familiares diferentes, y a su vez
de éstos con hechos históricos, normas evolutivas de la familia y sucesos
críticos que pueden estar marcando el vivir cotidiano de la familia.
Tal y como dice Bowen (1978), las familias se repiten, es decir, hay una
especie de transmisión multigeneracional que ha ce que las pautas familiares
vividas en una generación se vayan a repetir dentro de la misma familia
generaciones más tarde.

A pesar del extendido uso del genograma familiar, no existe un acuerdo


unánime sobre la forma de realizarlo. Aunque parece haber pautas comunes,
como son:

-En el genograma familiar se expresan estructuras biológicas y legales.

-También información demográfica (edad actual, fecha de nacimiento y


muerte, ocupación...), información funcional y sucesos familiares
críticos como migraciones, fracasos y éxitos...

-Se expresan relaciones. Este es el punto donde entra en juego


directamente la subjetividad de los miembros, ya que cada uno de ellos
verá la situación de forma diferente y en ocasiones será necesaria la
reconstrucción de aquel que edifica el genograma a través de la unión
y compenetración de todas las informaciones recibidas. Precisamente
por esta cuestión, suelen incluirse en el genograma miembros que
están unidos a la familia por vínculos que no son de consaguinidad,
sino de amistad o de convivencia, pero que representan un papel
importante en el funcionamiento del grupo.

El genograma familiar nos permite dos tipos de interpretaciones; una


horizontal: a través del contexto familiar, y otra vertical: a través de las
generaciones.

Algunos símbolos propuestos por McGoldrick, M. y Randy, G. (1993)


son:
Las líneas entre símbolos serán las representaciones de las relaciones
(biológicas o/y legales) entre las personas. Así por ejemplo:

Esto sería la representación del matrimonio.

Esto representaría una separación.

Y esto un divorcio.

Los hijos de la pareja se representan con líneas que parten de la unión y que
se exponen en orden de nacimiento. De modo que este matrimonio tendría
tres hijos: el primero y el tercero de ellos varones y la segunda mujer.

Los hijos adoptados se suelen representar con líneas discontinuas.


La unión mediante tres líneas significa gran unión/fusión entre
los miembros.

La línea curva, relación pobre o conflictiva.

Líneas cortadas, apartados o separados.

Hay otro dato importante que son las fechas. La edad suele escribirse
dentro del círculo o el cuadro que representa a la persona, junto con el
nombre. Si la persona ha muerto, se escribe la fecha del fallecimiento fuera
del símbolo y la edad en el momento de la muerte dentro.

Así, por ejemplo:

Roberto que es nuestro PD, tiene 29 años y es adoptado. Es el 2° hijo de


Mila e Iván. Tiene seis hermanos; tres de ellos hombres: Juan el 3° con 25
años, Agustín el 4° con 24 y Víc tor el pequeño con 14 años; y 3 mujeres:
Emilia, la mayor, con 30 años, Pilar, la 5° con 20 años y Elena la 6° con 16.
Al igual que Roberto, Pilar es adoptada, los demás son hijos biológicos de la
pareja, que está casada.

Mila, su madre, es la mayor de 4 hermanos: Manolo, Luis y Ana, tiene 50


años y es hija de Juana, de 72 años, y Julián, que murió con 65 en 1990. Iván,
su padre, tiene 65 años, también es el mayor de cuatro hermanos: Chelo,
Adela y José y es hijo de Pedro, con 98 años, y Petra, con 95.

(L.Gómez Rivas.)

GENOGRAMA SEXUAL

Sobre la base de cuanto ha supuesto la utilización del genograma según las


ideas aportadas por Murray, Bowen, Guerin y Pendagast y Wachtel en el
conocimiento de las múltiples fuerzas que actúan sobre el desarrollo y
funcionamiento del individuo, la pareja y el sistema familiar, Hof y Berman
(1986) han construido el genograma sexual para individuar problemas de
orden sexual para facilitar el conocimiento de informaciones importantes en
este plano a través de la creación de un contexto de confianza que estimula la
curiosidad. Sus creadores lo convierten en un punto de partida para afrontar
los secretos sexuales de la familia, sus esquemas de interacción, los
estereotipos intergeneracionales y las distorsiones cognitivas transmitidas a
través de las generaciones. Por otro lado, facilita la expresión de emociones
escondidas, favoreciendo una visión más distanciada de la temática sexual,
facilitando la solución de problemas en este ámbito.

El proceso del genograma sexual se divide en cinco fases: 1)


introducción, 2) creación y exploración del genograma sexual, 3) exploración
y discusión de los temas surgidos por el genograma con los miembros de la
familia, 4) revisión del proceso completo y 5) su integración en el plano del
tratamiento.

El contenido del genograma sexual abarca desde mensajes manifiestos y


ocultos sobre sexualidad e intimidad, masculinidad y feminidad, hasta quién
hablaba o silenciaba de terminados aspectos, cómo se estimula o descalifica
la sexualidad e intimidad, preguntas y respuestas sobre estos contenidos,
secretos respecto a la sexualidad, impactos tenidos, con quien puede hablarse
de sexualidad e intimidad, cambios a introducir en el genograma y
repercusiones de todo lo anterior sobre la sexualidad actual. Puede verse
cuanto se cita en el trabajo de Hof y Berman «I1 genogramma sessuale», en
Terapia Familiare, 22, 1986, 45-55) (Traducido y resumido por J.A.Ríos).
HIJO GENITORIAL

Se denomina como tal a aquel hijo o hija que, en función del juego de
atribuciones y papeles asignados en la familia, tiene que asumir
responsabilidades propias de las figuras parentales. Esto supone que ha de
desempeñar tareas, marcarse objetivos y realizar funciones que son
desproporcionadas a su madurez y momento evolutivo. Se denomina también
«hijo parentalizado». Las repercusiones negativas que tal asignación tiene
sobre el individuo han de tenerse en cuenta en el momento de trabajar sobre
la familia. Marcar límites para que esto no se realice, es una tarea primordial
en estas situaciones. La mayoría de las veces obedece a lo que podemos
denominar «dimisión de los padres» con respecto a lo que han de realizar
como figuras y agentes educativos en la dinámica familiar (J.A.Ríos).

HIPÓTESIS LINEAL

Es la hipótesis formulada, a semejanza del modelo médico o lineal, a partir de


lo que aporta la psicopatología o el planteamiento derivado de analizar un
hecho o fenómeno (síntoma, comportamiento o conducta...) como la
consecuencia inevitable de la relación «causa» y «efecto». En la hipótesis
lineal se realiza una atribución mediante la cual lo que está sucediendo tiene
como origen algo que está en el interior del sujeto sin tener nada que ver con
el contexto que le rodea (J.A.Ríos).

HIPÓTESIS PROVOCATORIA

Denominamos como tal las hipótesis formuladas a partir de presupuestos


aparentemente falsos o erróneos que buscan pro vocar la manifestación de
aspectos que hasta ese momento han permanecido ocultos, bien por
mecanismos defensivos más o menos conscientes o por actitudes que tienden
a mantener como secretos aspectos importantes de la dinámica de la familia o
la pareja. Cuando se usan adecuadamente y se formulan claramente, por
ejemplo, «en el equipo hay quien cree que lo que está sucediendo en el
conflicto de pareja existente entre Vds. es que hay una tercera persona que
triangula la relación y la convierte en un verdadero problema no
verbalizado») suele responderse con algo por el estilo a «No. Es que todavía
no le hemos contado a ustedes...», saliendo en ese momento lo que
permanecía tapado y oculto. Es evidente que tal tipo de hipótesis solamente
debe utilizarse cuando el terapeuta tiene conciencia clara del poder que ejerce
sobre la familia o la pareja, a fin de no ser rechazado frontalmente (J.A.Ríos).

HIPÓTESIS SISTÉMICA

Es la formulada a partir del planteamiento que permite establecer relaciones


encadenadas entre lo que significa «este síntoma, conducta o
comportamiento» con «este contexto familiar o conyugal concreto» y «en
este momento del ciclo vital de esta familia o esta pareja». No se formula, por
tanto, como lo debido a una causa interna o personal del sujeto, sino como el
resultado de la confluencia de varios factores presentes en el contexto,
sistema o juego interactivo de los individuos implicados en su aparición o su
mantenimiento (J. A. Ríos).

HIPÓTESIS SISTÉMICAS: COMO FORMULARLAS EN TERAPIA


FAMILIAR Y DE PAREJAS

Para formular Hipótesis Sistémicas es necesario en primer lugar, y de acuerdo


a su orden cronológico de formulación, la necesidad de recoger una serie de
datos y de información del sistema al que vamos a ayudar. Esta información
hace referencia tanto a los datos personales de los individuos que forman el
sistema, como a la información que extraigamos de las formas de relacionarse
dicho sistema y las características del mismo. Para una adecuada formulación
sistémica no podemos perdernos en formulaciones de hipótesis que se
refieran al individuo en particular y a características personales propias, sino
que deben ser formuladas en torno al mundo de las relaciones del sistema que
trabajemos. Desde el trabajo de cada sesión, con las intervenciones que
realicemos y desde un mayor conocimiento de las formas de interaccionar,
podremos rechazar las hipótesis planteadas o reformular otras nuevas con el
fin de guiar nuestras actuaciones en sala.

Con el peligro de ser redundante, las Hipótesis Sistémicas deben


sustentarse en la Teoría Familiar Sistémica, es decir, adecuarse a la
concepción de familia que postula dicha teoría y utilizar el vocabulario
propio de ésta: Paciente Designado, Triángulo Perverso, Alianzas... Por tanto,
las Hipótesis Sistémicas deben ser planteadas en términos de relación. En sí
misma, podríamos llegar a decir que es una estrategia, como la herramienta
fundamental de trabajo sin la cual, las sesiones de terapia (orientación o
consejo) no tendrían ningún sentido (S.Beltrán).

HIPOTETIZACIÓN

Se denomina así la operación del terapeuta mediante la cual formula las


correspondientes hipótesis que le sirven de punto de partida para iniciar el
trabajo terapéutico (J.A.Ríos).

HOMEOSTASIS DEL SISTEMA

Es el equilibrio interno de la familia que se produce como consecuencia de


las tendencias morfostáticas (*) y morfogenéticas (*) que tienen lugar en la
dinámica del sistema total (J.A.Ríos).

HOSTILIDAD EN EE
HOSTILIDAD (H): La valoración de esta escala se basa exclusivamente en el
contenido y se considera presente cuando la persona es atacada por lo que es,
más que por lo que hace. El sentido negativo se generaliza de tal forma que
se expresa contra la persona en sí misma más que contra sus conductas
concretas. La Hostilidad, que pertenece a las escalas globales, se valora sobre
una escala de 4 puntos:

0 = Ausencia de Hostilidad.

1 = Presente sólo como generalización.

2 = Presente sólo como rechazo.

3 = Presente como generalización y rechazo.

Por generalización se entiende todo aquel comentario que describe al


sujeto de forma crítica o infravaloradora. La Hostilidad como generalización
sería el punto extremo de un CC, siendo el contenido lo que delimita si un
CC se califica como Hostilidad o no.

La Hostilidad como rechazo supone una forma más directa de expresar


afectos negativos que incluyen comentarios de verdadero disgusto. Este tipo
de Hostilidad se refleja en aquellos comentarios que se refieren directamente
al deseo de estar lejos del paciente. El rechazo no tiene por qué implicar
crítica hacia conductas concretas (A.Ortego y A.Espina).
IDENTIDAD ADOLESCENTE: REESTRUCTURACION ADULTA DE
LA MISMA

Dentro del contexto sistémico definimos «reestructuración adulta de la


identidad adolescente» como aquel proceso de revisión de la identidad
forjada durante la adolescencia, que el adulto, supuestamente consolidado,
lleva a cabo en determinados momentos de su vida.

Es importante ampliar la definición matizando un par de aspectos: el


primero alude a los momentos en que se produce la revisión. Éstos no están
programados, ni se dan con una determinada frecuencia, ni siquiera han de
aparecer como algo normativo dentro del desarrollo de la persona, sólo
mantienen la condición de hacer acto de presencia cuando,
«cronológicamente», la persona tiene edad suficiente para ser considerada por
todos como adulta.

Los momentos de reestructuración o revisión aparecen cuando el adulto


no estaba realmente consolidado, he aquí el segundo aspecto a matizar. Es
decir, el proceso de maduración que sufre el adolescente en pos de alcanzar la
edad adulta está tan estrechamente ligado a la profunda interiorización de un
compendio de principios, normas y conocimientos acerca de uno mismo, que
cualquier revisión posterior nos hace suponer que el adulto no era tan
«adulto» como pensábamos, pues de haber resuelto acertadamente las
cuestiones que se le plantearon como adolescente, no hubiera vuelto atrás
años más tarde para contestarlas.

Estas preguntas de la adolescencia son tres (Ríos González, J. A., 1994):


-¿Quién soy?

-¿Hacia dónde me encamino? (qué quiero).

-¿De qué soy capaz?

Y la respuesta sincera, clara, reflexionada y asumida de estos


interrogantes permite al adolescente alcanzar los siguientes objetivos (Ríos
González, J. A., 1994):

-Independencia.

-Madurez psicosexual.

-Estabilidad en la relación interpersonal.

-Incorporación socializada a lo productivo.

-Toma de decisiones ante lo vocacional.

-Toma de decisiones ante la vida.

Cuando una persona no alcanza estos objetivos a edad temprana, se ve


abocada a tener que alcanzarlos años después, con una complicación que
antes no tenía: ha de reestructurar la identidad que fue construyendo sobre
una base mal cimentada.

Este es el caso de multitud de personas que acuden a terapia hastiadas de


sus matrimonios, frustradas por sus trabajos, con una fuerte sensación de
fracaso, ya que están llevando una vida que no se corresponde con lo que
realmente habrían respondido en su adolescencia si hubieran sido objetivos,
favorecidos por un clima familiar estimulante y abierto a la transmisión de
ese «espesor histórico» que tanto pondera Julián Marías en sus escritos (ver
Ríos González, J. A., 1994).
Es la típica pregunta «¿qué estoy haciendo con mi vida?», tras años de
rutina asumida pero no aceptada. Estas revisiones no son episódicas, de ahí
que las consideremos procesuales. Suelen aparecer en torno a una crisis o
acontecimiento estresante, pues es necesario que exista un estímulo
desencadenante del proceso de reformulación de las tres preguntas.

En terapia es fundamental redefinir este proceso reestructurante como


algo esperable, nada anormal, para que el cliente pueda asimilar la situación
como algo positivo, constructivo, que no debe quedar siempre asociado a una
ruptura traumática con la vida que se está teniendo, a no ser un caso
claramente incompatible (J.Cejalvo).

IMPLICACIÓN EMOCIONAL EN EE

Denominada también como Sobreimplicación Emocional (SIE): Esta escala


se evalúa según dos tipos de información: conducta del familiar en el pasado
y conducta durante la entrevista. Del pasado se valoran aspectos como una
exagerada respuesta emocional en el pasado, conducta de autosacrificio y
dedicación al paciente y/o conductas excesivamente sobreprotectoras. En la
conducta durante la entrevista se tiene en cuenta la actitud, es decir, todo lo
referente al impacto de la enfermedad en el familiar entrevistado, su actitud
hacia la independencia del paciente, su preocupación y la objetividad con que
ve al paciente y a la enfermedad.

La sobre implicación emocional se evalúa en una escala global de 6


puntos en la que el punto de corte es 3:

0 = Ausencia de Sobreimplicación.

1 = Poca Sobreimplicación Emocional.

2 = Algo de Sobreimplicación Emocional.


3 = Sobreimplicación Emocional moderadamente alta.

4 = Sobreimplicación Emocional alta.

5 = Sobreimplicación Emocional marcada.

(A.Espina y A.Ortego.)

INFORME EVOLUTIVO EN LA TERAPIA FAMILIAR

(Ríos, 1989)

Los modelos clásicos y habituales usados en psicología y psiquiatría para


hacer llegar a los pacientes un juicio diagnóstico y unas líneas de
intervención terapéutica posterior, no se utilizan en los tratamientos de
psicoterapia. Al menos, por lo que trasciende, se informa al paciente o su
familia mediante una entrevista en la que durante algunos años se ha utilizado
como expresión de tal tarea lo que se denomina «devolución del
diagnóstico». Desde el inicio de nuestro trabajo terapéutico hemos defendido
y llevado a la práctica la necesidad de proporcionar a los pacientes (familias y
parejas) y poner en sus mano un «informe escrito» lo suficientemente amplio
y claro de las conclusiones a que hemos llegado tras el proceso de evaluación
del sujeto, sujetos o interacción familiar y conyugal.

Como hemos expuesto en otro lugar (Apéndice 2 del capítulo 8 del


Manual de Orientación y Terapia Familiar [J. A. Ríos]. ICCH Madrid, 1994),
consideramos necesario verter el contenido de la información recogida y la
elaboración de los datos acumulados en torno a cuatro capítulos que
constituyen al armazón del Informe: 1) Situación actual del motivo inicial de
la consulta; 2) Aspectos a potenciar dentro de la familia o vida de pareja por
considerarlos positivos y necesitados de mantenimiento y refuerzo; 3)
Aspectos limitantes con vistas a un mejor control de los mismos para evitar
sus repercusiones negativas; y 4) Criterios que deberán tener en cuenta ante
cualquier «recaída» o futuro momento crítico en la vida familiar o conyugal.
Una última parte puede centrarse en la formulación de algunos consejos que
han de tener en cuenta para las etapas sucesivas, tanto en el caso de continuar
la terapia como en el de dar por finalizada la terapia llevada a cabo
(J.A.Ríos).

INFORME EVOLUTIVO EN LA TERAPIA DE PAREJA

(Ríos, 1989)

Responde al mismo esquema y contenidos que se han indicado para el


Informe Evolutivo de la Terapia Familiar, con las debidas adaptaciones a lo
que es la dinámica de la pareja durante el proceso terapéutico (J.A.Ríos).

INSTRUMENTOS DE EVALUACIÓN FAMILIAR

Cada especialista y equipo profesional utiliza distintos instrumentos que


sirven de base para la evaluación de la familia antes de iniciar el proceso
terapéutico. Hacer un listado de todos los actualmente existentes en el
mercado profesional sería un trabajo engorroso y poco útil. En nuestro caso
concreto, y apoyados en la experiencia acumulada en los años de trabajo
clínico, hemos mantenido el criterio de utilizar pocos, claros y breves
cuestionarios que nos permitan «focalizar» los ejes o puntos centrales sobre
los que podamos plantear las líneas maestras de la intervención terapéutica.
En el momento actual, y tras probar con algunos que hemos terminado
eliminándolos de nuestro conjunto de pruebas, empleamos los siguientes:
Cuestionarios (*) ATF, STF, FQHE (forma para padres e hijo-paciente), SF-
82, SF-82/Autoconcepto, Padre-2002, Madre-2002, Padre 77-2003 y Madre-
77-2003. En algunos casos, y según la problemática planteada, utilizamos
otros instrumentos de los existentes en el mercado para diagnosticar o recoger
información descriptiva de aquellos aspectos que consideramos importantes
para complementar la propia de la dinámica familiar que evaluamos con los
citados (J.A.Ríos).
INSTRUMENTOS DE EVALUACIÓN DE LA PAREJA

Con el mismo criterio utilizado para la evaluación de la familia, en el caso de


iniciar una Terapia de Pareja, empleamos los Cuestionarios (*) ATP, STP,
ICP SF-82 respecto a la propia familia de origen de cada uno de ellos y SF-
82/Autoconcepto. Como es natural, siempre que en alguno de los cónyuges
encontramos indicios de necesitar precisar con mayor exactitud aspectos de
su perfil personal que sea necesario tener en cuenta para una mayor eficacia
en el trabajo terapéutico, utilizamos las técnicas ya probadas que permitan
realizar el diagnóstico diferencial del miembro en cuestión (J. A. Ríos).

INTERACCIÓN CARA A CARA EN LA EMOCIÓN EXPRESADA

Se refiere al contacto directo que se establece entre un familiar significativo y


el paciente a lo largo de una semana. En las familias con un hijo
esquizofrénico se ha encontrado que las de Alta EE tienen más de 35 horas
semanales de «interacción cara a cara» (J.A.Ríos).

INTERACCIÓN FAMILIAR

La interacción familiar es el núcleo central de las intervenciones en el modelo


sistémico de terapia que tiene por finalidad la introducción de cambios que
conduzcan a la mejora de los comportamientos por eliminación de cuanto
existe en ellos de disfuncional o tendente a lo patológico. Desde esta
perspectiva tenemos que hablar de interacción maduradora ya que de ella ha
de llegarse al desarrollo de la cohesión interna del sistema, la estabilidad de
sus mecanismos y la posibilidad de su progreso mediante la superación sana
de todos los ciclos vitales (*) de su evolución.

Esta interacción es circular en el «aquí y ahora» haciéndola inevitable


como elemento generador de nuevas conductas. Debe ser contemplada desde
el propio «contexto relacional» y como una relación interminable.
Se ha descrito un índice de Interacción Familiar (Wells, Rabiner, 1973)
integrado por 15 dimensiones que sirven de pauta para el trabajo del
terapeuta, dimensiones que hemos descrito en otro lugar (Ríos, 1994a).
Igualmente Riskin y Faunce (1964, 1970a, b y 1972) nos han dejado una
Escala de Interacción familiar que puede emplearse mediante la observación
del tipo de relación que adoptan los miembros del sistema comprendiendo las
variables de claridad, continuidad, entrega y compromiso, acuerdo y
desacuerdo e intensidad afectiva.

Minuchin (1976) señala seis sectores en los que ha de centrarse el


diagnóstico de la interacción familiar: la estructura de la familia, la
flexibilidad del sistema, la resonancia en el mismo, el contexto ambiental de
la familia, el estadio de desarrollo y los modos a través de los cuales los
síntomas del paciente designado se usan dentro del sistema para mantener los
modelos transaccionales preferidos por la familia (J.A.Ríos).

INTERACCIÓN CONYUGAL

Muchos autores han resaltado su importancia en orden a las repercusiones en


el desarrollo emocional de los miembros de la familia (Mahles y
Rabinowitch, 1956; Lidtz, 1963; Satir, 1967; Dicks, 1967; Lemaire, 1971;
Flugel, 1972; Minuchin, 1974; Turuel, 1974; Feres-Carneiro, 1980, 1994).
Llamamos interacción conyugal al proceso de intercambios relacionales
establecidos en el subsistema conyugal, o sea, entre el marido y la mujer.
Focalizaremos dentro de la interacción conyugal sus posibilidades de
diferenciación y de individuación, verificando en qué medida los
intercambios relacionales en el subsistema son gratificantes o no para sus
miembros». (T Féres-Carneiro, 1998).
JERARQUIZACION EN LA FAMILIA

La jerarquización es una de las características fundamentales que señala


Minuchin como propia de las familias bien estructuradas y como requisito
indispensable para su eficaz funcionamiento.

Gracias a ella se establece un orden u organización interna en el


funcionamiento de la familia, permite que cada cual ocupe un lugar
determinado en la estructura interna y permite que el cumplimiento de roles
(*) y funciones propios de cada figura se lleve a cabo con aprovechamiento y
eficacia.

Su falta constituye uno de los motivos más frecuentes de desorganización


familiar. Se aprecia siempre que cualquiera de las figuras parentales (padre o
madre) dejan de ocupar su lugar y ejercer su función. El caso tantas veces
visto de padre periférico (*) es una consecuencia de una actitud de huida o
abandono en el cumplimiento de aquellas funciones que debe llevar a cabo
para respaldar la construcción de la personalidad del hijo.

Jerarquizar la familia es ayudarla a estar bien ensamblada, que nadie esté


fuera de su «lugar» y que cada uno aporte a los demás lo que se deriva de la
tarea que naturalmente le viene encomendada por su situación en el sistema.

Puede verse el modelo estructuralista de Minuchin (*) para entender


cuanto lleva consigo en el conjunto de su teoría (J.A.Ríos).

JUEGO Y JUEGOS EN LA FAMILIA SEGÚN BERNE Y SELVINI


PALAZOLI

(Ver TEORÍA DE LOS JUEGOS [*])


LLAMADA TELEFÓNICA

En el modelo sistémico las llamadas telefónicas entendidas como el medio de


contacto inicial para solicitar la atención de los especialistas en terapia
familiar, se han convertido en un instrumento importante para el
establecimiento de un contexto terapéutico que haga ver a la familia
consultante cuál es el modelo de intervención que se va a llevar a cabo a
partir de ese momento. Sirve, aparte de para recoger una primera información
sobre la que fundamentar la formulación de «hipótesis» (*), para establecer lo
que se viene denominando «marcas de contexto» como expresión de fijación
de límites, pautas, normas, reglas y condiciones que va a presidir el trabajo
terapéutico que se inicia en ese momento. Aunque en la literatura clásica
sobre terapia familiar sistémica se habla de «la llamada telefónica», se alude
a la que abre el camino para comenzar a trabajar tras la demanda de la
familia. Por nuestra parte, y según se expone en su lugar correspondiente,
distinguimos la «primera llamada telefónica» y la «segunda llamada», gracias
a cuya distinción e introducción hemos conseguido algunos objetivos que
anteriormente nos presentaban dificultades para realizar adecuadamente el
trabajo de terapia (J.A.Ríos).

LLAMADA TELEFÓNICA: LA PRIMERA

Según los terapeutas sistémicos es el primer paso hacia la construcción del


sistema terapéutico. Para casi todos, la terapia de pareja o familiar sistémica
empieza en el momento de la primera llamada telefónica que realiza el
sistema familiar para demandar ayuda por parte del sistema terapéutico.
La experiencia clínica demuestra que del modo de recoger la información
en este primer contacto, aparentemente burocrático y sin casi ninguna
profundidad, va a depender la evolución posterior del proceso que se
empieza. Esta es la razón que nos ha llevado a dar gran importancia a la
confección de una ficha para recoger la información suministrada por quien
pide la consulta. Ya Selvini presentó un modelo en su obra Paradoja y
contraparadoja, sobre cuya base tenemos construida la que habitualmente
utilizamos en nuestro centro («Stirpe». Madrid, 1965-...).

Este modelo contiene los puntos siguientes: nombre, edad y sexo del
designado como paciente al solicitar consulta; quién envía a la familia o la
pareja; fecha de la llamada, quién la hace y quién la recibe; motivo resumido
de la consulta; estructura de la familia (padre, madre, hijos: nombres, edades,
ocupación y observaciones); si se le han indicado los honorarios y respuesta
que dan a los datos que se proporcionan con respecto al encuadre sistémico
del modo de trabajar: coterapia (*), equipo fijo (*) tras el espejo,
participación del equipo reflexivo (*), permiso para grabar las sesiones en
vídeo y frecuencia de las sesiones de acuerdo con nuestra metodología.

Para cada uno de estos epígrafes contamos con un código para


clasificación de los datos recogidos y que sean útiles para investigaciones
posteriores (Ríos, 1994a) (J.A.Ríos).

LLAMADA TELEFÓNICA: LA SEGUNDA

El contacto telefónico que se realiza con la familia, tanto en la primera


llamada como en la segunda, forma parte de la primera Entrevista Familiar.
El tiempo que transcurre desde la primera llamada hasta la segunda llamada
telefónica realizada por uno de los terapeutas, ayuda al sistema familiar y a
los mismos terapeutas a crear y a definir el «contexto sistémico». Esta
segunda llamada, a su vez, no sólo va a confirmar la información recogida
durante la primera llamada, sino que además va a complementarla:
recogiendo las actitudes del miembro con quien se hayan puesto en con tacto,
grado de confianza que parecen demostrar, grado de ansiedad... A su vez,
podemos plantearnos una hipótesis de trabajo o rechazar o reformular otras
hipótesis que podíamos haber generado durante la primera llamada y, por
tanto, rechazar ya ciertas intervenciones. Esta característica de
complementariedad de la información (hacia los terapeutas) es recíproca para
la familia, ya que el terapeuta explicará con más detalle a la misma los
aspectos metodológicos de la terapia en general y de las sesiones en
particular, esto es, la grabación de las sesiones, la necesidad de ver a todo el
sistema familiar o a los subsistemas que se consideren necesarios, las
intervenciones del Equipo Reflexivo (a través del teléfono y/o
directamente)...

La segunda llamada, por tanto, va a abreviar el proceso de toma de


contacto y de conocimiento de la realidad a la que nos enfrentamos. No se
trata de una «mera» recogida de información ya que desde que nos ponemos
en contacto con la familia estamos interviniendo. A la familia le ayuda a
tomar conciencia de la forma de trabajo (Ríos, 1994a).

A primera vista, desde lo leído, es decir, desde la teoría, no cambiaría


nada sobre su funcionalidad y aspectos que se recogen. Quizá desde la
práctica podría encontrar ciertas lagunas o necesidades metodológicas que
quedarían por cubrir pero que, de momento, como he dicho, no realizaría
ninguna modificación (S.Beltrán).

LÍMITES EMOCIONALES EN EL SISTEMA FAMILIAR

La palabra límite hace referencia a barrera, frontera, confín, demarcación.

Con un símil: es semejante a las vallas que se ponen a las casas o a las
fincas, esto es, barreras que sirven para que otros reconozcan hasta dónde
pueden recorrer libremente y dónde comienza un espacio privado. Y para
señalar también al dueño hasta dónde llega su dominio y en dónde acaba.
Límite Emocional es por lo tanto la frontera que ponemos alrededor de
nuestras emociones, que permitirá la permeabi lidad o no de las de los demás
y/o la difusión de las nuestras en las de ellos.

Esas barreras pueden estar establecidas de distintas formas:

-Rígidas: Son tan firmes, que los demás quedan bastante ajenos a
nosotros, no los dejamos entrar o no los incluimos. Las personas que
establecen este tipo de límites, fortalecen su individualidad aunque
tienen dificultades a la hora de «pertenecer» a un grupo y de resentir lo
que le ocurre a los otros. Hay que establecer una cierta frontera con
respecto a las demás personas, por muy próximas que nos sean y por
muy queridas, ya que si no se hace, es imposible establecer la
identidad. Albergar un terreno propio donde realizar la vida que uno
desea sin graves interferencias, es sano. Si son demasiado rígidos, se
favorece la independencia y la autonomía a costa de la
interdependencia. Cuando el límite está establecido de forma rígida,
casi no existe comunicación, ya que cada uno va por su lado.

-Difusas: Son los límites abiertos, porosos, permeables, que con gran
facilidad dejan entrar en nuestro espacio a los demás y a nosotros en el
de ellos. En este caso, los demás responden por nosotros, realizan
nuestras funciones... y viceversa. Si los límites emocionales no están
bien establecidos, puede haber aglutinamiento en una familia, muy
involucrados recíprocamente; todos se meten en el terreno de los
demás, así los miembros de familias aglutinadas pueden verse
perjudicados en el sentido de que el exaltado sentido de pertenencia
requiere de un importante abandono de la autonomía, se pierde
independencia e identidad.

Los límites protegen a las personas que integran el conjunto porque les
dan un ámbito donde satisfacer sus necesidades psicológicas sin que se
entrometan otras personas ajenas a él mismo. Si esos confines no se
establecen, los demás pueden realizar intromisiones en nuestro estilo de vida,
valores que albergamos, modelos que seguimos, formas de relacionarnos,
tipo de vida a llevar, criterios económicos, etc.

En los sistemas más complejos que abarcan más de una individualidad en


la que varias personas están integradas, como la familia, para que la vida en
común sea posible es necesario que cada uno de los miembros pierda parte de
su individualidad para ganar en pertenencia (A.Soria).

LÍMITES ENTRE SUBSISTEMAS

Los límites de un subsistema están constituidos por las reglas que definen
quiénes participan, y de qué manera. La función de los límites reside en
proteger la diferenciación del sistema. Todo subsistema familiar posee
funciones específicas y plantea demandas específicas a sus miembros, y el
desarrollo de las habilidades interpersonales que se logra en ese subsistema es
afirmado en la libertad de los subsistemas de la interferencia por parte de
otros subsistemas... Para que el funcionamiento familiar sea adecuado, los
límites de los subsistemas deben ser claros para permitir a los miembros de
los subsistemas el desarrollo de sus funciones sin interferencias indebidas,
pero también deben permitir el contacto entre los miembros del subsistema y
los otros.

La claridad de los límites en el interior de una familia constituye un


parámetro útil para la evaluación de su funcionamiento.

Muchos son los autores que relacionan la sintomatología con una


dificultad en el establecimiento de límites sanos: por ejemplo, L.Onnis en su
trabajo con familias psicosomáticas.

1. Subsistema hermanos

-El poder permanecer ajenos a la injerencia de los padres y que éstos no


entren cuando los hijos están jugando o peleando por un objeto, es
necesario para que aprendan a colaborar o a dirimir sus conflictos entre
ellos y llevar ese aprendizaje más tarde a sus vidas entre los iguales.

-Si los hermanos tienen edades diferentes, también es necesario crear un


límite entre edades afines, porque así podrán desarrollar habilidades
que sólo en esa edad compete.

-El límite no ha de ser rígido sino claro, de forma que pueda haber
momentos en que un hijo pueda estar al cargo de un hermano de otra
edad, que éste aprenda cómo los mayores solventan sus conflictos, etc.

2. Subsistema pareja

-Con el susbistema de origen: El que padres, hermanos y resto de familia


no entren constantemente es necesario para que puedan crear o
mantener la satisfacción de sus necesidades psicológicas. A la vez han
de permitir ciertas aberturas en los límites (regladas) para no
sobrecargarse en exceso al no tener apoyos más que ellos mismos.

-Con el mundo de afuera: Si el límite es muy rígido no se permite la


entrada del mundo exterior y ninguno de los cónyuges podrá llevar al
hogar la multiplicidad de facetas que allí desarrolla (trabajo, hobbies,
amigos personales).

Por ejemplo, el límite de un subsistema parental se encuentra definido


cuando una madre le dice a su hijo mayor: «No eres el padre de tu hermano.
Si anda en bicicleta por la calle, dímelo y lo haré volver»...

3. Subsistema padres

Definir quiénes son las personas que se van a hacer cargo de qué tareas en
relación con el cuidado de los niños. Cuando un padre le dice a su propia
madre: «No le des caramelos al niño hasta que yo te lo diga», está definiendo
un límite a la conducta de la abuela (A.Soria).

LÍMITES FÍSICOS EN EL SISTEMA FAMILIAR

Para ayudarnos a reflexionar sobre los límites que se establecen en la familia


que asiste a la consulta, es conveniente rea lizar apuntes de quién se sienta al
lado de quién o más cercanos en sesión y de quiénes permanecen alejados.
Puede ayudarnos a establecer hipótesis sobre cómo están funcionando, cómo
se establecen los subsistemas, qué otros subsistemas interfieren en ellos,
quiénes pueden estar coaligados y quiénes excluidos, etc. Muy posiblemente
la cercanía y lejanía espacial nos estén hablando de cercanía y lejanía
emocional y en su caso, de límites entre subsistemas claros y bien definidos,
confusos o rígidos.

Igualmente puede darnos información su distribución en la mesa a la hora


de comer, cómo se sientan en la sala de estar o cómo se distribuyen las
habitaciones en el hogar.

Ejemplo: Familia formada por padres y dos hijos de 16 y 14 años. Motivo


de consulta: Depresión y enfado constante del padre tras la amputación de
una pierna.

Se sientan de la siguiente forma:


Esta forma de sentarse nos puede dar para pensar en lo siguiente:

-Puede que el hijo esté demasiado cercano del padre o lejano de la madre
o esté en su lugar (en cuanto a límites).

-La hija es muy posible que cumpla un papel de desviadora de conflictos


en el subsistema de la pareja. O esté muy aliada a la madre.

-Los cónyuges están distanciados entre sí, bien en su función de pareja o


en la paterna. Y permiten que la hija interfiera en alguno de esos
subsistemas.

Con estas hipótesis se puede empezar a trabajar y recabar mayor


información para ver si se comprueba lo que se ha observado en la
disposición física.

También es útil observar la disposición espacial para realizar cambios en


la cercanía y lejanía que establecen entre ellos; en el caso arriba apuntado, si
se confirman las hipótesis, sacar a la hija del lugar en que está y sentarla
cerca del hermano, permitiendo que los padres se sienten juntos: es una
manera de intervenir sin palabras, para crear subsistemas mejor delimitados
(A.Soria).
MADRE EN LA TERAPIA FAMILIAR

La figura de la madre, como no podía ser de otra forma, es un elemento clave


en la intervención en terapia familiar. La relación diádica madre-hijo ya venía
siendo objeto de estudio desde otras escuelas, como el psicoanálisis, y, si bien
la intervención sistémica ha continuado en esa línea de análisis, también es
cierto que la figura de la madre desde la perspectiva sistémica se ha visto
redimensionada al ser contemplada también desde la conyugalidad o desde la
relación de ésta con su propia familia de origen. De modo que, en la
intervención sistémica, la madre no sólo es mirada en su función o rol
maternal, sino en otros roles que necesariamente conviven con este más
clásico, y que a su vez lo modulan y se ve modulado por el primero.

De las principales líneas de estudio sobre la relación madre-hijo, la terapia


familiar sistémica es heredera directa de la teoría de Erikson (1968, 1970)
sobre la «confianza básica», así como del desarrollo teórico de Bowlby, sobre
el vínculo de apego. La necesidad afectiva del niño es innata, y la falta de ese
contacto físico y emocional con la figura materna será uno de los elementos
nodales en la gestación y desarrollo de todo tipo de sintomatología.

Napier y Whitaker (1978, cit. por Ríos, 1994) indican que en la madre hay
una tendencia natural a ser el centro psicológico de la familia y de sus
dinamismos. Esta tendencia también puede estar relacionada con el rol
asignado socialmente a la mujer como «cuidadora» (no hay más que mirar el
porcentaje de varones en estudios como enfermería, magisterio, psicología,
psicopedagogía, etc.).
Siguiendo a Ríos (1994 a), en la intervención orientadora o terapéutica
con la familia, se deben potenciar los siguientes movimientos en relación con
la madre: controlar su carácter central mediante prescripciones y tareas que
consigan su desplazamiento hacia áreas más secundarias, si su papel central
dificulta la independencia sana de los hijos; sacar a la madre del
protagonismo, cuando ella se considera a sí misma como la única que
comprende lo que sucede o la única capaz de resolverlo; delimitar del terreno
de actuación materna, cuando no facilita la presencia de otras figuras
importantes para el desarrollo del hijo; restar fuerza a su necesidad de
acaparar poder; enseñar otros modelos alternativos de ser buena madre.
Además, el papel de la madre evoluciona necesariamente a lo largo del ciclo
de vida familiar, de modo que en muchos casos en la intervención terapéutica
se ha de potenciar una nueva perspectiva sobre su papel, de acuerdo con la
evolución de los hijos y de la familia en conjunto.

Las nuevas configuraciones familiares, en las que existe un gran


porcentaje de madres a cargo de los hijos, o de familias reconstituidas (*),
han definido nuevos objetivos de intervención en relación con la madre: se
hace necesario que tras la intervención, salgan reforzadas en su rol materno,
de modo que se potencie en ellas sus habilidades tanto emocionales como
instrumentales, de cara a la educación de los hijos. Al mismo tiempo, en el
caso de familias reconstituidas, frecuentemente conviene dedicar parte de la
intervención a fortalecer y reorganizar los vínculos de la madre con sus hijos
biológicos, de modo que queden muy consolidados y los niños no teman un
alejamiento de ella al aparecer la nueva realidad familiar.

Por último, queremos señalar la importancia de las emociones maternas


en la relación y en el rol de madre, de modo que vivencias como la culpa (tan
frecuente en las madres trabajadoras hoy día) o la impotencia (el padre es el
fuerte, la madre se vive como la débil) puedan ser trabajadas y sustituidas por
emociones más funcionales que permitirán a la madre ejercer su rol en
plenitud (V Cagigal).
MADRE PERIFÉRICA

Viene denominándose como tal la madre que adopta un papel pasivo y


marginal en cuanto se refiere al ejercicio de sus funciones parentales en el
interior de la familia. Con las matizaciones necesarias, vale lo dicho al hablar
del «padre periférico» (*), aunque culturalmente sea menos frecuente la
madre con tales características que los padres que se automarginan de las
tareas educativas propias de su función. Frente a la existencia del padre
periférico, y como una consecuencia inevitable del funcionamiento sistémico
de la familia, se origina la madre invasora o controladora que asume tal tarea
para compensar la falta de cuanto el padre debe aportar a la estructuración del
hijo (J.A.Ríos).

MAPA EMOCIONAL EN LA FAMILIA Y LA PAREJA

Puede construirse como herramienta de diagnóstico relacional (*) mediante el


análisis de las relaciones que se han ido estableciendo entre los distintos
miembros de la familia. Mediante el «mapa» puede tenerse una visión global
y rápida de las alianzas (*), coaliciones (*), triangulaciones (*),
enfrentamientos, rechazos y tipo de vínculos que unen a unos con otros. Si
está bien construido ofrecerá de manera inmediata puntos focales sobre los
que centrar las intervenciones y perfilar las estrategias necesarias para
disolver los núcleos conflictivos que impiden el crecimiento de la familia.

Es válido para marcar los límites (*) y confines físicos o territoriales y los
emocionales o vitales que explican la presencia de tensiones y conflictos. Es
como la representación gráfica de una geografía relacional sobre la que podrá
apoyarse la unidad y el progreso del sistema total y el de cada uno de los
subsistemas internos.

A través del «mapa emocional» podremos ver cómo está planteada la


necesidad de contar con espacios propios donde encontrarse consigo mismo.
En el caso de las parejas, conducirá a ver cómo tienen establecido el logro de
«espacio propio» donde se encuentren como pareja y no como padres o como
personales individuales consigo mismos.

Asegurar un mínimo de «confines vitales» debe ser un objetivo


terapéutico porque sólo así se logra la adquisición de la identidad (*) como
armazón interno de la personalidad madura.

Los procedimientos para usar bien el «mapa emocional» y su utilización


en el proceso de la terapia lo hemos expuesto con detalle en otro lugar al que
nos remitimos (Ríos, 1994a) (J. A. Ríos).

MEDICINA FAMILIAR DESDE EL ENFOQUE SISTÉMICO

(Ver ENFERMEDAD Y FAMILIA [*])

MENSAJE DE CONTENIDO

Es aquel mensaje que se comunica mediante un lenguaje verbal,


proporcionando al receptor un conocimiento exacto de lo que se transmite de
manera directa, comprensible y no necesitada de traducción ni interpretación.
En este tipo de mensaje, para que haya comunicación, ha de haber una
confirmación del mensaje y por tanto, obrar en consecuencia.

Las características de estos mensajes son las siguientes:

-La comunicación es clara, se vincula al objeto.

-Se transmite mediante palabras inteligibles para el emisor y receptor.

-Utiliza conceptos.

Puede consultarse: Fromkin, V. A. y Bernstein, N. (1999); Mayor, J. y


López R. (1995) y Ríos González, J. A. (1994) (M. Gamella).
MENSAJE DE RELACIÓN

Es aquel mensaje que se transmite mediante un lenguaje no verbal por lo que


obliga al receptor a traducir o descodificar de algún modo, el lenguaje
codificado que le llega, ya que se dice algo envuelto en símbolos. No
coinciden el significado y el significante, lo que provoca una comunicación
confusa y en numerosas ocasiones caótica.

Las características de estos mensajes son las siguientes:

-La comunicación no es clara, se vincula al objeto de manera no siempre


inteligible.

-Se transmite mediante gestos, posturas o movimientos.

-Utiliza signos, no conceptos.

Esa comunicación se transforma en el fenómeno denominado


«metacomunicación».

Puede consultarse: Fromkin, V. A. y Bernstein, N. (1999); Mayor, J. y


López R. (1995) y Ríos González, J. A. (1994) (M. Gamella).

METACOMUNICACIÓN

Proviene de la palabra «meta» fin, objetivo, y de la palabra «comunicar»:


hacer a otro partícipe de lo que uno tiene o sabe, transmitir señales a través de
un código. Bateson (1956) la define como «comunicación relacionada con la
comunicación», es decir, una confirmación o rechazo de cuanto ha sido dicho
o del modo en que se ha dicho una determinada cosa.

La metacomunicación tiene varios componentes:

-Toma de decisiones: No podemos resolver los problemas de


comunicación si no nos damos cuenta de que hay problemas y en qué
consisten. Volver sobre sí mismo y el otro. Esta es la primera fase de la
metacomunicación.

-Control de la comunicación: Una vez que conocemos el problema, hay


que actuar controladamente para no caer en los mismos problemas.

-Autopoyesis: Capacidad que tienen los seres humanos para constituirse a


sí mismos. Capacidad reflexiva. La comunicación permite al hombre
autoconvertirse a sí mismo.

Puede consultarse: Bateson (1956); Fromkin, V. A. y Bernstein, N.


(1999); Gallego, C. (1991); Mayor, J. y López R. (1995) y Ríos González, J.
A. (1994) (M.Gamella).

MITOS FAMILIARES Y DE PAREJA

La creación de mitos es una herramienta con la que han contado los seres
humanos desde su aparición en el mundo. El mito se convierte en un sistema
que explica el origen del mundo, de los seres vivos, del ser humano, de la
familia y de la muerte. Tratar de dar un significado a los orígenes de la vida, a
la muerte y a las acciones humanas, es parte de la semántica de la
comunicación (Miermont, 1995). La creación de mitos ayuda a la
diferenciación. Por este motivo el estudio de los mitos familiares y de pareja
se enmarca en una tradición humana de largo recorrido. Desde la
antropología, pasando por la sociología, hasta llegar a la psicología, el
estudio y comprensión de los mitos ha sido una de las tareas que ha ocupado
con más frecuencia a los pensadores. Para Knox (1964), los mitos son
historias, narraciones imaginativas. Este autor identificó cuatro características
de los mitos que tienen importancia para los grupos y comunidades humanas:

1.Los mitos son historias, narraciones imaginativas, que tratan de actos


cosmológicamente significativos de los dioses o seres suprahumanos,
los héroes.

2.Los mitos siempre tienen su fuente en la vida común y las experiencias


de una comunidad humana particular. Llevarán la marca de su cultura,
y persistirán durante generaciones como parte de su tradición.

3.La comunidad aprecia la historia o el mito porque sugiere algo distinto e


importante en la existencia humana, y particularmente, en la existencia
de la comunidad.

4.A causa de la relación que mantiene la historia o el mito con la


existencia concreta de la comunidad, se convertirá en parte inseparable
e indispensable de la vida de la comunidad y, para los que participan
en ella, será un símbolo irremplazable.

Desde el punto de vista de la Pragmática de la Comunicación Humana,


los mitos son sistemas de transmisión y jerarquización de la información que
estructura la función de la memoria y del olvido. La transmisión de historias
entre ge neraciones trata de dar significación al orden de las relaciones
humanas.

Como describe el Diccionario de la Real Academia Española (1992), el


mito es un relato o noticia que desfigura lo que realmente es una cosa, y le da
apariencia de ser más valiosa o atractiva. Esta interpretación mítica frente a la
habitual falta de explicaciones, es lo que concede al mito el poder de un
mecanismo de defensa y/o adaptación. Stierlin (1973) considera que los mitos
funcionan a la vez como mecanismos protectores y de defensa. Las
distorsiones conjuntas de la realidad que realizan los sistemas familiares
tratan de evitar el dolor y los conflictos. Al mismo tiempo como mecanismo
de protección facilita la interacción de la familia con el mundo exterior. El
concepto de «mito» puede quedar descrito como «las creencias o las
opiniones bien sistematizadas y compartidas por todos los miembros del
sistema familiar respecto de sus roles mutuos y de la naturaleza de su
relación» (Ferreira, A. J., 1966).

Bagarozzi y Anderson (1983) añaden que los mitos cambian


constantemente y difieren de Ferreira en restar importancia homeostática en
la labor de los mitos. Estos autores han destacado dentro de los mitos
familiares los siguientes componentes:

-Los mitos personales de cada uno de los cónyuges.

-Los mitos conyugales que empiezan a adquirir forma en las fases de


compromiso.

-Los mitos del grupo familiar que nacen de la mezcla y la integración de


todos los mitos personales de todos los miembros de la familia, los
mitos matrimoniales de los cónyuges, las expectativas de los padres
respecto de los hijos y las experiencias compartidas de todos los
miembros de la familia como grupo familiar (Bagarozzi y Anderson,
1996, 20).

Incluso desde un punto de vista estructural, S.Minuchin (1981) afirma que


la familia no «tiene estructura, sino un conjunto de esquemas cognitivos que
legitiman o validan la organización familiar». Las explicaciones que aportan
los mitos legitiman, justifican y preservan los valores, las conductas, las
normas y las costumbres personales de un individuo, una familia o un grupo
determinado. También es importante señalar que los mitos cumplen una
función adicional al facilitar la exteriorización y objetivación de los
fenómenos compartidos problemáticos e incomprensibles. Fomentan la
identidad y cohesión grupales.

Los mitos se componen de un complejo conjunto de símbolos, rituales,


temas e historias. Cada uno de estos componentes mantiene con los demás
una estrecha relación que a menudo es contradictoria y paradójica. Es
importante destacar que tras las convicciones compartidas se oculta un
intento de oscurecer o negar una realidad que resulta penosa para la familia
(Ríos 1994a). Este mismo autor nos ofrece una serie de criterios prácticos
para el trabajo con los mitos en terapia familiar. Entre ellos cabe destacar la
necesidad de no juzgar la validez o supuesta verdad de los mitos, tener en
cuenta la homeostasis que facilita el mito y su integración en el sistema
familiar. El cuidado de la imagen interna de la familia permitirá al terapeuta
entrar en la familia a través del dolor compartido. La transmisión
generacional de los mitos es otro de los aspectos que hemos de tener en
cuenta para facilitar la expresión de los mismos y el respeto por la
construcción del mundo y de las relaciones que ha ido construyendo la
familia o la pareja. Ríos nos explica cómo se llega a los mitos familiares a
través de la relación con el terapeuta: relato de anécdotas, «quién es quién»,
cómo se construyó el mito, cómo se mantiene y para qué sirve.

Entre los tipos de mitos que se han estudiado en la literatura de terapia


familiar, destaca la aportación de Stierlin (1973): mitos de armonía, mitos de
disculpa y redención y mitos de salvación y protección. Ríos (1994a) ha
añadido algunos mitos a esta clasificación: de la unidad familiar, de la
felicidad material, de la normalidad, de la capacidad para...; «a quién se
parece...» y «de quién ha heredado...».

Finalmente Garrido y Fernández-Santos (1998) han relacionado las


aportaciones desde los modelos cognitivos-conductuales y constructivistas,
sobre todo desde Ellis, Beck y Kelly, acerca de las ideas irracionales, los
pensamientos automáticos y los constructos, con la idea del mito. Las
aportaciones de Lazarus (1985) sobre los mitos maritales han servido para
revisar algunas de las ideas sobre la construcción de las relaciones familiares
y de la pareja a la luz de aportaciones teóricas diversas (M.Garrido).

MITOS FAMILIARES: SENTIDO Y ACTITUD ANTE ELLOS

Son creencias de carácter variable, afectivo y simbólico, transmitidas a lo


largo de las generaciones, que dan sentido y significado a la vida familiar.
Varían en cuanto a su manifestación, evolución y tipología.

Los mitos en la familia cambian permanentemente al adaptarse a la


evolución de la sociedad (concepto de familia imperante), la evolución de
cada uno de los miembros de la familia y la evolución de la familia conforme
al ciclo vital. Bagarozzi y Anderson (1996) afirman que «su funcionalidad
sólo puede determinarse evaluando el grado en que contribuyen al
crecimiento y desarrollo de cada miembro y la familia como totalidad».

Los mitos se pueden manifestar de diversas formas: verbalmente, a través


de diversas afirmaciones, motes, refranes o anécdotas; y de forma no verbal o
analógica a través de los rituales propios de cada familia.

Los primeros harán referencia a aquellos a través de los cuales la familia


exalta sus aspectos o características positivas. Los segundos, serán aquellos
por los que culpabiliza a una persona u objeto de los problemas por los que
atraviesa. En los últimos, en lugar de culpabilizar, encuentra en dicha persona
u objeto la posibilidad para que sus problemas finalicen.

Cuando decimos que poseen un carácter afectivo y simbólico queremos


referirnos a las experiencias y relaciones significativas con otras personas, en
especial con los miembros del sistema familiar de origen. Además, éstas son
almacenadas en la memoria de los individuos de un modo idealizado, a partir
de lo cual, las personas construyen las ideas acerca de la pareja, el
matrimonio o la familia ideal.

La función que más caracteriza a los mitos dentro de la familia es la de


dar sentido y significado a la vida. Al tiempo que transmiten un sentimiento
de pertenencia al grupo, definen los roles de cada miembro, sus relaciones,
así como una valoración o juicio acerca de lo que se considera apropiado o
inapropiado respecto a sus funciones.
Los mitos pueden ocultar los verdaderos conflictos familiares, de manera
que pasarían a cumplir una función homeostática o de mantenimiento de una
situación.

Puesto que abordar los mitos abiertamente supone dejar a la familia sin la
protección que necesita frente a los conflictos, hay que ser cautos y aceptar el
mito hasta que la familia sea capaz de introducir nuevos cambios. Lograr
cambios en los mitos familiares supone según los autores ya citados
«transformaciones en el carácter o la estructura de los temas compartidos, o
las relaciones entre varios temas compartidos y se manifiestan especialmente
como cambios en los arreglos de roles recíprocos entre los cónyuges u otros
miembros de la familia».

De cara a la intervención, será conveniente rastrear los mitos según el


esquema que propone Ríos (1994a):

1.que la familia relate alguna anécdota mantenida como muy peculiar en


la vida de un miembro del sistema;

2.que definan a cada uno de los miembros;

3.descubrir cómo se construyó ese mito;

4.ver cómo se mantiene el mito;

5.aclarar para qué sirve el mito en esa familia concreta en ese momento
concreto (A. de Uribarri).

MODELOS DE INTERVENCIÓN SISTÉMICA FAMILIAR

(Mi lectura personal de los modelos)

Presento aquí una síntesis en la que de acuerdo con las líneas básicas de cada
uno de los modelos actualmente más vigentes en la Terapia Familiar pueden
resumirse los ejes de cada una de ellas:

Modelo Estructuralista (S.MINUCHIN): Marcar límites, jerarquizar,


reestructurar.

Modelo Estratégico (J.HALEY): Devolución de problemas para incitarles


a resolverlos por sí mismos.

Identificar las secuencias patológicas que no deben repetirse porque son


estériles

Modelo Paradójico (M.SELVINI): Conseguir un Juego limpio, marcar un


territorio propio, encauzar el uso del poder y utilizar la paradoja.

Modelo COMUNICACIONAL (V.SATIR): Aprender a comunicarse.

Modelo CONSTRUCTIVISTA: Conseguir la construcción de «nuevas


historias», «nuevos relatos», por haber logrado tener una nueva visión de la
realidad que les afecta.

Modelo TRIGENERACIONAL (A.CANEVARO): Analizar los


dinamismos que se derivan de la presión de dos modelos de familias de
origen: la familia Cohesiva y la familia Dispersiva.

A todo lo anterior, y conforme venimos haciendo en nuestra práctica


clínica, debemos añadir que para nosotros un eje básico de intervención se
centra en el trabajo que pueda conducir al uso de una comunicación en la que
se integren el tipo de «comunicación verbal» (*) y el «nivel profundo» (*)
para que la interacción comunicativa sea fecunda y enriquecedora (J.A.Ríos).

MODELO SISTÉMICO DE BEAVERS

Beavers (1981) y Beavers y Voeller (1983) elaboran este modelo a partir de


la observación directa de familias. Las interacciones familiares observadas
son evaluadas de acuerdo a dos dimensiones:

1. Adaptabilidad o competencia en el funcionamiento familiar: Referida a


la capacidad de la familia de funcionamiento en relación a diversos aspectos,
tales como límites, comunicación, poder, coaliciones, afecto o control, y que
determinan la adaptación del grupo familiar a los cambios y la diferenciación
de sus miembros.

En esta dimensión se establecen cinco categorías de funcionamiento


familiar:

1.1.Muy perturbado, corresponde a un funcionamiento familiar


caracterizado por:

-límites deficientes;

-comunicación confusa;

-interacciones familiares estereotipadas.

1.2.Límite. Esta modalidad de funcionamiento familiar se caracteriza


porque:

-los límites pueden ser o bien rígidos o bien deficientes;

-los intentos de control pasan de ser caóticos a tiránicos.

1.3.Medio. En este nivel nos encontramos con:

-comunicación relativamente clara.

1.4.Adecuado. Corresponde a un funcionamiento familar sano, en el que


se encuentra la presencia de:

-límites claros;
-cariño y participación.

1.5.Óptimo. Es el nivel de funcionamiento más sano, estas familias se


caracterizan por presentar:

-capacidad de negociación;

-respeto a la individualidad;

-cariño, intimidad y humor.

2. Relación familiar: Establecida de acuerdo a que las fuerzas dominantes


en la familia sean centrípetas (relaciones volcadas hacia el interior de la
familia), centrífugas (relaciones interpersonales dirigidas hacia el exterior de
la familia) o combinadas.

Del cruce de estas dos dimensiones, resulta un tipología familiar que


permite evaluar y clasificar a las familias. El siguiente cuadro resume y
muestra dicha tipología y las variables que la conforman.
MORFOGÉNESIS DEL SISTEMA

Dentro del contexto sistémico definimos como «morfogénesis del sistema»


aquella cualidad de algunos sistemas que asegura su capacidad de adaptación
a factores novedosos externos e internos a su propio grupo.

Estos factores introducen una serie de cambios en el sistema que deben


verse reflejados en la modificación de las pautas de interacción de los
miembros de ese grupo con objeto de mantenerles en sintonía con las
novedades introducidas por esos factores, y así poder mantener su continuo
crecimiento y evolución. Los sistemas morfogenéticos pueden crecer sin
autodestruirse, pues aceptan el cambio y la relación con otros sistemas.

La morfogénesis del sistema está estrechamente relacionada con el tipo de


cambio-2.

Tal como apuntamos al definir el concepto de cambio-2, los sistemas


morfogenéticos toleran un «cambio DEL sistema» (Watzlawick y sus
colaboradores en la obra de Navarro [Navarro, J., 1992]). Aplicando este tipo
de cambio el sistema al completo varía, que es justo lo que implica la
morfogénesis.

La modificación conductual de un miembro del sistema o del tipo de


comunicación entre dos miembros, afecta de manera circular a las
transacciones que hasta ese momento se producían entre éste o estos y los
demás componentes. Gracias a la morfogénesis esas transacciones también
cambian porque el grupo es flexible, y con ellas cambia todo el sistema.

En terapia el objetivo terapéutico es el cambio DEL sistema, de sus pautas


de interacción, de aquellas reglas que hayan quedado obsoletas y sean
disfuncionales en el momento por el que atraviesan, y sobre todo, conseguir
que la familia sea capaz de adaptarse a su propia evolución. Por eso es
fundamental identificar el grado de morfostasis o morfogénesis que presenta
la familia, o lo que es lo mismo, el grado de adaptabilidad a las circunstancias
cambiantes de su entorno intra y extrafamiliar.

Estos conceptos han aportado su grano de arena en la creación de


tipologías de familias. En el Manual de Orienta ción y Terapia Familiar del
profesor Ríos González (Ríos González, J. A., 1994) se incluye la propuesta
de Wertheim y Reiss (Modelo Estructural).

Wertheim entiende la «morfogénesis del sistema» como una cualidad que


garantiza el cambio, la adaptación y la reestructuración. Para esta autora, la
morfogénesis que nosotros hemos querido definir en este apartado es algo
espontáneo (los cambios se producen de manera natural, ya respondan a
factores externos o internos al sistema), por lo que ella prefiere centrarse en
una dimensión de este concepto que denomina morfogénesis inducida, y que
tiene más que ver con la plasticidad del sistema ante los impulsos inducidos
por agentes externos al sistema.

Cuando a continuación se defina el término «morfostasis del sistema»,


completaremos el Modelo Estructural de Wertheim y Reiss (J.Cejalvo).

MORFOSTASIS DEL SISTEMA

Dentro del contexto sistémico definimos como «morfostasis del sistema»


aquella cualidad de algunos sistemas que les hace perpetuarse manteniendo
una estabilidad en sus pautas de interacción que en algunos casos les puede
llevar a autodestruirse progresivamente, pues dependen de una serie de reglas
muy rígidas que difícilmente aceptan la inclusión de factores externos al
propio sistema.

Estos sistemas morfostáticos son resistentes al cambio, son «estáticos» y


por tanto su flexibilidad y tolerancia a los acontecimientos novedosos está
seriamente limitada.

La morfostasis del sistema está estrechamente relacionada con el tipo de


cambio-1.

Tal como apuntamos al definir el concepto de cambio-1, los sistemas


morfostáticos toleran un «cambio EN el sistema, no DEL sistema»
(Watzlawick y sus colaboradores en la obra de Navarro [Navarro, J., 1992]).
Esta diferencia supone que aplicando este tipo de cambio el sistema no varía,
que es justo lo que implica la morfostasis.

Dentro del sistema, la etiqueta «problemático» se puede ir pasando de un


miembro a otro; un miembro puede variar su comportamiento, pero las
transacciones disfuncionales que habían venido perpetuando se mantendrán,
si bien no con el componente que ha cambiado, sí con el resto de miembros,
ya que el esquema comportamental sigue inmodificado.

En terapia el objetivo terapéutico es el cambio DEL sistema, de sus pautas


de interacción, de aquellas reglas que hayan quedado obsoletas y sean
disfuncionales en el momento por el que atraviesan, y sobre todo, conseguir
que la familia sea capaz de adaptarse a su propia evolución. Por eso es
fundamental identificar el grado de morfostasis o morfogénesis que presenta
la familia, o lo que es lo mismo, el grado de adaptabilidad a las circunstancias
cambiantes de su entorno intra y extrafamiliar.

Al desarrollar la «morfogénesis del sistema» introdujimos el Modelo


Estructural de Wertheim y Reiss, que figuraba en el Manual de Orientación y
Terapia Familiar del profesor Ríos González (Ríos, 1994a).

Quedó incompleto en espera de definir el término que ahora nos ocupa.


Aparte de la dimensión morfogénesis inducida ya descrita, Wertheim
desglosa el concepto «morfostasis del sistema» en dos subtipos, la
morfostasis consensual y la morfostasis forzada.

La primera se apoya en un equilibrio emocional y de poder alcanzado


gracias al consenso de todos los miembros del sistema. Al tolerar la
morfogénesis espontánea y adaptativa, no casaría con la definición que
hemos dado de morfostasis del sistema. En cambio el segundo subtipo sí
encaja, ya que se apoya en una estabilidad quebradiza conseguida mediante
un poder desequilibrado y no consensuado que no tolera la morfogénesis
adaptativa.

Completo el modelo, queda por incluir dos niveles (alto y bajo) que en
combinación con las tres dimensiones, origina ocho tipos de familias más o
menos adaptadas, más o menos morfostáticas o morfogenéticas (J.Cejalvo).
NEUTRALIDAD

En un artículo ya clásico de M.Selvini Palazzoli (1980), se habla de la


neutralidad como uno de los pilares sobre los que ha de asentarse la sesión de
terapia familiar. Junto a la «hipotetización» y la «circularidad», constituye un
elemento fundamental para conseguir que la sesión discurra por cauces que la
hagan adecuada y eficaz. Su idea es muy sencilla y clara: se trata de la actitud
que ha de adoptar el terapeuta durante la sesión para que en ningún momento
se incline a favor o en contra - ambos extremos serían una amenaza a la
neutralidad- de alguno o algunos de los miembros del sistema familiar
presente en la sesión. Su idea final se concreta en algo práctico sobre lo que
el terapeuta puede reflexionar y examinarse para controlar mejor su trabajo:
la neutralidad permitirá que los miembros de la familia se marchen de la
sesión con la sensación de haber sido atendidos por igual que los otros
(J.A.Ríos).

NIDO REPLETO

A partir de los fenómenos sociológicos que tienen una evidente repercusión


sobre la familia, teniendo en cuenta cómo el momento de la emancipación y
salida del hijo del hogar se está retrasando cada vez más, me he atrevido a
incluir dentro de una nueva clasificación de los «ciclos vitales de la familia»
(*) uno nuevo que vengo denominando desde 1995 como «nido repleto»
(Ríos, 1995). Es una pseudoconcentración de la familia, ocasionada por la
permanencia de los hijos en una edad en que por madurez biopsíquica y por
condicionamiento teóricamente correctos debieran estar totalmente
independizados de los padres. La realidad es que una vez terminada su
formación académica y profesional, permanecen en el hogar paterno. Esto
acarrea la presencia de nuevas situaciones necesitadas de orientación y apo
yo terapéutico, dado que la presencia de un «joven adulto» o un «adulto
joven» en la casa de los padres impone ritmos de vida y demanda de
exigencias que empiezan a vivirse como problemáticas. La presencia de un
hijo entre 25 y 35 años en la casa familiar afecta a la «estructura», repercute
en las «funciones» y tiene evidentes influencias en el modo de llevar a cabo
las tareas educativas que se sitúan en el nivel del «desarrollo» de los hijos.

Próximamente daremos cuenta de cuanto presenta este fenómeno nuevo


en la dinámica familiar en una obra actualmente en preparación (J.A.Ríos).

NIDO VACÍO

Es el ciclo vital en que por necesidad de emancipación de los hijos,


abandonan el hogar familiar y dejan un «hueco» en la vida habitual de la
familia.

Constituye uno de los ciclos vitales (*) de la familia más interesantes por
cuanto supone la necesidad de atravesar una fase en la que los cambios de
estructura interna, el cumplimiento de tareas educativas y los apoyos
necesarios al hijo para que continúe su evolución progresiva, van a sufrir
cambios sustanciales.

Dinámicamente es un momento interesante y crítico. Interesante porque


supone el replanteamiento en el subsistema conyugal y parental de muchas
vivencias tenidas y experiencias acumuladas. Crítico porque para muchos
padres implica el tener que volver a vivir como pareja tras muchos años en
los que, esencialmente, han sido padres. La crisis de muchas familias en este
momento y ciclo vital se asienta en el hecho de tener que afrontar «vivir sin
hijos». Guitton (1971) ha escrito que este es el momento en que lo que
permanece son «los supervivientes del amor» en cuanto que han de volver a
empezar como si fuesen otra vez novios que inician una vida nueva. Otros, no
tan poéticos ni optimistas, afirman que es el momento en que lo que se ve
porque sale a flote son «los restos del naufragio».

En el momento actual ese ciclo vital está retrasándose más de lo que ha


sido habitual en otras épocas, debido a la presencia del nuevo ciclo vital que
hemos denominado «nido repleto» (*) (J.A.Ríos).

NIÑOS Y TERAPIA FAMILIAR

La frecuencia con que los terapeutas familiares hemos de tratar temas


relacionados con el desarrollo y comportamiento infantil, hace muy relevante
el tema de los niños en la terapia. Hemos afirmado en muchas ocasiones que
el niño es un verdadero «coterapeuta» en el proceso de ayuda a la familia.
Unas veces porque es el «paciente identificado» (*); otras porque si
respetamos la necesidad de tratar a «toda la familia», no podemos dejar al
margen cualquier miembro que esté en la etapa infantil. Muchos terapeutas
prescinden olímpicamente de los niños cuando no son ellos los directamente
afectados por la problemática planteada. Creemos que es un error (Ríos,
1994b) ya que sus aportaciones espontáneas nos dan con frecuencia pistas
importantes para desentrañar la maraña que envuelve a la familia. Igualmente
resultan importantes cuando se trata de introducir «cambios» (*) en la
estructura y la dinámica familiar, ya que ellos no ofrecen las resistencias que
muestran los adultos cuando ven que tienen que comprometerse con el
objetivo de la terapia.

Las intervenciones sistémicas con niños (Ríos, 1987 y 1994b) tienen que
ajustarse a cuanto exigen los elementos básicos en que han de apoyarse, lo
que obliga al terapeuta a adoptar actitudes que han de encuadrarse en a) la
necesidad de respetar al niño, b) aceptarlo como es, c) no infantilizarlo al
tratarlo en la terapia, d) no ironizar con él y sus cosas, e) darle algo más que
«cosas», f) darle tiempo y calma respetando su ritmo y adoptando una serie
de condiciones que han de mantener como elementos básicos los inherentes a
la necesidad de 1) utilizar su lenguaje y su mundo interno y externo, 2)
manejar su cultura y respetarla, 3) utilizar el espacio físico en la interacción
con él, aparte de 4) saber hablarle, 5) saber escucharle y 6) saber preguntarle,
todo ello conforme a lo dicho en el lugar ya citado.

Los objetivos fundamentales en la terapia con niños deben concretarse en


1) ayudar a su crecimiento personal, 2) potenciar el desarrollo evolutivo en
términos de maduración y cambio, 3) fomentar los procesos de identificación
(*) con las figuras pa rentales, 4) facilitarle la progresiva rotura de
dependencias, 5) devolverle la capacidad de utilizar adecuadamente todas las
potencialidades manifiestas y latentes que están presentes en el niño, y 6)
facilitar su integración en su contexto familiar mediante una positiva
interacción con los miembros del mismo.

Para ver los mecanismos de vulnerabilidad subyacente a la psicopatología


infantil según Price y Lento (2001), así como las características infantiles que
predicen posibles trastornos de la personalidad, puede verse Lemos (1999 y
2003).

Preguntas a formularse en la terapia:

a) A los niños:

Con quién se están identificando: modelos, líderes, imitación de...

b) A los padres de los niños:

¿En qué medida me ofrezco como «modelo de identificación»?

¿Qué pautas ofrezco a mi hijo para que pueda identificarse conmigo?

¿Qué grado de apreciación hago de lo que es mi hijo para que lo


integre con la imagen ideal que se va formando de sí mismo?
¿Cómo transmito a mi hijo la estima y aprecio sobre los que puede ir
construyendo una imagen positiva de sí mismo que le haga sentirse
bien consigo mismo y con el mundo que le rodea?

¿En qué medida le ofrezco herramientas para que sepa afrontar el


mundo circundante con sus luces y sombras de manera que no quede
aplastado por él? (J.A.Ríos).

NIVEL DE ASESORAMIENTO DE LA ORIENTACIÓN FAMILIAR


SISTÉMICA

Está estructurado como nivel de ayuda técnica, entendida como


asesoramiento específico cuando no son suficientemente válidos los criterios
generales emanados del nivel educativo de la orientación familiar.

Responde a la necesidad de resolver las exigencias que, sin dejar de ser


normales, presentan características o matices que las hacen peculiares (Ríos,
1984).

El instrumento adecuado es el formado por los Servicios o Gabinetes de


Orientación Familiar para padres con el subsiguiente asesoramiento (*) en
todos los subsistemas del sistema familiar completo (J.A.Ríos).

NIVEL EDUCATIVO DE LA ORIENTACIÓN FAMILIAR SISTÉMICA

Es el constituido por el trabajo de orientación familiar entendida en el sentido


de iluminar la situación a la luz de los criterios de normalidad de cada ciclo
vital (*) del crecimiento, ya sea de un miembro del sistema familiar, ya sea
del sistema familiar total (Ríos, 1984 y 1994a).

Responde a la necesidad de dar solución a las situaciones de la evolución


normal del crecimiento progresivo de los miembros del sistema y del sistema
familiar como totalidad.
El instrumento adecuado para llevar a cabo estos objetivos es la «escuela
de padres» (*) (J.A.Ríos).

NIVEL TERAPÉUTICO DE LA ORIENTACIÓN FAMILIAR SISTÉMICA

Corresponde al plano de la orientación mediante la utilización de técnicas de


reestructuración del sistema familiar a través de sus mecanismos,
interacciones, cambios, nuevas comunicaciones y empleo de instrumentos
específicos tales como las redefiniciones (*), connotaciones (*) y
precripciones (*), ya sean directas o indirectas (Ríos, 1984).

Es una exigencia de aquellas situaciones que por su complejidad obliga a


utilizar procedimientos más complejos ante lo «disfuncional» del sistema
familiar.

El instrumento para la consecución de estos fines es el empleo de las


estrategias que ha puesto en marcha la Terapia Familiar sistémica con las
características propias de cada «escuela» (*) (J.A.Ríos).
ORIENTACION FAMILIAR SISTEMICA (OFS): CONCEPTO

Resulta una labor ardua enunciar una definición del término Orientación
Familiar y son muy pocos los autores que se deciden a realizar una
aproximación a la misma. Las presentes reflexiones parten de un modo
disfuncional de relación (comunicación, interacción, espacios personales,
etc.) en el interior del sistema familiar y tomarán en cuenta el contexto en el
que se produce dicha situación.

Podríamos acercarnos a la definición del término, en primer lugar, desde


lo que no es:

-La aplicación de un conjunto de técnicas impuestas de forma directiva


sin conocer el contexto del sistema familiar sobre el que se está
interviniendo.

-Una simple sesión de sugestión y de animación.

-La creación de un vínculo de dependencia hacia el profesional de ayuda.

-Una serie de consejos más o menos moralizantes sobre la situación que


está atravesando la familia.

-La simple canalización de los casos atendidos a otros profesionales.

-La escucha sin más, convirtiéndose el orientador en un mero espectador


del drama familiar o en una persona con la que aliviar las tensiones
emocionales.
La Orientación Familiar está por encima de estas situaciones y es una
realidad más compleja. La podemos definir como el empleo de una amalgama
de habilidades destinadas a modificar las situaciones conflictivas en función
de las potencialidades del propio sistema familiar y a reforzar los la zos que
unen a todos y a cada uno de sus miembros, permitiendo su crecimiento
personal y familiar.

Con el fin de que ningún aspecto de la realidad presentada por la familia


quede fuera del radio de acción del ámbito de la orientación, y tomando en
cuenta el tipo de situación presentada, podemos abordarlo desde tres posibles
niveles:

a)Nivel educativo: Podemos considerarlo como un medio de prevención


de conflictos intrafamiliares. Si se considera a la familia como uno de
los núcleos principales para el desarrollo personal y social de cada uno
de sus miembros, será necesario dar a conocer las formas más
adecuadas de comunicación y relación entre sus componentes, así
como las etapas de desarrollo que atravesarán tanto personalmente
como de manera global. Las alternativas que hasta la fecha se han
puesto en práctica para alcanzar lo aquí expuesto han sido las escuelas
de padres (*) o la formación permanente de adultos.

b)Nivel de asesoramiento: Pasamos a un nivel más complejo en el que no


podemos limitarnos a informar, sino que, dados los obstáculos del
dinamismo familiar y de la evolución de cada uno de sus miembros,
las intervenciones van dirigidas a trazar líneas más adecuadas de
convivencia y comunicación que permitan solventarlos. La práctica
habitual para aplicar este nivel, pasa por el establecimiento de
gabinetes de orientación familiar de carácter público o privado.

c)Nivel de tratamiento terapéutico: Las situaciones que se abordan desde


este nivel son aquellas que han degenerado en crisis profundas de tipo
personal o familiar de las cuales no son capaces de salir por sí mismos
y necesitan de apoyo y orientación específica para sus circunstancias
concretas. Este nivel se desarrolla fundamentalmente en gabinetes de
orientación y terapia familiar.

Para alcanzar los objetivos propios de cada uno de los niveles de


orientación expuestos, como es de suponer, pueden y deben participar varios
profesionales de forma conjunta y coordinada. Así, por ejemplo, pueden
colaborar expertos en el área de la pedagogía, de la psicopedagogía, maestros,
médicos, abogados, moralistas, etc. (A.Fabregat).

ORIENTACIÓN FAMILIAR SISTÉMICA: NUESTRA DEFINICIÓN

Desde 1984 vengo defendiendo, sin que ningún autor haya propuesto
modificación alguna al concepo propuesto, la siguiente definición:

«Conjunto de técnicas, métodos, recursos y elementos encaminados a


fortalecer las capacidades evidentes y latentes que tienen como objetivo el
refuerzo de los vínculos que unen a los miembros de un sistema familiar para
que puedan alcanzar los objetivos que tiene la familia como agente e
institución educativa» (Ríos, 1984, 1994a y otros).
PACIENTE DESIGNADO O PACIENTE IDENTIFICADO (PD o PI)

Se trata de una persona perteneciente al sistema familiar (por lazos


biológicos, legales o relacionales) en el que los otros miembros depositan
«las culpas» de los conflictos que viven. Es aquel miembro al que todos
señalan como origen de las desgracias que les suceden.

Tal y como defiende Ríos (1994a), este término, por la concepción


familiar que entraña, es uno de los puntos clave a trabajar desde la
orientación sistémica, ya que ataca directamente a la esencia teórica que éste
defiende. Será, por tanto, un objetivo terapéutico, el destruir este mito de
«origen de todas las penas» centrado en un sólo miembro, para que los otros
puedan asumir responsabilidades en la generación y mantenimiento de la
situación. Para conseguirlo, se tendrá que aportar a la familia otra
herramienta sustituta, ya que la función del paciente designado es en parte
unificadora y en parte homeostática.

Unificadora, ya que probablemente las familias en conflicto sólo están de


acuerdo en quién es el que está creándoles problemas, por tanto será este
miembro el encargado de posicionarles juntos frente a sí mismo.

También homeostática, puesto que mientras existe el paciente identificado


todo lo que ocurre tiene un origen y una explicación (aunque «enfermante»)
para el sistema familiar y les ayuda a seguir adelante sin la revisión y el
cambio, tanto en estructura como en funcionamiento (comunicación, normas,
afecto, jerarquía, límites...) que supondría la descentralización de la atención
desde el paciente designado a todos los miembros. El coste es menor siendo
uno el PD y mante niendo la unidad familiar que el precio que se pagaría si
éste no existiese (en muchos casos, la disolución de las relaciones entre los
miembros del sistema familiar).

De hecho, Navarro (1992) defiende la idea del síntoma como necesidad


del sistema no del individuo. Entenderlo así, circularmente, implica conocer
cómo se concatena con todas las demás conductas familiares, cómo sostiene
al sistema y es sostenido por él.

Desde la concepción estratégica se considera al portador del síntoma (el


PD) protector de la familia: que se sacrifica para defender la homeostasis de
la familia. Dicen Minuchin y Fistman (1981) que al mismo tiempo, el
síntoma es mantenido por la organización en que los miembros ocupan
jerarquías incongruentes, por ejemplo el PD está en posición inferior frente al
resto de los familiares que lo cuidan, pero en posición superior por el hecho
de no mejorar con sus cuidados.

Por su parte, la tendencia estructuralista, que considera la familia como un


organismo, supone el síntoma como la respuesta de un organismo sometido a
tensión.

El terapeuta, por tanto, deberá cuestionar la definición que la familia da al


problema, así como la índole de la respuesta, ayudándoles a re-equilibrar y
buscar la homeostasis por un vía más sana y que fomente el crecimiento de
los miembros.

«Las familias que acuden a terapia tras una lucha prolongada por lo
común han individualizado a uno de sus miembros como la fuente del
problema. Inundan al terapeuta con el relato de su lucha, las soluciones
ensayadas y el fracaso de todos los intentos. Pero el terapeuta ingresa en la
situación terapéutica con el supuesto de que la familia se equivoca. El
problema no reside en el paciente individualizado, sino en ciertas pautas de
interacción de la familia» (Minuchin y Fistman [1981]) (L.Gómez).
PADRE EN LA ORIENTACIÓN Y TERAPIA FAMILIAR

La figura paterna juega un papel importante en la dinámica de la terapia


familiar ya que si social y culturalmente ha es tado casi siempre en una
posición casi aislada de cuanto acontece en los procesos de educación de los
hijos, en la terapia su rol es fundamental para poder conseguir una
«jerarquización» (*) y una «estructura familiar» (*) equilibrada.

En otros lugares (Ríos, 1980, 1994 y 1998) hemos estudiado cuanto


implica su incorporación al proceso terapéutico en el modelo sistémico que
sustentamos. Dada la amplitud del tema preferimos remitirnos a lo
anteriormente citado donde, a su vez, se encontrarán otras importantes
referencias para un mejor conocimiento del tema (J.A.Ríos).

PADRE PERIFÉRICO

Viene denominándose como tal el padre que adopta un papel pasivo y


marginal en cuanto se refiere al ejercicio de sus funciones parentales en el
interior de la familia. Es una figura excesivamente presente en nuestras
culturas con las evidentes repercusiones en la interacción necesaria con los
hijos, ya que la falta de presencia física del mismo, la lejanía emocional en la
relación diaria, la escasa implicación en cuanto supone un acompañamiento
en las experiencias vitales del hijo, así como un verdadero abandono y
«dimisión» de la función paterna, deja sentir una huella negativa en el
desarrollo personal del hijo en crecimiento. Culturalmente se racionaliza por
esa actitud errónea y falsa de la que se deduce que las tareas que afectan al
seguimiento y maduración del hijo son «deberes» de la madre. Lo erróneo de
tal planteamiento reside en que la carencia «virtual» del padre - porque en la
mayoría de los casos el padre vive y realmente está presente - despoja al hijo
de los caminos necesarios para la adquisición del sentimiento de «seguridad
interna» que es uno de los fundamentos de la constitución de la personalidad.

La dificultad de incorporar al padre a los procesos de terapia familiar


tiene su base en este fenómeno que no siempre logramos vencer y superar
(J.A.Ríos).

PARADOJA (CONTRAPARADOJA)

Dentro del contexto sistémico definimos «paradoja» como aquella técnica


reestructurante consistente en prescribir a la familia o al cliente que continúen
manteniendo la secuencia sintomática que ellos mismos quieren erradicar.

En otras palabras, cuando el terapeuta realiza una intervención paradójica,


es decir, prescribe una «paradoja», lo que le pide a la familia es que siga
haciendo durante un tiempo determinado aquello que querían evitar hacer (de
ahí que a este concepto se le denomine paradoja).

Esta técnica tiene como principal objetivo interrumpir la secuencia


sintomática, ya sea porque la familia no cumple la paradoja, esto es,
desobedece al terapeuta y por lo tanto deja de hacer lo que hasta ese momento
era fuente de malestar; o bien porque la familia cumple la paradoja pero en
unas circunstancias que ya no les resultan naturales ni «cómodas» y se cansan
de mantener la secuencia; o finalmente porque la familia pasa a controlar la
aparición de la secuencia sintomática confiando que si han logrado este paso,
también podrán controlar la desaparición de esa secuencia.

Pero hay otro objetivo: presentar una visión alternativa a por qué se
produce el síntoma, al mismo tiempo que se destapa el verdadero juego que
la familia había estado tratando de ocultar, sin que éste quede connotado
negativamente.

Las paradojas se suelen dirigir a una persona en concreto, normalmente a


quien la familia ha etiquetado como «paciente», pero es vital para que sean
eficaces que se implique con ellas a todo el sistema (por este motivo nos
hemos referido a la familia más que al paciente al definir el término).
Ninguno de los miembros de la familia debe quedar excluido de la
formulación de la paradoja, todos tendrán su pequeña misión a la hora de
cumplirla (como todos tienen su influencia en el mantenimiento de la
secuencia sintomática que, si bien está localizada en el paciente, pertenece a
todo el grupo). También será importante incluir la mayor cantidad de datos
posible de aquellos que hemos detectado relevantes para la familia por lo que
nos hayan contado durante la sesión.

Hay diversas posibilidades a la hora de impartir esta técnica, lo que


origina distintos tipos de paradoja recogidos en la obra del profesor Navarro
(a la que remitimos al lector interesado en esta clasificación), pero la mayoría
suele seguir el siguiente esquema (Navarro, 1992):

-Connotación positiva de la conducta de la familia en la sesión (incluso si


no han colaborado).

-Redefinición de la secuencia sintomática, connotando positivamente


aspectos de la misma.

-Prescripción de la secuencia sintomática.

-Señalamiento de un período de tiempo arbitrario durante el que se


seguirá esta prescripción.

La paradoja es una técnica complicada y arriesgada que requiere de la


experiencia de un terapeuta que sea creativo, que tenga capacidad de síntesis
y que resulte convincente. No siempre se puede o se debe recurrir a ella ya
que no es infrecuente que algunas familias aprendan a controlar la aparición
del síntoma, pero sean incapaces de hacerlo desaparecer. Sería
contraproducente utilizarla en casos de drogadicción por ejemplo, y
completamente erróneo si se propone como recurso cuando no se sabe qué
hacer.

La paradoja se ha mostrado eficaz para introducir confusión cuando las


familias defienden sus síntomas racionalizándolos de un modo rígido, o
cuando las familias no hacen las tareas, o se bloquean porque creen que no
pueden cambiar, o hacen lo contrario de lo que se les prescribió. Pero sobre
todo ha resultado eficaz en el tratamiento de familias esquizofrenógenas, tal
como demuestra la obra de la profesora Selvini que incluimos como
referencia obligada (J.Cejalvo).

PAREJAS: NIVELES DE INTERVENCIÓN

Pueden establecerse los siguientes niveles de intervención:

Nivel I: Corresponde a un aprendizaje de primer orden, simplemente


mecánico que sólo busca la reparación y se sitúa en una dimensión puramente
pedagógica ya que lo que les interesa recibir es la receta, dejando en manos
del terapeuta todo el poder de decidir. Otras veces lo que desean encontrar en
el terapeuta es un Juez que enjuicie y nada más.

Nivel II: Corresponde a un aprendizaje de 2° orden, lo que ya implica un


cambio gracias a que los cónyuges adquieren un nuevo modo de ver su
realidad. Este nivel lleva anexa una nueva teoría sobre la pareja ya que,
citando a Ph. Caillé (1996), la pareja se convierte en la fórmula 1+1 = 3, lo
que obliga a ver su realidad como la suma de dos individualidades (los
cónyuges) más una tercera dimensión que es un tercer elemento constituido
por la «relación».

Nivel III: Es un aprendizaje de 3er orden en el que el sistema conyugal


construye su nuevo y propio sistema tal y como lo concibe Bateson con el
uso terapéutico de la paradoja.

Algunos criterios para la Terapia de Pareja

1.La formación de la pareja es una consecuencia del tipo de «primer


encuentro» con el otro (madre, padre, contexto...).
2.La vida de pareja debe fomentar la «confianza básica» para que la
seguridad en sí permita una relación profunda adulta y satisfactoria.

3.Es necesario trabajar la «mismidad» para que cada uno sea «sí mismo»
sin dejarse anular por el otro.

4.Preguntarse: ¿En qué me ayuda la vida de pareja para seguir siendo «yo
mismo» sin perder mi identidad?

5.Revisar la identidad (*) mediante el planteamiento de la


«reestructuración adulta de la identidad adolescente» y haciendo que
se respondan en este momento de su vida adulta a) quien soy ahora, b)
qué quiero ahora en un doble plano: como persona y como esposo, y c)
de qué soy capaz ahora en ambos planos.

6.Analizar cómo se ayudan mutuamente para conservar la continuidad y


estabilidad de la propia identidad personal en el juego interactivo de la
pareja.

7.Ver la «pérdida de pasión» como un reflejo de la carencia de urdimbre


afectiva (*) por un defectuoso aprendizaje por una posible relación
primaria con «madres artificiales», nada afectivas, sin sexualidad
diatrófica.

8.Ver la «pérdida» y el «miedo a la intimidad» como una consecuencia de


las carencias en los aprendizajes del uso del «tacto» y el «contacto piel
a piel».

9.Ver la «pérdida de compromiso» como una secuela de la carencia de


«confianza básica» en el otro.

10.Comprender la necesidad neurótica de afecto y amor con el


comportamiento que se ha denominado «mujeres que aman
demasiado» porque al haber vivido muchas carencias afectivas
primarias tratan de llenarlas de manera compulsiva.

11.Finalmente, que la vida de pareja sea un camino para fomentar la


continuidad de la ternura y el apego adultos en la interacción de pareja
(J.A.Ríos).

PODER EN LA FAMILIA

Casi todas las Escuelas de Terapia Familiar (*) han acentuado la necesidad de
tener muy en cuenta la influencia y efectos del poder en los dinamismos que
influyen en el funcionamiento de la familia y la pareja. Descubrir quién
ostenta el poder en la vida familiar no es tarea fácil, ya que tras una
apariencia neutra puede ocultarse una potente manera de dominar sobre los
demás miembros del sistema. Por ello para nosotros constituye desde el inicio
de la terapia un punto esencial. Es cierto que la mayoría de las veces hay que
afrontar su descubrimiento mediante la formulación de hipótesis sistémicas
(*) que permitan ir introduciendo elementos que puedan detectar la existencia
de un tipo u otro de poder (evidente, latente, oculto, camuflado, desviado)
que tiene su repercusión sobre la formulación de auténticos conflictos. En
otro lugar hemos hablado del «quintacolumnista» (*), viendo en él un buen
ejemplo de lo que puede representar el poder en la vida del sistema.

Conviene no olvidar, por otra parte, que en gran número de ocasiones los
«síntomas» (*) y su dinámica son armas de poder que juegan un papel
importante en el funcionamiento familiar.

En algunos de nuestros cuestionarios de evaluación de la familia y la


pareja, aparece el tema de poder como un eje nuclear que permite descubrir
facetas de gran interés para la evaluación e intervención familiar (J.A.Ríos).

PRESCRIPCIÓN DIRECTA

La prescripción directa es la tarea demandada por el terapeuta para que sea


realizada por la familia entre las sesiones de terapia (Simon, Stierlin y
Wynne, 1997; Ríos, 1994a).

Surgió en la década de los sesenta del pasado siglo en el proyecto liderado


por Bateson en América cuando investigaban la naturaleza paradójica de la
comunicación en la familia (Gomes, 1987).

La idea se basa en que si la familia practica de forma deliberada un


síntoma éste tiende a desaparecer.

El terapeuta exige que algo que la familia hace de forma involuntaria lo


haga voluntariamente, colocándola así en una situación paradójica,
practicando el síntoma con lo que llega a admitir que el síntoma no es
voluntario y lo abandona (Nichols y Schwartz, 1998).

Actualmente el término se ha ampliado y comprende no sólo las tareas


dadas por el terapeuta, sino también las interpretaciones del terapeuta sobre
las interacciones de la familia que se hacen explícitas al final de las sesiones.
Por ese motivo la prescripción debe hacerse cuando se tenga poder sobre el
sistema familiar (Simon, Stierlin y Wynne, 1997; Ríos, 1994a).

Hay diversos tipos de prescripciones directas y no es una técnica y sí una


herramienta de trabajo del terapeuta que debe ser utilizada para afrontar el
sistema relacional de la familia (Ríos,1994a).

En general consiste en una intervención directiva, ordenada o insinuada,


en la cual el terapeuta «pre-escribe» a la fa milia o un miembro de la familia
qué conducta debe adoptar con la intención de generar cambios (Simon,
Stierlin y Wynne, 1997; Ríos, 1994a).

La prescripción suele ir acompañada de una explicación de su objetivo y


en un reencuadre de la conducta pre-escrita. El objetivo es que la conducta
pre-escrita adquiera un nuevo significado para la familia (Simon, Stierlin y
Wynne, 1997).

Muchas veces son intervenciones paradójicas porque sirven para bloquear


o llevar a la permanencia absurda de los comportamientos familiares o de
pareja. Una vez que el terapeuta propone al paciente que mantenga su
comportamiento perturbado y le dice que no haga cambios por un período de
tiempo, que permanezca como está, suele generarse el movimiento contrario
del paciente que termina por cambiar su comportamiento para no hacer lo que
le ha indicado el terapeuta (Simon, Stierlin y Wynne, 1997; Gomes, 1987)
(C.Pereira Mosmann).

PRESCRIPCIÓN DIRECTA: OBJETIVOS

Una vez constatada la imposibilidad de cambio del sistema familiar, se busca


«abrir horizontes» en la familia que les permitan redescubrir las valencias
autoterapéuticas que poseen en su interior.

Son las prescripciones clásicas en Terapia Familiar a través de las cuales


el terapeuta manda a la familia la realización de ciertas tareas entre sesión y
sesión.

Se trata más de una herramienta de trabajo para generar un cambio que de


una técnica para entrar en el sistema relaciona) de la familia. Se puede o bien
pedir a alguien que deje de hacer algo o pedirle que haga algo diferente.

Tienen varias finalidades:

-Terapéutica: Provocar experiencias subjetivas diferentes que generen


cambios.

-Diagnóstica: Nos aportan información acerca de su forma de ser y sus


respuestas a la terapia.

-Relacional: Intensificar la relación paciente-terapeuta.


La eficacia de este tipo de intervención está en estrecha relación con el
poder que se haya conseguido con el sistema familiar. Esto lleva en muchos
casos a lo que Whitaker (1973) llama la «lucha por el control». El terapeuta
debe estar desde el comienzo en condiciones de mostrar a la familia que es
bastante fuerte como para controlarla con éxito.

Las prescripciones vienen dictadas a la familia en el proceso de una


sesión o al final de la misma. Su aplicación ha de respetar las reglas de: elegir
el momento adecuado, con la implicación de todos los miembros del sistema
familiar y sin dar pie para la discusión o para el rechazo.

Estas tareas pondrán a prueba la flexibilidad familiar.

Se trata de convencerlos de que por su intermedio alcanzarán los


objetivos individuales y familiares que desean.

Deben ser instrucciones claras y directas, o insinuaciones precisas si


queremos que se les ocurra a ellos espontáneamente, y pedir a algún miembro
que repita lo que hemos dicho puede favorecer su comprensión.

Todos los miembros han de quedar implicados, incluso cuando se les pide
que no hagan nada, pero no se puede olvidar a ningún miembro (E.López).

PRESCRIPCIÓN INDIRECTA

Técnica descrita por Ríos (1986) y dirigida a promover el cambio de las


pautas disfuncionales que sean detectadas en base a los datos relacionales
aportados por los miembros del sistema familiar.

Se entiende por prescripción indirecta aquella en la que el terapeuta, en el


transcurso de la sesión, aporta información, ideas o sugerencias que puedan
resultar valiosas para la familia con el fin de que las convierta en una nueva
forma de actuar. En otras palabras, podemos decir que consiste en
proporcionar a la familia una información que se convierte en un eficaz
agente de cambio en su interior.

Dicha prescripción presupone que la familia tiene la capacidad para


construir un nuevo modo de actuar.

En la consulta con familias es frecuente que nos encontremos con que la


mayoría de los conflictos presentados se deben al desconocimiento de las
características particulares del desarrollo evolutivo en el que se hayan, la
comunicación, los estilos educativos y en definitiva, todos los aspectos que
atañen tanto el sistema como a cada uno de los miembros que lo componen.
Si el terapeuta logra transmitir estas ideas, confiando en las energías
presentes en la familia, es probable que sea el propio sistema quien, sin
necesidad de imponerle ningún tipo de tarea, realice lo que estime necesario
para cambiar.

Por lo expuesto hasta ahora, podemos ver que el contenido de la


prescripción indirecta variará según el momento evolutivo en el que se
encuentre el sistema o alguno de sus miembros, buscando todo aquello que
no conocen y que puede ser el fundamento de una nueva forma de interacción
en el interior del sistema.

La prescripción indirecta podrá ser aplicada a lo largo de la sesión


teniendo en cuenta que el momento adecuado será aquel en el que la familia
se encuentre en condiciones para integrar dichas pautas y transformarlas en
herramientas para el cambio.

Según Ríos (1994a), su aplicación ha de respetar las mismas reglas que


presiden la utilización de las prescripciones directas: eligiendo el momento
adecuado, con la implicación de todos los miembros del sistema familiar y
sin dar pie para la discusión o para el rechazo.

En gran parte la validez de esta técnica viene determinada por la


capacidad del terapeuta para hacer ver que aquello que dice es lo que necesita
la familia para cambiar. La respuesta a este tipo de intervención podrá tener
efecto de tipo inmediato cuando la familia constate cambios a partir de la
información recibida por parte del terapeuta; o de tipo mediato cuando los
resultados aparecen de forma más tardía y como asimilación y posterior
adaptación de las pautas dadas como una nueva forma de interacción.

La valía de esta técnica es doble en cuanto que se adapta a la forma de ser


de cada familia y es capaz de resaltar que ellos tienen el potencial suficiente
para evolucionar de modo positivo en sus interacciones (A. de Uribarri).

PRIMERA SESIÓN CON LA FAMILIA: CÓMO LLEVARLA A CABO

La primera sesión supone un encuentro cara a cara con el sistema familiar y


el sistema terapéutico: primeras impresiones, expectativas... Considero
importante que el lugar donde se realice (la sala) sea acogedor en
concordancia con la actitud del terapeuta y del coterapeuta. El terapeuta
recordará a los miembros de la familia el sistema de trabajo que se llevará a
cabo, explicando el contrato terapéutico, a la vez que solventará posibles
dudas surgidas por parte de la familia. Es importante preguntar cuál es el
motivo (razón, síntoma) que les ha hecho acudir a terapia, teniendo en cuenta
quién es la persona que empieza a hablar primero para, posteriormente,
escuchar la versión de los demás miembros de la familia.

El terapeuta deberá conocer qué medios han puesto ellos de su parte para
enfrentarse a ese «problema» y así analizar sucintamente las razones de su
fracaso en la interacción. Para desactivar desmesuradas ilusiones o fantasías
creadas por la familia con respecto a la terapia, el terapeuta tendrá que
demandar a la familia que verbalicen qué es lo que esperan de la terapia,
haciéndoles ver que desde ese lugar de trabajo se les va a ayudar (a nivel de
orientación, consejo o terapia) y a ofrecer herramientas de trabajo, sin
«fórmulas mágicas» de «haz esto... y esto» y problema solucionado. Con todo
lo anterior, y en la medida de lo posible, terapeuta y coterapeuta deberán estar
atentos a las interacciones y formas de relación que se producen entre los
miembros de la familia para ir confirmando (o rechazando) la hipótesis de
trabajo de la que parten. Teniendo en cuenta toda esta información directa
más la que poseen previamente el terapeuta y el coterapeuta a través de los
cuestionarios de evaluación de la fami lia (*), el terapeuta deberá hacer una
redefinición del motivo de consulta para delimitar el nuevo sistema (familiar
y terapéutico). Durante la sesión aparecerá la figura del paciente designado
señalado bajo formas críticas y muchas veces destructivas. El terapeuta
deberá, en cierta medida, «protegerle» de ese contexto acusador y connotar
aspectos positivos suyos, de la misma forma que deberá hacerlo también con
los demás miembros y subsistemas familiares, resaltando más los aspectos
positivos (ya que los negativos seguramente, y más en la primera sesión,
aparecerán en gran medida). Si salen miembros del equipo, es necesario que
se presenten a la familia y que el terapeuta recuerde a la familia el papel de
éstos. Finalmente, es necesario un cierre de la sesión muy claro, donde el
terapeuta redefina los aspectos más importantes de la sesión con las
preescripciones precisas para la próxima sesión.

Cuando la familia viene por primera vez a terapia, se encuentra ante un


contexto nuevo y, probablemente, ante una situación nueva y desconocida
que genera cierto grado de ansiedad. Las actitudes de apertura, empatía,
calidez... de los terapeutas deben ser transmitidas al sistema familiar. No
olvidemos que el sistema terapéutico durante la sesión interacciona con el
sistema familiar (S.Beltrán).

PROBLEMAS ESCOLARES: INTERVENCIÓN SISTÉMICA EN...

Un modelo de Programa de Intervención Sistémica

P.D.: Hijo o hija con problemas académicos.

Objetivos
Reducir, en principio, la conducta sintomática, esto es, el bajo rendimiento
del hijo/a.

Mejorar la relación entre los padres.

Adecuar las mismas pautas educativas en el sistema parental referidas al


hijo/a.

Procedimiento

1a etapa:

Evaluación del problema o de la conducta perturbadora: bajo rendimiento


escolar.

2' etapa:

Establecimiento de un orden de prioridades en las conductas que se han


definido como problemáticas de la general que es el bajo rendimiento escolar.
De esta manera, habrá que concretizar más con propuestas del tipo: acudir
todos los días a clase, estudiar todos los días dos horas..., es decir, fijar la
conducta que se desea y el número de veces por día o por semana.

Acuerdo en las consecuencias positivas y negativas del cumplimiento de


las acciones propuestas. Se deberá establecer, junto con el hijo, los castigos y
las recompensas a aplicar. Se deberán analizar las acciones previas que no
han dado resultado.

Establecer cuándo se llevará a cabo lo pactado.

Los padres han de comprometerse a realizar su parte del «pacto», de tal


forma que, previo a imponer el castigo o la recompensa, dialoguen para no
contradecirse en sus decisiones.
3a etapa:

Ejecución de los acuerdos establecidos. Una vez seleccionada la conducta


(estudiar dos horas de lunes a viernes), registrar la frecuencia de su
cumplimiento.

Estrategias

Definir exactamente, por parte de los padres, qué desean del hijo,
especificando qué conducta es la que desean que cambie.

Buscar alternativas entre el hijo y los padres sobre cómo aumentar el


rendimiento escolar de aquél.

Establecer las recompensas y sanciones cuando el hijo cumpla (o no) lo


acordado.

En qué medida mejora la relación familiar con la mejora en la relación


parental. Qué ha cambiado en la relación del sistema parental (con respecto al
hijo) cuando éste ha cambiado y viceversa.

Prescripciones

Hijo: Estudiar más. Concretando el siguiente horario, de lunes a viernes dos


horas diarias (por ejemplo). De este modo, el hijo puede empezar a aprender
a regularse y a controlar las consecuencias de sus actos. Al cumplimiento o
no de esta acción le procederá otorgarle una recompensa (prefijada) o su
retirada.

Padres: De mutuo acuerdo, otorgar la recompensa o el castigo. De esta


forma, mantendrán unos límites claros y se afianzarán los patrones educativos
a través del diálogo. No contradecirse en las decisiones que tomen.

Temporalización
La aplicación del programa tendrá una duración determinada. Si en el plazo
acordado no se han producido adelantos o bien se han detectado otros
subsistemas, origen del problema, habrá que modificar las estrategias, los
objetivos... creando otro programa conforme a las nuevas necesidades.

Nota: El programa es muy general. He tomado como referencia un


sistema familiar formado por los padres y un hijo. Este programa dirigido a
una familia, no impide la posibilidad de desembocar en una terapia de pareja
o la intervención más específica en un subsistema determinado. La hipótesis
de fondo generada para este programa parte de un desajuste entre las pautas
educativas entre el padre y la madre (Sonia Beltrán).

PSICOANÁLISIS Y TERAPIA FAMILIAR

Históricamente el psicoanálisis ha jugado un papel importante en el


nacimiento y desarrollo de la Terapia Familiar. Hasta la aparición tímida de
ésta (década de los cincuenta del siglo pasado), las psicoterapias habían
bebido de manera casi exclusiva en las fuentes originadas por el psicoanálisis
en una doble vertiente: como «teoría de la personalidad» ampliamente
desarrollada por Freud y como «técnica psicológica» para el abordaje y
solución de los conflictos intrapsíquicos. De una y otra consideración, la
Terapia Familiar de enfoque Sistémico tomó elementos que mantuvo, aunque
sometidos a un proceso de evolución que actualmente aparecen como lejanos
del psicoanálisis y, en otra dimensión, introdujo algunas matizaciones que
han contribuido a formar un cuerpo doctrinal que afecta igualmente a los dos
planos citados: la terapia familiar tiene también su «teoría circular» del
comportamiento humano. Frente a lo lineal que se centra en lo intrapsíquico
de manera preponderante, ha ido construyendo una «técnica de intervención»
acorde con la visión que defiende de la conducta que se origina dentro del
funcionamiento de un sistema vivo y en crecimiento permanente.

La primera generación de terapeutas familiares proceden del psicoanálisis


en cualquiera de sus modalidades y matices. Basta leer sus trabajos para
captar de manera inmediata que en todos ellos estuvo muy presente una
actitud de tributo a la teoría psicoanalítica y agradecimiento por lo recibido
de ella y practicado en el ejercicio de la terapia sobre sus presupuestos
básicos. Al mismo tiempo se aprecia en estos autores un deseo de
«despegarse» del psicoanálisis más puro. Técnicamente se marcaron muy
bien las diferencias y tanto en el inicio de los procesos de terapia como en el
desarrollo del mismo las diferencias fueron apareciendo de manera bastante
nítida. Al psicoanálisis le interesaba el pasado biográfico del analizado, sus
vivencias, las huellas dejadas en su estructura emocional por la presencia de
episodios no asimilados en el momento de ser vividos para, desde esos
descubrimientos, intentar una elaboración de ese pasado mediante la
concienciación de lo acontecido a fin de integrarlo como una experiencia
vivida pero suficientemente «colocada» para no producir más daño. Al
modelo sistémico que sustenta la terapia familiar que practicamos le interesa
el «aquí y ahora», no la etiología del conflicto, sino las relaciones circulares
con el contexto y el entorno que pueden explicar el nacimiento u origen de
los síntomas (*) y, lo que con mayor fuerza es más interesante, el
«mantenimiento de los síntomas» (*).

Las inexplicables «luchas de escuelas» entre estas dos realidades han


ahondado las diferencias en vez de intentar acercar las orillas y buscar un
modo constructivo de «integrar» los elementos potencialmente capaces de
acercarse para disminuir distancias. Sería largo enumerar todos los terapeutas
de una y otra corriente que han hecho aportaciones valiosas en orden a este
acercamiento. Stierlin (1975), Sanz Pons (1994), Garrido, M. y Espina
Eizaguirre (1995), Fernández Villamarzo (2002), Pérez i Testor (2002) y Ríos
González (2000 y 2002) pueden ser referentes iniciales sobre cuyas ideas es
posible comprender lo que hay de común en ambos enfoques terapéuticos
(J.A.Ríos).

PSICOTERAPIA
Entre las muchas definiciones que se han dado de ella a lo largo del tiempo,
optamos por la formulada por la FEAP (*) en sus documentos oficiales,
entendiendo por tal «un tratamiento científico, de naturaleza psicológica para
las manifestaciones psíquicas o físicas del malestar humano, que promueve el
logro de cambios o modificaciones en el comportamiento, la salud física y
psíquica, la integración de la identidad psicológica y el bienestar de las
personas o grupos tales como la pareja o la familia».

Según tal descripción, «el término Psicoterapia no presupone una


orientación o enfoque científico definido, sino que connota un amplio
dominio científico-profesional especializado, que se especifica en diversas y
peculiares orientaciones teóricas, prácticas y aplicadas» (Del Dossier de
Presentación de la FEAP, 2003).
QUINTACOLUMNISTA

He dado tal denominación (Ríos, 1994a), tomada del argot habitual en las
guerrillas, al miembro del sistema familiar que hace posible el mantenimiento
del síntoma (*) dentro del sistema. Este miembro, como el guerrillero que se
infiltra en las fuerzas del enemigo, refuerza y hace posible la persistencia del
síntoma perturbador. Su papel, difícil de descubrir en la intrincada trama de
las interacciones familiares, encierra una contradicción, dado que por una
parte busca una solución al problema, mientras que por otra hace «algo» para
que la situación no cambie. La raíz de este comportamiento ambivalente está
en que tal miembro obtiene algún beneficio de cuanto se está viviendo por lo
que no quiere que cambie la situación.

El descubrimiento del quintacolumnista hay que hacerlo a través de pistas


ocultas tras apoyos camuflados, justificaciones racionales, alianzas ocultas
con el paciente y otra serie de juegos que hacen posible que todo siga igual
aunque verbalmente se manifieste el deseo y la intención de que todo cambie.
El beneficio que se obtiene manteniendo el síntoma es más fuerte que cuanto
se desea conscientemente.

Figuras típicas de quintacolumnismo son, por ejemplo, el padre periférico,


la madre amparadora, el hermano que no desea que el paciente deje de ser
problemático para no perder él la posición de privilegio que tiene al ser
valorado como ejemplar, equilibrado o bueno en términos generales. Reside
aquí la explicación del inconsciente fomento de lo disfuncional o lo
patológico (J.A.Ríos).
REDEFINICIÓN

La redefinición consiste en ampliar la conceptualización que la familia tiene


del problema ya que la familia suele poner el problema en un miembro y el
terapeuta debe enfocarlo a la luz de las relaciones familiares y en su contexto
(Minuchin).

Para Ríos (1994a) consiste en devolver en términos normales o evolutivos


lo que la familia percibe como patológico, de manera que la familia comience
a verlo desde otra perspectiva, convirtiendo el problema en algo que tiene
solución.

Una vez redefinido el problema, se trata de hacerles ver que el cambio


deseado ha de ir en una dirección diferente a la que ellos han previsto. Este
enfoque permite analizar las características del sistema familiar en cuanto que
alguna de ellas tiene que ver con el conflicto consultado. «Se trata de un
desplazamiento de perspectiva, del paciente individual al sistema familiar;
dando lugar a un significado nuevo para el síntoma individual. En la práctica
clínica, este desplazamiento se puede compartir con la familia como un
reencuadramiento del problema presentado, tal que ahora las conductas
individuales se vean eslabonadas a una pauta familiar significativa» (Ríos,
1994a), permitiendo que una vez que la familia perciba el problema desde
una perspectiva distinta tenga más opciones de cambios, por lo que la
redefinición debe ser formulada en la primera sesión (Nichols y Schwartz,
1998; Ríos, 1994a).

Según los autores citados, los pacientes siempre tienen una opinión acerca
de las razones de sus problemas, lo que hace que no los tengan resueltos. De
este modo el trabajo del terapeuta utilizando la redefinición es poder ofrecer a
la familia una nueva visón más positiva y constructiva del problema (Nichols
y Schwartz, 1998).

Esa concepción es derivada de la organización mental de cada persona


que puede ser considerada un sistema de ideas y como todo sistema es
jerarquizado, estructurado y presenta las propiedades de homeostasis,
totalidad, etc. Esto hace que para que la persona cambie sus comportamientos
tenga que cambiar su sistema de ideas y en este plano influye mucho el
trabajo del terapeuta, que por medio de la redefinición puede cambiar el
sentido de un suceso modificando su significado para el paciente y en
consecuencia su mismo comportamiento (Elkaim, 1998).

Es importante tener en cuenta que por tener ese sistema de ideas


estructurado se mantiene su homeostasis. Para que el paciente cambie sus
ideas es necesario que cambie la percepción de mundo, de las personas y de
sí mismo, lo que hace normal que el esfuerzo del terapeuta en ese sentido sea
rechazado por la familia (Elkaim, 1998).

Con la redefinición se pretende burlar ese sistema asociando elementos


distintos al sistema, disociándolos o añadiendo elementos nuevos que ayuden
al paciente a generar un nuevo contexto de ideas (Elkaim, 1998).

El origen de esta técnica está en la cibernética que afirma que el sentido


de un mensaje está en su contexto. Con la redefinición se pretende cambiar la
percepción del contexto, por lo que aunque en cada familia encontremos
múltiples características necesitadas de replanteamientos más sanos, pueden
señalarse algunas áreas especialmente aptas para este trabajo, tales como el
sistema de interacción, mensajes verbales y no verbales, tanto en sus
contenidos como en su relación y todo el conjunto de símbolos, gestos,
modales, tonos de voz, poder, dinero, así como los tipos de comunicación
(Elkaim, 1998; Ríos, 1994a) (E.López Santiago y C.Pereira Mosmann).
REDEFINICIÓN DEL SÍNTOMA

(Ver SÍNTOMA [*])

REESTRUCTURACIÓN

Toda psicoterapia tiene como objetivo fundamental la introducción de


cambios en la dirección que se juzgue más importante para conseguir que el
paciente - individuo, pareja o familia - se encuentre mejor y logre una
dinámica de crecimiento progresivo que le ayude a conquistar la madurez.
Por ello el primer objetivo de la terapia familiar y de pareja es iniciar un
proceso de cambio en la interacción sistémica, objetivo que se conseguirá a
través de la reestructuración del sistema.

Como hemos expuesto en otro lugar (Ríos, 1994a), esta tarea ha de


hacerse mediante el planteamiento de objetivos inmediatos y fijación de
metas a largo plazo, parcelando la actuación a través de alguno o algunos de
los subsistemas internos que se vean más resistentes al cambio que se
pretende conseguir, comprensión del síntoma (*) como verdadera maniobra
del sistema de comunicación establecido en esa familia, abandonando la idea
de la inutilidad del síntoma porque éste tiene un verdadero sentido que hay
que desenmascarar.

Minuchin (1974) defiende que la «reestructuración activa» que conduce al


cambio (*) y a la «curación» tiene como elementos centrales la alianza del
terapeuta con alguno de los miembros del sistema provocando la crisis de la
familia mediante provocaciones que den paso y permitan nuevas
experiencias. Para ello plantea tareas que confunden o equivocan a los
miembros de la familia, obligándoles a cambiar su modo de pensar, así como
manda a los miembros la realización de tareas que han de llevar a cabo fuera
de la sesión de terapia.

Selvini Palazzoli (1975) utiliza para ello las prescripciones paradójicas (*)
que convulsionan el funcionamiento rutinario de la familia (J.A.Ríos).

REVISTAS ESPAÑOLAS DE TERAPIA FAMILIAR

Cuadernos de terapia familiar

Publicación cuatrimestral editada por «Stirpe» (Centro de Diagnóstico y


Terapia Familiar y Escuela de Formación en Te rapia Familiar). Fundador y
Editor: José Antonio Ríos González. Fundada en 1986 con motivo del XX
Aniversario de «Stirpe». Acaba de publicar su número 54 (II época-
primavera/verano de 2003) y tiene editados 12 números monográficos
dedicados a los temas «Terapia Familiar Breve» (18), 25 Aniversario de
«Pragmática de la Comunicación Humana» (24-25), «30 años de TF en
España y 30 años de "Stirpe"» (30), «30 años de TF en Europa y América»
(31), «Familias en el mundo» (38), «Investigación básica y TF» (40), «El
incesto como amenaza familiar» (43), «Familia y Ciencias de la Educación:
bibliografía de 37 años» (43), «Cuerpo y TF» (44-45), «Familia y Adopción»
(47), «Los duelos en la familia y la pareja» (51) y «Psicoanálisis y familia»
(52).

Cuadernos da cuenta en su sección «Libros y Revistas» de cada uno de


sus números de los Sumarios o índices de las revistas españolas y extranjeras
con las que mantiene intercambio y cuyo contenido sea el de TF o de
psicoterapias y ciencias afines.

Redacción: Paseo de las Delicias, 65, bloque A, esc. 3, 2° B. 28045 -


Madrid. Tel. (34) 91527 32 56. E-mail: rios@correo.cop.es; web:
www.stirpe.net

Familia

Revista semestral de Ciencias y Orientación Familiar del Instituto Superior de


Ciencias de la Familia. Universidad Pontificia de Salamanca. Acaba de
publicar su n° 26 (enero 2003).

Redacción: Compañía, 5. 37008 - Salamanca. Tel. (34) 923 27 71 41. E-


mail: cc.familia@upsa.es; web: www.upsa.es/familia.html

Mosaico

Publicación cuatrimestral de la FEATF. Acaba de publicar su número 25 (III


época-primer cuatrimestre 2003).

Redacción: Zurbano, 86, 2° derecha. 28010 - Madrid. Tel. (34)91 442 71


39. E-mail: mosaicom@adv.es; web: www.featf.org

Systemica

Revista de la Asociación Andaluza de Terapia Familiar y Sistemas Humanos.

Acaba de publicar su n° 9-10 (2001-2002).

Redacción: Avda. Cruz del Campo, 10. 41005 - Sevilla. Tel. (34) 95457
29 26. E-mail: aatfash@arrakis.es; web: http://aatfash.org

ROLES FAMILIARES

Los roles familiares pueden tener su origen en funciones naturales que tienen
su cabida en la interacción familiar o en las atribuciones (*) que la propia
familia va dando a cada uno de los miembros del sistema.

Los roles naturales vienen estructurados en función de mecanismos


derivados de las características de tipo personal que se ponen al servicio del
funcionamiento de la familia. La edad, el sexo, los rasgos personales, entre
otros, contribuyen a la estructuración de un determinado tipo de
funcionamiento que va transmitiéndose insensiblemente pero con fuerte
vinculación a la red del contexto que se genera en estas interacciones.
Aportan su influencia de manera natural y espontánea, engarzándose en el
funcionamiento de la familia de un modo suave y a través de la vida de cada
día.

Muchas de las cosas que realiza cualquier padre o madre en su interacción


con los hijos obedece a este mecanismo. No hace falta aprender la ternura, el
afecto, la expresión de sentimientos y emociones, salvo en los casos en que
una distorsión excesiva haya roto los circuitos habituales de exteriorización
de estos estados afectivos. De la misma manera ocurre con las actitudes
educativas que conducen a un uso mínimo de la autoridad y los esquemas de
disciplina que se transmiten en el interior de la vida familiar.

Esto no quiere decir que no haya que prestar atención a su cultivo y


potenciación. Siempre puede mejorarse la utili zación de los roles naturales,
pero especialmente hay que prestarles una mayor atención cuando la
educación se hace difícil, ya sea por la presencia de episodios que se
convierten en hechos de significación especial, ya sea por el normal pase a
ciclos vitales (*) en los que el reajuste de mecanismos de interacción necesita
una reestructuración (*) en cualquiera de sus múltiples sentidos (J.A.Ríos).
SECUENCIA INTERACTIVA EN EL SISTEMA

Pueden denominarse así a todas las conductas que al ser observadas


demuestran que dan lugar a comportamientos encadenados que van
entrelazándose en el funcionamiento familiar hasta explicar un determinado
modo de actuar. Suelen ser repetitivas de tal modo que en su reiteración se
produce un juego (*) continuo que constituye el estilo de funcionamiento
familiar que debemos tener presente en nuestras intervenciones terapéuticas.

La observación de las mismas constituye uno de los elementos básicos


para descubrir la interacción familiar (*) (J. A.Ríos).

SEPARACIÓN MATRIMONIAL

(Ver DIVORCIO [*])

SESIÓN EFICAZ EN TERAPIA FAMILIAR Y DE PAREJA

Lo he presentado dentro del Programa de nuestra Escuela de Formación


como «Cuaderno de bitácora para estructurar una sesión eficaz», abarcando
los siguientes aspectos:

1.Ejes de toda sesión

-Para no perder la ruta de la sesión, tener presente que en toda sesión hay
que hacer:

1.1.No empezar la sesión sin una hipótesis sistémica que sirva de


camino para «entrar» en la familia o la «pareja».
1.2.Redefiniciones: Hacer 2-3 para mostrar una nueva perspectiva o
«narrativa» del problema que les afecta.

1.3.Connotaciones: En toda sesión deben hacerse 34 para reforzar


«algo» que veamos como positivo para irlo transformando en el
«talón de Aquiles» sobre el que construir el futuro del sistema.

1.4.Prescripciones: 2-3 que, mediante su cumplimiento o no, permitan


ir midiendo el nivel de compromiso que la familia va adquiriendo
conforme avanza el proceso terapéutico.

2. Ritmo de la sesión

-Cada familia tiene un ritmo propio que hay que respetar para ganar en
eficacia: llevarlo en otro es agotarlos o conducirlos al abandono y la
desgana por sentirse «incapaces».

Dentro del ritmo apropiado a cada sistema hay que poner en práctica:

2.1.Escuchar más que hablar: Porque tienen que descargar muchas


cosas y la terapia tiene mucho de «catarsis». Controlarlos sí, pero
no a base de acaparar nosotros la palabra: «Mas que una boca que
les hable necesitan unos oídos que escuchen».

2.2.Hacer que piensen, elaboren y decidan ellos: Los silencios del


terapeuta son muy importantes para que nazcan nuevas cosas y
nuevas alternativas. No debemos darle todo masticado porque
entonces no trabajan ni en la sesión ni entre sesión y sesión.

2.3.Muchas cosas las tienen «dentro»: Ayudarles a que las descubran y


las saquen ellos (la mayéutica de Sócrates era ayudar a «parir» lo
que tenemos dentro. Lo aprendió de su madre que era partera).

2.4.Desacelerarlos, dado que la ansiedad los hace venir «como motos»:


En nuestra práctica clínica utilizamos metáforas fáciles de entender
y ricas en sugerir: «la planta no crece por mucho que tiremos de
ella»; «al coche no se le lleva siempre "en directa"»; «florece
cuando es primavera»).

2.5.Controlar nuestro ritmo o nuestra ansiedad: Si a la


superaceleración de ellos añadimos la nuestra, la sesión no vale
para nada.

2.6.Plantearnos el ritmo (nuestro ritmo) antes de la sesión y en


coterapia que uno controle las velocidades y ansiedades del otro.

2.7.Que durante la sesión autoobservemos el ritmo que llevamos y


controlemos nuestros excesos.

2.8.El problema de los tiempos durante la sesión: Información,


intervención, entrada del Equipo Reflexivo, «cierre» de la sesión.

3.Desafíos en la sesión

3.1.La terapia se hace aquí (en sesión); los cambios, en casa.

3.2.En toda sesión debemos fijar: a) aspectos a estabilizar y b) aspectos a


cambiar.

3.3.Invitarles a construir un nuevo relato de su «triste historia».

3.4.Provocar que cada uno se comprometa a cambiar «algo» hasta la


próxima sesión con independencia de lo que hagan o no hagan los
demás.

3.5.Ellos nos desafían a nosotros con descalificaciones o con «si...,


pero...». Cuando descalifiquen lo que dice uno, el otro terapeuta debe
entrar a equilibrar y reforzar lo hecho o dicho por el descalificado.
4.Contenidos a elaborar

El «qué hacer» en cada sesión ha de tener unos objetivos concretos:

4.1.Tipo de comunicación (*) predominante en la familia y en cada uno.

4.2.Nivel de comunicación (*) predominante en la familia y en cada uno.

4.3.EE (Emoción Expresada): Grado en la familia.

4.4.Cohesión familiar.

4.5.Expresividad familiar.

4.6.Autonomía de cada miembro, según su edad y desarrollo.

4.7.Orden y organización en la familia.

4.8.Control y firmeza en la familia.

5.Cambios a explorar en la sesión

Lo que no hay que perder de vista:

5.1.Interacción familiar: Si va cambiando para «mejor».

5.2.Comunicación: En qué sentido y nivel va modificándose.

5.3.Firmeza parental (y unidad educativa Padre/Madre).

5.4.Cambios-2 que van apareciendo en la familia.

6. Referentes para no perderse en la sesión

No es infrecuente tener que trabajar con familias y parejas que con gran
facilidad intentan llevar la sesión por donde les conviene a ellos. Cada día
estoy más convencido de la capacidad de imitar que posee la familia para
intentar repetir algunas de las cosas que hacemos con ellos en la terapia.
Particularmente hay una que me llama la atención, aunque muchas veces se
nos escapa y no logramos controlarla: como le decimos con mucha frecuencia
que «cuando hemos estado preparando la sesión...», «al ver qué convendría
hacer en la sesión de hoy...», «el equipo opina que...», «en el equipo no to dos
estamos de acuerdo respecto a ustedes que...», ellos también empiezan a
«preparar la sesión» antes de venir a ella. Y se reparten roles y tareas, y fijan
temas a abordar y cuestiones que es mejor eludir o silenciar... Si esto es así, y
creo que sucede más de lo imaginado, puede ser que sus planteamientos nos
despisten y nos lleven por caminos que no esperábamos. Este modo de
funcionar es peligroso, por lo que se hace necesario tener unos puntos de
referencia a los que agarrarnos cuando esto suceda.

Esa es la razón de por qué siempre tengo en mi mente un esquema,


sencillo pero claro, de lo que puede hacerse para «reconducir» la sesión por
el camino que hayamos juzgado más conveniente para el progreso de esa
familia o pareja. De manera concreta: si estoy perdido, y en función de lo que
hayamos planificado como mejor, debo recurrir a alguno de los ejes
esenciales de cada Escuela. Reduciendo al máximo las ideas de cada Escuela
ofrezco el cuadro «para no perderse» que se ha presentado en el término
«Modelos de intervención sistémica familiar» (*).

7.Lo que hay que conseguir en toda sesión

7.1.Procurar obtener material nuevo con el que poder construir una nueva
historia que rompa la previamente existente como base de las
disfunciones que afectan a la familia y la pareja.

7.2.Descubrir estímulos para introducir cambios-2 en la interacción


familiar existente.

7.3.Lograr el funcionamiento de algunos desafíos para que concreten al


máximo, tanto en lo que narran como en lo que desean y buscan, a fin
de impedir que se vayan por las ramas.

7.4.Introducir elementos que sean capaces de desencadenar empujes para


que la misma familia o pareja tome conciencia de su capacidad
creativa para poner en marcha mecanismos que creen nuevas y más
positivas situaciones.

8.La forja de la coterapia (*)

La formación de una pareja terapéutica es cuestión de tiempo. No todas las


personas desean trabajar en coterapia ni todas logran integrar sus distintos
estilos personales para que en ningún momento supongan una interferencia
en el trabajo común que hay que llevar a cabo si se opta por esta modalidad.
A lo largo de nuestros años de trabajo hemos podido ver que la forja de la
pareja terapéutica va a depender del modo como se logren los pasos
siguientes:

8.1.Tener un lenguaje cifrado común para poder interactuar en la sesión


(Ríos, 2000).

8.2.No hablar nunca en primera persona, sino emplear el «nosotros» como


modo de transmitir a los pacientes que los dos terapeutas compartimos
objetivos y técnicas que impidan llevar a cabo dos terapias paralelas en
la misma sesión.

8.3.Apoyar continuamente lo que haga y diga el otro, para lo que es


necesario preparar bien las sesiones y distribuir, si es necesario, las
tareas que pretenden llevarse a cabo.

8.4.Si no se está de acuerdo en algo que se hace o dice en la sesión hay


que saber aceptarlo sin descalificarlo verbal o codificadamente. Lo que
pueda surgir como diferencia o discrepancia se discute después de la
sesión y se tiene en cuenta para el futuro.

8.5.Analizar con quién perdemos la «neutralidad» (*) para saber evitar


enfrentamientos o escaladas innecesarias. Cada terapeuta debe ser
consciente de las situaciones o las personas con las que su neutralidad
queda amenazada (J.A.Ríos).

SESIONES EN TERAPIA FAMILIAR

(Ver: PRIMERA [*] TERCERA [*])

SÍNTOMA

Desde el punto de vista sistémico, entendemos por síntoma la manifestación


externa de fallos o fenómenos que tienen lugar en capas profundas del
proceso de adaptación del individuo a las exigencias de su progreso o del
sistema familiar a un nuevo ciclo vital (*). La presencia de síntomas obliga a
reestructurar mecanismos, reglas, valores, mitos, rituales, fidelidades, juegos
de poder..., en un momento crítico de la vida del sistema o del individuo
catalogados como «enfermos».

En todo síntoma, desde la perspectiva sistémica, se oculta un lenguaje no


verbal a través del cual el sujeto intenta transmitir al entorno algo que no
sabe, no puede o no quiere decir con lenguaje verbal y directo. En la
aparición de síntomas influye poderosamente la presencia de factores (*) que
explican tanto la aparición como el mantenimiento de la sintomatología. El
uso de síntomas como comunicación da lugar a la aparición de lo que
podemos denominar «comportamiento sintomático» (*), conducta que ha de
conocer adecuadamente el experto en el tratamiento de la interacciones
familiares o de pareja (J.A.Ríos).

SÍNTOMA (REDEFINICIÓN DEL...)


Como estrategia terapéutica sistémica consiste en devolver a la familia en
términos evolutivos o normales lo que ellos están percibiendo y viviendo
como disfuncional, anormal o patológico (J. A Ríos).

SÍNTOMA (PRESCRIPCIÓN DEL...)

Consiste en el mandato por parte del terapeuta para que la familia lleve a
cabo aquello que, precisamente, trata de eliminar. La prescripción paradójica
obliga a que la familia siga haciendo aquello que viene realizando, de manera
que lo que hace por imperativo de sus mecanismos inadecuados de ajuste,
empiece a realizarse de manera directa y consciente, rom piendo de ese modo
la tiranía del síntoma que actúa llevando a la familia a situaciones inadecuas
(J.A.Ríos).

SINTOMÁTICO, COMPORTAMIENTO

(Ver COMPORTAMIENTO SINTOMÁTICO [*])

SISTEMA ABIERTO Y SISTEMA CERRADO: DIFERENCIAS


SISTEMA ABIERTO Y CERRADO:
INTERVENCIONES ESPECÍFICAS
SISTEMA FAMILIAR CREADO (SFC)

Cuando una pareja decide unir su vida y establecer los vínculos


interpersonales que les lleven a crear un nuevo sistema familiar, tiene el
deseo de formar una familia diferente a las que han conocido y vivido, lo que
implica asimilar un nuevo modo de ser, que sustituya los esquemas previos,
los supere y en principio trate de mejorarlos. Lo mismo sucede cuando una
pareja ya constituida decide traer al mundo a un nuevo ser, su forma de
relacionarse cambiará radicalmente, ya que dejan de vivir en la reducida
esfera del uno para el otro, para introducir un nuevo elemento en la
construcción diaria de sus vidas.

Podemos definir el sistema familiar creado como una nueva unidad


conyugal vital, en la que se conjuga la aportación de cada uno de los
miembros de la nueva pareja (historia per sonal, bagaje familiar de origen),
con las presiones o las influencias que ejercerán tanto las respectivas familias
de origen, así como el entorno sociocultural en el que se van a desarrollar.
Este proceso les hará alcanzar una identidad propia de pareja que las
distinguirá de las demás y les exigirá, a cada uno de los cónyuges/padres, una
profunda transformación sobre todo en la esfera individual.

En este transcurso hay elementos que no se pueden perder de vista, que


ayudarán a crear un nuevo sistema funcional que permita a sus miembros un
sano crecimiento personal y de pareja.

La fundación de un nuevo sistema familiar reclamará la delimitación de


confines propios que les ayudará a reforzar todo aquello que les permita
desarrollarse, separándose de los modelos de comportamiento que hasta
entonces habían tenido como válidos. De igual forma, en ese proceso de
separación del modelo anterior, será necesario que se establezcan una nueva
serie de relaciones, no sólo de cara al nuevo mundo social que les rodea, sino
que sobre todo deben velar por establecer un nuevo tipo de relación con los
miembros del SFO que están dejando. Sin estas dos actitudes, es imposible
que se cree el ambiente necesario para crear esa nueva unidad conyugal vital.

El primer paso que los componentes de la nueva pareja deben dar es el de


sentirse profundamente casados, o en su caso de sentirse radicalmente padres,
ser conscientes de lo que hay que dejar de ser, para lo que hay que comenzar
a ser.

Por tanto, en este doble proceso, sentirse casado-casada o sentirse padre-


madre, el esquema fundamental será:
-la relación que se cambia con el SFO por el hecho de ser hijo/a;

-la relación que se establece con el SFC por el hecho de ser


esposo/esposa, padre/madre.

En la terapia de pareja y de familia es importante analizar bien este


esquema con los casos que se presenten, pues en muchas ocasiones puede
suceder que nunca se cambió la relación con el SFO y se sigue dependiendo
de él como hijo o hija protegido por ese sistema, provocando que ese
miembro se estanque en su crecimiento y no se desarrolle plenamente en su
nueva dimensión de esposo y esposa o de padre y madre.

De aquí brota una realidad tangible en muchas parejas y familias. El SFC


no depende la mayoría de las veces de la buena salud psíquica y grado de
desarrollo personal de las individuos que lo componen, sino más bien del
grado de interacción que establezcan entre ellos. Si la interacción está viciada
por la intromisión de otros elementos, como puede ser el SFO, o por la falta
de conciencia de la nueva relación que se ha establecido, no sería difícil
terminar en una profunda crisis de difícil solución.

Para afrontar este tipo de crisis en un ambiente terapéutico, se pueden


analizar las siguientes áreas de interacción entre los miembros que ayudarán,
en la medida de las posibilidades de cada situación, a ir reestableciendo los
vínculos necesarios: salud, economía, vida social, vida cultural, vida
religiosa, profesión, afectividad y sexualidad. El análisis de dichas áreas nos
permitirá abrir el camino a otros planteamientos y otras realidades del interior
de la pareja.

Por último es importante señalar que en este proceso, uno y otro cónyuge
han de saber para qué les sirve el nuevo sistema familiar, y en caso de que la
interacción no esté funcionando entre ellos, ver hasta qué punto están usando
antiguos esquemas para expresar sentimientos de antiguos conflictos no
solucionados (A.Fabregat).
SISTEMA FAMILIAR DE ORIGEN (SFO)

Desde la perspectiva sistémica, podemos considerar a la familia como un


sistema abierto que se estructura en subsistemas organizados de forma
jerárquica, los cuales, a pesar de los límites existentes entre ellos, pueden ser
traspasados. Cada nueva estructura familiar no surge de la nada, si no que sus
miembros vienen de sistemas familiares previos, que conocemos con el
nombre de sistema familiar de origen (SFO). Los nuevos cónyuges, como
personas individualizadas, aportan una historia personal y un modelo familiar
que han vivido durante su crecimiento.

No sólo es un conjunto de personas significativas (padres, hermanos,


etc.), sino que lo constituyen también el tipo de interacciones, de estructura,
el mapa de comunicaciones, los límites, los mitos, las expectativas, las
tradiciones, las creencias y todos aquellos aspectos que intervienen en el
desarrollo de los miembros de ese sistema a lo largo de los diversos ciclos
por los que pasa. No se limita al simple ambiente familiar, ya que este
sistema se engloba en un sistema más amplio: la comunidad que le rodea en
la ciudad o el pueblo, la región, la nación, la organización supranacional, etc.
Es un término que ya podemos encontrar en la escuela psicoanalítica con el
nombre de inconsciente colectivo. Retrotrae a los orígenes de la vida personal
del cónyuge como persona individualizada. Vemos que es un entramado
intenso y que deja una huella importante en la formación y configuración de
las personas que en él viven, lo que un filósofo contemporáneo ha llamado el
espesor histórico de la persona.

A continuación, nos detendremos a mencionar algunos aspectos


importantes del SFO y las implicaciones que tiene el trabajo con él en la
terapia.

En primer lugar hay que determinar los miembros que constituyen el SFO
de cada persona. No se puede limitar, en muchos casos, a los padres o a los
hermanos, que en principio constituyen el núcleo fundamental, sino que
habrá que indagar en el influjo y el poder que en el interior del sistema hayan
ejercido abuelos, tíos u otras personas cercanas, no sólo nos referimos a
cercanía física, sino a la intromisión que hayan ejercido en su interior.

Como segundo aspecto importante, debemos descubrir el valor dominante


de esa familia, pues cada una se estructura alrededor de alguno en concreto.
Este valor puede ser de lo más variado: la inteligencia, la salud, la comida, el
dinero, la religión, la política, el prestigio social, la belleza, etc. Estos valores
dependen, en gran medida, de variables como el nivel sociocultural,
económico, etc. A la hora de intervenir en la terapia hay que revisar la actitud
que se ha adoptado frente a los valores que ha transmitido el SFO. Puede ser
de aceptación o de rechazo, ya que cada uno de los miembros, de forma
individual, hará una selección entre lo que desea mantener como valor
perdurable y renovable y lo que selecciona como intocable por haberlo
incorporado al esquema básico de su razón de ser.

Un tercer aspecto fundamental a la hora de analizar el SFO es el detectar


el poder que se ejerce en su interior, ya que de él depende el tipo de
organización que se establezca en la familia. Ésta puede ser matrifocal o
patrifocal. En la terapia de familia es importante averiguar qué tipo de poder
vivieron los miembros de la familia en sus respectivos SFO ya que de forma
consciente o inconsciente tratarán de repetir los mimos esquemas.

Un cuarto elemento a tener en cuenta es el mundo de los mitos que rodean


al SFO. La literatura al respecto es amplia y éstos pueden ser de lo más
variado. La importancia que juega en el sistema familiar es fundamental ya
que marcarán la aparición de rituales y son un mecanismo de defensa de esa
familia frente a ataques del exterior. Van desde el mito de la unidad familiar
al de «quien se ha heredado» pasando, entre otros, por el de la felicidad, la
normalidad, la capacidad para, a quién se parece, etc. La aceptación de los
mitos por parte de los miembros del SFO es paulatina e imperceptible. A la
hora de analizarlos en la sesión hay que tener cuidado, puesto que el rechazo
de alguno de estos mitos puede crear la sensación de que se ha traicionado a
la propia familia. La actitud que habría que lograr es la de la plena y
consciente aceptación del mito.

Además de los aspectos fundamentales y esenciales antes mencionados,


hay otros en los que nos podríamos detener. Esto correspondería a un análisis
más profundo, pero no por eso voy a dejar de mencionarlos. Habría que tener
en cuenta las actitudes educativas básicas, el tipo de autoridad que se ha
ejercido en su interior, la disciplina que ha predo minado, las crisis más
importantes que ha sufrido el sistema y por último las fidelidades y
coaliciones ocultas dentro del SFO que después ejercerán un peso importante
en la formación de un nuevo sistema familiar por parte de alguno de sus
miembros (A.Fabregat).

SISTEMA FAMILIAR QUERIDO O DESEADO (SFQ)

Quizá es la realidad menos visible en la formación de un nuevo sistema


familiar (SFC), pero sin embargo es una de las más influyentes y, en
ocasiones, decisivas. Nos referimos al complejo mundo de las aspiraciones,
de los deseos, de las idealizaciones e incluso de las fantasías que movilizan
todas nuestras fuerzas y las orientamos a unos objetivos futuros que
deseamos conseguir.

Podríamos definir el sistema familiar querido o deseado como el conjunto


de transacciones (aspiraciones, deseos, idealizaciones y fantasías) que cada
miembro espera realizar y alcanzar en el nuevo sistema que está formando.
Con el paso del tiempo cada uno de los miembros tratará de organizar la
nueva unidad conyugal, según las líneas que le permitan ampliamente
alcanzar esos deseos, quizá, nunca expresados. Debemos destacar que un
riesgo que se corre al fijar el nuevo sistema familiar deseado, es que estas
aspiraciones se conviertan en utopías que se traduzcan en sufrimiento y
desgracia para todo el sistema familiar creado. Esta situación es el origen de
numerosos conflictos en el interno de las familias y lo que en un inicio era
algo enriquecedor para ellas por el estímulo que les podría causar, en un
futuro es un elemento desencadenante de un proceso desintegrador.

Generalmente estos deseos se suelen verbalizar entre los miembros del


sistema, se formulan preguntas que ayudan a iluminar el camino hacia los
puntos deseados. Sin embargo, las familias menos funcionales nunca se
atreverán o simplemente no se les ocurrirá formularse esas preguntas: lo que
espero de ti como esposo/esposa, como padre/madre, como hijo/hija, como
hermano/hermana, etc. Como es de imaginar, la respuesta a estas preguntas
no se cierra en un solo renglón y deben ir variando conforme vayan pasando
las diversas etapas del ciclo vital, ya que por ejemplo no espera lo mismo un
hijo de su padre cuando es un niño que cuando está en plena adolescencia.

Esta última reflexión nos abre la puerta a una realidad antes apuntada: el
SFQ/D no se limita sólo al ambiente adulto, sino que cualquier miembro del
sistema lo enriquece con sus aportaciones (A.Fábregat).

SUBSISTEMA CONYUGAL

Dentro del contexto sistémico definimos como «subsistema conyugal» a


aquel subconjunto de la familia formado por dos personas adultas unidas
entre sí por lazos afectivos y componentes racionales que les constituyen
como pareja y que les motivan para formar su propio sistema familiar.

Prescindiendo de variedades menos frecuentes y más recientes en el


tiempo pero no por ello menos válidas, por subsistema conyugal
entenderemos el integrado por marido y mujer.

Una de las peculiaridades de este subsistema más influyentes en la


dinámica familiar es el hecho de que marido y mujer sean a la vez padre y
madre. A menudo se observa en terapia que las personas afectadas no pueden
escindir ambas facetas, entremezclando las funciones propias de los cónyuges
y los padres hasta generar un conflicto de roles, algo que resulta pernicioso
para el buen funcionamiento del sistema familiar. Es entonces cuando el
terapeuta debe actuar ayudando a la pareja a establecer un límite claro entre
ambos subsistemas.

Somos conscientes de la dificultad que entraña tratar a la pareja como


compañero sin pensar en él o ella como padre o madre, pero es indispensable
que así ocurra, ya que el subsistema conyugal posee características
definitorias completamente diferentes a las que le corresponden al subsistema
parental que próximamente definiremos.

Según Minuchin, las características definitorias de este subsistema se


centran en las funciones que posee dentro del marco familiar, y en las
cualidades que deben poseer los cónyuges para implementarlas
correctamente.

El subsistema conyugal debe convertirse en un «refugio ante los estrés


externos y en la matriz para el contacto con otros sistemas sociales»... además
de... «fomentar el aprendizaje, la creatividad y el crecimiento» de sus
miembros (Minuchin, 2001).

Para conseguirlo, en la pareja han de producirse dos fenómenos, o


cualidades de sus componentes, la complementariedad y la acomodación
mutua. Estos fenómenos bien desarrollados implican que los cónyuges
aumenten su sentido de pertenencia a un proyecto común, a costa de aceptar
la pérdida de cierto grado de individualidad.

Aceptar este tipo de pérdida es algo difícil y delicado que requiere que la
pareja posea un espacio privado independiente del resto de la familia para
poder trabajarlo. El espacio privado se aprovechará no sólo para encajar esa
pérdida, sino para fortalecer sus vínculos y sentido de pertenencia ya
apuntado en el párrafo anterior. Esto es vital para que después, como padres,
puedan transmitir a sus descendientes unos valores que ambos compartan, sin
que sus diferencias como personas se manifiesten en el terreno educativo.

Los cónyuges no deben perder nunca el sentimiento de ser pareja antes


incluso que el de ser padres, ya que en una evolución lógica de sus vidas
tendrán que enfrentar la marcha de sus hijos, lo que se conoce como la «crisis
del nido vacío» (Ríos, 1994a), y entonces volverán a sus orígenes, cuando se
unieron para formar una familia (J.Cejalvo).

SUBSISTEMA FRATERNAL

Dentro del contexto sistémico definimos como «subsistema fraternal» a aquel


subconjunto de la familia formado por todos los hijos e hijas que haya
engendrado la pareja. En la literatura al uso también podemos encontrar este
concepto como «subsistema filial» o «fratría».

El subsistema fraternal tiene entidad propia dentro del sistema familiar,


sobre todo cuanto mayor es el número de sus componentes, ya que dentro de
este subsistema se pueden ir formando otros pequeños subconjuntos en
función de variables como la edad o el sexo (fratría de hermanos varones,
fratría de hermanas mayores, etc.).

En terapia, la atención de este subsistema cobra una relevancia extrema ya


que constituye un «puntal básico para trabajar en la reestructuración de las
relaciones interpersonales sanas dentro del sistema familiar» (Ríos, 1994a).

Y más allá, también tiene su enorme influencia en las relaciones


interpersonales extrafamiliares, ya que, en palabras de Minuchin, «el
subsistema fraterno es el primer laboratorio social en el que los niños pueden
experimentar relaciones con sus iguales» (Minuchin).

La existencia de este nuevo subsistema hace plausible la creación de más


subsistemas que hasta entonces no podían darse, nos referimos a los
subsistemas paterno-filiales en sus múltiples variedades (padre-hijo
primogénito, madre-hija mayor, etc.).

Este hecho natural pero delicado marca de nuevo como objetivo


terapéutico el correcto establecimiento de límites entre el subsistema fraternal
y el subsistema paternal y conyugal, para evitar la formación de relaciones
insanas entre los hijos y sus padres (triangulaciones), y permitir a los
hermanos ir adquiriendo autonomía, tener su privacidad y la oportunidad de
equivocarse al tomar decisiones tanto dentro de su grupo familiar como fuera
de él.

Tal como apuntaba Minuchin, si el subsistema paternal era un elemento


socializador para el niño en su relación con personas de autoridad, ahora el
subsistema fraternal le concederá al niño la posibilidad de socializarse a un
nivel de igualdad, probando fuera de la familia con los amigos lo que ha
aprendido en su fratría, e incorporando nuevas habilidades adquiridas en ese
contexto extrafamiliar al trato con sus congéneres.

Por supuesto los hijos únicos también constituyen un subsistema fraternal


(aunque sería más correcto denominarlo filial).

En este caso los niños no pueden disfrutar de su propio «laboratorio social


casero de iguales», y tienden a madurar antes pues sus referentes más
cercanos y habituales son modelos adultos. Por eso es importante que los
padres traten de compensar este déficit fomentando las relaciones sociales del
niño fuera de la familia (J.Cejalvo).

SUBSISTEMA PARENTAL

Dentro del contexto sistémico definimos como «subsistema parental» a aquel


subconjunto de la familia formado por el propio subsistema conyugal que,
tras el nacimiento del primer hijo, incorpora los roles de padre y madre como
consecuencia de la constitución de una nueva «realidad relacional»...«la
realidad de ser padre, y la realidad de ser madre» (Ríos, 1994a).

Aprovechamos para recordar la trascendencia de escindir ambos


subsistemas, que si bien están compuestos por las mismas personas, tienen
misiones muy diferentes dentro de la familia.

Para hacerse cargo de la correcta manutención de sus descendientes es


necesario que el subsistema parental concentre todos sus esfuerzos en la
atención de los hijos, olvidando cualquier interés individual, de ahí la
importancia del buen funcionamiento del plano conyugal, ya que se evitará
que los conflictos de pareja se traduzcan en luchas de poder para imponer
criterios educativos.

Igual que ocurría con el subsistema conyugal, los terapeutas deben


intervenir en los casos en que los límites entre ambos subsistemas no son
claros, por eso es tan importante saber diferenciar ambos planos dentro de las
sesiones.

El cuidado de los hijos comprende tres funciones principales:

-alimentación;

-guía u orientación;

-control.

El grado de desarrollo y puesta en práctica de dichas funciones ha de


adaptarse al momento evolutivo por el que atraviesen los hijos, pero en
cualquier caso siempre debe estar fundamentado en una autoridad cada vez
más razonada (los infantes no necesitan el mismo tipo de argumentos que los
adolescentes en cuanto al acatamiento de reglas y normas).

La aceptación por parte del niño de las diferencias en el grado de


autoridad entre él y sus padres es algo vital para su proceso de socialización,
ya que el subsistema parental es «un laboratorio de formación social para los
niños, que necesitan saber cómo negociar en condiciones de poder desigual»
(Minuchin).

El proceso de socialización es de por sí conflictivo, ya que los padres


necesitan restringir y controlar para poder proteger y guiar a sus hijos, y éstos
a su vez necesitan poner a prueba constantemente a sus padres para ir
ganando su autonomía e individualidad, y comprobar cómo reaccionan los
adultos ante las situaciones problemáticas por las que atraviesan.

Por ello es condición sine qua non que el subsistema parental se perciba
unido y firme en sus criterios educativos, pero a la vez flexible y dispuesto a
fomentar la mutua acomodación de necesidades (J.Cejalvo).

SUPERVISIÓN EN TERAPIA FAMILIAR

Se conoce con este término el proceso de formación de terapeutas de


cualquier orientación y escuela que tiene como objetivo la ayuda del futuro
profesional o del profesional ya en ejercicio, para poder realizar un mejor
control del trabajo que lleva a cabo. Actualmente constituye uno de los ejes
fundamentales de la formación de psicoterapeutas, siendo una exigencia de
los programas de formación que se llevan a cabo en todos los países. Como
requisito indispensable está la exigencia que tal supervisión la lleve a cabo un
terapeuta avala do como tal por las instituciones responsables de la formación
de profesionales. Cada orientación sigue un modelo determinado de
supervisión, así como adopta una forma u otra entre las que destacan las
«directas» (llevadas a cabo trabajando directamente con pacientes, familias o
parejas y con un número determinado de horas exigidas para su
reconocimiento a efectos de valoración), «indirectas» (cuando el supervisor
revisa el trabajo del terapeuta en formación a través de lo que relata o
presenta éste verbalmente, por escrito o mostrado en registros
magnetofónicos o grabados en vídeo) y «grupales» (cuando la supervisión se
hace a un grupo que discute un caso real presentado por alguno de los
participantes o presentado por el supervisor para su análisis por los
integrantes del grupo formativo).

Nuestra experiencia nos inclina a dar referencia al tipo de supervisión


«directa» llevada a cabo en el seno del trabajo de «coterapia» (*) lo que
requiere el trabajo con las familias o las parejas en la sala de terapia
(J.A.Ríos).
TERAPEUTAS DE FAMILIA

(Ver TIPOLOGÍA DE TERAPEUTAS [*])

TEORÍA DE LA COMUNICACIÓN

Descrita por P.Watzlawinck, J.H.Beavin y D.D.Jackson del MRI («Mental


Research Institute» de Palo Alto [California]) en la obra Pragmática de la
Comunicación Humana (1967). Su conocimiento es totalmente
imprescindible para comprender sus elementos teóricos y el alcance de sus
aplicaciones clínicas en el análisis de la conducta y el comportamiento
humano.

La Teoría de la Comunicación estudia los modelos interactivos de la


patología y las paradojas con una nueva visión de la enfermedad psíquica y
de la psicoterapia. Fundamentada en la cibernética, la teoría de los juegos (*)
y la realidad de la información.

Nuestra revista Cuadernos de Terapia Familiar ha editado un número


monográfico coordinado por E.Gutiérrez y V.Escudero (n° 23-24, otoño
1993) con motivo del 25° aniversario de la aparición de «Pragmática» y en el
que han colaborado, juntamente con los coordinadores, P.Watzlawick,
C.E.Sluzki, J.Beavin Babéelas, E.Rogers, L.Heatherington y
M.L.Friedlander. En él se hace una evaluación y revisión de cuanto ha
supuesto tal obra en el ámbito de la terapia y se adelantan ideas de lo que
puede ser su desarrollo futuro (J.A.Ríos).

TEORÍA GENERAL DE SISTEMAS


Descrita por V.Bertalannfy, constituye una de las bases o pilares sobre los
que se asienta el modelo de intervención sis témica en la terapia. De las
muchas ideas elaboradas por su creador, queremos destacar dos que nos
parecen fundamentales tanto para entender el encuadre teórico del modelo
como para poder estructurar los modelos de intervención y algunos objetivos
esenciales en el trabajo terapéutico:

1.Concepto de sistema. Se entiende por tal el conjunto de elementos que


interactúan entre sí de tal manera que lo que sucede en un primer
elemento se transmite inevitablemente a un segundo que, a su vez, lo
pasa a un tercero, éste a un cuarto y así sucesivamente hasta el último
que lo transmite al primero cerrando el círculo.

2.De ese funcionamiento se deducen dos leyes importantes que afectan al


funcionamiento del sistema: a) la circularidad y b) la inevitabilidad de
la interacción, aspectos que tienen una clara influencia para trabajar
con los sistemas familias o cualquiera de sus subsistemas, ya que con
independencia de la voluntad que tengan los miembros para cambiar,
puede influirse sobre ellos por el hecho de actuar sobre los demás
elementos o miembros del sistema.

3.Entre los posibles tipos de sistema interesa resaltar los denominados


«sistemas abiertos» (*) y «sistemas cerrados» (*) cuyo funcionamiento
sirve de clave para explicar la aparición de conductas disfuncionales o
comportamientos sintomáticos que no dejan de ser respuestas
concretas al modo de funcionar el sistema en cuyo interior desarrolla
su vida un sujeto determinado (J.A.Ríos).

TEORÍA DE LOS JUEGOS

Descrita, entre otros, por Berne y Mara Servini Palazzoli, aunque cada uno
con perspectivas diferentes que enriquecen la visión de una realidad que
constituye un mundo rico de aplicaciones para el trabajo en la Terapia
Familiar (J.A.Ríos).

TEORÍA DE LOS JUEGOS EN LA FAMILIA SEGÚN BERNE

La Teoría de los Juegos constituye uno de los pilares sobre los que se asienta
la concepción sistémica que utilizamos en terapia familiar.

Desde nuestro punto de vista hay dos enfoques de los juegos que tienen
importancia en sus aplicaciones a la terapia familiar: por una parte la teoría
de Berne (1961 y 1968) quien, según Martorell (2002), pone las bases de la
teoría transaccional de los juegos reconociendo a George Mead (1934, 1936 y
1938) como «pionero de los estudios del papel de los juegos en la vida
social», ya que para él la conducta humana es un juego, y a Thomas Szasz
quien se ocupa «de los juegos que llevan a una incapacidad psiquiátrica de un
modo paralelo al enfoque berniano».

Según Martorell (2002), Berne (1968 y en otros trabajos de 1961, 1964,


1966, 1973 y 1979,) define un juego como «una serie en marcha de
transacciones ulteriores complementarias que progresan hacia un fin
predecible y bien definido. Descriptivamente es un conjunto recurrente de
transacciones, a menudo repetitivas, superficialmente plausibles, con una
motivación oculta; o, de un modo más coloquial, una serie de jugadas con
una trampa o «cebo».

Martorell (1983) ha sintetizado perfectamente el pensamiento acerca de


los juegos haciendo ver que son situaciones que se repiten con frecuencia o
continuamente, que suceden siempre de un modo similar, como si quien
juega estuviera ensayando, resultando que al final, todos los que intervienen
reciben su «premio», es decir, sentirse mal de una u otra forma, ya que
incluso cuando alguien «gana» un sentimiento de triunfo, hay un mal
sentimiento subyacente. Lo «ulterior» que señala Berne hace referencia a
algo oculto, generalmente no plenamente consciente, a las «movidas» que
constituyen el juego.
El mismo autor señala que los juegos tienen sus reglas, los jugadores
realizan sus jugadas de un modo predeterminado y al final se obtiene el
premio o beneficio. Un punto importante a tener en cuenta es el relacionado
con el «plan del juego» o lo que sucede en el interior del mismo, aspecto de
gran importancia para poder «montar» una estrategia que conduzca a cortar el
juego que se desencadena (J.A.Ríos).

TEORÍA DE LOS JUEGOS EN LA FAMILIA SEGÚN SELVINI


PALAZZOLI

La Escuela de Milán fundada por M.Selvini (1988) ha desarrollado


ampliamente la Teoría de los Juegos en su aplicación al estudio y terapia de
las familias con un miembro afectado por anorexia y por comportamientos
psicóticos, dejando un caudal de ideas de las que somos tributarios todos los
terapeutas de familia. Para ella en los «juegos sucios» o, también, «juegos
psicóticos» reside el origen de los trastornos que afectan a la familia mediante
la aparición de un miembro que hace el papel de enfermo. Selvini no
desarrolla una teoría particular del «juego», sino que afirma que «recurrimos
a la metáfora del juego para sugerir intuitivamente, mediante la expresión
"juego familiar" aquello que sugieren las expresiones juego político, juego
financiero, juego de poderes, juego de equipo...» utilizando un lenguaje muy
semejante al empleado por Berne (*) ya que, como observa Martorell, cuando
éste habla de «víctima», «perseguidor» y «salvador», Selvini alude a
«víctima», «verdugo», «toma de partido por la víctima». Como en otro lugar
se ha descrito su esquema básico como uno de los más representativos de las
actuales «escuelas» (*) de terapia familiar, nos remitimos a lo dicho en su
lugar (J.A.Ríos).

TERAPIA

(Ver PSICOTERAPIA [*])


TERAPIA FAMILIAR BREVE

Actualmente constituye un modelo de intervención familiar sistémica


fundamentalmente centrado en su brevedad (4-6 sesiones) con una «especial
relevancia en un momento en el que el campo de la salud mental, tanto
pública como privada, ne cesita más que nunca de instrumentos que
respondan de forma adecuada a la necesidad de tratamientos no sólo eficaces,
sino limitados en el tiempo» (J.L.Rodríguez-Arias y M.Beyebach, 1991).

Se fundamenta en los elementos básicos del constructivismo lo que


permite aminorar la duración de los tratamientos ya que «evita la búsqueda -
ardua y costosa en términos de tiempo - de la verdadera realidad al permitir la
construcción de problemas resolubles que se pueden abordar de manera
rápida y eficaz» (ídem).

Un ejemplo de la integración que se lleva a cabo en el interior de este


modelo está en el número 18 (monográfico) de Cuadernos de Terapia
Familiar (otoño, 1991) en el que los autores antes citados realizan un esfuerzo
de integración de modelos y unificación de terminología, con análisis de las
aportaciones de Steve de Shazer, M.White e Insoo Berg entre otros con
aportaciones de Michel Weiner-Davis, Bill O'Hanlon, Michael White,
Alberto Rodríguez Morejón, Rafael Piqueras, M.D.Pérez Grande y G.Pastor.
Nos remitimos a él por su riqueza y profundidad, así como por las puertas
que abre para el conocimiento y utilización de este modelo (J.A.Ríos).

TERAPIA FAMILIAR SISTÉMICA

Se entiende por tal la psicoterapia (*) que basada en los principios teóricos y
las aplicaciones prácticas de la Teoría General de Sistemas (*) de Bertalanffy,
la Teoría de la Comunicación (*) y la Teoría de los Juegos (*) tiende a
proporcionar los recursos necesarios para la superación de las situaciones
interactivas conflictivas entre los miembros del sistema familiar.
Su desarrollo ha tenido un impulso fuerte a partir de la década de los
cincuenta del siglo pasado y ha generado una gran cantidad de
investigaciones y aplicaciones clínicas de las que se sigue dando cuenta en
una amplia bibliografía internacional.

Todo el contenido de este volumen, como el de los títulos que abarcará


esta colección, tiende a dar cuenta y a difundir cuanto la Terapia Familiar
Sistémica está aportando al mundo científico que abarca tanto las
aplicaciones prácticas como la fundamentación de nuevas teorías y técnicas
(J.A.Ríos).

TERAPIA MARITAL O DE PAREJAS SISTÉMICA

Como en la TF Sistémica descrita en el término anterior, la Terapia Marital o


de Pareja afronta la búsqueda de soluciones para los problemas y conflictos
que tienen lugar en el interior del Subsistema Conyugal. Sigue las mismas
líneas teóricas ya descritas y constituye en nuestros días un campo de amplia
aplicación para la resolución de dificultades en el proceso de crecimiento y
desarrollo de la pareja. Ver «Psicoterapia» (*) (J.A.Ríos).

TERCERA SESIÓN CON EL SUBSISTEMA PARENTAL

¿Qué finalidad tiene la Tercera Sesión que se celebra sólo con el subsistema
parental y qué añadirías al modelo actual?

La finalidad de pasar del sistema familiar, durante las dos primeras sesiones,
al subsistema parental (padre-madre) en la tercera sesión, radica en plantear
que quizá la discrepancia, diferencias o problemas generados en este sistema
(o en el conyugal) pueden estar originando o manteniendo la tensión y los
síntomas del Paciente Designado. Por tanto, en esta sesión se abordarán
temas como: los valores, la autoridad, la disciplina, reglas con los hijos... Es
una oportunidad para que los padres puedan hablar de temas que quizá,
delante de los hijos, no se han atrevido a sacar. Para el terapeuta, por tanto, es
una ocasión para recoger más información (mantener la hipótesis de trabajo o
generar otras alternativas) así como una posible fuente de intervención
(S.Beltrán).

TIPOLOGÍA DE TERAPEUTAS FAMILIARES

Cada vez estamos más convencidos de la importancia de la persona del


terapeuta como base del quehacer terapéutico. En ella se asienta lo que va a
constituir el verdadero estilo personal que hará eficaz o no el trabajo. Por
ello, cuanto se haga para conseguir una aproximación a su mejora, resultará
una aportación fundamental.

De su personalidad depende que el terapeuta sea parte integrante del


sistema que trata, ya que terapeuta y familia, por medio de las interacciones
que se establecen en la dinámica del trabajo, crean una realidad que los
envuelve y explica el éxito o fracaso del trabajo.

En esta interacción intervienen los valores y las creencias del terapeuta de


la misma manera que influyen los valores y las creencias de la familia, la
pareja y las personas que las integran. En estas interacciones aparecen como
obstáculos los «prejuicios» del terapeuta y los de la familia y la pareja. Los
«prejuicios» originados en una parte pueden influir en la otra creando
situaciones insolubles, lo que obliga a que el terapeuta trabaje estos aspectos
tan personales durante su formación (FOT [*]) y en su permanente
actualización para no dejarse sorprender por sus propias trampas.

a) En función de las demandas terapéuticas

Una primera clasificación tipológica de los terapeutas podemos hacerla en


función de las demandas que hacen las familias y parejas. Así nos
encontramos con los siguientes tipos:

1.TERAPEUTA BOMBERO: Se acude a él con la urgente necesidad de


su intervención para apagar una crisis, superar un momento crucial o
intentar que sea él, y no los propios interesados, quienes hagan todo el
trabajo que puede facilitar la recuperación del equilibrio perdido. Es
típico de las situaciones de crisis que surgen con tanta frecuencia,
aunque el verdadero problema esté palpitanto y destrozando muchos
aspectos desde hace mucho tiempo. Nos «obligan» a ser «bombero»
cuando pretenden que «ahora mismo» - lo que puede implicar que sea
en un fin de semana - se les atienda o se les dé una «receta» o «fórmula
mágica» para superar la situación.

2.TERAPEUTA MANGUERO: Como a los profesionales del ramo, nos


piden una «limpieza general», aunque sea poniendo como presupuesto
importante que no pretenden «entrar a fondo» sino arreglar lo que
resulta más llamativo o molesto. Los «mangueros» realizan una
limpieza para que la ciudad presente un rostro más amable y atractivo.
El agua corre, arrastra las inmundicias, las acumula en otro lugar que
está más oculto, pero sirve para el momento. Se sabe, por supuesto,
que al día siguiente todo estará igual, pero no se pretende otra cosa. La
paradoja del «arreglar algo sin arreglar nada» aparece una vez más en
esta situación que resulta tan estéril.

3.TERAPEUTA JARDINERO: Aquí se demanda algo más profundo y


estable. Como el jardinero, el terapeuta se convierte en un cultivador
de plantas, tarea que es más compleja que lo que puede aparecer a
simple vista. Cultivar las plantas es cuidarlas en múltiples aspectos:
regarlas, limpiarlas de malezas, abonarlas, sacarlas al sol y al viento,
dejarlas crecer, potenciar sus capacidades. Tanto en la jardinería como
en la verdadera terapia todo lo que lleva consigo no es tarea de un
momento esporádico, como en el caso del «terapeuta bombero», ni de
una limpieza por encima, como en el caso del «manguero». Es más, en
la terapia, como se ha dicho en el caso de la «sesión eficaz» (*), hay
que conseguir que la familia o la pareja se comprometa con el trabajo
que hay que llevar a cabo. Esa es la razón de mantener como criterio
que hay que transmitir a las familias que la terapia se hace en la sesión,
pero el verdadero cambio que facilita los cambios se hace en el día a
día, entre sesión y sesión. En la sesión puede apagarse un fuego del
momento y hasta hacer una limpieza general no profunda, pero lo que
hay que buscar ante todo es un trabajo de verdadero cultivo que
implique a terapeutas y familias o parejas.

b)En función de las «tentaciones» del terapeuta

Tomando como referencia algunas ideas de Cecchin, hemos perfilado una


tipología atendiendo de un modo especial, a lo que sucede en la mente del
terapeuta de modo que influye en su actuación con mayor o menor
intensidad. Desde esta perspectiva podemos encontrarnos con:

1.TERAPEUTA OMNIPOTENTE: Puede convertirse en un personaje


peligroso. Si parte de la fantasía que le lleva a afirmar con absoluta
rotundidad «yo puedo resolver todo», el fracaso puede ser inminente y
grandioso. Es una tentación solapada, invasora esporádicamente en
medio de una sesión en la que parece que todo es fácil o, lo que puede
ser más dramático, en la sesión en la que las resistencias de la familia
las vive el terapeuta como un desafío al que hay que enfrentarse a toda
costa. Hay que tener en cuenta, por otra parte, que a mayor
pensamiento omnipotente del terapeuta mayor actitud de sometimiento
de la familia, con lo que anula todo intento por parte de ésta de
recuperar su capacidad terapéutica y su deseo espontáneo de avance.

2.TERAPEUTA NARCISISTA: El que sólo se mira a sí mismo y cree


que «si me imitan a mí, salvan su problema». Deja al margen la
posibilidad de reforzar y connotar lo poco o mucho que haga la
familia. Sólo le interesa y refuerza lo que pueda hacer él.

3.TERAPEUTA IMPOTENTE: Se siente incómodo, se autodescalifica, se


anula. No ve salidas positivas a las situaciones consultadas viéndose
permanentemente asaltado por el pensamiento que le conduce a la
conclusión que «esto no tiene arreglo». No transmite fuerza ni deseo
de superación, bloquea cualquier intento de progreso y aunque
verbalmente no exprese ninguna de sus tentaciones, su lenguaje no
verbal transmitirá bastante de este fondo escasamente estimulante.

4.TERAPEUTA PESIMISTA: Su pensamiento más bloqueante es el que


le lleva a creer que «es muy difícil cambiar», «no serán capaces de
salir del pozo en que se encuentran», «aunque parezca que van a
superar su situación, la realidad es muy contraria», «no parece que
tengan herramientas válidas para trabajar lo que les afecta».

5.TERAPEUTA OPTIMISTA: Su trabajo está presidido por una máxima:


«En cuatro patadas se arregla esto». Todo lo ve fácil, todo es posible,
nada se resiste. Esa tendencia puede conducir a transmitir una visión
falsa de la realidad, haciendo ver a los pacientes que no es necesario el
esfuerzo y la constancia. Unas dosis de optimismo son convenientes y
útiles porque oxigenan un ambiente tenso y negativo, pero un exceso
del mismo imposibilita el verdadero trabajo de quien no tiene más
remedio que comprometerse profundamente con los cambios que
busca.

6.TERAPEURA REALISTA Y PRAGMÁTICO: Tiene en cuenta todos


los factores negativos que están influyendo en la situación que se
somete a tratamiento, pero deja la puerta abierta para dejarse tocar por
los puntos positivos que aparezcan en medio del malestar familiar o de
pareja. Nada es totalmente negro ni todo es absolutamente blanco. El
virtuosismo del terapeuta está en saber descubrir lo que hay que
potenciar y saber dejar de lado aquello que por agobiante se convierte
en permanente amenaza. Lo mismo ante las reacciones, intentos de
cambios, fracasos y desvanecimientos de la familia. Siempre hay
«algo» que connotar (*) y en cualquier coyuntura debemos encontrar la
oportunidad de hacer ver que el esfuerzo no resulta inútil. El terapeuta
realista sabe que lo mejor es enemigo de la bueno y por ello no debe
dejarse arrastrar por la idea de que no todo está totalmente bien hecho.
Lo pragmático conduce a destacar lo que en ese momento está
funcionando aunque sea parcialmente.

Sólo así podrá convertirlo en nuevo peldaño para seguir ascendiendo en la


escala de superación.

c) En función de la operatividad del terapeuta

Hemos destacado en varias lugares de este mismo volumen la importancia del


«estilo personal» del terapeuta. En función del mismo resultará un tipo u otro
de operatividad en el sentido de traducir en resultados concretos cuanto hace
durante la terapia.

Por ello hemos querido distinguir los siguientes tipos a partir de esta
dimensión:

1.TERAPEUTA ÚTIL: Es el que pone como objetivo fundamental de su


trabajo la utilidad. Conviene tener presente que puede ocurrir que a
mayor utilidad del terapeuta se desencadene una mayor ineficacia de la
familia. La utilidad debe armonizarse con la puesta en marcha de un
esfuerzo continuado por parte del sistema en tratamiento. Lo contrario
puede llevar a depositar todo en el terapeuta cayendo en una actitud
pasiva que desvirtúe a la larga el verdadero sentido del trabajo
terapéutico.

2.TERAPEUTA MAESTRO/PROFESOR: Puede ser útil en el trabajo


preventivo de la Orientación Familiar, pero resultará menos eficaz en
el plano «curativo» de la Terapia. Este tipo dice todo lo que tiene que
hacer la familia, enseña cómo comportarse, cómo ser padre, marido,
hijo... Da ideas de cómo hacer en cada situación, desmenuza todo
impulsado por un afán didáctico desmesurado. Un efecto inmediato de
este modo de actuar es el de convertir cada sesión y toda la terapia en
su totalidad en algo interminable y en las que habla más el terapeuta
que las personas atendidas. Este tipo de terapeuta puede mejorar sus
intervenciones si aprende a escuchar, si sabe hacer silencios, si no
intenta llenar cualquier espacio vacío con sus aportaciones.

3.TERAPEUTA CONTROLADOR DE LA GENTE: «Yo sé», «yo


dirijo», yo creo». Y tras tales afirmaciones aparecerá
irremediablemente el deseo de tener todo bajo su mirada y en su mano.
En el fondo puede coincidir con una incapacidad para devolver a los
demás la po sibilidad de construir la propia realidad y al ritmo que sea
posible para ellos. Un exceso de control conducirá a sembrar la
sensación de estar siempre necesitado de ayuda. Devolver la capacidad
de autocontrolarse a quienes están en terapia es la manera más sana de
conducirles a la liberación de cuanto les afecta.

4.TERAPEUTA PROTECTOR-SALVADOR: Coincide con el tipo


«salvador» que han descrito otras escuelas como el necesitado de que
lo necesiten, que invita a sentirse más útil y agradecido a él y que
juega un papel de padre protector que consuela, decide por los otros
(Martorell, 1983). Su actitud es la de estar como diciendo «pónganse
en mis manos...», «déjense llevar por mí», «estando yo aquí todo irá
bien...». Estas posturas internas se traducen en comportamientos que
hacen que el paciente se entregue pasivamente al terapeuta esperado
todo de él. El peligro reside en convertir al terapeuta en un eterno
acompañante que hace muy costoso romper las ataduras y los vínculos
que aparecen inevitablemente en toda terapia.

5.TERAPEUTA CASTIGADOR DEL PACIENTE: Responde a


reacciones internas del terapeuta cuando no es capaz de afrontar y
asumir sus limitaciones y sus fracasos. Ante cualquier resistencia, ante
la disidencia terapéutica de alguno de los miembros del sistema
atendido, ante las descalificaciones que no dejan de ser modos de
resistir a los cambios vistos como necesarios pero siempre costosos, el
terapeuta reacciona inmediatamente: «A ustedes, los voy a meter yo en
cintura...». Se convierte en un castigador que cae en el juego
pernicioso de la escalada sin fin para ver quién puede más. La caída en
la trampa que se le tiende con el desafío que hace cualquier miembro
de la familia o la pareja, se manifiesta en forma de críticas o
descalificaciones que no se disimulan.

6.TERAPEUTA GUÍA-ESTIMULADOR: Es el que sabe conducir las


sesiones para que todo contribuya a la me jora del sistema y a la pronta
aparición de cambios interactivos que eliminen los síntomas o los
comportamientos disfuncionales. Su actitud ha de ser espontánea,
clara, directa, sin olor a seducción o halago: «Ustedes tienen
capacidades para salir adelante si se esfuerzan», «para cambiar lo que
les preocupa han de trabajar constantemente», «pueden descubrir
facetas que tienen ocultas y que han de convertir en herramientas o
armas para superarse». La estimulación no debe ser agobiante, sino
serena, relajada y acomodada al ritmo que tenga la familia. Apretar el
acelerador para estimular puede anular las mejores intenciones. Y el
terapeuta, como buen guía, debe ir como un acompañante, no como
quien empuja o quien arrastra.

7.TERAPEUTA PROVOCADOR: Es un tipo muchas veces temido si no


se sabe hacer bien la provocación. Maneja un doble juego en el que
están presentes el estímulo y el desafío. Afirmaciones como «dudo
mucho de que si siguen así vayan a superar sus crisis», «si quieren
cambiar de verdad han de enfrentarse con ustedes mismos», «los
enfrentamientos entre personas que tienen lugar en la familia o en la
pareja, han de transformarse en enfrentamientos de cada cual consigo
mismo». Téngase muy en cuenta en este aspecto todo lo que Minuchin
ha presentado como estrategia para romper el equilibrio negativo de la
familia o para enfrentarse al síntoma (*) como algo que hay que
eliminar y no reforzar.

Apéndice a las Tipologías: Preguntas para clasificarse tipológicamente


después de cada sesión

(Hacia una higiene mental del Terapeuta)

1.¿Qué papel he adoptado ante esta familia o pareja?

2.¿Cómo reaccionar a lo que me ha contado esta familia?

3.¿Cómo utilizar mis propias reacciones con la familia para hacer de ellas
instrumentos de psicoterapia?

4.¿Qué he de tener en cuenta para mejorar mi estilo personal?

5.¿En qué me he dejado «atrapar» por la familia o la pareja?

6.¿Qué debo eliminar o controlar?

7.¿En qué dirección debo encaminarme para conseguir la tipología que


más me ayude como terapeuta eficaz? (J.A.Ríos).

TRANSFERENCIA

Concepto perteneciente al psicoanálisis (*). Hace referencia «al proceso en


virtud del cual, los deseos inconscientes se actualizan sobre ciertos objetos,
dentro de un tipo determinado de relación establecida con ellos y
eminentemente en el encuadre de la relación analítica» (Laplance, J.;
Pontalis, J. B. y Lagche, D. [1993]).
Villamarzo (1995) la define como el «establecimiento inconsciente de una
"falsa conexión" entre... experiencias emocionales infantiles y la persona del
terapeuta en tanto que actual centro de "obsesiva" polarización de las
mismas»

Históricamente encontramos sus orígenes en la prehistoria del


psicoanálisis. El concepto de «rapport» (Anton Mesmor, siglo xviii) ya se
refería a esa especial relación donde el médico era investido de forma intensa
por el paciente. En el «método catártico» (1880-1895) también se empiezan a
describir los efectos que para la cura posee la relación que se establece entre
médico y paciente. Dentro del psicoanálisis es donde este concepto toma
carta de naturaleza y se desarrolla como un verdadero vector de la
investigación y desarrollo de los modelos psicoanalíticos posteriores. Es
Freud quien acota el fenómeno de la transferencia como objeto de estudio y
en su trabajo se puede observar una evolución en la conceptualización de
dicho término. Desde unos primeros momentos donde la transferencia se
aborda en referencia concreta a un paciente y a un síntoma específico siendo
tratada como un tipo más de desplazamiento, hasta considerarla parte osen
cial de la relación terapéutica y del proceso de curación. Autores posteriores
han ido adaptando los fenómenos transferenciales a sus modelos teóricos y
técnicas de intervención. Entre otros Melaine Kleine (1952) con los procesos
más arcaicos de relación con los objetos o Pichon Riviere en su visión del
psicoanálisis desde la psicología social, el funcionamiento grupal o el ámbito
institucional.

Frecuentemente se cita la existencia de este fenómeno fuera del marco


psicoterapéutico en la vida cotidiana, tal como aparece, por ejemplo, en la
relación profesor-alumno, adolescente - ídolo, pero es sólo en un encuadre
estable y predefinido donde podemos operar teniendo en cuenta su
naturaleza.

Existen una serie de elementos muy relacionados con la transferencia


entre los que podemos destacar:

-El tiempo y el espacio: La Transferencia incluye la negación del


esquema temporal y actualiza contenidos inconscientes vividos con la
intensidad y actualidad del aquí y ahora con el terapeuta, sin
posibilidad por parte del paciente por sí solo de reconocerlo como
propio de su historia y desprovisto de elementos situacionales distintos
al presente.

-Lo transferido: La libido que ha quedado fijada en imágenes infantiles en


su permanente intento de emerger va a encontrar en el terapeuta un
objeto posible para su satisfacción. Desde un enfoque vincular, el
paciente transfiere el vínculo particular con el que aprendió a
relacionarse con un objeto y unos contenidos particulares inmersos en
dicho vínculo.

-La repetición: Como resistencia a la modificación, al cambio operativo.


Por tanto, se incluye en el proceso transferencia) una cierta
satisfacción de los contenidos internos inconscientes y las defensas
construidas sobre los mismos. En las primeras conceptualizaciones
freudianas la transferencia era interpretada como un síntoma de
resistencia a la curación. Posteriormente se descubre como una guía en
el proceso de curación en el que se pueden ir desvelando los distintos
movi mientos del sujeto para generar situaciones de compromiso entre
las exigencias del mundo pulsional y los límites que marca el mundo
externo.

-El proceso de curación: La importancia del descubrimiento de la


transferencia reside en que permite un espacio intermedio entre la
realidad exterior y el mundo interno del paciente. En esta posición es
posible trabajar aquellos aspectos no elaborados en otros momentos
disposicionales y que así emerjan contenidos inconscientes que ayuden
al paciente a realizar una nueva lectura de su realidad. Para que esto
sea posible el terapeuta tiene que aceptar el juego transferencial
asumiendo las adjudicaciones que realiza el paciente y tomarlo como
el existente sobre el que intervenir en el proceso de curación
(M.Gómez Aparicio).

TRIANGULACIÓN EN EL SISTEMA

Según Philip J.Guerin, la triangulación ocurre cuando una díada es inestable


o conflictiva o cuando hay una dificultad para establecer una relación de
intimidad. En estas situaciones una tercera persona asume consciente o
inconscientemente un papel que no desempeñaría si la díada fuese funcional.
Estas terceras personas pueden pertenecer o no al núcleo familiar de la díada
y su función sería estabilizar la relación de la díada, desplazar el conflicto o
evitar la intimidad.

En la escuela estructuralista de Minuchin la triangulación se explica a


partir de la falta de límites claros entre el subsistema conyugal o parental y el
subsistema filial. Los hijos genitoriales o las figuras parentales debilitadas o
ausentes serían propios de triangulaciones en el sistema.

Haley concibe la triangulación como el resultado de una estrecha


coalición intergeneracional donde la pareja no tiene cabida (Z.Villar).

TRIÁNGULO PERVERSO

Se produce dentro de un sistema relacional formado por tres miembros, dos


de la misma generación y un tercero de otra diferente. Es una coalición
transgeneracional, una persona de una generación se alía con otra persona de
generación distinta contra el miembro restante que pertenece a la misma
generación que el primero. Por ejemplo, en la Dinámica Triangular: Padre -
Madre - Hijo, el padre y el hijo se alían contra la madre.

En un sistema familiar disfuncional pueden aparecer diferentes Triángulos


Perversos y, a su vez, un mismo miembro de un sistema familiar puede
pertenecer a diferentes Triángulos Perversos (S.Beltrán).
URDIMBRE AFECTIVA Y TERAPIA DE FAMILIA

(Aproximación a la aplicación de la teoría de Rof Carballo [1905-1994] a la


Terapia Familiar)

En otro lugar (Ríos, 1994f) he recogido algunos textos de cuanto pueden


suponer las aportaciones de Rof al mundo de los problemas vinculados a la
familia. Otras muchas ideas en relación con el tema pueden verse en el
número monográfico de la revista Anthropos (n° 41, febrero 1993, 96
páginas) y en Suplementos de Anthropos (n° 38, mayo 1993, 198 páginas).
Presento aquí las ideas centrales de su teoría remitiéndome a su amplia
bibliografía para tener un mejor conocimiento de cuanto puede constituir un
bagaje a tener en cuenta por el orientador y terapeuta familiar.

Concepto: «La relación transaccional primera que se establece entre el


hombre que acaba de nacer y las personas tutelares y, en general, con el
mundo y la sociedad en torno» (en Rebelión y futuro, 1970, pp. 20-21).

Se trata de la «trama o tejido de sus relaciones con otras personas», muy


cercana a lo que Foulkes denomina «red relacional», teniendo como notas
diferenciales las siguientes:

1)Una textura básica del hombre sobre la que van a tejerse las demás
estructuras psíquicas que determinan para siempre, e inexorablemente,
todo lo ulterior y que ... deja de verse si no se examina muy de cerca o
con métodos especiales

2)Condiciona todo lo que va a venir después.


3)Selecciona del mundo de lo real un conjunto de informaciones y
elimina otras.

4)Hace que el individuo responda a la realidad con unas pautas y no con


otras.

5)En ella hay una «información selectiva» y unas pautas selectivas.

Todo ello permitirá llegar a entender algo íntimo de la textura del ser
humano.

La urdimbre tiene un carácter rigurosamente transaccional de la relación y


en ella se dan cuatro estratos:

1.Protourdimbre: Presente en el periodo epigenético o del desarrollo


embrionario.

2.Urdimbre primigenia o constitutiva: La descrita anteriormente, cuando


el organismo, aún sin terminar, queda casi concluido biológicamente.
Otros autores la llaman «simbiosis madre-niño», «ambiente
internalizado» o «relación de objeto» y se refleja en el fondo de todas
las relaciones emocionales y afectivas de la persona.

3.Urdimbre de orden: La realidad no sólo es configurada y estructurada,


sino que es ordenada, jerarquizada y se estructura en los cuatro o cinco
primeros años de vida. Gracias a ella el nuevo ser «ordena» el mundo
para que deje de ser caótico y no le provoque angustia. Es el momento
de la ordenación del mundo que abarca hasta la esfera de los valores y
criterios morales y mediante ella se incorporan inconscientemente
pautas o «automatismos de conducta».

En la urdimbre de orden se fundamenta la educación normativa.

4.Urdimbre de identidad: Se estructura en la adolescencia y se refiere a la


experiencia que hace el adolescente de sí mismo como algo propio y
unitario. Mediante ella se adquiere la conciencia de que a lo largo del
tiempo hay algo que es constante e individualísimo en él. Por ella el
individuo se siente persona única y peculiarísima.

Este «sí mismo» es el resultado de una laboriosa elaboración en la que


interviene «la imagen que uno se hace de la propia realidad» y la
«apreciación» que merecemos de los demás.

La mismidad depende, por ello, del concepto que tenga de mí mismo,


mediante la imagen ideal a que aspiramos y de la estima y aprecio de los
demás o papel que la sociedad nos asigna o que nos ofrece y escogemos o
conquistamos.

A lo largo de la vida se da una «corrección incesante de esta «imagen de


sí mismo» por la imagen que los demás se forman de nosotros.

Erikson la denomina «función de identidad», y esta urdimbre de identidad


está vinculada a la tradición y como parte de la urdimbre afectiva, es la
constitutiva de la mismidad.

Urdimbre afectiva y enfermedad

La «urdimbre de identidad» ayuda a entender los estilos de vivir y enfermar y


ejerce una influencia importante en los «estilos de enfermar», tiene sus
patologías de las cuales la principal es la conducta antisocial porque va
construyéndose escalonadamente, con el cruce permanente entre la
identificación con los adultos y la protesta y rebelión contra ellos.

Si la mismidad no se logra, el yo tiende a difuminarse ya que «tras toda


confusión hay un orden que todavía no se ha encontrado» (Rof, en Los
duendes del Prado, citado en Anthropos, 38).
Para él el enfermo es «el ser que experimenta vicisitudes», mucho más
que lo que maneja la «medicina conductista», abarcando toda la integridad
del ser humano: la carne y el espíritu, donde se dan cita el arte, el mito, el
amor, la fantasía, el sentido y el sentimiento, lo real y lo «velado»...

Si no se tiene en cuenta esta perspectivas, la práctica médica queda


inmersa en lo que se ha llamado el pensamiento operatorio, esto es, «un
pensamiento exento de calor emocional y de intimidad», lo que exige que la
función del médico se centre en restablecer la comunicación.

Estructura íntima de la Urdimbre primigenia o constitutiva

Está formada por ocho funciones capitales que en mi adaptación originan


tipos paralelos de «encuentros perfectivos» que fueron admitidos por el
mismo Rof (Ríos, 1972b).

la: función: Amparadora o Tutelar o «encuentro biológico», 2a:


Liberadora o «encuentro con contrastes», 3a: Ordenadora o «encuentro
educativo», 4a: Vinculadora o «encuentro cultural y con los valores», 5a:
Mediadora de la realidad o «encuentro con la realidad», 6a: Esperanza
fundamental o confianza básica de Erikson o «encuentro con el mundo
emocional amenazado», 7a: De horizonte o «encuentro con el mundo
inconsciente», 8a: Integradora o «encuentro con dilemas a elegir» y 9a: De la
unidad psicofísica o biológica o «encuentro con la realidad psicofísica»

Veamos brevemente el contenido de cada una de ellas.

]'función: Amparadora o Tutelar (protectora) o «encuentro biológico».

Representa el «abrigo primero» sin el cual el ser humano perecería ya que


está constituida por los primeros dispositivos protectores que aportan la
alimentación, envoltura, hogar y calor afectivo.
Responde a lo que Harlow estudió en las «madres artificiales» de
chimpancés descubriendo la necesidad del contacto táctil como elemento
fundamental de la piel. Los chimpancés creados con las «madres artificiales»
prosperan, pero al llegar a la adolescencia no son capaces de reproducirse
porque les falta el impulso genésico.

Ajuriaguerra (1978 y 1982) afirma que la madre es para el recién nacido


piel, voz y calor, de donde se sigue la importancia del «primer contacto con
la madre» como programador y la importancia de la lactancia como «diálogo
mímico», lo que exige ciertas condiciones para que la lactancia sea un
verdadero diálogo y algo más que un acto mecánico. A través del «diálogo
mímico» que supone la lactancia (Ríos, 1994a) se logrará que el niño se
sienta querido y amparado. Por ello mismo Ajuriaguerra llega a decir que «el
cerebro no acariciado no convierte los alimentos en proteínas», ya que las
carencias afectivas tienen una evidente repercusión sobre la biología del ser
humano.

Spitz (1962) toma términos de la embriología para explicarnos cómo se


va construyendo el niño durante el primer año de vida a través de la angustia
del 8° mes, la primera sonrisa y el «no» como «organizadores» del psiquismo
humano.

La gestación intrauterina se completa con la «exterogestación» que se


realiza durante los 9 primeros meses de vida apoyándose en la construcción
en la urdimbre que es el tejido básico de la personalidad. De no realizarse
adecuadamente se seguirá la aparición de una fuerte sensación de «vacío»
como consecuencia de la carencia de tutela y afecto, y de la misma manera
que el cerebro del recién nacido tiene muchos vacíos neuronales, su vida
interna carecerá de los resortes de adaptación al no contar con un respaldo y
sostén afectivo profundo.

Trabajar o compensar la carencia de la función amparadora en el proceso


de la Terapia Familiar es necesario siempre que encontremos niños que están
necesitados de cuidados que «lo acaben», permitiendo que quede modulado
por el contexto que le rodea y por las pautas que se le vayan transmitiendo.

2a función: Liberadora o «encuentro con los contrastes».

Está íntimamente ligada a la anterior. Si hay desequilibrio entre ambas


aparecen trastornos vinculados a la presencia de madres «hiperprotectoras» o
«asfixiantes» que crean el terreno propicio para la aparición de enfermedades
psicosomáticas tales como el asma, la obesidad...

En las aves, la primitiva tutela va asociada a mecanismos instintivos que


promueven el vuelo de las crías y facilitan que éstas se aventuren en sus
ensayos de independencia para aprender a volar. En el argot de los
paracaidistas se denomina «la suelta» al acto de lanzarse al vacío cuando se
practica este deporte.

La Terapia Familiar puede poner en juego la «función liberadora» cuando


se construyen las bases de la «urdimbre de identidad» o la necesidad de
independizarse para «ser yo», lo que obstaculizan enormemente las madres
asfixiantes y opresoras, ya que «el abrazo apasionado de dos que se quieren a
tal extremo puede llegar a ser opresivo, puede cortar la respiración, que es lo
que sucede al asmático» (Schajowicz, 1993).

3a función: Ordenadora o «encuentro educativo».

Obedece a la necesidad de ordenar y estructurar el mundo, lo que


permitirá que el individuo acepte normas en medio de su lucha por ser
independiente y autónomo y tiene su momento cumbre en la «urdimbre de
orden», aunque aquí ya hay un comienzo de ordenación.

Aunque desde el primer momento hay una influencia «inconsciente» de la


madre impregnada de «orden patriarcal», culturalmente está muy vinculada a
la figura paterna que es la que «ordena el mundo circundante». Coincide con
el paso a la actitud bípeda, con la aparición del control de los esfínteres y el
desarrollo de la actividad muscular.

El niño aprende muy pronto que puede destrozar y romper comenzando a


expresar su agresividad, su «parte mala» encuadrada en el tánatos o lo
destructivo y con la actitud oral aparece la polaridad oral-aboral que la
educación llena de valores normativos.

De este modo se estructura todo su mundo en torno a:

a)Lo oral haciendo que empiece a estructurarse lo cefálico como lo


superior, lo noble, lo que se puede mostrar y ver, lo que se puede tocar,
convirtiéndose todo ello en «lo bueno». Todo lo que ataña a este
mundo «superior» se puede explicar, se puede hablar de ello, puede
mostrarse y verse y puede tocarse.

b)Lo aboral, por el contrario es cuanto se sitúa cercano a los órganos


excretores, convirtiéndose en lo inferior, lo vil, lo que no puede verse
ni tocarse y hay que ocultar. Está tejido en torno a la «zona negativa».
El excremento debe ser alejado de lo social, hay que esconderlo y se
convierte en «lo malo», colocándolo en la sombra, en el olvido, no se
habla de ello y es como una «laguna» o «escotoma» dentro del mundo.
Es todo aquello que hay que limpiar, transformando esta realidad en un
halo que termina por rodear al mundo de lo sexual: en el lenguaje
popular se alude a ello, especialmente a lo genital, denominándolo
como «las partes» («me duelen las par tes», se le dice al médico, con la
paradoja de que cuando se descubre o ven por sorpresa esas «partes»,
no se dice: «enseñó sus partes» o «le vi las partes», sino que se afirma
«le vi todo», «enseñó todo» o «se le veía todo»).

Para Rof, esta polaridad de lo «sucio-malo» y lo «limpiopuro-bueno» es


el primer eje ordenador del mundo (en Violencia y Ternura, p. 29).
De ahí se sigue que educativamente lo «bueno» es estimulado y lo «malo»
es vituperado por padres, educadores y la sociedad en general, lo que hay que
tener en cuenta en el trabajo de orientación y terapia para ayudar a los padres
y a los propios hijos a distinguir con claridad ambos mundos sin caer en las
trampas de lo que se estructura de manera inconsciente hasta dar entrada a
mecanismos escasamente positivos en la aceptación de la realidad.

4a función: Vinculadora o «encuentro cultural» y con los valores.

Gracias a ella se transmiten pautas muy remotas o preferencias que vienen


de generaciones anteriores (abuelos [*] y antepasados) y de cuanto constituye
el trasfondo cultural, social y racial al que pertenecemos. Mediante ella el
nuevo ser queda vinculado a una tradición llena de valores (*), costumbres,
hábitos y modos determinados de funcionar tanto en el plano individual como
en el colectivo o social.

En la Terapia Familiar puede potenciarse esta función haciendo ver a los


padres la importancia y la necesidad de «contar cosas» que hagan al
individuo vincularse con su etnia, su familia, su entorno y su grupo humano.

Igualmente puede utilizarse mediante la ayuda que les facilite ver qué
valores (*) han transmitido las generaciones anteriores para lo que, entre otras
técnicas, puede utilizarse la que hemos descrito al hablar del Escudo de
Armas (*) de la Familia de Origen (*).

De ahí puede deducirse la necesidad de crear oportunidades para que los


padres transmitan a los hijos todo ese fondo que impide que las personas
tengan su «espesor histórico» por vivir en un puro actualismo, según la idea
de Julián Marías, así como la conveniencia de crear espacios que hagan
posible la comunicación y transmisión que permita conocer el «pasado» al
que pertenece cada uno.

5a función: Mediadora de la realidad o «encuentro con la realidad».


Se relaciona con la referencia profunda e inconsciente a la madre que es
la primera figura femenina de la vida, lo que supone la apertura al mundo a
través de ella.

La realidad nace en virtud de maduraciones neurológicas, pero todo ello


se hace envuelto en una atmósfera que surge desprendiéndose del ámbito
materno. Las carencias de esta atmósfera hacen surgir las múltiples
«privaciones sensoriales tempranas», lo que es un estorbo para construir una
adecuada realidad.

Si no se estructura convenientemente aparece una tendencia a


«mineralizar la realidad»: a convertir las cosas - y hasta las personas - en
cosas frías, rígidas, muertas o, por el contrario, a «animar» con
personificaciones inquietantes y persecutorias cuanto hay alrededor.

En Terapia Familiar puede ser útil para fundamentar la necesidad de


reestructurar las relaciones con la madre a fin de dar más «ternura», más
«humanidad» a la realidad y a cuanto lleva consigo la vida de la persona.

6a función: Esperanza fundamental o «encuentro con el mundo emocional


amenazado».

Coincide con la confianza básica de Erikson, constituyendo el sustrato


biológico de la esperanza, de tal manera que el niño, en sus primeras
relaciones con la madre, adquiere o no la seguridad de que sus necesidades
han de ser satisfechas en todo momento.

Así se establece una relación estrecha entre sus «necesidades biológicas»


y su satisfacción completa por medio de la madre y la naturaleza. En ello
juegan un papel de primera importancia el pecho materno, los brazos que
cogen y protegen juntamente con cuanto elimina su menesterosa invalidez.

Se fundamenta en la existencia de un impulso tutelar, amoroso, diatrófico


que da una atmósfera cálida que se convierte también en el origen de la
inteligencia.

De esta función depende que el mundo sea algo en que se puede confiar o
algo en que no se pude depositar confianza («el mundo no es de fiar»), lo que
va a determinar la actitud ante el universo.

Con la confianza básica o esperanza fundamental, el mundo se concebirá


como una esfera armoniosa, congruente y ante los obstáculos siempre
quedará como trasfondo una secreta confianza en recuperar lo perdido.

Su falta dará pie para la aparición de las frustraciones, los desengaños,


percibiendo al mundo como un laberinto o un caos confuso e inexplicable
que llevará a la desesperación y a la permanente amenaza.

El paso siguiente es pensar que «alguien» tiene que ser el responsable de


ese «caos» y al que se identifica como causante del caos se le convierte en
«víctima».

Al no verse querido aparece una necesidad imperiosa de «ser amado» y


cuanto reciba de tal lo puede valorar como escaso o nulo, llegando a la
conclusión de que el sujeto se formula diciéndose a sí mismo «yo soy un ser
indigno y miserable».

De ahí pueden surgir actitudes sadomasoquistas, violenta agresividad


hacia el mundo o sectores determinados del mismo y un morboso afán de
sufrir y padecer. Un caso típico puede verse en la conducta de los
protagonistas de la película Nueve semanas y media (Ríos Cuadernos de
Terapia Familiar 51 [2002]).

En la Terapia Familiar y la luz de esta función pueden estructurarse


intervenciones tendentes a enseñar a las familias a ver el mundo como
«problema» que hay que resolver con mayor o menor esfuerzo y no como
«amenaza» de la que hay de defenderse permanentemente. Igualmente
ayudará a ofrecer el respaldo que se deriva de saber que siempre se puede
«confiar en...» alguna figura tutelar, que dé seguridad y que está ahí,
disponible y dando confianza.

Los psicópatas y los delincuentes juveniles tienen distorsionada la


«confianza básica» y la conducta delictiva o anormal puede considerarse
como un sistema vicariante y sustitutivo, como un aparato ortopédico para
sustituir esta «confianza»: «Sólo lo malo da confianza; sólo robar da
seguridad», decía una enferma a Rof Carballo. Esta mujer había tenido una
madre que creó a su alrededor un universo de inseguridad y mentira, según
describe en Violencia y ternura.

Las conductas agresivas en familia obedecen a haber identificado como


«causante» del propio caos al padre, madre, hermano, etc.

Las conductas autolimitantes tienen el mismo esquema: «Si no me


quieren, si no me aman es que no soy digno de ser amado porque soy
despreciable» (Rof Caballo, ídem).

En la Terapia de Pareja sirve para ver cómo se generan estas agresiones


por carencias de amor profundo, cómo aparecen las necesidades neuróticas y
compulsivas de ser amado, o cómo pueden explicarse las conductas de
exceso sexual y promiscuidad como búsqueda de compensar el vacío radical
que se tiene.

7a función: De horizonte o «encuentro con el mundo inconsciente.

Perfila las actitudes existenciales ante el espacio tales como la percepción


de proximidad y lejanía, el anhelo de libertad y de reclusión y la obsesión por
el vagabundeo o por el confinamiento.

Don Quijote, tras tanto encierro para leer libros de caballería, se convirtió
en caballero andante en busca de aventuras que brindar a Dulcinea como
«imago» materna y símbolo de la urdimbre deficitaria.

Toda conducta errante y aventurera responde a la necesidad de buscar un


alivio al trastorno de esta función: prisión y libertad, parálisis de la locura y
liberación de la fantasía, con las dificultades para distinguir la realidad y el
sueño por falta de tutela afectiva.

Los psicoanalistas han visto en esta conducta el intento inconsciente de


buscar a la madre en la lejanía.

En la Terapia Familiar se convierte en un instrumento útil para


comprender la aparición de conductas en torno a la búsqueda de
compensaciones por carencias afectivas: delincuencia vagabunda, robos
errantes, huidas precoces del hogar, escapes de la convivencia, aislamiento
familiar o las conductas caracterizadas por una permanente reclusión en la
lectura o en el ordenador.

8a función: Integradora o «encuentro con dilemas a elegir.

Ayuda a «integrar» los elementos opuestos que se dan en la realidad: lo


malo y lo bueno, los instintos y la razón, lo permitido y lo prohibido. «El
mundo empieza a presentarse como una sucesión de aspectos benignos
entremezclados con fases inexplicables» (Rof, ídem).

Para M.Klein consiste en integrar el «pecho bueno» (vertiente benigna de


la realidad) y el «pecho malo» (vertiente maligna de la misma realidad) a fin
de evitar que una percepción contradictoria de la realidad lleve a la
disociación. Para un mejor conocimiento de las aportaciones de M.Klein al
tema aconsejamos consultar en Villamarzo (1988-1989).

Su carencia genera las conductas que podemos observar cuando el niño


intenta integrar ambos polos dando paso a conductas en las que se complace
volviéndose «malo» por unas horas: «con esta táctica... quiere provocar... la
maldad represiva de los demás, averiguar cómo los demás van a responder a
eso "malo" que él no sabe bien dónde colocar, si en los otros o en sí mismo»
(Rof, ídem).

De este modo el niño aprende a relacionarse con las fuerzas «malas» y a


controlarlas del modo que pueden hacer los mayores intentando un control
rígido de todo lo «malo», llegando a la represión sin tener presente que todo
lo reprimido vuelve bien o mal, pronto o tardíamente, lo que conducirá a su
vez a la creación de barreras que harán más difícil la integración deseada.

En la Terapia Familiar esta función ayuda a comprender muchos


comportamientos sintomáticos vividos por los adultos como «malos».

Hay que apoyar a los padres para que no defrauden al hijo cayendo en una
falta de control cuando el hijo es «malo» porque entonces se le defrauda, ya
que lo que intenta es «ver cómo lo manejan» los otros. En las conductas
provocadoras no hay intento de fastidiar o molestar, sino una necesidad
camuflada de aprender.

Los padres tienen necesidad de cuidar los mensajes contradictorios


(bueno/malo) que empujan a la elección disociada de una sola de sus partes,
estando obligados a conseguir la claridad en los mensajes y las pautas,
utilizar bien la autoridad (*) y los modelos de disciplina (*). Se plantea una
vez más, a través de esta función, el eterno tema de cómo marcar límites (*)
sin reprimir, sino reforzando y estimulando lo mejor da cada uno.

9a función: De la unidad psicofísica o biológica o «encuentro con la


realidad psicofísica».

Durante el embarazo la unidad madre-hijo es total en lo biológico; no hay


«dentro» y «fuera», «yo» y «el mundo» porque para el feto el único horizonte
es la madre.
En estas etapas primarias se da una verdadera unidad biopsíquica total y
conforme crece el niño va distinguiendo «su yo» de «su cuerpo» y ambos de
«su madre». Cada uno de ellos empieza a distinguirse como «algo aparte»,
algo distinto a su «yo».

En esta fase se integran las regulaciones vegetativo-endocrinas que


armonizan órganos y funciones, armonía que hace posible vivir, de modo que
si en esta fase aparecen alteraciones, dejan huellas estudiadas por la patología
psicosomática, que son consecuencias que se traducen en «choques» entre lo
biológico y lo psíquico con repercusiones de lo emocional en lo orgánico,
provocando desequilibrios en la unidad total del individuo.

Las conductas inestables, reactivas, desmesuradas, las excesivas molestias


en la adolescencia, se deben a una insuficiente integración de estos
mecanismos reguladores que llevan a una «maduración defectuosa».

Las labilidades físicas y emocionales, la susceptibilidad, la irritabilidad, la


propensión a estar siempre enfermo o enfermizo, son consecuencias de esta
falta de unidad armónica muy relacionadas con situaciones de «desesperanza-
abandono».

En la Terapia Familiar hay que tener presente que la vida relativamente


armoniosa de las relaciones familiares deben conducir a la «consolidación de
la armonía psicosomática», poniendo un dique que impida el nacimiento de
alteraciones derivadas de la carencia de esta función. El pensar psicosomático
conduce a comprender que «la salud psicosomática es la salud del hombre en
todas sus dimensiones» (mente, lenguaje, razonamiento lógico, creatividad,
lo numinoso y lo sagrado) (L.Schajowicz, 1993).

Urdimbre y psicoterapia: algunos textos para la reflexión

Rof habla de la «medicina dialógica» que le hace afirmar que «el médico (y
vale para el terapeuta) no ha de ser funcionario ni sacerdote, ni biomédico ni
psicoanalista. Ha de ser un hombre nuevo de una sociedad nueva que
contribuirá a forjar con su crítica, su reflexión y su análisis. Partiendo
siempre de lo que desde sus orígenes ha sido un médico: una forma de amor
al prójimo llena de saber y de penetración» (En Teoría y práctica
psicoanalítica).

«Sabemos que en medicina psicosomática el primer contacto entre


médico y enfermo suele ser el decisivo, pues de él nace la confianza, que ya
hemos explicado reactiva, una cualidad primordial en el trasfondo de todo ser
humano: la confianza básica, factor importante en la terapéutica».

«... la enfermedad en los primeros momentos en que el paciente visita al


médico, si no se trata ya de algo grave, desde el principio se presenta en
forma "modelable", como una realidad plástica.»

«El poder patoplástico del médico, al hacer el diagnóstico y terapéutica...


es mucho mayor de lo que se cree. Un enarcamiento de cejas, un fruncir la
frente, un aire grave, unas palabras impudentes modelan a veces ya para toda
la vida la enfermedad del hombre», lo que impulsa a Usandizaga (1993) a
afirmar que «esta relación frustrada vendría a suponer la crisis del
humanismo en la Medicina». Lo mismo puede ocurrir en la psicoterapia.

«La medicina se ha deshumanizado, ha disminuido y, en muchos casos,


desaparecido esa relación afectiva entre el médico y el enfermo que era uno
de los pilares para la conservación de la salud psicosomática del paciente»
(ídem).

El enorme riesgo está en que «el médico se ha habituado a ver en el


enfermo una suma de mecanismos, no un hombre, sino un montón de datos»
(Rof, citado por Usandizaga). Ese tipo de relación conduce a la desconfianza
mutua: una medicina defensiva llena de recelos inevitables y aumentos del
coste asistencial por pruebas innecesarias, formularios inagotables (ídem).
«Los que en la actualidad tratan al médico como un simple "funcionario",
ignoran peligrosamente que éste, sin darse cuenta de ello y por tanto sin
responsabilidad moral alguna... puede "proyectar" su melancolía sobre sus
enfermos, aumentando de manera totalmente involuntaria la clientela ya de
por sí dispendiosa de las instituciones sanitarias».

«Al revés, un médico con vocación y "satisfecho de su profesión"... puede


yugular, ya desde muy temprano, la carrera que muchos enfermos... están
dispuestos a emprender. El hecho trivial... (que) bajo la presión del tiempo,
de que el médico "organiza" la enfermedad, hace de un vulgar soplo
"funcional" una cardiopatía... (como) un hecho clave de esta istriogenia
inconsciente, de esta "fabricación de la enfermedad orgánica" (Teoría y
práctica psicosomática, 590, 595-597) (J.A.Ríos).
VALORES FAMILIARES

Según el Diccionario de la Real Academia Española, valor es «un principio


ideal que sirve de referencia a los miembros de una colectividad para basar
sus juicios y fijar su conducta». Aplicado a la familia, diremos que todo ello
con el fin de preservar la estabilidad del sistema familiar. Para esto la familia
establece, bien de modo explícito o implícito, el sistema de valores a través
del cual crean su propia identidad familiar y favorecen el proceso de
individuación de sus miembros. Así «cada familia construye unas actitudes
hacia todos los mundos posibles, es decir, hacia las personas con las que
guarda relación, hacia los sucesos excepcionales y hacia la vida cotidiana,
hacia la naturaleza, hacia el trabajo, hacia su propia persona y hacia lo
sobrenatural... los valores actúan como directrices en torno a las que se
estructura la familia, los proyectos familiares y toda su vida cotidiana»
(A.Gimeno, 1999).

Cada familia establece su propia jerarquía de valores, priorizan unos


sobre otros, es decir, «estructuran su vida en torno a un valor preponderante
del que hacen depender su sensación de felicidad, éxito y eficacia. Además,
el "valor dominante" debe ser un incentivo, una motivación de estabilidad
sana, de cohesión interna y de progreso para el grupo familiar y sus
miembros» (Ríos, 1994a).

McKay (1985) habla de valores morales y no morales, los primeros son la


base para los juicios de responsabilidad moral y guían las conductas éticas,
están relacionados con el bien y el mal (la justicia, la honestidad, la verdad,
no dañar a los demás , cumplir las promesas, etc.), tienen un pretendido
carácter universal y conllevan un sentido de obligatoriedad. Los valores no
morales son preferencias, estilos y gustos; proporcionan una gratificación
pero no poseen un sentido normativo.

Ma J.Conellas (1993) ofrece una interesante clasificación de los valores:

Ríos (1994) encuentra diversos valores dependiendo del nivel


socioeconómico y cultural de las familias: la inteligencia, la salud, la comida,
el dinero, religión, política, etc.

Las Normas y Reglas surgen del sistema de valores. A.Gimeno (1999)


destaca: las normas organizacionales o instrumentales que regulan la tareas
domésticas (comidas, limpieza, entradas y salidas); normas de rutinas diarias;
normas referidas a cuestiones económicas, al trabajo, al tiempo libre; normas
que regulan las interacciones entre los miembros de la familia y su estilo de
comunicación; normas que regulan los afectos y el modo de expresarlos;
normas que se refieren a las relaciones de apoyo; normas relacionadas con los
conflictos familiares; normas referidas a los secretos familiares;... Su
aceptación e interiorización es más eficaz si se establecen de forma explícita.

Los conflictos familiares asociados a los valores surgen cuando la familia


no tiene bien definido ni aceptado su sistema de valores, cuando hay
incoherencia entre valores y comportamiento y cuando la familia centra su
bienestrar en el lo gro de algo difícil de alcanzar, generándose sentimientos
de fracaso y frustración.

Históricamente hablan de valores en la Teoría del Doble Vínculo (años


cincuenta), autores como G.Bateson, J.Weakland, J.Haley y D.Jackson.

M.Bowen desarrolló un modelo que enfatizaba la importancia del estudio


de las familias de origen de los cónyuges a la hora de entender los problemas
presentes en la familia. Dichos problemas se refieren a pautas de
comportamiento basadas en determinados valores que son transmitidas a
través de las generaciones. Utilizó el «genograma» (*) para recoger
información sobre los miembros de la familia y sus relaciones.

Jackson (1965) afirma que la familia es un sistema gobernado por reglas,


hasta tal modo que sus miembros se comportan entre ellos de modo repetitivo
y organizado y de esta esquematización de comportamiento puede abstraerse
como un principio regulador de la vida familiar.

El Modelo Sistémico de Milán habla de «los accesos al mundo de


significados» o ideología de la familia; «lenguaje de la familia» hace
referencia con ello a los mitos, valores e historias familiares.

Ríos (1994a) afirma que «al estudiar a la familia como sistema, hay que
abordar... las reglas de todo el sistema y las que regulan el funcionamiento
particular de cada uno de los posibles subsistemas que se originan en su
interior...». Habla de «modelos de reglas»: reglas reconocidas, implícitas,
secretas y metarreglas.

Comellas (1991) plantea que los valores «deben ser la base sobre la que
se constituirá la personalidad del niño...».

De cara a sus aplicaciones clínicas en terapia familiar, tal y como señala


Ríos, interesa destacar que el terapeuta familiar también tiene su opción
personal por algún valor determinado. La aceptación de los valores del otro
será completa cuando no se intente modificarlos, sino partir de ellos para
convertirlos en un verdadero estímulo de superación, apoyo y garantía de
seguridad personal y emocional en su nuevo sistema familiar creado.

De las diversas fuentes consultadas, A.Gimeno y J.A.Ríos trabajan este


tema de forma similar, haciendo que los miembros de la familia reflexionen,
clarifiquen, definan y hagan explícitos los valores que defienden para lo que
utilizan la técnica del Escudo de Armas de la familia o la pareja.

«Dada la correspondencia biunívoca entre valores y normas, un mismo


valor defendido puede ir asociado a una amplia gama de normas diversas y
contradictorias... en terapia es fundamental ser conscientes y diferenciar la
norma explícita de los valores y funciones subyacentes» (A.Gimeno)
(I.Ausucúa).

VALORES: CÓMO TRABAJARLOS EN TERAPIA FAMILIAR

El terapeuta ha de trabajar sobre los valores de la familia en una doble


dirección: para consolidar y reforzar los existentes y para reestructurar
aquellos que, por estar más o menos vinculados al motivo central de la
consulta, se vean como recursos válidos para dar mayor consistencia a la vida
familiar. Igualmente son válidos estos dos criterios en el caso de la terapia de
parejas.

Un límite ético por parte del terapeuta es el que se deriva de la necesidad


de respetar los valores que tiene la familia. No puede intentarse cambiarlos de
manera impositiva, sino que ha de tratar que la familia llegue a la conclusión
de cuanto crea que puede serle útil para mejorar su vida y potenciar su
dinámica. La toma de conciencia por parte de la familia y la pareja de lo que
puede ayudarla es un objetivo a conseguir de manera inmediata.

En nuestra experiencia nos ha dado buen resultado para conseguir este fin
el trabajar a través de la técnica del «escudo de armas» de la familia y la
pareja, teniendo en cuenta que puede realizarse en tres direcciones: el escudo
de armas de las familias de origen (SFO), el de la familia o pareja creada
(SFC) y el de la familia o pareja querida o deseada (FQ/D).

En el primer caso se invita a construir mediante un escudo de armas del


modo habitual que lo hace la heráldica y en el que queden sintetizados los
elementos que constituyen el cuadro de valores más representativos de la
familia de origen.

En el segundo se representan los valores que los cónyuges han acordado


mantener como propios de la familia que han creado. Pueden mantenerse
algunos procedentes de las familias de origen de cada uno, pero lo normal es
crear nuevos símbolos, imágenes y leyendas porque de la tarea de consenso
entre ambos aparecerán nuevas aspiraciones. Es un modo indirecto de marcar
diferenciaciones con lo recibido en cada una de las familias que los han visto
nacer y crecer.

Finalmente, cuando hablamos del «escudo de armas del sistema familiar o


marital querido o deseado» estamos ofreciendo a los componentes del
sistema la realización del escudo heráldico en el que representan
gráficamente lo que estiman como aspiración para la pareja y la familia que
desan tener en el futuro.

En cualquiera de los casos pueden elegir figuras, símbolos, palabras o


«motes» (entendiendo por tales las frases que representan mejor lo que se ha
ido transmitiendo a lo largo de la vida familiar antes de crear una nueva
familia) (J.A.Ríos).

VÍDEO EN TERAPIA FAMILIAR

La técnica de la grabación en vídeo está cada vez más extendida entre los
profesionales de la Terapia Familiar y de Parejas. Los miedos que frenan a
muchos profesionales es algo que se disipa apenas empieza a utilizarse.
Requiere la creación de condiciones que garanticen la privacidad y el secreto
profesional de cuanto queda almacenado en la videoteca de un equipo o
centro de terapia. El uso que venimos haciendo en nuestro Centro («Stirpe»)
desde 1984 nos permite contar con una herramienta valiosísima de análisis de
sesiones, descubrimiento de errores terapéuticos, fuente de datos para la
investigación y, en algunos casos, que las mismas familias y parejas puedan
«verse» al cabo de un tiempo y comparen cómo estaban al iniciar la terapia y
cómo pueden encontrarse en un momento concreto del proceso. Todo esto,
especial mente delicado, requiere la firma de un contrato (*), la
determinación de límites en el uso del material videograbado, la autorización
por parte de todos los miembros de la familia para que se permita tal uso, de
tal modo que, en nuestro caso, es suficiente que sólo un miembro no dé su
autorización para que no se graben las sesiones.

Pueden verse algunas otras matizaciones respecto al uso técnico del vídeo
en Ríos (1994a) (J.A.Ríos).
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